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Obras Misionales Pontificio Episcopales

Diócesis de Saltillo

Segundo diálogo
“Bautizados y enviados. La Iglesia de Cristo en misión en el mundo”

1. Oración para iniciar

2. Desde nuestra realidad

a. ¿A qué crees que se debe que hoy en día los hombres y mujeres vivan como si
Dios no existiera?

b. ¿La renovación de las promesas bautismales la haces con una mayor conciencia
y experiencia de Dios?

c. ¿Te identificas como misionero? ¿Por qué?

4. Motivación

• El sacramento que nos vincula directamente con la misión evangelizadora es el


bautismo, ya que por él entramos a formar parte de la Iglesia que es el sujeto de
la evangelización.

• Jesús se acercó a ellos y les habló así: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la
tierra. Id, pues, y hacer discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo
os he mandado. Y estad seguros que yo estaré con vosotros día tras día, hasta el fin
del mundo (Mt 28, 18-20).

• La explicación más típicamente paulina del bautismo cristiano se


encuentra en las grandes cartas. El texto más importante se encuentra en
Romanos 6, 1-11, el cual ha sido visto por la tradición como normativo de
su doctrina bautismal. (César Izquierdo, Diccionario de Teología, p. 68).

• ¿Qué diremos, pues? ¿Que debemos permanecer en el pecado para que la gracia se
multiplique? ¡De ningún modo! Nosotros ya hemos muerto al pecado; ¿cómo
vamos a seguir entonces viviendo en él? ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos
bautizados en Cristo Jesús fuimos incorporados a su muerte? Por medio del
bautismo fuimos, pues, sepultados con él en la muerte, a fin de que , al
igual que Cristo resucitó de entre los muertos mediante la portentosa
actuación del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.
Porque si hemos sido injertados en él por una muerte semejante a la suya, también
lo estaremos por una resurrección semejante. Sabemos así que nuestro hombre

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viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruida nuestra naturaleza
transgresora y dejáramos de ser esclavos del pecado. Pues el que está muerto
queda libre del pecado. Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también
viviremos con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los
muertos, ya no vuelve a morir, y que la muerte carece ya de poder sobre él.
Su muerte implicó morir al pecado de una vez para siempre; mas su vida es un
vivir para Dios. En consecuencia, también vosotros debéis consideraros muertos al
pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús (Rm 6, 1-11).

• De ahí que para Pablo el bautismo sea una participación real en el destino
de muerte de Cristo. Pablo emplea aquí el término omoiomati [semejante]
(v. 5) en sentido fuerte, es decir: no como una “semejanza” extrínseca sino
como un inserción objetiva (real) del cristiano en la muerte de Cristo. Esta
inserción, que ha acontecido ya en el momento mismo de la muerte de
Cristo, se actualiza y participa en el momento del bautismo. También en el
bautismo se da una participación en la resurrección; pero ésta tendrá lugar
más tarde. (César Izquierdo, Diccionario de Teología, p. 68).

• La obra salvadora realizada por Cristo se comunica al creyente y genera


en él, gracias a la resurrección de Jesucristo, un renacimiento espiritual (el
bautismo), cuya meta última es la posesión definitiva de la salvación, que
será alcanzada gracias a la acción de Espíritu Santo. (César Izquierdo,
Diccionario de Teología, p. 69).

• Al contrario, que vuestra conducta sea santa en todo momento, como


santo es el que os ha llamado. Pues así está escrito: Seréis santos, porque
santo soy yo (1 Pe 1, 15-16).

• Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa,


pueblo adquirido, destinado a anunciar las alabanzas de Aquel que
os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz; vosotros, que si en
un tiempo no fuisteis pueblo, ahora sois Pueblo de Dios (1 Pe 2, 9-10).

• La Iglesia siempre ha anunciado el misterio de Cristo Muerto y


Resucitado. Sin embargo, llamamos Iglesia evangelizadora a la que desde
una situación sociológicamente muy minoritaria pasó a se religión oficial
del mundo entonces conocido.

• Desde los orígenes de la Iglesia la secuencia bautismal no debió de


diferir mucho de la siguiente: predicación del kerigma, catequesis,
acogida de la Palabra en la fe, arrepentimiento y conversión,
bautismo, imposición de manos y participación en la vida de la

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nueva comunidad, sobre todo en la Eucaristía. (César Izquierdo,
Diccionario de Teología, p. 70).

• Ahora bien, el hecho de bautizar a una persona no asegura que lleve a cabo la
misión evangelizadora. Ello va a depender de la formación cristiana de dicha
persona y del grado de conciencia que tenga de su compromiso en el proceso
evangelizador.

• Como núcleo y centro de su Buena Nueva, Jesús anuncia la salvación, ese


gran don de Dios que es liberación de todo lo que oprime al hombre, pero
que es sobre todo liberación del pecado y del maligno, dentro de la alegría
de conocer a Dios y de ser conocido por El, de verlo, de entregarse a El.
Todo esto tiene su arranque durante la vida de Cristo, y se logra de
manera definitiva por su muerte y resurrección; pero debe ser continuado
pacientemente a través de la historia hasta ser plenamente realizado el día
de la venida final del mismo Cristo, cosa que nadie sabe cuándo tendrá
lugar, a excepción del Padre (Mt 24, 36; Hch 1, 7; 1 Tes 5, 1-2). (Pablo VI,
Evangelii Nuntiandi, n. 9).

• ¿Quién tiene, pues, la misión de evangelizar? El Concilio Vaticano II ha


dado una respuesta clara: “Incumbe a la Iglesia por mandato divino ir por
todo el mundo y anunciar el Evangelio a toda creatura”(Dignitatis
Humanae, 13; Lumen Gentium, 5). Y en otro texto afirma: “La Iglesia entera
es misionera, la obra de evangelización es un deber fundamental del
pueblo de Dios” (Ad Gentes, 35). (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, n. 59).

• La Buena Nueva debe ser proclamada en primer lugar, mediante el


testimonio. Supongamos un cristiano o un grupo de cristianos que, dentro
de la comunidad humana donde viven, manifiestan su capacidad de
comprensión y de aceptación, su comunión de vida y de destino con los
demás, su solidaridad en los esfuerzos de todos en cuanto existe de noble
y bueno. Supongamos además que irradian de manera sencilla y
espontánea su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes,
y su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar. A través de este
testimonio sin palabras, estos cristianos hacen plantearse, a quienes
contemplan su vida, interrogantes irresistibles: ¿Por qué son así? ¿Por qué
viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están
con nosotros? Pues bien, este testimonio constituye ya de por sí una
proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena
Nueva (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, n. 21).

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• Y, sin embargo, esto sigue siendo insuficiente, pues el más hermoso
testimonio se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado
—lo que Pedro llamaba dar “razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)—,
explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús. La Buena
Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser pues, tarde o
temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización
verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las
promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios (Pablo VI,
Evangelii Nuntiandi, n. 22).

• En el marco del mes de octubre, como mes misionero decretado por el Papa
Francisco, el bautismo se entiende como envío al mundo: con el bautismo
recibimos una misión (evangelizadora).

5. Desde la palabra de Dios: Lc 16, 13

• Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien
se dedicará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero (Lc 16, 13).

• ¿Qué reflexión nos sugiere el texto?

6. La voz del Papa

• La crisis de la misión inicia cuando perdemos el sentido de nuestro bautismo, es


decir, cuando separamos las funciones del bautismo de nuestra vida personal.
Pero los pontífices no lo ven así.

• Benedicto XV, por ejemplo, sostiene que ha de ser hombre de Dios quien a Dios
tiene que predicar (Maximum Illud, n. 64). El pontífice refiere este principio al
ejercicio de la santidad y entendemos por tal la toma de conciencia de la
presencia de Dios en nuestras vidas, por medio de la creación entera, del ejercicio
de las virtudes (fe, esperanza y caridad) y por medio de la vida sacramental.

• El Papa Francisco dice: Es un mandato que nos toca de cerca: yo soy una misión;
tú eres siempre una misión; todo bautizado y bautizada es una misión. Quien
ama se pone en movimiento, sale de sí mismo, es atraído y atrae, se da al otro y
teje relaciones que generan vida. Para el amor de Dios nadie es inútil e
insignificante. Cada uno de nosotros es una misión en el mundo porque es fruto
del amor de Dios (Mensaje Domund, 2019).

7. La misión compartida

• Implicar nuestro bautismo en la vida de la comunidad debería ser el antídoto


contra la separación de las funciones del bautismo y la vida personal.

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• Nuestra misión evangelizadora se coloca entre la opacidad de la historia humana
y el esplendor del Reino de Dios. La constitución dogmática sobre la Iglesia
Lumen Gentium dice:

• La Iglesia “prosigue su peregrinación entre las persecuciones del mundo y


los consuelos de Dios” (san Agustín), anunciando la cruz y la muerte del
Señor hasta que venga (cf. 1 Con 11, 26). Fortalecida con el poder del Señor
resucitado, vence con paciencia y caridad sus propios sufrimientos y
dificultades internas y externas, y descubre fielmente en el mundo el
misterio de Cristo, aunque bajo sombras, hasta que al fin se manifieste con
todo esplendor (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, n. 8).

• El papa Benedicto XVI habla de dos peligros que acechan a los misioneros que
van a otros países.

• En primer lugar, los misioneros pretenden que los destinatarios de la


evangelización se adecuen a sus esquemas etnocéntricos, es decir, a las
costumbres culturales de su país de origen.

• En segundo lugar, menciona el peligro de la avaricia o apego desordenado


al dinero.

• En efecto, a quien está poseído dela codicia le será imposible que


procure, como es su deber, mirar únicamente por la gloria divina;
imposible que en la obra de la glorificación de Dios y salud d ellas
almas se halle dispuesto a perder sus bienes y aun la misma vida,
cuando así lo reclame la caridad (Maximum Illud, n. 50).

• Júntese a esto el desprestigio consiguiente de la autoridad del


misionero ante los infieles, sobre todo si, como no sería extraño en
materia tan resbaladiza, el afán de proveerse de lo necesario
degenerase en el vicio de la avaricia, pasión abyecta a los ojos de los
hombres y muy ajena del Reino de Dios (Maximum Illud, n. 51).

8. Sobre estos planteamientos nos preguntamos

• ¿Qué puedo hacer para que como bautizado ayude a que otros bautizados se
integren a la vida comunitaria, al proceso de evangelización y a la misión ad-
gentes?

9. Oración para finalizar

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