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Fluye el tiempo, y con él, la memoria.

Y si vivimos de cara al futuro es porque


también recordamos nuestro pasado. Las arrugas y cicatrices que revelan parte de
lo que hoy somos. Cuando el pasado se pierde o se trata de ocultar en las neblinas
del tiempo, nos extraviamos. Sin embargo, “todo está clavado en la memoria,
espina de la vida y de la historia”.

Hoy queremos recordar a quienes fueron los verdaderos protagonistas de una gesta
nacional que se forjó hace 30 años atrás y que produjo un impacto decisivo en
nuestra historia. Y sin embargo, ellos, los caídos por Malvinas durante el conflicto
y en los años que siguieron, así como nuestros veteranos de Malvinas, siguen en
lucha, por sus vidas y familias, por nuestro país, por nuestra memoria.

Recuerda el veterano Daniel Terzano que cuando regresaron al continente, él y sus


compañeros viajaron a Buenos Aires en un avión de la Aerolínea “Austral”. La
compañía era estatal y el personal tenía órdenes de no servirles nada durante el
vuelo. Pero la tripulación, en un gesto inolvidable, hizo una colecta y con dinero
propio compraron algo de comida para todos.

Aquellos supuestos jefes que los habían enviado meses antes a una guerra absurda
con el fin de sostener un modelo político autoritario, y un modelo económico
excluyente, ahora los negaban, tratando de ocultar sus miserables maniobras. Así
se intento engañar a la memoria de los argentinos, cubrirla con un manto de olvido.

La misma dictadura que reprimía ilegalmente a su pueblo, lo había mandado a la


guerra, y trataba, finalmente, cubrir sus acciones, sabiendo que su tiempo se
acababa.

Malvinas fue una recuperación, si, porque como consecuencia inmediata, los
argentinos nos dimos cuenta que debíamos recuperar la democracia. Y así fue. Ese
conflicto infame diseñado para sostener un gobierno de facto fue, paradójicamente,
el inicio de la libertad, y no pudo manchar a dos de sus pilares fundamentales.

El primero de ellos permanece inalterable, sólido en justicia y razones. Se trata de


los derechos argentinos sobre las Islas Malvinas. El derecho Internacional, las
resoluciones de Naciones Unidas, la historia, la geografía, nos asisten, reconocen
que se trata de suelo argentino. Solo la avidez de un colonialismo anacrónico pero
vivo, sostiene una posición en contrario. Cada vez que funcionarios de la corona
salen argumentar su posición, sus palabras se revelan torcidas y sin sustento, como,
por ejemplo, el querer revertir el carácter de imperialista nuestro país, según dichos
recientes, o mantener por la prepotencia del poder militar una situación ya
condenada, por ejemplo, en Naciones Unidas.

¿Quién puede negar la razón que asistía a aquellos que en 1982 se emocionaron
con la recuperación de nuestro territorio? Si claramente la dictadura utilizó ese
legítimo sentir nacional para sus propios fines, al igual que quienes detentaban el
gobierno inglés, utilizaron las armas en beneficio propio. Tampoco debemos
inflamar una tensión con el pueblo inglés, ellos también se vieron llevados por las
fuerzas ocultas de los mezquinos intereses. Ni Galtieri ni Tatcher buscaban otra
cosa que no fueran sus apetencias políticas, mientras miles de personas eran
arrastradas a la violencia. Las guerras las ordenan unos pocos para que miles de
personas de distintos pueblos las sufran. La cultura del verdadero humanismo nos
une, como pudo unir Juan López y John Ward, a José Hernandez y Corad, como
Roger Water y León Gieco. Es que dice nuestro León : La cultura es la sonrisa con
fuerzas milenarias, ella espera mal herida, prohibida o sepultada a que venga el
señor tiempo y le ilumine otra vez el alma. Hoy vemos, leemos algunos llamados
de quienes encuentran en el otro solo un enemigo con el que pelear. A ellos les
decimos, por favor, no caigan en la trampa que destruir es más fácil que construir.
Dejemos que el rencor ceda al intercambio fructífero de los pueblos. La cultura es
la razón de vida de toda la humanidad, es a ella a quien debemos abrazar y no
dejarnos ganar por los odios y enconos de la guerra, la invención más inhumana y
anticultural que podamos imaginar.

Pero también tenemos que tener claro que una opción por la vida y la cultura no es
incompatible con reclamar por nuestros legítimos derechos, con recordar, con
hacer historia de verdad, reconociendo que Malvinas no fue un hecho aislado, que
está inscripto en un marco de fuerzas coloniales que luchen por subsistir, por
transformarse y seguir operando, tratando de generar un proceso de “des-
malvinización” que denunciamos. No somos inocentes para no entender que
intereses políticos y económicos quieren operar en nuestro país desde su
nacimiento mismo, y que Malvinas es el escalón de una construcción que pretende
seguir vigente infiltrando en su provecho nuestra sociedad, y que para seguir
pasando inadvertida necesita que se olvide la guerra, que no se entiendan las
relaciones de poder subyacentes, que se oculte a sus protagonistas. Para esa des-
malvinización que pretenden imponernos, nada mejor que alzar la voz, que debatir,
que recordar.

Y ese intento nefasto de des-malvinización nos lleva a pensar el segundo de los


pilares que hoy recordamos: se trata nuestros caídos y veteranos de Malvinas,
cuyas personas permanecen puras y reclamantes, cada vez más gigantes con el
paso del tiempo. Ellos son nuestra historia, ellos son nuestra memoria.

En un documental extranjero le preguntaban al padre de un soldado caído en


Malvinas, frente a su cruz en el cementerio en las Islas, si no pensaba que su hijo
había muerto en vano, a lo cual respondió. No. Antes no había argentinos en las
islas, ahora está mi hijo y sus compañeros.

Con privaciones, sin alimentos ni abrigo, pero también sosteniendo patria ante
fuerzas inmensas, esperando con sentimientos encontrados en el continente el
momento en que serían llevados al teatro de operaciones, rezando, hablando con
compañeros, aguantando con orgullo y valentía, plantando cara a todo lo que les
enviara la maquinaria militar de una potencia, sufriendo luego en la sociedad la
tristeza del olvido y del desamparo, casi como si aun estuvieran en las islas, viendo
también morir a sus compañeros, los que antes caían en la trinchera ahora caían en
la desolación de los años siguientes; no se quejan del trago que les tocó, al
contrario, a pesar del dolor lo asumen. Es que se trata de héroes, con rostro
humano, por supuesto. Con los años han seguido militando para protegerse. Con
los años también, empezamos a reconocerles el justo lugar que merecen.
Y aquí están, solo tenemos que ver. Es nuestro deber acompañarlos protegerlos con
memoria afectiva, cada vez que pensemos Malvinas y nuestra democracia,
sabiéndolos hacederos de ellas. Pero también con memoria efectiva traducida en
pensiones y hospitales, con ayudas familiares y trabajo. Se lo han ganado, se lo
debemos y por nuestra historia que corresponde.

Las Malvinas son Argentinas y tenemos razones y derechos genuinos que lo


sostienen, y no las hemos de olvidar.

Nuestro caídos y veteranos son nuestra historia, sangre noble de nuestro presente y
futuro, y no les hemos de olvidar.

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