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LA REDENCION
I. Introducción
1. Noción
Dios establece Alianza con los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob que se
renueva y concreta más tarde por medio de Moisés.
La Revelación muestra esta gran verdad de fe: «El Hijo del hombre ha
venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 10); «Dios no ha
enviado a su Hijo al mundo para que Juzgue al mundo, sino para que el
mundo sea salvo por Él» (Jn 3, 17); «Cristo Jesús vino al mundo para
salvar a los pecadores» (1 Tim 1, 15).
Está claro que Dios hubiera podido redimir a los hombres de otra manera;
pensar lo contrario sería limitar la omnipotencia, sabiduría y Justicia de
Dios, que estaría limitada a la única posibilidad de la Encarnación de su
Hijo Unigénito. Podía, por ejemplo, salvar a los hombres sin recibir
ninguna satisfacción de la humanidad pecadora.
Quiere decirse con esto, que la liberación del hombre efectuada por la
Redención tendrá lugar plenamente en el futuro; pero, a la vez, está ya
presente por la gracia: contiene un ya y un todavía no.
Cristo murió por todos, y no solamente por algunos. Esto significa que la
Redención efectuada por Jesucristo es comunicable a todos sin excepción,
de modo que cualquier hombre puede apropiarse los frutos de esa
Redención objetiva y universal, si cumple la voluntad de Dios.
La Sagrada Escritura enseña claramente esta verdad en multitud de
pasajes. Entre otros muchos, Cristo «se dio a sí mismo en precio del
rescate por todos» (1 Tim. 2, 6), «Él es propiciación por nuestros pecados;
Y no sólo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo» (1 Jn 2,
2).
La Iglesia enseña que Dios Padre envió a su Hijo Jesucristo a los hombres
para que redimiera a los Judíos y para que los gentiles consiguieran la
gracia, y todos recibieran la adopción de hijos. Cristo no murió sólo por los
predestinados, o sólo por los fieles cristianos, sino por todos los hombres.
«Nadie por sí mismo y por sus propias fuerzas se libera del pecado y se
eleva sobre sí mismo; nadie se libera completamente de su debilidad, o de
su soledad, o de su esclavitud; todos tienen necesidad de Cristo, modelo,
maestro, libertador, salvador, vivificador» (Concilio Vaticano II, Decreto
Ad gentes, 8). Es Cristo quien, con su muerte y su resurrección, nos libera
del pecado y nos reconcilia con Dios.
Cada hombre debe, por sus buenas obras, aplicar a su vida la Redención
objetiva. De tal manera que el que no realiza buenas obras con la ayuda de
la gracia tampoco recibe el mérito y por tanto no se le perdonan los
pecados.
Para los protestantes, como ya hemos dicho antes, las buenas obras
realmente no existen, pues todos los hombres son siempre pecadores,
como consecuencia de que el pecado original ha corrompido totalmente la
naturaleza humana. Por tanto, no pueden hacer obras con ayuda de la
gracia para conseguir su salvación.
2º Noción de sacrificio.
La Sagrada Escritura enseña que el Señor entregó su vida como «precio del
rescate de todos» (Mt 20, 38). Al instituir la Eucaristía (2), el mismo
Jesucristo señala la virtud redentora de su muerte: «Esta es mi sangre del
Testamento, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados»
(Mt 26, 28). San Pablo atribuye a la muerte de Cristo el perdón del
hombre pecador: «Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con
Dios por la muerte de su Hijo» (Rom 5, 10).
4º La satisfacción vicaria de Jesucristo (de fe).
Para perdonar los pecados, Dios estableció que la humanidad ofreciera una
satisfacción adecuada. Sólo una satisfacción de valor infinito podía reparar
la ofensa, en cierto modo infinito, hecha a Dios por el pecado; y sólo
Jesucristo, Persona divina y hombre verdadero, podía dar esa satisfacción.
Pero, Jesucristo es inocente de nuestros pecados; por tanto, ¿cómo pudo El
satisfacer por los pecados de los hombres de los que no era culpable?
Es evidente que Jesucristo por sí mismo no tenía nada que satisfacer, pues
no había cometido ningún pecado, pero sí que ofreció una satisfacción
vicaria por los pecados de los hombres.
Estas son verdades religiosas naturales que cualquier hombre puede llegar
a conocer con su inteligencia sin necesidad de la Revelación. Y, de hecho,
lo normal es que todos los hombres, de una manera más o menos clara, las
conozcan.
Ahora bien, aún en todas estas religiones existe aunque sea muy
escondido, la creencia en un más allá y en un premio o castigo por parte
del Ser Supremo.
Los fieles ordenados «in sacris», personas sagradas son los que han
recibido el Sacramento del Orden en sus diferentes grados de diaconado,
presbiterado y episcopado, tienen los mismos derechos y deberes del resto
de los fieles laicos u no ordenados; pues también, ellos son fieles
cristianos. Pero, además, como han recibido la consagración del
Sacramento del Orden participan de otro modo del sacerdocio de Cristo: de
una manera no sólo diferente en grado al de los demás fieles sino de una
forma esencialmente distinta. Por tanto, tienen el derecho y el deber de
vivir su especial participación de la triple misión de Jesucristo de manera
consecuente y propia de esa especial consagración sacerdotal y jerárquica.
Así, enseñan, gobiernan y santifican a la Iglesia, además de hacerlo igual a
todos los fieles cristianos, como miembros de la Jerarquía de la Iglesia.
En resumen todos los fieles cristianos tienen alma sacerdotal. Todos los
bautizados, mujeres y hombres, tienen el derecho y la obligación de ser
consecuentes con su fe, colaborando, enseñando y santificando a la Iglesia,
y con ella, a todos los hombres de todos los tiempos. Jesucristo nos lo
mandó con un mandato imperativo: «Me ha sido dado todo poder en el
cielo y en la tierra; id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar
todo, cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la
consumación del mundo» (Mt 28, 18-20).
La Iglesia enseña que Jesucristo bajó a los infiernos para librar las almas
de los Justos, que esperaban en el limbo o seno de Abraham, aplicándoles
los frutos de la Redención y haciéndoles partícipes de la visión beatífica de
Dios en el Cielo.
»Diciendo esto, fue arrebatado a vista de ellos, y una nube le sustrajo a sus
ojos. Mientras estaban mirando al cielo, fija la vista en Él, que se iba, dos
varones con hábitos blancos se les pusieron delante y les dijeron: Hombres
de Galilea, ¿qué estáis mirando al cielo? Ese Jesús que ha sido arrebatado
de entre vosotros al cielo, vendrá como le habéis visto ir al cielo. Entonces
se volvieron del monte llamado Olivete a Jerusalén, que dista de allí el
camino de un sábado. Cuando hubieron llegado, subieron al piso alto, en
donde permanecían Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás,
Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo y Simón el Zelotes y Judas de
Santiago. Todos éstos perseveraban unánimes en la oración con algunas
mujeres, y con María, la Madre de Jesús» (Hech 1,4 -14).
Jesucristo subió a los cielos por su propia virtud: en cuanto era Dios por su
propia virtud divina, y en cuanto hombre con la virtud de su alma
glorificada, que lleva al cuerpo a donde quiere.
Jesucristo, Dios y hombre, entró en la gloria con las almas de todos los
Justos que habían vivido antes de la Redención.
«Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria y todos los ángeles con Él,
se sentará sobre su trono de gloria, y se reunirán en su presencia todas las
gentes, y separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de los
cabritos y pondrá las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda.
Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha: Venid, benditos de mi
Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación
del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me
disteis de beber; peregriné, y me acogisteis; estaba desnudo, y me
vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme. Y le
responderán los Justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te
alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y
te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la
cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas
veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo
hicisteis.
Notas
(1) Virgilio
Oriente.
Institución de la Eucaristía
Los sacramentos
Esos signos que significan y dan la gracia, son los sacramentos, ritos
sagrados que se realizan mediante acciones exteriores y palabras que
determinan su significación.
El Señor instituyó siete sacramentos, con los que provee a los distintos
momentos y necesidades en que puede encontrarse nuestra vida
sobrenatural.
(3) Monoteísmo
(4)