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Un primer día de clases diferente

Por J. V. Hernández

El primer día de clases en la vida de un niño es un coctel de emociones que


acompañan la expectativa por lo desconocido. Saber cómo será su nueva maestra
y cuáles serán sus compañeros de clase, contar cómo fueron sus vacaciones,
mostrar su uniforme y útiles escolares nuevos, así como extrañar su hogar o colegio
anterior son algunas de las ideas que pasan por la mente de un niño o niña en este
primer día. Para un docente, este día se convierte en una oportunidad para iniciar
lazos de amistad con estos nuevos discentes, conocer sus intereses, necesidades
y formas de socialización.

Este 16 de septiembre de 2019 esta realidad se tornó diferente en una de las


escuelas pilotos del plan nacional de Escuelas Bolivarianas impulsado por gobierno
nacional. Por primera vez en mis 20 años como docente evidencio como este
cúmulo de emociones en buena parte de los infantes se resumieron en sólo tres:
tristeza, vergüenza y resignación. Estas emociones son una muestra del producto
del empobrecimiento continuo que experimentan algunas familias venezolanas y es
exteriorizado en los planteles educativos, no sólo por los estudiantes sino por el
personal docente, administrativo y obrero que en ellas hacen vida.

Resulta paradójico escuchar por un lado las políticas gubernamentales que


hablan de inclusión y calidad educativa a través del ejercicio de la pedagogía del
amor y el clima escolar favorable, y por otro lado observar a niños y adolescentes
que, a pesar de tener igualdad de oportunidades de estudio, no gozan de las
mismas condiciones para hacerlo placentero. Esto se evidencia en su apariencia
personal caracterizada por signos de desnutrición, resequedad de la piel y mala
higiene (algunos con escabiosis o pediculosis), aunado a su desmotivación ante los
escasos recursos para el estudio (uniforme escolar, zapatos, útiles escolares o
dinero para trasladarse hacia el colegio). A esto se le suma el estado de la
infraestructura de la escuela que cada día se degrada más; donde hay pocos baños
operativos, la mayoría de las aulas no poseen luz artificial, las paredes están
deterioradas, no se goza de espacios para la recreación,… pero principalmente la
falta de agua y materiales para la limpieza influye significativamente en la atención
de la población estudiantil quienes están hasta 8 horas en el plantel.

Es sorprendente y hasta lamentable tener que auxiliar a niños, niñas o


adolescentes en medio de la entonación del himno nacional o durante el desarrollo
de una clase que se desmayan por pasar un fin de semana sin comer bien; es triste
ver a un niño o adolescente avergonzado ante el resto de sus compañeros por tener
el uniforme o los zapatos rotos, pero lo es más aún un niño o adolescente resignado
a vivir así, sin espíritu de superación o esperanza de resolver su situación socio
económica algún día.

En el caso de los maestros la realidad es muy similar. Sin lugar a dudas, el


ejercer la docencia en Venezuela en este tiempo histórico resulta ser una ocupación
más vocacional que lucrativa, pues en los actuales momentos el salario mensual
para un profesional de la docencia oscila entre los 2 y 5 dólares. Hoy la calidad de
vida del maestro venezolano se degrada cada vez más, lo cual repercute
significativamente en su praxis docente, al no cubrir sus necesidades básicas de
alimentación balanceada, seguridad y autorealización.

Este 16 de septiembre, marcó un precedente en la historia de vida de muchos


niños, docentes, padres y madres, el cual no sólo abre un espacio para la reflexión
a fin de analizar las causas y posibles consecuencias de persistir esta situación,
sino a su vez pesar qué podemos hacer para recrear el hecho educativo
venezolano, cómo borrar esas líneas de desesperanza y conformismo que muchos
venezolanos han trazado en sus vidas y en la de otros, quiénes están dispuestos a
dar una fracción de su vida para dedicar tiempo en la atención temprana de los
futuros profesionales y líderes que requiere la nación, a pesar de todos las
limitaciones a las que estamos sujetos.

A pesar de lo expuesto, aún creo que es posible tener una ciudadanía con
principios y valores que los impulsen a transformar su realidad y disfrutar de una
vida plena, pero ello requiere reiniciar el proceso de formación de los niños y
adolescentes con prácticas que generen un aprendizaje pertinente y efectivo de
habilidades cognitivas y sociales, que se manifiesten en sus relaciones y le sirvan
de referencia durante la vida; aún creo que el trabajo con niños y adolescentes
resulta una gran oportunidad para invertir en el futuro del país y comenzar a
cosechar frutos a corto, mediano y largo plazo en los diferentes ambientes en donde
éstos se desenvuelven.

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