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A raíz del pentecostalismo de mi papá que ya se encuentra en la gloria con el Señor al que

tanto amaba, fue que conocí desde dentro todo este mundo neocarismático de la gran
mayoría de las iglesias evangélicas de hoy. Desde que nací comencé a asistir a iglesias ,
algunas conocidas, otras no tanto.

Fui a iglesias muy abundantes en lo material, tanto que a veces hasta se jactaban de lo
que habían conseguido y disfrazaban esa jactancia como “testimonio”.

También conocí el otro lado de la moneda, nuevamente materialmente hablando. Todavía


recuerdo haber asistido en varias ocasiones a una pequeña iglesia en San Bernardo donde
no caían más de 40 personas, con el piso de tierra y una construcción bastante endeble.
Recuerdo al pastor y a su esposa, muy avanzados de edad quienes se caracterizaban por
mostrar un amor genuino, un amor de verdad. No estoy diciendo que en todas las iglesias
de tinte carismático, en donde sólo se buscan manifestaciones corporales del Espíritu de
Dios haya carencia de amor, para nada, de hecho la iglesia en la que me congregué antes
de llegar aquí me acogió siempre con los brazos y el corazón abiertos.

En este mundo, tan emocional si lo pudiera expresar de alguna manera, vi de todo, y


cuando digo “de todo” me refiero desde hablar en lenguas, desordenadamente, o sea sin
seguir el patrón bíblico de la manifestación de ese don. Vi también cientos de personas
“danzando” en el espíritu al mismo tiempo, un caos dentro de la iglesia donde los
pasilleros estaban obligados a intervenir para que entre los “manifestantes” no se
golpearan. Supe de lluvias de oro, de profecías, de idolatría al obispo de la congregación, y
también de escándalos que no vienen al caso mencionar.

Lo que siempre me pareció curioso era que todo en la reunión, incluso la predicación de la
Palabra, eran meros preámbulos a lo que se venía en el clímax del culto. Todas las
manifestaciones llegaban juntas cuando todo lo demás había terminado, siendo muchas
veces manipulado por algún testimonio o música sentimental sin base escritural.

Se asumía, como yo muchas veces también asumí, que toda manifestación ocurrida
dentro de la iglesia, por lógica tenía que provenir del Espíritu Santo.

Una vez ya salido de ese ambiente tan “espiritual”, pero tan poco “instruido” o
“estudioso” comencé a conocer el mundo reformado. Si bien es cierto todo esto se
terminó, lo que trajo calma a mi vida en cuanto a mi postura sobre lo que es vivir una vida
cristiana, me encontré con algo así como “el otro extremo”. Con esto me refiero a muchos
reformados, espero que ustedes no sean así, que le quitan mucho valor a las emociones y
a los sentimientos transformándose en vez de en la imagen de Cristo, en hombres y
mujeres de piedra, que no se permiten decir amén, que no se permiten llorar, que no se
permiten “sentir”.
Cuando hay un pasado carismático tan extremo, debo admitir que no querer caer en lo
mismo, ahora que ya se conoce un poco más la Palabra sin duda que es sano. Pero muchas
veces eso significa ir de un púlpito que prácticamente se caricaturiza, a uno donde el
silencio sepulcral pareciera ser la norma.

Unos me decían, con la mejor de las intenciones que la mucha letra mata, y otros me
suelen decir, con la misma buena intención, que la Escritura es nuestra regla de fe y
conducta.

Creo sinceramente que los dos dicen lo correcto, sólo que los primeros han interpretado
muy mal el texto, y los últimos carecen de un factor. Ojo, puedes estar completamente en
desacuerdo conmigo en lo que voy a decir.

Al enseñarme que la Escritura es nuestra regla de fe y conducta, se nos quiere decir


básicamente que la Palabra de Dios es nuestra regla de creer (a eso se refiere con fe), y
hacer (a eso se refiere con conducta).

Al hablar de fe y de conducta, hablamos de lo que teológicamente se conoce como


“ortodoxia” y “ortopráxis”.

La ortodoxia en palabras simples es tener una opinión correcta, lo que creo y opino que es
correcto. Por su parte la ortopraxis es en términos simples hacer lo correcto.

Al hablar así estamos viendo a la Palabra de Dios, el sabio consejo del soberano Señor,
como una moneda de dos caras en donde por una se me muestra lo que creer, y en la otra
lo que hacer en base a lo que creo. Pero pregunto sinceramente; ¿no falta (además de
creer y hacer) el sentir?

En otras palabras; que la mayoría de los neocarismáticos estén equivocados en cuanto a


sus emociones y experiencias, ¿significa esto que todas las emociones, sentimientos y
experiencias están mal? ¿realmente sólo debo creer y hacer porque de eso se trata? ¿sólo
debo remitirme a ser un ortodoxo ortopráctico que sabe mucha teología, pero que no se
conmueve en sus entrañas por lo que Cristo hizo en la cruz?

Creo que no se trata sólo de ortodoxia (creer lo correcto) y ortopráxis (hacer lo correcto),
sino también de ortopatía (sentir lo correcto). Es por esto que quiero invitarte a
experimentar a Dios y aunque sé que se podrían escribir muchos mensajes sobre todas las
veces que los hombres de la Biblia tuvieron experiencias realmente espirituales, sintieron
la presencia de Dios, y se emocionaron por lo vivido, quisiera hacer honor a una invitación
en particular.
Esto no quiere ser un tratado completo de defensa a lo que debemos sentir, sino
simplemente una invitación a sentir correctamente, es decir, a sentir bíblicamente. ¿Por
qué? Bueno, creo sinceramente que no me equivoco si digo que la mayoría de ustedes,
por no decir todos los que estamos aquí, y me incluyo, esta semana que pasó sintió temor,
y no en una sola ocasión. Quizá no sentiste temor por ti, pero sí por los tuyos. O quizá en
vez de temor, y si eres patriota, lo que sentiste fue tristeza porque el país se estaba
desvaneciendo. O quizás en vez de temor y tristeza, lo que sentiste fue estrés, estrés al
prender la televisión y ver que todos los canales sólo mostraban desastre, para no entrar
en detalle en las cosas que ocurrieron.

Entonces, si Dios me creó con sentimientos; ¿será que sólo manifiestan cosas que no se
pueden manifestar como temor, tristeza o rabia? ¿Acaso no puedo sentir amor, alegría o
paz?

Abran sus Biblias en el libro de los Salmos. Primero leeré yo para que estemos atentos al
texto, y luego les daré la cita específica.

Gustad, y ved que es bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en él. Salmo 34:8

Oremos.

La cita es del Salmo 34:8

Si bien es cierto los Salmos están cargados de golpes emocionales fuertes que muchas
veces nos sacuden y muestran las experiencias vividas por el salmista en distintos
momentos de su vida, no se sinceramente si existe algún otro texto que sea tan explícito
como el que acabo de leer.

Sin duda hay mucho que decir sobre un texto tan rico en contenido emocional,
sentimental o experiencial como este, pero antes quisiera mostrar brevemente el gran
obstáculo, barrera, o impedimento que se nos presenta en el camino a la hora de hablar
de experiencias, porque ciertamente existe, y peor aún habita dentro de nosotros.

El gran obstáculo del que hablo no es otro que nuestra propia actitud, siendo ésta entrar a
la defensiva siempre que hablamos de “sentir”. En otras palabras, mi gran enemigo a la
hora de enfrentar un verso así, soy yo mismo.

Cuando llegamos a un ambiente reformado, y lo aceptamos como denominación, después


de haber participado por años de algo totalmente distinto se suele generar en nosotros
cierto rechazo, un sentimiento que pareciera nacer en lo profundo y que me impide ver
las manifestaciones (muchas veces cualquiera sea esta) como algo sincero o real. En
definitiva solemos ver todo esto como algo “manipulado”.
Esto se suele apreciar en nosotros cada vez que oímos a algún hermano decir “sentí esto o
aquello”. La palabra “sentir” es la que suele encender las alarmas en nuestra mente y nos
hace reaccionar a la defensiva.

En palabras más simples nosotros somos material inflamable, y el “sentir” es un fósforo


encendido.

Sin duda esta actitud, generada muchas veces por nuestro trasfondo o pasado
neocarismático se hace visible siempre que se involucran los sentimientos, emociones y
experiencias más allá de lo que nosotros, no la Palabra, hemos considerado “sano”.

Te invito a considerar el texto de hoy sin prejuicios autocreados, de modo que podamos
sacar un provecho eterno, sano, pero también experiencial de todo esto.

Gustad, y ved que es bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en él. Salmo 34:8

Vuelvo a repetir lo dicho antes. Pocos versículos en toda la Biblia son tan explícitos en
cuanto a vivir una experiencia espiritual como este que se nos presenta.

Primer punto a tratar; Puedo gustar porque puedo sentir.

El verso 8 que estamos leyendo hoy no puede comenzar de una manera más
estremecedora para nuestra manera de pensar, ya sea seamos reformados, bautistas, o
presbiterianos por mencionar algo. Si lo viéramos de una manera algo superficial, ¡el
salmista pareciera salir de lo reformado y entrar en lo carismático!, claramente si se
pudiera expresar con esas palabras, trayendo el verso un poco a nuestro tiempo.

El salmista comienza invitándonos a “gustar” algo, lo que no quiere decir otra cosa que
“sentir” algo. No está de más aclarar que siempre que gusto algo, cualquiera sea esto, lo
siento. Dicho de otro modo debo sentir ese algo, para poder gustarlo. Mis sentimientos se
deben involucrar… ortopatía pura siempre y cuando sintamos lo correcto.

Y si siento algo, lo que sea, eso automáticamente se transforma en una experiencia vivida
en primera persona, aunque claro está es totalmente subjetiva, ¿por qué? Porque sólo yo
la viví, o la sentí en este caso. En palabras del verso, “gusté” tal o cual cosa.

El salmista abre la escena haciéndonos una invitación que tiene una particularidad; tiene
una característica que hace que esta invitación sea totalmente distinta a cualquier
invitación similar que se me pudiera hacer. Es esto lo que nos lleva a un nuevo punto.

La autoridad de la invitación.
¿Por qué la autoridad de esta invitación se debe destacar de manera particular aparte?
Simplemente porque si alguien, cualquier persona, te invitara a sentir algo, lo que sea
esto, en torno a Dios, probablemente no aceptaríamos.

Si somos honestos con Dios, con nuestro prójimo, y también con nosotros mismos
estaremos de acuerdo en que esta es una invitación que se sale bastante de lo que yo
espero “vivir” en mi vida cristiana estudiosa, erudita, sana, ortodoxa o cualquier otro
término que se te pueda venir a la cabeza en este momento. Si esa invitación llega a mí
por medio de algún hermano de alguna denominación, por poner un ejemplo, lo más
probable es que la rechazaría, y si soy más honesto conmigo mismo, incluso intentaría
hacer “razonar” a mi hermano, “enseñándole” que esa no es la manera correcta de vivir el
cristianismo o cosas por el estilo.

Pero bendito sea el Señor que inspiró al salmista a invitarnos a algo así. A mi hermano
puedo atreverme sin duda a rechazarle su invitación en amor, ¿pero también me atrevo a
rechazar la invitación de Dios en Su Palabra?

No es un hermano el que me está invitando a “sentir” algo, es el salmista de su propia


boca, y lo que es más importante aún, su invitación está registrada en la Biblia, por lo que
jamás podrá ser borrada, y además viene firmada con el sello de Dios. Ahora, si está en la
Escritura, pero todavía no calza con mi teología personal bien podríamos caer en otro
error.

Tercer punto; la correcta traducción del término.

Cuando el salmista comienza su invitación lo hace directamente con una palabra que nos
causa cierto recelo o inquietud. La palabra en cuestión es “gustad”. Señalamos que con
esto el salmista nos está invitando a sentir algo con respecto a Dios y que es una invitación
ineludible (osea que no podemos eludir, esquivar, saltar, pasar por el lado) si queremos
vivir una experiencia más “íntima” con el Señor.

Suele pasar que cuando vemos algo que no calza (que no calza por lo general con nuestro
pensamiento si somos honestos), una de las reacciones, sobretodo en estos ambientes
que se caracterizan por estudiar bastante la Palabra de Dios podría ser que se infle el
pecho y saliera a relucir nuestro pseudointelectual interior. Ese hijo de la Reforma, linaje
de Calvino, Spurgeon y Lutero, no me estoy burlando. Y con esto empezamos, como
decimos los chilenos, a “buscarle la quinta pata al gato” en torno a la palabra que no nos
calza.
Lo peor es que a veces le cambiamos el nombre al refrán, y en vez de decirle “buscar la
quinta pata al gato” le decimos “exégesis”, “hermenéutica”, “etimología” o un par de
términos más. Ojo, no estoy para nada en contra de todo el arte que tiene que ver con la
interpretación de la Escritura, y de llegar a un conocimiento mucho más acabado y
correcto de su lectura. De lo que estoy en contra es de buscar la manera de evadir textos
que nos muestran algo que no calza, no con la Escritura, sino con mi propia teología.

En este caso específico podríamos saltar de nuestras bancas y hacer un llamado a buscar
el correcto significado de la palabra “gustad” con la que comienza el salmista su invitación
porque quizás nunca quiso decir lo que parece que dijo.

Bueno, si en este caso el ego pudiera exaltarse sobremanera, me parece correcto indicar
que para nuestra dicha, y para gloria de Dios y respaldo al salmista, el término “gustad” si
bien es cierto tiene otras definiciones importantes, todas y cada una de ellas revelan algo
todavía más explícito que lo que hasta aquí venimos viendo.

El término “gustad” en el hebreo original en el que fue escrito el Antiguo Testamento


tiene otras dos definiciones principales. Una es la de la traducción; es decir “gustar”. La
otra es “probar”. Y la última es “saborear”.

En otras palabras podría leerse así; “saboread, y ved que es bueno Jehová; dichoso el
hombre que confía en él”.

Ahora espera un momento. ¿Saborear? No sé si piensas igual que yo en este momento,


pero el salmista no sólo le está dando valor a una experiencia con Dios, sino que está
invitándonos a “saborear”, si usáramos obviamente esa traducción. Lo que encuentro
interesante con esta palabra, es que “gustad” y las otras dos traducciones, todas ellas
tienen la particularidad de estar relacionadas con la boca, en muy estricto rigor con el
gusto, uno de nuestros sentidos.

Ahora yo me pregunto, y espero que tú también lo hagas; ¿cómo encajo todo esto?, es
decir el hecho de que debo gustar, o probar, o saborear, y qué relación tiene lo referente
a Dios y mi propia boca. ¿Por qué el salmista usaría ése término en específico teniendo
tantos otros? Estoy consciente que un “teólogo de la prosperidad” bien podría usar este
último párrafo para hacer su defensa al “poder de las palabras” o a la “confesión positiva”.
Yo por mi parte voy a exponer lo que veo claramente que el salmista está enseñando y su
relación con eso de saborear a Dios, si es que es eso lo que se nos muestra. Para pasar al
cuarto punto haré una nueva pregunta; ¿Es a Dios mismo a quien debo saborear, o hay
algo más?

Cuarto punto; la bondad de Dios.


Si damos lectura a la primera parte del verso 8 con detenimiento, al instante nos daremos
cuenta que no es precisamente a Dios a quien se nos invita a saborear, sino a su bondad.

El salmista dice en otras palabras “gusta o prueba cuán bueno es Dios”.

Hermano, yo se que hoy precisamente cuesta hablar de bondad cuando vemos que en las
autoridades, en quien supuestamente podemos confiar esta virtud no se refleja, y
tampoco en muchos que son “pueblo” como nosotros, pero no olvidemos que estamos
hablando de Dios, y no del hombre.

Dios por ser Dios, abunda en atributos, todos ellos perfectos, todos ellos mostrados en su
expresión mas pura, todos ellos santos, es decir que cada demostración de un atributo de
Dios está libre de toda intención de pecar, incluido el que se nos insta sentir y probar aquí,
Su bondad.

Ahora, hermanos, por el sólo hecho de que es la bondad de Dios la relacionada con esta
invitación, sólo por ese hecho es que no puedes rechazar la invitación. El mundo, ojo no
me refiero sólo al país, el mundo completo suele ofrecer muy poco más que maldad.
Hermano, ven y prueba la bondad de Dios. Creo sinceramente que todo ser humano que
conscientemente cree en Dios, por curiosidad o por algún otro motivo, jamás rechazaría
en su razonamiento, en su mente sana, en su sano juicio, una invitación que tiene dentro
la bondad de Dios.

Una invitación al juicio o ira de Dios es otra cosa. Pero rechazar cualquier área que tenga
que ver con la bondad de Dios, eso nunca se rechaza en un cristiano. Nunca en un
cristiano.

Lo curioso aquí en el texto es que si bien puedo gustar Su bondad en un sentido general,
siendo bien específicos lo que hago más allá incluso de saborear, es contemplar, o por lo
menos es eso lo que quiere decir un término que estamos dejando de lado, el “ved” que
viene luego de la primera coma en el verso 8.

El salmista dice “gustad”, “coma”, y “ved” que es bueno Jehová. En palabras simples creo
que está diciendo esto: “prueben, y cuando hayan probado, entonces contemplen la
bondad de Dios”. Con esto es que se nos abre un tema dentro de lo que tiene que ver con
la bondad de Dios, y son lo que yo llamo las dos invitaciones en una.

Estamos en el verso 8 y comienza la invitación del salmista; “Gustad”, inmediatamente


después de la coma viene la otra invitación “y ved”, ¿qué cosa se me invita ver?, cuan
bueno es Jehová.
Con esto quiero detenerme y enfatizar algo que creo es muy importante. Escucha esto:
Dios está seguro, por ser Dios, que en el momento que gustes, o pruebes, o saborees, sí o
sí podrás contemplar Su bondad. Hermano, hermana, una vez que decidiste probar, el
resultado siempre será, y aquí no hay excepción a la regla, siempre será el mismo, podrás
ver la bondad de Dios. Esto no es un plato de comida que te puede o no te puede gustar.
No es tampoco una polera o un pantalón, que hoy lo compras y te gusta, y mañana
cuando te lo vas a poner ya no. Siempre verás la bondad de Dios si pruebas. Ahora, ¿por
qué digo “podrás” ver la bondad de Dios y no simplemente “verás” la bondad de Dios
independiente que pueda o no pueda. Creo que es porque podrás contemplar la bondad
de Dios sólo si quieres.

Hermanos, apelando una vez más a nuestra honestidad; cuántas veces hemos sido
bendecidos en cualquier aspecto, y nuestra gratitud es simplemente un “gracias Señor”
sin meditar o reflexionar en lo que Dios acaba de hacer. En palabras del verso gustamos,
probamos, pero no contemplamos, no vemos. Aceptamos la primera invitación, pero no la
segunda. No nos detenemos a maravillarnos en la bondad de Dios. ¿Acaso no nos ha
pasado esto esta semana que pasó donde en vez de contemplar Su bondad, permanecí
contemplando lo que me ofreció el mundo?

Vuelvo a los ejemplos cotidianos. Te comes el chocolate que más te gusta, y dos horas
después cuando quieres comer otro y no tienes “puedes” todavía recordar, visualizar en
tu mente la sensación. Esto es lo que muchas veces no hacemos.

Y esto también es lo que me lleva a considerar una pregunta al respecto; si el salmista aquí
ha podido contemplar la bondad de Dios; ¿cómo la contempló?, ¿haciendo qué?

El salmo 34 creo yo es bastante claro para responder esta pregunta. El salmista ha


contemplado la bondad de Dios, después de haberla gustado, al recordar lo que Dios
había hecho por él.

Verso 4 (lo leo), verso 5 (lo leo), verso 6 (lo leo). Ahora detengámonos ahí. Si leemos con
atención podremos ver que el salmista comienza recordando, trayendo a su mente y
corazón lo que Dios ha hecho con él y con otros. Verso 4, lo que Dios hizo. Verso 5, lo que
Dios hizo. Y verso 6 lo que Dios hizo. Quiero dejar de lado por un momento el verso 7 para
continuar con el hilo conductor del sermón pero mira. Me imagino al salmista en una
actitud algo así: Dios hizo esto conmigo (viendo, en su mente) (verso 4), también hizo esto
con los demás (verso 5), y también hizo esta otra cosa conmigo (verso 6)… por eso (verso
8) gusta tú también, y ve cuán bueno es Jehová. ¿Puedes ver la conexión de lo que viene
diciendo con nuestro verso 8?
Ahora pasamos a responder lo que quedó en el aire anteriormente; la pregunta ¿cuál es la
relación de la bondad de Dios y mi boca, es decir el probar, gustar, o saborear?

Para responder esta pregunta necesitaremos ampliar un poco más nuestro punto de vista
sin salir por supuesto del salmo 34, pero contemplándolo a la luz de su contexto
completo.

Quinto punto; el salmo 34, la boca, y el gusto.

Por decirlo de alguna manera, en el salmo 34 la boca tiene un rol casi protagónico que se
expresa como mínimo de dos maneras. Pueden verse unas cuantas más, pero quiero que
pensemos en las dos que son de una importancia vital a lo largo de toda la Escritura en la
vida del creyente, estas son la alabanza, y la oración.

La alabanza en primer lugar. Interesante es el hecho de que en todo el salmo 34 la palabra


“alabanza” sólo aparece una vez, pero más interesante es saber que el salmo entero es
una alabanza a Dios por todo lo que ha hecho y lo que hará.

La única vez que aparece la palabra “alabanza” en el salmo 34 es justamente en el primer


versículo; el salmista dice, verso 1 “Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará
de continuo en mi boca”. Ahora, ¿dónde estará su alabanza?, en mi boca. En un sentido
general cómo pruebo, alabando. Recuerda, una sola vez en todo el salmo y es al
comienzo.

Cuando los discípulos le pidieron al Señor que les enseñará a orar Jesús les presenta el
Padre nuestro y comienza simplemente alabando, antes incluso de pedir cualquier cosa.
“Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre…” y cómo termina, de la
misma manera, alabando: “Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los
siglos, amén.”

Pero además de la alabanza, que es en un sentido metafórico el perfume al que huele


todo el salmo 34 de principio a fin, también vemos ese precioso privilegio del que ha
dotado Dios a todo aquel que lo ama. La oración. Ese, más que disciplina espiritual, ese
acto de devoción, esa muestra de debilidad que hace que mi corazón se derrame porque
nada puede sin Él. Pablo nos mandaba “Orad sin cesar”, y sólo al Señor hemos visto
viviendo constantemente así.

La oración aquí se ve como clamor en muchos lugares del salmo 34. Verso 4: “Busqué a
Jehová, y él me oyó”. Claro está que si le oyó, es porque le buscó en oración. Verso 6:
“Este pobre clamó, y le oyó Jehová”, nuevamente lo mismo.
Verso 15: “Los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de
ellos”. Verso 17: “Claman los justos, y Jehová oye”.

Estos versos deberían estar no sólo en la Biblia, sino en nuestros corazones, más aún
cuando vemos todo lo que ha ocurrido en el país hasta aquí.

Con lo visto hasta aquí podemos entender en parte a lo que se quería referir el salmista al
usar términos relacionados con la boca en un sentido general, y con el gusto en un sentido
particular.

Si bien es cierto puedo gustar en cierta manera, y contemplar la bondad de Dios por
medio de Su alabanza y la oración como clamor dirigidas a Su ser, creo que en el verso que
nos reúne hoy, el verso 8 del salmo 34, hay algo mucho más específico y digno de aplicar a
nuestra vida.

Señalábamos al comienzo del sermón que la ortodoxia, es decir creer lo correcto. La


ortopráxis, hacer lo correcto. Y la ortopatía, sentir lo correcto, son por igual verdades
enseñadas en las Escrituras. En palabras simples si creo lo correcto, viviré en concordancia
con lo que creo, y sentiré también conforme a esa verdad.

En el salmo 34:8 vemos las tres enseñanzas envueltas y en cierto sentido ya hemos
repasado las tres, pero ahora vamos a arribar, a llegar, a la conclusión del texto, un final
que nos muestra qué podemos hacer con lo que ya sabemos y todo esto sin salir del verso
8. Comenzaremos el último punto con la siguiente pregunta: Si sé que puedo gustar,
probar o saborear, y como resultado puedo contemplar la bondad de Dios; entonces,
¿cómo puedo probar? ¿qué debo hacer para probar y ver la bondad de Dios?

Sexto y último punto: La confianza en Dios.

Cuando hablamos anteriormente de la relación del Salmo 34 con mi boca, y en especial


con mi sentido del gusto, destacamos dos áreas en las que esta conexión se expresa
claramente. Una fue la alabanza, en un sentido general, y la otra fue la oración, el clamor
a Dios.

Ahora, por qué he añadido siempre que la alabanza es como yo gusto a Dios de una
manera general y no precisamente específica en este texto. Bueno, porque aquí, si bien es
cierto hay mucha alabanza, no es precisamente así que yo puedo ver cuan bueno es
Jehová. Tú y yo no alabamos a Dios porque en medio de su alabanza vemos cuan bueno
es, ojo. Cuando estamos en un específico acto de adoración y alabanza, en ese mismo
momento no estamos viendo necesariamente cuan bueno ha sido Dios.
Claramente, y en base al texto sí vemos una conexión entre la alabanza y la bondad de
Dios. Sí se conecta, pero ¿cómo? Al recordar lo bueno que ha sido. Cuando el salmista
recuerda lo bueno que ha sido Jehová, entonces se despierta en él una alabanza sincera
por todo lo recibido de parte de Dios.

Pero este verso, y gloria a Dios porque es así, sí tiene una manera específica para gustar,
probar, o saborear, y luego ver la bondad de Dios.

Ya vimos hace poco que para contemplar (o ver) el salmista recuerda lo bueno que ha sido
Dios, por eso revisamos la conexión de los versos 4, 5 y 6 para saltar al verso 8 que es el de
nuestro sermón. Vimos que al recordar lo que Dios ha hecho puedo alabar. Pero es ahora,
sólo ahora que tomaremos el verso 7 para conocer el hilo que une toda la enseñanza.

Vamos primero al verso 8 central del sermón que dice: …; Dichoso el hombre que confía
en él.

¿Dichoso el hombre que qué? Que confía en él. Es así, y sólo así que en este contexto por
lo menos, puedo gustar para después ver cuan bueno es Jehová.

¿Cómo veo su bondad? Recordando lo que ha hecho en mí y en los demás. ¿Cómo gusto,
pruebo o saboreo? Confiando.

Ahora detengámonos ahí. Vimos dos maneras en las que todo esto se relacionaba con mi
boca; la alabanza por un lado, y la oración por el otro. Ahora, al confiar es que entra
claramente la oración en escena. Está claro como el agua, ¿por qué? Porque yo confío en
Dios cuando le pido, cuando clamo a él y espero que me responda.

Ahora, escucha esto iglesia. No todo lo que yo pida Dios está obligado a dármelo. Muchas
veces pedimos verdaderos caprichos. Pero si esto es así entonces no siempre puedo
gustar, probar, o saborear. Mas bien va a ser amargo el sabor de mi boca si veo que pido
algo que creo necesitar y Dios no me lo da.

¿Entonces dónde está la conexión, si el salmista me dice que siempre que pruebe podré
ver la bondad de Dios?

Escucha esto iglesia. Mi boca, mi sentido espiritual del gusto, y mi posterior


contemplación de la bondad de Dios siempre se conectarán si de mi boca sale oración, y
mis oraciones descansan en las promesas de Dios.
Si Dios ha prometido muchas cosas en su Palabra, y si Dios promete cumple, por lógica
siempre que mis oraciones tengan como base y fundamento sus promesas podré gustar,
sentir, y posteriormente podré contemplar o ver, porque Dios responderá. Y esto es
siempre.

En palabras del verso 8, cuando gusto (de mi boca) cuando gusto es porque mantengo las
promesas de Dios en mi boca. ¿Qué es lo que estoy haciendo ahí? Confiando, ¿en qué? En
las promesas de Dios. Siempre que de mi boca salgan sus promesas en oración, Dios me
permitirá ver su bondad, porque él siempre ha cumplido.

Suena bonito lo que estoy diciendo, pero la pregunta principal es; ¿es eso lo que quiso
decir el salmista con “gustad” en el verso 8?

El mismo verso 8 pareciera responder. La segunda parte veíamos “Dichoso el hombre que
confía en él”. En palabras simples pareciera decir; “Dichoso es el que confía, el que gusta y
contempla la bondad de Dios”. Pero aparte del mismo verso 8 tenemos el 7 que no nos
muestra lo que Dios ha hecho a diferencia del verso 4,5, y 6, sino lo que hace, ¿a quienes?
A los que confían. Verso 7 leemos:

No temas al mundo y sus conflictos, teme a Dios y Su ángel te defenderá.

Esa es una promesa de Dios, sumado a todo lo que ha hecho Dios en los versos anteriores,
una mezcla clara entre las dos cosas que afectan nuestra boca y que podemos sentir en
nuestro paladar; la alabanza y la oración. Lo que Dios ha hecho y sus promesas de lo que
hará.

Pero además del contexto inmediato del verso 8 y lo que muestra el verso 7 en cuanto a
las promesas, todo el salmo 34 derrama promesas de Dios.

Segunda parte del verso 2; verso 7; segunda parte del verso 9; segunda parte del verso 10;
el verso 15; verso 17; verso 18; verso 19; y verso 22.

Hermano, hermana, ¿quieres memorizar promesas de Dios para que estén en tu mente y
en tu boca? En el salmo 34 tienes arto material.

Y para terminar. Siente el dulzor de las promesas de Dios en tu boca, y verás que luego de
haber probado podrás ver, contemplar, apreciar cuan bueno es Jehová. Confía, y el confiar
te llevará a alabar a Dios porque verás siempre cuan bueno es él. ¿Quieres andar siempre
con un sabor dulce en tu boca? Repite sus promesas de continuo, porque Dios no faltará a
una sola de ellas.

Oremos.

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