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Lección 2
Introducción:
“La palabra dogma se deriva del griego dokein, la cual en la expresión dokein
moi no sólo significa ‘a mí me parece’, o ‘me complace’, sino que también
significaba ‘definitivamente he determinado algo de tal manera que para mí es
un hecho establecido’”.1En ese sentido puede ser también traducido como “he
llegado a la conclusión”, “estoy cierto”, “es mi convicción”.
De manera que la palabra “dogma”, si bien podía usarse para referirse a una
mera opinión particular, por lo general se refería:
Esto es algo que todos los dogmas tienen en común: el hecho de “que están
revestidos de cierta autoridad”.3
1
LBH; pg. 19.
2
Ibíd.
3
LBI; pg. 4.
2
Por otra parte, y como bien señala Berkhof: “Esta decisión estuvo ataviada con
la autoridad divina y obligaba en forma absoluta a las iglesias por cuyo bien se
tomó. No era una simple advertencia que las iglesias podrían obedecer o
ignorar, como mejor les conviniese; sino una obligación impuesta sobre ellas, y
a la cual tendrían que someterse. De consiguiente, el pasaje que estamos
considerando contiene, al menos, una insinuación de que un dogma religioso es
una doctrina definida oficialmente por la iglesia declarando que descansa sobre
la autoridad divina”.4 No obstante, debemos señalar que fue el uso filosófico del
término el que dio origen al significado posterior que adquirió en la teología.
Reinhold Seeberg dice al respecto: “La palabra es utilizada tanto en sentido
político como filosófico. El concepto teológico de la misma concuerda más
plenamente con el uso filosófico del término, como equivalente de
‘proposición’, ‘principio’”.5
El dogma, en cambio, puede ser definido como “una verdad religiosa basada en
la autoridad de, y oficialmente formulada por, alguna asamblea eclesiástica”.8
Citando una vez más a Orr: “Se entiende propiamente como las formulaciones
4
LBI; pg. 5.
5
RS; pg. 29; nota 1.
6
LBH; pg. 20.
7
JO; pg. 31-32.
8
LBH; Ibíd.
3
Resumiendo lo que hemos visto hasta aquí en palabras de Berkhof: “Un dogma
podría definirse como una doctrina derivada de la Escritura, oficialmente
definida por la Iglesia, y declarada que está fundamentada en la autoridad
divina. Esta definición, en parte nombra y en parte sugiere sus características.
Su contenido es derivado de la Palabra de Dios y es, por lo tanto, autoritativo.
No es una mera repetición de lo que se encuentra en la Escritura, sino que es el
fruto de una reflexión dogmática. Y es oficialmente definido por un cuerpo
eclesiástico competente y declarado que se fundamenta en la autoridad divina.
El dogma tiene significación social, porque es la expresión, no de un solo
individuo, sino de una comunidad. Y tiene valor tradicional, puesto que
transmite a las futuras generaciones las preciosas posesiones de la Iglesia. En la
Historia del Dogma, vemos a la Iglesia alcanzando una comprensión cada vez
mayor de las riquezas de la verdad divina bajo la guía del Espíritu Santo,
consciente de su alta prerrogativa de ser el pilar y fundamento de la verdad, y
comprometida en la defensa de la fe que una vez fuera entregada a los santos”.10
9
JO; pg. 32. Ver también RS; pg. 29.
10
LBH; pg. 24-25.
11
LBI; pg. 8.
12
Ibíd.
4
Esta declaración doctrinal difiere del concepto del dogma de los reformadores
en varios puntos importantes. En primer lugar, los reformadores entienden que
los verdaderos dogmas deben derivar su contenido esencial únicamente de las
Escrituras; en ese sentido no aceptan la tradición oral como una fuente de
autoridad para los dogmas. Tampoco consideran los dogmas como
declaraciones doctrinales infalibles, a pesar de atribuirles mucha firmeza y
estabilidad. “Estas formulaciones no son infalibles, pero sin embargo tienen un
alto grado de fiabilidad. Son autoritativas, no sólo porque son propuestas por la
Iglesia, sino más bien porque son formalmente definidas por la Iglesia y
esencialmente basadas en la palabra de Dios”.14
Sin embargo, para la teología católica romana esto es inaceptable. Los teóLogos
católicos insisten en el hecho de que la Iglesia simplemente se ha dedicado a
13
http://multimedios.org/docs/d000443/
14
LBH; pg. 22.
15
LBH; pg. 25.
16
RS; pg. 30.
17
LBH; pg. 25-26.
5
Y luego añade que el credo de la Iglesia “en el presente es idéntico con lo que
fue en épocas pasadas”.19 Otro autor católico dice de manera similar: “La
religión cristiana es intercambiable en todas sus doctrinas reveladas, en todos
sus preceptos e instituciones, los cuales son dados para todos los hombres. Aún
dogma no se le puede añadir ni sustraer ningún artículo de fe (porque la
doctrina es el tema principal bajo discusión); ni puede recibir un significado
diferente de aquél dado por Cristo”.20 Dado que el dogma no se desarrolla,
según el catolicismo romano, no puede tener historia; a pesar de que admiten
que si puede haber desarrollo en la aprehensión subjetiva del dogma. Esa
aprehensión subjetiva del dogma constituye la materia de estudio de la Historia
del Dogma en el catolicismo. El autor católico romano, B. J. Otten, lo explica
de este modo: “[La historia de los Dogmas] presupone que las verdades
reveladas son objetivamente inmutables y permanentes, y también que su
aprehensión subjetiva y expresión externa admite progreso”.21
Algunos autores dentro del catolicismo romano han esbozado una teoría de
desarrollo para el dogma que ha encontrado cierta aceptación. Por ejemplo,
John Henry Newman (líder de la Iglesia anglicana convertido al catolicismo a
mediados del siglo XIX), expuso una teoría de desarrollo del dogma en su
“Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana”, proponiendo la idea de una
evolución histórica en la teología.
“El crecimiento y la expansión del credo y del ritual cristiano, y las variaciones
que han acompañado el proceso en el caso de escritores e Iglesias individuales,
son los fenómenos que necesariamente acompañan a cualquier filosofía o forma
de gobierno que vaya al fondo del intelecto y del corazón, y que haya tenido un
predominio largo o extenso. Por la naturaleza de la mente humana, es necesario
el tiempo para comprender plenamente y llevar a la perfección las grandes
ideas. Las verdades más sublimes y extraordinarias, aunque hayan sido
comunicadas al mundo de una vez por todas por maestros inspirados, no pueden
comprenderse por sus destinatarios de una sola vez, sino que, al haber sido
recibidas y transmitidas por mentes no inspiradas y a través de medios
18
Cit. por LBH; pg. 26.
19
Ibíd.
20
Ibíd.
21
LBH; pg. 27.
6
Con esto queremos decir que, aunque los retos de la Iglesia cambian de época
en época, esto no demanda la formulación de un nuevo dogma para cada época
“descartando el viejo y sustituyéndolo por otro en concordancia con la
condición espiritual de dicha época”.24 De haber sido así, no tendría caso hablar
de una Historia del Dogma en el sentido orgánico de la palabra. Lo sucedido en
la Reforma ilustra esta realidad. Los reformadores no rompieron por completo
con el desarrollo doctrinal del pasado, aún cuando pudieron denunciar y
corregir errores del pasado.
De manera que la Historia del Dogma debe tomar en cuenta las discusiones
teológicas principales de cada época y que produjeron declaraciones doctrinales
que fueron ampliamente aceptadas, aun sin haber recibido el sello de una
aprobación oficial. De igual modo, debemos tomar en cuenta aquellas verdades
periféricas que surgieron de un dogma central, aunque sin haber recibido
especial sanción eclesiástica. Por último, debemos tomar en cuenta “aquellos
nuevos desarrollos de verdades doctrinales que apuntan hacia adelante, y que
preparan el camino para la formulación adicional de dogmas teológicos”.26
25
Ibíd.
26
LBH; pg. 30
27
Ibíd.
28
Ibíd.; pg. 30-31.
8
A. Horizontal/cronológico o vertical/temático:
Como bien señala Berkhof: “El historiador que tiene convicciones doctrinales
definidas, que se adhiere a cierto Credo, encontrará difícil si no imposible,
escribir una historia de los dogmas sin ninguna predisposición y sin revelar su
punto de vista eclesiástico... Al juzgar los diversos desarrollos doctrinales,
empleará no solamente la Palabra de Dios como norma, sino también el criterio
de su propia confesión: La primera como la norma absoluta de la verdad
religiosa y la segunda, como norma bien considerada y como resultado de
investigaciones previas cuidadosamente formuladas, las cuales aunque no son
infalibles, de todas maneras deben considerarse como una verdadera
representación de la verdad bíblica hasta que se demuestre lo contrario”.29
29
LBH; pg. 36.
9
Por supuesto, todo historiador debe abordar la historia con sumo cuidado para
no tergiversar los hechos deliberadamente; pero seguramente pasará juicio
sobre toda verdad religiosa, teniendo la Escritura como norma primaria de
evaluación, y, de forma secundaria, el criterio eclesiástico previamente
adoptado.