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Arturo Meza
Toca las cortezas de los árboles y les susurra una palabra extraña
para decir que está con ellos.
Es un niño que se sorprende en un cuerpo viejo o casi viejo
y ama ese andar de niño anciano,
el movimiento, el respirar, el latir del planeta
y el silencio allá arriba.
No vino a impresionara nadie aquí en la tierra.
S oy hijo de asesinos.
Soy hijo de rameras y guerreros lujuriosos.
Soy hijo de la peste vergonzosa.
Nací (como me dicen) al revés.
Nunca vi a mi Madre,
será ahora una anciana prostituta enferma vagando por los mercados
o cadáver en el muladar que ni los perros desearán.
He sido un mundo siempre alerta.
Niño muralla,
niño muro impenetrable,
niño pastor de ovejas.
Pero soy un sabio, lo sé.
Conozco las estrellas, a todas les he dado un mapa de mi alma
y ellas son mi mapa, me reflejan;
son mis ojos, mis entrañas, mi sonido.
La materia prima de mis manos y la magia de mi medicina.
Soy un sabio, padre de mí mismo.
Dicen que hay un Dios inaccesible cuando yo lo tengo siempre frente a mí.
Estoy en Dios, habito en él, como con él.
Conozco las cosas sin estudiarlas.
Sé los cantos de las aves y sus significados.
Converge muy seguido mi ruta con la de los animales que llaman inferiores
no lo son,
son sabios,
como yo,
son mis hermanos, lo que no pueden ser los otros.
No los juzgo ni los absuelvo, así tiene que ser por ahora.
No puedo acelerar el paso del gusano a mariposa, lleva su tiempo,
su ritmo, su armonía al plasma que le protege fuera de su capullo.
No puedo evitar la caída de algunos a cuerpos de cerdos.
El libre albedrío fabrica los vuelos o la condena;
músicos, jueces y verdugos.
A llá, mas allá de la cima de los viejos que cantan como pájaros,
estaba mi rebaño, mi trabajo de pastor,
mis monedas con las cuales pude huir lejos de allí.
Un camino tan largo sin mis ovejas,
ellas allá solas, como yo aquí. Deambulando sin parar;
no sabiendo ellas que me atacan sueños tenebrosos,
no sabiendo nada de mi canto ni del sonido de mi flauta.
¿Acaso mueran de tristeza o seré yo el que muera
y ellas sobrevivan a otro pastor?
Estuve en el desierto,
comí del alimento de serpientes;
aborrecí la tierra, sus criaturas, y vagué y morí
pero retorné y no pude salir o entrar (no sé) a su cuerpo,
Cuerpo de dolor, de Maestros de dolor.
Hermanos de los hombres.
Fue bueno aprender a usar los ojos en el caos oscuro del laberinto planetario.
Han sido buenos los días aciagos del dolor;
fue provechoso asesinarnos y muy instructivo beber la sangre de la esposa
de nuestro enemigo y matar sus críos y él los nuestros.
Ha sido bello fabricar los muros del infierno,
dejar existencias perfectamente labradas en los cimientos del mal.
Es una sinfonía la soledad en que ha quedado
y la entrada triunfal del esperma glorioso de la luz
a fecundar las tinieblas.
El Padre de los hombres.
Hombres mancha.
Hombres bestia.
Alforja de mentiras.
Dentro de sus sacos, la carnicería.
Bajo sus lenguas de veneno, la amable puñalada de la guerra.
Padre nuestro que estás en los cielos y bebiendo el agua en los arroyos
fríos de los bosques con el cuerpo de un ciervo perseguido
y con los ojos más tristes de esta tierra adolorida ya de espinas,
ya de sangre, ya de muerte, sollozando avergonzado
de los hombres ilusorios que han faltado como siempre a su palabra.
M editación profunda.
Montes y valles quietos pero expectantes.
Aves y animalitos del bosque miran en una sola dirección
hacia los capos floridos de etéreos colores
por donde han de llegar enloquecidos y abrumados por la guerra.
Muestro pueblo reposado palpita sutilmente
con un aura entre rosa y amarilla
y al centro el pabellón de la Reina.
Meditación profunda.
El canto del cisne y el canto del pueblo sagrado
flotan como una burbuja en la aurora.
Soldados que avanzan.
Tuvimos noticias de un joven guerrero con un puñado de pueblo
intentando para a la hueste que avanza.
Silencio mental de todos mis hermanos.
Se nos unen las flores y plantas;
Abejas y hormigas, roedores y ciervos;
corderos y perros.
De nuevo la Ley con su peso
y entre el fuego el pabellón de la Reina.
Meditación profunda.
Círculos de luz.
El Maestro mira al centro de su esfera.
Todos estamos en el hemisferio correcto
en el punto exacto donde la armonía de la conjunción
hace resonar los corazones en uno solo con alegría intensa.
Las manos del Maestro son giros magnéticos que limpian la partida.
Choque de estrellas.
Cascada de luz.
El pueblo nuestro todo entero levita,
ascendiendo en remolinos apacibles que asemejan guirnaldas de luz florida
emanando su aroma visible de amor.
Cómo podéis decir que amáis cuando guardáis un tibio gusano en vuestra boca.
No podéis hablar de equidad cuando guardáis la parte mayor.
¿Quién os ha dicho gusano oscuro que podéis ser feliz?
Vuestro cerebro está hueco y es tan bello.
No os gusta que os llamen “animal”
y no sois capaz de ser hombre verdadero,
sin la bestia, sin la mente sucia engendradora de parásitos infames.
Os decís tan bello que no alcanzáis a oler lo nauseabundo
de vuestro cuerpo.
¡Pobres de mis aguas, pobres de mis ríos!
¡Qué misión tan bella tienen!
¡Es tan grande vuestra sed y tan fuerte vuestro olor,
que no alcanzan esta agua que ahora apestan como vos!
¿Dónde está pues vuestra caridad de la que hacéis tanta gala?
¿Dónde está vuestro amor del que enaltecéis y del que alardeáis tanto?
Mostradme un corazón, tan solo un puro corazón,
no que lo saquéis a vuestros hijos de sus pechitos
sino que lo pongáis en el lugar donde lo puedan ver todas las especies
que un corazón puro es un corazón encendido,
lámpara de luz que alumbra los caminos.
Mostradme el sacrificio de la bestia, tu bestia.
No matéis a los corderos ni los queméis en las hornillas
que no soy carnicero.
¡Oh, cuán soberbios sois en los inframundos!
Dios no tiene figura ninguna y vosotros vivís preocupados
por el color de la piel y la estatura
y de esto hacéis una locura.
Lo Dios, sustancia de amor, es coesencial con el espacio abstracto absoluto.
Es energía anamnésica conciencial cognoscitiva.
Vosotros sois un cuerpo fornicando en los abismos de la peste y la lujuria.
Un sagrado templo marginado a la hienda de los cerdos.