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TESIS 10
El PROBLEMA DE LA VERDAD
Introducción a la problemática
Sin embargo, más allá de las anteriores definiciones presentadas por tan grandes
pesadores, la cuestión sobre lo que es la verdad no puede reducirse a unas cuantas
palabras que intentan precisarla, pues “la verdad es nuestro punto de referencia y, si no
existiera o no fuéramos capaces de conocerla, nos veríamos cuestionados en nuestras
propias raíces. No sabríamos que hacer ni cómo actuar” (Burgos, 2003, pág. 155). Por
esta razón, merece ser estudiada y tratada con amplio interés.
La cuestión acerca de la verdad humana se halla entre dos realidades: está ubicada entre
lo absoluto y lo relativo, generando así que nuestra verdad como seres humanos se
encuentre en constante tensión, a través de los siglos, y por supuesto que hoy en día
también.
En cuanto a los pensadores que han aportado sobre este tema, se pueden distinguir dos
posturas:
En primer lugar, la tendencia a ver sobre todo el aspecto absoluto que se manifiesta en
toda verdad. En este caso se tiende a minimizar el fraccionamiento de la verdad, los
errores, la búsqueda incesante y dolorosa de briznas de verdad. Y en segundo lugar las
antropologías que no ven más que el carácter histórico y relativo de la verdad. […] Esta
tendencia es la que predomina en las antropologías y filosofías contemporáneas.
(Gevaert, 2008, pág. 173)
Sin embargo, aunque estas dos posturas se presentan bien definidas y diferentes, hay
quienes han optado también por una postura ambigua, pues si bien se mantienen en
contra del proceso de absolutizar la verdad de las ciencias, también se muestran
reticentes y reacios a manifestar apoyo a las cuestiones metafísicas o que tengan que
ver específicamente con Dios.
En síntesis, el carácter incompleto de la verdad humana se evidencia principalmente en
“la limitación y parcialidad de todo interrogante científico y en la multiplicidad y
fraccionamiento insuperables de la verdad” (Ibíd.), pero, el hecho de que esta carencia
sea constatable, no significa que el hombre deba decantarse hacia un relativismo sin
salida.
Para iniciar a desglosar el cómo funciona la reflexión dentro del proceso para encontrar la
verdad, debemos partir primeramente de lo que es la propia reflexión. En pocas palabras,
la reflexión es una de las dos dimensiones de la verdad, siendo la otra la dimensión de la
adecuación. Sabemos, entonces, que aunque la verdad se encuentra en el entendimiento,
es la realidad la que la causa, de ahí que se distinga entre dos clases de verdad: a) La
verdad lógica, que es la propia del pensamiento, y b) la verdad ontológica, que se
fundamenta en las cosas debido a que estas son inteligibles.
Ahora, un aspecto importantísimo de la verdad lógica es que además de que implica la
adecuación entre la cosa y la realidad, al ser la verdad propia del pensamiento, también
implica que se sea consciente de tal adecuación. Así, la siguiente pregunta resume muy
bien la cuestión planteada: “¿de qué serviría estar en la verdad si no fuéramos conscientes,
si no lo supiéramos?” (González, 2002, pág. 153). La pregunta citada es remete
interesante, pues abre un camino de investigación muy amplio entorno al conocimiento y
la verdad, de hecho, Santo Tomas, en un apartado de De Veritate, explana la cuestión de
la reflexión en la verdad partiendo de la relación de esta con el entendimiento:
La verdad sigue a la operación del entendimiento en tanto que el juicio de éste se refiere
a la cosa tal como ella es; pero la verdad es conocida por el entendimiento en tanto que
éste reflexiona sobre su propio acto; mas no sólo en tanto que conoce su acto, sino en
tanto que conoce su adecuación a la cosa. la cual a su vez no puede ser conocida si no
se conoce la naturaleza del propio acto. Y, por su parte, esta última no puede ser conocida
si no se conoce la naturaleza del principio activo, que es el propio entendimiento, a cuya
naturaleza le compete conformarse a las cosas. Luego el entendimiento conoce la verdad
en cuanto que reflexiona sobre sí mismo (De Veritate, q, 1, a.9)
De esta manera, el conocimiento que quiera considerarse como verdadero, implica que
el entendimiento regrese sobre sí mismo, es decir, haga una reflexión, una reditio. Y,
precisamente, es a causa de esa reditio, que se halla presente en todo juicio, como
podemos advertir la verdad, pues al reflexionar sobre un acto, se toma conciencia de él
y por ende, la reflexión llega a conocer la naturaleza del entendimiento.
Otro aspecto interesante se puede resaltar al afirmar que los sentidos no tienen la
capacidad de reflexionar, y por ello la verdad no se encuentra en ellos formalmente. Sin
embargo, es innegable que los sentidos, así como el entendimiento, también se adecuan
a la realidad, pues ellos también “pueden poseer la verdad materialmente, pero sin saber
que la poseen.” (González, 2002, pág. 153). Esto último es lo que acontece con los
animales, pues no tienen el conocimiento intelectual, ya que estos no saben que están
en la verdad en determinada situación, sino que obrando movidos por los instintos, la
realidad no adquiere ningún sentido para ellos salvo en el hecho de satisfacer sus propias
necesidades.
Por un lado, el que designa bien la facultad o capacidad que permite, en general, juzgar;
por otro, el que designa bien el peculiar tipo de acto que dicha facultad permite llevar a
cabo bien el peculiar tipo de configuración objetiva que constituye como resultado de dicho
acto. Para evitar confusiones, es recomendable hablar, en el primer caso, de «facultad de
juicio» y, en el segundo, de «juicio», a secas. (Gonzáles, 2010, pág. 646)
Tenemos entonces que el juicio está presente en la verdad lógica, y como lo vimos en el
apartado sobre la reflexión, no se halla en los animales, por tanto, el juicio tampoco es una
facultad que posean los animales. Cuando se realiza un juicio, “el entendimiento afirma o
niega un predicado de un sujeto, siendo éste algo real. El juicio «compone o divide», pero
siempre referido a la realidad” (Ibíd. pág. 154). Ahora, recordando que la adecuación que
es la base para la verdad ocurre entre dos términos (el de la realidad y el del
entendimiento), la única manera en que esta se pueda dar formalmente es cuando ambos
términos están presentes. Los juicios pueden ser verdaderos o falsos, pues cuando se
realiza un juicio “[…] no sólo «pensamos», sino que además tratamos de «conocer» la
realidad; cuando pensamos no existe adecuación porque falta uno de los términos, pero al
conocer se dan ambos y, por tanto, el conocimiento puede ser verdadero o falso” (Ibíd.)
En síntesis, la verdad como adecuación solo es reconocible con toda propiedad en el juicio,
porque si la forma que la mente atribuye a un ser es real, significa que, esa forma —
entendida como predicado— se le ha atribuido a un sujeto, y por tanto, existe una
conformidad entre la cosa y el entendimiento.
El error
Lo primero a tener en cuanta sobre el error es que este se encuentra también en la mente,
no en las cosas. Esa diferenciación es fundamental, puesto que es probable que
caigamos en la equivocación de afirmar que son las cosas las que propician el error, pero
es realmente el intelecto el que comete el error cuando separa lo que está unido en vez
de unir lo que está separado, y es entonces cuando decimos que hay un error. De ahí
que “las causas del error habrá que buscarlas en el sujeto mientras que la causa de la
verdad, en cambio, ha de residir más bien en la realidad” (Ibíd. pág. 100)
Además, si es correcto afirmar que para que se dé la verdad debe existir una adecuación
entre mente y realidad, para que se dé el error también debe existir dicha adecuación,
pues es necesario que aquello que se concibe sea algo real, no algo abstracto, y ¿porque
no puede darse en algo abstracto? Esto se debe a que el entendimiento no es consciente
de que “está en la verdad mientras no la refiera a la realidad, mientras no la predique de
una realidad concreta. El abstracto, por serlo, no existe más que en la mente, y por ello
no es ni verdadero ni falso.” (Ibíd. pág. 99)
Por otro lado, la cuestión de la ignorancia también toma parte en esta discusión, ya que
esta nos lleva a actuar de manera no acorde a la realidad porque al ser “la privación de
un conocimiento para el que se posee naturalmente aptitud” (Llano, 2003, pág. 66) la
persona, designada como ignorante, no es capaz de obrar conforme a la realidad. La
diferencia con el error está en que este radica en “afirmar lo falso como verdadero”
(Corazón, 2002, pág. 205), de manera que ya no procedemos por ignorancia, sino que
actuamos en contra de la realidad.
Dios es la Verdad absoluta, la Verdad por esencia. Esto significa no sólo que Dios es un
ser personal, inteligente y libre, sino que en Él entendimiento y ser se identifican. Aquí
podemos ver que Dios es simplicísimo, es la Identidad Originaria, es infinitamente perfecto
—pues conocer es acto y acto perfecto—, es plenitud de contenido, o sea, de ser.
(González, 2002, pág. 147).
Así, en lo que respecta a Dios, decimos que es el ser el fundamento de la verdad, pues
no podríamos hablar de verdad sin el ser. Ahora, lo importante acá es que el ser de las
criaturas pende estrictamente de su Creador, de manera que, si la verdad es una
adecuación, entonces las cosas deben adecuarse al entendimiento divino para ser
verdaderas.
En síntesis, es posible afirmar que la verdad absoluta se entiende, en términos generales,
como una realidad que no cambia, no varía. Los hechos que la componen son inalterables
y fijos. De hecho, sin ir tan lejos, hay verdades absolutas que podemos constatar en la
vida diaria: ¿cuándo hemos visto un hexágono de cuatro lados? ¡Nunca!, porque no existe
absolutamente ningún hexágono que tenga solo cuatro lados. Es un hecho invariable e
inalterable que no hay hexágonos de esas características.
El criterio de verdad
Sobre el criterio que se debe seguir para determinar algo como verdadero es mucho más
realista hablar en plural, pues es complejo designar uno solo que esté por encima de los
demás y que sea más efectivo o apropiado. Sin embargo, el hecho de interesarse por
hallar este criterio es de suma importancia, pues “de nada podría servimos la adecuación
o el ajuste de nuestra facultad intelectiva a la realidad misma de las cosas si no
captásemos esa conformidad, es decir, si ese ajuste o adecuación no nos resultaran
manifiestos con claridad suficiente” (Millán-Puelles, 1984, pág. 272)
Empero, no existe unicidad en cuanto a la posibilidad de que exista dicho criterio, ya que
algunos pensadores aducen que si este existiera el ser humano no caería en el error ni
se equivocaría. Otros han afirmado que ese criterio esta mediado por la subjetividad,
pues “al defender que no conocemos la realidad sino nuestras ideas, no pueden admitir
un criterio objetivo” (González, 2002, pág. 179). Y, por otro lado, los filósofos clásicos han
optado por presentar a «la evidencia» como la mejor opción.
Así, el primero de los posibles criterios que vamos a analizar es la evidencia objetiva.
Esta puede definirse como “la presencia de una realidad como inequívoca y claramente
dada a la inteligencia” (Llano, 1991, pág. 52). El hecho de que esa realidad sea
comprendida con claridad implica que haya certeza sobre dicha realidad. Pero, esa
certeza no puede guiarse subjetivamente, pues a lo único que llegaríamos sería a un
círculo vicioso: “lo subjetivo es la certeza, luego un criterio subjetivo no sería otra cosa
que otra certeza, y así estaríamos ciertos de que estamos ciertos” (González, 2002, pág.
180). Con esto, diríamos que la evidencia debería estar en concordancia con la certeza,
puesto que también debería ser subjetiva, pero esto no puede ser porque claramente
todos somos distintos, y la experiencia individual hace que certezas y evidencias varíen
en cada uno. No obstante, esto tiene solución:
Hay veces en que lo conocido nos arrebata de tal modo, se nos hace tan patente, se
muestra con tanta fuerza, que no podemos dudar ni aunque quisiéramos hacerlo. Esa
claridad es precisamente la evidencia. Se trata de una claridad tal que, por decirlo de algún
modo, hace que nos olvidemos de nosotros mismos, de nuestra actitud ante lo conocido,
de nuestro gusto o disgusto; la atención queda suspendida de modo que, en cierto sentido,
somos arrastrados por el conocimiento: no podemos no afirmarlo. (Ibíd.)
Así, el subjetivismo queda eliminado al enfrentarse al dato que está siendo conocido,
puesto que proviene de una realidad que nuestro entendimiento no puede negar.
En cuanto a la evidencia subjetiva, Descartes la pregona y la defiende al indicar que el
yo que está pensando no permite dudar de que la evidencia sea subjetiva, pues esta es
aportada por el pensamiento, no por las ideas, de modo que Descartes antepone el sujeto
al objeto. Con todo, el mismo Descartes reconoce que esa teoría es insuficiente, así que
recurre a la veracidad divina, alejándose del subjetivismo, pues Dios es no es subjetivo:
“Por lo que es evidente que (Dios) no puede ser engañador, puesto que la luz natural nos
enseña que el engaño depende de algún defecto” (Descartes, Meditaciones metafísicas,
págs. 3a meditación, 44.) De esta manera el inconveniente del planteamiento de
Descartes está en que “en vez de apoyarse en la bondad y el poder divinos, […] ha de
acudir a la veracidad divina, para concluir que, cuando usamos bien de la razón, Dios no
nos engaña” (González, 2002, pág. 181). Al final esta teoría quedará desacreditada
debido a que “o bien Descartes incurre en un círculo vicioso, o bien la demostración de
la existencia de Dios es evidente al margen de que cumpla o no el criterio de certeza
(pues dicho criterio sólo es válido si Dios existe).” (Ibíd. pág. 182). Sin importar cuál sea
la opción, la demostración carece de soporte, y por tanto, el criterio planteado por
Descartes sería insuficiente.
Por último, la relación entre certeza y verdad se presenta como la más “confiable” a la
hora de determinar un criterio para aseverar que se posee la verdad. Sin embargo, son
distintas, aunque conduzcan al mismo resultado:
se sigue que la certeza no es lo mismo que la verdad, aunque se trate de nociones
estrechamente conectadas. Mientras que la verdad es la conformidad del entendimiento
con la cosa, la certeza es un estado del espíritu que, en condiciones normales, procede
de hallarse en la verdad, de saber. La certeza es una situación del sujeto –una seguridad-
y, por eso, pueden intervenir en ella diversos factores; por ejemplo, la voluntad libre puede
imperar el asentimiento o el disentimiento a verdades que no son de suyo evidentes. Esto
último abre la posibilidad de que, a veces, estemos subjetivamente convencidos de cosas
que son falsas. (Llano, 1991, pág. 53)
En conclusión, la certeza se presenta cuando el entendimiento esta mediado por una
enunciación verdadera, que además, en algunas ocasiones, lleva a la mente a aceptar
de manera inmediata la realidad que proviene del objeto inteligible.
La verdad en nuestros tiempos
Referencias
Aquino, S. T. (s.f.). De veritate.
Carvajal, L. G. (1996). Ideas y crrencias del hombre actual. Santander: Sal Terrae.
Kant, E. (1928). Critica de la razón pura (Adpatación digital ed.). Madrid: Libreria General de Victoriano Suárez.
Poper, K., & Eccles. (1974). Falsabilidad y libertad. Londres: Souvenir Press.