Luna de invierno
Noelia Cigarroa Cooke
en la escuela, en la biblioteca pablica, y ya desesperado, me bus-
caste en las barrancas de la periferia, en la estacién de policia,
en los hospitales. No te diste por vencido: legabas tarde a tu trabajo y
adelantabas la hora de salida, Caminabas por los barrios de la ciudad
para ver todas las caras, todos los lugares.
Siempre que llegabas a la casa, cerrabas los ojos para imaginar que yo
habia vuelto, pero el contundente silencio caia sobre ti, Prendfas todas
las luces para que ocuparan los espacios y te acostabas vestido, sin vestir,
qué mas da, pensando en mi biisqueda infractuosa, Desde el primer dia
de ausencia, también fue mi sueno un cielo de insomnio sin estrellas.
La palida investigacién policiaca te sacaba de quicio. Por eso, al cabo
de un mes, habias revisado palmo a palmo nuestro barrio, los parques, ¢
inclusive te subfas a los autobuses y le preguntabas a la gente. Unos se
reian y otros entendian tu desesperacién y trataban de recordar a
alguien como yo en un camién urbano, con rasgos tan similares a los de
cualquier mujer hispana. Intentabas desatar una reaccién en cadena
entre la gente. Les dabas nuestra direccién, y pedias que te hablaran,
cualquier indicio seria una esperanza. Sin embargo, la primera nevada y
las siguientes cubrieron celosamente todo vestigio. Nunca estuvimos mas
solos en la busqueda obsesiva de respuestas.
Me buscaste tanto sin dar conmigo. Cudntas veces miraste la luna que
cafa sobre las montafas, cudntas mas contemplaste las luces de una ciu-
dad enorme y su horizonte de ruidos malignos.
Llamaste a todos mis amigos y nadie supo de mf, No estaba en casa de
mis padres, ni con los tuyos. No sabes que estoy al margen de la vida
aguardando la primavera por venir,
En la casa querias detener el tiempo pero el polvo te persuadia de mi
ausencia. No tocabas un solo plato 0 cubierto quizé con el terror de no
escuchar mi voz en ellos. Mi fotografia ha circulado por todos los periédi-
cos locales, tu cuenta bancaria esta casi cancelada, Hace poco, sin mas,
me gritaste por una alcantarilla. Alucinado, ahora recurrias a las atar-
jeas que te contestaban con su eco fétido y espeso. No podias mas y caiste
‘a la vera de aquel interminable péramo blanco. Sentiste las estrellas
M e buscaste en todos los sitios que frecuentdbamos: en las plazas,
57como alfileres que se te encajaban en el cuerpo y la luna con su haz de luz
cefiido a tu garganta. La primavera, amor; la primavera ya no tarda.
Pero amanecia otra vez. El silencio de la casa ya no te empujaba a bus-
carme. Ahora te quedabas rodeado por los dias de basqueda inatil. La
desesperanza te quebraba los ojos en un Ilanto silencioso.
No, no estoy en los lugares comunes, ni en las alcantarillas, ni en las
barrancas de la ciudad. Estoy en tu delirio, en la noche que nos hace
poderosos, inmensos. Allf me encuentras una y mil veces pero amanece y
el alba destruye tus certezas. También tu delirio es indtil porque me
retiene intangible
Yo espero cada dia que me encuentres, aguardo ferozmente tu llegada.
Quisiera gritarte que aqui estoy, en el lote baldio, a dos cuadras de nues-
tra casa. Que todavfa conservo en la piel su deseo de sentir correr mi
miedo entre sus manos. Que escucho mi voz tratando de escalar las ven-
tanas, las paredes vecinas, sin dar con nadie. Todavia guardo el estupor
de esa noche de nieve en la mirada. Todavia. {Cudntas veces te lo has
encontrado a 6 sin verme en sus ojos, sin imaginarme en ellos? Pero no
te preocupes, dards con él una vez que des conmigo. Ay amor, cudntas
certezas te dejarén un fluir de nieve en la sangre, cudntos filos de dolor
te quebrarén los ojos otra vez.
jAhl, la ansiada primavera. Un rio de luz me deja al descubierto...
58Escollera
cuerpo, por su suave espuma mezclada con sargazos fosfores-
centes. Recuerdo que cuando regresdbamos a casa después de un
dia eno de mar y dunas, una tristeza comenzaba a inundarme hasta He-
gar a mis ojos. Entonces mi padre amenazaba con sacar el cinto si no
dejaba de llorar. Mi madre, siempre silenciosa, bajaba la cab«
El primer dia de cada mes, mi madre comenzaba un ritual que sélo
ahora comprendo, Me sentaba en un banquito y mojaba mi cabello antes
de cortarlo. Nunca permitia que rebasara el lébulo de mi oreja. Su expli:
cacién era simple: “Asf es mas facil peinarlo y mantenerlo limpio”. Acepté
décilmente sus razones aunque muchas veces me invadia el anhelo de
dejarlo crecer hasta mis muslos.
‘Antes de morir me sorprendieron las tltimas palabras de mi madre:
“Hija, debes cortarte el cabello cada mes. Si desobedeces puede suceder
algo terrible” y me entregé las tijeras que mi pelo conoefa tan bien
‘Sin embargo, a partir de ese dia decid{ dejarlo crecer. Cuando el cabe-
lo rebas6é mis hombros, mi voz anifiada adquirié la melodiosa cadencia
de la brisa marina. Pensé que mi padre castigaria mi desobediencia con
una tunda pero simplemente me miraba receloso.
Cuando el cabello me legé a la mitad de la espalda, mis senos s¢
volvieron suaves dunas que se estremecian con el mero roce del rumor
marino. Mi padre se volvié cauteloso y huidizo. Ahora me evitaba
descaradamente.
Cuando el cabello alcanz6 mis caderas, senti c6mo en las noches de
luna Hena mi alma se inundaba de una marea interior que se desbordaba
por mi sexo. Mis idas al mar eran mas frecuentes. Pero ahora me baiaba
desnuda y tenia que esconderme en los escollos para evitar las miradas
importunas. Mi padre, para entonces, se habfa convertido en ermitaiio.
Cuando mi pelo tocé el borde de mi sexo, una fluorescencia comenz6 a
emanar de mi piel al contacto del fulgor lunar, como si mi sangre fuera
oscura savia de sargazo. Si tarareaba alguna canci6n nacida en el fondo
de mi alma, mi padre me gritaba desde su encierro que dejara de cantar.
Suplicaba Iorando como antes lo hacia yo cuando él me golpeaba. Fue
entonces que empezé a crecerme un apetito enorme por sus ojos labricos,
sus manos duras y sus gltiteos gelatinosos.
‘Ahora que mi pelo ha legado a la altura de mis muslos vivo en una
escollera abandonada y no puedo evitar este canto que se mezcla con la
espuma, el sol, las olas, y que atrac de vez en cuando a algtin suculento
pescador solitario.
D esde pequeia me fascinaba el mar por su tibio ir y venir sobre mi
59