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GOBIERNO ECLESIASTICO

DIOCESIS DE BARINAS
SECRETARIADO DE CATEQUESIS “S. JUAN PABLO II”
TEMA 1. ¿QUIEN SOY Y A QUE VENGO?

I. Nuevas Exigencias para el Catequista


Cuando se piensa en el paradigma de catequesis que requiere el Tercer Milenio,
necesariamente debemos tener en cuenta aquello que define su identidad.
La situación real de los catequistas que hoy tenemos es la base para comenzar a preparar el
futuro, sin olvidar las orientaciones que nos brinda la Iglesia a través de su magisterio y los
avances que en el campo de la catequesis se dan.
Al pensar en los rasgos que configuran la identidad del catequista debemos tener en cuenta
las exigencias que hoy se hacen.
La realidad de los catequistas: En los estudios que se han realizado sobre la situación de los
catequistas se constatan muchas cosas positivas, pero también múltiples deficiencias. Esas
sombras y lagunas en la identidad y en la formación de los catequistas son datos que nos
ayudan a definir la figura del catequista.
La concepción actual de la catequesis: La nueva catequesis requiere conceptos nuevos,
pedagogías nuevas, etc. Pero exige, ante todo, un catequista nuevo, que sepa llevar a cabo
todas esas nuevas exigencias, que tenga una actitud de diálogo con el hombre de hoy y con
las situaciones mismas, que sea capaz de establecer nuevas relaciones. El documento de
Santo Domingo nos pide capacidad para incorporarnos al camino de la humanidad. Es un
catequista nuevo para tiempos nuevos.
Las orientaciones de la Iglesia: La Iglesia es la que ejerce la tarea de la catequesis, es ella
quien elige y envía a sus mensajeros: los catequistas. Ella es la que señala quién es y cómo
ha de ser ese mensajero de la Palabra. Así lo ha manifestado en múltiples documentos
recientes. En ello encontramos abundantes datos para perfilar el catequista del tercer milenio.
Una Espiritualidad Relacional
Cuando nos encontrarnos ya a unos años de haber iniciado el tercer milenio la figura del
catequista se va perfilando radicalmente a partir de las relaciones que vive a través de su
tarea. Los catequistas, por lo que somos y por lo que hacemos, establecemos una red viva de
relaciones con todo lo que implica responder a las exigencias que plantean y todo eso hacerlo
desde la fe, son los componentes básicos de nuestra espiritualidad de catequistas.
La espiritualidad del catequista no puede separarse del quehacer catequético. Esta
espiritualidad consiste en vivir la totalidad de estas relaciones en y desde la fe. Por tanto, entre
el trabajo de catequista y su vida cristiana hay una íntima relación. Una y otra se influyen
mutuamente. Una buena vida de fe ha de ayudar a realizar mejor la catequesis y, cuanto mejor
se realice la catequesis, más madura ha de ser la fe.
El ser catequistas, o vivir a fondo las exigencias de nuestras relaciones catequéticas, no puede
ser algo accidental en nuestra vida. Hemos de hacerlo con tal intensidad que constituya la
forma propia de vivir la vida cristiana. El ser catequista obliga a vivir la vida cristiana con
nuevas exigencias. Esto es lo que llamarnos espiritualidad del catequista.
Estas exigencias no han de ser vividas como una carga, sino como una gloria, pues son la
expresión de la alta dignidad de nuestra misión y la estima que como catequistas tenemos en
la Iglesia. Es desde esta concepción de la espiritualidad del catequista, como expresión de
sus relaciones, desde donde queremos presentar los rasgos que definen el ser del catequista,
la misión que ha de realizar y las exigencias que le plantean.
El Catequista: Una Persona que Cree
Para cumplir con nuestra tarea de catequistas nos preocupamos de preparar muchas cosas
materiales: dinámicas, locales, carteleras, etc. Todo eso es importante. Sin embargo lo
primero que tenemos que preparar es nuestra propia persona, pues es la base sobre la que
se asentará todo lo demás.
A pesar de la poca experiencia que tengamos como catequistas, sabemos que dar catequesis
es un "arte" y no se puede realizar de cualquier manera. Si nos hacemos la pregunta: ¿Qué
tengo que hacer para ser un buen catequista? la respuesta será: Adquirir una manera de ser,
una personalidad interior que nos capacite para ser un buen catequista. Esta manera de ser
se puede concretar en: ser un catequista preparado.
Si queremos una catequesis renovada, la prioridad debemos ponerla en lograr catequistas
preparados, ya que cualquier actividad pastoral que no cuenta para su realización con
personas verdaderamente formadas y preparadas, necesariamente carecerá de valor (EN 44).
El Catequista es una persona creyente
La catequesis es educación en la fe. Y para lograr eso es importante que nosotros, los
catequistas, seamos los primeros protagonistas de ese crecimiento humano y cristiano.
Cuánto más maduros seamos, desde el punto de vista humano y cristiano, más eficazmente
seremos educadores en la fe.
Una persona madura
Cuando hablamos de "madurez" no nos referimos a una edad exclusiva, aunque esta es
importante. La presencia de jóvenes en el grupo de catequesis ha sido importante. Aquí nos
referirnos más a una madurez humana, a una manera de ser, a unas cualidades que, no
necesariamente, están vinculadas con la adultez física y biológica, y que en cada etapa del
desarrollo humano existe un nivel de madurez que permite pasar adecuadamente a la
siguiente. Se trata de que, como catequistas, adquiramos una personalidad integrada por unos
valores y unas actitudes que nos permitan ser "personas maduras" en el desarrollo de nuestra
misión.
Para todo catequista el "Paradigma" (modelo) en el camino de la madurez es Jesucristo. De
carácter equilibrado: es exigente y radical; enérgico y provocativo. Pero al mismo tiempo es
cercano y cariñoso, atento, comprensivo y acogedor. Vive de forma nueva y radical unos
valores que son los que configuran su personalidad:
Autenticidad: Su conducta es abierta y clara. No hay doblez en él, pues dice siempre lo que
piensa, sin temor a nadie. Dice siempre la verdad sin excepción de personas.
Justicia: Se presenta como un hombre justo y defensor de la justicia. Pone a la persona por
encima de leyes y bienes. Condena el abuso del poder, la opresión y el clasismo;
Libertad: Es libre ante la ley, los cultos, y los ritos vacíos, la familia, los ricos, los poderosos,
las críticas y perjuicios. Respeta la libertad sin imponer ni aprisionar conciencias.
Solidaridad. Le preocupa las situaciones de las personas. Se compromete con todo lo que
son y tiene para ayudarlos, sin hacer distinción de buenos o malos, de raza o nación.
Los catequistas somos, querámoslo o no, un constante "modelo de referencia". Un catequista
ha de procurar ser una persona sencilla, de carácter y con personalidad, auténtica y abierta a
los demás, cercana y dialogante, libre y equilibrada, capaz de comprender y perdonar, sincera
y coherente, enérgica y adaptable, digna de confianza, optimista y llena de esperanza,
responsable, equilibrada en sus sentimientos, con una gran seguridad interior
Un Creyente
En la tarea de la catequesis se trata de ayudar a otros a madurar en la fe. Esto no se logra si
el catequista no es una persona con madurez cristiana. Nuestro paradigma es Jesús, así nos
lo manifiesta a través de sus actitudes:
Opción clara por el Padre: Jesús manifiesta claramente que su opción es hacer la voluntad
del Padre. (Lc 22,41)
Ruptura clara con el pecado: Jesús está limpio de pecado. Ve el pecado como una realidad
trágica que habita en el mundo y en el corazón de los hombres. Denuncia toda clase de
pecado. (Lc 17, 1-4)
Vivencia de valores profundos: Su vida religiosa no está fundada en ritos y prácticas
externas, sino en actitudes serias y profundas. (Lc 18,9)
Actitud profunda de oración: La oración está continuamente presente en su vida. Dedica
tiempo a la oración y con ella expresa su actitud de confianza e intimidad con el Padre. (Jn 17,
1-3)
Guiado por el Espíritu Santo: El es quien le guía, le apoya y sostiene en todo lo que hace.
Como catequistas estamos llamados a conseguir una profunda y sincera adhesión de fe a
Cristo, ser ejemplares en nuestro estilo de vida, una ruptura clara con los criterios y valores
que son opuestos al evangelio, un profundo amor a los hermanos, una apertura y docilidad al
Espíritu Santo. (Mt 4, 1 ss)
Lo importante es que nos pongamos en el camino de ir consiguiendo esta "adultez" poco a
poco, tenerla como proyecto de vida. Por esto es necesario que los catequistas busquemos
"espacios" donde podamos, junto con otros catequistas, madurar como personas y como
creyentes.

TEMA II. La Vocación del Catequista: Llamado por Dios


La vocación del catequista tiene su origen en un llamamiento de Dios a determinado cristianos
a quienes él quiere encomendar la tarea de la educación en la fe. Algunas características de
esta llamada nos ayudan a entender la espiritualidad del catequista.
Esta llamada se da en las circunstancias normales de la vida
Los catequistas hemos de saber descubrir que nada ocurre por casualidad. Es el Señor quien
ha entretejido toda la trama de circunstancias que nos han llevado descubrir el llamamiento a
ser catequistas. Las situaciones cotidianas se convierten en el "lugar" en que resuena la
llamada del Señor.
Este llamamiento tiene su fundamento en la vocación cristiana
Fue en el bautismo donde recibimos la responsabilidad de colaborar, según nuestra
capacidad, en el anuncio de la Palabra de Dios. El ser catequista es una forma concreta de
ejercer esa responsabilidad. Los catequistas somos cristianos con el encargo de ser testigos
del Señor en medio de la comunidad y del mundo.
Esta vocación está en línea con las grandes vocaciones bíblicas
Los rasgos de las vocaciones en la Biblia son también los rasgos de la vocación del catequista:
• Dios llama desde una situación concreta: El origen de nuestra vocación como
catequistas está en la toma de conciencia de una situación determinada en relación con la
catequesis en nuestra comunidad. Allí, un día sentimos la inquietud preocupante y apremiante
de colaborar con Dios en su plan de salvación de los hombres. (1ª. Sam 3, 1-4)
• Nuestra Vocación es un Don de Dios: Poco a poco. vamos descubriendo que nuestra
vocación a ser catequista, no proviene de nuestra propia voluntad, vamos tomando conciencia
de que es Dios quien nos ha llamado, es él quien tiene la iniciativa. El ser catequista es un
don de Dios. (1ª. Sam 3, 5-10)
• Dios nos llama para una misión: anunciar su Palabra. El llamado del Señor no es para
un bien personal. Somos enviados para el bien de los demás, la razón de ser elegidos son los
otros. La misión encomendada es ser "pregoneros de la Palabra", "portavoces" del Señor. (1ª.
Sam 3, 11-15)
• Hemos de confiar en el Señor: La tarea es obra del Señor y nosotros solo hemos de
colaborar. Por eso es importante que nos fiemos de Dios, que pongamos nuestra confianza
en él. (1ª. Sam 3, 17-18)
• La misión exige renuncias y sacrificios: En el ejercicio de nuestra tarea de catequistas
descubrimos que ésta nos plantea algunas exigencias: cambiar el ritmo de vida, dedicar algo
de nuestro tiempo, renuncia a algunas cosas, asistir a reuniones, preparar adecuadamente
nuestra catequesis, etc.
• La llamada del Señor abarca toda nuestra vida: El hecho de ser catequistas no es algo
marginal en el conjunto de toda nuestra vida. No somos catequistas para "dedicar unas horas"
al servicio de la catequesis "quedar libres" el resto del tiempo. Ser catequista no es un
quehacer aislado de la vida, sino una forma de vivir la vida. (1ª. Sam 3, 19)
CONSULTA BIBLIOGRAFICA:
AYERRA, JACINTO, 1983. ¿QUIERES SER CATEQUISTA? . SPEV. CARACAS
GASTALDELLI, IVANA. 1998. PARA SER CATEQUISTA. ED. PAULINAS SANTIAGO DE
CHILE
ITEPAL-CELAM. 1998. CURSO TALLER: FORMACION DE CATEQUISTAS. CELAM.
BOGOTA
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DIOCESIS DE BARINAS
SECRETARIADO DE CATEQUESIS “S. JUAN PABLO II”

TEMA III. SOMOS BAUTIZADOS


LOS FIELES DE CRISTO: JERARQUÍA, LAICOS, VIDA CONSAGRADA (CATECISMO DE
LA IGLESIA CATOLICA)
871 "Son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el
Pueblo de Dios y, hechos partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal,
profética y real de Cristo, cada uno según su propia condición, son llamados a desempeñar la
misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo" ( CIC, can. 204, 1; cf. LG 31).
872 "Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en
cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio,
cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo" ( CIC can. 208; cf. LG 32).
873 Las mismas diferencias que el Señor quiso poner entre los miembros de su Cuerpo sirven
a su unidad y a su misión. Porque "hay en la Iglesia diversidad de ministerios, pero unidad de
misión. A los Apóstoles y sus sucesores les confirió Cristo la función de enseñar, santificar y
gobernar en su propio nombre y autoridad. Pero también los laicos, partícipes de la función
sacerdotal, profética y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el mundo la parte que les
corresponde en la misión de todo el Pueblo de Dios" (AA 2). En fin, "en esos dos grupos
[jerarquía y laicos], hay fieles que por la profesión de los consejos evangélicos se consagran
a Dios y contribuyen a la misión salvífica de la Iglesia según la manera peculiar que les es
propia" ( CIC can. 207, 2).
II Los fieles laicos
897 "Por laicos se entiende aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del orden
sagrado y del estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están
incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan de las
funciones de Cristo. Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de
todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo" (LG 31).
La vocación de los laicos
898 "Los laicos tienen como vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose de las
realidades temporales y ordenándolas según Dios... A ellos de manera especial les
corresponde iluminar y ordenar todas las realidades temporales, a las que están
estrechamente unidos, de tal manera que éstas lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y
sean para alabanza del Creador y Redentor" (LG 31).
899 La iniciativa de los cristianos laicos es particularmente necesaria cuando se trata de
descubrir o de idear los medios para que las exigencias de la doctrina y de la vida cristiana
impregnen las realidades sociales, políticas y económicas. Esta iniciativa es un elemento
normal de la vida de la Iglesia:
Los fieles laicos se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la
Iglesia es el principio vital de la sociedad. Por tanto ellos, especialmente, deben tener
conciencia, cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia; es
decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra bajo la guía del Jefe común, el Papa, y de los
Obispos en comunión con él. Ellos son la Iglesia (Pío XII, discurso 20 Febrero 1946; citado
por Juan Pablo II, CL 9).
900 Como todos los fieles, los laicos están encargados por Dios del apostolado en virtud del
bautismo y de la confirmación y por eso tienen la obligación y gozan del derecho,
individualmente o agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje divino de
salvación sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra; esta obligación es
tanto más apremiante cuando sólo por medio de ellos los demás hombres pueden oír el
Evangelio y conocer a Cristo. En las comunidades eclesiales, su acción es tan necesaria que,
sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en la mayoría de las veces su plena
eficacia (cf. LG 33).
La participación de los laicos en la misión sacerdotal de Cristo
901 "Los laicos, consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están maravillosamente
llamados y preparados para producir siempre los frutos más abundantes del Espíritu. En
efecto, todas sus obras, oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo
diario, el descanso espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de
la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios espirituales agradables
a Dios por Jesucristo, que ellos ofrecen con toda piedad a Dios Padre en la celebración de la
Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del Señor. De esta manera, también los laicos,
como adoradores que en todas partes llevan una conducta sana, consagran el mundo mismo
a Dios" (LG 34; cf. LG 10).
902 De manera particular, los padres participan de la misión de santificación "impregnando de
espíritu cristiano la vida conyugal y procurando la educación cristiana de los hijos" (CIC, can.
835, 4).
903 Los laicos, si tienen las cualidades requeridas, pueden ser admitidos de manera estable
a los ministerios de lectores y de acólito (cf. CIC, can. 230, 1). "Donde lo aconseje la necesidad
de la Iglesia y no haya ministros, pueden también los laicos, aunque no sean lectores ni
acólitos, suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra,
presidir las oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y dar la sagrada Comunión, según las
prescripciones del derecho" ( CIC, can. 230, 3).
Su participación en la misión profética de Cristo
904 "Cristo,... realiza su función profética, no sólo a través de la jerarquía sino también por
medio de los laicos. El los hace sus testigos y les da el sentido de la fe y la gracia de la palabra"
(LG 35).
Enseñar a alguien para traerlo a la fe es tarea de todo predicador e incluso de todo creyente
(Sto. Tomás de A., STh III, 71. 4 ad 3).
905 Los laicos cumplen también su misión profética evangelizando, con "el anuncio de Cristo
comunicado con el testimonio de la vida y de la palabra". En los laicos, esta evangelización
"adquiere una nota específica y una eficacia particular por el hecho de que se realiza en las
condiciones generales de nuestro mundo" (LG 35):
Este apostolado no consiste sólo en el testimonio de vida; el verdadero apostolado busca
ocasiones para anunciar a Cristo con su palabra, tanto a los no creyentes como a los fieles
(AA 6; cf. AG 15).
906 Los fieles laicos que sean capaces de ello y que se formen para ello también pueden
prestar su colaboración en la formación catequética ( CIC, can. 774, 776, 780), en la
enseñanza de las ciencias sagradas ( CIC, can. 229), en los medios de comunicación social (
CIC, can 823, 1).
907 "Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento,
competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que
pertenece al bien de la Iglesia y de manifestarla a los demás fieles, salvando siempre la
integridad de la fe y de las costumbres y la reverencia hacia los Pastores, habida cuenta de la
utilidad común y de la dignidad de las personas" (CIC, can. 212, 3).
Su participación en la misión real de Cristo
908 Por su obediencia hasta la muerte (cf. Flp 2, 8-9), Cristo ha comunicado a sus discípulos
el don de la libertad regia, "para que vencieran en sí mismos, con la apropia renuncia y una
vida santa, al reino del pecado" (LG 36).
El que somete su propio cuerpo y domina su alma, sin dejarse llevar por las pasiones es dueño
de sí mismo: Se puede llamar rey porque es capaz de gobernar su propia persona; Es libre e
independiente y no se deja cautivar por una esclavitud culpable (San Ambrosio, Psal. 118, 14,
30: PL 15, 1403A).
909 "Los laicos, además, juntando también sus fuerzas, han de sanear las estructuras y las
condiciones del mundo, de tal forma que, si algunas de sus costumbres incitan al pecado,
todas ellas sean conformes con las normas de la justicia y favorezcan en vez de impedir la
práctica de las virtudes. Obrando así, impregnarán de valores morales toda la cultura y las
realizaciones humanas" (LG 36).
910 "Los seglares también pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus
Pastores en el servicio de la comunidad eclesial, para el crecimiento y la vida de ésta,
ejerciendo ministerios muy diversos según la gracia y los carismas que el Señor quiera
concederles" (EN 73).
911 En la Iglesia, "los fieles laicos pueden cooperar a tenor del derecho en el ejercicio de la
potestad de gobierno" (CIC, can. 129, 2). Así, con su presencia en los Concilios particulares (
can. 443, 4), los Sínodos diocesanos ( can. 463, 1 y 2), los Consejos pastorales (can. 511;
536); en el ejercicio de la tarea pastoral de una parroquia (can. 517, 2); la colaboración en los
Consejos de los asuntos económicos (can. 492, 1; 536); la participación en los tribunales
eclesiásticos (can. 1421, 2), etc.
912 Los fieles han de "aprender a distinguir cuidadosamente entre los derechos y deberes que
tienen como miembros de la Iglesia y los que les corresponden como miembros de la sociedad
humana. Deben esforzarse en integrarlos en buena armonía, recordando que en cualquier
cuestión temporal han de guiarse por la conciencia cristiana. En efecto, ninguna actividad
humana, ni siquiera en los asuntos temporales, puede sustraerse a la soberanía de Dios" (LG
36)
913 todo laico, por el simple hecho de haber recibido sus dones, es a la vez testigo e
instrumento vivo de la misión de la Iglesia misma `según la medida del don de Cristo'" (LG 33).

TEMA IV. IGLESIA AL SERVICIO DEL REINO


Hacia una comunidad evangelizada y evangelizadora.
Quienes acogen con sinceridad la Buena Nueva, mediante tal acogida y la participación en la
fe, se reúnen pues en el nombre de Jesús para buscar juntos el reino, construirlo, vivirlo. Ellos
constituyen una comunidad que es a la vez evangelizadora. La orden dada a los Doce: "Id y
proclamad la Buena Nueva", vale también, aunque de manera diversa, para todos los
cristianos. Por esto Pedro los define "pueblo adquirido para pregonar las excelencias del que
os llamó de la tinieblas a su luz admirable" Estas son las maravillas que cada uno ha podido
escuchar en su propia lengua. Por lo demás, la Buena Nueva del reino que llega y que ya ha
comenzado, es para todos los hombres de todos los tiempos. Aquellos que ya la han recibido
y que están reunidos en la comunidad de salvación, pueden y deben comunicarla y difundirla.
La evangelización, vocación propia de la Iglesia
La Iglesia lo sabe. Ella tiene viva conciencia de que las palabras del Salvador: "Es preciso que
anuncie también el reino de Dios en otras ciudades", se aplican con toda verdad a ella misma.
Y por su parte ella añade de buen grado, siguiendo a San Pablo: "Porque, si evangelizo, no
es para mí motivo de gloria, sino que se me impone como necesidad. ¡Ay de mí, si no
evangelizara!" (1ª.Cor 9,16). Con gran gozo y consuelo hemos escuchado, al final de la
Asamblea de octubre de 1974, estas palabras luminosas: "Nosotros queremos confirmar una
vez más que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial
de la Iglesia" ; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual
hacen cada vez más urgentes. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia
de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar
y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el
sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa.
Vínculos recíprocos entre la Iglesia y la evangelización
Quien lee en el Nuevo Testamento los orígenes de la Iglesia y sigue paso a paso su historia,
quien la ve vivir y actuar, se da cuenta de que ella está vinculada a la evangelización de la
manera más íntima:
-—La Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús y de los Doce. Es un fruto normal,
deseado, el más inmediato y el más visible "Id pues, enseñad a todas las gentes" (Mt 28,19).
"Ellos recibieron la gracia y se bautizaron, siendo incorporadas (a la Iglesia) aquel día unas
tres mil personas... Cada día el Señor iba incorporando a los que habían de ser salvos" (Hech
2, 41-47).
—Nacida, por consiguiente, de la misión de Jesucristo, la Iglesia es a su vez enviada por El.
La Iglesia permanece en el mundo hasta que el Señor de la gloria vuelva al Padre. Permanece
como un signo, opaco y luminoso al mismo tiempo, de una nueva presencia de Jesucristo, de
su partida y de su permanencia. Ella lo prolonga y lo continúa. Ahora bien, es ante todo su
misión y su condición de evangelizador lo que ella está llamada a continuar. Porque la
comunidad de los cristianos no está nunca cerrada en sí misma.
En ella, la vida íntima —la vida de oración, la escucha de la Palabra y de las enseñanzas de
los Apóstoles, la caridad fraterna vivida, el pan compartido — no tiene pleno sentido más que
cuando se convierte en testimonio, provoca la admiración y la conversión, se hace predicación
y anuncio de la Buena Nueva. Es así como la Iglesia recibe la misión de evangelizar y como
la actividad de cada miembro constituye algo importante para el conjunto.
—Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de
creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene
necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento
nuevo del amor. Pueblo de Dios inmenso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los ídolos,
necesita saber proclamar "las grandezas de Dios" (Hech 2, 42-46: 4,32-35: 5, 12-16), que la
han convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por El. En una palabra, esto
quiere decir que la Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar
su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el Evangelio. El Concilio Vaticano II y el
Sínodo de 1974 ha vuelto a tocar insistentemente este tema de la Iglesia que se evangeliza a
través de una conversión y una renovación constante, para evangelizar al mundo de manera
creíble.
—La Iglesia es depositaria de la Buena Nueva que debe ser anunciada. Las promesas de la
Nueva Alianza en Cristo, las enseñanzas del Señor y de los Apóstoles, la Palabra de vida, las
fuentes de la gracia y de la benignidad divina, el camino de salvación, todo esto le ha sido
confiado. Es ni más ni menos que el contenido del Evangelio y, por consiguiente, de la
evangelización que ella conserva como un depósito viviente y precioso, no para tenerlo
escondido, sino para comunicarlo.
—Enviada y evangelizada, la Iglesia misma envía a los evangelizadores. Ella pone en su boca
la Palabra que salva, les explica el mensaje del que ella misma es depositaria, les da el
mandato que ella misma ha recibido y les envía a predicar. A predicar no a sí mismos o sus
ideas personales (2 Cor 4, 5)), sino un Evangelio del que ni ellos ni ella son dueños y
propietarios absolutos para disponer de él a su gusto, sino ministros para transmitirlo con suma
fidelidad.
La Iglesia, inseparable de Cristo
Existe, por tanto, un nexo íntimo entre Cristo, la Iglesia y la evangelización. Mientras dure este
tiempo de la Iglesia, es ella la que tiene a su cargo la tarea de evangelizar. Una tarea que no
se cumple sin ella, ni mucho menos contra ella.En verdad, es conveniente recordar esto en un
momento como el actual, en que no sin dolor podemos encontrar personas, que queremos
juzgar bien intencionadas pero que en realidad están desorientadas en su espíritu, las cuales
van repitiendo que su aspiración es amar a Cristo pero sin la Iglesia, escuchar a Cristo pero
no a la Iglesia, estar en Cristo pero al margen de la Iglesia. Lo absurdo de esta dicotomía se
muestra con toda claridad en estas palabras del Evangelio: "el que a vosotros desecha, a mí
me desecha" (Lc 10, 16). ¿Cómo va a ser posible amar a Cristo sin amar a la Iglesia, siendo
así que el más hermoso testimonio dado en favor de Cristo es el de San Pablo: "amó a la
Iglesia y se entregó por ella"? (Ef 5, 25)
CONSULTA BIBLIOGRAFICA:
CATECISMO DE LA IGLESIA CATOLICA
EXHORTACION APOSTOLICA EVANGELLI NUNTIANDI. PABLO VI. nn 13-16

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