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El concepto de libertad es, pues, sumamente complejo. Para entender adecuadamente algunas de sus
características hay que relacionarlo, por comparación o contraste, con algunos otros conceptos como:
albedrío, autonomía, deber, determinación, determinismo, indeterminismo, indiferencia, voluntad, y
algunos otros.
Algunos de los citados conceptos de libertad pueden combinarse con otros. En principio, podría
precederse a una sumaria clasificación de conceptos básicos, tales como: libertad en cuanto
autodeterminación; libertad en cuanto posibilidad de elección; libertad en cuanto ausencia de interferencia.
Ello obligaría, sin embargo, a descuidar algunos otros conceptos, a la vez que a repetir varios de los
tratados. Consideramos más adecuado poner de relieve algunos de los conceptos capitales de libertad
que se han manifestado a través de la historia de la filosofía desde los griegos y preceder este bosquejo
histórico con algunas consideraciones de vocabulario.
El vocablo latino libert, del cual deriva "libre", tuvo al principio el sentido de "persona en la cual el espíritu
de procreación se halla naturalmente activo", de donde la posibilidad de llamar líber al joven cuando, al
alcanzar la edad del poder procreador, se incorpora a la comunidad como hombre capaz de asumir
responsabilidades. Recibe entonces la toga virilis o toga libera. En este sentido el hombre libre es el que
es de condición no sometida o esclava. De ahí varios significados ulteriores: se es libre cuando se está
"vacante" o "disponible" para hacer algo por sí mismo. La libertad es entonces la posibilidad de decidirse y,
al decidirse, de autodeterminarse. Pero como el sentido de 'libre' comporta el sentido de no ser esclavo, la
liberación a que se refiere el ser libre puede referirse a muchas cosas, entre ellas, por ejemplo, a las
"pasiones". Cierto es que la libertad en el sentido apuntado conlleva la idea de una responsabilidad ante sí
mismo y ante la comunidad: ser libre quiere decir en este caso estar disponible, pero estarlo para cumplir
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con ciertos deberes. Ya desde un comienzo, pues, la noción de libertad parece apuntar a dos direcciones:
una, la de un poder hacer; la otra, la de una limitación. En subsiguientes concepciones de la libertad se
han introducido muchas características que no figuran en el significado "originario", pero la presencia de
dos direcciones en un mismo concepto sigue siendo muy común.
Consideremos ahora, en orden aproximadamente histórico, varias concepciones básicas. Los griegos
usaron el término en un sentido parecido al que tenía líber entre los romanos. El hombre que es libre es,
en efecto, libre en el sentido de no ser esclavo. El hombre libre posee, pues, libertad, y también libertad
de espíritu. Ahora bien, tan pronto como se comenzó a analizar el significado de libertad se vio que este
vocablo podía significar o "libertad en cualquier sentido", que es lo mismo que decir "libertad en todos los
sentidos", o "libertad en un sentido determinado". La noción de libertad en todos los sentidos es
demasiado amplia para que pueda ser usada sin tropiezos.
Parece mejor, pues, estudiar por lo pronto en qué sentidos primarios puede entenderse la noción de
libertad. Pueden distinguirse los sentidos siguientes:
2. Libertad natural
Una libertad que puede llamarse "natural" y que, cuando es admitida, suele entenderse como la posibilidad
de sustraerse (cuando menos parcialmente) a un orden cósmico predeterminado e invariable, el cual
aparece como una "coacción" o, mejor dicho, como una "forzosidad". Este orden cósmico puede
entenderse o puede ser concebido como el orden de la Naturaleza en tanto que en ésta todos los
acontecimientos están estrechamente imbricados. En este caso —cuando el orden cósmico es el "orden
natural"—, el problema de la libertad se plantea de otro modo: se trata de saber entonces hasta qué punto
y en qué medida un individuo puede (caso, por lo demás que "deba") sustraerse a la estrecha imbricación
interna, o supuestamente interna, de los acontecimientos naturales. Varias respuestas se dieron a este
problema, de las cuales mencionaremos solamente una. Según algunos, todo lo que pertenece al alma,
aunque también "natural", es "más fino" y "más inestable" que lo que pertenece a los cuerpos. Por
consiguiente, puede haber en las almas movimientos voluntarios y libres a causa de la mayor
indeterminación de los elementos de que están compuestas. Según otros, todo lo que pertenece al orden
de la libertad pertenece al orden de la razón. Solamente es libre el hombre en cuanto ser racional y
dispuesto a actuar como ser racional. Por tanto, es posible que todo en el cosmos esté determinado,
incluyendo las vidas de los hombres. Pero en la medida en que estas vidas son racionales y tienen
conciencia de que todo está determinado, gozan de libertad. En esta concepción, la libertad es propia
solamente del "sabio"; todos los hombres son, por definición, racionales, pero sólo el sabio lo es
eminentemente.
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comunidad, sea como sociedad o bien como Estado. Aunque se reconozca que todo individuo es miembro
de una comunidad y aunque se proclame que se debe a ésta, se le permite abandonar por un tiempo su
"negocio" para consagrarse al "ocio" (es decir, al "estudio") para de este modo poder cultivar mejor su
propia personalidad. Cuando en vez de permitírsele al individuo disfrutar de dicho ocio, el individuo mismo
se lo toma como un derecho, entonces su libertad consiste o va en camino de consistir en una separación
de la comunidad, acaso fundada en la idea de que hay en el individuo una realidad, o parte de una
realidad, que no es estrictamente hablando "social", sino plenamente "personal".
6. La libertad en Aristóteles
Especialmente importantes son al respecto las ideas de Aristóteles. En este autor encontramos, entre
otras, una concepción de la libertad en la cual se coordinan de alguna manera el orden natural y el orden
moral. La principal razón de esta coordinación se halla en la importancia que adquiere la noción de fin o
finalidad. En efecto, como todos los procesos tienen un fin al cual tienden "naturalmente", también el
hombre tiende "naturalmente" a un fin, el cual puede resumirse en una palabra: "felicidad". Ahora bien, el
hombre no tiende a este fin del mismo modo que los procesos naturales tienden a sus fines. Característico
del hombre es el poder ejercer acciones voluntarias. Según Aristóteles, las acciones involuntarias son las
producidas por coacción o por ignorancia; las voluntarias son aquellas en las que no hay coacción ni
ignorancia. Estas últimas se aplican a las acciones morales, pero con el fin de que haya una acción moral
es menester que junto a la acción voluntaria —libertad de la voluntad— haya una elección -libertad de
elección o libre albedrío-. Estas dos formas de libertad se hallan estrechamente relacionadas en cuanto
que no habría libertad de elección si la voluntad no fuese libre, y ésta no sería libre si no pudiese elegir,
pero puede distinguirse entre ellas, cuando menos como dos "momentos" de la libertad.
Aristóteles reconoció que la noción de libertad, y especialmente la de libertad de elección, ofrece algunas
paradojas. Por ejemplo, si un tirano nos fuerza a cometer un acto malo (por ejemplo, asesinar a nuestro
vecino) amenazándonos con represalias (por ejemplo, con la muerte de un hijo propio) caso de no
obedecerle, estamos entonces obligados a hacer algo a la vez involuntariamente (porque no queríamos
hacerlo) y voluntariamente (porque hemos elegido, a pesar de todo, hacerlo). Pero no obstante estas
paradojas, Aristóteles creyó que podía argüirse razonablemente en favor de la libertad en las dos citadas
formas, especialmente en tanto que ligó la libertad en cualquier forma a la operación de la razón. Como la
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mayor parte de los griegos —con excepción de los sofistas y de algunos escépticos—· Aristóteles
consideró que un hombre que conoce el bien no puede dejar de actuar de acuerdo con él. Lo único que
puede suceder es que no nos dejen actuar — que, por ejemplo, alguien que no conoce el bien (como el
tirano antes mencionado) nos fuerce a actuar según el mal. Pero en la medida de lo razonable, la
actuación libre en favor del bien predomina siempre, porque no se supone que el hombre esté en ningún
sentido radicalmente "corrompido". Así, la "causalidad propia" y la autodeterminación en que se fundan
algunas nociones griegas de la libertad están siempre ligadas a una finalidad y esta finalidad es
comprendida siempre por medio de una consideración racional.
La mayor parte de las cuestiones acerca de la libertad humana en sentido cristiano fueron debatidas y
dilucidadas por San Agustín. San Agustín distingue entre libre albedrío como posibilidad de elección y
libertad propiamente dicha (libertas) como la realización del bien con vistas a la beatitud, si no la beatitud
misma. El libre albedrío está íntimamente ligado al ejercicio de la voluntad, cuando menos en el sentido de
la "acción voluntaria". En efecto, la voluntad puede inclinarse, y sin el auxilio de Dios se inclina hacia el
pecado. Por eso el problema aquí no es tanto el de lo que podría hacer el hombre, sino más bien el de
cómo puede el hombre usar de su libre albedrío para ser realmente libre. No basta, en efecto, saber lo que
es el bien: es menester poder efectivamente inclinarse hacia él. Ahora bien, junto a esta cuestión, y en
estrecha relación con ella, hay la cuestión de cómo puede conciliarse la libertad de elección del hombre
con la presciencia divina. Según San Agustín, son conciliables. Que el hombre posee una voluntad y que
se le mueve a esto o aquello, es una experiencia personal indiscutible. Por otro lado, Dios sabe que el
hombre hará voluntariamente esto o aquello, lo que no elimina que el hombre haga voluntariamente esto o
aquello. Lo cual no explica, según San Agustín, lo que puede llamarse "el misterio de la libertad", pero
aclara por lo menos que la presciencia de Dios no equivale a una determinación de los actos voluntarios
de tal suerte que los convierta en involuntarios.
Para Santo Tomás el hombre goza de libre albedrío o libertad de elección. Tiene también, naturalmente,
voluntad, la cual es libre de coacción, pues sin ello no merecería este nombre. Pero el estar libre de
coacción es una condición y no es toda la voluntad. Es menester, en efecto, que algo mueva la voluntad.
Ello es el intelecto, el cual aprehende el bien como objeto de la voluntad. Parece de este modo que la
libertad quede eliminada. Pero lo que ocurre es que no se reduce al libre albedrío; la libertad propiamente
dicha es asimismo lo que se ha llamado luego una "espontaneidad". Ésta consiste en seguir el movimiento
natural propio de un ser, y en el caso del hombre consiste en seguir el movimiento hacia el bien. Así, no
hay libertad sin elección, pero la libertad no consiste únicamente en elegir, y menos todavía en elegirse
completa y absolutamente a sí mismo: consiste en elegir algo trascendente. En esta elección para la cual
el hombre usa del libre albedrío, puede haber error. Puede, en efecto, elegirse mal, o, lo que viene a ser lo
mismo, elegirse el mal. Y si el hombre elige por sí mismo y sin ayuda ninguna de Dios, elegirá ciertamente
el mal. De este modo se afirma que hay libertad de elección completa, ya que tal libertad es, como indica
Santo Tomás, "la causa de su propio movimiento, ya que por su libre albedrío el hombre se mueve a sí
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mismo a obrar". La teoría de la libertad de Santo Tomás, en gran parte fundada en Aristóteles, se mueve
dentro de un horizonte "intelectualista".
También han sido abundantes los debates en torno a la noción de libertad en el siglo XX. Destacaremos
aquí solamente un modo de considerar esta noción: la del existencialismo. Sartre analiza la libertad como
condición de la acción, y afirma asimismo que sólo hay libertad en la decisión; la libertad es un hacer que
realiza un ser. La libertad es, en todo caso, integral, porque compromete al hombre mismo en tanto que
ser distinto de todos los entes. Así, la libertad existe, en tanto que "actuamos como somos y en tanto que
nuestros actos contribuyen a hacernos".
Ortega y Gasset ha señalado que el hombre está forzado (no necesariamente "condenado") a ser libre.
Ello equivale a decir que el hombre es causa de sí mismo en un sentido muy radical, pues como causa de
sí mismo el hombre no solamente se elige a sí mismo, sino que elige qué sí mismo va a causar.
En todo esto hay una indestructible parte de verdad, en cuanto se afirma que nadie puede imponerme mi
propio destino, mis propias convicciones y mis propias y subsiguientes decisiones y elecciones. En este
sentido estamos de acuerdo con el liberalismo y, en general, con quien defiende la autonomía moral del
hombre. Asimismo, considera que si una persona posee una razonable cantidad de sentido común y
experiencia, su propio modo de disponer de su existencia es el mejor, no porque sea el mejor en sí mismo
sino porque es el suyo. Este modo liberal de entender la libertad tiene una considerable cantidad de ventajas,
que todos defendemos ardorosamente, pero también algunos indudables inconvenientes. Entre ellos cabe
mencionar los resultados que a, largo plazo, desembocan en lo que podríamos llamar patologías de la
libertad: desde un creciente individualismo en su ejercicio hasta el relativismo y el permisivismo moral. El
error, a nuestro juicio, consiste en no aceptar un marco previo a mis propias decisiones prácticas, pensar
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que las reglas de juego de lo que es bueno o malo pueden ser establecidas de modo privado o individual y
en afirmar que la libertad consiste en poder elegir lo que uno quiera, siendo uno mismo la propia regla de
elección. Cuando se desvincula el uso de la libertad de unos principios comunes y universales, se corre el
riesgo de que la libertad sólo obedezca a los impulsos.
Es interesante añadir dos agudas observaciones de Max Scheler. La primera consiste en la conveniente
distinción entre la vivencia (experiencia) de la libertad y la realidad de la libertad, porque no
necesariamente coinciden. La intensa y eufórica sensación de libertad es muy engañosa y suele
corresponderse a una libertad mínima y superficial. El ejemplo al que acude Scheler es el de la niña frívola,
la “hija de papá”, que vive desahogadamente, goza de su juventud, no tiene mayores compromisos, hace lo
que quiere y cuando quiere, y se pasa en bridge parties, cocktails parties y social parties. Sin duda goza de
una ardorosa vivencia de la libertad, pero la realidad de la misma es escasa, y carente de motivaciones
profundas, es una mera veleta movida por los vientos de sus impulsos y caprichos.
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aplica para la libertad de comprar una casa. Somos libres para viajar, pero si queremos ir a otro país
necesitamos un pasaporte.
Usando estos ejemplos podemos decir que tenemos la libertad “de” (libertad negativa) comprar una casa y
la libertad “para” (libertad positiva) elegir la que queramos. Tenemos la libertad “de” (libertad negativa)
viajar al extranjero y tenemos la libertad “para” (libertad positiva) hacerlo al país que queramos.
Cuando se afirma «yo soy libre» (y con ello se trata de defender que se es dueño y responsable de los
propios actos y, por tanto, se pueden defender con razones) se está hablando de un tipo muy concreto de
libertad, vinculado a la ética y condición de la acción moral. Sin embargo, la libertad que da como
resultado un sujeto éticamente responsable no debe confundirse con otro tipo de libertades más o menos
afines, pero que solemos encontrar enmarañadas.
La libertad individual implica que, en una sociedad, existe el reconocimiento de que el hombre nace libre y
dotado de inteligencia y voluntad (dimensión interna de la libertad. Sin embargo, está restringida por la
libertad jurídica, la cual pertenece al ámbito del derecho y de las leyes, por lo que su aplicación y
cumplimiento es algo externo al hombre.
En la Modernidad, sobre todo a partir de la Revolución francesa, se recupera la noción de libertad y, como
consecuencia, el concepto de responsabilidad. Así, a partir del siglo XVII, la libertad va a ser entendida en
dos sentidos fundamentales: como independencia individualista y como autonomía. Mientras que el
primero sirve de base a las modernas formas de organización política y económica (por ejemplo, el
liberalismo), el segundo defiende la capacidad de elección que el ser humano posee gracias a su
razón. Esta segunda acepción servirá de fundamento para la moral en las reflexiones éticas
posteriores.
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11. Las cuatro condiciones de la libertad
Ahora bien, el rechazo de todos estos conceptos de libertad no equivale a desconocer que cada uno de
ellos tiene un aspecto positivo. La verdadera y auténtica libertad deberá surgir, por consiguiente, de la
acentuación de lo que haya de positivo en cualquier noción de ella. De ahí las siguientes conclusiones de
N. Hartmann:
a) La antinomia causal muestra que debe haber una libertad positiva (efectiva y real, de una especie
particular, posible de llevarse a cabo) y que no sea simple disponibilidad ni indeterminabilidad, sino
determinación.
b) El factor determinante no debe hallarse fuera del sujeto; es decir, debe proceder y ser llevada a cabo
por el sujeto.
c) El factor determinante no debe radicar tampoco de manera indefinidamente "profunda" en el sujeto.
Debe permanecer en su capa consciente. De lo contrario, no habría libertad moral. La libertad debe
estar no más allá ni más acá de la conciencia, sino en la conciencia.
d) Debe haber libertad en dos sentidos: no basta que haya libertad frente a la regularidad de la
Naturaleza, sino que debe haberla frente a los principios morales y frente al deber ser — sea un
imperativo o bien los valores.