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GABRIEL TERRA.

La elección de 1930.

El período presidencial de Campisteguy terminó con normalidad pero en medio de los


efectos mencionados de la crisis económica, que se agravó con el paso de los meses. El
órgano gubernamental que la enfrentó, por disposición de la nueva Constitución, fue el
Consejo Nacional de Administración, al que le estaba reservada el área de la economía
y las finanzas.

El batllismo, cuyos integrantes estaban unidos por el compromiso de aplicar el


programa que se había elaborado en vida de Batlle, no mostró un frente coherente y
monolítico. Por el contrario, al igual que antes, se podían apreciar diversas “alas”: a la
derecha estaba el Dr. Gabriel Terra, a la izquierda, influido por la revolución soviética
el grupo Julio César Graguert, mostraban una tendencia de centro izquierda; mientras
que otros se inclinaban por soluciones de centro derecha.

El batllismo se presentaría dividido en dos fracciones a las elecciones. Una mayoritaria,


que postuló a Gabriel Terra, y otra que, encabezada por Federico Flenquin, tenia el
poderoso apoyo del diario “El Día” y los hijos de Batlle.

Lo más singular fue el pacto que se hizo con el Dr. Pedro Manini Ríos, el llamado
“handicap”: para lograr el voto del riverismo dentro del lema Partido Colorado, si
obtenía el 17,5% de los votos colorados, Manini Ríos sería reconocido como Presidente
dentro del Partido Colorado. Esto se llevó a cabo con la idea de no perder ningún voto
frente al adversario nacionalista.

Este acuerdo electoral, de dos tendencias coloradas completamente antagónicas, fue


tildado de inmoral por el Partido Nacional y criticado por Herrera. Era desvirtuar la
voluntad del elector batllista en aras de la permanencia del Partido Colorado en el
poder. La controversia provocó fuertes tensiones, pero al final los colorados ganaron
ampliamente a los blancos, mientras que a Manini Ríos le faltaron unos pocos votos
para llegar al 17,5%. Fue proclamado candidato batllista el Dr. Gabriel Terra.

La derrota en las elecciones significó para el Partido Nacional una gran polémica, de la
cual surgiría en 1931 el nacionalismo que se denomina “independiente”.
Asunción de Gabriel Terra.

Al asumir la presidencia Gabriel Terra tenía 58 años, abogado de profesión. Su


personalidad era contradictoria y controvertida: en 1910 negó su voto a la segunda
candidatura presidencial de Batlle, en 1923 había cuestionado al colegiado. Había
presidido la Unión Industrial Uruguaya y tenía intereses en empresas industriales
(bebidas y oxígeno). Estaba vinculado al sector industrial y exportador.

Apenas asumido el cargo, Gabriel Terra, se negó a concurrir a las reuniones de la


Agrupación Colorada de Gobierno, el órgano donde los diferentes sectores del Partido
coordinaban su acción gubernamental, por las mismas razones que muchos antes se
había esgrimido Feliciano Viera: no querer subordinar su actuación en la función
pública a las decisiones partidarias. Además, nombró Ministros de todas las fracciones
coloradas.

También fue delicada la situación institucional por la composición de los órganos de


Gobierno que resultó de las elecciones: el Presidente de la República, elegido
mayoritariamente por el Batllismo, enseguida se apartó de él, formando a su alrededor
un grupo hostil a los batllistas “netos” o “puros” (los hijos de Batlle y “El Día”). Estos,
sin embargo, tenían la mayoría colorada en el Consejo Nacional de Administración,
desde donde comenzaron a cuestionar las acciones del Presidente.

En el Senado, por su parte, había una fuerte mayoría nacionalista, y en Diputados, la


representación proporcional integral no le daba la mayoría a nadie. En este panorama
institucional enredado, con órganos que se neutralizaban unos a otros, la efectividad de
la acción gubernativa se vio muy disminuida, cuando mas necesaria era para enfrentar la
crisis económica y sus secuelas sociales. Por ello, también desde el campo político
empezaron a surgir voces que clamaban por un “gobierno fuerte”.

Pacto de 1931.

Después de los comicios Herrera expresó que la presidencia de Terra sería de absoluta
intransigencia y deberían reaccionar ante las intenciones de implantar el colegiado
integral.

Sin embargo, su propuesta no encontró adhesiones. La derrota nacionalista había


agudizado las tensiones internas. Ya en diciembre de 1930, Ismael Cortinas se proclamó
partidario del Colegiado, mientras que Herrera se opuso al mismo y a la permanencia de
los Entes Autónomos.

En enero se reunió el Congreso para elegir al Directorio. Triunfó el anti-herrerismo,


presidiendo el directorio el propio Ismael Cortinas. Herrera rechazó los puestos de
minoría que le correspondían.

Mientras tanto la situación del país empeoraba. EL valor de la moneda entre abril y
octubre cayó un 60%. El volumen de las exportaciones fue 18% inferior al de 1930.

1930 había terminado con 30.000 desocupados.

En septiembre Terra abrió la campaña a favor de la reforma constitucional, ya que para


él carecía de un plan integral para combatir la crisis.

Sin embargo, se había elaborado un plan, cuyas medidas, luego, serían vetadas por
Terra y se buscaba un entendimiento con el nacionalismo anti-herrerista para
impulsarlo. De hecho, desde julio de 1929 se habían entablado negociaciones entre el
nacionalismo y el batllismo con el fin de lograr un acuerdo para la realización de
diversas reformas. El mismo no se concretaría hasta el alejamiento de Herrera.

Finalmente, los autores del pacto de 1931 fueron Terra, Ghigalini y Demicheli.

Dueño el nacionalismo de parte del Senado, y dueño el batllismo de la mayoría del


Consejo, el pacto haría posible la creación de ANCAP, y la concesión del monopolio de
los teléfonos a UTE.

Dada la mayoría blanca del senado, el nacionalismo apoyó el plan económico-financiero


para salir de la crisis que contemplo la restricción de las importaciones, la protección a
la industria, y también medidas para subsanar el déficit fiscal, como el impuesto a los
sueldos de los funcionarios públicos y el aumento de la contribución inmobiliaria rural.

Obviamente, todo acuerdo implica concesiones y el batllismo las realizó en el área de


política social, al aceptar la reducción de algunas categorías salariales en la
administración pública.

También es de señalar, la postura nacionalista de apoyar la ampliación del dominio


comercial e industrial del Estado, lo cual constituyó un cambio significativo, ya que
habían sido partidarios del monopolio del alcohol pero administrado de forma
cooperativa.

Sin embargo, lo único que se destaca es el “chinchulín” o sea las medidas de


coparticipación política de la administración pública. Por ellas, en octubre de 1931 se
decidió renovar los directorios de diez entes autónomos, procediéndose a nombrar los
nuevos en forma proporcional a la representación de cada lema. La medida también
regía para la contratación de personal de trabajo y servicio de los entes autónomos.

Para el Partido Nacional el pacto significó un paso adelante en la política de


coparticipación establecida en la Constitución de 1917, y el fin, en muchas áreas, del
exclusivismo colorado. Para el batllismo, en estos momentos, un cambio de alianzas que
reducía a los más conservadores de su partido, en especial a los riveristas.

Para el resto de las colectividades políticas minoritarias, el acceso, en futuras creaciones


de entes estatales, a la administración pública.

Para la administración pública, la intensificación de la politización y del reparto


político. Para batllistas y nacionalistas independientes, en lo inmediato el gobierno de
los entes autónomos.

Pero también significó la ampliación del campo estatal.

El nacionalismo no estaba en contra de la nacionalización de las empresas, de utilidad


pública cuando estuvieran en manos extranjeras, pero rechazaban la propuesta batllista
por miedo a que el partido gobernante, a través de su política de nombramientos,
aumentara sus ventajas electorales.

Abrir la administración pública podría ser un camino para conseguir adhesiones para
impulsar un reformismo económico. Por otra parte, tanto en el nacionalismo anti-
herrerista como en el batllismo, ya se perfilaban diversas “alas”.

Y si bien había un núcleo conservador, había otros que estaban dispuestos a apoyarlo en
algunas cuestiones.

Sin embargo, en lo inmediato, el pacto no significó más que un acuerdo primario.

La virulencia con la que se atacó al pacto y el tono subversivo que adquiría meses más
tardes la campaña pro-reforma constitucional, trazó una línea divisoria: herreristas,
riveristas, tradicionalistas y radicales, por un lado; batllistas, nacionalistas
independientes, socialistas y radicales blancos por el otro. Las diferencias no solo se
debían al problema constitucional, también implicaban formas de ver la problemática
social y económica del país.

La creación de ANCAP dio fuerza a la reacción conservadora y a las entidades


empresariales para intensificar sus críticas al plan económico-financiero aprobado.

La elección para diputados efectuados a fines de 1931 complicaría aún más la escena
política: nacionalistas independientes y terristas perdieron fuerza electoral.

Nuevo Ciclo (1933-1938).

Los órganos ejecutivos que establecía la Constitución de 1918 parecieron a muchos


inadecuados para enfrentar la violencia de la crisis económica que ya era mundial. Entre
ellos, el Presidente de la República. En medio de la desvalorización de la moneda, la
caída de las exportaciones, el crecimiento de la desocupación, el Presidente de la
República (excluido por la Constitución de 1918 del área de decisión económico-
financiera) estaba al margen de los temas más candentes del país y se consideraba
maniatado para actuar. Discrepando a menudo con la actuación del Consejo Nacional de
Administración, encontró que su aporte a la superación de la crisis sólo podría
efectuarse modificando una Constitución que lo limitaba. Ante la gravedad de la
situación, en su opinión no podía acudirse a una solución que recorriera el lento trámite
de la reforma constitucional: se debía actuar rápidamente, modificándola por plebiscito
directo.

Habiendo asumido la Presidencia en marzo de 1931, ya en septiembre Terra exponía


estas ideas en el interior de la República, logrando la adhesión de colorados y herreristas
enemigos del Colegiado y de la estatización y partidarios de una reforma rápida que
“salvara” al país. Pero también nucleó en su contra a los batllistas y nacionalistas
independientes que apoyaban las medidas económicas tomadas por el Consejo
Nacional de Administración, defendían el estatismo, y querían que cualquier cambio
constitucional respetara los mecanismos que la propia Constitución establecía.

El 31 de marzo de 1933 por la mañana, unos cuantos decretos sustituyeron al Consejo


Nacional de Administración y al Parlamento, por una Junta de Gobierno, prometieron
convocar a elecciones de una Asamblea Constituyente y disolvieron los directorios de
los entes autónomos.

Según Jacob, de esta forma nacía un nuevo Ciclo Político que sus protagonistas
designarían “Revolución de Marzo”, “Movimiento marzista”.

Contó Terra, además del concurso de herrerista, riveristas y tradicionalistas colorados


con la adhesión de tres exconsejeros y el “apoyo moral” de los ex Presidentes Dr.
Claudio Williman, Dr. Juan Campisteguy e Ing. José Serrato, que aportó su concurso
técnico al aceptar la Presidencia del Banco de la República.

Aparentemente, también la masonería (o un sector de la misma) estuvo al lado del


Presidente.

En días sucesivos, Terra recibiría la adhesión y solidaridad de las fuerzas vivas: banca,
empresas comerciales e industriales, capital extranjero, Cámara Nacional de Comercio,
Federación Nacional de la Industria y el Comercio, Asociación Comercial del Uruguay.

El Comité Nacional de Vigilancia Económica mostró su agrado, frente a la decisión


tomada por Terra en defensa de los intereses de la Nación, y como había surgido para
que los gobernantes rectificaran la marcha del país, antes de fin de ese año se disolvería
al darse por satisfecho con el nuevo rumbo que había adquirido el devenir
gubernamental.

Terra debería gobernar con el concurso de una Asamblea Deliberante que desempeñaría
funciones legislativas y con el asesoramiento de una Junta de Gobierno de nueve
miembros.

Se disolvieron los directorios de los entes autónomos, se redujo el número de sus


miembros a 3 o 5 según los casos.

La oposición fue desarticulada: algunos dirigentes fueron detenidos, otros se refugiaron


en embajadas. Solo Baltasar Brum, con su suicidio, marcó una voluntad de oposición
extrema, que no tuvo seguimiento.

Aunque hubo crímenes (el de Julio César Graguert, baleado por la policía y fallecido
pocos días después), destierros y cárcel, la dictadura no prohibió la actividad política ni
ilegalizó a ningún partido. Algunos la llamaron por ello “dictablanda”. Pero las
limitaciones a los derechos civiles, a la libertad de prensa y de reunión, fueron de
suficiente entidad como para que la conciencia liberal de buena parte de la ciudadanía
denostara al nuevo régimen.

La nueva Constitución: 1934.

El 25 de junio de 1933 se realizó la elección de los constituyentes que efectuarían la


reforma constitucional. Concurrieron a las urnas aproximadamente el 58% de los
ciudadanos habilitados para votar.

Participaron: herreristas, riveristas, colorados tradicionalistas y radicales, batllistas


“reformistas” (terristas), cívicos y comunistas.

Mientras tanto Terra gobernaba con una Junta renovada, hizo cambios en su gabinete, y
por decreto instaló una Deliberante reducida de 99 a 15 miembros, que popularmente se
denominó “La Comprimida”.

En noviembre se publicitó que la “Agrupación de Constituyentes Colorados” había


resuelto la fórmula Terra-Alfredo Navarro para el ejercicio de la futura Presidencia de la
República.

Terra aceptó la reelección aunque esta se encontrara prohibida por la Constitución de


1830 y 1917, debido a que era el único camino seguro para continuar con el proceso de
reforma.

El 21 de marzo de 1934 la Convención Nacional Constituyente proclamó la fórmula


presidencial Terra-Navarro para el período 1934-1938.

Para que los partidos políticos efectuaran la campaña electoral fueron restablecidas
algunas libertades.

El 19 de abril de 1934 se plebiscitó la nueva Constitución y se eligió a Terra-Navarro


para un nuevo período.

La Constitución de 1934 fue el fruto de una transacción entre los sectores que apoyaban
al gobierno de facto.
Reafirmó la fórmula republicano-democrática y neutral en materia religiosa. Amplió el
cuerpo electoral por la fácil naturalización de extranjeros y el reconocimiento de los
derechos políticos de la mujer, que establecía la ley de 1932.

Dedicó una sección a definir los derechos, deberes y garantís de los ciudadanos, así
como la obligación del Estado de proteger derechos sociales: a la familia, la maternidad,
la enseñanza, el trabajo, la vivienda, agremiación, huelga, seguros sociales, etc.

Abolió el bicefalismo del Poder Ejecutivo, y el Presidente de la República podía actuar


solo o en Consejo de Ministros para ciertos casos. Los Ministros eran nombrados por el
Presidente y 6 debían corresponder a la mayoría y 3 a la minoría mayor, cuando
contaran con respaldo parlamentario, o sea, con el apoyo de su sector político.

El Legislativo fue bicameral. La Cámara de Senadores con 30 miembros, se repartía en


15 a la lista más votada y otros 15 a la lista más votada dentro del lema que fuera
segundo.

Fue el rasgo más característico de toda la Constitución, y este Senado “del medio y
medio”, como popularmente se le llamo, se consideró como el precio pagado por Terra
a Herrera por su apoyo al Golpe de Estado. La Cámara de Representantes tuvo 99
miembros elegidos por representación proporcional.

Los Gobiernos departamentales se encomendaron a Intendentes y Juntas,


restringiéndose su facultad de crear impuestos.

Se crearon organismos de contralor de la gestión del Estado: Tribunal de lo


Contencioso Administrativo y Tribunal de Cuentas, y se incluyó en la Constitución a la
Corte Electoral, con la supervisión de la actividad electoral.

Los Entes Autónomos y Servicios descentralizados fueron regulados en su presupuestos


por el Ejecutivo y el Legislativo, respectivamente con 3 a 5 directores cada uno.

La Constitución consagró el acuerdo entre Terra y Herrera, desplazando a sus enemigos


dentro de cada partido tradicional.

Ley de Lemas.

El 31 de marzo había ahondado la división de los partidos tradicionales. Blancos y


colorados estaban a favor o en contra de la nueva situación.
No existía ahora un Partido en el poder, y otro en el llano. Existían sectores gobernantes
y sectores desplazados.

Por supuesto había matices, algunos utilizaban un lenguaje radical y otros que no
pasaban de ser tímidos.

Para resolverlo se dictó una serie de leyes. La primera de ellas, de 1934, resolvió
conceder el lema de cada partido a la mayoría de sus componentes. Esta disposición,
promulgada pocos días después de la elección y plebiscito nacionales, otorgó al
herrerismo y al terrismo los lemas del Partido Colorado Batllistas y Partido Nacional,
impidiendo su uso al nacionalismo independiente, al radicalismo blanco y las diversas
fracciones batllistas que se habían abstenido de concurrir a las urnas.

Otra, de diciembre de 1935, reconoció como personas jurídicas a los partidos políticos
propietarios del lema, cuyos fines no sean opuestos a la Constitución ni a las leyes de la
República, con la facultad de administrar y disponer de los bienes partidarios.

La tercera, aprobada en 1939, cuando gobernaba Baldomir, estableció el derecho del


sub-lema que pasaría a acumular sus votos al lema partidario.

Segunda Presidencia de Gabriel Terra.

Se ha sostenido que este período de gobierno se caracterizó por un conservadurismo


moderado y pragmático. El terrismo, que se consideró a sí mismo innovador y fundador
de una nueva época para el país, se movió entre realidades políticas y sociales,
nacionales e internacionales, que mellaron de entrada su ímpetu y pronto lo encauzaron
en una conducta de gobierno mesurada y prudente.

Quiso contemplar a los intereses económicos que lo habían respaldado para acceder al
poder y apoyó sucesivamente a los ganaderos, a los industriales, a la banca y empresas
extranjeras. Pero sin comprometerse a fondo con ningún sector y actuando más como
mediador y soporte de la iniciativa privada.

La crisis mundial lo obligó a recorrer el mismo camino que los demás países
latinoamericanos y aplicar las políticas que se hicieron comunes a todos los
dependientes del mercado mundial: intervencionismo estatal acentuado, política
industrial de sustitución de importaciones, proteccionismo, y todo ello a través de
susidios, aranceles, control del comercio exterior, de los cambios, de la moneda.
Hubo también influencias ideológicas del contexto internacional. Era la década en que
los conservadores del mundo se deslumbraban con las doctrinas del fascismo italiano y
el nazismo alemán. En la dirigencia política uruguaya que reclutaron algunos
simpatizantes, pero solo hubo pocas propuestas para imitar algunas instituciones o ideas
(el corporativismo, por ejemplo: la representación política de sectores económicos).

La Oposición al Terrismo.

Si bien amplios sectores de los partidos tradicionales y los dos partidos de izquierda
(Socialistas y comunistas) mantuvieron su oposición al régimen terrista, se hizo muy
difícil una concentración que uniera a todas las fuerzas opositoras.

Los sectores liberales se propusieron restaurar la situación anterior al Golpe,


recuperando el marco institucional abolido; los partidos de izquierda, y grupos radicales
de los tradicionales (Graguert, entre los colorados; Carnelli, entre los blancos) quisieron
sobre todo imponer reformas económicas y sociales que materializaran sus respectivos
programas de lucha. El acuerdo, aunque buscado, no se consiguió. La oposición había
programado para el 11 de agosto de 1934 un motín “Por la Libertad”. Simultáneamente,
una reivindicación salarial de los obreros de “El Día” desembocó en un conflicto, al
conseguir el apoyo del resto de la prensa y decretar la patronal gráfica el lock-out
empresarial.

Desde el diario terrista “El Pueblo”, se hizo público un acuerdo secreto que solidarizaba
en caso de conflicto obrero a la prensa oficialista y a la opositora mostrando que a las
patronales les interesaba más la defensa del interés económico que la bandera política
de su empresa periodística respectiva.

Tampoco se aliaron ni organizaron por encima de sus colores políticos, los grupos
liberales más numerosos de los partidos tradicionales: tanto el batllismo “neto” como el
nacionalismo independiente mantuvieron su estructura partidaria. Igual cosa hicieron los
partidos de izquierda: los comunistas, siguiendo una pauta mundial, no se aproximaron
a los socialistas hasta 1935, cuando propusieron crear un Frente Popular. Pero este no
fue aceptado por los socialistas, quienes propusieron a su vez una “Concentración
Democrática” que abarca a toda la oposición.

El movimiento obrero, golpeado por la crisis, poco pudo aportar a la tarea de


unificación cuando él mismo seguía dividido en tres centrales sindicales.
El panorama de la oposición, aunque inorgánica y poco eficaz, sin embargo, no
tranquilizó a las fuerzas que ahora dominaban al Estado: terrismo y herrerismo.

Política Económica.

La política económica del terrismo sería singular porque también lo era la situación del
mundo y del país. En lo externo hasta las naciones más libercambistas debieron adoptar
medidas proteccionistas, restrictivas, interviniendo el Estado en la defensa de la
producción interna, el restablecimiento del nivel ocupacional, o la fijación del valor de
la moneda.

El liberalismo económico y el patrón oro, naufragarían en las aguas de la crisis y la


depresión. El proteccionismo, el nacionalismo económico, el comercio cuotificado, el
trueque y las divisas, ocuparían la escena.

En lo interno había desocupación. La ganadería soportaba sobre sus espaldas las


consecuencias de dos crisis mundiales, sin absorber gente. La industria pugnaba por
aflorar en toda su potencialidad, aunque el dinero para pagar sus importaciones deberían
pagarlo con las exportaciones. La agricultura requería mano de obra pero también un
fuerte esquema protector para sobrevivir.

Había otro protagonista: el Estado Juez, Gendarme, pero también Empresario. Un


Estado al que la crisis había dotado de mayor poder de intervención. Un Estado que
había que tener prestado dinero a empresas privadas para cumplir con algunas de sus
obligaciones.

De ahí también el pragmatismo terrista: cíclica o simultáneamente se apoyaría a todos


los sectores para intentar salvar el aparato productivo del país.

Durante el terrismo primó la filosofía de detener el avance estatista en lo económico,


pero si bien tampoco se avanzó no se volvió al pasado.

El Estado apuntaló y respetó a la actividad privada. La adquisición por parte de ANCAP


y el Frigorífico Nacional de plantas fabriles ejemplifican hasta qué extremo se llevó en
este campo.

Sin embargo, en el caso del carbón, del fuel-oil, del portland, de los lanchajes, el Estado
se reservó para sí el abastecimiento para su propia demanda.
Organismos como ANCAP y el Frigorífico Nacional, que habían nacido para luchar
contra trust extranjeros, lograron ser neutralizados por estos.

El capital extranjero fue especialmente contemplado. Sin embargo, no logró acceder al


abasto de la carne de la capital, ni alcanzo a consumar el monopolio del transporte
urbano de Montevideo.

La construcción de la represa de Rincón del Bonete, a pesar de su demora, fue un paso


importante en la independencia económica del país.

La integración del directorio de la Administración Nacional de Puertos y del


Departamento de Emisión del BROU, a semejanza del corporativismo europeo,
demuestran la búsqueda de un modelo armónico de acción entre el Estado y grupos de
intereses que se vincularon en una suerte de Estado Patrimonial.

A fines de 1935 se le concedió el monopolio del suministro de leche a la población de


Montevideo en una cooperativa creada a su efecto: CONAPROLE.

Política Social.

Dentro del batllistmo, Terra se había incluido en el ala menos radical en lo social,
proclamando que el Partido Colorado, como partido de poder, no podían aceptar que se
crea que la mejora de la situación de los obreros va a ir más lejos que lo razonable.

Reformas sí, pero hasta cierto límite.

Uno de los artífices de la política social terristra fue el Dr. César Charlone, designado en
1933 Ministro de Trabajo. Charlone había desempeñado en la década del veinte la
dirección de la Oficina Nacional del Trabajo, redactando un proyecto de “Código de
Trabajo” influido por la legislación laboral que aconsejaba adoptar la Oficina
Internacional del Trabajo (O.I.T), dependiente de la Sociedad de Naciones con sede en
Ginebra.

El principal objetivo social del terrismo fue restablecer el nivel de actividad, en apoyo a
los sectores productivos y de intermediación. Para ello se utilizó el aparato estatal,
reduciendo la jornada laboral con disminución paralela de las retribuciones.

La caída del salario real estimuló la concentración del ingreso y la acumulación de


capital, acrecentando la rentabilidad empresarial, fundamentalmente en la industria. Y si
bien el decaimiento del poder adquisitivo tendía a reducir el consumo (y en
consecuencia las importaciones), sus consecuencias sobre agro e industria pudieron ser
compensadas, en algunos casos a través de la política proteccionista.

En cambio, para los sectores de ingresos fijos (asalariados, pasivos, ahorristas) implicó
una disminución en el nivel de vida, a pesar de la tarifación de algunos artículos de
primera necesidad y la homologación de la rebaja del 10% en los alquileres adoptada en
1931.

El Estado intento controlar la actividad sindical, reglamentar el derecho a huelga, tomo


medidas restrictivas sobre su uso, e intervino en las relaciones entre capital y trabajo.

Como saldo positivo, según Jacob, pueden computarse: la extensión del beneficio de
jubilación a nuevas actividades; la construcción de viviendas populares; el intento por
reconocer las penosas condiciones laborales de las mujeres y niños

En 1936 Terra dijo que la legislación obrera del país ya era muy avanzada, quedando
poco que realizar en este ámbito para los próximos gobernantes. Sin embargo, la
implantación en la década de los cuarenta de los Consejos de Salarios, las Asignaciones
Familiares, licencias anuales obligatorias, jubilaciones rurales, mostró que aún quedaba
mucho por hacer. Es que en 1933 se había producido un alto en la filosofía
redistributiva y reivindicatoria que había acompañado el avance de la legislación social
durante las primeras tres décadas del siglo XX.

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