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LITERATURA ARGENTINA II

Dossier Cortázar

Goloboff, M., “Cortázar revisitado”


Uno de los temas mayores de la presencia de Cortázar en la literatura es el de
las relaciones entre sus relatos y el relato fantástico argentino contemporáneo, donde
habría que explorar la especificidad cortazariana respecto del resto de los autores.
Quien entre éstos ocupa un lugar predominante es Jorge Luis Borges, y suele
hablarse de las influencias que él mismo habría ejercido en Cortázar. Se ha
presentado a Cortázar como un “continuador” de Borges, o como a un escritor
fuertemente influido por él. Sin embargo, las concepciones de ambos sobre el relato
fantástico son bastante diferentes, y por eso lo son también sus prácticas. El mundo
de Borges es “profesionalmente irreal”. No hay para él otra realidad que la irrealidad.
Ni otra causalidad que la fantástica. El mundo todo pertenece a esa categoría; la
realidad, como tal, no tiene existencia alguna. Por eso, lo fantástico en Borges es un
orden completo que se contrapone (completamente) al orden de la realidad. Para
Cortázar, lo fantástico borgeano “hace pensar en un despiadado teorema
geométrico…”. Sus cuentos producen “un secreto terror” de “los propios poderes de la
imaginación”.
La práctica cuentística de Cortázar no coincide con aquella concepción.
La idea fundamental de Cortázar sobre el género fantástico gira alrededor
de la capacidad de estirar los límites de lo real, como para hacer entrar en lo que
tradicionalmente llamamos realidad todo aquello que es insólito, excepcional,
extraordinario. Y en consonancia, esto es lo que sucede casi siempre en sus
cuentos: todo comienza en un universo trivial, familiar, concreto, en el que, poco a
poco, casi imperceptiblemente, van entrando los signos de la inquietud que terminarán
por descomponerlo, por crear una nueva realidad. Así se presenta, por lo general, su
cuentística: puertas que se abren, caminos inesperados, relaciones insospechadas
entre las cosas, entre los seres, alteración de los hábitos, creación de nuevas
conductas, de nuevos horizontes.
Para Cortázar, la realidad, nuestra realidad, lo abarca todo, inclusive lo
fantástico. Lo que, en su opinión, sucede, es que una lógica cartesiana ha invadido o,
mejor dicho, limitado, los contornos de la realidad. Pero dentro de ésta caben, deben
caber, los sueños, las fantasías, los desórdenes. Por ello, cada vez que habla de
realismo, le agrega comúnmente un adjetivo: “ingenuo”, “falso”, etc. Un verdadero
realismo para él debe estirar los límites de lo real, dejar ver sus “intersticios”, dejar
asomar lo que una mirada demasiado normalizada se oculta. El mundo fantástico,
para Cortázar, está dentro del nuestro.

La revolución cubana representó, en la vida de Julio Cortázar, una bisagra


fundamental, y fue la causante de cambios irreversibles, tanto en su concepción del
mundo, de la historia latinoamericana y de los deberes del intelectual, como del
sentido de su propia obra.
Sin abandonar el cuidado de la forma, ni su adhesión a los postulados de una
literatura de alta conformación estética, a partir de los años 60 habría comenzado a
verificarse en él un esfuerzo visible por incorporar ciertos temas y, sobre todo, por
transmitir ciertos contenidos. Lo social y lo político, hasta entonces presentes de un
modo muy metafórico en sus primeros cuentos, hicieron irrupción de una manera clara
y resuelta.
Impregnado de esa nueva concepción del mundo y de la vida, habría querido
también imprimir a su literatura fantástica un signo acorde con aquélla. E introducir
en las anécdotas narradas hechos políticos, conocidos, de la historia
contemporánea. Ese intento, plasmado en muchos de los libros posteriores al 60,
señalaría una modalidad nueva en el “género”, modalidad cuya defensa y práctica
debe reconocerse en primer lugar a este autor.
Su ejercicio del género fantástico ya no representaría solamente el
desenvolvimiento de una diferencia filosófica, ideológica, o una mirada distinta sobre el
mundo, sino que se inscribiría en la estructura misma del llamado “género” fantástico,
traduciría una postura original, distinta, nueva, sobre lo verosímil.

Más allá de las comparaciones a favor o en contra que inevitablemente se


formulan entre Borges y Cortázar, una cualidad los une: la de concebir la literatura
como una busca permanente de horizontes, como incesante apertura. En la lucha y el
trabajo por no caer en el lugar trillado, la facilidad, la concesión, ambos han ofrecido
máximos ejemplos, y tal vez ello es lo que les ha dado el alto lugar que tienen en la
literatura contemporánea.
Pero el de Cortázar constituye además un fenómeno especial de vinculación
entre un escritor y sus lectores reales o potenciales: el peso de la figura personal es
muchas veces tan grande que se contagia a los textos.

Amícola, J., “Cortázar: ‘The smiler with the knife under the cloak’”
Cortázar iniciaría el movimiento de independencia de Borges que caracterizará
a las generaciones de escritores posteriores, pero sin llegar a realizar ese gesto de
modo completo1.
Se cuenta que, para Borges, su cuento “Las ruinas circulares” podía leerse
también como la metáfora de la creación literaria; de un modo similar puede decirse
que “Las babas del diablo” pone en escena los vericuetos de la creación artística y la
cualidad mimética transportando el tema desde la literatura a la fotografía en una
genial vuelta de tuerca que tomaría literalmente la idea de la representación icónica y
reflexionaría sobre sus condiciones de posibilidad. Este magistral cuento de Cortázar
esconde también pudorosamente lo que quiere esconder, un encuentro de sexualidad
intermasculina. No es casual que lo que Cortázar se atreve a hacer visible es una
relación que sólo accede a la literatura en cuanto se trata de la vieja pareja de
raigambre griega del individuo mayor en busca del efebo.
Tres postulaciones concomitantes en la obra de Cortázar:
1. Embellecimiento del acto sexual,
2. Ausencia del sentimiento amoroso como revancha contra el romanticismo,
3. Asimetría en la relación del acto sexual.

1
Mi tesis consiste en la idea de que ese gesto es realizado en toda su significación por Manuel Puig,
quien se lanza a la palestra en 1968 y que publica su obra más importante en cuanto a la sexualidad en
1976 (El beso de la mujer araña).
Sosnowski, S., “Cortázar, necesario”
Al cruzar el océano y al participar de la promesa que significó la Revolución
Cubana, Cortázar se redefinió: sin dejar de ser lo que siempre fue (esa fatalidad de ser
argentino), asumió su latinoamericanismo y actuó conforme a sus exigencias en
diversos escenarios de la América violentada.
Impone su propia reflexión sobre el manejo de la lengua: instrumento para
poseer y definir la realidad. Para Cortázar, cuidar la lengua era recrearla, pasarla por
el tamiz del cementerio (así definió alguna vez al Diccionario de la RAE) para darle
vida, ritmo de calle y de sentidos, regocijo y sobria precisión, la generosa sabiduría de
una identidad que se reconoce en los caminos compartidos.
Si con “El perseguidor”, Cortázar pasó del “yo” al “nosotros”, con “Reunión”
anticipó lo que ya sería integral a su obra crítica: la reflexión desde el lado no-
doctrinario de la simpatía a favor del socialismo. Adoptó la defensa de los derechos
humanos que lo llevaría a escribir una serie de textos posteriormente publicados en
sendos libros sobre Argentina y Nicaragua.
Aunque algunos lectores de la primera hora se sorprendieron ante el viraje
político de Cortázar, ni su interés por los derechos humanos ni su dedicación a
enfrentar desde la cultura a las dictaduras del Cono Sur fueron sorprendentes. La
simiente de sus preocupaciones y la ética que ha vertebrado su obra se hallan aun en
sus tempranos cuentos fantásticos.
Para Cortázar la literatura es riesgo, es enfrentamiento y búsqueda; apuesta y
modo de vida tan irrenunciables como mirar a los otros y reconocerse en la práctica
solidaria que ofrece cercanía, amistad, amor y, también cuando la historia lo exige, la
fuerza necesaria para oponerse a la violencia.
“Historizando” diríamos que Cortázar fue un hombre de los años 60 que aceptó
su temprana versión de los 40 y los 50, así como luego respondió a la ferocidad de los
70 para aportar desde allí a las promesas de los 80 y a una comprensión más lúcida
de estas épocas.
Todo, y especialmente los juegos, responde a reglas. Es por ello que para
quien las reconoce, éstas mismas incitan a su abandono y transformación aunque más
no sea para establecer otras versiones de esos mismos modos de pasar y gozar y
entender y volver sobre la vida. Hay, además, una constante en el impulso por salir de
lo normativo. No es una simple reacción contra las convenciones; tampoco un gesto
anárquico. Proviene de una relación que, siquiera tácitamente, articula conocimiento y
poder, saber y desarrollo humano.
Pienso en ese latinoamericanismo solidario con el que Cortázar y otros
intelectuales de sus tiempos europeos apostaron a un sentido de justicia globalizada.
Pienso en el rechazo del nacionalismo literario pedestre con que se impugnó lo que no
dejaba de ser insultante para los sectores menos ilustrados en las tradiciones
culturales metropolitanas. No hay en esta actitud rechazo de hogar, ni de nación, ni de
fidelidad a lenguas y culturas fundacionales; sí hay un compromiso mayor con el ser
humano, con lo endeble de su existencia y con la promesa de sus logros, con aquello
que unifica a través de las diferencias y el culto a la diversidad y a la heterogeneidad
cultural. Quizás por ello Cortázar apostó tanto a la niñez y a los juegos, a momentos
en que todo es posible, en que nada es inevitable.
Cortázar ha sido algo poco frecuente en la historia de las letras americanas:
necesario.

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