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1
CONTEXTO
HISTÓRICO.
España
inicia
el
siglo
XX
con
el
recuerdo
amargo
de
la
derrota
militar
de
1898
y
el
fin
del
sueño
imperialista
español.
El
fin
de
siglo
sume
a
España
y
el
resto
de
Europa
en
una
profunda
crisis
política,
económica,
moral
y
social
que
se
refleja
en
las
corrientes
artísticas
y
culturales
del
primer
tercio
del
siglo
XX.
En
España,
en
1902,
Alfonso
XIII
comienza
su
reinado
continuista
del
modelo
político
de
la
Restauración
borbónica.
España
afronta
un
nuevo
intento
colonizador
con
la
toma
de
Marruecos,
lo
que
propicia
los
levantamientos
populares
de
la
Semana
Trágica
de
Barcelona
en
1909.
La
situación
no
mejora
y
en
1917
se
produce
una
huelga
general,
en
el
contexto
de
la
I
Guerra
Mundial.
En
1921
la
derrota
en
Annual
provoca
una
crisis
que
acaba
con
el
golpe
de
estado
de
Primo
de
Rivera.
El
dictador
impone
un
gobierno
que
desplaza
las
libertades
políticas
y
las
demandas
proletarias
a
favor
de
la
recuperación
económicas,
pero
la
pérdida
de
apoyos
le
hace
dimitir
y
en
1931
se
convocan
elecciones.
Alfonso
XIII
abandona
el
país
cuando
el
liberal
Niceto
Alcalá
Zamora
es
nombrado
presidente
de
la
II
República
española.
La
estabilidad
política
dura
poco.
La
nueva
etapa
comienza
con
un
bienio
republicano-‐socialista
presidido
por
Manuel
Azaña.
Continúa
con
un
bienio
derechista
con
Alejandro
Lerroux
al
frente.
En
1936
Manuel
Azaña
preside
nuevamente
una
coalición
de
izquierdas,
el
Frente
Popular,
con
un
ambicioso
proyecto
de
reformas
y
libertades
que
es
truncado
meses
más
tarde
tras
el
alzamiento
militar
del
general
Francisco
Franco.
Este
inicia
la
Guerra
Civil
Española
e
impone
una
dictadura
que
durará
hasta
1975.
Los
cambios
políticos
del
primer
tercio
del
siglo
XX
con
una
Europa
entreguerras
ocasionan
importantes
transformaciones
en
todos
los
ámbitos.
En
España
se
vive
un
crecimiento
demográfico
que
dirige
a
la
población
campesina
a
las
grandes
urbes.
Son
esas
clases
proletarias
las
que
impulsan
la
modernización
del
país
frente
a
los
estamentos
dominantes
y
la
población
rural.
En
cuanto
a
las
artes,
es
una
época
de
gran
diversidad
estética.
La
cultura
española
vive
su
Edad
de
Plata.
Modernistas
y
noventayochistas
(generación
del
98)
muestran
en
su
nueva
forma
de
creación
literaria
su
malestar
y
su
disconformidad
con
la
España
del
momento.
Con
la
I
Guerra
Mundial
continúa
la
revolución
estética
con
autores
como
Juan
Ramón
Jiménez
o
el
intelectual
Ortega
y
Gasset
al
frente
de
los
novecentistas
(generación
del
14).
Serán
en
los
años
20
cuando
los
poetas
de
la
generación
del
27
culminen
esta
etapa
de
profunda
renovación
y
renacimiento
cultural.
Durante
este
período,
la
República
favorece
la
socialización
de
la
cultura
con
proyectos
que
serán
truncados
con
el
estallido
de
la
Guerra
Civil,
y
la
posterior
dictadura,
y
que
ponen
fin
a
esta
Edad
de
Plata
de
las
letras
españolas.
Estos
proyectos
derivan
de
la
influencia
de
la
ILE
(Institución
Libre
de
Enseñanza),
creada
en
1876
por
Francisco
Giner
de
los
Ríos
y
que
perduró
hasta
que
estalló
la
Guerra
Civil.
Esta
institución
educativa
era
laica
e
independiente
de
los
colegios
religiosos.
Su
fundamentación
filosófica
deriva
de
las
teorías
idealistas
del
alemán
Krause.
Los
postulados
del
krausismo
adaptados
la
a
nueva
pedagogía
de
la
ILE
eran:
la
libertad
de
enseñanza
y
textos,
la
independencia
Estado-‐Iglesia,
la
igualdad,
la
interrelación
entre
Ciencias
y
Humanidades,
la
supresión
del
criterio
memorístico
para
evaluar
y
la
importancia
de
la
naturaleza
en
el
estudiante.
2
La
ILE
pone
en
marcha
la
Residencia
de
Estudiantes
(1910)
de
Madrid,
donde
intercambian
sus
ideas
los
más
ilustres
personajes
de
la
época;
la
Residencia
de
Mujeres
(1915)
con
la
misma
finalidad;
las
Misiones
Pedagógicas
(1931)
que
pretendían
acercar
la
cultura
a
las
poblaciones
más
rurales
de
España
y
La
Barraca
(1932)
que
dirige
Lorca
y
que
pretende
llevar
a
los
pueblos
del
país
el
teatro
clásico
español.
BIOGRAFÍA.
Nace
Federico
García
Lorca
el
5
de
junio
de
1898
en
Fuente
Vaqueros
(Granada)
en
el
seno
de
una
familia
acomodada.
Su
madre
había
sido
maestra
y
su
padres
poseía
tierras
en
la
vega
granadina.
Fue
el
primogénito
de
cinco
hermanos,
con
11
años
su
familia
se
trasladó
a
Granada.
Fue
su
madre
quien
le
inculcó
el
amor
por
las
letras
y
la
música,
antes
de
ser
escritor
quiso
ser
pianista,
pero
sus
padres
llegado
el
momento
se
opusieron
a
que
continuara
sus
estudios
en
París.
En
1914
llega
a
la
universidad
donde
se
licenciará
en
Derecho,
labor
que
nunca
ejerció.
Entre
sus
profesores
destaca
Fernando
de
los
Ríos,
que
aconsejo
a
la
familia,
que
el
poeta
continuará
su
formación
en
Madrid.
Así
que
en
1919
se
trasladó
allí
y
entró
en
la
Residencia
de
Estudiantes,
donde
entabló
amistad
con
Dalí,
Buñuel,
Alberti
y
otros
poetas
con
los
que
después
formaría
la
generación
del
27.
Durante
estos
años
publicó
Libros
de
poemas,
compuso
sus
primeras
Suites
y
estrenó
con
gran
fracaso
El
maleficio
de
la
mariposa.
En
Madrid
también
conoce
a
Juan
Ramón
Jiménez,
que
influyó
en
su
visión
poética.
En
1921
vuelve
a
Granada
y
conoce
al
músico
Manuel
de
Falla
con
quien
activó
la
vida
cultural
de
su
ciudad.
Continuó
con
su
actividad
literaria
escribiendo
una
pieza
teatral:
Mariana
Pineda
(estrenada
en
1927)
y
otros
libros
de
poemas
como
Canciones.
En
diciembre
de
1927
varios
poetas
españoles
se
reunieron
en
el
Ateneo
de
Sevilla
para
conmemorar
el
tricentenario
de
la
muerte
de
Góngora
y
defender
su
estética.
Lorca
y
sus
amigos
constituyen
así
uno
de
los
grupos
poéticos
más
importantes
de
Europa:
la
generación
del
27.
Alcanzada
ya
su
madurez
como
poeta,
en
1928
publica
Romancero
gitano,
obra
que
alcanzó
un
gran
éxito
popular,
pero
por
la
que
fue
duramente
criticado
por
sus
amigos,
Dalí
o
Buñuel
quienes
decían
que
el
poeta
se
había
anclado
en
el
costumbrismo
y
no
apostaba
por
la
innovación
de
la
vanguardia.
Estas
críticas
y
su
separación
de
Emilio
Aladrén
lo
sumieron
en
una
profunda
crisis.
Además,
en
1929
también
sufrió
dos
estrenos
teatrales
fallidos:
la
censura
no
permitió
el
estreno
de
su
farsa
erótica
Amor
de
don
Perlimplín
con
Belisa
en
su
jardín
y
por
otro
lado
su
actriz
predilecta
Margarita
Xirgu
no
pudo
estrenar
en
Barcelona
La
zapatera
prodigiosa.
Así
que
decide
viajar
a
Nueva
York,
un
mundo
en
el
que
descubre
el
jazz,
el
cabaret,
el
cine
sonoro,
la
diversidad
racial
y
cultural,
y
también
la
libertad
personal
propia
alejado
de
los
convencionalismos
sociales
de
España.
De
este
viaje
surge
Poeta
en
Nueva
York,
donde
retrata
la
sociedad
norteamericana
y
habla
de
la
soledad
y
de
la
angustia
del
hombre
moderno.
En
1930
se
traslada
a
Cuba,
donde
trabaja
en
sus
obras
El
público
y
Así
que
pasen
cinco
años.
Tras
esta
estancia
finalmente
regresa
a
su
país,
convertido
en
un
polvorín
político.
Con
la
instauración
de
la
II
República,
Lorca
acepta
el
encargo
de
codirigir
un
grupo
de
teatro
universitario
y
popular
que
representaría
las
obras
clásicos
por
los
pueblos
de
España:
La
Barraca.
3
Durante
los
dos
años
siguientes
su
teatro
alcanza
un
gran
éxito
en
Buenos
Aires
y
Montevideo
y
viaja
a
América
para
dirigir
algunas
de
sus
obras,
lo
que
le
propicio
nuevas
amistades
como
la
de
Pablo
Neruda.
De
vuelta
a
España
en
1934
se
encontró
con
el
triunfo
de
la
coalición
de
derechas
que
suprimió
la
subvención
de
La
Barraca
y
reprimió
duramente
la
huelga
general
de
Barcelona
y
Asturias,
y
el
poeta
decide
entonces
posicionarse
con
la
izquierda.
Durante
este
tiempo
terminó
obras
como
Yerma,
Doña
Rosita
la
soltera
o
su
Llanto
por
Ignacio
Sánchez
Mejías.
Ante
la
nueva
realidad
de
España,
a
las
puertas
de
una
guerra
civil,
Lorca
asume
la
responsabilidad
social
del
artista,
especialmente
del
dramaturgo
y
emplea
el
teatro
como
herramienta
de
acción
social
e
instrumento
de
educación.
Su
popularidad
y
sus
declaraciones
antes
las
injusticias
sociales
le
hicieron
ganarse
la
antipatía
de
la
derecha.
Cuando
estalla
la
guerra,
estando
en
Granada,
sopesó
varias
alternativas,
decidió
finalmente
instalarse
en
la
casa
de
su
amigo
poeta
Luis
Rosales.
El
16
de
agosto
fue
detenido
bajo
los
cargos
de
espía,
socialista
y
homosexual,
dos
días
más
tarde
fue
fusilado
y
aún
hoy
la
ubicación
de
sus
restos
sigue
siendo
una
incógnita.
Había
dejado
escritos
dos
libros
póstumos:
Sonetos
del
amor
oscuro
y
La
casa
de
Bernarda
Alba.
CONTEXTO
LITERARIO.
ÉPOCA
DE
VANGUARDIAS.
Entre
1910
y
1929
surgen
movimientos
que
buscan
la
renovación
radical
de
las
formas
artísticas:
es
la
vanguardia
estética.
Las
corrientes
vanguardistas
son
diversas
y
en
ocasiones
bastante
efímeras.
Las
características
fundamentales
son:
-‐ Ruptura
artística
contra
la
tradición:
se
niega
el
valor
del
pasado
artístico,
el
arte
es
lo
nuevo,
la
provocación.
-‐ Huida
de
la
realidad:
deformación
e
invención
de
lo
que
no
hay
(cubismo,
abstracción…).
-‐ Entidad
propia
del
arte:
“el
arte
por
el
arte”
como
juego,
diversión
o
como
poesía
y
arte
puro.
-‐ Desapego
a
la
representación
fiel
del
realismo:
deformación
borrosidad
o
ausencia
de
lo
figurativo
y
de
las
relaciones
lógicas,
de
ahí
la
imagen
visionaria
(que
transmite
reacciones
emotivas,
el
poeta
solo
busca
hacer
sentir
al
lector)
(surrealismo).
-‐ Deshumanización
del
arte:
arte
aristocrático
e
intelectual.
-‐ Defensa
de
un
arte
sin
compromiso
social
o
político,
salvo
en
el
surrealismo
de
Breton.
Se
cultiva
el
ideal
de
la
obra
perfecta,
lo
que
lleva
al
hermetismo
y
al
cripticismo.
En
España
las
expresiones
vanguardistas
más
florecientes
fueron
el
cubismo
(creacionismo
y
ultraísmo),
el
futurismo
con
ejemplos
en
Pedro
Salinas
y
Rafael
Alberti,
el
expresionismo
con
Valle
Inclán,
el
dadaísmo
con
parodias
de
Pedro
Salinas
y
el
surrealismo
en
Lorca,
Aleixandre…
El
surrealismo
será
la
vanguardia
más
importante
para
la
generación
del
27.
Se
trata
de
un
movimiento
que
exalta
la
libertad
individual
y
artística.
De
una
manera
casi
automática
se
transcribe
la
expresión
emanada
del
subconsciente
(o
de
lo
onírico),
una
vez
liberado
el
pensamiento
del
hombre
de
toda
atadura
racional
y
de
cualquier
represión
cultural
o
moral.
Se
pretende
sustituir
la
realidad
caduca
por
otra
superior
y
profunda,
por
encima
de
(superrealismo>
surrealismo).
Así
la
libertad
imaginativa
permite
la
asociación
inesperada
de
palabras
con
el
propósito
de
estimular
el
subconsciente
del
receptor.
El
metro
de
los
versos
se
alarga
y
se
4
libera
también,
es
tiempo
de
versolibrismo
y
de
aflorar
los
temas
prohibidos,
los
temas
ocultos
en
nuestra
conciencia.
LORCA
Y
LA
GENERACIÓN
DEL
27.
Como
hemos
dicho
en
el
primer
tercio
del
siglo
XX
la
literatura
española
vive
su
Edad
de
Plata
con
tres
generaciones
diferentes:
los
modernistas
y
noventayochistas,
la
generación
del
14
y
la
generación
del
27.
El
acontecimiento
fundacional
de
esta
última
ocurre
en
diciembre
de
ese
mismo
año
cuando
varios
poetas
españolas
deciden
rendir
homenaje
a
Góngora
en
el
Ateneo
de
Sevilla:
Federico
García
Lorca,
Dámaso
Alonso,
Rafael
Alberti,
Vicente
Aleixandre,
Jorge
Guillén,
Pedro
Salinas,
Emilio
Prados,
Luis
Cernuda,
Manuel
Altolaguirre
y
Gerardo
Diego.
Nacidos
todos
entre
1891
y
1905,
este
grupo
de
jóvenes
autores
recibió
una
formación
intelectual
similar,
ya
que
coincidieron
en
la
Residencia
de
Estudiantes
de
Madrid
donde
forjaron
su
amistad
y
contactaron
con
la
élite
cultural
e
intelectual
europea.
Desde
una
perspectiva
estética,
a
todos
les
unía
la
fascinación
por
autores
clásicos
como
Góngora
o
Lope
de
Vega,
pero
también
por
el
modernista
Rubén
Darío,
el
romántico
Bécquer
o
la
pureza
poética
de
Juan
Ramón
Jiménez
y
las
vanguardias
europeas,
sobre
todo
el
surrealismo
francés.
Esta
visión
poética
común
propició
la
renovación
estética
de
la
poesía
española,
que
logró
aunar
tradición
y
vanguardia,
así
lo
evidencia
el
uso
de
la
métrica:
desde
el
soneto
y
el
romance
hasta
el
verso
libre,
el
verso
blanco
y
el
versículo
surrealista.
Los
temas
más
frecuentes
de
los
poetas
del
27
son
universales:
la
naturaleza,
el
destino,
la
muerte,
el
amor,
el
erotismo,
el
compromiso
social…
También
es
significativa
la
búsqueda
del
equilibrio
entre
lo
sentimental
y
lo
intelectual,
la
tradición
y
la
renovación,
lo
culto
y
lo
popular,
entre
lo
universal
y
lo
español.
De
esta
forma,
el
desarrollo
inicial
de
una
poesía
pura,
alejada
de
las
emociones
y
preocupada
por
la
renovación
formal,
evoluciona
progresivamente
hacia
una
obra
más
humanizada,
centrada
en
la
expresión
de
sentimientos.
Su
estilo
se
caracteriza
por
el
uso
de
la
metáfora
y
las
imágenes
al
modo
de
las
vanguardias,
especialmente
del
surrealismo.
También
es
importante
la
preocupación
por
la
expresión
lingüística,
pues
aunaron
léxico
culto
y
palabras
coloquiales
consiguiendo
un
lenguaje
cargado
de
lirismo.
En
resumen
los
rasgos
que
caracterizan
a
esta
generación
son:
Sincretismo
de
tradición
popular
y
culta.
Uso
de
tradición
y
vanguardia.
Predominio
del
lirismo.
Evolución
y
equilibrio
entre
poesía
intelectualizada
y
supuesta
espontaneidad.
Usos
métricos
tradicionales
y
vanguardistas.
Los
temas
que
tratan
son
universales:
El
amor:
el
amor
da
sentido
a
la
vida.
La
frustración
y
angustia
existencial.
Preocupaciones
sociales.
5
En
la
evolución
artística
de
esta
generación
distinguimos
tres
fases:
a) Hasta
1927:
El
tono
becqueriano
y
modernista
inicial
deriva
progresivamente
hacia
la
vanguardia.
La
mayoría
defiende
una
poesía
pura,
influenciados
por
Juan
Ramón
Jiménez,
y
conectan
la
realidad
poética
y
la
objetiva
con
audaces
metáforas
e
imágenes.
En
este
periodo
eliminan
todo
sentimentalismo.
Su
deseo
de
perfección
formal
los
acerca
a
Góngora
y
métricamente
apuestan
por
la
estrofa
clásica.
b) De
1927
a
la
Guerra
Civil:
Irrumpe
el
surrealismo
y
se
impone
la
evolución
hacia
estilos
propios
y
heterodoxos,
que
convergen
en
la
rehumanización
que
proponía
Pablo
Neruda
defensor
de
una
poesía
impura
o
social.
La
poesía
surrealista
se
convierte
en
un
arma
para
denunciar
las
injusticias
y
la
política
(Los
places
prohibidos
de
Cernuda,
Poeta
en
Nueva
York
de
Lorca)
y,
de
este
modo
escriben
algunas
de
las
obras
más
importantes
de
la
generación
(Cántico
de
Jorge
Guillén
o
Espadas
como
labios
de
Aleixandre).
c) Tras
la
Guerra
Civil:
La
muerte
de
Lorca
y
el
exilio
de
la
mayoría
marca
el
fin
de
esta
generación
y
el
inicio
de
una
evolución
estética
individual.
Los
exiliados
abordaron
una
poesía
que
denunciaba
el
dolor
humano
de
la
guerra
y
evidenciaba
la
nostalgia
de
la
patria
perdida,
los
que
se
quedan
en
España
viraron
hacia
una
poesía
desarraigada
de
corte
existencial.
A
las
mujeres
de
la
generación
del
27
se
las
conoce
como
“Las
Sinsombrero”
debido
a
una
anécdota
que
protagonizaron
dos
de
ellas:
Maruja
Mallo
y
Margarita
Manso.
Un
día
paseaban
junto
a
Lorca
y
Dalí
por
la
Puerta
del
Sol
con
la
cabeza
descubierta,
porque
decían
que
el
sombrero
congestionaba
sus
ideas.
Los
viandantes
las
insultaron
y
les
lanzaron
piedras
por
su
actitud
rebelde
y
transgresora.
Entre
otras,
destacaron
como
escritoras:
Ernestina
de
Champourcín
con
El
silencio
y
La
voz
en
el
viento
y
Concha
Méndez
con
Inquietudes
y
Vida
a
vida.
Referimos
ahora
el
nombre
de
cinco
miembros
de
la
generación
del
27
y
una
de
sus
obras:
Rafael
Alberti:
Marinero
en
tierra.
Jorge
Guillén:
Cántico.
Vicente
Aleixandre:
La
destrucción
o
el
amor.
Luis
Cernuda:
La
realidad
y
el
deseo.
Pedro
Salinas:
La
voz
a
ti
debida.
TRAYECTORIA
POÉTICA:
EVOLUCIÓN
DE
LORCA
COMO
POETA.
Podemos
considerar
de
modo
general
cuatro
etapas
en
la
producción
poética
de
Lorca:
1. POESÍA
DE
JUVENTUD.
Neopopularismo
y
cierto
costumbrismo
decadente
(1917-‐1926):
influjos
populares
que
van
de
Libro
de
Poemas
y
Canciones
a
Suites.
Abunda
la
poesía
relativa
al
mundo
doméstico
e
infantil,
en
la
que
destacan
la
naturaleza
y
el
concepto
de
pueblo
como
tradición.
El
poeta
se
mueve
en
una
atmósfera
de
ilusión
e
inocencia.
2. POESÍA
MÍTICO-‐ANDALUZA.
Neotradicionalismo
del
flamenco
y
otros
palos:
del
culto
a
lo
popular
pasa
el
poeta
a
lo
popular
de
lo
culto,
del
ámbito
de
la
casa
se
transporta
a
Andalucía.
Creación
del
territorio
mítico
6
(hasta
1928),
que
va
desde
el
Poema
del
Cante
Jondo
hasta
el
Romancero
gitano.
La
“pena
negra”
es
el
síntoma
de
la
frustración
vital.
3. POESÍA
SURREALISTA.
Surrealismo
lorquiano:
influencias
vanguardistas
(surrealismo
y
ultraísmo)
en
torno,
sobre
todo,
a
Poeta
en
Nueva
York
(1929-‐1930).
El
poeta
sale
de
Andalucía
(y
de
España)
y
viaja
a
América.
Se
encuentra
con
la
opresión
de
la
metrópoli
norteamericana,
un
mundo
hostil
al
que
responde
estéticamente
con
el
abandono
de
lo
popular
y
de
lo
tradicional,
y
con
un
desesperanzado
abrazo
vanguardista
para
expresar
el
vacío
y
la
desolación
humana
(utiliza
imágenes
visionarias,
versolibrismo…)
porque
“los
negros
penan”.
4. ÚLTIMOS
POEMAS.
Clasicismo
de
tradición
culta:
después
de
un
largo
paréntesis
de
casi
un
lustro
(1935-‐1936)
y
tras
cosechar
sus
grandes
éxitos
teatrales,
Lorca
retorna
a
la
tradición
y
culminación
lírica
de
metros
clásicos,
desde
la
elegía
(Llanto
por
Ignacio
Sánchez
Mejías)
a
las
formas
arábigo-‐andaluzas
(gacelas
y
casidas
de
Diván
del
Tamarit)
y
los
sonetos
póstumos
(Sonetos
del
amor
oscuro).
El
intimismo
refleja
la
pérdida
de
la
infancia
como
tema
literario
de
la
personalidad
del
poeta
(en
Diván
del
Tamarit),
el
tema
de
la
muerte
solo
superada
por
la
obra
de
arte
(en
el
Llanto…)
y
el
tema
del
ocultamiento
del
amor
homoerótico
(en
los
Sonetos…).
Con
Lorca
damos
un
paseo
emocional
profundo
que
va
del
ello
(casa
y
naturaleza),
al
nosotros
(pena
negra
e
inconformismo
contra
la
opresión)
y
al
yo
final
del
amor
inconfesable
y
,por
tanto,
desdichado.
CARACTERÍSTICAS
DE
LA
OBRA
POÉTICA
DE
GARCÍA
LORCA.
-‐
Fusión
de
tradición
popular
y
tradición
culta:
La
obra
de
Lorca
es
una
perfecta
fusión
de
tradición
y
vanguardia.
Junto
a
las
composiciones
clásicas,
como
el
soneto
y
el
romance
empleó
formas
surrealistas
y
siempre
encontró
inspiración
en
la
música
y
los
cantos
populares.
De
esta
forma
consiguió
un
estilo
literario
único
cargado
de
intensidad
emocional,
de
brillantez
metafórica
y
repleto
de
efectos
sensoriales.
>
La
tradición
popular
se
ciñe
al
folklore
andaluza
y
a
la
poesía
cancioneril
y
arábigo-‐andaluza:
es
lo
que
llamamos
neopopularismo.
El
ritmo
de
la
lírica
tradicional
popular
hace
de
muchos
de
sus
poemas,
obras
de
música
y
canto
(especialmente
sus
romances).
>
La
tradición
culta
ofrece
tres
vertientes
la
clásica
(Góngora
y
Lope),
la
moderna
(Bécquer,
Darío,
Juan
Ramón
y
Machado)
y
la
contemporánea
o
vanguardista
(surrealismo
y
ultraísmo).
-‐
La
oralidad:
la
poesía
es
oral
y
Lorca
citaba
y
recitaba,
para
él
publicar
es
encerrar
sus
palabras
entre
tapas.
-‐
Conceptismo
expresivo:
densidad
semántica,
polisemia
léxica,
elipsis
y
reducción
de
la
anécdota.
-‐
Poeta
de
mitos:
más
allá
de
las
ideas,
Lorca,
aunque
superficial
o
anecdóticamente
anclado
en
sucesos
cotidianos,
excava
para
extraer
del
mundo
de
la
razón
huellas
de
un
trasfondo
irracional
y
de
creencias
que
nos
transportan
a
un
mundo
7
primitivo
y
elemental;
en
ese
mundo
no
tiene
cabida
el
psicologismo
humano
civilizado.
-‐
Símbolos
renovados
y
metáforas
asombrosas:
Influido
por
Góngora,
Lorca
encontró
en
la
metáfora
su
recurso
predilecto.
En
su
obra
empleó
metáforas
e
imágenes
muy
arriesgadas
en
las
que
la
distancia
entre
el
término
real
y
el
imaginario
es
considerable.
De
hecho,
la
metáfora
pura
(en
la
que
solo
está
presente
el
término
figurado)
es
la
más
abundante,
con
lo
que
obliga
constantemente
al
lector
a
hacer
un
importante
ejercicio
de
interpretación.
Su
estilo
es,
por
tanto,
alegórico
y
simbólico,
un
simbolismo
a
menudo
difícilmente
descifrable,
ya
que
sus
imágenes
no
poseen
un
único
significado
e
incluso
en
ocasiones
adquieren
significados
opuestos.
Lorca
utiliza
la
misma
simbología
en
su
poesía
y
en
su
teatro.
SÍMBOLOS
EN
LA
OBRA
LORQUIANA.
8
LOS
TEMAS
EN
LORCA.
El
tema
general
de
su
obra
es
el
choque
entre
el
principio
de
autoridad
establecido
y
el
principio
de
libertad,
el
destino
trágico
de
“pena
negra”
que
impide
las
querencias
del
hombre
y
provoca
la
angustia
y
la
muerte.
Con
insistencia,
los
asuntos
tratados
en
su
obra
de
poeta
y
dramaturgo
giran
en
torno
al
conflicto
de
la
vida
del
hombre
que
queda
frustrado
por
intentar
afirmar
su
individualidad
frente
a
las
cargas
sociales
y
los
prejuicios
descalificadores
de
igualdad
y
libertad.
Lorca
también
profundiza
en
las
constantes
de
los
subtemas
tradicionales:
pasión
y
desgarro
amoroso,
arrojo
noble
y
valentía,
dignidad
humana
ante
la
muerte
y
ante
la
opresión:
-‐ El
amor
es
una
mítica
fuerza
irracional
que
arrastra
al
hombre:
deseo
irrefrenable
cuya
energía
aboca
a
la
tragedia,
a
la
violencia
y
a
la
muerte,
asesinato
o
suicidio.
-‐ El
fruto
del
amor
y
el
sentido
del
matrimonio
es,
tradicionalmente
la
descendencia;
por
ello,
la
frustración
se
encarna
en
la
despreciada
soltería
y
en
la
esterilidad;
son
maldiciones
míticas
de
la
naturaleza
y
de
la
sociedad.
-‐ La
solidaridad
con
los
sectores
vulnerables
y
marginados
de
la
sociedad,
con
los
que
sufren
persecución
a
causa
de
la
injusticia:
gitanos,
negros,
mujeres,
homosexuales,
pobres…
-‐ El
deleite
de
la
infancia
y
su
recuerdo:
los
años
felices
de
la
infancia
son
un
reducto
de
la
frustración,
puesto
que
no
hay,
en
el
imaginario
lorquiano,
sufrimiento
sino
dicha.
En
el
momento
en
que
el
ser
humano
es
consciente
de
que
existe
represión
o
fatalismo
de
violencia,
tragedia
o
muerte
comienza
la
evanescencia
del
ser
humano
como
individuo
satisfecho
o
bienaventurado;
ello
puede
conducir,
en
el
territorio
mítico
lorquiano,
a
anulación
o
muerte.
23
POEMAS
COMENTADOS.
CANCIONES
(1921-‐1924)
En
este
poemario
el
tono
intimista
y
confesional
de
Suites
adquiere
un
aire
más
gozoso:
resurge
la
alegría
de
los
ritmos
de
las
canciones
infantiles
y
de
juego,
pero
también
resulta
evidente
el
tono
agridulce
de
la
añoranza
y
el
vértigo
a
abismos
sexuales,
de
muerte
y
de
esterilidad.
Influido
por
los
románticos
y
los
modernistas
llega
a
haber
ironía
y
sensualidad
en
sus
poemas,
pero
también
patetismo:
la
angustia
por
la
pérdida
de
la
infancia
y
la
idea
de
la
muerte
como
destino
de
la
vida.
En
todos
los
poemas
descuella
su
condensación
lírica,
el
valor
de
la
imaginación
y
la
prevalencia
de
la
emoción.
Lorca
alcanza
el
mito
de
la
trascendencia
inspirado
por
lo
más
próximo,
como
es
el
caso
de
los
lagartos
(El
lagarto
está
llorando).
9
EL
LAGARTO
ESTÁ
LLORANDO.
Este
poema
pertenece
a
la
sección
“Canciones
para
niños”
y
se
lo
dedicó
a
Teresa
Guillén
(hija
de
Jorge
Guillén,
poeta
de
la
generación
del
27).
Lorca
procura
en
él
la
musicalidad
como
deleite
rítmico
y
tierno
de
lo
escrito,
con
tintes
de
fantasía
y
colorido,
pero
el
texto
contiene
un
mensaje
en
el
que
subyace
una
profunda
tristeza.
Una
pareja
de
lagartos
(lagarto/a
>
políptoton)
está
llorando
(lo
repite
dos
veces
a
final
de
versos
>
epístrofe).
El
poema
empieza
así
con
unos
protagonistas
que
son
animales
como
en
una
fábula.
El
lagarto
simboliza
el
desgaste
por
el
paso
del
tiempo,
la
vejez.
Al
inicio
estos
lagartos
son
pequeños,
llevan
“delantalitos”
(metáfora
de
la
mancha
que
tienen
estos
animales
en
su
parte
inferior).
El
diminutivo
y
el
llanto
le
imprimen
ternura
al
poema
desde
el
principio.
El
color
blanco
evoca
pureza
y
es
además
el
color
del
compromiso,
el
blanco
de
la
ceremonia.
Los
lagartos,
como
nos
revela
la
tercera
estrofilla,
se
casaron
(“desposados”),
pero
han
perdido
su
anillo
(circunferencia),
símbolo
de
lo
que
no
tiene
ni
principio
ni
fin.
Este
anillo
en
la
España
de
su
época
autoriza
la
procreación.
En
el
poema
representa
la
unión
y
la
afectividad,
los
lagartos
lo
han
perdido
“sin
querer”
y
este
hecho
es
motivo
de
sus
lágrimas.
Cuando
Lorca
utiliza
la
interjección
“ay”
está
expresando
melancolía,
evoca
la
niñez,
como
cuando
un
niño
pierde
algo
valioso
para
él.
Esto
también
se
observa
cuando
dice
que
es
de
plomo,
material
poco
valioso
y
pesado
(se
necesita
a
dos
personas
con
el
firme
compromiso
de
llevarlo),
pero
que
es
muy
importante
para
ellos,
también
utiliza
el
diminutivo
“anillito”
del
lenguaje
infantil.
A
continuación,
en
el
verso
9
se
produce
un
cambio
estructural.
El
cielo
aparece
personificado
y
“sin
gente”
que
atemorice
o
moleste.
Se
trata
de
un
día
alegre
y
jubiloso,
un
día
de
boda.
En
esta
parte
del
poema
Lorca
nos
hace
contemplar
una
especie
de
collage
de
imágenes
con
una
técnica
que
tiene
mucho
de
simbolista
e
impresionista.
En
los
siguientes
versos
aparece
el
sol
como
capitán
(personificación)
que
“lleva
un
chaleco
de
raso”,
es
decir,
viste
de
gala
para
la
ceremonia.
El
sol
es
la
luz
que
da
vida
a
los
lagartos,
pues
estos
son
de
sangre
fría
y
necesitan
de
su
calor.
De
nuevo
en
el
verso
13
hay
un
cambio
estructural.
Tras
la
descripción
del
cielo,
el
poeta
vuelve
a
los
protagonistas,
ya
viejos.
Se
dirige
al
lector,
“miradlos”,
para
que
se
dé
cuenta
de
la
fugacidad
de
la
vida,
de
la
tristeza
que
no
cesa,
de
que
siguen
solos
y
sin
descendencia.
Al
final
los
lagartos
siguen
llorando
por:
la
pérdida
de
los
anillos,
la
belleza
del
momento
pasado,
el
paso
del
tiempo,
la
consciencia
de
haber
estado
juntos
siempre
y
la
no
existencia
de
prole.
Están
desolados,
lo
que
aparece
acentuado
con
el
polipote
(“lloran,
lloran,
llorando”).
Métricamente
se
trata
de
un
romance
de
ocho
sílabas
de
rima
asonante
en
los
pares
agrupados
sus
versos
en
dípticos
(de
dos
en
dos).
LA
CANCIÓN
DEL
JINETE.
1860.
Pertenece
a
la
sección
“Andaluzas”.
Se
trata
de
un
diálogo
ficticio
entre
el
sujeto
lírico
y
un
caballo
(a
este
se
refiere
en
2ª
persona
singular
en
la
interrogación
10
retórica
del
primer
estribillo).
Su
subtítulo,
“1860”,
nos
hace
remontarnos
al
periodo
romántico
de
los
bandoleros
andaluces.
Este
poema
está
compuesto
por
cinco
tercerillos,
de
versos
hexasílabos
con
rima
asonante
en
los
impares
y
dos
estribillos
de
seis
y
diez
sílabas
dispuestos
en
pareados.
En
la
primera
estrofa
destacan
los
símbolos
de
la
luna
“negra”
y
los
bandoleros,
que
ya
le
otorgan
al
poema
un
halo
de
misterio
y
presagia
la
fatalidad
y
la
muerte.
El
encabalgamiento
de
los
versos
imprime
rapidez
y
cierto
nerviosismo
a
los
sucesos
(el
posible
desbocamiento
del
caballo
es
una
idea
que
se
repite
a
lo
largo
del
poema).
En
el
último
verso
de
la
primera
estrofa
aparece
una
personificación,
“cantan
las
espuelas”,
que
se
refiere
al
ruido
que
estas
hacen.
En
el
estribillo
aparece
el
caballo
con
toda
su
simbología:
pasión
desenfrenada,
destrucción
y
muerte.
Se
le
otorga
un
diminutivo
y
es
negro
como
lo
es
la
luna.
Este
estribillo
se
completa
con
una
interrogación
retórica
que
recurre
a
un
tópico,
el
“ubi
sunt”.
Es
aquí
donde
se
desenmascara
la
situación:
el
jinete
va
muerto
sobre
la
cabalgadura.
En
estos
poema
aparece
un
lenguaje
emotivo
y
sugerente
gracias
a
la
unas
ráfagas
de
plasticidad
visual
propias
de
la
poesía
simbolista
e
impresionista.
Es
el
caballo
el
que
se
erige
como
dueño
del
destino
del
jinete
más
allá
de
la
fatalidad.
La
segunda
estrofa
empieza
con
unos
puntos
suspensivos
que
la
enlazan
con
la
primera.
Las
espuelas
son
“duras”
y
el
bandido
está
“inmóvil”,
es
decir,
muerto,
porque
no
supo
llevar
las
riendas
de
su
vida
y
terminó
muriendo,
pero
no
sabemos
más,
es
un
misterio.
A
continuación,
en
el
nuevo
estribillo
el
caballo
recibe
el
adjetivo
“frío”,
contaminado
por
el
efecto
de
la
muerte
del
jinete.
Ahora
la
interrogación
del
primer
estribillo
pasa
a
ser
una
exclamación.
Su
muerte
se
debe
a
la
herida
de
un
“cuchillo”,
pero
su
muerte
queda
dignificada
por
el
perfume
de
la
flor.
En
la
siguiente
estrofa
se
asocia
el
costado
del
caballo
(y
también
el
jinete)
por
el
que
se
desliza
la
sangre,
gracias
a
una
metonimia
con
Sierra
Morena,
lugar
por
excelencia
del
bandolerismo
andaluz.
En
la
cuarta
estrofa
la
escena
es
nocturna.
Una
noche
personificada
y
violenta
que
clava
las
luces
de
las
estrellas
en
el
reflejo
húmedo
de
la
sangre.
En
todo
el
poema
se
expresa
la
frustración,
la
lucha
y
la
muerte.
Así
lo
observamos
en
la
dureza
expresiva
de
la
metáforas
de
esta
estrofa.
En
la
última
estrofa,
seguimos
sin
saber
el
porqué
de
esa
muerte
(en
adelante
en
su
poesía
la
pena
andaluza),
el
lector
contempla
un
gemido
estruendoso
de
emoción
dolorida
(el
“grito”)
y
la
lumbre
(“hoguera”)
como
detalle
de
una
escena
montañera
en
la
que
se
encuentra
quizá
un
compañero
del
jinete.
Termina
Lorca
con
el
estribillo
en
el
que
se
repite
la
idea
del
caballo
como
dueño
del
destino
del
hombre.
DESPEDIDA.
Pertenece
a
la
sección
“Trasmundos”.
Es
un
emotivo
poema
redactado
en
primera
persona,
de
manera
que
existe
una
presunta
identificación
del
sujeto
lírico
y
el
autor.
En
la
primera
estrofa
estamos
ante
una
imaginaria
premonición
de
la
muerte
(“si
muero”)
y
un
ruego
o
mandato
posterior
(“dejad”).
11
Observamos
en
este
joven
Lorca
su
deseo
de
expresar
con
un
profundo
calado
emocional
su
adhesión
a
la
naturaleza
y
al
trabajo
del
campo.
El
“balcón”,
repetido
cuatro
veces
en
solo
ocho
versos,
es
símbolo
de
apertura
a
la
vida,
a
la
naturaleza.
El
aire,
a
través
de
la
ventana
abierta,
oxigena
el
dormitorio
y
lo
vuelve
a
la
vida.
El
poema
a
nivel
métrico
es
una
especie
de
romance
de
versos
octosílabos
con
rima
asonante
en
los
pares
(salvo
los
dos
primeros
y
los
dos
últimos
que
riman
en
pareado
y
cuyo
primer
verso
es
quebrado
(4
sílabas)).
Está
organizado
en
cuatro
parejas
de
versos
y
a
modo
de
repetición
y
paralelismo
se
citan
el
mundo
infantil
o
doméstico
(“el
niño”)
y
el
mundo
laboral
(“el
segador”).
Estas
menciones
dan
color
a
la
iluminada
vida
diurna
de
la
naturaleza
(verde
y
naranja
>
“naranjas”;
amarillo
>
“trigo”).
Estas
alusiones
coloristas
y
vitalistas
contrastan
con
la
elusión
del
suicida
(no
aparece
explícitamente
la
oscuridad
del
interior
de
la
alcoba).
En
el
cierre
reaparecen
los
dos
versos
iniciales,
pero
aquí
se
recurre
a
la
exclamación.
El
poeta
en
este
poema
ensalza
lo
que
quiere
“ver”
más
allá
de
su
hipotética
muerte:
es
como
si
el
testamento
lírico
de
su
pasión:
por
el
campo,
los
cultivos
y
la
felicidad.
En
definitiva,
paradójicamente
en
el
poema
se
respira
un
hálito
de
felicidad
más
allá
de
la
muerte.
El
autor
ruega
que
la
luz
y
el
aire
sigan
entrando
en
su
alcoba,
en
el
entorno
de
lo
que
fue
su
existencia.
La
fugacidad
de
la
vida
y
lo
efímero
de
la
dicha
hacen
que
el
poeta
cante
jubilosamente
su
disfrute.
Reclama,
pues,
una
vida
intensa,
con
nuevas
vivencias.
SUICIDIO.
Pertenece
a
la
sección
“Trasmundos”.
Aparece
un
narrador
en
tercera
persona
que
relata
el
proceso
de
abandono
de
un
joven
solitario
en
su
habitación.
En
este
poema
la
frustración
inclina
a
la
negación
del
ser
propio,
de
la
vida,
y
por
tanto
aboca
a
la
muerte.
Presenciamos
en
este
poema
el
misterioso
(simbolista
y
casi
surrealista)
ambiente
que
envuelve
una
muerte
(suicidio)
y
que
se
vincula
al
mito
de
Narciso.
El
tema
central
es
la
inclinación
a
la
muerte
propia,
provocada
por
la
frustración
que
destruye
proyectos
y
deseos.
A
tenor
del
subtítulo
(Quizás
fue
por
no
saberte
la
Geometría)
quizá
el
poema
se
concibió
sobre
el
recuerdo
de
la
experiencia
escolar
del
propio
Lorca.
El
inicio
con
un
diminutivo
(“jovencito”)
marca
un
contraste
con
la
dureza
del
asunto
tratado.
Se
destaca
la
intimidad
del
joven
en
soledad,
abandonado
y
olvidado.
La
frustración
por
no
alcanzar
algo
lo
hunde
en
la
desesperación.
La
sociedad
y
cierta
represiones
culturales
constriñen
la
libertad
del
hombre
causando
la
frustración
de
los
impulsos.
En
este
poema
no
hay
pistas,
nos
movemos
en
el
mundo
del
misterio,
contemplando
a
un
ser
que
sufre
hasta
el
delirio.
Se
impone
una
estética
de
la
imagen
visionaria
(aquella
que
produce
un
efecto
emotivo
y
no
se
puede
traducir
en
palabras
comunes).
La
depresión
por
un
estado
anímico
forjado
por
lo
roto,
la
falta
de
vuelo
(de
libertad
y
de
imaginación)
que
representan
las
“alas
rotas”
y
la
asfixiante
y
falsa
naturaleza
(“flores
de
trapo”)
motivan
la
salida
o
huida
extraordinaria
y
fatídica.
En
el
tercer
pareado
notamos
esa
asfixia
de
nuevo
y
la
imposibilidad
de
comunicación
del
joven
(“más
que
una
palabra”).
12
A
continuación,
los
“guantes”
relacionan
la
escena
con
el
exterior:
parece
que
ha
regresado
a
su
intimidad
doméstica,
está
solo.
Al
liberarse
de
su
indumentaria
social
l
sorprende
una
“suave
ceniza”
como
si
se
hubiera
reducido
a
materia
inerte,
sin
vida.
Métricamente
tenemos
nueve
pareados
eneasílabos
en
su
mayoría
con
rima
asonante
variable.
Se
reiteran
palabras
como
“balcón”
y
“torre”
como
obsesiones
del
protagonista.
Estos
elementos
externos
lo
abocan
fuera
de
su
realidad
ordinaria.
El
personaje
se
siente
observado
por
el
“reloj”
(el
tiempo)
de
la
“torre”,
que
está
parado
y
en
su
“caja”,
en
el
contexto
del
poema
esto
se
asociaría
a
la
muerte.
En
el
séptimo
pareado
hay
una
disociación
de
la
realidad
por
parte
del
personaje,
puesto
que
contempla
su
propia
muerte
(“su
sombra
tendida
y
quieta”).
Esta
escena
de
muerte
se
presenta
con
delicadeza
y
dulzura
“en
el
blanco
diván
de
seda”.
En
el
penúltimo
pareado
la
superficie
del
agua
del
mito
de
Narciso
se
sustituye
por
un
“espejo”.
Finalmente
la
“sombra”
de
la
muerte
aparece
como
un
“chorro”
de
sangre,
culminando
el
poema
con
una
visión
“quimérica”,
irreal
e
imaginaria,
de
la
habitación.
POEMA
DEL
CANTE
JONDO
(poemas
compuestos
entre
1921-‐1926).
Con
esta
obra
Lorca
inicia
su
época
de
plenitud,
escrita
a
finales
de
1921
y
publicada
en
1931.
Se
enmarca
en
el
I
Concurso
de
Cante
Jondo
que
Lorca
organizó
junto
a
Manuel
de
Falla
en
Granada
en
1922.
Ese
mismo
año
impartió
la
conferencia
titulada
Importancia
histórica
y
artística
del
primitivo
canto
andaluz
llamado
“cante
jondo”,
en
la
que
leyó
algunas
de
las
composiciones
de
esta
obra.
En
ella
combina
técnicas
vanguardistas
y
temas
tradicionales
para
expresar
el
dolor
de
vivir
a
través
de
la
música
y
los
cantos
tradicionales
andaluces.
En
el
fondo
de
estas
canciones
está
la
Andalucía
doliente
y
dolida
con
su
séquito
de
guitarras,
de
guardias
civiles,
de
gitanos…
Andalucía
es
el
territorio
mítico
plagado
de
ímpetus
de
amor
y
de
pulsiones
de
muerte
que
van
de
lo
dionisíaco
y
ritual
a
lo
violento
y
trágico:
barrio
en
fiestas,
navajas,
reyertas,
jacas…
y
expresiones
de
misterio
e
incertidumbre
que
crean
un
ámbito
mítico
de
la
Andalucía
del
llanto:
el
cante
jondo.
El
poeta
comenzará
a
reducir
la
anécdota
y
a
sublimar
la
parte
lírica
sobre
una
narración
quintaesenciada;
los
versos
son
de
arte
menor,
rápidos
y
musicales,
repletos
ya
de
unas
imágenes
muy
lorquianas.
Ante
un
pueblo
español
en
su
mayoría
iletrado,
Lorca
(poeta-‐juglar)
produce
“poesía
musical”
para
ser
cantada
y
“popular”
para
ser
escuchada.
El
poemario
se
inicia
con
la
“Baladilla
de
los
tres
ríos”,
con
la
que
sitúa
el
espacio
geográfico
y
temático
del
libro.
Posteriormente,
el
libro
se
divide
en
diez
secciones.
Lorca
escribe
sobre
los
ritmos
de
los
palos
flamencos:
la
seguiriya,
la
soleá,
la
saeta
y
la
petenera.
Se
evidencia
el
protagonismo
femenino,
por
ejemplo
la
seguidilla
es
“una
muchacha
morena”.
Además,
Lorca
asegura
que
la
mujer
en
el
cante
jondo
se
llama
“Pena”.
Una
pena
transmitida
por
este
cantar
profundo,
13
colectivo,
anónimo
y
universal
que
manifiesta
emociones
intensas
y
primitivas
que
pertenecen
a
toda
la
humanidad.
El
libro
trata
el
tema
de
lo
que
se
fue
sin
haber
venido
(el
amor
fundamentalmente).
Lorca
explica
que
“las
coplas
tienen
un
fondo
común,
el
amor
y
la
muerte”,
que
retrata
bajo
la
alargada
y
trágica
sombra
de
la
frustración
y
de
la
insatisfacción
del
deseo.
Andalucía
y
la
cultura
gitana
son
otros
temas
centrales
de
la
obra.
Esa
tierra
dolorida
llora
sus
penas
a
través
del
cante
jondo
acompañada
de
la
guitarra.
En
definitiva,
el
Poema
del
cante
jondo
es
una
obra
maestra
del
autor
en
la
que
lo
folclórico
se
convierte
en
universal
y
lo
tradicional,
en
moderno.
BALADILLA
DE
LOS
TRES
RÍOS.
Este
poema,
métricamente,
está
compuesto
por
cuatro
coplas
(8-‐
a
-‐
a)
y
un
estribillo
en
dístico
(4
–
7
a).
Salvo
las
dos
últimas
estrofas
que
se
unen
al
estribillo
(8
-‐
8
a
4
-‐
7
a
/
8
–
8
b
4
-‐
7
b).
Se
trata
de
una
poesía
de
corte
impresionista
en
la
que
predomina
la
melancolía
y
en
la
que
se
asocian
conceptos
como:
Granada,
amor,
tristeza
y
agua.
La
estampa
del
campo
andaluz
se
organiza
en
tres
fases:
a) vv.
1-‐12:
Comparación
entre
el
río
Guadalquivir
y
los
dos
ríos
de
Granada.
b) vv.
13-‐24:
El
cante
jondo
no
se
produce
por
las
ínfulas
de
una
ciudad
a
orillas
del
mar,
próspera
y
rica
como
Sevilla,
sino
por
los
rasgos
deficitarios
de
Granada,
ciudad
solitaria,
contemplativa
y
empequeñecida
(de
ahí
sus
“torrecillas”).
c) vv.
25-‐32:
Con
los
estribillos
siempre
aparte,
aquí
el
poeta
reacciona
con
vehemencia
(exclamaciones)
sobre
la
generalización
que
se
hace
con
el
agua
(verso
25)
y
con
Andalucía
(verso
30).
Es
la
asociación,
un
ir
paralelo,
del
agua
y
del
amor.
Los
dos
ríos
de
Granada,
Genil
y
Darro,
nacen
de
Sierra
Nevada.
El
Genil
es
afluente
principal
del
Guadalquivir.
Se
establece
el
contraste
desde
la
primera
copla.
Para
después
darse
entre
las
dos
ciudades.
Se
manifiesta
en
el
poema
“el
ansia
de
Granada
por
el
mar,
la
angustia
de
una
ciudad
que
no
oye
las
olas
y
las
busca
en
sus
juegos
de
agua
subterránea
y
en
las
nieblas
onduladas
con
que
cubre
sus
montes”.
En
los
estribillos
se
condensa
la
evocación
de
recuerdos
de
infancia,
un
paraíso
perdido
(“¡Ay,
amor,
que
se
fue
y
no
vino!”).
La
interjección
“ay”
es
muy
propia
del
cante
jondo.
También
es
estilizadamente
popular
la
repetición
de
los
versos
1
y
7.
En
la
siguiente
copla
se
produce
ya
el
contraste
entre
Sevilla
y
Granada:
“barbas”
vs
“llanto”
y
“sangre”
(profunda
“pena”).
Los
ríos
de
Granada
quedan
menguados
al
asociarlos
a
algo
decrépito
o
decadente,
destacando
la
poca
valía
que
atesoran
si
los
comparamos
con
el
Guadalquivir.
En
el
poema
se
produce
la
personificación
del
río,
como
si
fuese
un
dios
de
la
iconografía
clásica,
“hombre
barbudo”,
es
decir,
se
le
otorgan
cualidades
como
la
senectud,
la
importancia
y
la
seriedad.
El
estribillo
sintetiza
las
emociones
de
amor
y
probablemente
de
muerte:
que
se
va
y
no
vuelve
o
la
frustración
de
lo
que
no
vino.
A
continuación,
la
majestuosidad
de
Sevilla
se
evidencia
en
los
“barcos
de
vela”
visibles
a
lo
lejos,
comunicadores
con
lo
lejano,
abridores
de
nuevos
espacios,
vivencias
y
progresos
(“camino”=
navegable).
14
Sevilla
es
puerto
fluvial;
sin
embargo,
la
ciudad
de
Granada
no
da
al
mar.
Se
opone
a
Sevilla,
por
tanto,
la
apocada
Granada,
donde
no
hay
ríos
surcables,
sino
suspiros,
casi
subterráneos.
Destaca
la
epífora
de
Granada
en
los
versos
3,
9
y
15.
Seguimos
con
el
contraste:
Sevilla
sobresale
por
sus
“torres
alta”
a
diferencia
de
Granada
y
sus
“torrecillas”,
que
aparecen
como
“muertas”.
Además
en
Sevilla
se
riegan
sus
naranjales,
mientras
que
en
Granada
el
agua
está
estancada
(“estanques”).
En
Granada
solo
reman
los
suspiros.
Se
ha
ido
imponiendo
en
el
poema
el
contenido
emocional
sobre
el
conceptual.
Los
ríos
llevan
sus
grandezas
por
sus
cauces
y
las
depositan
en
el
mar,
pero
también
llevan
sus
miserias
y
penas
(“fuego
fatuo
de
gritos”).
Además,
los
ríos
transportan
gritos,
aunque
se
niegue
o
nadie
quiera
decirlo.
Finalmente,
de
la
pugna
entre
Sevilla
y
Granada
nace
un
espacio
nuevo
y
completo:
Andalucía,
de
ahí
que
hable
de
la
variedad
de
sus
productos,
naranjas
y
olivos.
Y
destaca
por
último,
la
reminiscencia
manriqueña
de
los
ríos
y
el
mar
se
hace
explícita
en
el
verso
30.
El
poema
termina
con
el
estribillo
recordando
y
lamentando
de
nuevo
aquello
que
ya
no
está
o
nunca
estuvo,
“amor
que
se
fue
por
el
aire”.
SORPRESA.
Este
poema
forma
parte
del
“Poema
de
la
soleá”,
2ª
sección
del
Poema
del
cante
jondo.
En
este,
el
“puñal”
es
un
elemento
constituyente
ancestral
y
ritual
de
los
gitanos
y
primitivos
andaluces:
afín
al
mundo
rural
y
sacrificial
de
Lorca.
Sitúa
la
escena
en
un
mundo
mítico.
Además,
abre
el
aura
del
misterio:
el
puñal
está
presente,
pero
ignoramos
a
quién
pertenece,
desconocemos
cómo
se
insertó
en
el
cuerpo…
Sabemos
que
el
puñal
es
arma
de
reyerta
entre
gitanos,
pero
solo
se
nos
presenta
una
muerte
trágica
y
en
soledad:
lírica
y
emocionalmente
suficiente.
Lorca
poetiza
la
muerte
al
máximo
al
no
identificar
al
sujeto
lírico:
presenta
una
lúgubre
escena
con
un
extraño
anonimato,
el
de
un
forastero
desconocido
que
es
encontrado
de
repente
en
la
calle
ya
cadáver.
La
esencia
del
poema
se
fundamenta
en
la
evocación
de
la
muerte
y
la
soledad
(es
una
soleá);
se
basa
en
las
palabras
“muerto”
(1
y
11),
“nadie”
(3,
8
y
13)
y
en
medio
el
instrumento
real
y
simbólico
de
la
muerte,
el
“puñal”
(2
y
12)
propio
del
mundo
gitano.
Como
observamos
en
el
verso
8
(“madrugada”)
todo
transcurre
en
la
noche,
para
Lorca
“el
cante
jondo
canta
como
un
ruiseñor
sin
ojos.
Canta
ciego
y
por
eso
nace
siempre
de
la
noche”.
Destaca
la
mención
del
humanizado
“farol”
(versos
4
y
6)
que
tiembla.
Como
elemento
ambiental
el
farol,
personificado,
recoge
el
asombro
y
el
miedo
que
se
sugiere
en
el
instante
y
por
antítesis
resalta
la
soledad
y
el
frío
mortal
de
la
escena.
Viene
a
ser
como
una
luz
de
velatorio,
pero
en
la
desnuda
e
inhóspita
calle.
Una
característica
del
cante
jondo
es
la
personificación
femenina
de
la
“pena”.
En
este
poema
la
confidente
imaginaria
es
la
madre
(verso
5).
Los
“ojos
abiertos”
del
personaje,
son
ojos
que
no
ven,
ojos
que
han
sido
sorprendidos
por
la
fatalidad.
El
aire,
también,
funciona
como
elemento
poético
de
conexión
entre
el
mundo
y
el
trasmundo:
el
destino,
el
más
allá,
el
misterio
y
lo
mítico.
La
intensidad
poética
del
cierra
con
la
anáfora
de
la
conjunción
“que”
se
potencia
al
máximo
en
el
último
verso
con
la
conjunción
copulativa
“y”.
El
lector
recibe
estos
15
tres
versos
como
tres
puñaladas
letales,
como
tres
punzantes
gestos
del
destino
mortal.
Estos
trece
versos
magistrales
son
manifestación
del
neopopularismo
lorquiano:
popular,
pero
novedoso;
rítmico
y
denso;
aparentemente
espontáneo,
pero
culto.
ROMANCERO
GITANO
(1928)
El
libro
se
publicó
en
la
Revista
de
Occidente
en
1928,
aunque
ya
era
muy
conocido
antes
de
ser
impreso.
Muchos
de
sus
romances
circulaban
de
boca
en
boca,
puesto
que
su
autor
era
muy
amante
de
recitar
sus
propias
creaciones.
La
obra
se
compone
de
18
romances,
los
tres
últimos
históricos,
todos
ellos
de
versos
octosílabos
y
rima
asonante
en
los
pares.
Estos
romances
le
sirven
a
Lorca
para
ahondar
en
las
médulas
de
sus
temas:
el
amor,
la
sexualidad,
el
deseo,
la
muerte,
el
mundo
gitano
y
Andalucía.
Así,
la
etnia
gitana
le
sirve
de
nuevo
para
hablar
de
la
angustia
existencial
de
quienes
saben
que
el
destino
último
es
la
muerte.
Una
angustia
acompañada
por
la
pena
de
saber
que
la
muerte
acecha
detrás
de
cada
puerta.
Los
gitanos
son
el
tema
con
el
que
Lorca
nos
habla
de
la
esencia
de
la
vida
y
de
la
muerte,
del
hombre
y
de
la
naturaleza.
Representan
un
mundo
tangible
frente
a
un
universo
incorpóreo
de
fuerzas
oscuras
y
de
maldiciones.
Y
frente
a
ellos,
en
clara
oposición,
sus
perseguidores:
la
Guardia
Civil,
imagen
de
la
destrucción
y
la
opresión
del
paganismo,
las
supersticiones,
el
modo
de
vida
y
la
moral
libre
que
inspiraron
al
poeta
(la
Guardia
Civil
siembra
hogueras
y
la
imaginación,
joven
y
desnuda
se
quema,
según
el
propio
autor).
Lorca,
además,
con
este
poemario,
renueva
la
simbología
tradicional
con
novedosas
y
rompedoras
imágenes.
De
hecho,
la
belleza
de
sus
versos
se
asienta
en
un
sugerente
mundo
simbólico
en
el
que
nada
es
lo
que
parece.
Así,
la
naturaleza
se
impone
a
través
de
perros,
limones,
ríos,
higueras,
nardos…
Y
junto
a
la
naturaleza,
un
cromatismo
sujeto
a
múltiples
interpretaciones.
Respecto
a
su
estilo,
el
poemario
está
escrito
con
un
lenguaje
conciso
y
colorista,
melancólico
y
dramático,
donde
impera
la
sencillez
léxica
y
la
ambigüedad
semántica,
debido
al
uso
de
un
lenguaje
figurativo
lleno
de
audacia
metafórica.
Adornan
también
sus
versos
figuras
como
la
anáfora,
la
repetición
o
la
reduplicación
en
busca
del
ritmo
y
la
musicalidad.
También
utiliza
una
detallada
adjetivación
para
crear
efectos
sensoriales
en
el
lector.
A
menudo
recurre
a
metonimias,
personificaciones,
epítetos
o
sinestesias.
También
aparecen
referencias
a
la
iconografía
religiosa
popular,
tratada
de
manera
profana
e
incluso
erótica.
Quizá
el
Romancero
gitano
sea
el
libro
de
poesía
más
“sonado,
triunfal”
del
siglo
XX
(siete
reediciones
en
vida
del
autor).
No
obstante,
algunos
de
sus
amigos,
como
Dalí
o
Buñuel
no
lo
aplauden
y
sus
opiniones
afectan
mucho
a
Lorca,
llegando
este
a
decir
“me
va
molestando
un
poco
mi
mito
de
gitanería.
Los
gitanos
son
un
tema.
Y
nada
más.
Yo
podía
ser
lo
mismo
poeta
de
agujas
de
coser
o
de
paisajes
hidráulicos”.
Bajo
la
apariencia
de
lo
tradicional
y
popular
del
romance,
Lorca
no
quiso
ser
nunca
ni
pintoresco
ni
folclórico,
lo
suyo
es
más
bien
folclorquismo:
un
folclore
16
adaptado
a
su
interés
artístico
por
la
catarsis
o
desahogo
personal.
En
sus
romances
se
da
la
fusión
entre
lo
narrativo,
lo
lírico
y
lo
dramático.
El
neopopularismo
de
Lorca
incorpora
el
misterio,
el
patetismo,
el
deseo,
la
rebeldía
y
la
frustración
en
asuntos
que
tienen
por
protagonistas
siempre
el
amor
y
la
muerte,
encarnados
en
la
etnia
gitana.
Estilizado
el
pueblo
se
llega
mejor
a
su
alma,
se
expresa
mejor
la
esencia
de
su
ser
mítico
y
se
universaliza
el
arte.
Lorca
crea
el
mito
de
lo
gitano
y
lo
andaluz
como
pena,
fatalismo
y
tragedia
de
España,
motivado
por
las
fuerzas
oscuras
del
destino.
Lorca
da
un
vuelco
al
espacio
literario,
“¡basta
ya
de
Castilla!”
refiriéndose
a
los
noventayochistas,
pero
no
cae
en
los
estereotipos:
no
pretende
sustituir
la
austeridad
castellana
por
la
sensualidad
y
alegría
andaluza,
sino
que
es
en
Andalucía
donde
sitúa
el
sentimiento
trágico
de
la
vida.
En
su
obra
solo
hay
un
personaje
principal,
la
“Pena”:
la
pena
andaluza
que
es
una
lucha
de
la
inteligencia
amorosa
con
el
misterio
que
la
rodea
y
no
puede
comprender.
El
gitano
idealizado
de
Lorca
se
transforma
en
mito
que
es
protagonista
del
conflicto
del
ser
humano
que
quiere
afirmar
su
individualidad
frente
a
un
mundo
hostil
y
a
unas
fuerzas
de
la
naturaleza
contrarias
a
sus
deseos.
Es
el
arquetipo
de
hombre
libre
en
lucha
con
las
fuerzas
represoras.
El
gitano
no
puede
escapar
de
su
destino
trágico
sucumbiendo
ante
la
opresión
de
la
moral
y
del
orden
establecido.
La
organizción
de
los
18
romances
está
muy
meditada
y
presume
de
equilibrio
estructural,
en
unos
la
primacía
del
tono
es
lírico
y
el
protagonismo
es
femenino
y
en
otros
el
tono
es
épico
y
el
protagonismo,
masculino.
En
definitiva,
el
encanto
del
poema
radica
en
su
fascinante
lirismo,
un
lenguaje
envolvente
y
onírico,
misterioso,
lleno
de
insólitas
metáforas,
simbolismo
y
en
cierto
modo
surrealismo.
Estamos
ante
un
libro
que
quema:
hay
ascuas
encendidas
soterradas
aún
en
sus
páginas.
ROMANCE
DE
LA
LUNA,
LUNA.
Los
dos
primeros
romances
del
libro
(“Romance
de
la
luna,
luna”
y
“Preciosa
y
el
aire”)
forman
un
díptico
en
el
que
se
trata
el
marco
cosmovisionario
del
libro:
thánatos
y
eros
configuran
nuestras
vidas:
muerte
(o
pérdida
de
vida
/
inocencia)
y
el
sexo
(o
principio
de
vida
con
la
amenaza
de
la
pérdida
de
la
virginidad).
En
el
poema
estamos
en
una
fragua
gitana,
un
niño
parece
que
va
a
morir,
es
de
noche,
sus
padres
están
ausentes.
La
mensajera
de
la
muerte
es
la
luna.
Los
gitanos
no
llegan
a
tiempo:
sus
prisas
son
inútiles;
y,
frustrados,
lloran
la
muerte
del
niño.
Puede
que
Lorca
se
basara
en
el
mito
de
Endimión
como
inspiración
para
esta
historia.
En
el
romance
presenciamos
la
personificación
de
la
luna
que
actúa
como
una
mujer,
con
sus
encantos
y
su
magia:
como
bailadora
de
la
muerte.
El
poema
gira
en
torno
a
la
tan
frecuente
e
inexorable
mortalidad
infantil.
La
muerte,
la
luna,
es
una
muerte
sin
dolor,
incluso
dulce.
Se
ofrece
artísticamente
como
una
muerte
bella
y
tan
danzarina
que
oculta
la
tragedia
de
la
pérdida
del
niño.
En
el
segundo
verso
aparece
una
doble
metáfora
sobre
la
belleza
atractiva
de
la
juvenil
luna-‐mujer.
Un
“polisón”
es
un
armazón
que
sujetado
a
la
cintura
servía
para
que
los
vestidos
abultases
por
detrás
y
los
“nardos”
son
flores
blancas
y
olorosas
(sobre
todo
de
choche)
que
en
el
habla
popular
se
empleaban
para
piropear.
En
estos
dos
primeros
versos
hay
un
contraste
entre
el
calor
y
el
color
de
17
la
fragua
y
la
delicadeza,
frescura
y
luminosidad
de
la
luna
vestida
con
ese
“polisón
de
nardos”.
En
el
tercer
verso
irrumpe
un
nuevo
y
frágil
personaje:
“el
niño”,
que
contempla,
y
se
utiliza
un
polipote
(mismo
verbo
conjugado
de
forma
diferente):
“mira,
mira,
está
mirando”.
En
el
verso
5
aparece
el
“aire”
con
rasgos
humanos,
pues
se
conmueve.
Estamos
ante
una
naturaleza
plena
de
sentimientos
y
augurios
(también
se
observa
un
juego
de
palabras:
“conmovido
y
mueve”).
A
continuación
vemos
un
hermoso
contraste
erótico,
“lúbrica”
y
“pura”,
el
ambiente
se
acaba
de
llenar
de
seducción.
De
nuevo
encontramos
otra
metáfora:
la
luna
tiene
una
forma
semejante
a
la
de
los
senos
de
una
mujer
(“senos
de
duro
estaño”)
y
surge
un
nuevo
contraste,
pues
se
contrapone
la
delicadeza
de
los
“nardos”
con
la
dureza
de
su
color
de
“estaño”
(plateado).
Empieza
el
diálogo
entre
el
niño
y
la
luna,
este
le
dice
que
los
gitanos
harían
colgantes
con
su
corazón
(quizá
de
oro
blanco
o
plata)
collares
y
anillos.
La
imagen
tiene
una
belleza
sublime.
El
niño
quiere
ahuyentarla,
teme
algo.
La
luna
en
el
siguiente
verso
se
erige
en
“bailarina
mortal”,
danza
dentro
de
la
fragua
con
un
embrujo
especial,
su
reflejo
es
el
“blancor
almidonado”.
A
estas
alturas
del
romance,
el
mundo
gitano
del
fatalismo
y
del
erotismo
inunda
la
composición.
Cuando
la
luna
dice
“ojillos
cerrados”
no
sabemos
si
el
niño
dormirá
o
estará
sin
sentido,
si
pensamos
en
el
mito
de
Endimión
quizá
esté
entredormido,
o
quizá
Lorca
se
refiera
a
una
muerte
simbólica:
la
de
la
ilusión
primaria.
Cuando
aparece
el
jinete,
cambian
los
tiempos
verbales,
aparece
aquí
el
pretérito
imperfecto
(“se
acercaba”)
y
nos
encontramos
con
una
nueva
metáfora:
“tambor
del
llano”:
el
terreno
llano
es
un
tambor
porque
así
suena
con
el
galope
del
caballo.
Por
otro
lado,
parece
que
Lorca
utiliza
intencionadamente
la
coma
tras
el
sintagma
“el
niño”.
Llegan
ya
los
gitanos,
lo
observamos
en
la
metáfora
“bronce
y
sueño”,
bronce
por
el
color
oscuro
y
sueño
por
el
ambiente
nocturno
y
el
cansancio.
Este
cansancio
también
se
manifiesta
en
“los
ojos
entornados”,
pero
traen
las
“cabezas
levantadas”,
orgullo
gitano.
En
el
verso
29
aparece
la
“zumaya”,
una
rapaz
nocturna
que
se
considera
ave
de
mal
agüero:
la
naturaleza
reacciona,
pues,
al
suceso
con
presagios
y
lamentos
similares
a
los
de
los
gitanos
mayores.
Y
así
conocemos
el
final
de
la
historia:
la
luna
se
ha
llevado
al
niño,
que
aquí
aparece
indeterminado
con
el
artículo
“un”:
el
niño
es
un
ser
que
no
crece
(
y
no
siente,
como
ser
sonámbulo
en
el
que
se
ha
convertido)
y
no
madurará
sexualmente,
esto
es,
no
sabrá
protegerse
de
sus
instintos
naturales.
Los
gitanos
gritan
porque
el
niño
no
está
con
vida
o
porque
se
dan
cuenta
de
que
ha
perdido
su
inocencia
y
correrá
el
peligro
de
pecar
y
por
tanto
su
vida
estará
en
riesgo.
La
imagen
de
la
luna
agarrando
de
la
mano
al
niño
por
el
firmamento
se
asocia
a
la
imagen
religiosa
de
la
ascensión.
El
romance
completo
propone
un
vaivén
de
emociones:
ansiedad,
separación,
pánico,
fascinación…
Una
posible
interpretación
del
poema
puede
ser
que
si
el
niño
se
separa
de
la
madre,
se
hace
consciente
de
la
existencia
de
“otro”
aspecto
de
la
mujer,
su
erotismo,
y
esto
le
produce
terror
o
miedo.
18
ROMANCE
DEL
SONÁMBULO.
Se
trata
del
romance
cuarto
en
el
que
se
nos
presenta
una
misteriosa
realidad
o
misteriosa
pesadilla.
Una
gitana
enamorada,
cansada
de
esperar
y
frustrada,
termina,
al
parecer,
suicidándose
en
el
pozo
de
su
casa,
cuya
agua
estancada
representa
la
falta
de
esperanza,
la
ausencia
de
la
vida,
la
inexistencia
del
flujo
vital.
Se
nos
presenta
un
diálogo
in
media
res,
en
el
que
el
gitano
novio
o
enamorado
es
un
bandolero
que,
herido,
quiere
regresar
y
crear,
por
fin,
un
hogar;
se
lo
propone
al
padre
de
la
gitana
para
que
lo
reciba,
pero
el
padre
le
informa
de
que
la
muchacha
ya
no
está
y
de
que
su
casa
y
él
mismo
han
cambiado
mucho
por
ello.
Concluye
el
poema
con
la
presencia
de
la
Guardia
Civil
que
captura
al
joven
herido.
En
este
poema
predomina
el
ambiente
de
misterio
y
la
ambigüedad,
la
incertidumbre.
Por
su
extrema
sugerencia
inconcreta
es
antológico
el
primer
verso,
el
“verde”
tiñe
la
atmósfera
de
irrealidad:
el
verde
de
la
naturaleza,
de
la
putrefacción
y
la
muerte
en
un
ambiente
fantasmagórico;
el
verde
es
símbolo
del
sino
trágico,
de
la
frustración,
de
la
muerte;
pero
también
lo
es
de
lo
oculto
y
enigmático;
y
también
de
la
libertad,
la
pasión
y
la
rebeldía.
También
es
símbolo
de
vida,
vida
trágica
y
en
lucha,
vida
entre
amor/sexo
y
violencia
del
gitano.
Al
principio
indica
una
posible
pulsión
del
deseo
masculino,
para
después
convertirse
en
frustración
por
la
infertilidad
de
quien
está
sola
y
no
tiene
al
hombre
deseado
a
su
lado.
La
gitana
sonámbula
es
el
arquetipo
de
gitana
mítica:
a
la
que
solo
eros
da
sentido
para
vivir..
Verde
es
el
color
del
gitano,
de
la
fuerza
de
la
naturaleza
que
todo
lo
impregna
(“verdes
ramas,
verde
viento”),
de
la
pena
andaluza,
de
la
fatalidad
y
del
deseo
frustrado
y
el
color
hasta
de
la
vida
libre
y
rebelde,
y
por
ello
también
el
color
de
la
muerte.
Añade
en
esta
primera
parte
del
romance
que
todo
está
en
su
sitio
(versos
3
y
4),
“el
barco
sobre
la
mar
y
el
caballo
en
la
montaña”.
Los
cuatro
primeros
versos
son
una
descripción
impresionista
del
contrabando:
lo
ilegal
llega
en
barco
y
el
gitano
lo
divisa
y
controla
desde
la
lontananza
en
su
caballo.
El
marco
inicial
se
repite
como
cierre
circular
al
final
del
poema.
Se
describe
emocionalmente
una
escena
cargada
de
sentimiento
profundo
y
onírico:
todo
se
llena
de
color,
de
un
verde
que
lo
impregna
todo.
En
el
verso
quinto
la
“sombra”
es
el
dolor,
que
sube,
como
el
agua,
hasta
llegarle
a
la
“cintura”.
Y
que
finalmente
en
esa
secuencia
terminará
ahogándola.
La
gitana
“sueña”,
aquí
se
abre
el
mundo
de
los
anhelos,
pero
también
puede
referirse
al
sueño
eterno
que
es
la
muerte,
pues
la
gitana
no
se
da
cuenta
de
lo
que
sucede
en
su
entorno:
está
hipnotizada
por
la
luna.
Las
cosas
y
la
naturaleza
la
miran,
pero
ella
no
puede
mirarlas.
La
segunda
secuencia
del
poema
la
inaugura
una
preciosa
imagen
de
la
madrugada.
Preciosa
y
a
la
vez
amenazadora
descripción
de
un
presagio
fatal:
“de
escarcha
y
de
sombra”;
es
como
si
la
naturaleza
anunciara
una
tragedia
que
está
por
venir.
A
continuación
la
metáfora
del
monte
como
gato
silvestre
que
eriza
su
pelo
(“sus
pitas
agrias”)
al
reconocer
el
peligro,
nos
pone
en
situación
de
algo
funesto.
De
ahí
las
interrogaciones
de
algo
incierto
del
verso
siguiente
(verso
21).
Finaliza
esta
secuencia
con
la
gitana
esperando
a
alguien
(con
dolor
o
desesperación:
“mar
amarga,
ojos
de
fría
plata”),
que
parece
que
va
retrasado.
19
Comienza
la
tercera
parte
del
poema
con
un
diálogo,
muy
propio
en
el
romance
clásico,
entre
el
novio
de
la
gitana
y
el
padre
de
esta
(“compadre”
es
un
vocativo
habitual
en
el
mundo
gitano).
El
personaje
que
habla
es
el
novio
que
viene
herido,
sangrando,
“desde
los
puertos
de
Cabra”
(zona
de
bandolerismo).
“Caballo,
montura
y
cuchillo”
representan
metonímicamente
su
vida
aventurera,
agitada
y
peligrosa;
y
lo
que
pretende
conseguir
es
“casa,
espejo
y
manta”,
es
decir,
vida
hogareña,
de
paz
y
descanso.
Es
una
petición
enigmática,
pues
el
joven
gitano
está
herido
de
muerte
y
en
realidad
solo
desea
ver
a
su
amada.
Con
la
metáfora
“rosas
morenas”
se
refiere
el
padre
a
las
heridas
del
yerno.
En
los
versos
51
y
52
hay
una
probable
alusión
imaginaria
al
despeñe
del
agua
desde
los
altos
montes
de
la
luna.
Con
estas
imágenes
visionarias,
como
la
de
“mil
panderos
de
cristal”
(verso
59),
se
nos
presenta
con
nitidez
la
“otra”
tragedia,
anticipada
por
el
padre:
“ni
mi
casa
es
mi
casa”.
Los
panderos
evocan
lágrimas
cristalinas
y
sus
citan
sentimientos
de
fragilidad
y
el
sonido
agudo
que
produce
sobrecogimiento
y
ternura.
En
los
versos
57-‐60,
el
escalofrío
(“temblaban”)
y
el
ruido
amenazante
(“herían”)
son
anticipo
y
anuncio
de
la
muerte.
Antes
de
que
todo
se
inundara
de
verde,
la
hija
presentaba
un
aspecto
habitual
de
vida
lozana:
“cara
fresca,
negro
pelo”.
Y
ya
en
este
contexto,
verde
se
ha
llenado
de
sentido
de
muerte
(“verde
baranda”).
En
la
última
secuencia
del
romance
contemplamos
el
desenlace
trágico:
la
joven
gitana
se
ha
lanzado
al
pozo
(“aljibe”):
yace
con
amargo
movimiento
pues
sus
aguas
aún
están
agitadas
al
recibir
su
cuerpo
(“se
mecía”).
La
gitana
está
muerta,
el
verde
se
impone,
de
ahí
el
“verde
que
te
quiero
verde”.
La
naturaleza
que,
al
principio
presagiaba
la
tragedia,
al
final
del
poema
adquiere
una
trágica
e
íntima
armonía,
velando
y
rindiendo
homenaje
solemne
a
la
difunta
gitana.
Esta
armonía
se
rompe,
brusca
e
inesperadamente,
con
la
irrupción
vertiginosa
en
escena
de
la
Guardia
Civil,
descrita
peyorativamente,
y
denunciada
por
su
falta
de
disciplina,
principio
de
caos
que
aboca
a
la
tragedia:
“guardias
civiles
borrachos”
que
persiguen
al
contrabandista
herido.
El
romance
concluye
como
empezó.
Ahora
bien,
siendo
un
poema
triste
emocionalmente,
no
invita
a
la
desesperación:
se
acepta
el
destino
con
cierto
sosiego;
parece
que
el
destino,
la
muerte,
unirá
a
la
mujer
con
su
amante:
de
ahí
que
la
esperanza
y
la
tragedia
se
identifiquen
en
el
verde
del
paisaje
y
del
sentimiento.
ROMANCE
DE
LA
PENA
NEGRA.
Se
trata
del
séptimo
romance.
La
protagonista,
la
gitana
Soledad
Montoya,
representa
la
mítica
pena
andaluza,
la
de
la
mujer
que
busca
su
“alegría”
y
su
“persona”
(verso
14)
y
solo
encuentra
pena
negra,
muerte
y
luto.
Los
dos
primeros
versos
son,
sin
duda,
una
emulación
de
un
verso
del
Poema
de
Mio
Cid
(“apriessa
cantan
los
gallos
e
quieren
quebrar
albores”).
Está
amaneciendo
y,
al
parecer,
Soledad
ha
estado
esperando
hasta
ese
instante.
La
personificación
de
las
piquetas
cavando
para
sacar
el
sol
y
hacerlo
aurora
es
una
imagen
laboriosa
y
pesada.
El
“monte
oscuro”
viene
a
indicar
que
prevalece
la
oscuridad
todavía
sobre
la
luz,
además
el
itinerario
(“por
el
monte
oscuro
baja”)
marca
el
carácter
descendente
de
su
proceso
con
el
infierno
de
la
vida,
con
la
pena
negra.
Ya
desde
el
20
principio
se
ha
creado
un
ambiente
de
claroscuros
y
desasosiego
en
el
que
se
presagia
algo
dramático
e
incierto.
En
el
verso
cinco
con
“cobre
amarillo”
se
refiere
Lorca
al
color
de
la
piel
morena
de
los
gitanos,
al
que
le
añade
dos
matices:
“cobre”
por
su
valor
y
dureza
y
“amarillo”
como
color
de
la
palidez,
para
indicarnos
el
sufrimiento
de
la
gitana.
Se
trata
de
una
descripción
sensorial
que
nos
trasluce
un
estado
del
alma:
los
sentimientos
de
Soledad.
A
continuación,
el
“caballo”
simboliza
las
pasiones
y
sentimientos
sexuales;
la
“sombra”,
la
oscuridad
de
la
noche,
es
símbolo
igualmente
de
pena
(e
incluso
de
muerte).
La
presencia
del
“caballo”
presagia
que
el
ser
humano
cegado
por
sus
instintos
se
ve
abocado
a
desenlaces
muy
trágicos.
Parece
que
Soledad
sale
en
busca
de
un
varón,
a
pesar
del
riesgo
que
ello
supone.
En
el
verso
séptimo
cuando
el
poeta
dice
“yunques
ahumados”
hace
referencia
a
unos
pechos
tersos
y
juveniles,
con
el
añadido
del
efecto
cromático
debido
al
trabajo
en
la
fragua
o
quizá
este
adjetivo
indique
que
estos
“yunques”
lloran,
“gimen”,
porque
se
sienten
estériles
y
humillados.
En
“canciones
redondas”
se
ha
producido
un
desplazamiento
del
adjetivo,
pues
“redondos”
son
los
pechos,
no
las
canciones.
El
poema
está
escrito
como
si
de
un
guion
teatral
se
tratara:
se
inicia
con
una
parte
narrada,
versos
1-‐8;
a
partir
del
verso
9
escuchamos
un
diálogo
que
culminaron
una
nueva
parte
narrada,
desde
el
verso
39.
De
lo
que
se
desprende
de
la
primera
pregunta
del
narrador,
Soledad
camina
sola
y
a
deshora,
busca,
pues,
amor,
sexo
o
libertad.
Soledad
responde
con
altivez
y
cierto
orgullo
a
la
“inquisitorial”
pregunta,
en
una
respuesta
en
la
que
vemos
todo
un
sentimiento
de
raza.
Soledad
intenta
realizarse
personal
y
racialmente.
En
la
réplica
aparece
el
“caballo”
desbocado”
como
pasión
incontrolada
e
incontrolable,
y,
por
ende,
destructora,
que
acabará
en
inmediata
tragedia,
porque
llega
al
“mar”
(muerte)
“y
se
lo
tragan
las
olas”
(verso
18).
Puede
referirse
también
en
estos
versos
a
lágrimas
salobres
del
mar,
lágrimas
de
pena,
por
la
imposibilidad
de
“alegría”
(sexo)
y
de
nombre
(identidad
personal)
o
quizá
se
refiera
a
la
muerte
del
amado
que
no
ha
vuelto
del
mar.
De
nuevo
habla
Soledad
y
se
hace
evidente
el
contraste
entre
mar
y
rumor
de
olas
(muerte)
y
tierras
de
aceituna
(como
fertilidad
y
vida),
pero
aunque
Soledad
se
resista
en
ambos
parajes
brota
la
pena.
El
narrador
hace
que
su
llanto
amargo
(“zumo
de
limón”)
simpatice
con
el
lector,
que
se
compadece
de
la
pena
de
la
protagonista.
La
tristeza
de
Soledad
se
manifiesta
en
la
espera
agria
de
la
boca,
evidenciando
un
sentido
sexual
insatisfecho.
Continúa
el
diálogo
en
boca
de
Soledad;
la
protagonista
recuerda
sus
desvelos
y
desmanes
en
el
hogar:
ha
enloquecido
por
la
pena
y
muestra
su
pelo
agitado,
en
trenzas
sueltas
que
devuelven
largura
al
cabello
(verso
29).
El
pelo
largo
de
mujer
no
recogido
era
muestra
de
apetencias
sexuales
o
de
pasión
entregada
al
instinto.
A
continuación
se
produce
la
transformación
del
personaje,
el
“amarillo”
deviene
en
negro
“azabache”
(vv.
31
y
32),
es
decir,
Soledad
ha
envejecido
o
enlutecido.
El
negro,
por
tanto
se
impone
por
asociación
con
la
pena
y
la
muerte:
“camisas
de
hilo”
(claro)
y
“muslos
de
amapola”
(rojos
y
jóvenes),
se
tornan
negros
(sin
vida),
lo
que
indica
que
la
sexualidad
se
ha
marchitado
o
está
insatisfecha.
Después
el
narrador
aconseja
a
Solead
que
no
sufra
más
y
que
proceda
a
satisfacer
sus
deseos
y
sus
pasiones,
que
obedezca
a
sus
instintos
y
que
no
se
someta
a
los
sentimientos
convencionales,
que
luche
contra
el
fatalismo
de
la
pena.
Aparece
el
21
“agua
de
las
alondras”,
el
rocío,
agua
pura
y
fría
del
amanecer,
de
las
“alondras”,
aves
tempraneras,
que
simbolizan
la
alegría
de
vivir.
El
romance
se
cierra
con
una
secuencia
descriptiva:
“volante
de
cielo
y
hojas”,
una
aposición
de
río,
que
podemos
explicar
así:
en
el
río
se
refleja
el
firmamento
y
los
árboles
de
la
falda
(“volante”)
de
la
montaña.
Aquí
emplea
Lorca
una
técnica
impresionista
en
la
descripción.
Las
“flores
de
calabaza”
se
refieren
al
color
rojizo
con
que
se
describe
el
amanecer
y
el
sol
corona
el
horizonte.
La
pena
de
Soledad
se
hace
trascendente
y
se
aplica
a
toda
la
raza
gitana.
La
pena,
poéticamente,
es
una
maldición,
una
pena
inevitable,
un
sino
trágico.
El
romance
termina
sin
resolución,
desconocemos
el
verdadero
motivo
de
la
tristeza
de
Soledad,
prevalece
un
hálito
de
misterio,
que
se
retoma
en
las
últimas
palabras
“madrugada
remota”.
PRENDIMIENTO
DE
ANTOÑITO
EL
CAMBORIO
EN
EL
CAMINO
DE
SEVILLA.
En
este
undécimo
romance
Lorca
utiliza
un
personaje
real,
Antoñito
el
Camborio,
famosos
gitano
granadino,
conocido
como
El
Amargo,
pero
lo
convierte
en
un
personaje
ficticio.
Aquí
el
Camborio
es
el
gitano
por
excelencia,
noble
y
digno,
nacido
para
la
perdición
o
para
la
gloria,
pero
nunca
para
la
humillación
y
la
mediocridad.
Y
que,
no
obstante,
es
detenido
por
la
Guardia
Civil,
humillado
y
privado
de
su
vara
de
mimbre
(símbolo
de
dominio
y
mando)
cuando
se
dirigía
a
Sevilla
a
una
corrida
de
toros.
En
el
verso
5
describe
al
protagonista.
“Verde
luna”
se
refiere
al
color
aceitunado
de
su
piel
y
también
parece
un
presagio
fatal
(luna)
por
su
realidad
de
gitano.
El
personaje
es
“garboso”,
desenvuelto
y
elegante
con
los
andares
de
un
torero
y
los
rizos
de
su
cabello
son
tan
hermosos
y
abrillantados
como
el
plumaje
del
pavo
real
(“empavonados”).
A
continuación
se
produce
una
sublimación
estilizada
de
la
naturaleza:
el
color
amarillo
de
los
limones,
bajo
el
agua,
recuerda
al
preciado
oro.
El
poeta
lo
que
nos
está
contando
es
que
el
Camborio,
con
modales
jactanciosos,
estaba
hurtando
limones.
Además
cabe
destacar
que
hay
una
repetición
de
los
versos
9
y
13.
En
el
verso
14
parece
que
Lorca
equipara
este
“prendimiento”
con
el
de
Cristo,
detenido
bajo
un
árbol,
esto
se
repite
en
el
verso
29
cuando,
como
el
Nazareno
ante
Pilatos,
el
gitano
es
interpelado.
Además
lo
encierran
a
las
nueve
de
la
noche
(versos
39
y
43),
la
hora
de
la
muerte
de
Cristo.
Es
la
Guardia
Civil
de
los
caminos
(“caminera”,
verso
15)
la
que
le
puso
los
grilletes,
es
decir,
lo
detuvo
(“codo
con
codo”).
En
la
segunda
secuencia
del
romance
se
“agitaniza”
el
día
al
personificarlo
como
si
de
un
torero
se
tratara
(“dando
una
larga
torera”
verso
17)
y
también
lo
hace
la
tarde
al
ser
concebida
como
un
capote
de
torero
(“colgada
al
hombro”
verso
18);
el
capote
es
amarillo
y
rojizo
como
el
crepúsculo
vespertino
del
sol.
Con
“Noche
de
Capricornio”
se
refiere
a
Nochebuena,
fecha
de
importancia
en
el
calendario
gitano,
donde
siempre
hay
aceitunas
en
el
menú.
La
brisa
es
“ecuestre”
ya
que
cabalga
soplando
por
los
montes
de
color
gris
azulado
(“montes
de
plomo”
verso
24),
aunque
quizá
“plomo”
se
a
una
metonimia
de
los
posibles
disparos.
En
el
verso
25
le
han
arrebatado
la
vara
cinco
guardias
civiles,
metonimia
de
“tricornios”,
para
el
Camborio
esto
es
una
humillación.
22
A
continuación
se
produce
la
aparición
de
un
personaje
que
dialoga
con
el
Camborio
y
lo
increpa,
lo
acusa
de
no
ser
valiente
como
gitano,
pues,
de
serlo,
los
hubiera
herido
y
hubiera
brotado
la
sangre
como
una
fuente
de
cinco
chorros
(uno
por
cada
uno
de
ellos).
El
reproche
se
eleva
a
vergüenza
del
cobarde
y
pone
en
riesgo
a
toda
la
raza
gitana.
Los
cuchillos
“tiritan”
de
frío
(personificación)
porque
ya
no
se
usan
para
defender
el
honor
gitano.
En
la
última
secuencia
ha
pasado
el
día
(como
la
vida),
se
ha
hecho
de
noche.
Podemos
ver
que
hay
tres
momentos
en
el
romance:
el
mediodía
inicial,
la
tarde
(“el
día
se
va
despacio”
verso
16)
y
finalmente
la
noche.
Aumenta
la
tragedia
por
el
posible
abuso
de
poder
de
los
Guardias
Civiles,
ya
que
al
parecer
lo
han
detenido
por
robar
limones,
pero
ellos
ahora
beben
“limonada”
(verso
42)
que
presuntamente
no
han
comprado.
Se
reitera
el
verso
“a
las
nueve
de
la
noche”
por
la
simultaneidad
de
los
hechos
y
se
resalta
la
dramática
situación
en
la
que
se
encuentra
el
prisionero
en
la
oscuridad
del
calabozo
al
describir
el
cielo
como
la
“grupa”
del
“potro”,
símbolo
de
libertad.
ROMANCE
DE
LA
GUARDIA
CIVIL
ESPAÑOLA.
Se
trata
del
romance
decimoquinto.
Este
poema
significa
la
destrucción
del
mundo
mítico
gitano.
La
Guardia
Civil
asola
un
poblado
gitano
en
la
noche
de
Navidad
y
extermina
su
mundo
de
fiesta
y
alegría.
Los
augurios
de
desgracia
por
el
inminente
ataque
se
cumplen,
y
todo
se
llena
de
escenas
de
terror.
Los
guardias
civiles
representan
la
tosca
realidad
que
“corta
las
alas
a
la
fantasía”,
simbolizan
la
fuerza
que
destruye
todo
lo
que
no
entiende.
La
Guardia
Civil
ataca
y
somete
a
una
ciudad
alegre
de
pasión
primitiva,
la
ciudad
de
los
gitanos
(ciudad
de
libertad),
cuyo
sueño,
destruida
ya,
se
mantiene
vivo
y
vigente,
inmortal
en
el
deseo
y
aspiraciones
del
poeta:
“¡Oh
ciudad
de
los
gitanos!
/
¿Quién
te
vio
y
no
te
recuerda?”.
Esta
devastación
tiene
simbólicamente
parecido
a
la
destrucción
bíblica
de
Sodoma.
En
este
romance
se
culmina
el
tradicional
antagonismo
gitanos
vs
Guardia
Civil
y
contemplamos
también
el
apogeo
de
la
violencia
de
estos
últimos.
En
la
secuencia
primera
se
dibuja
un
retrato
despectivo
de
la
Guardia
Civil,
todo
lo
que
se
asocia
o
caracteriza
a
esta
es
oscuro
y
conduce
a
la
muerte.
Aparecen
indicios
de
sordidez
y
descuido
de
la
higiene:
“manchas
de
tinta”,
por
las
redacciones
de
los
atestados…
“y
de
cera”,
por
ser
escoltas
de
procesiones.
Por
otro
lado
se
denuncia
su
insensibilidad
por
el
“plomo”
de
sus
molleras.
También
la
impermeabilidad
del
charol
delata
el
alma
insensible
de
los
guardias.
Se
les
llama
“jorobados”
por
la
mochila
y
capa
que
llevan
a
su
espalda,
que
les
otorga
un
aspecto
amenazante
y
monstruoso.
Con
“nocturnos”
se
refiere
a
que
la
impunidad
les
permite
atacar
con
nocturnidad
y
alevosía.
La
Guardia
Civil
impone
el
terror:
un
pánico
suscitado
por
la
implantación
ordenada
del
silencio
(“de
goma
oscura”
verso
11)
y
de
los
miedos
(“de
fina
arena”
verso
12).
Al
ser
de
noche
no
se
les
ve
aproximarse
y
tienen
además
la
potestad
de
irrumpir
en
el
poblado.
Por
otro
lado,
el
autor
presenta
una
Guardia
Civil
que
solo
piensa
en
la
violencia
(“vaga
astronomía
de
pistolas
inconcretas”)
e
imprime
pánico
con
solo
nombrarla:
la
indumentaria
toma
el
carácter
de
rasgo
humano,
el
de
una
terrorífica
inhumanidad
“calaveras
de
plomo”
(verso
6),
“alma
de
charol”
(verso
7),
etc.
23
La
ciudad
de
los
gitanos
es
una
ciudad
ficticia
sobre
la
recreación
de
Jerez
de
la
Frontera.
Se
recrea
una
ciudad
o
un
barrio
gitano
de
pena,
pero
también
de
colorista
sensualidad
(“almizcle”
verso
13).
En
ella
los
gitanos
forjan,
como
Vulcano,
soles
de
cielo
y
flechas
de
Júpiter.
En
el
verso
29
aparece
el
“caballo”,
símbolo
asociado
a
la
pasión
y
a
al
instinto,
pero
también
a
la
muerte.
En
estos
cuatro
versos,
del
29
al
32,
se
nos
advierte
de
que
estamos
en
una
ciudad
en
la
que
los
presagios
son
inútiles,
porque
se
impone
siempre
el
fatalismo
y
la
tragedia
acecha
a
la
raza
gitana:
“el
caballo
malherido”
quiere
avisar
inútilmente,
e
igual
de
inútil
es
el
canto
de
los
frágiles
“gallos”
que
vigilan.
Los
versos
35
y
36
son
propios
del
ritmo
popular
y
se
basan
en
neologismos
y
jitanjáforas
como
“platinoche”,
noche
como
la
plata.
Al
comenzar
la
secuencia
tercera
comprendemos
que
estamos
en
Navidad
con
una
ambientación
gitana
de
la
escena
religiosa.
La
Virgen
y
san
José
van
vestidos
(disfrazados)
con
lo
que
tienen
a
mano:
papel
de
chocolate,
collares
hechos
con
almendras…
Como
en
procesión
aparece
Pedro
Domecq
(anacronismo)
junto
a
los
Reyes
Magos
(“sultanes
de
Persia”).
A
continuación
se
produce
una
transmutación
mágica
de
elementos:
la
“media
luna”
como
estrella
de
Belén
y
la
“cigüeña”
como
portadora
del
niño.
Tenemos
ahora
una
alusión
anticipada
al
trágico
presagio:
“espejo”
(verso
53),
“sin
caderas”
(verso
54).
Los
cuerpos
truncados
en
un
espejo
fantasmágorico
son
signos
fatídicos
y
premoniciones
funestas.
Es
vaticinio
de
la
terrible
violencia
que
va
a
estallar
en
la
ciudad
mágica
mitificada
por
el
poeta.
En
el
verso
59
dice
e
l
poeta:
“apaga
tus
luces
verdes”,
de
nuevo
el
color
verde
es
presagio
de
muerte.
En
los
versos
63
y
64
se
describe
la
ciudad
como
no
costera,
“lejos
del
mar”
y
con
callejuelas
que
bajan
libremente
de
la
cima
(“crenchas
sin
peine”).
El
verso
siguiente,
“avanzan
de
dos
en
fondo”,
se
repite
después
e
indica
el
pánico
que
inspiran
los
Guardias
Civiles,
que
van
siempre
en
parejas.
El
ruido
de
las
balas
en
los
cargadores
semeja
un
“rumor
de
siempreviva”,
por
paráfrasis
irónica,
un
ambiente
de
muerte.
También
“doble
nocturno
de
tela”
se
refiere
la
pareja
de
guardias
civiles.
La
imagen
de
“vitrina
de
espuelas”
resulta
espeluznante,
solo
se
ven
en
el
cielo
las
espuelas
que
son
premonición
de
tragedia
y
muerte.
En
la
siguiente
secuencia
el
terror
por
las
acometidas
violentas
de
la
Guardia
Civil
hace
que
incluso
los
objetos
mecánicos
(“relojes”
verso
77)
y
otros
productos
(“coñac”
verso
78)
se
paralicen
o
escondan
para
que
no
hubiera
indicios
de
fiesta
(“se
disfrazó
de
noviembre”).
Al
final
de
la
secuencia
se
evoca
el
peligro
de
los
sables
de
los
guardias
con
la
imagen
del
“remolino
de
tijeras”.
Sigue
otra
secuencia
en
la
que
da
la
descripción
personalizada
de
la
población
gitana
(incluido
san
José
y
la
Virgen),
despavorida
y
ultrajada
cruentamente.
La
acción
se
presenta
como
en
un
ambiente
de
guerra
y
saqueo,
pero
seguimos
sin
conocer
la
causa
que
la
motiva.
Es
llamativo
el
diminutivo
“salivilla”
que
contrasta
emotivamente
con
la
delirante
escena
de
desequilibrado
ataque.
Hasta
la
imaginación,
personificada
como
una
mártir
es
vencida
y
extinguida,
“se
quema”,
de
modo
que
es
sometida
por
la
fuerza
del
supuesto
orden.
Sigue
la
imagen
de
la
muchacha
con
los
pechos
cortados,
alusión
a
santa
Olalla,
y
una
imagen
infantil
la
de
las
trenzas
alzadas
por
la
velocidad
de
la
carrera
de
las
gitanas.
Después
aparece
una
metáfora
de
los
fogonazos
de
los
fusiles,
que
también
se
puede
interpretar
como
las
heridas
producidas
por
los
disparos:
“rosas
de
pólvora
24
negra”.
Por
último,
termina
la
secuencia
con
los
“surcos
en
la
tierra”,
ya
que
se
han
derrumbado
los
tejados,
lo
que
estaba
arriba,
ahora
está
abajo.
Amanece
en
ese
momento:
“el
alba
meció
sus
hombros”.
La
evocación
de
la
mítica
ciudad
derrumbada
y
violentada
se
mantiene
en
la
memoria
del
poeta,
identificado
con
el
narrador
del
romance.
A
lo
largo
del
mismo
presenciamos
una
lucha
entre
vida
y
felicidad
y
muerte.
Ese
contraste
impregna
el
poema
de
dramatismo
y
miedo:
sentimiento
último
de
la
pena
negra,
de
la
mala
suerte
que
amenaza
letal
y
míticamente
al
pueblo
gitano
y
andaluz
en
la
época
del
autor.
POETA
EN
NUEVA
YORK
(1929-‐1930)
A
mediados
de
1929,
tras
su
ruptura
afectiva
con
el
escultor
Emilio
Aladrén,
acepta
una
propuesta
de
viaje
de
su
“viejo
maestro”
Fernando
de
los
Ríos.
También
supone
una
manera
de
cortar
con
la
amistad
complicada
con
Dalí
y
Buñuel,
que
habían
criticado
su
Romancero
gitano,
tachándolo
de
putrefacto
por
su
popularismo
y
llamando
al
poeta
con
el
sobrenombre
de
“Perro
andaluz”.
Su
experiencia
vital
en
Nueva
York
le
hace
reaccionar:
se
encuentra
inmerso
en
el
trasfondo
trágico
de
una
cultura
mecanizada
y
devoradora
de
lo
humano;
detrás
de
la
fachada
de
opulencia
y
progreso,
late
una
gran
angustia
humana
y
demasiada
soledad,
mucha
esclavitud.
El
nuevo
poemario
crece
de
lo
íntimo
a
lo
colectivo.
Después
de
la
ruralidad
de
Romancero
gitano,
ahora
el
espacio
de
referencia
es
el
urbano:
el
del
asfalto
y
los
gigantescos
edificios,
el
del
lucro
capitalista;
es
otro
mundo,
pero
en
el
que
también
florece
la
violencia
y
se
curte
la
inexorable
muerte.
“Allí
no
hay
mañana
ni
esperanza
posible”.
Se
desvanece
la
ilusión
del
futuro
en
un
mundo
caótico.
El
poeta
granadino
denuncia
una
civilización
que
concede
más
valor
a
las
cosas
materiales
y
al
dinero
que
a
la
dignidad
humana.
El
poemario
consta
de
35
poemas
repartidos
en
10
secciones
heterogéneas.
Nueva
York
puso
en
contacto
a
Lorca
con
diferentes
dimensiones
de
la
angustia
del
hombre
moderno,
un
mundo
que
el
poeta
describe
mediante
la
violenta
pugna
de
opuestos
y
contrarios:
naturaleza
versus
civilización;
hombre
versus
máquinas;
luz
versus
oscuridad,
negros
(oprimidos)
versus
blancos
(opresores);
humanidad
versus
economía;
vida
versus
muerte…
De
este
modo,
la
obra
denuncia
la
deshumanización
del
mundo
industrializado,
la
destrucción
de
la
naturaleza
y
de
la
esencia
humana.
En
la
metrópoli
el
capital
impera
por
encima
de
todos
los
valores.
No
hay
esperanza
para
el
hombre
ni
para
la
naturaleza,
ni
tan
siquiera
se
distingue
la
nítida
luz
del
amanecer.
Solo
se
respiran
la
miseria
y
el
desamor.
Esta
desesperanza
conecta
con
el
tema
lorquiano
de
la
frustración.
Nueva
York
es
un
ambiente
oscuro
donde
todo
es
sombra
o
pesadilla
que
impide
toda
posibilidad
de
ensoñación
o
descanso.
En
este
nuevo
mundo
la
“pena”
la
sufren
los
negros
(tras
su
visita
al
barrio
marginal
de
Harlem),
sometidos
a
la
civilización
del
hombre
blanco
que
ha
impuesto
su
opulencia
y
crueldad,
pero
que
por
otra
parte
traen
la
música
y
el
ritmo
a
la
ciudad.
Sobre
ellos,
Lorca
expresa
su
profundo
dolor
y
lanza
un
grito
de
guerra
para
que
luchen
por
recuperar
su
identidad.
Los
oprimidos
sufren
los
estragos
de
la
marginación,
el
progreso
irrefrenable
y
la
indiferencia
del
poder
blanco.
Así,
frente
a
la
angustia
de
la
25
opresión,
Lorca
canta
a
la
rebeldía
y
expresa
su
enérgica
protesta,
incluso
él
mismo
ofrece
su
vida
en
un
ritual
que
lo
acerca
a
la
idea
cristiana
del
sacrificio
para
la
redención
del
hombre.
De
hecho,
en
este
poemario
la
Biblia
es
una
de
las
fuentes
temáticas
y
simbólicas,
ya
que
conecta
con
su
exigencia
de
justicia
universal.
Por
otro
lado,
la
muerte
ya
no
es
la
pena
negra
del
ámbito
andaluz,
sino
que
ahora
ha
cobrado
dimensiones
cósmicas
y
se
ha
convertido
en
una
amenaza
palpable
de
la
que
no
se
puede
escapar,
ni
siquiera
a
través
del
amor
o
de
los
sueños.
La
muerte
se
muestra
despojada
de
todo
lirismo,
tal
y
como
es,
como
la
ciudad
que
la
ampara
(fría,
gris,
negra…).
Una
muerte
que
llega
hasta
la
propia
naturaleza.
Poeta
en
Nueva
York
es
una
obra
con
marcado
carácter
surrealista.
Su
lenguaje
exhibe
una
fuera
expresiva
que
va
más
allá
de
los
límites
de
lo
lógico
y
del
discurso
racional,
donde
lo
verbal
y
lo
visual
están
relacionados,
y
donde
abundan
las
enumeraciones
caóticas,
las
imágenes,
las
metonimias
y
las
metáforas
inconexas
de
difícil
interpretación.
La
influencia
de
las
vanguardias
también
se
refleja
en
el
mundo
mecánico
que
describe
y
en
la
atmósfera
general
de
pesadilla,
de
alucinación
y
de
ensueño.
En
cuanto
a
los
símbolos
se
deja
paso
a
orines,
cieno,
vómito…
un
universo
negro
que
se
cierne
sobre
los
habitantes
de
la
ciudad
y
los
condena
a
la
soledad
y
el
vacío
más
absolutos.
Por
último,
la
métrica
rompe
con
el
verso
tradicional,
ya
que
combina
el
verso
libre
con
los
versos
alejandrinos.
No
hay
rima
ni
musicalidad,
solo
la
desolación
y
la
desesperanza
que
este
mundo
oscuro,
sin
sentido
e
inhumano,
infunden
en
el
poeta.
En
definitiva,
Lorca
alcanza
con
esta
obra
una
plenitud
literaria
en
la
que
artísticamente
experimenta
con
las
técnicas
vanguardistas,
pero
sin
olvidar
su
compromiso
con
la
humanidad
y
los
pueblos
oprimidos.
LA
AURORA
Este
poema
pertenece
a
la
sección
“Calles
y
sueños”.
Esta
sección
es
la
más
descriptiva
de
la
ciudad
norteamericana.
Junto
a
la
descripción
de
la
gran
urbe
mecanizada
y
de
la
deshumanización
de
la
economía
capitalista,
emerge
la
situación
anímica
que
señala
al
sentimiento
del
desamor
que
sumerge
en
la
soledad
y
la
desesperación
a
los
hombres.
El
título
es
engañoso:
aurora
significa
nuevo
día,
luminosidad,
esperanza…
pero
en
este
poema
evoca
soledad,
no
describe
el
amanecer
como
señal
de
bienaventuranza
sino
como
imposibilidad
de
realización
de
las
esperanzas
y
los
anhelos
del
poeta.
Es
un
poema
desolador:
“allí
no
hay
mañana
ni
esperanza
posible”
(verso
10).
Presenciamos
un
amanecer
apocalíptico.
La
aurora
es
un
enorme
dolmen
que
está
animalizado
y
cuyo
cuerpo
lo
soportan
“cuatro
columnas
de
cieno”,
produciendo
una
sensación
desagradable.
La
aurora
se
mueve,
irrumpe
en
la
ciudad,
pero
sus
extremidades
son
violentas
y
destructoras
(“huracán”)
y
de
una
naturaleza
que
se
presenta
como
negación
de
lo
que
tradicionalmente
ha
simbolizado
(las
“palomas”,
símbolo
de
la
paz,
aquí
son
“negras”).
Para
intensificar
la
escena
amenazante,
en
el
verso
4
se
nos
hace
imaginar
los
aspavientos
de
la
aurora
al
entrar
en
la
urbe
y
tropezar
con
lo
que
la
va
a
caracterizar:
“aguas
podridas”.
Esta
ciudad-‐sociedad,
por
tanto,
está
sucia,
degradada,
muerta.
Esta
percepción
de
desesperanza
y
26
declive
se
ha
presentado
en
estos
primeros
versos
como
una
especie
de
catedral
gótica
decrepita.
En
el
verso
5
aparece
una
personificación
de
la
aurora,
se
nos
dice
que
“gime”,
es
decir,
se
lamenta.
A
continuación
aparece
la
metonimia:
“escaleras
y
aristas”,
que
se
refiere
a
los
rascacielos.
La
aurora
se
arrastra
buscando
elementos
de
la
naturaleza:
los
“nardos”
son
símbolos
de
belleza
y
sensualidad,
pero
no
crecen
en
el
cemento
y
el
alquitrán
de
la
ciudad.
En
el
verso
8
con
“angustia
dibujada”
se
refiere
a
la
imposibilidad
de
encontrar
lo
que
se
busca
originando
un
profundo
sentimiento
de
frustración,
una
de
las
constantes
de
la
temática
lorquiana.
A
partir
del
verso
9
se
da
entrada
en
la
escena,
aunque
por
su
ausencia,
a
las
gentes
de
la
gran
ciudad.
Nadie
sale
a
recibir
a
la
aurora,
está
sola,
despreciada.
El
porqué
lo
encontramos
en
el
desolador
verso
siguiente.
Por
lo
pronto,
nos
inundan
sentimientos
de
degradación
universal
del
ser
humano
en
el
contexto
de
una
especie
de
ciudad-‐monstruo.
El
ritmo
en
esta
parte
del
poema
se
ha
hecho
más
grave
y
solemne
con
versos
alejandrinos,
los
ocho
primeros
oscilaban
entre
las
8
y
las
11
sílabas.
El
uso
del
alejandrino
en
este
contexto
parece
un
mecanismo
del
poeta
para
conservar
la
calma
y
el
orden
en
medio
del
caos
y
la
fealdad
que
nos
describe.
En
la
gran
metrópoli
no
hay
ilusión
por
vivir:
no
hay
esperanza,
no
hay
“mañana”.
Se
trata
de
una
sociedad
amputada,
sin
capacidad
de
imaginar
o
disfrutar
el
presente
y
el
futuro.
La
sociedad
se
define
por
la
jauría
que
fomenta
el
capitalismo,
las
animalizadas
“monedas”
en
“enjambres
furiosos”,
como
la
usura
o
el
furor
mercantilista,
atacan
a
los
niños,
que
sienten
el
desapego
que
caracteriza
una
civilización
deshumanizadora
y
explotadora.
Los
niños
son
taladrados
o
devorados:
la
violencia
destructora
es
continua,
la
desgracia
del
desvalimiento
infantil
sobrecoge
al
lector.
Los
primeros
habitantes
de
la
ciudad
que
salen
de
casa,
van
a
un
trabajo
inicuo,
sin
creatividad
ni
gracia
(“sin
arte”)
ni
espiritualidad.
Comprenden
“con
sus
huesos”,
lo
más
hondo
de
su
ser,
que
no
hay
un
mundo
mejor
(“paraíso”),
ni
la
posibilidad
de
amar
(“amores
deshojados”).
Solo
van
al
“cieno”,
a
lo
podrido,
de
“números
y
de
leyes”
(de
los
negocios
y
de
las
normas
injustas).
En
“sudores
sin
fruto”
observamos
una
metonimia,
se
refiere
a
trabajos
que
son
sacrificados
y
que
carecen
de
un
pago
justo.
En
estos
versos
finales,
vemos
como
la
“luz”
de
la
aurora,
la
naturaleza
en
sí,
ha
sido
sepultada
por
la
técnica,
que
también
evoca
la
opresión
y
el
esclavismo
(“cadenas”)
y
la
falta
de
tranquilidad
(“ruidos”).
El
pulular
de
las
gentes
como
si
fueran
insectos
es
un
síntoma
de
una
vida
de
horror
o
incertidumbre:
“vacilan
insomnes”.
El
último
verso
es
demoledor:
no
deja
nada
a
la
esperanza.
Estamos
ante
un
naufragio
en
el
que
los
supervivientes
están
empapados
de
sangre:
son
supervivientes
horrorizados.
El
tremendismo
es
absoluto.
En
conclusión,
Lorca
denuncia
la
deshumanización
del
progreso
cuando
la
técnica
somete
y
anula
a
la
naturaleza;
sus
obsesiones
temáticas
se
han
esparcido
a
lo
largo
del
poema:
deseo
de
vivir
en
armonía
con
la
naturaleza,
nostalgia
del
paraíso…
La
falta
de
aurora
es
similar
a
la
falta
de
sueños.
27
NUEVA
YORK
(OFICINA
Y
DENUNCIA)
Este
poema
pertenece
a
la
sección
“Vuelta
a
la
ciudad”.
Como
indica
el
subtítulo,
se
trata
de
una
denuncia:
denuncia
la
insolidaridad
y
la
injustita
del
sistema
capitalista.
El
materialismo
salvaje
y
su
esclavitud
alienante
son
presentados
como
expresión
máxima
de
la
deshumanización
y
del
egoísmo,
de
la
falta
de
ética
y
de
la
desnaturalización
de
la
vida.
El
poeta
se
identifica
con
el
sufrimientote
los
desvalidos
porque
él
mismo
lo
ha
padecido,
y
lo
padece.
Lorca
compagina
siempre
dos
planos:
el
social
y
el
íntimo,
también
observaremos
cómo
contraponen
dos
tópicos
literarios:
la
alabanza
de
aldea
y
el
menosprecio
de
corte
(Naturaleza
versus
ciudad).
Las
anáforas
de
los
versos
1,
3
y
5
unifican
el
inicio
del
poema
y
le
otorgan
un
tono
discursivo
de
increpación
o
denuncia.
La
mención
de
“multiplicaciones”
(verso
1),
“divisiones”
(verso
3)
y
“sumas”
(verso
5)
es
una
alusión
al
mundo
bancario:
es
el
mundo
de
la
contabilidad.
Estamos
ante
una
composición
eminentemente
descriptiva:
son
recurso
ralentizadotes
del
ritmo
los
paralelismos,
las
trimembraciones,
los
contrastes
antitéticos:
muerte-‐vida,
oficina-‐calle,
falsedad-‐
verdad…
En
las
operaciones
aritméticas
de
los
bancos
corre
“sangre”,
Lorca
ve
en
esta
sociedad
una
tremenda
deshumanización
e
injusticia
social.
Por
ello
en
todo
subyace
la
sangre
aplastada
por
el
predominio
de
lo
inorgánico
de
esta
sociedad
industrial
y
financiera.
Curiosamente
utiliza
el
cuantificador
“una
gota”,
vemos
así
el
sarcasmo,
pues
estamos
en
un
mundo
en
el
que
lo
cuantioso
es
lo
que
impera.
El
símbolo
de
la
“sangre”
aquí
está
ligado
al
sacrificio
y
la
represión
inhumana,
a
una
economía
que
no
respeta
la
vida
(“pato”/
“marinero”
versos
2
y
4)
ni
la
naturaleza
(“cemento”
verso
8).
En
definitiva
en
Nueva
York,
capital
financiera
del
mundo,
se
unen
las
fuerzas
destructoras
de
la
vida:
la
muerte,
la
soledad,
la
insolidaridad,
la
explotación,
los
números
y
las
leyes
que
esclavizan
al
hombre
y
destrozan
la
naturaleza.
Alude
el
poeta
a
Wall
Street,
la
zona
bursátil
por
excelencia
del
mundo
occidental:
allí
se
presta
dinero
para
armamento
o
para
sufragar
gastos
de
países
subdesarrollados.
Aparecen
las
masas
de
trabajadores
que
viven
en
el
extrarradio
(“arrabales”
verso
7)
y
que
en
tropel
anegan
el
centro
urbano
para
cumplir
con
sus
empleos.
Aquí
Lorca
define
el
“río”,
no
como
corriente
de
agua,
sino
como
avalancha
(verso
8)
de
“plata”
(dinero)
o
“cemento”
(para
las
grandes
construcciones
urbanísticas)
cuando
los
obreros
llenan
el
corazón
de
una
ciudad
poco
sincera
y
natural
(“alba
mentida”
verso
9).
Ante
la
evidencia
de
la
naturaleza
exigua
(“existen
las
montañas”
verso
10),
prosigue
el
sujeto
lírico
en
1ª
persona
(“lo
sé”
verso
10
y
12).
Se
mantiene
la
perspectiva
sarcástica
al
mentar
los
“anteojos
para
la
sabiduría”
(verso
11)
tan
contraria
al
expansionismo
económico
“antinatura”.
El
autor
afirma
en
el
verso
siguiente
que
no
busca
la
trascendencia
metafórica
en
este
poema
(“ver
el
cielo”).
La
“sangre”
del
verso
13
es
metonimia
de
la
vida,
pero
en
este
contexto
se
tiñe
y
pierde
su
brillo
y
su
poder:
es
“turbia
sangre”
porque
mantiene
una
vida
vejada
o
negligente
ante
las
injusticias.
Lorca
describe
la
vida
trágica
de
los
neoyorquinos,
no
solo
de
las
personas
de
raza
negra,
para
provocar
un
fuerte
contraste
psicológico;
las
imágenes
son
tan
expresivas
como
personales:
lo
inorgánico
de
lo
industrial
(“las
máquinas”
verso
28
14)
deviene
en
“cataratas”
de
sangre;
lo
espiritual
se
transforma
en
veneno
(“lengua
de
la
cobra”
verso
15).
A
continuación,
aparece
la
gente
oprimida
bajo
la
figura
poética
de
millones
de
animales
(en
un
bestiario
de
muerte
dominante:
patos,
cerdos,
vacas,
palomas,
corderos,
gallos
(versos
17-‐22)).
Este
bestiario
de
animales
sacrificados,
alimento
de
los
otros,
elemento
nutricio
de
una
sociedad
desalmada,
dota
de
carácter
caníbal
a
la
devoradora
e
insaciable
urbe.
Nueva
York
se
ha
presentado
como
una
ciudad
lúgubre
y,
en
cierto
modo,
asesina:
se
ha
destruido
el
cielo
y
se
mata
para
mantener
a
muertos
vivientes,
para
que
devorando
sigan
alienados.
Se
han
hecho
realidad
cuantificada
(“millones”)
las
menciones
aritméticas
de
los
primeros
versos.
La
masa
prevalece
sobre
los
intereses
o
inquietudes
del
individuo.
A
partir
de
este
fragmento
(“más
vale…”
versos
24-‐29),
se
instaura
la
bipolaridad
tensional
“muerte
individual”
versus
“muerte
universal”.
Y
persiste
la
perspectiva
ácida
y
sarcástica.
Con
la
expresión
“trenes”,
Lorca
expresa
una
vida
monótona
y
automatizada
en
Nueva
York:
vehículos
de
transporte
de
materias
vitales
y
perentorias
(“leche,
sangre,
rosas”
versos
27-‐29).
La
naturaleza
(las
“rosas”)
es
maniatada
por
los
intereses
comerciales,
esto
es,
por
la
economía
capitalista
(verso
29-‐30).
Como
podemos
observar
es
significativo
que
a
lo
largo
del
poema
se
hayan
ido
citando
elementos
(patos,
cerdos,
vacas…)
y
que
ahora
se
recolectan
poéticamente,
dando
una
sensación
de
repetición,
como
si
de
un
trabajo
mecánico
se
tratara,
sin
creatividad
ni
alma.
El
verso
37
cierra
este
bloque
estrófico
y
también
cerrará
más
tarde
el
poema.
Se
denuncia,
al
fin
y
al
cabo,
el
antagonismo
entre
naturaleza
y
ciudad.
El
río
natural
pierde
también
su
identidad
al
contaminarse
del
aceite
de
industrias
y
desperdicios
(también
quizá
se
refiera
a
los
afeites
femeninos
que
adulteran
la
belleza).
El
“yo
denuncio”
(verso
39)
se
refiere
a
la
Nueva
York
que
ignora,
está
cosificada,
frente
a
la
otra
mitad
que
le
escucha,
está
vitalizada.
Los
operarios
y
los
desvalidos
se
presentan
como
“animalitos”
desposeídos
ya
de
su
humanidad.
A
continuación
hay
una
nueva
sucesión
de
imágenes
visionarias
de
efecto
emocional:
ciudad
y
sociedad
de
efectos
catastróficos,
dolientes,
próximos
a
la
enfermedad,
a
la
putrefacción
(la
“lombriz”
del
verso
57)
y
la
muerte.
El
uso
de
frecuentes
diminutivos
contrasta
con
la
fea
y
terrible
realidad
tan
poco
afectiva:
“palitos”
(verso
50),
patita
(verso
56).
La
retahíla
de
mecanismos
modernos
(“máquinas,
trenes,
automóvil”)
traen
a
colación
los
avances
futuristas
de
un
progreso
que
no
parece
humanizado
ni
dimensionado
ni
proporcionado.
La
tierra
se
queja
(“tierra
estremecida”),
todo
lo
llena
el
óxido
del
metal
de
los
edificios.
La
“lombriz”
(verso
57)
se
ha
alojado
en
el
corazón
de
las
niñas,
crea
con
esta
imagen
un
efecto
repugnante
para
la
imaginación
del
lector.
El
poeta
hace
poesía,
entendida
como
revelación,
aspira
a
cambiar
la
situación,
denuncia.
Es
poesía
de
compromiso,
poesía
ética.
La
respuesta
al
as
interrogaciones
nos
indican
cómo
el
poeta
ha
elaborado
una
realidad
poética
a
partir
de
sus
peculiares
imágenes
(función
de
poeta),
pero
también
toma
y
hace
tomar
conciencia
de
la
misión
del
artista
(función
de
profeta).
En
los
versos
postreros
(65-‐71)
confluyen
las
dos
dinámicas
mencionadas,
el
poeta
se
une,
se
identifica
con
la
otra
mitad,
la
que
le
escucha,
con
las
víctimas,
con
los
explotados.
Todo
es
una
“conjura”
(verso
65)
de
la
mitad
que
no
escucha,
la
que
29
explota.
Las
oficinas
están
“desiertas”
de
humanidad
y
de
solidaridad:
repletas,
paradójicamente,
de
autómatas
insensibles,
de
burócratas
que
no
responden
a
las
“agonías”
(verso
67)
y
sufrimientos
de
los
otros
y
que
destruyen
la
naturaleza
(“borran…
la
selva”
verso
68).
GRITO
HACIA
ROMA
Pertenece
a
la
sección
“Dos
odas”.
El
contexto
del
Tratado
de
Letrán,
alianza
entre
el
Vaticano
con
la
dictadura
fascista
italiana,
es
el
origen
de
esta
oda.
En
el
subtítulo
aparece
el
edificio
Chrysler,
que
en
su
momento
era
el
más
alto
de
Nueva
York.
Lorca
lo
utiliza
para
proferir
su
grito
contra
el
papado
traidor
a
Jesucristo
y
su
iglesia
primitiva
como
si
de
un
majestuoso
micrófono
se
tratara.
La
métrica
de
este
poema
es
afín
al
movimiento
surrealista:
el
versolibrismo,
alejando
de
las
estrofas
clásicas.
El
poema
se
puede
dividir
en
tres
partes:
-‐
Primera
parte:
(versos
1-‐14)
Maldición
contra
la
Iglesia
católica
(el
Vaticano)
por
ser
amparadora
del
capitalismo
y
del
fascismo
italiano.
-‐
Segunda
parte:
(versos
15-‐47)
Denuncia
a
la
Iglesia
que
no
cumple
su
misión:
denuncia
de
las
injusticias
del
capitalismo
y
de
la
explotación.
-‐
Tercera
parte:
(versos
48-‐74)
Necesidad
de
rebelión
de
los
explotados,
contra
el
orden
establecido,
para
liberarse.
Primera
parte:
El
inicio
es
una
enumeración
de
catástrofes
de
proporciones
bíblicas:
cataclismos
destructores
de
edificios
(“manzanas”
verso
1),
tormentas
(“espadines
de
plata”
verso
1,
“nubes
rasgadas”
verso
3),
incendios
nunca
vistos
(“almendra
de
fuego”
verso
4),
animales
voraces
(“peces
de
arsénico”
verso
5),
plantas
agresivas
(“rosas
que
hieren”
verso
7)…
Esta
enumeración
se
percibe
emocionalmente
como
sorprendente
y
repudiable.
Con
“manzanas”
quizá
se
refiera
a
personas
en
pecado
que
no
han
sido
absueltas,
con
“nubes
rasgadas”
se
refiere
a
aspiraciones
de
bondad
que
son
imposibilitadas
por
una
autoridad
(“mano
de
coral”
que
en
dorso
lleva
una
“almendra
de
fuego”)…
El
“pez”
es
símbolo
de
la
iglesia
primitiva,
aquí
estos
son
venenosos
e
insidiosos.
Utiliza
una
anadiplosis
de
la
palabra
“tiburón”,
es
decir,
repetición
al
final
y
principio
del
siguiente
verso.
Las
figuras
que
utiliza
Lorca
son
imágenes
visionarias:
son
expresivas
porque
se
explican
en
función
de
la
emoción
que
despierta
en
el
autor,
no
en
analogías
que
el
lector
puede
desentramar
con
facilidad.
Estos
versos
iniciales
parecen
conformar
una
retahíla
de
premoniciones
o
maldiciones
que
se
auguran
como
castigos
al
modo
bíblico
(como
las
diez
plagas
de
Egipto).
En
el
verso
11
aparece
la
“gran
cúpula”,
metonimia
del
Vaticano,
sobre
el
que
caerán
como
plagas:
pecados,
venenos,
dolores
y
lamentos
(los
elementos
que
han
aparecido
en
la
primera
enumeración).
Se
menciona
a
los
“militares”,
referencia
al
acuerdo
de
la
Iglesia
con
el
Estado
en
Italia.
En
lugar
de
“ungir”
aparece
el
verbo
“untar”,
Lorca
insinúa
que
la
Iglesia
está
manchada
(untada
de
aceite).
Las
descalificaciones
se
acumulan
contra
los
fascistas
y
contra
el
Papa,
“un
hombre
se
orina”
sobre
una
“deslumbrante
paloma”
(Espíritu
Santo),
mancillando
el
nombre
del
rayo
divino.
Este
hombre
escupe
la
negrura
fascista
(“carbón
negro”)
“rodeado
de
miles
de
campanillas”,
es
decir,
como
boato
lleva
las
numerosas
torres
y
campanas
de
las
iglesias.
Parte
segunda:
A
partir
del
verso
15
se
acumulan
las
causas
que
motivan
ahora
la
maldición
del
poeta.
El
pan
y
el
vino:
no
hay
quien
administre
en
la
Iglesia
el
sacramento
de
la
Eucaristía.
No
hay
quienes
consuelen
a
los
muertos
con
los
30
cuidados
que
preparan
para
el
viaje
a
la
otra
vida.
Aparece
la
enumeración
expresada
con
anáforas:
“ni
quien”.
Parece
que
se
denuncia
que
se
ha
abandonado
la
idea
de
la
salvación
y
el
premio
del
Cielo
(“abrir
el
lino
del
reposo”).
Tampoco
hay
en
la
Iglesia
compasión
por
las
víctimas
inocentes
del
expansionismo
colonialista
(metonimia:
“las
heridas
de
los
elefantes”)
todavía
vigente
en
aquellos
años.
Continúa
con
otra
enumeración
unida
por
una
nueva
anáfora
(“no
hay
más
que”).
Las
“cadenas”
de
los
niños
las
hacen
sus
propios
padres
y
merman
su
libertad,
antes
de
nacer
ya
están
condenados
a
la
esclavitud
del
capitalismo
feroz
y
de
una
Iglesia
en
connivencia
con
el
poder
material.
Con
“ataúdes
sin
cruz”
sentimos
la
amenaza
de
la
hecatombe
bélica
sin
alivio
de
la
religión.
Culmina
la
gradación
de
las
profesiones
(“herreros”
verso
19,
“carpinteros”
verso
21)
con
un
“gentío
de
lamentos”
(verso
23)
tal
vez
de
los
soldados,
o
quizá
de
las
víctimas
civiles.
En
el
verso
26
se
refiere
al
Papa
con
“
el
hombre
que
desprecia
la
paloma”.
El
poeta
le
reclama
que
se
digne
con
la
palabra
sensata
y
comprometida
con
el
desvalido
(“debía
hablar”):
es
su
deber.
Alude
aquí
Lorca
a
la
escena
bíblica
de
Jesucristo
en
el
templo
(“entre
columnas”).
Con
“desnudo”
se
refiere
a
despojado
de
suntuosa
y
rica
vestimenta,
sin
boato
y
libre
de
ataduras,
limpio
y
sincero.
El
Papa
debe
seguir
a
juicio
del
poeta
el
ejemplo
de
Cristo:
solidarizarse
con
los
más
vulnerables
y
desgraciados,
con
los
enfermos.
Le
pide
que
haga
como
Cristo,
que
baje
a
la
tierra,
se
mezcle
con
su
pueblo
y
padezca
como
él.
En
la
expresión
“llorar
un
llanto”
observamos
un
expresivo
pleonasmo.
El
Papa
debiera
arrepentirse
de
su
opulencia
y
su
aparatoso
lujo
(“sus
anillos
y
sus
teléfonos
de
diamantes”).
Con
un
nuevo
nexo
adversativo
(“pero”)
se
da
inicio
a
otra
serie
de
anáforas
que
le
reprochan
su
improcedente
ignorancia
(versos
31-‐34).
“El
hombre
vestido
de
blanco”
no
mira
(“ignora”)
las
penurias
del
común
del
pueblo,
ignora
el
milagro
de
la
Eucaristía
(“la
espiga”),
el
sufrimiento
de
quienes
dan
vida,
desconoce
el
bálsamo
inagotable
de
la
doctrina
de
Cristo
(el
“agua”).
El
materialismo
moderno
(“la
moneda”)
destruye
el
amor
y
lo
prostituye.
Son
los
traidores,
como
Judas,
los
que
se
venden
por
monedas.
El
Papa
ofrece
“la
sangre
del
cordero
(referido
tanto
al
Cordero
Pascual
como
al
pueblo
de
Dios)
a
la
estulticia
(con
“idiota”,
se
aprecia
la
vehemencia
del
poeta)
vanidosa
del
fascismo,
visualizado
poéticamente
como
“faisán”,
en
evidente
caricatura
del
águila
del
fascismo.
En
las
escuelas
,
los
maestros
enseñan
las
bienaventuranzas,
“una
luz
maravillosa
que
viene
del
monte”,
la
buena
doctrina
de
la
naturaleza,
pero
frente
a
esta
surgirán
las
“cloacas”
del
siguiente
verso.
Lo
que
llega
a
los
escolares
no
es
néctar,
sino
fétidas
aguas
de
cloaca.
En
las
cloacas
solo
puede
haber
degradantes
(“oscuras”)
ninfas
de
la
peste
(“cólera”)
que
gritan
como
sirenas
mitológicas.
Los
maestros
en
el
siguiente
verso
“señalan
con
devoción
cúpulas
sahumadas”,
que
representan
la
bóveda
celestial
purificada
con
incienso,
pero
“debajo
de
las
estatuas”
(alusión
metonímica
de
las
figuras
de
santos
que
adornan
las
iglesias)
no
encontramos
el
valor
auténtico
de
la
palabra
de
Dios.
Con
“cristal
definitivo”
se
refiere
a
los
ojos
postizos
de
algunas
estatuas
y
es
referencia
probable
de
la
frialdad
del
Vaticano.
A
continuación
encontramos
una
nueva
enumeración
de
aseveraciones:
por
medio
de
anáforas
(“el
amor
está
en…”).
Aparecen
situaciones
lastimosas
del
pueblo
llano
y
pobre
(versos
43-‐47)
donde
el
más
puro
amor
puede
relucir.
Destacamos
el
31
verso
47
que
alude
a
los
que
sufren
el
amor
oscuro
(“oscurísimo
beso”):
el
amor
herido
y
clandestino
del
homoerotismo.
Parte
tercera:
Nueva
profecía
y
llamamiento
al
levantamiento
popular;
los
oprimidos
son,
en
este
poema,
los
negros,
los
jóvenes,
las
mujeres,
los
obreros,
los
homosexuales,
los
pobres.
“El
viejo
de
las
manos
traslúcidas”
es
el
Papa
de
nuevo,
cuyas
intenciones
no
son
transparentes,
y
que,
a
pesar
de
todo,
predicará,
de
palabra,
amor,
presionado
u
obligado
por
la
vergüenza
de
las
víctimas
(“moribundos”).
Denuncia
la
doble
moral
de
la
Iglesia
de
aquella
época:
había
engaño,
era
una
impostura,
no
brillaba
la
sinceridad.
Se
produce
el
contraste
entre
las
palabras
del
Papa
(“amor,
paz”)
y
los
gestos
de
violencia
o
amenaza
(“cuchillos,
dinamita”).
Su
postura
indigna
seguirá
hasta
su
muerte
(“hasta
que
se
le
pongan
de
plata
los
labios”).
Siguen
las
constantes
repeticiones
de
elementos
muy
diversos.
Este
bloque
estrófico
inicia
el
desenlace
del
abrupto
cuadro:
las
desvalidas
víctimas
(“negros”
verso
58,
“muchachos”
verso
59,
“mujeres”
verso
60,
“muchedumbre”
verso
61).
En
esta
secuencia
el
poeta
transforma
su
oda
en
un
afilado
comentario
social
de
Nueva
York
y
por
extensión
del
sistema
capitalista.
Los
protagonistas
de
las
vejaciones
aparecen
en
situaciones
humillantes
pero
cotidianas
de
se
quehacer,
por
ejemplo:
los
negros
se
ocupan
de
las
escupideras.
También
es
probable
la
metonimia
de
los
trabajadores
manuales
(“martillo”),
los
artistas
(“violín”)
y
los
pensadores
(“nube”).
En
los
versos
62-‐68
aparece
una
extensa
anáfora
(“ha
de
gritar”).
La
expresión
se
vuelve
dura
en
su
claridad
popular
y
en
la
desigualdad
de
fuerzas
entre
el
pueblo
(“muchedumbre”)
y
ejército:
“aunque
le
estrellen
los
sesos
en
el
muro”.
En
la
última
parte
encontramos
una
alusión
a
la
antigua
oración
del
Padre
nuestro;
destaca
también
el
uso
del
“aliso”,
una
flor
blanca
que
crece
junto
al
agua
que
simboliza
la
vida.
En
los
dos
últimos
versos
de
la
oda
(73
y
74)
confluye
el
contenido
múltiple
del
poema:
Dios
resuelto
en
naturaleza
(“la
Tierra”)
que
brinda
su
alimento
(“sus
frutos”)
para
beneficio
de
“todos”.
Solidaridad
y
prosperidad.
“La
voluntad
de
la
Tierra”
es
la
voluntad
de
Dios,
o
viceversa:
sin
violencias
ni
represiones
entre
los
hombres.
DIVÁN
DEL
TAMARIT
(1931-‐1935)
El
título
de
esta
obra
procede
del
persa
“diwan”
(diván)
y
del
nombre
del
huerto
que
unos
parientes
de
sus
padres
tenían
junto
al
suyo
y
donde
crecía
el
arbusto
del
tamariz.
La
obra
se
compone
de
doce
gacelas
y
nueve
casidas,
dos
tipos
de
composiciones
líricas
árabes,
con
las
que
Lorca
quiso
rendir
homenaje
a
los
poetas
de
la
tradición
arábigo-‐andaluza.
Fueron
escritas
entre
1931
y
1934,
aunque
la
obra
se
publicó
en
1936.
Las
gacelas
y
casidas
de
este
poemario
muestran
la
experiencia
sumamente
dolorosa
del
amor
en
sus
diferentes
fases:
deseo,
entrega
y
separación.
Las
doce
gacelas
tienen
temática
amorosa,
Lorca
llama
al
amor
“enemigo
mío”.
En
las
nueve
casidas
el
tema
es
el
amor
y
la
muerte:
“el
amor
es
destrucción”.
Por
primera
vez,
su
poesía
se
aleja
del
drama
y
se
llena
de
lirismo,
subjetivo,
intimista
y
confesional.
En
los
poemas
se
pide
el
amor,
se
desea
por
encima
de
32
todo,
y
se
espera
la
muerte,
único
fruto
posible
del
encuentro
erótico.
Una
muerte
que
se
nos
asigna
desde
la
infancia
y
que
se
presenta
en
forma
de
mar,
luz
o
sueño.
Fiel
a
su
estilo,
Lorca
recarga
las
composiciones
de
metáforas,
pero
de
tradición
arábigo-‐andaluza:
la
mejilla,
el
lunar,
el
labio
o
el
cabello
de
la
enamorada.
También
se
sirve
de
dolientes
personificaciones
(“puedo
ver
el
duelo
de
la
noche
herida”).
CASIDA
DE
LA
MUJER
TENDIDA.
Se
trata
de
la
casida
cuarta.
Por
primera
vez
tenemos
plena
conciencia
del
cuerpo
ajeno,
en
esta
caso
de
la
mujer.
La
composición
es
claramente
erótica.
Es
un
canto
a
la
fecundidad:
un
homenaje
a
la
poesía
panteísta
de
los
poetas
árabes
y
persas.
Pan
era
el
dios
de
la
fertilidad,
pero
también
lo
era
de
la
sexualidad
masculina
y
de
la
Naturaleza
salvaje:
exactamente
lo
que
se
expresa
en
esta
casida
con
el
símbolo
de
la
mujer
desnuda.
Ya
en
el
primer
verso
se
observa
la
relación
entre
el
cuerpo
desnudo
de
la
mujer
y
la
Tierra,
la
describe
como
un
cuerpo
inabarcable,
una
especie
de
mujer-‐paisaje;
es
una
tierra
donde
no
hay
barreras
“limpia
de
caballos”
(símbolo
de
la
masculinidad).
Se
trata,
por
tanto,
de
una
mujer
inocente
y
virgen,
en
la
que
aún
no
se
ha
despertado
el
deseo
sexual,
la
púber
a
la
que
nadie
ah
tocado,
que
no
ha
conocido
varón.
Tampoco
hay
vegetales,
“junco”,
símbolo
asimismo
del
cuerpo
masculino.
Estamos
ante
una
tierra-‐mujer
presentada
como
pureza
absoluta:
tierra
inmaculada
y
de
formas
puras.
Este
cuerpo
virgen
aún
está
cerrado
a
lo
que
vendrá
(“cerrada
al
porvenir”),
es
decir,
todavía
es
infecundo
o
yermo
y
“confín
de
plata”,
tan
valiosa
y
fecundadora
como
la
luna.
En
la
siguiente
estrofa
se
refiere
el
poeta
al
deseo
de
fertilización
de
esta
tierra,
ante
tanta
belleza,
es
comprensible
que
el
deseo
sexual
se
despierte
(“el
ansía
de
la
lluvia”,
es
quizá
metáfora
del
semen).
Con
el
“débil
talle”
se
refiere
a
la
cintura
de
la
mujer,
como
metonimia
erótica.
Se
intensifica
el
deseo
en
los
dos
versos
siguientes,
con
un
sentido
de
frustración
aún
más
agresivo:
el
mar
de
“inmenso
rostro”
enferma
o
tiene
“fiebre”
por
no
poder
alcanzar
la
gloria
erótica
o
porque
hasta
el
momento
solo
el
varón
(“mar”)
desea
sin
respuesta
activa
de
la
mujer
(“sin
encontrar
la
luz
de
su
mejilla”).
En
la
tercera
estrofa
se
produce
un
cambio
de
escena
(los
dos
últimos
cuartetos
son
blancos).
Pasamos
del
presente
al
futuro,
con
un
tono
profético.
Nos
introduce
el
poema
en
una
vivienda
(“alcobas”)
en
una
escena
de
violencia
por
el
ímpetu
del
varón
ardiente.
La
“sangre”
cobra
vida
(“sonará”)
y
se
manifiesta
como
símbolo
sexual
(“espada
fulgurante”
verso
10).
Parece
ser
que
esta
sangre
es
la
de
la
desfloración.
En
los
versos
11
y
12
hay
un
fuerte
contraste:
la
mujer
en
la
alcoba
procurará
en
balde
protegerse:
“sapo
y
violeta”
aquí
representan
el
contraste
entre
lo
feo
y
lo
hermoso,
lo
perverso
o
pecaminoso
y
lo
bueno.
El
“sapo”
es
la
degradación
del
sexo
y
el
pecado
y
la
“violeta”
designa
la
delicadeza
del
amor
romántico.
En
la
última
estrofa
contemplamos
la
destrucción
de
la
idea
que
teníamos
de
esa
mujer:
más
allá
de
la
relación
(entre
si
hay
amor
o
no),
la
mujer
está
preparada
para
engendrar.
Al
parecer
está
preñada,
de
ahí
la
“lucha
de
raíces
de
su
vientre”
(puede
referirse
con
“raíz”
al
cordón
umbilical).
Lo
que
era
un
“confín
de
plata”
(verso
4)
ahora
ha
perdido
sus
formas
(“sin
contorno”).
Se
desvanece
el
erotismo
33
de
los
“labios”
al
“alba”
(que
es
el
alumbramiento).
La
cama
es
un
lecho
de
“rosas
tibias”,
amores
florecidos.
El
final
es
abrupto:
imaginamos
a
la
mujer
en
la
cama,
se
ha
humanizado,
ya
no
es
la
Tierra
inmensa,
queda
expuesta
a
la
muerte
que
la
acechará.
Los
“muertos
gimen
esperando
su
turno”,
con
esta
metáfora
se
refiere
a
los
hijos
que
la
mujer
tendrá
a
lo
largo
de
su
vida.
CASIDA
DE
LAS
PALOMAS
OSCURAS.
Estamos
ante
la
novena
y
última
casida.
Se
trata
de
un
poema
de
ambiente
intimista
sobre
el
dolor
del
amor
frustrado
y
la
muerte.
La
mención
de
“oscuras”
asocia
lo
tratado
con
la
disputa,
lo
contario
de
la
paloma
blanca
de
la
paz
y
la
conciliación.
Existe
así
la
imposibilidad
de
cumplir
el
amor
y
por
tanto
aparece
la
frustración.
La
apariencia
infantil
y
su
ritmo
de
canción
oculta
una
preocupación
trascendente.
Métricamente,
presenta
una
disposición
similar
a
la
de
un
romance
de
arte
menor
con
rima
asonante
y
versos
de
ocho
sílabos
en
su
mayoría.
El
laurel
del
primer
verso
nos
trae
a
la
memoria
el
mito
de
Apolo
y
Dafne,
expresión
mítica
de
la
imposibilidad
amorosa,
además
Apolo
es
el
dios
de
la
adivinación
y
las
artes,
Lorca
hace
también
un
conjuro
de
magia
en
el
poema:
“vi
dos”…
“eran
ninguna”,
hace
aparecer
y
desaparecer
a
los
personajes
de
la
casida.
En
el
siguiente
verso
irrumpe
la
voz
del
sujeto
lírico
con
ese
“vi”
para
después
pasar
a
un
diálogo
en
el
que
los
seres
que
responden
son
animales:
palomas
y
águilas.
En
los
versos
3
y
4
hay
una
antítesis,
“luna”
y
“sol”.
El
día
y
la
noche
se
oponen,
pero
se
necesitan
para
cumplir
el
ciclo
vital.
Las
palomas
son
aves
monógamas,
así
que
entendemos
que
forman
pareja
(macho
y
hembra);
lo
mismo
podemos
pensar
de
las
dos
águilas.
El
diminutivo
“vecinitas”
es
propio
del
lenguaje
infantil.
Y
llega
entonces
la
pregunta
que
más
tarde
repetirá:
“¿dónde
está
mi
sepultura?”,
he
aquí
el
ansia
de
saber
del
poeta
sobre
su
destino.
Los
símbolos
sexuales
son
también
claros:
sol-‐cola
(imagen
fálica);
luna-‐garganta
(imagen
vaginal).
En
el
verso
10
observamos
que
el
poeta
no
puede
avanzar
porque
tiene
la
traba
de
la
“tierra
por
la
cintura”,
declara
así
la
imposibilidad
del
encuentro:
su
soledad.
Y
quien
no
consigue
la
unión
deseada
es
como
un
muerto,
de
ahí
la
pregunta
que
había
hecho
previamente
y
que
repetirá
en
el
verso
16.
Las
águilas
son
“blancas”,
antítesis
con
las
palomas
“oscuras”.
Aparece
la
“muchacha
desnuda”,
como
un
espejismo,
aparece
y
desaparece:
“y
la
muchacha
era
ninguna”.
Es
una
metamorfosis,
las
dos
águilas
se
transforman
en
un
solo
ser
8
un
ser
andrógino
que
no
podrá
multiplicarse);
la
muchacha
se
convierte
“en
ninguna”,
en
el
vacío,
la
nada,
la
muerte
(primera
alusión
clara
de
la
muerte).
Las
respuestas
que
obtiene
el
poeta
a
su
pregunta
son
las
mismas
que
antes
y
se
asemejan
a
un
estribillo.
El
poema
mantiene
su
misterio,
solo
queda
claro
que
la
frustración
y
la
muerte
acechan.
Se
repiten
los
cuatro
versos
del
principio
al
final,
con
ligeros
cambios
que
nos
dan
a
entender
el
paso
del
tiempo.
Las
palomas
“oscuras”,
ahora
están
“desnudas”,
como
la
muchacha
del
verso
12.
Y
también
desaparecen
como
ella.
Cerrando
la
casida
con
el
desenlace
de
su
inexistencia,
de
no
estar
ni
ser,
de
la
muerte.
El
amor
conduce
a
la
frustración,
esta
al
vacío,
que
es
la
muerte
en
términos
poéticos.
34
LLANTO
POR
IGNACIO
SÁNCHEZ
MEJÍAS
(1934-‐1935)
El
13
de
agosto
de
1934
moría
como
consecuencia
de
una
cornada
en
una
corrida
de
toros
el
matador
Ignacio
Sánchez
Mejías,
que
además
fue
escritor,
autor
teatral,
cronista,
mecenas
literario,
presidente
de
un
equipo
de
fútbol…
y
que
gozaba
de
una
contagiosa
simpatía
y
buen
talante.
El
poema
es
una
sincera
elegía
que
expresa
el
profundo
dolor
que
la
muerte
de
su
amigo
provocó
en
el
poeta
andaluz.
La
composición
fue
escrita
poco
después
de
la
muerte
del
torero
y
se
publicó
en
1935
en
la
editorial
Cruz
y
Raya.
El
Llanto
por
Ignacio
Sánchez
Mejías
está
compuesto
por
220
versos
agrupados
en
cuatro
partes.
Cada
una
de
ellas
cumple
una
función:
-‐ La
cogida
y
la
muerte:
anuncio,
narración.
-‐ La
sangre
derramada:
lamento,
alabanza.
-‐ Cuerpo
presente:
llanto,
meditación.
-‐ Alma
ausente:
consolación.
El
tema
único
es
la
muerte
del
torero
amigo.
Una
muerte
que
ya
no
es
una
presencia
imaginada,
sino
una
realidad.
El
poema
es
un
grito
poético
desgarrado,
el
más
agudo
y
hondo
de
la
poesía
lorquiana
y
puede
que
de
la
poesía
española.
Un
desgarro
en
el
alma
de
Lorca
que
aúna
lírica,
afecto,
drama,
símbolo
y
humanidad,
valores
que
caracterizan
su
obra.
Así,
los
elementos
esenciales
de
su
poesía
se
dan
cita
en
esta
composición,
pues
concentra
los
elementos
estilísticos
de
la
primera
etapa
y
los
simbólicos
de
los
últimos
años.
De
este
modo,
el
poeta
ahonda
en
su
dolor
y
lo
convierte
en
el
dolor
de
todos
para
expresar
un
sentimiento
universal
ante
la
certeza
de
la
muerte.
“Un
poema
dura
más
que
una
muerte,
es
decir,
frente
la
defunción
del
torero,
que
es
para
siempre,
y
ante
la
amenaza
del
olvido,
solo
se
dispone
de
un
arma
para
perpetuar
la
memoria,
la
poesía.
En
“La
cogida
y
la
muerte”
presenta
de
manera
rápida
la
lucha
entre
el
torero
y
el
toro
y
su
desenlace
en
un
fatal
acontecimiento.
Además,
mediante
la
repetición
del
estribillo
“a
las
cinco
de
la
tarde”
Lorca
consigue
detener
el
tiempo
en
ese
fatídico
instante
en
todo
el
mundo.
“La
sangre
derramada”
se
inicia
con
una
exclamación
reiterada
(“¡Qué
no
quiero
verla!”,
un
grito
perturbador
con
el
que
Lorca
manifiesta
que
no
quiere
ver
la
sangre
de
su
amigo
derramada
sobre
el
albero.
A
continuación,
alaba
al
matador
recién
fallecido
y
expresa
su
admiración
mediante
el
elogio
de
sus
cualidad
es
humanas
y
artísticas:
heroísmo,
valor,
belleza
o
inteligencia
que
dotan
al
poema
de
un
tono
épico.
“Cuerpo
presente”
es
una
meditación
pesimista
y
doliente
ante
al
misterio
de
la
muerte.
Por
último,
los
versos
de
“Alma
ausente”
profundizan
en
el
tono
elegíaco
y
muestran
la
naturaleza
como
testigo
de
la
tragedia.
Y
finalmente,
las
dos
últimas
estrofas
ofrecen
el
consuelo
del
recuerdo.
En
cuanto
a
la
métrica,
“La
cogida
y
la
muerte”
está
formada
por
versos
endecasílabos
no
rimados
alternados
con
el
estribillo
octosilábico.
“La
sangre
derramada”,
en
cambio,
está
escrita
en
su
mayor
parte
como
un
romance
de
versos
octosílabos
y
tiene
un
carácter
más
lírico
y
acelerado.
“Cuerpo
presente”
se
compone
de
largos
versos
de
catorce
sílabas,
mientras
que
“Alma
ausente”
vuelve
al
esquema
de
versos
endecasílabos
en
sus
cuatro
primeras
estrofas.
35
En
resumen,
con
esta
elegía,
Lorca
se
adentra
en
la
etapa
del
surrealismo
mediante
un
proceso
de
humanización
y
expresión
del
sentimiento
íntimo
del
dolor.
A
partir
de
ahora,
vida
y
muerte
lucharán
en
su
obra
sin
adornos
folclóricos.
1.
LA
COGIDA
Y
LA
MUERTE.
Destaca
en
este
poema
la
repetición
obsesiva
del
primer
verso
que
funciona
como
una
puñalada
letal
e
insistente.
El
verso
es
un
octosílabo
que
combinado
con
los
versos
de
once
sílabas
resulta
disonante.
Esa
hora
es
la
taurina
por
antonomasia,
pues
a
esa
hora
empezaban
las
corridas.
En
el
verso
3
se
destaca
el
deseo
del
torero
de
que
nadie
lo
viera
“muerto”.
En
el
verso
5
con
la
“cal
ya
prevenida”
nos
encontramos
con
un
presagio
de
la
muerte,
pues
este
material
es
que
el
utilizan
los
enterradores
para
sepultar
los
cuerpos.
Los
“algodones,
cristal
y
níquel”
son
elementos
de
la
enfermería,
contrasta
la
delicadeza
algodón
con
la
dureza
del
cristal
y
el
níquel.
Cuando
aparece
el
“leopardo”
se
refiere
al
toro
y
su
fiereza,
mientras
que
la
“paloma”
representa
la
torero.
En
el
verso
15
aparece
el
“muslo”
que
fue
el
lugar
donde
recibió
la
cornada.
El
“asta
desolada”
parece
significar
que
aún
no
se
veía
brotar
la
sangre.
En
el
verso
17
con
“bordón”
se
refiere
a
un
acompañamiento
tonal
fúnebre
como
el
estribillo
del
poema.
A
continuación,
el
sonido
tétrico
de
las
campanas
anuncia
la
muerte
sobrevenida,
así
como
el
humo.
El
arsénico
es
un
producto
mortal,
pero
en
cantidades
pequeñas
se
utilizaba
como
analgésico.
Los
“grupos
de
silencio”
son
los
visitantes
a
quienes
la
policía
no
dejaba
entrar
para
ver
al
herido.
Con
la
exclamación
del
verso
23
se
refiere
a
la
soledad
triunfadora
del
toro
de
lidia,
como
exponente
de
la
muerte
victoriosa.
Con
la
expresión
“la
plaza
se
cubrió
de
yodo”
indica
que
se
cubrió
de
gris,
de
muerte.
En
el
verso
29
dice
que
“la
muerte
puso
huevos”,
esta
muerte
personificada
deposita
los
huevos
en
la
misma
herida,
siendo
la
gangrena
una
de
las
causas
de
su
muerte.
Aparece
un
doble
verso
de
transición
variando
el
estribillo
al
añadir
“en
punto”,
la
puntualidad
de
la
muerte.
La
cama
con
ruedas
del
hospital
es
un
“ataúd”
(parece
ser
que
tuvieron
que
atarlo
porque
llegó
a
tirarse
al
suelo
de
dolor).
“Huesos
y
flautas”
se
asocian
a
la
expresión
del
dolor,
da
la
sensación
de
sonido
enloquecedor
cual
música
macabra
de
la
medieval
danza
de
la
muerte.
En
el
verso
37
el
mugido
nos
genera
una
sensación
de
sonido
amenazante.
El
verbo
“irisaba”
del
verso
siguiente
nos
indica
que
su
agonía
reflejaba
todos
los
colores.
En
el
verso
41
se
produce
la
personificación
de
la
gangrena,
como
ya
hemos
dicho
principal
causa
de
su
muerte.
En
el
verso
43
hay
una
probable
alusión
al
Adonis
mitológico,
símbolo
de
la
belleza
masculina
y
el
lirio
formado
por
la
herida
del
jabalí,
que
significa
la
muerte
de
la
virilidad,
la
muerte
del
varón.
“Las
heridas
quemaban
como
soles”,
en
esta
comparación
observamos
como
el
sol,
dador
de
vida,
cuando
se
excede
su
calor
da
la
muerte.
En
esta
parte
de
la
elegía
la
acumulación
de
imágenes
en
forma
de
enumeración
caótica,
nos
sume
en
la
confusión,
en
la
destrucción,
y
es
que
la
muerte
del
torero
acarrea
el
caso,
como
parte
del
elogio
de
su
amigo
poeta.
En
el
verso
47
se
alude
a
las
ventanillas
del
reducida
enfermería
donde
se
asomaban
tumultuosamente
los
lugareños,
a
su
vez,
este
hecho
resalta
la
soledad
del
herido.
Por
último
aparecen
tres
versos
exclamativos.
Se
intensifica
el
efecto
del
estribillo
con
estos
añadidos:
el
adjetivo
“terribles”
y
el
paralelismo
de
los
dos
versos
siguientes.
Estamos
ante
un
estribillo
in
crescendo:
la
“sombra”
(muerte)
36
cubre
el
mundo
entero.
Es
la
hora
del
luto,
la
oscuridad
borra
toda
esperanza
de
vida.
2.
LA
SANGRE
DERRAMADA.
En
esta
parte
de
la
elegía
aparece
un
nuevo
estribillo:
admirativo
y
negativo,
con
un
expresivo
comienzo
con
la
partícula
“que”.
Aparece
por
primera
vez
la
primera
persona
del
singular.
En
esta
segunda
parte
los
versos
tienen
rima
asonante
en
los
pares
y
es
donde
se
da
la
explosión
lírica
de
este
poema.
En
esta
parte
el
autor
se
niega
a
ver
la
sangre
del
muerto.
El
poeta
se
dirige
al
tú-‐lector,
como
ya
hizo
Jorge
Manrique
en
sus
versos
(“Decidme:
la
hermosura…
cuando
viene
la
vejez
¿cuál
se
para?”).
La
“luna”
del
segundo
verso
significa
la
oscuridad
de
la
noche,
para
que
no
se
vea
la
sangre
del
torero
sobre
la
arena
(ciertamente
el
torero
dejó
una
gran
mancha
de
sangre
en
el
coso).
Con
la
expresión
“la
luna
de
par
en
par”
observamos
una
imagen
surrealista,
parece
indicar
que
ya
es
plenamente
de
noche
y
la
luna
con
los
ojos
abiertos
“de
par
en
par”
tapa
paradójicamente
la
sangre
de
la
tragedia.
A
continuación
aparece
el
símbolo
del
caballo
con
un
sentido
onírico
que
inunda
este
pasaje.
La
“plaza
gris”
significa
tristeza,
no
hay
sol,
no
hay
esperanzas.
Los
“sauces”
son
los
árboles
llorones,
todo
se
llena
de
tristeza.
Ha
llegado
la
noche,
la
gran
noche
del
mundo
por
la
muerte
del
torero.
El
poeta
parece
inducirnos
a
imaginar
una
especie
de
camposanto
romántico:
el
de
la
plaza
de
toros.
El
verso
“que
mi
recuerdo
se
quema”
nos
muestra
el
dolor
del
poeta.
En
el
siguiente
verso
aparece
el
verbo
“avisad”
y
la
palabra
“jazmines”,
estas
flores
blancas
y
olorosas
anularán
la
mancha
de
sangre.
En
los
siguientes
versos
hay
un
cambio,
contemplamos
ahora
el
universo.
La
“vaca”
es
un
tótem
hispano,
nos
presenta
un
mundo
viejo,
que
agoniza
por
la
muerte
del
torero.
El
plural
“sangres
derramadas”
designa
todas
las
sangres
de
todos
los
tiempos.
La
“luna-‐vaca”
es
la
que
absorbe
la
sangre
derramada
en
el
coso.
También
recoge
aquí
Lorca
el
mito
hispánico
de
los
toros
de
Guisando,
que
también
se
sobreponen
al
olvido
(“casi
muerte”)
y
cuyo
estatismo
les
produce
hartazgo.
La
negación
del
verso
siguiente
(verso
23)
es
un
hachazo
emocional,
un
grito
desesperado.
En
la
siguiente
escena
vemos
al
torero
en
la
plaza,
no
sabemos
si
vivo
o
muerto.
El
torero
anhelaba
ver
el
amanecer
del
13
de
agosto,
pero
no
alcanzó
a
verlo,
murió
antes.
El
torero
ha
recibido
el
inesperado
sueño
de
la
muerte
(que
“lo
desorienta”).
Con
“chorro”
de
sangre,
se
refiere
a
la
fuente
de
la
vida,
pero
también
después
a
un
foco
de
luz
que
ilumina.
Los
campesinos
vestido
de
pana
y
cuero
se
agolpaban
con
morbo
en
la
plaza
de
Manzanares
y
en
su
enfermería.
En
el
verso
40
hay
una
alusión
crística
al
Ecce
homo
(cuando
el
gentío
romano
reclama
a
Jesús
ante
Pilatos).
Continúa
Lorca
describiendo
cómo
recibió
el
torero
la
cornada:
con
los
“ojos
abiertos”,
valiente
y
lúcido.
En
el
verso
45
aparecen
las
Parcas,
es
decir,
la
muerte
se
hizo
presente.
En
la
siguiente
secuencia
se
inicia
el
bloque
tercero
con
el
elogio
del
fallecido.
La
“espada”
es
el
instrumento
de
la
profesión
taurina,
símbolo
de
valentía
y
caballerosidad
en
el
torero.
De
él
dice
que
era
humano,
auténtico
y
vitalista.
“Río
de
leones”,
temible
y
feroz.
Tenía
una
prudencia
fría
y
resistente
como
el
“mármol”.
Es
37
su
amigo
el
símbolo
del
varón
andaluz:
árabe
e
hispano-‐romano,
fusión
de
Europa
y
África,
de
una
tierra
de
duende
y
razón.
En
los
dos
últimos
versos
aparecen
el
“nardo”
y
la
“sal”,
ambos
de
color
blanco
como
sus
dientes,
mostraba
el
torero
una
inteligencia
clara.
A
continuación
vienen
ocho
versos
con
siete
exclamaciones:
es
un
estruendo
de
afectividad
dolorida
después
de
haberlo
piropeado
declarativamente.
El
recuero
de
las
coplas
manriqueñas
aquí
es
evidente.
Según
los
últimos
versos,
ha
triunfado
la
muerte
(“musgo
y
hierba”):
embellece
la
muerte,
pues
su
calavera
es
una
flor,
está
dotada
de
delicadeza.
Se
personifica
la
“sangre”
que
viene
cantando.
Con
este
gerundio
observamos
una
epanadiplosis
(cantando/cantando:
el
poema
tiene
muchos
recursos
rítmicos
no
basados
en
la
rima).
La
acumulación
de
gerundios
siguiente
transmite
la
idea
de
un
manantial
de
emociones
que
no
cesan.
“Triste
lengua”,
la
lengua
de
la
vaca
que
ha
aparecido
antes,
ahora
es
una
lengua
de
agua
y
sangre,
que
forma
un
“charco
de
agonía”.
Este
charco
se
refleja
en
el
cielo
como
un
pantano
estelar,
nueva
imagen
surrealista.
Prosigue
Lorca
con
un
nuevo
estruendo
de
elogios:
cuatro
exclamaciones
anafóricas.
El
“toro”
contrasta
con
el
“blanco”
del
muro
de
la
plaza.
Con
“ruiseñor
de
venas”
hay
una
nueva
imagen
visionaria
(venas
suaves
como
un
ruiseñor).
Y
de
nuevo
una
imagen
crística
referida
a
que
no
hay
“cáliz”
que
recoja
la
sangre
derramada
de
Ignacio.
Las
anáforas
indican
vehementemente
que
nada
hay,
que
está
solo
el
torero
y
que
su
muerte
es
heroica
y
mítica.
La
“escarcha
de
luz”
son
las
primeras
luces
del
día,
la
“azucena”
simboliza
purea
e
inocencia
y
con
“plata”
se
refiere
probablemente
a
un
relicario.
3.
CUERPO
PRESENTE.
La
tercera
parte
de
la
elegía
está
saturada
de
un
ambiente
de
misterio,
pesadilla
y
alucinación
en
el
que
priman
las
relaciones
imprevistas
de
la
lengua.
La
métrica
se
hace,
en
cambio,
uniforme
con
cuartetos
alejandrinos
de
tono
serio
y
amplio
y
versos
blancos.
La
piedra
abre
esta
tercera
parte:
se
repite
en
las
cinco
estrofillas
siguientes.
De
piedra
era
la
mesa
de
operaciones
de
la
enfermería,
la
camilla
del
cadáver,
y
finalmente
la
lápida
mortuoria.
La
piedra
representa
lo
inmóvil,
lo
estéril,
lo
inanimado,
la
muerte.
La
frente
de
piedra
es
ahora
la
frente
del
muerto.
Gimen
los
sueños
del
fallecido,
porque
no
volverán
a
la
vida.
El
lugar
de
los
sueños
carece
de
jardín,
es
una
especie
de
cementerio
donde
fuentes
y
árboles
ni
siquiera
están
helados,
no
hay
nada
vivo,
solo
piedra.
En
el
tercer
verso
aparece
una
imagen
crística:
el
torero
lleva
la
cruz
(piedra)
a
cuestas,
carga
con
su
destino
como
Cronos
en
la
mitología
griega.
Los
“árboles
sin
lágrimas”
son
sauces
llorones
y
las
cintas,
quizá
sean
las
coronas
fúnebres.
En
el
verso
5
el
agua
de
la
“lluvia”
va
a
las
“olas”
porque
las
olas
(el
mar)
es
lo
vivo.
Con
el
término
“acribillados”
observamos
el
efecto
de
las
gotas,
un
efecto
violento,
de
muerte.
La
piedra
deja
visible
la
sangre,
no
quita
el
charco.
La
piedra
recibe
todo
lo
vivo
y
todo
lo
que
tuvo
vida,
ni
brilla
(cristales),
ni
canta
(sonidos)
ni
tiene
color
(fuego),
la
piedra
solo
da
“plazas”.
38
“El
bien
nacido”
es
un
epíteto
épico
como
los
que
se
empleaban
en
la
épica
medieval.
Después
aparece
la
anáfora
“ya”
y
una
pregunta
retórica:
“¿qué
pasa?”,
que
casi
parece
formulada
como
desplante
a
modo
chulesco.
Para
Lorca,
el
torero
engloba
lo
físico
y
lo
intelectual
(minotauro).
La
siguiente
anáfora
“ya
se
acabó”
conecta
con
el
bloque
anterior.
El
“Amor”
le
ha
abandonado,
Sánchez
Mejías
está
ya
en
la
piedra
que
es
muerte
y
olvido.
Solo
queda
silencio
y
mal
olor.
La
gran
tragedia
tras
la
muerte
y
el
entierro
es
el
olvido
sin
duda
alguna.
Con
“tuvo
ruiseñores”
se
refiere
a
que
ya
no
canta
el
torero
porque
no
está
vivo
y
los
“agujeros
sin
fondo”
indican
que
se
está
deshaciendo
ya.
En
el
verso
25
el
“sudario”
es
la
tela
o
mortaja
con
la
que
envuelve
al
cadáver.
Ante
el
muerto,
¿qué
hacer?
No
acepta
el
poeta
lamentos,
ni
lloros,
ni
cantos,
ni
gestos
viriles
como
la
fiestas
de
picar
espuelas
o
como
la
mitológica
espantada
de
serpientes
que
protagonizó
Hércules.
A
pesar
de
que
antes
se
había
negado
a
ver
la
sangre,
ahora,
el
poeta
solo
conoce
una
solución,
la
de
abrir
bien
los
ojos
(“ojos
redondos”)
y
contemplar
al
muerto
en
su
plenitud.
El
autor
en
el
verso
34
indica
que
el
auténtico
valor
que
exige
es
el
de
afrontar
la
muerte
cara
a
cara,
sin
miedo,
como
hizo
el
torero,
no
bastan
los
actos
varoniles,
hay
que
afrontar
la
muerte,
mantener
el
ejemplo
y
no
olvidar.
Con
“riendas
quebradas”
se
refiere
a
sus
músculos
y
huesos
ya
desajustados;
el
“capitán”
puede
ser
una
alusión
al
Ulises
de
Homero
o
quizá
a
Walt
Whitman
(al
torero
hubo
que
amarrarlo
a
la
cama
por
los
dolores
que
padecía,
y
se
le
ató
un
pañuelo
a
la
quijada).
En
el
verso
38
reclama
el
poeta,
en
primera
persona,
un
llanto
tierno
y
fuerte
a
la
vez,
hondo,
auténtico
y
sin
vergüenzas
(“como
un
río”).
Toda
la
estrofa
va
precedida
del
verbo
“quiero”,
el
poeta
quiere
que
se
pierda
en
la
plaza
de
toros
(la
luna),
en
el
silencio
(los
peces
sin
canto)
y
en
el
aire
(maleza
blanca),
que
descanse
en
paz
en
definitiva.
A
continuación,
no
es
el
que
el
poeta
esté
en
contra
de
la
voluntad
del
torero,
la
de
ser
tapado,
sino
que
desea
que
el
difunto
acepte
la
muerte
y
se
identifique
con
ella.
Después
exhorta
al
torero,
le
pide
que
no
luche
más
con
la
muerte
(“caliente
bramido”).
Le
impreca
Lorca
con
tres
imperativos:
“duerme,
reposa
y
vuela”.
Al
final,
Lorca
postula
que
incluso
lo
más
grande,
el
“mar”
también
está
sujeto
a
la
inexorabilidad
de
la
muerte.
En
este
parte
de
la
elegía,
el
poeta
pone
fin
a
la
vida
terrena
del
torero,
ya
solo
queda
la
vida
de
resurrección
de
la
fama,
la
del
recuerdo.
4.
ALMA
AUSENTE.
Al
título
de
la
tercera
parte
contrapone
Lorca
el
de
esta
parte
final.
El
enfoque
va
a
ser
más
espiritual.
Lo
que
hace
el
poeta
es
recalcar
la
ausencia
en
Tierra
del
héroe.
Parece
que
se
va
a
imponer
el
olvido.
El
primer
verso
sirve
de
estribillo
en
cuatro
de
las
estrofas
de
esta
parte.
Lorca
sigue
dirigiéndose
al
fallecido.
Nadie
lo
conoce
ya
ni
lo
recuerda
y
lo
expresa
con
una
enumeración:
toro,
higuera,
caballo,
hormiga,
niño
y
tarde.
Ni
personas
ni
animales,
ni
plantas
lo
recuerdan
ya.
Desde
la
gloria
del
toro,
hasta
el
niño
que
al
principio
de
la
elegía
trajo
la
sábana
blanca
lo
ha
olvidado,
quizá
esa
misma
tarde,
porque
“has
muerte
para
siempre”.
39
El
“otoño”
se
hace
presente,
pues
el
torero
murió
en
verano
y
Lorca
escribió
este
poema
en
esa
estación
posterior.
En
estos
versos
las
“caracolas”
de
los
pastores
convocan
a
su
rebaño
y
la
“uva
de
niebla”
es
la
lluvia,
los
“montes
agrupados”
son
las
estaciones,
el
paso
del
tiempo,
la
naturaleza
como
vemos
sigue
su
ritmo
a
pesar
de
que
el
torero
haya
muerto.
Nadie
tiene
ya
la
voluntad
de
mantenerlo
vivo
en
su
recuerdo.
Insiste
el
poema
en
el
destino
común
de
la
muerte:
el
olvido,
y
equipara
al
ser
humano
con
un
despojo
de
animales
(“un
montón
de
perros
apagados”).
Retoma
en
el
verso
17
la
anáfora
“no
te
conoce…”.
El
torero
es
uno
más,
la
muerte
es
inexorable,
el
olvido
se
impone,
mientras
no
haya
una
intervención
del
poeta
para
evitarlo.
Este
es
el
verso
central
de
toda
la
elegía,
en
el
que
Lorca
declara
la
justificación
para
escribirla.
El
poeta
se
sobrepone
y
canta
para
el
futuro
la
fama
y
el
mito
del
torero-‐amigo-‐héroe.
El
poeta
irrumpe
con
el
yo-‐creador
que
da
la
vida:
se
rebela
contra
el
olvido.
Y
se
dirige
al
tú:
no
al
lector,
sino
al
propio
torero.
Su
labor
es
trascendental:
“yo
canto
para
luego…”.
Para
Lorca
su
amigo
era
un
hombre
sabio
(“conocimiento”),
pero
también
un
hombre
de
acción
lleno
de
“gracia”.
En
los
dos
últimos
versos,
el
autor
finaliza
con
su
“yo”,
pero
ya
no
se
dirige
ni
al
lector
ni
al
homenajeado,
queda
el
yo
con
la
intimidad
lírica
de
su
tributo
al
torero:
“yo
canto…
y
recuerdo”.
Quizá
el
último
verso
de
esta
obra
sea
anticlimático,
presenta
una
delicadeza
última
después
de
tantísimo
dolor
expresado,
queda
la
“brisa
triste”
por
la
muerte
y
que
acaricia
los
olivos.
Prevalece
así
la
nostalgia
y
la
aceptación
de
la
muerte
física
del
torero.
SONETOS
DEL
AMOR
OSCURO
(Escritos
en
1935,
pero
publicados
definitivamente
en
1984)
El
último
libro
póstumo
de
Lorca
solo
llevaba
el
título
genérico
de
“Sonetos”.
Será
Vicente
Aleixandre
quien
decida
el
título
del
poemario
tal
y
como
hoy
lo
conocemos.
Se
trata
de
once
sonetos
escritos
en
Valencia
en
1935
durante
una
estancia
de
La
Barraca
en
la
ciudad.
Se
mantuvieron
ocultos
durante
décadas
hasta
que
finalmente
fueron
publicados
en
1984
por
el
diario
ABC.
El
tema
central
de
los
sonetos
es
el
amor.
En
concreto,
la
pasión
por
la
pareja
sentimental
del
poeta,
el
joven
Rafael
Rodríguez
Rapún.
Lorca
siempre
había
defendido
en
su
producción
literaria
el
derecho
a
la
diferencia,
pero
hasta
este
momento
nunca
había
empelado
el
masculino
para
referirse
al
destinatario
de
sus
versos
de
amor.
En
estos
poemas
experimenta
nuevamente
con
la
tradición,
retoma
el
soneto
petrarquista,
el
gongorino,
pero
con
una
violencia
nueva,
de
extremas
paradojas,
que
en
ocasiones
hacen
guiños
a
la
figura
de
San
Juan
de
la
Cruz
y
recuerdan
a
“Noche
oscura
del
alma”.
SONETO
DE
LA
DULCE
QUEJA.
Lorca
estrena
Yerma
en
la
ciudad
de
Valencia
en
el
año
1935,
estando
allí,
el
hecho
de
no
presentarse
su
“amante”
en
la
ciudad
pudo
asustarlo,
pues
debió
pensar
en
40
un
posible
abandono
de
Rodríguez
Rapún,
muy
dado
por
otra
parte
a
las
actividades
heterosexuales.
La
“dulce
queja”
del
título
es
un
oxímoron
que
parece
provenir
de
la
“dulce
llaga”
de
la
poesía
mística
o
del
“dulce
lamentar
de
los
pastores”
de
Garcilaso.
Desde
la
perspectiva
romántica,
queja
viene
a
sumar
el
significado
de
amor,
goce
y
sufrimiento.
El
sufrimiento
derivará,
en
este
poema,
del
miedo
a
perder
la
compañía
de
la
persona
que
tanto
deleite
le
proporciona.
Después
de
recordar
a
la
persona
amada
y
lo
mucho
que
para
el
sujeto
lírico
representa,
se
concluye
con
una
petición:
que
se
mantenga
el
lazo
entre
ambos.
En
el
segundo
verso
con
“ojos
de
estatua”
se
refiere
a
serenos
e
imperturbables,
con
“acento”
se
refiere
a
su
voz.
En
el
verso
cuarto
el
“aliento”,
o
el
beso,
huele
bien,
como
una
solitaria
rosa,
sabe
bien
y
enamora.
En
el
segundo
cuarteto
se
queja
el
poeta
de
la
más
que
posible
soledad:
otro
tipo
de
pena,
como
la
pena
negra,
pero
sufrida
en
su
propia
intimidad.
La
pena
es
“gusano
(verso
6)
insaciable
que
puede
dejar
el
“tronco
sin
ramas”
(verso
8,
y
llevarlo
a
la
agonía
y
a
la
muerte.
En
el
primer
terceto
aparece
la
relación
oculta
(“tesoro
oculto”),
prohibida
socialmente.
La
“cruz”
representa
dolor
(y
salvación).
Hay
un
contraste
paradójico
entre
las
palabras
“tesoro”
y
“cruz”.
A
continuación,
la
imagen
de
“perro
de
tu
señorío”
resulta
degradante
y
servil,
el
poeta
prefiere
ser
antes
un
subordinado
de
su
amado
que
perderlo,
prefiere
ser
el
amante
en
la
sombra.
En
el
último
terceto,
el
amor
es
un
“río”
que
deja
fluir
el
agua,
la
vida;
las
“hojas”
son
poemas,
recuerdos
de
una
madurez
“otoño”
ya
fuera
de
la
realidad
y
arrebatada
(“enajenado”)
solo
viva
por
el
deseo
de
amar.
EL
POETA
PIDE
A
SU
AMOR
QUE
LE
ESCRIBA.
Se
abre
el
soneto
con
dos
apóstrofes
dirigidos
a
la
persona
amada
del
sujeto
lírico.
El
verso
se
divide
en
dos
hemistiquios:
se
equipara
“amor
de
mis
entrañas
y
viva
muerte
(oxímoron);
el
amor
íntimo
se
asocia
con
la
muerte.
El
sujeto
lírico
ha
perdido
la
esperanza
de
recibir
noticias
(cartas)
del
amado:
“en
vano
espero”.
La
“palabra
escrita”
es
una
manifestación
de
amor
externa,
pero
no
parece
que
vaya
a
hacerse
realidad.
Aparece
el
tópico
de
la
“flor
que
se
marchita”
indicando
el
paso
del
tiempo,
la
fugacidad
de
la
vida
y
la
belleza
efímera.
A
continuación,
la
paradoja
mística
“vivo
sin
mí”
nos
recuerda
a
los
místicos
renacentistas.
En
este
primer
cuarteto,
el
malestar
y
la
agonía
por
un
amor
en
soledad,
con
la
persona
amada
distante
o
ausente,
provocan
la
contradicción
de
querer
perder
a
esa
persona
por
la
que
suspira
(“pienso…
que…
quiero
perderle”
(versos
3-‐4)).
El
poeta
sufre
por
el
amor
que
siente
al
no
tener
respuesta,
conociendo
el
contexto,
sabemos
que
es
el
amor
a
otro
varón.
Anhela
recibir
una
carta,
unas
palabras
que
no
llegan
(verso
2).
Siente
que
muere,
que
desvanece
su
ánimo
ante
la
espera,
ante
el
tiempo
que
pasa
(verso
3).
Se
inicia
el
segundo
cuarteto
con
un
verso
partido
en
dos
hemistiquios
y
destacando
dos
elementos
de
la
naturaleza:
“aire
inmortal”
y
“piedra
inerte”.
En
el
siguiente
verso,
de
nuevo
binario,
aparece
la
idea
de
que
la
naturaleza
que
rodea
al
amante
solitario
es
inmortal
e
insensible.
Los
versos
7
y
8
se
presentan
con
un
claro
hipérbaton:
“la
miel
helada
que
la
luna
vierte
no
necesita
corazón
interior”:
la
luna
exhala
rayos
a
modo
de
ambrosías
(“miel”),
pero
esa
miel,
sabrosa
normalmente
como
el
amor,
cae
“helada”.
El
ambiente
es
adverso
para
el
poeta,
pues
al
ardor
de
su
amor
se
opone
la
frialdad
de
esa
miel.
41
El
primer
terceto
del
soneto
se
abre
con
una
conjunción
adversativa
(“pero”)
y
aparece
el
“yo”
explícito
con
un
verbo
en
pretérito
perfecto
simple,
cuando
en
los
cuartetos
se
había
empleado
el
presente.
La
escena
sexual
parece
evidente:
“rasgué
mis
venas”
(verso
9)
…
“sobre
tu
cintura”
(verso
10).
El
amor
sexual
provoca
heridas
y
entra
en
liza
de
dolores
y
agresiones
(“mordiscos”)
y
de
momentos
placenteros
y
hermosos
(“azucenas”).
El
amor
oscuro
que
experimenta
y
recuerda
el
poeta
es
doliente:
tiene
sabores
y
sinsabores.
Hay
un
contraste
entre
el
“tigre”
y
su
agresividad
y
la
delicadeza
de
la
“paloma”.
El
último
terceto
comienza
con
un
imperativo:
“llena…
de
palabras”,
el
amor
se
ha
convertido
en
“locura”
para
él.
La
escritura
quita
penas,
alivia
la
locura
del
amor.
El
cierre
se
inspira
en
la
“Noche
oscura
del
alma”
de
san
Juan
de
la
Cruz.
El
poeta
opta
finalmente
por
preferir
saberse
rechazado
para
así
poder
sufrir
su
amor,
y
continuar
su
moribunda
vida
antes
que
seguir
con
el
silencio
y
la
constante
duda.
EL
POETA
DICE
LA
VERDAD.
El
poeta
quiere
superar
el
dolor
(del
amor)
con
la
ayuda
del
sentimiento
amoroso,
del
amor
activo.
En
los
cuartetos
expresa
el
dolor
sentido.
Los
clásicos
le
han
enseñado
al
poeta
que
es
conveniente
disfrutar
la
vida
antes
de
que
llegue
el
invierno,
aprovechar
el
cuerpo,
los
días,
la
juventud.
Y
el
amante
sabe
“que
lo
que
no
me
des
y
no
te
pida,
será
para
la
muerte
(versos
12
y
13).
En
este
primer
cuarteto
parece
que
el
poeta
se
encuentra
lejos
de
la
persona
amada:
pues
el
amado
disfruta
plácidamente
de
un
“anochecer
de
ruiseñores”
(verso
3)
frente
al
sentimiento
de
agonía
y
soledad
del
autor.
La
puntuación
de
los
versos
1
y
3
nos
indican
que
el
cuarteto
ha
de
interpretarse
así:
“Quiero
llorar
mi
pena…
con
un
puñal,
con
besos
y
contigo”.
El
verso
4,
trimembre,
es
sumamente
expresivo
y
recoge
una
escena
o
recuerdo
erótico.
El
puñal
aquí
parecer
ser
símbolo
fálico.
El
segundo
cuarteto
es
extremadamente
doliente.
Se
inicia
con
la
anáfora
que
lo
une
al
primer
cuarteto:
“Quiero”,
con
el
significado
de
desear
algo:
“llorar”
(verso
2),
“matar”
(verso
5),
“convertir
mi
llanto”
(verso
7).
El
poeta
desea
olvidar
el
dolor
de
amor
y
transformarlo
en
amor.
El
poeta
quiere
convertir
sus
fluidos
(lágrimas
y
sudor)
en
elementos
sólidos
como
el
“duro
trigo”
del
verso
8.
Parece
que
el
amor
se
ha
acabado
y
el
poeta
se
ha
quedado
destrozado.
El
primer
terceto
es
un
deseo
de
amor
futuro,
con
la
“madeja”
alude
al
hilo
de
la
vida
(y
del
amor).
A
pesar
de
todo
lo
pasado,
del
amor
dejado
entre
los
dos
amantes,
el
poeta
pide
al
amado
que
vuelva
con
él
y
que
olvide
la
desunión
para
volver
a
estar
juntos
y
ofrecerse
en
el
amor
vivo
y
dinámico
entre
ambos.
Con
el
“te
quiero
me
quieres”
se
nos
ofrece
una
sensación
dinámica
de
ida
y
vuelta,
o
de
cicularidad
feliz.
Sin
embargo,
el
tono
pesimista
(“decrépito
y
vieja”)
todo
lo
anega,
a
pesar
del
deseo
de
que
su
amor,
una
vez
rehecho,
no
acabe
nunca
(“siempre
ardida”
su
llama).
Por
último,
en
el
segundo
terceto,
el
poeta
da
un
aviso
para
gozar
más
y
mejor
del
amor
(versos
12
y
13).
Todo
lo
que
no
se
da
o
no
se
pida
se
desperdiciará:
quedará
en
nada,
irá
al
a
muerte.
Lo
que
no
sea
amor
activo,
es
nada,
es
muerte.
La
palabra
“sombra”
del
verso
final
recuerda
a
Góngora
(“en
tierra,
en
humo,
en
polvo,
en
sombra,
en
nada”).
La
muerte
no
deja
ni
sombra
de
la
dicha
o
del
placer
(“carne
estremecida”).
42