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y el Profesor de Filosofía.
Alejandro Ruidrejo
Escuela de Filosofía. Facultad de Humanidades
Universidad Nacional de Salta
“Diógenes objetó, cuando se alabó a un filósofo delante suyo: ¿Qué tiene que
mostrar de grande, él, que se ha dedicado durante tanto tiempo a la filosofía sin
entristecer jamás a nadie? En efecto, sobre la tumba de la filosofía de universidad
habría que poner como epitafio: Jamás entristeció a nadie.”1(1)
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las fuerzas críticas del pensar. Pero frente a esta confiscación del pensamiento por
parte del Estado, aparecen contra-pensamientos. El profesor de filosofía será
enfrentado por el pensador privado. Este personaje del pensamiento es el que
descree de los ámbitos populosos, el que entiende que las formas en que el
pensamiento se enseña en las aulas, tiene demasiado de vulgarización y de
impropiedad. El pensador se libera de sus pensamientos junto a sus amigos, frente a
aquellos que ama y considera sus pares, pues las cosas que merecen ser pensadas
requieren al menos en sus inicios, de la compañía de quienes comprenden el mundo
bajo las mismas palabras. "No obstante, “pensador privado” no es una expresión
satisfactoria, puesto que carga las tintas sobre una interioridad, cuando se trata de
un pensamiento del afuera.(2)(3) Poner el pensamiento en relación inmediata con el
afuera, con las fuerzas del afuera, en resumen, convertir el pensamiento en una
máquina de guerra, es una empresa extraña cuyos procedimientos precisos se pueden
estudiar en Nietzsche (el aforismo, por ejemplo, es muy diferente de la máxima, pues
una máxima, en la república de las letras, es como un acto orgánico de Estado o un
juicio soberano, mientras que un aforismo siempre espera su sentido de una nueva
fuerza exterior, de una última fuerza que debe conquistarlo o someterlo, utilizarlo).
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Tanto el estilo aforístico de Nietzsche, como el pensamiento del Afuera, al que
Foucault dedicara un detenido trabajo reflexivo, serían ejemplos de esa exterioridad
del pensamiento filosófico. Una exterioridad que siempre lo desborda y lo excede.
Que no se deja medir. Es ese deseo de ver a la filosofía desde otros puntos de vista,
ese esfuerzo por conducirla hacia sus límites con la historia, la psicología o el arte, es
esa ambigüedad con la que ambos pensadores han afrontado el ejercicio del pensar,
lo que todavía hace posible discutir en qué medida pertenecen, o no, al ámbito de la
filosofía, en qué medida son, o no, parte del devenir del pensamiento.
Gilles Deleuze fue uno de aquellos que marcaron los costos del ingreso de la filosofía a
la universidad moderna. La contraposición entre el profesor de filosofía y el modelo
de pensador privado encarnado por Nietzsche, muestra la pérdida que ha significado
para la práctica del pensar el adquirir el estatuto epistemológico de un saber
académico universitario. Ese saber debe adquirir la forma que le exige la mecánica
pedagógica universitaria, debe ser reproducible, evaluable, administrable, debe
acreditar sus títulos de nobleza bajo los imperativos de la burguesía. La filosofía
deviene historia de la filosofía. La reproducción de los mecanismos de inhibición del
pensamiento se articulan en torno a la fuerza policíaca de la historia de la
filosofía4(5), que señala permanentemente la imposibilidad de pensar sin haber leído
las figuras monumentales de su historia. La filosofía resigna el potencial crítico de la
experiencia del pensar a cambio de adquirir una forma Estado, como diría Deleuze:
“Vemos perfectamente lo que el pensamiento gana con ello: una gravedad que nunca
tendría de por sí, un centro que hace que todas las cosas, incluido el Estado, den la
(2) 3 Cf. El análisis de Foucault, sobre Maurice Blanchot y una forma de exterioridad del
pensamiento: “La pensée du dehors”, en Critique, Junio 1966 (trad. Cast., Pre-Textos) Citado por
Deleuze.
3 4 Deleuze, G.-Guattari, F.; Mil mesetas; El estado y la máquina de guerra; Pre-textos; 1988. Pág.
4 5 “Pertenezco a una generación, a una de las últimas generaciones que han sido asesinadas por la
historia de la filosofía. La historia de la filosofía ejerce, en el seno de la filosofía, una evidente función
represiva, es el Edipo propiamente filosófico: “No osarás hablar en tu propio nombre hasta que no
hayas leído esto y aquello, y esto sobre aquello y aquello sobre esto.” Deleuze, Gilles; Conversaciones.
Pre-textos. Pág. 13. Valencia. 1996.
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impresión de existir gracias a su propia eficacia o a su propia sanción. Pero el Estado
gana otro tanto. En efecto, la forma-Estado gana algo esencial al desarrollarse así en
el pensamiento: todo un consenso. Sólo el pensamiento puede inventar la ficción de
un Estado universal por derecho, elevar el Estado a lo universal de derecho.”
El pensamiento bendice al Estado y el Estado sostiene al pensamiento. Todas las
formaciones que escapan al orden del Estado dejan de existir, ya que la ley distingue
entre los ciudadanos dóciles y cumplidores y los salvajes que pertenecen al estado de
naturaleza. El Estado deviene organización racional y razonable de una comunidad,
mientras el pensamiento adopta sus formas de ejercer la soberanía5(6). Sólo se
inscribe en el pórtico de las nuevas Academias: no entre aquí quien no sepa obedecer.
5 6 El respecto Deleuze afirma: “Todo lo que pertenece a un pensamiento sin imagen, el nomadismo, la
máquina de guerra, los devenires, las bodas contra natura, las capturas y los robos, los entre-dos
reinos, las lenguas menores o los tartamudeos en la lengua, etc., es aplastado y denunciado como
nocivo. “Diálogos”; pág. 18. Pre-Textos. Valencia. 1980
6 7 Ferrari, J.; Les philosophes salariés. Pág. 56. París, Payot, 1983.
7 8 En una entrevista Foucault responde sobre el lugar de la filosofía en la universidad: “Yo no estoy
seguro, usted sabe, de que la filosofía exista. Lo que existe, son los «filósofos», es decir una cierta
categoría de personas en las que las actividades y discursos son muy variados de época en época. Eso
que los distingue, como a sus vecinos los poetas y los locos, es el compartimiento que los aísla, y no la
unidad de un género o la constancia de una enfermedad.
Hace poco tiempo que todos ellos han devenido profesores. Quizá no sea más que un episodio,
quizá estemos así durante mucho tiempo. En todo caso, esta integración del filósofo en la universidad
no se hace de la misma manera en Francia y en Alemania. En Alemania, el filosofo ha estado ligado,
desde el tiempo de Fichte y, de Hegel, a la constitución del Estado: de allí, ese sentido de un destino
profundo, de allí, esa seriedad de los «funcionarios de la historia», de allí, este papel del portavoz,
interlocutor o increpador del Estado que han sido jugados de Hegel a Nietzsche.
En Francia, el profesor de filosofía se ha conectado más modestamente (de una manera directa en
escuelas secundarias, indirecta en las facultades) a la instrucción pública, a la conciencia social de una
forma cuidadosamente moderada de «libertad de pensamiento», digamos, para ser claros: al
establecimiento progresivo del sufragio universal. De allí, el estilo de director, o de objetor de
conciencia, de allí, el papel que les gusta jugar de defensores de las libertades individuales y de las
restricciones de pensamiento; de allí, su gusto por el periodismo, su cuidado por hacer conocer su
opinión y la manía de contestar a las entrevistas... “La trampa de Vincennes publicado como el Nº 78
de Dichos y escritos, Volumen II, página 67 y ss.
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locales8(9). Mientras más se tendía a una república democrática, más y más la
universidad debía enfrentar sus limitaciones, la Reforma de 1918 superadora de los
modelos europeos alentaba a una transformación de las universidades
latinoamericanas que fue continuamente interrumpida por la imposición de los
gobiernos dictatoriales.
Ya en el presente la instalación de las políticas de educación superior, basadas en una
concepción econométrica de la educación, vuelven prescindibles las funciones
legitimatorias del Estado y pretenden reducir el componente crítico del pensamiento
a dimensiones intolerables. En este contexto resulta imperiosa la reflexión filosófica
crítica sobre el porvenir de la filosofía y su enseñanza. En tanto no se trabaje en la
creación de condiciones de posibilidad de la experiencia del pensar filosófico, la
filosofía seguirá atada servilmente, esta vez no ya a los intereses estatales, sino a los
del mercado. Y quienes aferrándose conservadoramente al modelo academicista
insistan en salvar a la filosofía cuidando su pureza frente a las luchas que se dan en el
presente, estarán ya sellando el fracaso, porque no tardará el momento en que las
continuas reacomodaciones de los saberes académicos descubran bajo nuestra
disciplina un saber vetusto y gastado impropio de la dinámica que impone el
mercado.
8 9 Este proceso aparece claramente sintetizado en las palabras de Arturo Roig cuando dice: ““La
universidad latinoamericana en la que se impuso la idea de las relaciones entre Estado, universidad y
filosofía, fue justamente una institución afrancesada y se desarrolló principalmente desde mediados
del siglo XIX hasta las primeras décadas del siglo XX. Podríamos decir que se inició filosóficamente
con el eclecticismo derivado de la escuela de Victor Cousin y concluyó con el bergsonismo. (...) en la
segunda mitad del siglo XVIII con la extinción de las primitivas universidades hispanoamericanas
sostenidas por las órdenes religiosas, dentro de las cuales se distinguieron dominicos, jesuitas y
franciscanos y el surgimiento de la universidad estatal, o universidad real de los Borbones. El paso
significó el fin de una estructura medieval, directamente conectada con el primitivo plan de
evangelización de las Indias, hacia una universidad que ya apuntaba a satisfacer los intereses de la
burguesía ilustrada de la época (...) De esta universidad real surgió nuestra universidad republicana,
en la que los ideales de “segunda independencia” suponían, entre otros aspectos, la elaboración de una
filosofía que debía responder a sus deberes con una nueva soberanía, la del pueblo, aun cuando este
fuera de una a veces escandalosa minoridad.” Filosofía y Universidad, en Filosofías de la universidad.
AAVV Pág. 189. Colihue, Bs. As. 2001