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SALVACION
ESCATOLOGIA
0.- PRESENTACION
Como todos los tratados teológicos que hasta hoy hemos visto en la Escuela
de Ministerios Laicales y del Diaconado permanente, el estudio de la
Escatología, no pretende ser un curso, donde se agote todo lo respectivo a la
vida del cristiano en el tiempo y la consumación en la historia de la salvación.
Sin quitar el dedo en la llaga de que cada cristiano tiene que dar “razón” de
su fe, y que por ende, debe, profundizar en lo que cree y vive. Este manuela
pretende y invita a la profundización de este tema, con más dedicación y
esmero, en una escucha atenta a la Palabra, con un dialogo inteligente con el
Señor, para lograr un descernimiento comunitario de lo que será el futuro de
nuestra experiencia de fe. ¿Consumación? ¿Destrucción? ¿Cambio de época?
¿Final de los tiempos? ¿Qué hay más allá de la muerte? ¿Habrá vida eterna?
¿resucitaran los muertos?
CAPITULO I
La muerte
El juicio
El cielo
Y el infierno
Sin embargo, hay que tener en cuenta que hay una gran diversidad de
“modos de ver”: cosmovisiones; que niegan este sentido de la historia. En lo
último se hace presente no solo el extremo final, sino la realidad entera. Es
2
Cfr. Si (Eclo) 7,36: “En todo lo que hagas ten presente tu final, y así nunca pecaras”.
en la escatología donde la realidad se revela de modo inconfundible en esta
doble dimensión: presente y futuro; inicio y final.
3
J. José Alviar, Escatología, Gunsa, 2ª. Edición, pág. 20: la historia concebida como un desplegarse dotado de
orientación y sentido. No a-direccionales o cíclica.
4
La raíz de la palabra griega telos significa primariamente “ponerse en marcha hacia un punto o meta
preciso” y su significado usual admite en castellano varias traducciones posibles: una de ellas es la de “fin”,
traducción que, al mismo tiempo, abarca varios conceptos: a) Fin en cuanto último elemento de una serie de
cosas o sucesos; b) Fin entendido como termino, es decir, el limite en el cual algo deja de existir, el cese de
un acto o de un estado; c) Fin en cuanto conclusión o resolución de algo, como finalidad, objetivo, meta
propósito.
Es importante recordar que la fe cristiana posee además una dimensión
teológica y trascendente. La fe concibe la historia como iniciada por una libre
y amorosa decesión de Dios, que crea. Esta igualmente convencida de que
este Dios tiene proyectado para el hombre y el mundo una meta final, que no
es un simple acabarse, sino más bien un final feliz, consistente en una
autentica plenitud o consumación. Por lo tanto el creyente no puede ver el
tiempo como el simple tictac del reloj, sino como una sucesión de pasos hacia
la plenitud. Para él, no debe existir el pasar aséptico del tiempo, sino una
dirección de fondo y un sentido último de los acontecimientos.
Por lo tanto, hay que notar que existe un tiempo intermedio entre la primera
y la segunda venida, una era de “anticipación” y “expectación”. No se trata
exactamente del “fin de los tiempos”, según la concepción judía, sino mas
bien del “tiempo del fin” o “los últimos días”: la era de salvación
sustancialmente inaugurada por Cristo, pero pendiente aún de acabamiento.
En este tiempo intermedio, el creyente pude gozar ya de los bienes de
salvación, pero a la vez anhela su realización más completa. La tensión entre
el “ya” y el “todavía no”5, caracteriza profundamente el ánimo del creyente,
hasta el punto de constituir un aspecto definitorio del ser cristiano.
5
Cfr. O. Cullmann, Cristo y el tiempo, Barcelona 1968.
explique lo escatológico, es decir, el problema de la definitividad en la
historia. Es sabido que el hombre no ha logrado mirar la historia con
imparcialidad hasta relativamente tarde. De ahí una serie de interpretaciones
sobre el fin del mundo o del juicio final.
Significación de la Parusía
6
La palabra apofatismo se deriva del verbo apofasko = apófemo, que significa "negar”. Ordinariamente se
refiere a la teología por «teología apofatica” se entiende aquella vía teológica que procede por medio de
negaciones, negándose progresivamente a referir a Dios los atributos sacados del mundo sensible e
inteligible, a fin de acercarse a Dios -que está más allá de todas las cosas creadas y de todos los
conocimientos relativos a ellas-, trascendiendo todo conocimiento y todo concepto. Por ejemplo en Éxodo
(33,2023), donde Dios dice a Moisés: «No podrás ver mi cara, porque quien la ve no sigue vivo”. Dios hace
pasar su gloria mientras cubre con su mano a Moisés, que permanece oculto en un agujero de la roca;
cuando Dios levanta su mano, Moisés lo ve de espaldas, sin haber podido ver su cara.
Es claro entonces que en el conjunto entendido de todas estas características
esenciales podremos entender mejor lo que es “verdaderamente la
escatología Cristiana”.
Capítulo II
LA HISTORIA DEL TRATADO DE LA ESCATOLOGÍA
7
El Pastor de Hermas, ofrece una explicación del tiempo en Sim. 9,5,1.
8
Novísimos es el campo de la teología que trata de las "cosas últimas": cuatro etapas: muerte, juicio, infierno
y gloria por las que ha de pasar el ser humano.
9
Para más detalles, Cfr. C. POZO, Teología del mas allá Madrid 1980 (2ª. Ed.), pág. 352. ,
Otros temas escatológicos explicados en ese tiempo, no menos importantes
son: el anticristo10, la parusía, el fin del mundo, el juicio, la retribución
eterna11; el Reino milenario12; el destino humano después de la muerte13.
A lo largo de esta época encontramos dos polos entre los que oscila la
reflexión creyente por un lado, la pregunta por el destino del universo y de
la humanidad como colectividad y, por el otro, la pregunta por el destino
final de los seres individuales en líneas generales, podemos afirmar que con
el paso del tiempo, se va perdiendo el interés por la primera pregunta y se
empieza a dar una concentración mayor de reflexión por la segunda.
10
Cfr. SAN HIPOLITO, De Antichristo
11
Cfr. LACTANCIO, Divinae institutiones; VII; SAN AGUSTIN, De civitate Dei, XIX-XXII
12
Cfr. TERTULIANO, Adversus Marcionem, III, 24; Apologeticum, 48
13
Cfr. TERTULIANO, De anima, 58; SAN GREGORIO DE NISA, De anima et resurrectione.
14
Cfr. De principiis, obra que esta considerada como el primer intento de elaborar un tratado teológico
sistemático, sobre el tema. Su aportación más relevante a la escatología, es haber proporcionado una visión
global de la historia salvífica.
El retraso de la parusía y el debilitamiento de su próxima expectación planteo
un problema específico, a los padres de la Iglesia, en relación a su
interpretación, se distinguen cuatro rasgos característicos: el primero aparece
en la carta de Bernabé y en Clemente de Alejandría. En ellos, el concepto de
parusía se refiere al presente15.
Con esto se inicia una evolución que será determinante para la teología
posterior. “la escatología se convierte en un tratado sobre las postrimerías…
que se desplazara muy pronto, incluso formalmente, al final de los grandes
símbolos de fe. “Creo en la resurrección de los muertos y el mundo futuro”.
15
Según la carta de Bernabé, este mundo es vanidad; por su maldad, ha perdido la razón de ser. Lo único que
cuenta es la presencia del Mesías: “su presencia….comunica los dones de un espíritu superior y, gracias a
ellos, la superación del mundo y la participación en un mundo eterno que vendrá en un inmediato futuro. La
parusía de la presencia mesiánica significa, por tanto, la presencia personal del único objeto digno de
consideración, que es la fuente de una vida espiritual superior, sobrenatural, que será plena realidad en un
próximo futuro, pero ya presente como segunda creación”
16
Sobre todo con los apologetas greco-romanos y otros análogos. ( Aristides, Justino, Tertuliano, Pastor de
hermas, etc.
fin, sino su dilación. Por lo que se empieza a hacer una interpretación del
retraso de la parusía como una dilación operada por Dios.
Justino escribe: “En atención a la delicada semilla del cristianismo, que Dios
considera como fundamento de la conservación de la naturaleza, se retrasa el
final y la destrucción del mundo entero, que significaría el fin de todos los
malos, ángeles, demonios y hombres. De no ser así, tampoco vosotros
podríais, seguir obrando de esa manera, dejándoos utilizar por los malos
espíritus; habría descendido el fuego del juicio para acabar implacablemente
con todas las cosas como en tiempos del diluvio, que solo dejo con vida a Noé
y a los suyos”17.
18
Visión cosmológica de Clemente de Roma)
19
Pensamiento de Arístides, Justino y el Pastor de Hermas.
20
Cfr. 10,37)
21
Cfr. 3,8-12)
22
San Ignacio de Antioquia es el primero en la literatura cristiana que relaciona la parusía con el nacimiento
histórico de Jesús.
escatológica pase de la soteriología o cristología a la parénesis y a una
concepción histórico – mitológica preocupada por los eones.
Por otra parte, la escatológica de los sirios se caracteriza sin duda por el
hecho de que introdujeron sus ideas sobre la parusía en el pensamiento
trinitario.
23
Las ultimas cosas
24
La época Patrística no tenia esa tendencia sistemática, era una preocupación pastoral, abordada en las
reflexiones, cartas, meditaciones y homilías.
25
En su libro Prognosticom futuri saeculi.
Sin embargo, esto no significa, que se vea totalmente postergada la
escatología universal en la visión cristiana. Existen muchos escritos de la
época donde se pueden detectar una sensibilidad hacia el carácter
“teleológico” de la historia, y la convicción de que un clímax aguarda al
hombre y al mundo.
Por otra parte, Pedro de Poitiers expone los sacramentos como camino que
conduce a los miembros de la Iglesia al lugar al que han sido precedidos por
la cabeza26.
26
Cfr. Setentiarum libri; V, cap. I
27
Cfr. W. KAHLES, Geschichte als Liturgie. Die Geschichtstheologie des Rupertus Von Deutz, Münster 1960,pp.
7-8
La época de la escolástica tardía significo para la escatología, como para
muchos otros ámbitos de la teología, un indiscutible estancamiento. Cayó
en una inútil acumulación de cuestiones artificiales, en parte debido a
que las afirmaciones escatológicas tendían a ser expresadas mediante los
conceptos médicos y científicos de la época. Además, se fueron olvidando
aquellas perspectivas que eran esenciales y típicas de la teología
medieval. Con la reforma, empezó a abrirse paso un cambio de dirección,
caracterizado por una fuerte tensión apocalíptica, por la vuelta
consciente al texto bíblico y un extraordinario interés teológico.
CAPITULO III
EL LENGUAJE ESCATOLÓGICO EN LA BIBLIA28
28
Hay varios estudios sobre la escatología que nos detallan paso por paso de los libros de la Sagrada
Escritura sobre el esjaton: la Escatología. Por razón de nuestro estudio, trataremos el tema de manera
general tomando solamente dos géneros literarios que nos ayuden a entender el tema de nuestro curso de
una manera ágil y breve. Podemos consultar para profundizar el Volumen V de Mysterium Salutis, Manual de
Teología como historia de la Salvación.
¿Con que palabras se puede describir un mundo nuevo?: los nuevos cielos y
la nueva tierra?, ¿Cómo expresar adecuadamente la plenitud sobrenatural
que Dios tiene reservadas para sus criaturas?
Para dar una respuesta adecuada la biblia utiliza géneros especiales para
hablar del futuro preparado por yahveh para su pueblo. En primer lugar se
halla la profecía. Este modo de hablar, que surge pronto en la historia de
Israel, se consolida progresivamente como vehículo privilegiado de expresión
de las promesas divinas. Se caracteriza por: La promesa de una acción futura
de dios a favor de su pueblo, trayendo la salvación definitiva; El recurso a
expresiones elocuentes (<<corazón nuevo>> [Ez 36,26]; <<nueva alianza>> [Jr
2,1-4,4;31,31-34]; nuevo Éxodo [Is 43,18-19]) para expresar con fuerza la
novedad absoluta e irrevocable que traerá la intervención divina; Una vena
exhortativa, que advierte a los hombres que la salvación anhelada vendrá en
la medida en que ellos sepan responder ahora a la invitación a la conversión.
Con el paso del tiempo, nace del profetismo una corriente especial: la
apocalíptica. Aun teniendo muchos puntos en común con la profecía, el
género apocalíptico posee características propias29: La pretensión de
remarcar el hiato entre la historia presente y el eón futuro; El recurso
frecuente a visiones y descripciones de fenómenos cósmicos y catástrofes,
para expresar que la actuación final de Dios deshará el orden actual
imperfecto de las cosas; Una finalidad parenética, de consolar a los fieles
perseguidos, despertar a los impíos y promover la constante vigilancia por
parte de todos; Una nota de inminencia en las referencias a la actuación de
Dios, que hace muy acuciante la llamada a la conversión.
30
La palabra apofatismo se deriva del verbo apofasko = apófemo, que significa "negar”. Ordinariamente se
refiere a la teología por «teología apofatica” se entiende aquella vía teológica que procede por medio de
negaciones, negándose progresivamente a referir a Dios los atributos sacados del mundo sensible e
inteligible, a fin de acercarse a Dios -que está más allá de todas las cosas creadas y de todos los
conocimientos relativos a ellas-, trascendiendo todo conocimiento y todo concepto. Por ejemplo en Éxodo
(33,2023), donde Dios dice a Moisés: «No podrás ver mi cara, porque quien la ve no sigue vivo”. Dios hace
pasar su gloria mientras cubre con su mano a Moisés, que permanece oculto en un agujero de la roca;
cuando Dios levanta su mano, Moisés lo ve de espaldas, sin haber podido ver su cara.
El intelecto humano ha de reconocer una doble dificultad a la hora de
meditar los misterios escatológicos:
CAPITULO IV
LA CRISTOLOGÍA COMO ESCATOLOGÍA.
La cristología no puede limitarse a tratar globalmente el acontecimiento de
Cristo. Sus elementos esenciales han sido siempre la muerte y la resurrección
de Jesús. Ambos acontecimientos constituyen la vertiente escatológica de la
cristología. De hecho, la cristología siempre ha practicado una reflexión
escatológica apropósito de la cruz y de la resurrección de Jesús. Por
consiguiente, consideramos que el contenido de la escatología se resume y
condena en la formula de la muerte y de la resurrección, veremos que el
núcleo de la cristología es de la naturaleza escatología. Antes de afrontar las
objeciones que podrían surgir de la respuesta simplificación de la temática
escatológica, nos referimos al profundo significado que esta perspectiva
asuma de la escatología para el hecho de la muerte y resurrección de Jesús.
33
Cf. A. ahlbrecht, Tod und Unsterblichkeit in der evangelischen theologie der Gegenwart (Paderborn 1964);
L. Boros, Mysterium Mortis (olten 1967); G. Girardi, El marxismo frente al problema de la muerte:
<<Concilium>> 94 (1974) 131-136; Greshake, hacia una teología del morir: <<concilium>>94 (1974) 76-94; R.
Guardini, Das (Stuttgart 1971); J. Pieper, Tod und Unsterblichkeit (Munich 1968); K. Rahner, Sentido
Teo9logico de la muerte (Barcelona 1969); idem, La vida de los muertos, en Escritos IV, 441-449; idem, Sobre
el morir cristiano, en Escritos VII (Madrid 1969)297-304; idem, Zu einer Theologie des Todes, en Dogma und
verkündigung (Munich 1973) 281-294; G. Schunack, Das hermeneutische Problem des Todes. Im Horizont
von Römer 5 untersucht (Tubinga 1967); H. Volk, Das christliche Verständinis des Todes (Münster 1957).
34
Cf. A. Winklhofer, Escatologia, en CFT, I (ed. Cristiandad, Madrid 1979 ) 427-436.
admitir, incluso argumentado tradicionalmente, una concentración de la
escatología en la muerte y resurrección.
35
Cf. K. A. Bauer, Leiblichkeit – das Ende aller Werke Gottes. Die Bedeutung der Leiblichkeit des Menschen
bei Paulus (Gütersloh 1971) 89-106;G. Greshake, Auferstehung der Toten (Essen 1969) 274-288; P. Hoffmann,
Die Toten in Christus. Einereligionsgeschichtliche und exegetische Studie zur paulinishen Eschatologie
(Münster 1966); P. Stuhlmacher, Erwägunge zum Problem der Gegenwart und Zukunft in der paulinischen
Eschatologie: ZThK 64 (1967) 342-350; U. Wilckens, Zur Eschatologie des Urchristentums. Bemerkungen zur
Deutung der jüdish-unchristlichen Überlieferung bei Hans Blumenberg, en J. H. Birkner/D. Rösseler (eds.),
Beiträge zur Theorie des neuzaitlichen Christetums (Berlin 1968) 127-142.
La idea de la resurrección de los muertos no estaba universalmente extendida
ni reconocía entre los antiguos. Se encontraba con el rechazo del
pensamiento griego y también con el de ciertos sectores judíos. El
pensamiento griego rechazaba la resurrección de la carne mientras no tenia
especiales dificultades en admitir cierta supervivencia del alma espiritual,
como quiera se la imaginase. Por ello, era propenso a evitar el escándalo de la
resurrección de Jesús recurriendo a una interpretación mitologizante. Los
judíos piadosos, por su parte, entendían la resurrección de los muertos en
sentido estrictamente escatológico y universal. En este contexto, hablar del
acontecimiento histórico y físico de la resurrección de uno solo constituía un
hecho sin precedentes y, lo que es más, un ataque a la escatología judaica. En
realidad, la privaría de sus rasgos característicos reduciéndolos a un
enunciado histórico acerca de un solo individuo, destruiría el carácter
escatológico universal de la resurrección de los muertos la afirmación de que
el Jesús crucificado había resucitado de entre los muertos debía de sonar a
los oídos de hebreos como una ilícita individualización mitologización de los
ésjata.
37
D. Wiederkehr, op. Cit; 44 S.
mediante la consiente identificación de Jesús con la esperanza del reino de
Dios que el vincula a su propia persona. Hasta qué punto se realiza en Jesús la
unidad de escatología esencial y existencial queda patente ante todo sus
parábolas y alegorías, tomadas de la realidad concreta, y también en los
signos y milagros. Su identificación con el ideal del reino de Dios de ningún
modo lleva a Jesús a constituirse en usurpador y dueño de dicho reino. Tanto
la venida del reino como los que de hecho tendrán parte en el son realidades
totalmente abiertas en este marco debemos situar también la muere y de
resurrección de Jesús, que son la más radical expresión del carácter oculto e
inexorablemente indisponible del reino de Dios <<la dimensión de lo
escatológico, esa consumación histórica que realizara Dios mismo no
constituye un simple tema de la predicación de Jesús, sino que es la
dimensión que define la persona misión del propio Jesús. Antes de cualquier
otra determinación ontológica de Jesús, es precisamente el horizonte de esta
realidad escatológica en el que le define en su autentica significación: Jesús
mismo pasa ha ser el contenido del mensaje anunciado y acontecimiento de
Dios que el introduce de modo que lo uno no puede ser entendido
rectamente sin lo otro. En definitiva el decisivo carácter escatológico del
propio Jesús significa que con el ya ha sido introducido en el mundo futuro de
Dios>>38.
38
D. Wiederkehr, op. Cit; 49 S.
con Dios haya su realización insuperable en la fe <<fe de Jesús>> 39. Una fe de
acuerdo con el ésjaton se alimenta de una certeza que, en última instancia,
solo puede brotar con una existencia sostenida por Dios. Es una fe que puede
abrirse cada vez más al futuro, porque tienen junto así y ante si
<<solamente>> a Dios. En su simplicidad radicalismo, participa de la
omnipotente fuerza de Dios, y a la que deja actuar sin obstáculo alguno. Tal fe
no tiene nada de abstracto o de teórico, sino que se aviva, alimenta y articula
en el encuentro con los hombres y las situaciones. El aspecto positivo
optimista que la caracteriza se muestra en que no puede ser motivo de ruina,
sino que realiza y comunica la salvación.
40
D. Wiederkehr, Perspektiven der Eschatologie, 54s.
conocido lugar de la apocalíptica, aunque no está claro a qué sentido se
aplica a Jesús: cuando la resurrección escatológica en pretérito perfecto de
un hombre concreto, rebasa el esquema usual de las nociones apocalípticas
y; por consiguiente, vuelve dudoso su mismo contenido. A la vista del proceso
histórico de Jesús, de su condena como blasfemo y agitador, asi como de su
abandono por Dios en la muerte, tal afirmación se enfrenta con nuevas
dificultades41. Tenemos, pues, que preguntarnos si en la primitiva profesión
cristológica de la fe únicamente se constata una realidad apocalíptica
concreta o se define de modo nuevo la manera de concebir la resurrección y
la escatología.
42
en mí la fuerza de Cristo. Por eso estoy contento en las debilidades ultrajes e
infortunios, persecuciones y angustias; pues cuando soy débil entonces soy
fuerte>> (2 Cor 123,8 ss)43. También en este pasaje se sirve el apóstol de
contraposiciones: fuerza- debilidad, fuerte- débil; pero a la vez pone el en
claro cómo han de ser entendidas estas. La serien antitética que fue
interpretada como secuencia de índole escatológica es aquí un paragón entre
la propia debilidad y el poder de Cristo << pues cuando soy débil, es cuando
soy fuerte.>> lejos de coincidir ambos conceptos se distinguen muy bien y.
Sin embargo, no se contradicen ni se excluyen en modo alguno. Más bien, el
poder de Cristo actúa y alcanza su plenitud en la debilidad de Pablo. La
debilidad del apóstol encuentra adecuada correspondencia en la fuerza del
Señor. Si pablo quisiera afirmar la propia fuerza obstaculizaría el poder de
Cristo. La indudable simultaneidad de la propia debilidad y el poder de Cristo
no debe ser suprimida recurriendo a una sucesión temporal, como se la
momentánea debilidad estuviera superada en una fuerza ulterior. Es más bien
esa debilidad la que da poder del Señor, afirmando así la verdadera fortaleza
de este poder. Así, pues, aquí se renuncia expresadamente a una sucesión
cronológica. No se debe separar la debilidad y el poder; su unión consiste en
que la debilidad de Pablo supone fortaleza en virtud de la fortaleza del Señor.
En esta simultaneidad se manifiesta un aspecto especifico de la fe cristiana:
no se analiza sin Cristo ni contra Cristo, sino que es fuerte en la debilidad a
una causa de Cristo.
43
mismo que no sería sincero gloriarse de la propia debilidad y al mismo
tiempo desdeñar el constante ofrecimiento de la gracia.
Tanto antes como ahora, el tiempo es un factor con el que se puede y debe
contar con el ámbito de la fe. Pero lo que aquí ha cambiado es la importancia
hasta entonces atribuida a la sucesión cronológica en el ámbito de una
escatología natural. El dominio del esquema temporal dentro de una
escatología orientada de modo predominante hacia el futuro fue roto desde
dentro por la vinculación con el pretérito escatológico del acontecimiento de
Cristo y por la nueva situación escatológica en la que se halla el creyente
respecto del futuro. En vez de la sucesión de debilidad temporal y fortaleza
eterna, se da una simultaneidad de ambos elementos en la recepción de la
fuerza de Cristo en la debilidad humana; así, ambos llegan juntamente a su
perfección. Este cambio de matices no elimina en modo alguno la tradicional
escatología de futuro. Lo que realmente importa es situarlo correctamente en
la escatología. Esto no se da cuando se realiza una escatología de futuro
como escatología natural sin referencia alguna a la cristología. No se puede
desarrollar ni justificar una escatología de futuro partiendo de una situación
cristología precristiana que no tiene cuenta la realización cristológica del
ésjaton. El futuro escatológico depende intrínsecamente del perfecto
escatológico, es decir, del acontecimiento de Cristo.
45
IbúL, 1695.
que nosotros, los 'muertos', tengamos parte en la nueva vida resucitada y en
su futuro de vida eterna. Su resurrección constituye el sentido íntimo de su
muerte en cruz por nosotros, ya que quien ha resucitado es el Crucificado. En
su muerte 'por muchos' descubrimos su resurrección de entre los muertos.
Su 'resurrección' no es una dimensión de la muerte en cruz, sino, viceversa,
su entrega en la cruz para reconciliación del mundo constituye la dimensión
inmanente de su resurrección escatológica a la gloria del reino venidero.
Mediante la comprensión de su muerte ‘por muchos', entenderemos su
resurrección en favor de los todavía muertos. Si esto es exacto, entonces se
podrá entender su muerte 'por nosotros' como prueba de su resurrección.
Comprenderemos su resurrección en la medida en que entendamos la
dimensión vicaria de su muerte. En su muerte por nosotros descubrimos al
Resucitado que nos introduce en su propia vida. La riqueza de Dios aparece
ante nosotros en aquel que se hizo pobre por nosotros. En el que por
nosotros se hizo siervo se nos abre la libertad de Dios. Y en aquel que por
nosotros se hizo pecado, los pecadores se convienen en justicia de Dios en el
mundo>>46
47
Cf. W. Thüsing, Die ErhOhung uná VerherrÜchung im ]ohiUlneseTJangelium, en NTA XXI, 1/2 (Munich 1960).
CAPITULO V
SIGNIFICACIÓN DE LA PARUSÍA
48
El Sal 139.7-10 expresa esta fe de manera insuperable: «¿A dónde iré yo lejos de tu espíritu. a dónde de tu rostro podré huir? Si hasta los cielos subo. allí
estás tú. si en sheol me acuesto. allí te encuentras. Si tomo las alas de la aurora. si voy a parar a lo último del mar. también allí tu mano me conduce. Tu
diestra me aprehende».
49
Cfe. el relato de Gn 2 de la formación de Adán y Eva, y su colocación en el jardín (= símbolo del ámbito divino).
50
Gn 3.9: «¿Dónde estás?».
abandona: el resto de la historia aparece como el drama de una «distancia»,
provocada por los hombres pero superada por Dios.
51
Cfr. Gn 18: Abraham; Gn 32: Jacob.
52 Ex 3,8: «He bajado para librarle de la mano de los egipcios».
53 Ex 19.18: «Todo el monte Sinaí humeaba. porque Yahveh había descendido sobre él en el fuego».
54 Cfr. Ex 20,24.
55 Monte Sión: cfr. Sal 68. 17; 74. 2: (s 8.18; el Templo: cfr. Ex 25.8; I R 8.12-13; Sal 68. 18.
56 Cfr. Lv 26.11-12.
57 . «Moraré en medio de los israelitas. y seré para ellos Dios. Y reconocerán que yo soy Yahveh. su Dios. que los saqué del país de Egipto para morar entre ellos» (Ex 29,45-46; cfr. Ex 25.8
ss.; I R 8. 10-29).
58 . Este matiz es expresado de forma sobrecogedora en la visión de Ezequiel, donde <<la gloria de Dios» se aleja del Templo y de Jerusalén, a causa de los pecados cometidos por el poeblo
en el santo recinto: cfr. Ez 10, 18-22; y por supuesto. se ve también plasmado en el relato de la caída: cfr. Gn 3.
61 Cfr. Os 11.8-9; Is 40, 27; 49, 14; 54.8; Ez 1.4-28 (Dios aparece ante el profeta en exilio).
fundamenta la esperanza de una futura presencia cabal de Dios en medio del
pueblo62.
En paralelo con la línea temática del Día de Yahveh, se desarrolla una segunda
línea en la revelación veterotestamentaria, que vincula salvación futura a un
personaje misterioso: el Mesías o Ungido de Yahveh. Esta expectación
aparece ya esbozada en la bendición de Jacob a Judá (cfr. Gn 49, 8-12) 66 Y en
los oráculos de Balaam (cfr. Nm 24, 7.17-19), que aluden a un futuro
soberano universal. Se perfila más en los Salmos 2 y 110, que subrayan la
singular relación estrecha con Dios del Ungido, que encarna al rey perfecto y
sublime. En lsaías aparece un solemne vaticinio de su nacimiento milagroso y
su nombre: «He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y
le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7, 14). El nombre aquí empleado por el
profeta apunta una vez más a una singular presencia divina en la persona del
Mesías.
65
Cfr. cap. VII: «El Juicio Universal».
66
En el v. 10, significativamente. aparece el nombre «el que viene».
Las expectativas de la aparición de un descendiente de David que inaugure un
Reino imperecedero y glorioso67 encuentran expresión acabada hacia el final
de la época veterotestamentaria. En el libro apocalíptico de Daniel, el profeta
ve a uno «como un Hijo de hombre» que «viene» (dos veces se usa el verbo
pareimi) «en las nubes del Cielo» (Dn 7,13-14), Y que recibe del «Anciano»
todo «imperio, honor y reino», de modo que «todos los pueblos, naciones y
lenguas» le sirvan. Este personaje misterioso aparece con atributos
celestiales, y viene para establecer «un imperio eterno que nunca pasará»;
«su reino no será destruido jamás». Así, en un libro tardío del Antiguo
Testamento, vemos confluir las dos líneas, de esperanza mesiánica y de
anhelo por el Día de Yahveh.
67
Cfr. las promesas consignadas en 2 S 7, 12-16 Y en 1 R 6, 12-13 a David y a su hijo Salomón, respectivamente.
12,6); y también cuando se identifica como el «esposo», cuya presencia entre
sus discípulos es motivo para que no ayunen (cfr. Mc 2,19-20)68.
La primera venida del «Hijo del Altísimo» (cfr. Lc 1, 32) puede llamarse una
epifanía amortiguada69. Para muchos, tal nota humilde o «kenótica» resulta
desconcertante. «La venida del Hijo de Dios en la humildad de la carne no
corresponde al anuncio profético del fulgurante Día de Yahveh ni a la
instauración definitiva y estable del Reino mesiánico»70. Su índole paradójica
queda especialmente resaltada en el relato de los cuatro evangelistas sobre la
entrada de Jesús en Jerusalén (cfr. Mt 21, 1-11 y par.), montado en un
humilde pollino y a la vez aclamado por el pueblo como «Hijo de David».
Evoca así el vaticinio de Za 9, 9 sobre la llegada a la ciudad santa del Mesías
Rey, a la vez «victorioso y humilde». Esta dimensión kenótica es la nota
característica de la presencia divina salvífica, que se prolongará entre los
seguidores de Jesucristo, hasta el final de los tiempos71.
Por otro lado, Cristo habla claramente de otra venida suya, futura. Esta
segunda venida presenta características bien nítidas: A diferencia de la
primera, será triunfante72. Además, el retorno del Hijo del Hombre será tan
visible como el relámpago, y a nadie pasará inadvertido (cfr. Mt 24, 26-28; Lc
17,23). Con su llegada, el Hijo del hombre consumará la salvación y cerrará la
historia (cfr. Mc 13); en ese sentido, traerá el «fin del mundo}} (Mt 24, 3). La
venida es descrita con tintes apocalípticos: «El sol se oscurecerá, la luna no
dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están
en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene
entre nubes con gran poder y gloria»(Mc 13,24-26). «En ese Día, los
obradores de iniquidad serán arrojados al horno de fuego, mientras que los
justos brillarán como el sol en el Reino del Padre» (cfr. Mt 13,41-43).
68
. El anuncio de su presencia en calidad de esposo evoca la imagen veterotestamentaria de Yahveh, vinculado en relación esponsal con Israel, y puede
considerarse
69
un pronunciamiento sobre la identidad divina de Jesús. Cfr. J. GALOT, ¡Cristo!, ¿Tú quién eres?, Madrid 1982, pp. 110-114.
Los pastores lo encuentran «envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Le 2, 12); sus conciudadanos se extrañan, «¿No es éste el hijo del
carpintero?» (Mtl3, 55); los sumos sacerdotes se mofan: «Si eres Hijo de Dios, ¡sálvate a ti mismo, y baja de la cruz!» (Mt 27,40).
70
Cfr. C. Pom, Teología del más allá, Madrid 1980 (2.' ed.), p. 102.
71
Cfr. Mt 28, 20.
72
Jesús declara ante el Sanedrín: <<Veréis al hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y ve nir sobre las nubes del cielo» (Mt 26,64). Y en otro lugar:
«Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de
él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos» (Mt25, 31-32; cfr. Mt 25, 33-34. 41-46).
Dentro del mismo tono apocalíptico, se afirma en algunos momentos la
proximidad del último día73. Estos rasgos tienen un doble interés. Por una
parte, dibujan un acto final con trazos grandiosos, como misterio que irrumpe
desde «arriba»: indican que la historia quedará clausurada por una
intervención divina que renovará la humanidad y el cosmos, más que por una
actividad puramente humana. Por otra, muestran al Hijo del hombre viniendo
con autoridad y poder: subrayan el carácter triunfante de su retorno.
Como parte de la obra lucana, el libro de los Hechos adopta una perspectiva
centrada en Cristo: el Señor que vino, volverá. El relato de la Ascensión
muestra hasta qué punto la esperanza se concentra en el retorno de Jesús:
«Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron
dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: "Galileos, ¿qué hacéis ahí
mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal
como le habéis visto subir al cielo"» (Hch 1, 10-11)74. Se palpa la fuerte
nostalgia por Alguien de cuya presencia habían gozado, y que había partido.
Esta nostalgia aguijonea los corazones de los discípulos; tanto, que ellos cifran
su esperanza en ver a Jesús de nuevo, bajando del cielo en gloria. La
«impaciencia escatológica»75 queda así formulada en términos cristológicos.
Es más aguda debido precisamente a la previa venida del Señor, que había
proporcionado a los discípulos un primer sabor de intimidad divina.
En otro lugar, San Pablo recurre a una analogía arquitectónica para describir
la presencia originaria de Dios en la persona de Cristo, que se hace luego
extensiva a los que se le unan: «Ya no sois extraños ni forasteros, sino
conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento
de los apóstoles y profetas, siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien
toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el
Señor, en quien también vosotros estáis siendo juntamente edificados, hasta
ser morada de Dios en el Espíritu» (Ef 2, 19-22). El silogismo básico es el
mismo: Dios, presente en Cristo; y «por extensión», presente en los que están
unidos a Cristo.
Según San Pablo, la presencia divina tendrá su culmen en el último día, con el
retorno de Cristo glorioso. Podemos notar aquí la «cristificación» de la
esperanza del último día. El anhelo antiguo por el Día de Yahveh queda ahora
vertido en clave cristológica: no se desea simplemente el «día de Dios
(=Yahveh)>> sino el «día del Señor (= Jesucristo)>> (hemera tou kyriou: 1 Ts 5,
2; 2 Ts 2,2; 1 Co 1,8; 5,5; 2 Co 1, 14) o el «día de Cristo» (hemera christou: Flp
1,6.10; 2,16). Esta «transición cristológica» se ve con especial claridad en 1 Co
15, donde los elementos que tradicionalmente integraban el cuadro del Día
de Yahveh son vinculados al día del retorno de Cristo: la resurrección de los
muertos (v. 23), la destrucción de los poderes malignos (vv. 24-26), el
sometimiento de todas las cosas a Dios (v. 27), y un nuevo mundo en que
Dios será todo en todos (v. 28).
En definitiva, el gran Día es en San Pablo el día del retorno del Señor Jesús: no
ya en la humildad, como en la primera venida, sino con carácter mayestático:
como Kyrios, en gloria y poder, para instalar el reino definitivo.
85
DH 801.
86
DH87
852.
Hay mención significativa de la parusía en otros dos documentos del Concilio. En el Decreto
Ad Gen/es, n. 9, la acción misionera de la Iglesia se sitúa entre la primera y la segunda venida del Se ñor; y en la Constitución Sacrosanc/um Concilium, n.
8,Ia liturgia es presentada como anticipo de la manifestación gloriosa de Jesucristo.
88
Tanto es así que un autor dice: «The whole newness,/he uniqueness of/he Christian leitourgia was in ils escha/ological na/ure as /he presence here and
now of /he fu/ure parousia, as the epiphany of/ha/which is /0 come, as communion wi/h /he "world /0 come"" (A. SCHMEMANN. The Eucharis/: Sacramenl
af/he Kingdom, New York 1988, p. 43 lorig. ruso: Evkharistiia. Paris 1984]).
Orígenes, Tertuliano, Cipriano, Gregorio de Nisa (todos con tratados sobre el
Padrenuestro), Teodoro de Mopsuestia (Homilías catequéticas, 11), San
Ambrosio (De sacramentis, V,4, 18-30) Y San Agustín (entre otras obras,
Enchiridion, XXX, 114-116).
La liturgia de San Marcos ora así: «Al anunciar, Señor, Dios omnipotente, Rey
celestial la muerte de tu Unigénito Hijo, Nuestro Señor, Dios y Salvador
Jesucristo, y al confesar su resurrección de entre los muertos después de tres
días, confesamos también su ascensión, su estar sentado a la diestra de Dios
Padre, y esperamos su segunda venida angustiosa y terrible, cuando venga a
89
Cfr. Catecismo Romano. Parte IV, cap. XI.
90
«Marana tha» (1 Co 16,22); «¡Ven, Señor Jesús!» (Ap 22, 20).
91
La traducción castellana de la mayoría de los textos que siguen proviene de M. SCHMAUS, Teología Dogmática, VII: Los novísimos, Madrid 1961, pp. 129-
131.
juzgar con justicia a los vivos y a los muertos y a dar a cada uno según sus
obras».
La liturgia de San Basilio incluye esta expresión: «Al celebrar, por tanto, Señor,
la memoria de tu pasión salvadora, de tu Cruz vivificadora, del reposo en el
sepulcro durante tres días, de la resurrección de entre los muertos, de la
ascensión, de tu estar sentado a la diestra de Dios Padre y de tu gloriosa y
terrible vuelta te ofrecemos lo tuyo de lo tuyo en todo y por todo».
92
. a.E WARNER (ed.), The Stowe Missal, vol. 11 (Henry Bradshaw Society Publications XXXII), London 1915, p. 13.
La convergencia entre liturgias de tiempos tan antiguos y de lugares tan
distantes y diversos, tanto occidentales como orientales, no deja de ser
llamativa. Un estudioso de la liturgia ha venido a calificar como «notable
coincidencia»93 esta concordancia en un aspecto tan importante. La
coincidencia muestra elocuentemente tanto la continuidad en el tiempo
como la universalidad geográfica de la creencia y expectación en la Segunda
Venida de Cristo.
La única respuesta válida del hombre, frente a este Dios-Amor, sólo puede ser
también amor. Para «encontrarse» con Dios en el sentido más profundo, para
constituir con El una verdadera Alianza, es preciso amarle. El «mandamiento
supremo» queda enunciado ya en el Antiguo Testamento: Amarás al Señor tu
Dios, con todo tu corazón, y con toda tu mente, y con toda tu alma (cfr. Dt
6,4-5). Jesucristo repite este mandato (cfr. Mc 12, 29-30), reconcentrándolo
en su persona. «¿Simón, hijo de Juan, me amas?» (Jn 21,16-17). Ser discípulo
suyo es, sobre todo, amado. «Si alguno viene donde mí y no odia a su padre,
93
Notable coincidence»: L. DUCHESNE, Christian Worship, London 1904 (2." ed. inglesa), p.217.
94
«La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores. murió por nosotros.. (Rm 5. 8).
a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su
propia vida, no puede ser discípulo mío» (Le 14,26-27).
Más que temor o preocupación por el último día, por tanto, debería primar
en el corazón del creyente el deseo afectuoso de asir firmemente a su Señor,
al igual que María Magdalena en la mañana de la resurrección. Es importante
que la reflexión teológica se haga cargo de este aspecto afectivo del misterio,
porque es lo que hace que el mensaje de la parusía tenga relevancia vital
para los creyentes. La teología está llamada, no a hacer elucubraciones
irrelevantes al drama salvífico, sino a avivar el amor y la esperanza de los
cristianos: a alimentar, en definitiva, una spes caritate informata.
No significa esto que, para los creyentes, el momento de la parusía fuera una
cuestión indiferente. De hecho, ya los discípulos de Jesús le preguntaban por
el momento del fin y sus signos precursores (cfr. Mt 24, 3). Cristo quiso
relegar el tema a un plano secundario (cfr. Hch 1, 7); pero el deseo del
creyente de saber algo sobre esta cuestión resulta legítimo.
Nos detenemos, pues, en este aspecto enigmático del Retorno del Señor,
conscientes de su importancia y de que es válido intentar extraer, del umbral
del misterio, información relevante para la vida cristiana. Hemos relegado la
discusión, sin embargo, a un Excursus, para evitar que las cuestiones de fe-
chas y señales distraigan la mirada teológica de lo fundamental del misterio
de la parusía.
b) El discurso escatológico
En medio del discurso escatológico (cfr. Mt 24-25 Y par.) hallamos otro logion
sobre el momento del fin. A raíz de la admiración expresada por los discípulos
ante la magnificencia del Templo, Jesús habla de la futura destrucción del
edificio, así como del fin del mundo. El conjunto de vaticinios concluye así:
97
«Ante el Señor un día es como mil años, y mil años como un día» (2 Pe 3,8; cfr. Sal 90, 4). 96. Cfr. JL. RulZ DE LA PEÑA, La pascua de la creación,
Madrid 2000 (3." oo.), p. 110.
98
Cfr. JL. RulZ DE LA PEÑA, La pascua de la creación, Madrid 2000 (3." oo.), p. 110.
99
100
Cfr. ibid., p. 109.
G. GOZZELtNO, Nell'attesa della beata speranza. Saggio di escatologia cristiana, Leumann (Torino) 1993, pp. 107-108,387.
«Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda»
(Mt 24, 34; Mc 13,30).
Los datos históricos apuntan más bien a esta segunda posibilidad, aunque no
han faltado teorías, especialmente en el campo del protestantismo liberal, de
una «crisis» en una concepción inicial, inminentista del Reino, que cede su
lugar a la idea de un tiempo indeterminado de espera.
102
Cfr. capítulo n, epígrafe 2a.
103
C. Pow, Te%g(a de/ máJ allá, Madrid 1980 (2.' ed.), p. 115.
Lo que sí tuvo lugar, en cambio, fue un progreso en la comprensión del
misterio escatológico. Imprescindible para esta maduración fue el paso del
tiempo, como único modo de mostrar que no había que entender la inminen-
cia en términos de proximidad temporal. La experiencia real de un retardo
proporcionó la clave para profundizar, al revelar la necesidad de compaginar
la convicción de que la parusía se puede producir en cualquier momento con
la fe de que su demora no afecta estructuralmente al proyecto divino de
consumar la historia: Como segunda posibilidad, cabría entender las citas
inminentistas como declaraciones hechas al estilo profético o apocalíptico,
con una fuerte carga exhortativa; Finalmente, como tercera posibilidad,
puede pensarse que se refieren a una proximidad «teológica» del fin: no falta
sino un paso -la Parusía- para completar la última etapa de la historia salutis.
Como dice San Pablo: «Estas cosas fueron escritas como amonestación para
nosotros, que hemos alcanzado a las postrimerías de los siglos» (l Co 10, 11).
- Con un tono parecido, Jesús responde a los Apóstoles que preguntan (Hch
1,6) «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de
Israel?»: «A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fija-
do el Padre con su autoridad...» (v. 7)
Estos pasajes, que podemos denominar de «nesciencia», contienen un
mensaje profundo: Dios es el dueño de la historia, y la fecha de su última ac-
tuación depende de su autoridad soberana y no de instancias humanas. La
salvación es un acto gratuito divino; siempre sorprenderá a los hombres.
El singular símil del ladrón, aplicado por Jesús a sí mismo, debió de quedar
bien grabado en la mente de los discípulos, porque se repite en bastantes
escritos del Nuevo Testamento, como p. ej.:
104
Le 12.35.
105
Cfr. también Me 13.33-37; Le 12.39-40.46.
- 1 Ts 5,1-2: «En lo que se refiere al tiempo y al momento, hermanos, no
tenéis necesidad que os escriba. Vosotros mismos sabéis perfectamente que
el Día del Señor ha de venir como un ladrón en la noche». (Es significativo
este texto paulino, que matiza la afirmación hecha unos versículos antes
sobre la inminencia de la parusía).
- 2 P 3, 10: «El Día del Señor llegará como un ladrón; en aquel día, los cielos,
con ruido ensordecedor, se desharán; los elementos, abrasados, se di-
solverán, y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá».
- Ap 16, 15: «Mira que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela y
conserve sus vestidos, para no andar desnudo y que se vean sus vergüenzas».
107
Ya Cristo había hablado de su valor. con las parábolas de paciencia (higuera infructuosa. trigo y cizaña). de crecimiento (semillas. fennento) y de vigilancia (talentos: negociad
hasta que vuelva
108
. Makrolhymía (2 Pe 3,9). Rm 3.26 habla de la etapa actual como «el tiempo de la paciencia(anoche') de Dios».
Por parte de los hombres, el tiempo de espera no es para quedarse ocioso,
sino para trabajar: los fieles han de saber administrar la demora (como ad-
vierte San Pablo a los de Tesalónica: cfr. 2 Ts 3,11-12).
110
SAN AGUSTIN ofrece en De civitate Dei, XX un elenco de eventos pertenecientes al drama final, aunque no declara su secuencia precisa: el retorno de
Elías (cap. 29), la conversión de los judíos (cap. 29), la aparición del Anticristo (caps. 19; 23), la venida del Juez (cap. 30), la resurrección de los muertos
(caps. 5; 14; 20), la separación de los buenos y malos (caps. 5; 27), la quema y renovación del mundo (caps. 16; 18). M. SCHMAUS (Teología Dogmática,
VII: Los novísimos, Madrid 1961, p. 168) enumera cuatro misterios que presagian el fin: predicación universal del Evangelio, conversión del pueblo elegido,
la gran apostasía y el Anticristo, y el estado caótico del mundo. C. Pozo por su parte (Teología del más allá, pp. 116-119) nombra !res: la predicación del
evangelio, la conversión de Israel, la aparición y éxito del Anticristo. Por otro lado, el Catecismo Romano (parte 1, cap. VllI, 7) cita «!reS señales
principales»: <<la predicación del Evangelio por todo el mundo, la apostasía y el Anticristo».
citarán en el mundo: persecuciones (cfr. Mc 13,9-13), falsos profetas (cfr. Mc
13,21-23), con el riesgo concomitante de infidelidad y desviación (cfr. Mt 24,
12) así como la oportunidad de mostrar la fidelidad (cfr. Mt 24,13). En defi-
nitiva, la fuerza salvadora de Dios se encontrará con una reacción de rebeldía.
San Juan, por su parte, se referirá a esta potencia anti-evangélica con otro
nombre, Anticristo: «Hijos míos, es la última hora. Habéis oído que iba a venir
un Anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos
damos cuenta que es ya la última hora>~ (l Jn 2,18); «¿Quién es el mentiroso
sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el Anticristo, el que niega al
Padre y al Hijo» (1 Jn 2, 22; cfr. también 1 Jn 4, 2-3: una nota interesante en
estas afirmaciones es la actualidad que el autor asigna a la presencia del
Anticristo).
Los textos que hemos citado arriba han sido objeto de variados intentos de
exégesis a lo largo de la historia. Algunos intérpretes han pretendido derivar
de los pasajes una información precisa sobre la identidad del Anticristo, o la
fecha exacta del fin, etc.: es decir, llegar desde los textos bíblicos a una cri-
teriología. La insistencia de Jesús, sin embargo, en la ignorancia humana so-
bre el momento -de los textos de incertidumbre, supra-,junto con el lenguaje
enigmático empleado, sugieren una actitud de gran prudencia a la hora de
acercarse a los textos. Parecen ser éstas las lecciones esenciales que
pretenden, enseñar: '
La historia del pueblo judío es una faceta especial del misterio de salvación. El
proyecto divino, que tiene dimensión universal, no olvida a los judíos ni
siquiera cuando rechazan al Mesías. Gracias a la fidelidad de Dios, el pueblo
antiguo sigue incluido en la economía salvífica, hasta el punto de que San
Pablo pueda presentar su recuperación final como el colofón del proyecto sal-
vífico. Como comenta el Catecismo de la Iglesia Católica, «la entrada de "la
plenitud de los judíos" (Rm 11, 12) en la salvación mesiánica, a continuación
je "la plenitud de los gentiles" (Rm 11,25; cfr. Lc 21,24), hará al Pueblo de
Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13) en la cual "Dios será todo en
Con esta nota, de «permanente presencia», los signos son «signos de los
últimos tiempos». Contribuyen a mantener en tensión de vigilia a cada gene-
ración cristiana. Simultáneamente, su carácter enigmático impide que sean
utilizados indebidamente como criterios para conocer el momento preciso
del fin. Más que simple objeto de curiosidad, aparecen como recordatorios
saludables, puestos permanentemente ante los ojos de peregrinantes.
112
Escatología, Barcelona 1992 (3.' ed.), p. 190
Los textos de inminencia nos enseñan que el Señor está siempre a las
puertas, no tanto en sentido de proximidad cronológica, como en un sentido
superior: la era mesiánica de salvación ya ha sido inaugurada por Cristo, y tal
hecho permite esperar el último acto (su Retorno o parusía) para redondear
la historia. En este sentido, la inminencia de la parusía es una expresión de un
misterio nuclear: la aproximación y la presencia divinas, superando la distan-
cia entre Dios y las criaturas.
CAPITULO VI
114
En Mt 10,28, como siempre en el NT, se ha de decidir si 1\IUXI1 Ha de ser traducido por .vida... según el sentido fundamental
hebreo de nefes='IroXiJ. o por .alma... según el sentido griego. E. Schweizer: ThW IX (1973) 645s (d. nota 49); G. Dautzenberg. .Sein
Leben» b/!'f1)alnm. 'l'uxiI in den Hf!J7enf1JOTten tkr ETJangelien (Munich 1966) 161-168; J. Schmid. Der Begriff tkr Seek im
NeNm Testament. en J. RatzingalH. Fries, Einsicht IInd GIaNbe (Friburgo 21962) 128-147.
En los escritos apostólicos se soporta la muerte como una necesidad (Heb
7,8; 9,27), pero no se la concibe como mero fenómeno natural. Las cartas dan
respuestas pensadas a la pregunta sobre el origen de la muerte; dicen de un
modo más claro y concreto 10 que los evangelios presuponen o insinúan. Así,
Pablo dice (Rom 5,12-21) que la muerte es consecuencia del pecado. Por el
pecado de Adán entró la muerte en el mundo. Para los descendientes de
Adán, la muerte es herencia, si bien no sólo herencia, ya que todos los
hombres se han hecho merecedores de ella por sus pecados personales. <<La
muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron>>. Pero el pecado
recibió su fuerza en el mundo por la ley, ya que la ley que prohíbe provocó los
malos deseos del hombre (Rom 7,7-25; 1 Cor 15,56). La ley multiplicó el
pecado sobre toda medida y así ella es la que mata (Rom 7,10). Pero, dado
que la ley tiene su posibilidad y su sede en la carne del hombre, se puede
decir además que es la carne la que causa la muerte (Rom 7,24) y que toda
carne tiene por destino la muerte (Rom 8,6). Y detrás de todo ello está activo
el poder destructor de Satanás. <<El demonio es el asesino desde el
principio>> (Jn 8,44). Cristo quiso suprimir con su muerte al que tenía el
poder de la muerte, es decir, al demonio (Heb 2,14). El terror de la muerte
mantiene al hombre" esclavo durante toda su vida (Heb 2,15).
Cristo volvió a salir con vida de la muerte. Bajó a la muerte, pero Dios lo
ensalzó (Flp 2,6-11). Mientras que la vida del hombre conduce a la muerte, la
vida de Cristo procede de la muerte. <<Nuestro Salvador Jesucristo ha
aniquilado la muerte y ha irradiado vida e inmortalidad por medio del
evangelio>> (2 Tim 1,10). Cristo es vida para todos en cuanto primogénito de
los muertos (Col 1,18; Ap 1,5). La fe ha triunfado ya. «Sumióse la muerte en la
victoria. Muerte, ¿dónde está tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?»
(1 Cor 15,5s). El cristiano debe recorrer ahora por su cuenta el camino de
Cristo de la muerte a la vida. Debe configurarse con la muerte y resurrección
de Cristo (Rom 6.5). El bautismo efectúa el morir y resucitar con Cristo (Rom
6,3s). El bautizado debe realizar, con una conducta obediente, el acon-
tecimiento sacramental de la muerte y vida del Señor. «Teneos por muertos al
pecado y vivos para Dios mediante Jesucristo» (Rom 6,11). Los cristianos son
«muertos que han venido a la vida» (Rom 6,13). «Estaremos siempre con el
Señor» (1 Tes 4,15).
CAPITULO VII
115
GerichtspreJjgt in der Schrift: LThK IV (1960) 742.
el sentido de un juicio final sobre el individuo con respecto a su destino
eterno ni sobre todos los hombres reunidos al final de la historia 116. Debemos
tener presente que el marco bíblico del juicio de Dios es más amplio que un
juicio final. Si una peculiaridad del Dios bíblico es que actúa en la historia, su
acción se manifestará típicamente, dentro de una teología de la historia,
como ejercicio de su poder judicial.
116
Cf. en este mismo tomo la exposición de la evolución vétero y neotestamentaria.
Si el ser y el obrar del hombre contienen una referencia a Dios, tendremos ahí
un posible punto de contacto para comprender analógicamente la acción de
Dios como «juicio». Como en todas las analogías teológicas, la desemejanza
será mayor que la semejanza. Pero esto no quiere decir que no haya relación
entre ellos. La justicia de Dios es una relación consigo mismo. Esto distingue
esencialmente su comportamiento del hombre, que se comporta
injustamente cuando refiere todo a sí mismo como última instancia. En
relación con Dios, la esperanza del hombre estriba en que Dios puede
referido todo a sí mismo y, al hacerlo, resplandece también la gloria en virtud
de la cual todo lo creado adquiere un valor. No se trata, pues, de un actuar
sobre el mundo desde fuera, que no haría sino imponer una nueva relación
para sancionar un equilibrio intramundano. Se trata de revelar y hacer
realidad la relación de las criaturas libres con Dios. Se revelará que algo es
realmente «bueno». Se hará realidad que los hombres lo afirman con cada
una de las decisiones de su vida. Por su parte, Dios encuentra siempre nuevos
medios y caminos para poner en el mundo desde dentro ese «bien» (en
sentido ontológico y existencial). Esta es una peculiaridad de su acción
«histórica». Ahí aparece también su «juicio».
con su permanente realidad histórico-ontológica y, al menos en este aspecto, soslayaba el núcleo del problema escatológico.
118
Cf. la concepción de E. Kasemann, Gottesgerechtigkeit bei Paulus, en begetische Versuche und Besinnungen 11 (Gotinga
1970) 181-193, así como la de P. Stublmacher, Gerechtigkeit Gottes bei Paulus (Gotinga 21966). A nuestro juicio, este autor resuelve
acertadamente las falsas alternativas que sitúan en Dios la justicia hasta el puntO de hacer de ella una realidad ajena y sustraída a la
criatura o la conciben como una propiedad del hombre disociada de la presencia de la gracia divina y autónoma.
119
Sobre los fundamentos de esta concepción, d. la síntesis de G. Greshake, Der Wandel der ErlosungwoTStellungen in Jer
Theologiegeschichte, en L. Scheffczyk (ed.), Er/osung u;iJ Emanzipation (QD 61; Friburgo 1973), espec. 89-94.
una auténtica posibilidad de libertad, con la que pueden elegir de nuevo
entre el bien y el mal, cosa que les era imposible antes por su esclavitud en el
pecado, sino que el mundo de los hombres está en orden cuando Dios ha
llegado a su reino. Esto es más que crear un presupuesto para que cada
individuo pueda obrar bien para, luego, ser juzgado justo de acuerdo con su
comportamiento. La acción de la justicia de Dios por Jesucristo no sólo
encierra el aspecto de que Jesús ha hecho por todos nosotros algo que
nosotros no podríamos hacer, sino que esa acción implica ya en su más íntima
esencia que la mediación ejercida en "ella es una donación. La acción de Dios
es el camino por el que nos ha buscado y nos busca continuamente.
123
H. Schlier, op. cit., 6.
viene de fuera. «Pero el hecho de que Dios se haya decidido en Jesucristo en
favor del mundo incluye la persistencia de tal decisión en el mundo. La de-
cisión afecta al cosmos como al corazón del individuo que la toma» 124. A
nuestro juicio, en el fondo de todo esto aparece lo que se ha dado en llamar
la pasión de los profetas por Dios. Es una especie de provocación, pero
diferente de la protesta política, ya que no invita a cambios violentos. Se trata
del sentido más literal de «provocar» de un saltar al encuentro del Dios que
viene, sin lo cual esta venida sería inútil.
124
Ibíd., 5.
capacidad que el hombre tiene de disponer definitivamente de sí mismo no
puede ser sino respuesta a otra disposición, que no sólo le ha regalado la vida
como algo propio, sino que se la ha otorgado como amor vivo de Dios.
126
Infierno, en Sacramentllm Mundi III (1973) 906.
127
l. Kant, Kritik der reinen Vemunft (ed. W. Weischedel, Darmstadt 1966) 681
(=A811;836s). .
128
Op. cit. 679 (=A 808; B 836s),
129
P. Comehl, Die Zukunft JeT Vmohnung. Eschatologie unJ Emanzipation in Jer Aufk/arung, bei Hege/ und in JeT Hegelschen Schule
(Gotinga 1971) 75.
alineación del hombre. El reinado de Dios no constituye un motivo externo,
sino que representa para el hombre lo acorde con la creación, si bien en
cuanto don que sólo puede recibirse como tarea. En consecuencia, la
oposición al reinado de Dios no se halla en la línea de la emancipación del
hombre, sino en la línea de la auto alienación. Según los esquemas mentales
del pensamiento moderno llegamos también aquí a la relación dialéctica
entre identidad y deslazamiento del centro de gravedad. Pero ya no es
posible concebir e todo como un proceso llegado al reposo. ¿Qué otra cosa
puede impedir al hombre percibirse y percibir al mundo entero como
insoslayable theatrum gloriae Dei si su propia identidad queda vinculada a la
adoración del reinado de Dios? Semejante desplazamiento del centro de
gravedad, aunque sólo llega a vislumbrar el misterio de Dios, implica la cer-
teza de que Dios merece adoración porque existe, porque es Dios y porque es
amor, datos que se apoyan mutuamente. Lo cual constituye también la
condición de posibilidad para darse uno mismo y dar al resto de la creación
un sí «libre» que, en este contexto, equivale a un sí convencido. En esta
perspectiva podría resultar más fácil entender la condenación como rechazo
total. La retribución dejaría de estar encuadrada en el marco de una medida
pedagógica eficaz porque ya no se trataría de recurrir a un medio externo
para conducir al hombre de forma que quede a salvo el orden en el ámbito
global de la vida humana. De hecho, en la conducta del hombre que sitúa a
éste decisivamente ante Dios lo que está en juego es la totalidad; por tanto,
está en juego algo más que el equilibrio de los legítimos intereses del
individuo y la comunidad: más bien está en juego el sentido del ser en cuanto
tal. El hombre como persona ha de reflexionar aquí sobre dicho sentido
dejando de considerarlo exclusivamente como sentido de su ser limitado y
abordándolo a un tiempo como pregunta por la legitimidad de la adoración
de Dios y de la aceptación de su creación.
Pero la opción decisiva que tiene lugar durante la vida es también humana en
otro aspecto. La cristalización de la decisión definitiva está relacionada con un
proceso de aprendizaje circunstancia que puede ilustrarse mediante la
imagen del crecimiento y la madurez. De todos modos, tal dato no responde
en todos los aspectos al carácter de encuentro de ese proceso vital. La
historia de la plenitud escatológica no es sólo una historia de crecimiento
interno: incluye también un llamamiento a entrar de manera nueva y -en
todo caso- más global y cada vez más irrevocable en la realidad que
caracteriza el reino de Dios. La dispersión en el tiempo aparece aquí como
posibilidad para una integración más profunda. El horizonte que se ofrece de
esta manera permite descubrir con más claridad qué es lo verdaderamente
130
Pmpektiven der Eschatologie, 213.
131
¡bid., 31
importante en la totalidad de esta vida, que no se reduce al período de
tiempo que se va dejando atrás a lo largo de la existencia.
También aquí aparece claramente una dimensión del juicio. Esta vez hay que
captarla en su aspecto positivo. El hombre no puede reunir personalmente
todos los instantes de su vida. Nunca tiene presente más que una parte de su
existencia. El juicio de Dios significa en este aspecto la posibilidad de que la
vida reciba una respuesta que el hombre no puede darle por sí mismo. En tal
sentido, el juicio es una acción creadora, no el mero sopesar de la balanza
que contemplamos en la iconografía medieval sobre el tema. El «Deus
intimior intimo» de Agustín adquiere así un significado salvífico escatológico.
El orante del salmo 139 ofrece una descripción impresionante de semejante
certidumbre. El hombre ha de dejar en manos de Dios la tarea de juzgar hasta
qué punto ha aceptado los designios divinos relativos al mundo y se ha
esforzado en cumplidos. Lo que Dios le dirá constituirá también la clave para
que el hombre se entienda a sí mismo. ¿Qué queda del aspecto negativo?
Cuando se atribuye a la función paren ética el énfasis de la amenaza y no se
relativiza dicha función reduciéndola a un medio pedagógico de disuasión, el
hombre descubre algo importante sobre las últimas consecuencias de un
fracaso realmente posible. La piedra de toque para comprobar la rectitud de
la parénesis residirá siempre en que la teoría no cuente en ningún momento
con la apocatástasis. Esta tendencia aparece expresamente en las parcas
declaraciones del magisterio sobre la condenación siempre que tales declara-
ciones no se limitan a presuponer la existencia del infierno y la posibilidad
real de condenarse (d. DS 411). Es preciso conceder que fue la aguda
conciencia -característica de la filosofía reciente, influida por la Ilustración- de
la conexión inmanente entre la culpa y el castigo la que llevó a afirmar con
claridad que la eternidad de la condenación ha de entenderse como una
consecuencia de la obstinación personal del hombre y no como un grado de
castigo impuesto por Dios desde fuera132. Pero un ulterior análisis psicológico
de la actitud de condenación parece tan inviable como lo fue en otro tiempo
la descripción de un infierno concebido cósmicamente: Cuando se habla de la
132
Cl. K. Rahner, Sacramentum Mundi 11I (1973) 906.
excitación de la cólera de Dios se está intentando decir que Dios no se
muestra indiferente frente a los condenados. El juicio sobre los condenados
incluirá que, con tal sentencia, Dios ha convencido a la creación y la tiene de
su parte. No se caería en la sospecha de contar con la apocatástasis por
suscribir lo que ha afirmado H. U. von Balthasar: «Pero cabe preguntar si Dios
puede entrar en contacto con el pecador apartado de él y acogerlo en la
figura impotente del hermano crucificado y abandonado de Dios; tal contacto
y acogida se efectuarían de forma que el pecador reconociera: éste está
abandonado de Dios como yo; pero lo está porque me ama. Creemos que no
puede considerarse una violencia el hecho de que quien ha elegido (tal vez
deberíamos decir quien cree haber elegido) la plena soledad de existir sólo
para sí, experimente que, en su soledad, Dios se le manifiesta como el todavía
más Solo»133. A nuestro parecer, en este contexto debería contemplarse
también la tesis de la opción final del hombre en el momento de la muerte.
Considerada en una perspectiva puramente antropológica, dicha tesis
enuncia una esperanza que contemplada desde el hombre es comprensible y
razonable, pero cuyo cumplimiento en el trance de morir no puede probarse
satisfactoriamente en el plano antropológico. Ante todo, vista
antropológicamente, semejante opción nunca constituirá en última instancia
más que una ratificación de la vida propia. Pero el problema suscitado por la
tesis de la opción final contiene un dato importante: Cristo Jesús puede salir a
nuestro encuentro en el momento de la muerte bajo la figura del que
descendió a los infiernos134.
134
En el mismo senúdo, pero con mayor amplitud, se expresa G. Greshake en la obra que ha publicado en colaboración con G.
Lohfmk, Naherwartung, Auferstehung.
considerada en sí misma, la función de juzgar que desempeñará Jesús en su
segunda venida, sino que es preciso tomarla como expresión de una
cristología global. En esta perspectiva, el juicio pertenece más bien a la
estructura del escenario; está en función de la obra que se representa: el
futuro señorío universal de Jesús135. Si cabe interpretar como juicio la última y
definitiva acción de Dios y si tal interpretación pudo constituir un punto de
partida indiscutible en el mundo de la apocalíptica, la realización del juicio
por Jesús tiene primariamente un acento cristológico. Tal acento no queda
difuminado sino recalcado por el hecho de que se pueda mencionar
simultáneamente a Dios y a Jesús como jueces 136. Pero dicha cristología ha de
leerse también a la inversa. La irrepetible peculiaridad de la persona de Jesús
dice algo sobre la cualidad de la función. De este modo, el puesto de Jesús en
el juicio no queda reducido a un mero escenario marginal que únicamente se
ilumina por obvias razones históricas para expresar algo sobre el puesto de
Jesús con respecto a Dios, sino que la futura acción de juzgar sirve para poner
de manifiesto la importancia que tiene para nosotros la definitiva mediación
salvífica de Jesús. Pero esto no obedece a que no nos baste el Jesús terreno y
resucitado, sino a que sólo de esa manera se puede esclarecer el verdadero
significado de su «ya» para nuestro «todavía no».
135
107 Cf. la pane dedicada al Nuevo Testamento. No es preciso abordar aquí los detalles de la historia de la tradición, sumamente
difícil en los puntos concretos porque estáíntimamente relacionada con el tema del Hijo del hombtt. El aspecto más difícil de este tema
es su conexión con el propio Jesús. Pero para nuestro propósito tal problema parece menos importante que la pregunta...sobre el lugar
que debe ocupar la aistología del Hijo del hombre (cristología que inclute el juicio) en el contenido material de la cristo logía -a fin de
cuentas la más imponante-- de Jesús como el salvador abs<?luto. Es cieno que en una primera fase de la investigación se puso el énfasis
en la ac¡;jón salvífica que Cristo ejercerá en el futuro y se descuidaron otros aspectos no menos imponantes (F. Hahn); pero esta critica
impugnaba más los aspectos unilaterales que el significado salvífico escatológico de Jesús dentro de la cristología más antigua. Sobre
C5te punto, d. W. Thüsing, ErbOhungs'IJorstellung und Parusieerwartllng in der ¡ltesten uchósterlichen Christologie (SBS 42; Stuttgart
1969) espec. 83-99. CL también la visión panorámica del problema que ofrece R. Schnackenburg en MS III, pp.l88-202. Allí mismo
expone N. Füglister el trasfondo procedente del judaísmo tardío, pp. 94-185.
136
De todos modos hay que tener en cuenta los paralelos del Henoc etiópico, libro que también presenta a Dios y al Hijo del hombre
como r..leces. Cf. N. Füglister, p.162.
perennemente válido parece prohibir asumirlas directamente. No
prestaríamos un buen servicio a la causa si recogiéramos sin un examen
crítico el énfasis que tiene en el Nuevo Testamento la soteriología de futuro y
la introdujéramos en la corriente de la dimensión dinámica del futuro, que se
ha vuelto a descubrir en todas partes. Frente a tal corriente habría que
subrayar de entrada que al «ya» de Jesús ya no le falta nada. Así, pues,
recoger críticamente la tradición neotestamentaria debería implicar que la
cristología no puede suponer en el Cristo actual ningún rasgo que signifique
una deficiencia. Empleando una fórmula extrema podríamos decir que lo que
está en juego y tiene que responder a las esperanzas no es Cristo Jesús, sino
nuestro destino. Por tanto, si se prefiere hablar así, las declaraciones
cristológicas de futuro parten de una preocupación antropológica. Sin su
ayuda resulta imposible describir correctamente nuestra situación. Si
careciéramos de una escatología de futuro trazada con rasgos vigorosos,
tendríamos que estar hinchados de presunción o nos habríamos quedado sin
aire para respirar; dejarían de tener sentido todos los pasos que damos. Pero
este polo de la historia abierta y todavía no decidida tiene como contrapolo la
historia del Hijo de Dios, que no está menos «abierta» y «pendiente» y que
influye como tal en la actualidad.
CAPITULO VIII
138
op. cit., 433.
139
Loc. cit. CE. además el interesante ensayo en que G. Lobfjnk trata de esclarecer
la relación entre el tiempo -transcurrido» y la eternidad: G. Gresbalte-G. Lohfink, Nahenoartung. Aufertehung und Unstublichkeit.
Untersuchungen zlIr cbristlichen Eschatologie (QD 71; Friburgo 1975) 59-81.
140
DS 1000-1002. Nuestro -luego» es aquí -mox-.
La escatología que pretende ordenar instancias (cronológicas) estudia la
resurrección antes que el juicio final. La resurrección constituye el primer
acto de dicho juicio, como aparece de manera impresionante en la
iconografía medieval. La iconografía se ajusta a una dogmática que le sirve de
base. De acuerdo con la hermenéutica escatológica que hoy puede
emplearse, los términos particulares como juicio y resurrección han de
considerarse como un intento de expresar la totalidad de la realidad
destacando algunos de sus aspectos. Dada esa intención, es preferible
posponer el estudio de la resurrección de los muertos al del juicio. Su
contenido está más vinculado todavía a la permanente realidad de la vida
eterna futura. Sobre el carácter instantáneo de su realización sólo podemos
hablar partiendo del sujeto que resucita, para lo cual es preciso tener de
nuevo en cuenta lo que afirma el Evangelio de Juan sobre la relación de las
ovejas con el Pastor; hay que partir de la situación de seguimiento del Pastor -
¡eso expresa al menos la imagen de las ovejas!-, cuya voz se escucha ahora.