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REPARACIÓN Y VOTOS

POLARIDADES

1. Soledad-compañía (NORKA YRIGOYEN)


2. Autonomía-dependencia (INÉS GRESLEBIN)
3. Riqueza-pobreza (TERESA JUANGO)
4. Renuncia- libertad (MARGARET DURON)
5. Crecer-mermar/ganar-perder (CLEMENCIA CARRIZOSA)
6. Despojo-plenitud (MARÍA VAZ PINTO)
7. Interioridad-significatividad (INÉS RUIZ)

-1-
Trabajo para responder al punto 4 de la Recomendación 1, en el
que se pide un documento que fundamente y enriquezca nuestra
manera de vivir la Consagración y Votos, iluminado por los aportes de
las Ciencias humanas y de la Teología.

-2-
PRESENTACIÓN

Este documento trata de dar respuesta a la Recomendación 1


que la CG XVIII hizo a la Superiora General.

A través de un largo proceso de reflexión (2008-2011) –en el


que el Instituto fue invitado a participar con la aportación de datos de
experiencia–, se ha tratado de adquirir el material que hiciese posible
la elaboración de una respuesta adecuada a lo que en dicha
recomendación se pedía.

El trabajo de reflexión se desarrolló en 4 fases consecutivas,


que trataban de ir conduciendo las respuestas de las Hermanas desde
la problemática más general del tema Consagración y Votos1 hacia lo
más especifico y carismático2 en la forma de vivirlos, buscando
explicitar de una manera orgánica y articulada de qué manera, en
concreto, el carisma de la reparación alcanza y penetra nuestro modo
de vivir los votos como Esclavas del Sagrado Corazón, otorgándonos
con ello una peculiaridad carismática.

Las aportaciones se realizaron, bien desde las diversas


comunidades, bien desde grupos constituidos por afinidad. Pero
también se ha contado con colaboraciones individuales: unas a través
de la elaboración de “los folletos” – en los que se trataba de rastrear
cómo esta vivencia de Consagración y Votos se veía afectada por la
diversidad de las misiones desarrolladas por las Esclavas en el
mundo-; otras mediante las narraciones concretas y personales
aportadas como “ejemplos de vida”.

En general se valoró positivamente la posibilidad de poder


compartir sobre nuestra vivencia de la consagración y votos, y la
experiencia ha generado agradecimiento. También fue rica la

1
Compartir experiencias, hacernos preguntas, compartir lo aportado en los
artículos leídos (fases I y 2a).
2
Folletos, dimensiones de la reparación, ejemplos concretos,
Constituciones, documentos de la CG, textos de santa Rafaela: Fases 2b, y 3.
-3-
discusión sobre los artículos recomendados, así como la lectura y
comentario de los folletos realizados por las hermanas sobre
Consagración y Misión.

A pesar de ello, quizás por la dificultad para conectar y


entender de fondo las últimas propuestas, o bien por lo
aparentemente repetitivo de lo interrogado, el cansancio comenzó a
hacer su aparición en las últimas fases.

Y aun cuando el propio proceso ha sido tremendamente


enriquecedor, los resultados finales de lo recogido no arrojan datos
explícitos y concretos suficientes para fundamentar la elaboración de
un texto que recoja “nuestro modo peculiar de vivir los votos desde el
carisma”.

Ahora bien, al mismo tiempo que reconocemos la


imposibilidad –al menos de momento– de elaborar el deseado
documento, se ha abierto ante nosotras una “preciosa” oportunidad:
la de revitalizar nuestro modo de vivir los votos, poniéndolos más
consciente y explícitamente en contacto con los rasgos esenciales del
carisma. Interrogándolo desde ellos, e interrogándolos a ellos desde
el carisma. Es casi imposible no esperar de este diálogo (carisma-
votos) una fuerte iluminación y un rebrote de nuevo ardor en nuestra
praxis.

Por estas razones el Documento de respuesta a la


Recomendación 1 de la CG XVIII no es en su contenido exactamente
como lo habíamos concebido en un principio. Está compuesto de dos
partes muy diversas. Un primer documento: «POLARIDADES», trata de
aportar la ayuda que se pedía en orden a la vivencia de los votos,
recogiendo algunos elementos que resonaron con fuerza durante el
proceso de reflexión, pero desde una perspectiva más general y
común a toda Vida Religiosa. La segunda parte más que un
documento nos brinda unas “FICHAS PARA LA REFLEXIÓN”, donde se
ofrecen en breves pinceladas algunas sugerencias, indicios,
interrogantes... que puedan animar la búsqueda de los caminos en
los que las distintas “dimensiones de la reparación” pueden mostrarse
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como “vías vitalizadoras y renovadoras” de nuestra vivencia de los
votos, ya no sólo como religiosas, sino específicamente como
“Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús”.

PARTE 1ª: Polaridades

Este documento trata de responder –como hemos dicho– a la


parte más general de la petición de la Recomendación 1. Su objetivo
principal es aportar -contando con las aportaciones de las ciencias
humanas– unas pistas que puedan ayudar al discernimiento cotidiano
en la vivencia de los votos.

Por esta razón, el tema central son las polaridades entendidas


como parejas de términos en tensión, con las que tratamos de dar
nombre a algunas “paradojas” que acompañan nuestra existencia
humana como realidades antropológicas que nos constituyen, que
están presentes en cada vida y que, sin embargo, aparentemente son
contradictorias o al menos presentan vivencias opuestas. Estas
polaridades nos hablan de realidades que somos invitadas a vivir en
“una cierta tensión dialéctica”, tratando de integrarlas y evitando
caer en una comprensión dualista de las mismas. (ejemplo: soledad-
compañía).

Esta cuestión, las polaridades, había aparecido en la 1ª fase


del proceso como un tema importante en nuestras reflexiones, y por
esta relevancia fue elegido como “clave” para la elaboración del
documento. También las polaridades elegidas, han sido las que más
se destacaron en dicha fase: soledad-compañía; autonomía-
dependencia; riqueza-pobreza; despojo-plenitud; crecer-mermar
(ganar-perder); renuncia-libertad; interioridad-significatividad.

Además, estas polaridades se hacen especialmente


presentes y son determinantes en orden a una vivencia gozosa, sana
y profundamente humana de los votos. Integrarlas de un modo
discernido es, sin duda, un reto para nosotras. Desde ellas somos
invitadas cada día y en cada una de nuestras pequeñas o grandes
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elecciones y decisiones, a discernir entre “posiciones extremas”
(ejemplo: aislamiento radical – búsqueda ansiosa de compañía) el
“lugar” donde deberíamos situarnos para vivirlas integradamente.

Por lo tanto, esta parte está pensada principalmente como


una especie de “guía” que ayude al discernimiento, tratando de evitar
recetas, o una comprensión estática y fija sobre qué extremo de la
polaridad es mejor o peor. Y tratando también de no caer en la
tentación de pensar que una vez discernido el resultado sirve para
siempre. En cada momento de nuestra vida, en cada ciclo vital, en
cada situación específica... somos invitadas a discernir. No es posible
dar respuestas cerradas cuando se trata de discernimiento. Lo
fundamental es la búsqueda, el contraste con la “situación” y la
apertura al Espíritu. Lo que denominamos “situación” abarca aquí, en
primer lugar, los datos particulares que nos definen a cada una, lo
que podríamos llamar: “la interior situación personal”. Con esta
expresión nos referimos al momento concreto en el que está cada
persona respecto a su proceso de maduración humana (edad, fase
vital, salud, etc.), a su situación psicológica, a su recorrido espiritual,
a su formación religiosa, a las llamadas específicas que Dios le está
haciendo en ese momento, al momento de pertenencia al Instituto.

En segundo lugar, habrá que tener en cuenta “el contexto”, el


social, cultural, e incluso geográfico donde se desarrolla en ese
momento nuestra vida, así como la cuestión de “la misión” concreta
que nos ha sido confiada por el Instituto, las gentes con las que
trabajamos y a las que se dirige nuestra misión, y el medio
comunitario en el que esa misión es desarrollada. De ahí la
importancia del conocimiento personal y del contexto en que cada
una vive y trabaja.

Este documento quiere brindar también herramientas que


ayuden a crecer en este conocimiento, y a habituarnos a introducirlo
en nuestras búsquedas y discernimientos.

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PARTE 2ª: Las fichas

En la segunda parte ofrecemos unas fichas de reflexión. El


objetivo de éstas es aportar algunas sugerencias, ideas, indicios,
intuiciones, interrogantes que nos puedan ayudar a despertar
preguntas, y a renovar nuestras vivencias. Se trataría de hacer un
doble viaje: ir iluminando desde las distintas dimensiones de nuestro
carisma la realidad y la praxis de los votos, pero también, y desde los
votos, acudir al carisma con nuestras dificultades e interrogantes
tratando de que ambas realidades se iluminen mutuamente y se
fecunden, posibilitándonos vivir nuestra consagración con una
identidad más clara y desde el nuevo ardor que sin duda lo
carismático va a proporcionarnos.

Cada Ficha tiene como centro una de las DIMENSIONES que


hemos utilizado en la Fase 2b del proceso y que proceden de la
Reflexión sobre la Reparación que hicimos el año 2004, en su 1ª fase.
Estas dimensiones se revelaron muy fecundas en las respuestas a la
Fase 2b que recibimos de las Hermanas. Por esta razón, y puesto que
hasta el momento no hemos podido responder con exactitud a la
pregunta que nos hacía la Recomendación sobre cómo afecta la
reparación a nuestra manera de vivir los votos, pensamos que tal vez
“el de las dimensiones” podría ser un camino fructífero para orientar
nuestra búsqueda.

La estructura general se repite en cada ficha. En primer lugar


hay una pequeña introducción que trata de situarnos en la dimensión
de la reparación sobre la que vamos a reflexionar. Y después se
intenta poner en diálogo esa dimensión con cada uno de los votos.

La finalidad de la ficha es fundamentalmente “provocar”.


Que nos lleve a preguntarnos en qué cosas estamos de acuerdo y en
cuales no..., si ahí queda reflejada nuestra experiencia..., si echamos
de menos algún aspecto que nos parecería importante... Quiere ser
un punto de partida que nos ayude a entrar en el diálogo: dimensión
de la reparación – voto, y a introducir este diálogo dentro de nuestra

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vida cotidiana, sobre todo, en los momentos en los que la vivencia de
los votos se hace más consciente, o más difícil, o más gozosa...

Somos invitadas a dejar entrar en nuestra oración, en nuestra


reflexión, en nuestras conversaciones y en nuestra misión estas
dimensiones de la reparación, y a ponerlas en diálogo con nuestra
praxis de los votos, a permitir que el Espíritu –desde el carisma de
Santa Rafaela María– vaya llenando de color, de matices, de nuevo
ardor... de “sabor a reparación”... nuestra castidad, pobreza y
obediencia.

-8-
Polaridad 1
SOLEDAD - COMPAÑÍA

1. La Polaridad soledad – compañía desde una


perspectiva antropológica-psicológica
Somos seres cuya vocación más honda es el amor. Para
responder a ella, hemos de desarrollar la capacidad de relacionarnos,
de buscar compañía para satisfacer nuestra necesidad de intimidad,
es decir de un encuentro en confianza y familiaridad, que nos
contenga y dé seguridad. Otra capacidad, que es opuesta, pero no
contradictoria, es la de estar solos, aunque no de manera
permanente.
La plenitud humana, en esta dimensión, implica ser capaz de
moverse fluidamente en ese continuum de soledad - compañía de
acuerdo a las opciones que se hayan tomado y que configuran
nuestra identidad y misión y según los desafíos que la vida nos
presenta en cada etapa del ciclo vital.
A continuación enfocaremos cada uno de los polos de esta
paradoja con la que se depara todo ser humano.

1.1 Soledad: “temible soledad” o “amiga soledad”


Qué experiencias están detrás de este término que puede ser
calificado como “temible” pero también como amigable, como
“bálsamo del alma” (Joan Chittister:2006:70) o “lugar del encuentro”
(Edwards:1995:52)? Esas distintas experiencias estarían planteando
un distinto lugar y valor de la soledad.

Existe una llamada soledad esencial, propia del individuo


(indiviso hacia dentro y diviso hacia fuera). En ese sentido, Erich
Fromm postuló la teoría de la separatidad, como la condición de la
existencia estar separado, aislado, sin posibilidad de desarrollar sus
capacidades humanas. El ser humano siente la necesidad de superar
y abandonar la presión de esta soledad, para lo cual necesita
aprender a amar.
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La soledad en cuanto experiencia de no estar o no vivir
acompañado/a, está estrechamente ligada a nuestro sentimiento de
vulnerabilidad y nuestro miedo a la muerte, más cuando ésta es
prolongada o impuesta, proveniente de una separación, una pérdida,
abandono, incomprensión, un castigo, etc.
Lo cierto es que la soledad, como aislamiento y ausencia real
o percibida de relaciones sociales satisfactorias (sea de una relación
íntima o de pertenencia a un grupo), asociada a desadaptación y
trastornos psicológicos como la depresión y ansiedad está en
aumento, precisamente hoy en que las tecnologías y medios de la
comunicación parecieran hacer más fáciles las relaciones entre los
seres humanos. Esta es una soledad que linda con lo patológico.

La soledad como experiencia positiva o sana puede y de


hecho se da cuando es un repliegue protector que permite sanarnos;
cuando es espacio que apacigua el cuerpo y el alma; cuando es una
soledad aceptada o asumida o inclusive elegida que se torna retiro:
lugar donde encontramos el misterio de nosotros mismos y el
misterio que está más allá de nosotros. En todos estos casos es una
necesidad humana y temporal y no suele ser un fin en sí misma.

La soledad en cuanto capacidad, es algo a cultivar. Es un


componente de la llamada inteligencia intrapersonal (Gardner:1995),
útil para conocerse, comprenderse y trabajarse uno mismo y, de la
inteligencia espiritual (Zohar y Marshal: 2001;Torralba: 2010). De
hecho, en todas las culturas y tradiciones espirituales, se ha buscado
la soledad junto con el silencio, la interioridad y la contemplación, la
oración, para saborear la consciencia de sí mismo, de los demás, del
mundo, del sentido de la vida, de Dios… de su presencia abarcante,
íntima y trascendente. Por eso, el cultivo de la soledad va dotando a
la persona de una riqueza que se ofrece a los otros a través de la
relación. Esta soledad es signo y fruto de madurez. Por el contrario,
cuando no se la ha cultivado se huye de ella, se mantiene una fuerte
tendencia gregaria y se prefiere cualquier compañía o se manipula la
relación para satisfacer la propia necesidad por la incapacidad de
estar solos.

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1.2 Compañía: “cargamos un corazón hambriento de
vínculos, deseoso de compañía”
No es preciso demostrarlo. No estamos hechos para la
soledad permanente, necesitamos relación, amor, intimidad… . La
intimidad es confianza, familiaridad y seguridad, aquello que
proporciona el encuentro con el otro/los otros. Vivir en intimidad con
otro/otros, es una necesidad básica como lo es comer o respirar. En la
medida que la satisfacemos nuestra vida cobra color, satisfacción y
plenitud.
¿Cómo se explica esta necesidad?
Algunos creen descubrir una explicación en el hecho de que al
nacer nos separamos de la intimidad gratificante que nos
proporcionaba el seno materno y que en adelante buscamos sanar
esa herida volviendo a vivir experiencias de vínculo profundo, íntimo,
seguro y cordial. Nuestra alma queda con nostalgia de unión, de
intimidad.
Desde la Revelación, afirmamos que hemos sido creados a
imagen de Dios (Gn 1, 27). Dios que no es solitario, es Trinidad, es
AMOR (1Jn 4, 8), el absoluto de la relación: comunión-comunidad de
personas diferentes que se dan y reciben incesantemente. De ahí
que reproducimos su imagen sólo en la medida que logramos vivir en
comunión, en la familia, en la pareja, en la comunidad, en la
sociedad.
Ahora bien, ¿Cómo satisfacemos estos anhelos del corazón?
En los lazos del hogar, el cariño compartido con los padres,
hermanos, hermanas y otros familiares, constituye la primera
experiencia de intimidad para la mayoría de nosotras y nos
acompaña durante toda la vida.
Con el paso del tiempo, la vida nos regala los amigos y
amigas, que se constituyen en confidentes, compañeros y
compañeras de ruta, cómplices de sueños y esperanzas. Con las
amigas y/o amigos compartimos una sensibilidad común, una
complementación de carácter y el mismo talante espiritual. Las
amigas y los amigos son un inmenso regalo que nutre nuestra
intimidad.

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Pero llega un momento en la vida en que anhelamos
establecer una intimidad completa y totalizadora. La mayoría
buscará respuesta en amor de pareja, que constituye una forma
especial de intimidad, tan honda, que hace a dos personas un solo
cuerpo con el otro en la unión del encuentro amoroso. Algunos y
algunas, sin embargo, estamos llamadas a vivirla en una vida célibe,
en comunidad. ¿Cómo integramos, en este caso, la polaridad soledad
- compañía? ¿Cómo esa vivencia en concreto es alcanzada por el
carisma reparador?

2. La polaridad soledad-compañía en el ámbito


de la consagración religiosa

Más que un texto bíblico único que ilumine la vivencia de esta


paradoja en nuestra condición de mujeres consagradas, quiero traer
la fundamentación cristológica de los votos, puesto que el referente
de sentido es Jesucristo. No es una disciplina que asumimos al
profesar la castidad, pobreza y obediencia. Se trata de un modo de
mística. “Los votos son un modo de vivir y compartir la misión de
Jesús de Nazaret”. Lo que Jesús dijo e hizo es referente para
configurar la vida de seguimiento (Catalá: 2004:154,138).
El Jesús terreno, fue un hombre “sin esposa ni hijos” (Pagola:
2008: 21-22), cosa que ya en su tiempo tuvo que desconcertar a sus
familiares y vecinos, puesto que “el pueblo judío tenía una visión
positiva y gozosa del sexo y del matrimonio” (Gn 2,18).
La renuncia de Jesús al amor sexual no estuvo motivada por un
ideal ascético, parecido al de los monjes de Qumrán, que buscaban
una pureza ritual extrema, o al de los terapeutas de Alejandría, que
practicaban el dominio de las pasiones. Jesús tampoco asumió el
estilo de vida de un asceta, pues come y bebe con pecadores y trata
con prostitutas, despreocupado de la pureza ritual; ni se observa en
Él ningún rechazo a la mujer, por el contrario, tiene discípulas (Lc 8,1)
y amigas (Jn 11,5) y, seguramente, corresponde con ternura al cariño
especial de María de Magdala. No hay datos para sospechar que
Jesús escuchara una llamada de Dios a vivir la soledad desgarrada de
Jeremías; tampoco la vida célibe de Jesús se parece a la del Bautista,
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que se convirtió en un hombre del desierto para llamar al pueblo a la
penitencia. El proyecto de Jesús le llevó a recorrer Galilea anunciando
no el juicio airado de Dios sino la cercanía de un Dios perdonador y
con un estilo de vida festivo, sin importarle las críticas. Entonces,
¿por qué no tuvo junto a sí una esposa?
Si Jesús no convive con una mujer no es porque desprecie el sexo
o minusvalore la familia, es porque se consagró totalmente a algo
que se fue apoderando de su corazón cada vez con más fuerza: el
Reino de Dios. A él se entregó por entero, sin tiempo para crear una
nueva familia pero desviviéndose por dar vida a los enfermos, los
pobres, los pecadores, las prostitutas y por formar una comunidad de
discípulos (Mc 3,13) y amigos (Jn 15,15), con los que compartió su
misión.
Esta condición célibe de Jesús descubre con fuerza
impresionante su pasión por el Reino y su disponibilidad total para
luchar por los más débiles y humillados. Jesús conoció la ternura,
experimentó el cariño y la amistad, amó a los niños y defendió a las
mujeres. Sin embargo renunció a lo que podía impedir a su amor la
universalidad y entrega incondicional a los privados de amor y
dignidad.

Por otro lado, los evangelios muestran que esta pasión por el
Reino supuso en su vida una alternancia de espacios de relación
intensa en la entrega a la misión y otros de soledad propicia para la
oración (Mc 1,35; 14, 12; Lc 9, 28; 11, 1 etc.) y la intimidad con su
Padre la cual le otorgaba consciencia de ser Hijo (Mc 1, 11), de estar
en comunión (Jn 17,21b) y de ser El enviado que busca hacer sólo su
voluntad (Jn 5, 30). Así mismo fue esta pasión la que le acarreó la
soledad de la incomprensión, el abandono de los suyos y la
experiencia de soledad absoluta, en su muerte en cruz en la que, sin
embargo, Dios no dejó de ser su interlocutor: “Padre, por qué me has
abandonado?” (Mc 15, 34).

Pues bien, el hecho de fundamentar la vida religiosa en el amor


del seguimiento, como respuesta al Amor personal, gratuito,
reparador, incondicional, misericordioso y fiel de Dios (Cf. Is 43, 1-5)
y, cuyo signo existencial y determinante es el celibato (dada la
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centralidad que en todo proyecto tiene lo afectivo), no significa que
la dimensión psico afectiva no siga planteando sus necesidades. La
castidad no dejará de ser una herida en nuestra “tendencia a una
exclusividad en el amor y ternura” (Catalá: 2004:166). Cada persona
vive una historia singular –en la que se conjuga la libertad y el don-
que va conduciendo a reorientar sus afectos y polarizar todo el ser en
Dios. Se trata del proceso de asumir la soledad y cultivar la intimidad
con Aquél que nos llamó hasta vivir la certeza de “CONTIGO”, “EN
TI” y “POR TI” (Cf. C.2).

Los votos, para una Esclava no apuntan a otra cosa sino a la


COMUNIÓN con Cristo en su vida y misión (C.6), a “estar
radicalmente unidas a ÉL” (C.1, C. 9), a “estar con Él y seguirle de
cerca” (C.18, C.19, Mc 3, 13). La vida de oración es, precisamente, el
ámbito para progresar en la Amistad, familiaridad e intimidad con
Cristo (C.48, C.49) y alimentar la Alianza.

La vivencia de los de EE, particularmente, la segunda semana,


nos va llevando a conseguir la vivencia cierta del “contigo” - que
responde a nuestra sed de compañía, de intimidad y amor personal –
y, como frutos de la tercera y cuarta semanas, la “comunión” o
identificación con Jesucristo en su misterio pascual- como a Santa
Rafaela María (C.41, C. 42). La contemplación para alcanzar amor nos
va haciendo capaces de vivir en una presencia que nos habita y
trasciende, que nos permite hallar a Dios en todas las cosas y
abrirnos a una comunión con todas las criaturas, con la creación
entera.

En la Eucaristía entramos en comunión con Cristo (C.44) que


deseó ardientemente quedarse con nosotros (Lc 22,15). En la
adoración estamos en su compañía, en su presencia anonadada,
como discípulas y como intercesoras (C.45). Esa presencia nos
capacita para descubrirle presente en los hermanos, en los
acontecimientos y en todas las cosas y responder a sus llamados.
Aprendemos a “hacernos pan que se entrega y vino que se ofrece por
la salvación del mundo” (C.18) viviendo sus actitudes (C.10).

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De esa manera, des-centradas de nosotras, pero centradas en un
amor integrador de toda nuestra persona, Jesucristo, desvividas “por
los que sufren pobreza, opresión y desamor” (C.6), en una comunidad
de comunión y perdón, daremos paso a la vivencia de otro modo
afectivo de estar en la vida y de vivir una soledad habitada, una
soledad acompañada (Melendo: 1995).

3. La polaridad soledad-compañía y estaciones


del ciclo vital
En el discernimiento que debemos hacer es preciso tener en
cuenta la interior situación personal que estará marcada por cada
etapa del ciclo vital y el desafío que plantea y que debe ser resuelto
para ir avanzando hacia la madurez e integración según la propia
identidad.

Antes de los 20 años, en la etapa adolescente, la pregunta más


importante a resolver es la pregunta por la identidad: ¿Quién soy yo?.
No nos detendremos en ella puesto que el ingreso a la vida religiosa
se da después, lo que no significa que no hayan quedado tareas
pendientes y, muchas veces heridas a sanar. Además esa identidad
deberá reformularse en clave vocacional.

En la edad adulta temprana (20-40), la pregunta central es ¿Yo,


con quién estaré? Implica la posibilidad de desarrollar la capacidad
para una auténtica intimidad. En la sociedad actual esta pregunta y
su respuesta queda normalmente postergada por la urgencia de
responder a otra: ¿Qué es lo que haré? En todo caso se busca
equilibrar la necesidad de intimidad y cercanía con esta exigencia
más real de tiempo y energías. En la vida religiosa esta etapa
coincide generalmente con la formación inicial y el inicio de la vida
apostólica. Es el tiempo de abrazar a Jesucristo y su causa como
aquello por lo que queremos vivir. Esta es la estación apasionada, de
intenso compromiso con la vida, el tiempo de la “actividad”, cuando
canalizamos nuestra fuerza física, nuestra creatividad psíquica y
nuestra energía sexual hacia el proyecto que hemos asumido. (Cf.
Fender y Heagle:1999:84)

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En la edad adulta media (40-60) suele darse un cambio de
enfoque de la energía psíquica, causada generalmente por alguna
crisis (emocional, espiritual o vocacional- existencial), aunque puede
ser un proceso tranquilo el que conduzca a una dimensión más
profunda del ser. Podemos decir que la mitad de la vida está
ordenada a la relación con el mundo exterior, se preocupa por
reafirmar la identidad de nuestro yo, de nuestros roles sociales, y de
nuestro lugar en el cuerpo del que formamos parte. La segunda
mitad de la vida se orienta más hacia la interioridad, generatividad e
intimidad. “En la tarde de la vida se nos desafía a redescubrir que
somos seres humanos antes que acciones humanas”. (Fender y
Heagle:1999:86). Es el momento de volver a las grandes preguntas:
¿Esto es lo que yo quiero ser y hacer por el resto de mi vida? ¿Por
quién vivo? ¿Qué opciones he tomado? ¿Cuál es la calidad de mis
relaciones? ¿Qué clase de habilidades necesito para crecer en
intimidad? ¿Qué formas de orar me pueden ayudar más?

Esta estación puede ser una oportunidad para reconciliarse,


para renacer para escuchar los reclamos de intimidad con un nivel
más hondo de atención y dar pasos en profundidad en nuestra vida
espiritual, vida de intimidad con Dios, como en nuestras relaciones
interpersonales y pastorales. Podemos darnos cuenta que somos
personas que dan vida - generatividad- por ser quienes somos y por
la autenticidad con que vivimos nuestra vida, porque hemos
aprendido cómo dar y recibir amor.

Finalmente, la edad adulta avanzada (60 en adelante),


representa un viaje hacia la fragilidad y soledad más profunda. Sin
embargo, el envejecer puede ser oportunidad para sondear hasta lo
más hondo las profundidades del amor y la intimidad… Es aún un
tiempo para relacionarse y en el que se necesita la presencia física de
otras personas en nuestra vida: un abrazo afectuoso de una amiga,
alguien que nos cuide, el toque reconfortante de un familiar o una
hermana que se sienta al lado… Es tiempo de ceder y perder, pero
también tiempo que nos abre al misterio de estar en comunión, pues
el amor es más fuerte que la muerte.

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4. La polaridad soledad compañía y la Misión
La misión para una Esclava es “colaboración” con la misión
reparadora de Jesucristo, es participar en su obra de reconciliación
(C.2), experimentándose una misma reparada, sanada, salvada y
coronada con amor y ternura (Sl 103). Más aún, la misión es ámbito
de comunión con Jesús, es ir con Él y como Él, ser su compañera. Esa
es la huella que deja la experiencia de los EE.EE ignacianos. Ser
signos de su misericordia y de su ternura, ser pan que se entrega y
vino que se ofrece por la vida de los que necesitan reparar esa vida,
defenderla, desarrollarla, darle sentido.

La preparación para la misión exige soledad. A veces la


formación inicial y los estudios se prolongan hasta que uno tiene más
de 30 años y cerca de los 40, cuando normalmente una mujer está
criando hijos junto a un hombre. Puede ser una época de desierto, de
cuestionamiento del sentido de la vida religiosa como camino de
fecundidad y felicidad. Pero puede verse como tiempo de
profundizar en las raíces…

La etapa de votos se abre con el primer envío apostólico, el


primer amor que nunca se olvida. Puede ser tiempo en que rebrota,
en las relaciones con los destinatarios y agentes que se comparte,
toda la capacidad de amor y ternura; de amistad que a veces se
muestra ingenua o imprudente… pueden llevar a alguna experiencia
de enamoramiento que obligue a profundizar en el conocimiento
propio, en las propias motivaciones, en la propia vulnerabilidad y
finalmente, a afianzar la propia vocación a condición de ser honesta
con una misma y transparente con un acompañante.

En esta primera etapa de misión (aunque no sólo en ella) se


puede sentir la tensión de la difícil integración de la oración y la
entrega a la misión apostólica; del volcarse a relaciones de fuera y
cultivar amistades dentro; de ahondar en la vida espiritual y darse a la
lucha por la justicia en el amor; de mantener relaciones libres con la
familia y cultivar amistades gratuitas con los pobres.

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Es importante descubrir vivencialmente que la misión se realiza
desde una comunidad fraterna y por otro lado, que ella misma es
misión, que hemos de construirla sin idealizaciones. La Esclava no es
una francotiradora, es miembro de un cuerpo al que debe sentir
pertenencia. Eso nos debe librar de la soledad y aislamiento, estamos
llamadas a ser comunidad fraterna, “amigas en el Señor”, signo de
comunión, al servicio de la comunión allí donde nos encontremos.
Ello es don y tarea de nuestra vocación eucarística y reparadora.

Entre los 40 y 50 y, a veces antes, se toma la posta. Se asumen


envíos y responsabilidades frente a la comunidad o las obras. Es
ocasión para sentir la soledad, sobre todo en las decisiones, a veces
también por la poca sintonía en la comunidad o las dificultades
intrínsecas a ciertas tareas o contextos… es tiempo de ahondar en la
confianza de ser colaboradores de un TÚ al que debemos escuchar y
seguir… vivir la circularidad de la Presencia en la acción y las
relaciones, porque se recupera el sentido de esa Presencia en la
oración – contemplación- adoración.

En algún momento habrá que asumir ser referencia para las


generaciones que siguen, ser acompañantes. También en los
sucesivos envíos se experimentará el dolor de romper lazos y del
desarraigo, el comenzar de “cero”, mas a la postre eso afianzará la
certeza del que siempre queda como “compañero de vida y de
camino” y de que con Él se podrá recomenzar siempre con nueva
ilusión y mayor libertad.

También habrá ocasión en que justo en la obra a la que uno se ha


entregado se desmorone o se encuentre contradicción y sea cuna de
una experiencia de soledad. La fe en ese momento dará la íntima
certeza del “contigo” y de estar siguiendo a Aquel con quien uno pide
identificarse en los Ejercicios. Recordemos la experiencia de Rafaela
María. Los fracasos, despojos, pueden ser medios para una comunión
más honda con el Amado. Reordenamiento del amor y unión mística
pueden suceder a las experiencias de soledad, de fracaso, de pérdida,
de despojo… Si se está en una dinámica de seguimiento se

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encontrará la plenitud, sino la crisis puede desembocar en
replanteamientos del camino y salidas.

Llega un momento en que hay que dejar “el hacer”, la actividad


apostólica, pero seguir entregando a la misión el “ser” y “padecer”.
Esa menor actividad puede propiciar una mayor disponibilidad para
el cultivo de la intimidad en la oración y Adoración. Es tiempo para
dar y recibir amor con mayor libertad a las hermanas de comunidad y
a todas las gentes… eso dependerá de cuán lleno se sienta el
corazón, de lo contrario la sensación de soledad se acrecentará y se
mostrará cierta acritud y amargura, en lugar de alegría, gratitud y
deseo de encuentro definitivo con el Tú de la vida al que cada día se
le puede decir confiadamente, como lo hace una Esclava de mi
comunidad: “gracias, perdón, te estoy esperando”.

Norka Yrigoyen Fajardo aci

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

CATALÁ, TONI (2004) Vida religiosa “a la apostólica”. Santander: Sal Terrae.


CHITTISTER, JOAN (2006) Ser mujer en la Iglesia. Santander: Sal Terrae.
DIAZ , ANA MARÍA Y OTROS. Una fuerza incontenible, ISPAJ. Santiago s/f.
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GARRIDO, JAVIER (1987) Grandeza y miseria del celibato cristiano. Sal Terrae:
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INTECO, http://www.inteco.cl/temas/t0104a2.html. Consulta: 5/set/2011.
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Santander: Sal Terrae.
PAGOLA, JOSÉ ANTONIO (2008) Jesús, aproximación histórica. (Versión digital).
ZOHAR, DANAH Y MARSHAL, IAN (2001) Inteligencia espiritual. Barcelona: Plaza
&Janés Editores, S.A.

- 19 -
- 20 -
Polaridad 2
AUTONOMÍA - DEPENDENCIA
La Autonomía y la Dependencia son dos fuerzas vivas y
naturales que juegan en nuestro interior un papel importante como
potencias de desarrollo de nuestra persona y de nuestro equilibrio de
vida. Este modesto aporte pretende motivar una reflexión que lleve a
la integración de estas realidades – contempladas como polaridades -
cuyo fruto es la libertad interior. Además tratará de mostrar la
influencia que puede ejercer en nuestra consagración, pues la tensión
dialéctica autonomía / dependencia juega un importante papel en
nuestro modo de establecer vínculos personales (voto de castidad);
en la relación con las cosas creadas (voto de pobreza) y en la
capacidad de entrega (voto de obediencia).
La aceptación de esta tensión dialéctica conduce a la
armonía. Sería un error tomar una posición extrema en cualquiera de
estas polaridades, tanto absolutizando la autonomía como
rechazando toda dependencia. ¿No estará nuestra salud en vivir una
autonomía dependiente o una dependencia autónoma? Autonomía y
dependencia están presentes en cada circunstancia. El desafío está
en descubrir cómo dar espacio a su coexistencia.
Desde la madurez juvenil de quienes se incorporan al
Instituto como Esclavas, hasta el paso último de entrega al Padre,
estamos en constante desarrollo. Por esto es imposible fijar un punto
exacto de equilibrio, común para todas, en la vivencia de esta
polaridad. Cada una deberá encontrar la mejor fórmula para integrar
ambos polos y ésta variará también según las situaciones. De ahí que
la consideración del momento concreto en el proceso de
individuación de la persona, así como el nivel específico en el que se
encuentre en el proceso de asunción de la misión, provoque
necesariamente cambios en dicha fórmula.

1. Delimitación de la polaridad
“Autonomía” es un concepto de la filosofía y de la psicología
evolutiva. Significa capacidad de otorgarse la ley a uno mismo.

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Etimológicamente procede de "autós" -uno mismo- y "nomos", ley,
por tanto el término nos habla de ser “uno mismo” su ley.
En el discurso ético, el término aparece con Kant, pero la
noción y la problemática que se quieren significar con él ya está
presente en el mundo bíblico (cf. Gn 2). El hombre reclama el
establecer según su ciencia qué está bien y qué está mal y por tanto
come del árbol reservado en medio del jardín (Gn 2, 15-3, 22). Quiere
ser el origen de la norma por la que debe regir sus actos: en una
palabra, quiere ser absolutamente autónomo, no depender de Otro,
no tener una alteridad que le confronte. Desde este texto es posible
concluir que el equilibrio no se halla empecinándose en el polo de la
autonomía.
Juan Pablo II en Veritatis Splendor 41 ilumina el sentido de la
autonomía desde un encuentro y compenetración entre la ley de
Dios y la libertad del hombre. La armonía se encuentra en una
teonomía participada, que implica efectivamente que la razón y la
voluntad humana participan de la sabiduría y de la providencia de
Dios. Al prohibir al hombre que coma «del árbol de la ciencia del bien
y del mal», Dios afirma que el hombre no tiene exclusivamente en sí
este «conocimiento», sino que participa de él mediante la luz de la
razón natural (gracia de creación) y de la revelación divina. O sea que
se trata de una autonomía participada en el Otro.
Desde la psicología evolutiva, la autonomía personal se
define de manera complementaria a la de vida independiente. Es la
condición necesaria de quien para ciertas cosas no depende de nadie.
Pero la búsqueda de la autonomía no es sólo cuestión de la condición
humana sino un fenómeno vinculado con la madurez de cada
persona. Llegar a ser “uno mismo” supone haber transitado por un
camino de autonomía psicomotriz, afectiva y espiritual. Jung
describe el proceso de individuación en dos fases. La primera o de
expansión, hasta los 40 años, más o menos. El niño quiere crecer “y
hacer las cosas por sí sólo”, aunque la comida caiga de su cuchara. Ya
deja ver su genio y personalidad. El joven se pregunta quién es,
cuanto vale. Su yo consciente lucha por adaptarse a la realidad y
despliega sus posibilidades. La segunda o de introversión, a partir de

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los 40 donde el yo debe adentrarse más allá de su autoconciencia a
buscar “el sí mismo”, es decir el verdadero yo o yo profundo. La
primera fase lleva el movimiento del crecimiento cual flecha que se
dispara; la segunda el de transformación cual pozo en el que ahonda
y en el que descubre la importancia de su vinculación con el Otro y
con los otros. La primera fase es plataforma previa para la segunda.
Por eso la verdadera madurez no se logra encerrándose en el polo de
la autonomía –pero tampoco deshaciéndose de ella– sino integrando
la dependencia. Podríamos hablar de una autonomía dependiente.
El término “dependencia” proviene del lat. dependēre, colgar de
arriba, pender. Hace referencia a una subordinación a un poder
mayor, a una relación de origen o conexión. Las personas
dependientes se caracterizan por la no adquisición o pérdida del
conjunto de destrezas que se requieren para llevar una vida
independiente. Por tanto necesita de la intervención de terceros.
Pero la dependencia es un fenómeno normal presente en las diversas
etapas de la vida. El ser humano nace desvalido y por tanto
dependiente de otros. Somos seres vinculares pero separados. El
terreno de la confianza básica se labra en referencia al modo de
resolución del estado de dependencia extrema o fusión con la madre
en el que nacemos. La intervención de un tercero, habitualmente el
padre u otros, cumple con la ley de separación indispensable para
evitar la dependencia como enfermedad. Paradójicamente en la
última etapa de la vida, ya sea por ancianidad o por enfermedad, se
suele volver a este estado. A la vez, necesitamos vivir una sana
dependencia para alcanzar la integración y unificación como
personas. Después de haber luchado por su autonomía, el que llega a
la segunda fase del proceso de individuación de Jung, reconoce que
lo determinante no es disponer de sí y vuelve “a su origen de
dependencia”. Subordina su autorrealización al abandono a otros y al
Otro. Descubre que la realización en el amor pasa por la donación
gratuita y generosa a los demás. Necesita del otro para brindarse y
ser feliz. La no realización de este proceso de maduración conduce a
situaciones de dependencia insana, tales como el apego neurótico a
una persona, lugar, etc., ó bien la necesidad compulsiva de los
medios de comunicación o de alguna sustancia, etc.

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2. Iluminación de nuestra vida
A través de la liberación del paralítico de Betsata y del proceso de
Pedro reflejaré la riqueza de la polaridad en sí, y las ventajas y
desventajas de cada polo, dando algunas pistas en orden a nuestra
vida consagrada.
2.1 Dejar de depender: “¿Quieres?” confiar en la propia
capacidad de autonomía.
En el caso de personas con personalidad dependiente,
Cencini entiende el concepto dependencia como

“una situación intrapsíquica, típica de quien siente necesidad de


un objeto determinado, sabiendo que no lo posee
intrínsecamente, ni puede conseguirlo por sus propios medios…
Es dependiente quien no tiene la seguridad de haber sido
amado y cree que solo desde fuera se podrá saciar su sed. Por
tanto comenzará a depender de otras personas y de su afecto…
Es ilusorio pensar que una herida interna puede curarse desde
fuera, y por muchas gratificaciones que se puedan conseguir de
los demás, siempre quedará dentro la sensación de pobreza
interior y de una frustración siempre emergente tras la
impresión de un placer excesivamente fugaz.” (Cencini: 1998:
583).

En la historia del paralítico de la fuente de Betsata, éste se


lamenta de no tener a nadie que le sumerja cuando el agua empieza
a agitarse (cf. Jn 5,7). Tiene una actitud sumamente dependiente de
los otros y del agua. No escapa del círculo vicioso que le mantiene en
la frustración: autocompasión o lamento, compasión de otros o
dependencia, fijación en su incapacidad. Jesús le propone otro tipo
de salvación que la que él esperaba. Con la pregunta “¿Quieres?” (Jn
5,6) le hace tocar la búsqueda de su autonomía postrada para
abandonar una dependencia negativa que le lleva a responsabilizar a
otros de su mal. Esta pregunta: “¿Quieres?”, le hace confiar por
primera vez en su propia autonomía. Posteriormente, Jesús le abre
horizontes, le hace levantar su mirada mostrándole los pórticos de la

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fuente por dónde otros entran y salen con libertad. Le invita a
animarse a ensayar lo que nunca se atrevió, a levantarse y tomar la
vida en sus manos, a caminar sobre sus pies, es decir sobre la base de
su confianza reparada.
2.2 La conquista de la autonomía. La libertad de las
convicciones interiores
Cencini y Manenti consideran como un primer índice de
madurez que la persona sepa llegar a ser autónoma-independiente, es
decir “a vivir en fuerza de convicciones interiores que actúan desde
dentro, más que en dependencia de soportes precarios que la
condicionan desde el exterior; y precisamente gracias a esta solidez
interior, ser capaz de interactuar constructivamente con el otro.”
(Cencini-Manenti: 1985: Introducción).

En la figura de Pedro podemos contemplar a la persona que


sigue un camino de transformación desde un actuar rutinario
condicionado por el exterior hasta llegar a moverse por convicciones
profundas. Esto nos permitirá contemplar la dinámica autonomía-
dependencia en los tres niveles que resultan de tres modos de asumir
la propia misión en la vida. El primer nivel lo reconocemos en los
parámetros de la cultura: se podría afirmar que Pedro antes de
encontrarse con Jesús era una persona autónoma / independiente pues
había formado una familia, tenía red social y poseía un trabajo. Pero
la amistad y vida compartida con Jesús en los evangelios movieron
las bases sobre las que había apoyado su historia y Pedro pasa a un
segundo nivel: cava cimiento en el discipulado y pone su fundamento
en Jesús. En el tercer nivel, renovada y transformada la relación con
Jesús por la experiencia del encuentro con el Resucitado, se deja guiar
por el Espíritu y consagra toda su vida a ser “como Jesús, para su
Iglesia”, llegando a ser él mismo la piedra sobre la que el Señor
fundaría la Iglesia (cf. Mt 16, 18).

En el inicio de esta relación, Pedro procede por complacencia


al Maestro “Hemos trabajado la noche entera pero si tú lo dices...” (Lc
5,5). Al ver la pesca milagrosa, su conducta inmediata de echarse a
los pies y decir “Aléjate de mí que soy un pecador” (Lc 5,8) pone al
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descubierto su poca convicción al haber tirado las redes, su falta de
consentimiento real. Más contundente que la pesca abundante, es el
cambio en el corazón de Pedro. Aquí aparece la novedad: del actuar
condicionado por no contradecir a un maestro, “abandona todo por
seguirlo”, pues intuye que su vida y su destino están en relación al
Maestro. Comienza su identificación con Jesús. Durante la vida
pública de Jesús, Pedro pasa por una etapa de ambivalencia. Tiene
una relación especial con Él, es el único que reconoce con fuerza que
es el Mesías (Lc 9,20). El Espíritu le da esta ciencia o convicción pero
en situaciones comprometidas puede negarla o ignorarla. “Estoy
dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte”… “Hoy habrás negado
tres veces que me conoces” (Lc 22,33) ¿Dice por dependencia
complaciente lo que al Maestro le gustaría escuchar? ¿Niega por
dependencia a su imagen para que no lo identifiquen como de los
suyos? Esta convicción está condicionada. Notamos un nuevo cambio
cuando Pedro deja que su vida se transforme por lo que descubre en
el Mesías. “Señor ¿a quién iremos? Tú tienes palabra de Vida eterna”
(Jn 6,68). Son las palabras de Pedro después de la multiplicación de
los panes y del discurso posterior de Jesús. Ahora esta convicción
comienza a echar raíces bajo tierra. Algunos se retiraron y ya no iban
con él. En Jn 6,68 Pedro resume toda su experiencia de encuentro y
desencuentro con Jesús, pero también toda la experiencia de una
relación cada vez más decisiva en su vida y en su afecto. Un
compromiso duro y difícil de llevar a la práctica, pero en el que Pedro
confirma su verdad. En los hechos de los Apóstoles, confirmado en el
amor por el Resucitado, Pedro se presenta con la solidez de una
piedra sobre la que el Señor construye la Iglesia. Vive sostenido por la
fuerza de unas convicciones que actúan desde dentro y en base a las
cuales, bajo la acción del Espíritu, pudo discernir el primer tiempo de
la Iglesia y ayudar a organizarla. Ha internalizado a Jesús de tal modo
que le es fiel sin tener su figura al lado. Nos sorprende obrando no
por sí mismo, sino en nombre de su Maestro, guiado por su Espíritu, y
como Él: “No tengo ni plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el
nombre de Jesús de Nazaret, levántate y camina” (Hch 3,4-16). Hay un
paralelo notable entre los textos de Talita Kum (Mc 5,40-42) y Tabitá
(Hch 9,40-41); entre la curación del paralítico de Betsata (Jn 5,1-18) y
el de la Puerta Hermosa del Templo (Hch 3,1-10). Es libre y firme:
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“Juzguen si está bien a los ojos del Señor que les obedezca a ustedes
antes que a Dios” (Hch 4, 19).

2.3 Más allá de la conquista de la autonomía: el


discernimiento en el amor.
Llama la atención el siguiente diálogo entre Pedro y Jesús:
“Te seguiré”– “Tú no puedes seguirme ahora, pero más adelante me
seguirás” (Jn 13,36) Acaso ¿no comenzó a seguirlo desde Lc 5 y ahora
en Jn 13 no puede? ¿Qué diferencia hay entre el seguimiento que
intenta en este momento Pedro, y el que sucederá “más adelante”
referido por Jesús? ¿Cómo pasar del autocontrol al abandono en el
Espíritu? ¿Cómo lograr consistencia? El secreto lo encontramos en el
diálogo entre Jesús y Pedro en el Tiberíades. Dicho diálogo guarda
varias claves. En primer lugar la de centrarse en el amor a Jesús. “¿Me
amas?” (Jn 21,15) Jesús no le pregunta a Pedro por su capacidad,
disposición o valor sino sólo por su amor. Solo cuando ubica el amor a
Jesús como centralidad en su vida, recibe la misión de apacentar las
ovejas. Pedro recibe la invitación de dejar su solitariedad para ser en
el amor de Jesús. “Ya no vivo yo sino que Cristo vive en mi” (Gal 2,20).
Minutos después parece sufrir la tentación de condicionar su camino
según la suerte de Juan. Jesús le dice “¿Qué te importa?” (Jn 21,22) y
aprovecha para darle otras claves para crecer en la libertad y en el
amor. Le envía a apacentar las ovejas con un amor autónomo o
desinteresado, sin esperar nada de aquellos a quienes se entrega, solo
por amor a Jesús. Le enseña a prevenir dependencias actuando con un
amor desapropiado, que deje en libertad a aquellos que han sido
centro de su donación, porque no le pertenece la vida de los otros y
debe aceptar su independencia. Caminando en este sentido de
desapropiación es que puede crecer en la entrega de su libertad en un
proyecto común, el proyecto del Reino, y puede ir subordinando su
autorealización a la de la misión. Así, el “más adelante” llegó y se
evidenció en Pedro en su entrega por la Iglesia tal como lo narran los
Hechos de los Apóstoles.

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2.4 Aprender a depender- La felicidad de vivir para un
Cuerpo.
Nos adentramos ahora en la segunda fase de la vida, donde
autonomía y dependencia pueden tomar un color especial en el
desenvolví-miento de la misión de quienes la atraviesan. Digo
“pueden” porque ni haberse dispuesto a seguir a Jesús, ni haber
alcanzado una cierta edad, son en sí garantía de este estado. Sino
¿por qué algunos resuelven la crisis de realismo de la mitad de la vida
trascendiéndose y otros se frustran? ¿Por qué algunos ancianos son
agradecidos y otros amargados?

En el caso de Pedro, el Espíritu lo consolida y pule como


“piedra de la Iglesia”, de modo que alcanza el tercer nivel de misión.
De la amistad e internalización de Jesús da un salto a vivir por su
Cuerpo, con su Cuerpo y en su Cuerpo. La gracia trabaja en él
conduciéndole hacia una donación total. Va dejando de pertenecerse
para darse y encontrando su felicidad en la vida de la Iglesia. Aprende
a hacerse disponible, a depender o a estar pendiente del proyecto de
Otro y con otros (por Cristo y por su Cuerpo), actúa su autonomía en
dependencia. Su felicidad está más allá de su ser individual, está en
ser con otros y en el Otro. Es piedra dónde otros se apoyan y que en
su conjunto realizan el sueño de Dios. Y para realizar este proyecto
Pedro tiene un entrenamiento forzoso dado por la convivencia en la
diversidad. Se realiza en la entrega diaria al Cuerpo de la Iglesia como
único proyecto. Su identidad se confirma tanto más autónoma y
peculiar cuanto más se percibe siendo él mismo dentro de ese
Cuerpo, en el que ha encontrado su verdadera identidad y
autonomía. Hay una conversión del modo de entender la vinculación,
fruto del Espíritu, que posibilita y potencia el discernimiento en la
primera comunidad. Descubre que la realización en el amor pasa por
la donación gratuita y generosa a los demás, por no disponer
egocéntricamente de su vida, por habitar su soledad con el mundo de
los otros, por amar sin pretender o manejar la libertad del otro, por la
riqueza de construir juntos una historia, por la nobleza de consentir.

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¿Cómo lograr nosotras esta unidad de vida que ayude a
construir la Iglesia? La santa nos enseña que en el abandono confiado
a Dios es posible vivir una sana dependencia: “entero abandono en las
manos de Dios con confianza filial en Él” (EE 1893). No una
dependencia que ata, sino una autonomía dependiente que en
cristiano se identifica como participación. Cada Esclava es elegida y
pertenece al Señor. Y desde esta realidad Santa Rafaela María se nos
presenta como modelo al desear “la entrega toda a su Santísima
voluntad sin ponerle ni el más pequeño estorbo” (EE 1893). Pero esta
entrega no la expropia de su propia voluntad sino es integrada en la
de Cristo participando en ella. Como Jesús, ella está de tal modo
fascinada por la voluntad del Padre, que su propia voluntad se
impregna y se enamora de su proyecto de manera que no hay dos
voluntades, y menos enfrentadas. Nosotras también caminamos
hacia una autonomía participada, es decir a que nuestra libertad
personal y la de Cristo se abracen en un solo y único interés, y que ese
sea el nuestro. Lo más gozoso que podemos experimentar en la vida
es descubrir que lo que queremos más profundamente, más de
fondo, más autónomamente, coincide con lo que Él quiere, que
nuestras voluntades se funden... y en ese sentido es posible hablar de
una “voluntad participada”. Es en esta fusión de voluntades dónde el
Espíritu convoca la novedad y aporte único de cada Esclava en su
obra de reparación de la historia. Descubriéndola y viviéndola, cada
Esclava encuentra su felicidad.

2.5 La autonomía y la dependencia siendo parte de un


Cuerpo
“Por ellos me consagro, para que también ellos sean
consagrados en la verdad…” (Jn 17,17-19). Al despedirse Jesús deja a
la Iglesia como continuadora de su misión de “iluminar la realización
del misterio escondido desde el principio en Dios Creador de todo” (Ef 3,
2-12). En ella la vida consagrada a través del voto de obediencia,
como cuerpo en misión, discierne la voluntad de Dios. Obediencia
proviene del latín “ob” a otro y “audire” escuchar. El religioso
libremente se hace dependiente de la escucha de la voluntad de Dios.
Es decir que a través de este voto elige una dependencia como gesto
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autónomo. Aceptamos depender del bien del Cuerpo, del
discernimiento conjunto de la voluntad de Dios pero seguimos
conservando la libertad para buscar la verdad a ejemplo de Jesús que
se consagró a ella y porque así lo quiso para nosotros. La obediencia
ha de abrir un margen a la iniciativa. La verdad es la fuente de la
autonomía dependiente.

¿Dónde encontramos el equilibrio en esta polaridad? En su


coexistencia. La obediencia lúcida es propia de quien se sabe
autónomo y maduro, y asume la dependencia del envío y de una
misión conjunta con otros. No se contrapone a la obediencia ciega o
abnegada, sino a la acrítica. Conoce las cualidades del otro, cuenta
con las alternativas, las propone o acepta buscando la verdad. Es
creativa porque no se ata a la letra de lo mandado sino al espíritu de la
misión recibida. Se acomoda, es flexible, arriesga, busca, no teme
equivocarse y al final acierta porque es lo que Dios quiere: su entrega
generosa y creativa.

En la obediencia apostólica plena la persona vive el fin del


Reino de tal manera que las resonancias personales y demás
circunstancias apenas le afectan. Así se evidencia su apasionada
dependencia al Evangelio y su vigorosa autonomía. Se desempeña
con libertad porque sabe que no busca nada para sí, que no le
mueven sus propios intereses. Incluye la abnegación en la entrega de
la voluntad, aguanta las contradicciones con soltura porque se fija
más en el fin de la misión que en los esfuerzos por alcanzarla. No se
enreda en las limitaciones de la mediación sino que aprovecha sus
posibilidades. Al contrario, cuando se vive solo desde uno de los
polos, la obediencia se ve ensombrecida. La persona con un fuerte
sentido de autonomía puede reaccionar con rebeldía o encubrirla con
independencia. El dependiente suele complacer al otro en función de
una buena relación o del premio a recibir, y no internaliza los valores
o el espíritu de la misión.

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3. Conclusión

Este desarrollo surgió a partir de la inquietud de iluminar la


polaridad autonomía /dependencia en la vivencia de nuestros votos.
Es muy importante descubrir en plenitud la riqueza de nuestra
autonomía participada. Es el principio y fundamento de nuestra
consagración ya que “en Él vivimos, nos movemos y existimos”.
Estamos llamadas a crecer en nuestra unión especial con el Señor
desde el hondo significado de haber sido elegidas por Él y desde el
gozo de pertenecerle.
Cada Esclava tiene una misión única en la historia de la
salvación que el Señor hace desde nuestro Instituto. Fuimos
convocadas en un mismo Cuerpo en Misión. El Señor desea y nos da
la libertad de ser “nosotras mismas” con Él y dentro de este Cuerpo,
porque solo siendo “nosotras mismas” somos fieles al sueño que Él
tiene sobre nosotras en la obra de la reparación. Internalizar nuestra
dependencia al Cuerpo haciendo propios sus gozos, desafíos y
proyectos, es parte de nuestro camino de felicidad.

Inés Greslebin, aci

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

DE AGUIRRE, XAVIER (2008) Soldar la propia historia. Buenos Aires: Ed.


Claretiana.
CENCINI, AMADEO; MANENTI, ALEJANDRO (1985) Psicología y formación.
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JUAN PABLO II: Veritatis Splendor, Roma, 1993.
SANTA RAFAELA MARÍA (1986) Palabras a Dios y a los hombres (INMACULADA
YAÑEZ), Madrid: BAC.

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- 32 -
POLARIDAD 3

POBREZA – RIQUEZA

Tocar de cerca la pobreza real que viven muchos de nuestros


hermanos y hermanas provoca una cierta resistencia a hablar o
escribir sobre el tema. Pero superada esta primera reacción y
abordando el tema desde la polaridad pobreza-riqueza, se percibe
un horizonte más amplio y positivo, un balance más alentador
conectado a las palabras de Jesús para la humanidad: “Felices los
pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino” (Mt 5,3).

A lo largo de los años vamos dando forma a los votos en un


mundo en constante mutación, ante las nuevas circunstancias que se
nos presentan y con una vida que va formulando su sentido en medio
de desafíos, pérdidas y ganancias, luces y obscuridades, diferentes
sensibilidades y necesidades, comprensión e interpretaciones
confrontadas. Se trata, en definitiva, de vivir en tensión dialéctica,
aceptando la realidad en nuestra vida, con caídas que exigen –una y
otra vez– ponerse de nuevo en pie, y en una búsqueda continua de
orientación y luz para vivir la llamada a ser don para la humanidad.
Así lo expresan nuestras Constituciones claramente: “Nuestra vida
está marcada por la exigencia del amor fraterno que brota de la
Eucaristía nos impulsa a ser don para la comunidad… y a través de la
comunidad con todos los hermanos” (C. 24). Para ayudarnos a vivir
de una forma discernida esta tensión dialéctica nos vamos a
aproximar a la polaridad pobreza-riqueza. Vamos a tratar de clarificar
el contenido de cada término y destacar lo que incluye de positivo y
negativo. Esta polaridad, pobreza-riqueza, contiene una
particularidad importante en el polo pobreza, en el que no sólo es
posible detectar riesgos, peligros o contravalores sino que vivido al
extremo pueden ocasionar la muerte de quien lo experimenta.

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1. ¿Qué es la pobreza?
Desde siempre y -así se verifica también en nuestro tiempo-, la
palabra pobreza ha sido un sinónimo de falta de medios, miseria. Por
ello, no tiene buena prensa, ni es fácil de aceptar, más bien es algo
contra lo que luchar para erradicarla, pues amenaza la vida, la
destruye, es causante de desorden, de enfermedad, de inseguridad,
hambre e ignorancia. Palpar de cerca sus efectos y consecuencias es
atroz. La experiencia se digiere con dificultad y en muchos
momentos de manera confusa y sin esperanza, pues en innumerables
situaciones no se percibe la solución. La pobreza genera perplejidad e
inseguridad, pero por esa misma razón es capaz de mantener la
existencia en discernimiento y prolongada búsqueda de respuestas,
estimulando la inquietud y el conflicto en nuestra conciencia,
impidiendo que nos acomodemos. Pero la pobreza provoca también
consecuencias nefastas: la vida se diluye, se desvanece, se agoniza
por falta de recursos para sobrevivir y esto va dejando fuertes
secuelas en la persona y, en extremo, conduce a la muerte. Por esta
razón, la rebeldía y la irritación emergen ante las diferencias
abismales que existen en nuestro mundo. Unos vivimos en la
abundancia, en una situación de constante circulación de bienes, de
holgura económica, en eso que denominamos “sociedad del
bienestar”; pero para muchos otros y otras la vida transcurre en la
insuficiencia y penuria, en la gran desigualdad, en la pobreza y
miseria, en la ausencia de estructuras y sin ninguna posibilidad de
acceso al progreso y al desarrollo de la vida.

2. La pobreza en diferentes contextos


Dependiendo de nuestro contexto (hemisferio/grupo
humano) nuestra pobreza religiosa suscita en quienes nos rodean
grandes interrogantes y una cierta confusión, pues convive con
gastos costosos originados bien por las necesidades apostólicas que
surgen para llevar adelante la misión (edificios, equipamiento,
movilidad, viajes, nuevas tecnologías, tarjetas de crédito, etc.), bien
para la formación de los miembros del Instituto. A primera vista todo
ello dificulta la comprensión del sentido del voto de pobreza pero
también nos ayuda a discernir la diferencia entre el voto de pobreza,
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las situaciones de miseria, y las cuestiones económicas (aunque el
voto comporte límites y privaciones en este sentido).
De ahí que cuando hablamos de pobreza sea importante clarificar el
contexto: social e intencional.

2.1 Contexto social pobre


a) Sociedad Necesitada
Una sociedad necesitada es aquella que no cuenta con un clima
económico sano, ni un régimen político estable en democracia. Sin
acceso a la educación, al servicio de agua potable, sanidad,
alimentación y por ello con una esperanza de vida muy baja. La
dependencia del exterior es habitualmente muy fuerte, la
incompetencia industrial y el escaso acceso al progreso y a las nuevas
tecnologías, la perpetúan. Ocasiona el éxodo rural para sobrevivir,
acompañado del deterioro del entorno ecológico. Cuando esta
situación se lleva al extremo ocasiona la muerte.

Los efectos de la pobreza en una sociedad necesitada se perciben en


dos ámbitos:

- el material: la pobreza amenaza la vida, la destruye, causa


hambre, enfermedad, ignorancia, desorden y genera una
situación sin futuro, ni acceso al progreso.
- el psicológico: la pobreza genera exclusión, inestabilidad,
inseguridad, dependencia, soledad, complejo de inferioridad,
confusión, resistencia, tensión, vulnerabilidad, agresividad,
violencia.
- el espiritual: la pobreza aquí es positiva, cuando orienta la
existencia hacia la lucha por el desarrollo humano pleno, a la
búsqueda de soluciones y respuestas a las necesidades, ayuda a
establecer prioridades en la vida, facilita una libre dependencia y
discernimiento, genera agradecimiento, inquietud, sensibilidad y
facilita una toma de conciencia más solidaria, con una mayor
disponibilidad para Dios y para las personas. La pobreza en este
ámbito da capacidad de padecer y perseverar en la lucha por la
justicia y la vida, ante las contradicciones que surgen. Ahora bien,
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también presenta peligros, tales como la pérdida de toda
referencia, horizonte, oportunidad; vida fragilizada y sin
posibilidad de realización como persona, resignación pesimista,
temor, sentido de abandono, -incluso por parte de Dios- falta de
entusiasmo y pérdida de las ganas de vivir.
b ) Sociedad del bienestar
Estas sociedades se caracterizan porque un grupo reducido de
personas viven en la abundancia, en una constante circulación de
bienes, holgura económica, con facilidad para gestionar todas las
necesidades de desarrollo en la vida, en un contexto donde la
mayoría no dispone de recursos.

- material: la riqueza provoca una actitud de autosuficiencia para


resolver las necesidades en un contexto social empobrecido. Vida
con profusión de alimentación, acceso a la educación, ocio,
placer. El dinero es el recurso para comprarlo “todo”, bienes,
sanidad, poder, prestigio, estima ajena. Más posibilidad de
acceso al mundo laboral con preparación adecuada.

- psicológica: la riqueza da un estatus social, autoestima, seguridad


personal y familiar, realización personal y desarrollo de las
diferentes dimensiones del individuo a nivel ideológico, cultural,
artístico, dominación.

- espiritual: la riqueza aquí tiene una dimensión positiva, cuando


posibilita la ordenación y orientación de los bienes para la
creación de futuro y horizonte para otros desde la cooperación y
la solidaridad, posibilitando a personas expuestas a la exclusión
social a crecer en inserción y a acceder a más posibilidades. Es
positiva cuando mueve al compromiso que genera corriente de
solidaridad, empleo utilizando los recursos humanos, materiales
y espirituales para favorecer la inclusión y el desarrollo de la vida.
Pero también tiene sus riesgos, de provocar una fuerte valoración
de lo material, conducir al activismo económico en detrimento
de lo humano y de las relaciones sociales, ir acompañado de un

- 36 -
marcado sentido individualista y conduciendo a pérdida de
sensibilidad por lo colectivo.
2.2 Contexto intencional
a) Pobreza involuntaria (impuesta)
Se trata de la pobreza impuesta y vivida sin opción, como
maldición, con una inquietud permanente por la falta de recursos
para hacer frente a las necesidades primarias de la vida, con
inseguridad. Pobreza hace aquí referencia a una situación involuntaria
y no deseada (Nothom:1996:52). El sentido y fundamento de esta
pobreza se convierte en grito, clamor, aviso para nuestra conciencia,
misión que orienta nuestro vivir y nuestra disponibilidad.
Concretamente, para nosotras Esclavas es una llamada urgente a
Reparar desde el Corazón de Cristo la vida de todas las personas que
encontramos en nuestro camino (C. 25)..

b) Pobreza voluntaria. Promueve la libertad y la autonomía


La pobreza voluntaria (Nothom:1996:52), elegida, que comporta
y toca de cerca la gestión de bienes materiales, el trabajo serio y
responsable, visible, pero también, y sobre todo, otras dimensiones
espirituales no siempre perceptibles explícitamente y que se
gestionan desde la relación con Dios y con las personas, desde el
entusiasmo e implicación de la vida, a través de proyectos para
construir el Reino, y una sociedad más humana y digna, en el espacio
y tiempo, en el hoy y para el mañana.
También hay peligros en este tipo de pobreza. El de creernos
mejores que los demás porque tenemos menos, o el de utilizar “la
pobreza” como arma arrojadiza contra los que no la viven. También
el riesgo de valorar la privación por la privación. Cuando su verdadero
sentido está en poner límites para que otras personas puedan vivir en
el futuro, ¡sensibilidad ecológica!

3. ¿Que es la riqueza?
La palabra riqueza nos abre un horizonte más risueño y
satisfactorio de plenitud, de fortuna. Es palabra grata, despierta
sentimientos de alegría, reconocimiento y gratitud, bienestar,

- 37 -
prosperidad. Y los votos que profesamos públicamente tienen
mucho de todo esto.
Podríamos definir la riqueza como la situación de un individuo o
grupo humano en posesión de grandes bienes o retribución,
favoreciendo la abundancia, la propiedad, prosperidad con calidad
de vida.
Positivo de la riqueza: posibilita la mejora de las condiciones de
vida, (materiales, sociales, culturales y políticas), y las favorece
creando bienestar, fecundidad, progreso en beneficio de la vida.
Peligro de prioriza el valor económico sobre el humano.
Búsqueda de interés y beneficio individualista. Ocasiona una injusta
repartición que provoca movimientos humanos masivos, éxodo rural,
dependencia.

4. Diferentes contextos de la riqueza


Nuevamente se hace necesario el clarificar desde qué
contexto estamos hablando. Si se trata de un contexto social de
riqueza, o si de una riqueza intencionalmente buscada y adquirida.
4.1. Contexto social de la riqueza
a) Sociedad del bienestar
- Riqueza material.- Se dice de una situación de desarrollo del
poder de adquisición y crecimiento cuantitativo y cualitativo, propia
de una sociedad de consumo, con acceso a la tecnología y cultura
numérica. Provoca un consumo sin freno en detrimento de una
sociedad necesitada con efectos graves sobre la vida de las
personas.
- Riqueza psicológica.- Vida estable con una rica formación de
la persona en todos los aspectos, donde se goza de posibilidad de
empleo, así como de una situación de equilibrio exterior que
favorecerá el equilibrio interior. Esperanza de vida elevada.
- Riqueza espiritual.-
En sentido positivo.- Cuando la posesión y producción de bienes
motiva el compartir y los hace fructificar en beneficio del colectivo
global desde la justicia y la paz. A menudo hemos desarrollado
ampliamente el “registro del tener” pero bien sabemos que los votos
- 38 -
deben de encuadrarse en el “registro del ser”, de despertar futuro, de
gestionar la solidaridad, de concienciar personas, transformar
corazones –aunque este ser toque sin duda también la materialidad
del tener. Este “ser” encierra la actitud y comportamiento evangélico
del que busca la identificación con Cristo pobre y humilde que nos
libera de los afanes terrenos y aporta la felicidad. La actitud del que
lucha por un mundo justo y fraterno. La riqueza esencial es Dios y su
Reino en favor de la vida comprometiéndonos a privilegiar la riqueza
humana focalizando nuestra mirada y nuestro análisis en la dignidad
de la persona, presente en nuestras decisiones, disposiciones y
proyectos pastorales en toda la Misión. Una cierta pobreza
involuntaria puede enseñar a valorar lo que se tiene, y a descubrir
que “tener” no es todo, que somos capaces de vivir y de vivir felices
en medio de “algunas necesidades”.
Contraria- Cuando genera una situación de insensibilidad social
ante la ilegalidad e injusticia, de indiferencia pasiva. Sociedad de la
imagen, elogio frenético del tener, de lo inmediato, la prisa. Poca
capacidad de frustración. El menú de la felicidad pasa por consumir,
disfrutar. Riesgo de valorar la vida humana en la medida que aporta
un enriquecimiento económico, dimensión materialista de la
persona como “capital humano”, “capital social”.

b) Sociedad necesitada (en un contexto social de riqueza)


La fisonomía aquí es muy diferente. Los recursos son insuficientes
para sobrevivir, y se acentúa la desigualdad social entre las personas,
la exclusión del sistema, y la inadaptación. La gestión de la mayor
parte de la riqueza se realiza para la satisfacción de una minoría.
- Pobreza material.- Los indicadores de la pobreza en un
contexto social desarrollado, revelan un bajo nivel de poder
adquisitivo y una injusta repartición de riquezas. A lo que se une la
imposibilidad de acceso a servicios públicos, desempleo.
- Pobreza psicológica.- La exigencia y el reclamo de esta
sociedad de bienestar al consumo puede provocar desajustes e
inadaptación en la persona por falta de integración social.
- Pobreza espiritual
Positivo.- Implicación, coherencia y perseverancia, trabajo en la lucha
por lo justo y búsqueda del bien.
- 39 -
Negativo.- Desánimo, abatimiento, hundimiento de la persona por
las dificultades encontradas, pasividad o agresividad con brotes de
violencia.

4.2 Contexto intencional

a) Riqueza involuntaria.
Riqueza legítimamente transmitida por herencia que adquiere
magnitudes de bienestar humano, social, recibida espontáneamente,
por el contexto natural, social, familiar, humano independiente del
trabajo ejercido por el grupo humano o persona. Puede tratarse de
una riqueza individual o colectiva que está a la base de la persona,
que favorece y constituye la riqueza de la tierra, la herencia personal,
familiar. Cada persona es rica desde su diferencia en relación con los
otros y otras.

b) Riqueza voluntaria.
Implicación y orientación de la persona para producir y aumentar la
riqueza en todas sus dimensiones de la vida, personal, social,
material, espiritual, ecológica con un compromiso por sostenerla y
transmitirla. Favorece las relaciones en la concordia, la amistad, la
paz, la integración, autenticidad, armonía entre los valores, criterios,
elecciones y logros.
También en sentido negativo podemos hablar de riqueza voluntaria
ilegítima marcada por la adquisición de bienes de manera
inapropiada por robo, privilegios, corrupción. Esta se convierte en
una llamada a la responsabilidad civil y de denuncia.

5. Posibles pistas para el discernimiento a la


hora de vivir la polaridad riqueza-pobreza desde la
pobreza evangélica.
Para vivir la polaridad riqueza-pobreza, es necesaria una
actitud interior del corazón, iluminar y purificar nuestros criterios,
priorizar y potenciar la vida y acompañarla allí donde está más
amenazada. Nos situamos desde el prisma de lo que ganamos, de lo
- 40 -
positivo y que podríamos calificar hoy como desarrollo sostenible o
durable. Vivida voluntariamente, lleva en sí una bienaventuranza,
sobre todo para aquellos a los que la vida los ha situado en un
contexto de pobreza involuntaria, hiriendo su dignidad. Compromete
a un tipo de gestión de los bienes no sólo materiales sino personales
(proyectos, talentos, tiempo…), desde una ética, una libertad frente a
afectos desordenados e inclinaciones, desde la indiferencia, para
elegir y fomentar respuestas solidarias por un bien mayor.

5.1 La pobreza evangélica nos posibilita y nos invita a vivir


en comunicación y dependencia con el autor de la vida, quien
tiene la clave de la gestión en justicia de los bienes, Dios
nuestro Creador y Jesucristo con su propuesta original y
provocadora, contracultural.
Es Dios quien despierta la conciencia y la responsabilidad
para tener más en cuenta, la vida de nuestros hermanos y hermanas,
no sólo de las generaciones de hoy sino también las que vivirán en el
futuro. Reconociendo por una parte la Creación como obra de Dios,
pero también nuestra responsabilidad en la gestión e utilización de
las riquezas. El mal uso de los bienes, el consumo desenfrenado de
los recursos naturales el egoísmo y la indiferencia, están poniendo
en peligro la existencia y degradando la vida de muchas personas en
el presente, pero también de las futuras generaciones.

5.2 La pobreza evangélica como posibilidad para “aportar


lo específico de nuestro carisma e identidad religiosa”
El impacto que, todo lo mencionado anteriormente, está
generando en el mundo, se convierte en una fuerte llamada a
incorporarnos con otras voces, con otras personas en la defensa de la
vida y la gestión del mundo, desde aquella perspectiva específica y
propia nuestra. Esto se concreta en la vivencia del proyecto del Reino
desde nuestro carisma y al estilo de Sta. Rafaela María reparando y
trabajando por la prevención de males mayores y por preservar el
futuro (renovar, rehacer, cuidar, reconciliar, reunir, reconstruir…).
Esta llamada toca nuestro corazón, nuestra tendencia a ambicionar,
- 41 -
a acumular, a codiciar los bienes ajenos, y los de otras generaciones
futuras.

5.3 La pobreza evangélica como posibilidad de


sensibilizarnos y sensibilizar, de adquirir un modo de ser más
solidario
La pobreza evangélica nos invita a sensibilizarnos y a sensibilizar
a los otros desde la educación y la transformación de mentalidades
para reducir el consumo, cambiar nuestro comportamiento, ser más
justas y solidarias en nuestra manera de gestionar la vida, la vida hoy
y la vida en los años venideros, ya que ambas están en peligro.

5.4 La experiencia de la pobreza evangélica como anuncio


y exigencia
Es la experiencia de ser levadura que fermenta la masa y actúa a
pequeña o gran escala, para un presente y un futuro solidario, en el
hoy y en el mañana. Una pobreza social tiene que ir iluminada de los
valores e intereses de la pobreza evangélica como humilde y confiada
dependencia de Dios para el bien de los hermanos/as. De una pobreza
comunitaria entre nosotras y con otros grupos sociales, eclesiales,
juntando riquezas personales, compartiendo talentos y
multiplicando vida porque “es posible la comunión entre todos los
hombres y mujeres” (C. 24).
El camino y modelo a seguir para nosotras es el Cristo pobre,
Cristo Eucaristía que se entregó por la vida del mundo (C.23). El
Señor no centró su discurso, en la discusión sobre el ser signo visible
o invisible de pobreza, de austeridad, etc., sino de anunciar la Vida,
generarla y reciclarla. Amó tanto a la humanidad que no hizo voto de
economía, no retuvo ni guardó nada para sí. Nos dio lo que más
quería, todo lo que tenía, su Hijo único por amor a los hombres y
mujeres de todos los tiempos. Este es el signo más legible y visible de
la riqueza de su corazón. En 2Cor 8,9 se refleja claramente el modo
de ser de Dios que se hace solidario dejando su condición gloriosa
voluntariamente. Siendo rico se hizo pobre y nos muestra el
paradigma de vida fundado en el misterio de la encarnación por amor
- 42 -
al ser humano. Invierte a fondo la riqueza de toda su existencia,
desde una pobreza voluntaria, liberadora, por la causa del ser
humano de todos los tiempos. Todo un Dios que renuncia, por amor
y por amor promover un desarrollo sostenible y durable para
siempre. Vive y asume las circunstancias exteriores e interiores, que
hacen posible y visible el nuevo arte de vivir.

5.5 La posibilidad que nos da la pobreza evangélica de


“asemejarnos a Dios” de intuir y abrazar el nuevo arte para
vivir desde lo autentico
La pobreza se vuelve comprensible si pasa por el mismo filtro y
manera de gestionar de Dios, apostando por provocar lo auténtico en
la vida desde la serenidad y el diálogo constante. La mezcla
favorable se compone de generosidad, transmisión de la esperanza,
donar la riqueza del tiempo, vivir con simplicidad, gratuidad, belleza,
bondad. El peligro es que a veces buscamos maneras externas,
recetas, discursos que presentan una vida poco motivadora o poco
atrayente, nada liberadora sino más bien, llena de recortes,
provocadora de tristeza con leyes uniformes para todas, sin tener en
cuenta las llamadas y desafíos personales, etc. Si todo ello no viene
del nuevo arte de vivir elegido voluntariamente, la polaridad puede
quedar en palabra muerta o mensaje inadaptado, en obligación que
oprime... porque no nace de una respuesta personal y libre, entrega
de lo que somos y tenemos. Estamos llamadas a reajustar renuncias
en relación con el voto de pobreza, en sí, pero estamos llamadas
sobre todo a mostrar la riqueza que concentra vivido en relación con
las personas, en las fronteras y periferias de la vida, “despertando
consciencias frente al drama de la pobreza y miseria, según las
exigencias de la justicia, del evangelio y de la Iglesia” (C. 25). Así
encarnada en las realidades, se convierte en Buena Noticia.

6. Desafíos para vivir esta polaridad riqueza-


pobreza
Los desafíos para vivir esta polaridad vienen marcados por el
horizonte que nos abre la riqueza. En sí misma la riqueza no es ni

- 43 -
mala ni buena. A menudo nos movemos en el “registro del tener” pero
bien sabemos que la polaridad riqueza-pobreza nos sitúa en el
“registro del ser”: de despertar futuro, de gestionar la solidaridad, de
concienciar a las personas, transformar los corazones,
comprometiéndonos a privilegiar la riqueza humana presente en
nuestras decisiones, disposiciones y proyectos pastorales en toda la
misión.

1.- Preguntarnos cómo vivimos en relación con los bienes: si


vivimos libres en el uso o con dependencias, condicionadas, atadas,
con una disponibilidad frenada; si gestionamos nuestra tendencia
natural a acumular, ganar, tener, ambicionar, asegurar,
disponer...para ganar en libertad; si utilizamos de manera abusiva o
egoísta bienes, medios, recursos; si la gestión se enmarca en la justa
utilización para un bien mayor.

2.- Nuestra libertad pasa por nuestra capacidad de ser libres


para elegir de quién depender. Mantenernos en contacto con el libre
por excelencia, Jesucristo. Nuestra experiencia de libertad pasa por la
experiencia de dependencia de lo que Jesús vivió, en su vida ordinaria
y pública, y de lo que Jesús dijo, sus palabras y su ejemplo. Él se
convierte para nosotras en guía y camino de liberación, el espejo del
auténtico pobre. Y nosotras seres creados en relación, vivimos
interdependientes las unas de las otras y del resto del mundo, más en
estos tiempos en que toda elección, decisión y solución tiene
repercusiones universales. Y esto toca de fondo nuestra llamada a
salir de nuestra individualidad para crecer en comunitariedad.
Dependencia de Dios y en consecuencia, dependencia de la
comunidad humana, dependencia eclesial.

3.- No nos desprendemos sólo de los bienes, no es sólo la


relación con la cantidad de bienes, o no sólo es cuestión de no tener,
sino de ser libres en lo que tenemos para estar más disponibles y
arriesgar para invertir a fondo nuestras vidas, personas y bienes, para
ese gran y mayor desafío y servicio de la riqueza de la colectividad y
sobre todo de la colectividad que más carece y sufre. Es riqueza en
nuestra vida la llamada a trabajar con los más desfavorecidos y
- 44 -
combatir, eliminar la pobreza, luchar por un desarrollo sostenible y
que favorezca la dignidad de cada persona (C. 25). Los pobres nos
hablan de Dios y en muchas ocasiones hemos palpado de manera
límpida su rostro. “… reconocemos en la persona del pobre una
presencia especial de Cristo” (cf. Repartir de Cristo, nº34).

4.- El desafío de esta polaridad pasa por el sacramento del


amor, la Eucaristía como don (C. 24). Vivir la riqueza-pobreza es Vivir
de manera Eucarística… Es compromiso por la Pascua, el paso de la
creación a la re-creación en su Hijo y Hermano Jesucristo, que es
nuestra única referencia y fundamento desde las palabras de
Miqueas que se hacen vida en Jesús: «Practica la justicia, ama con
ternura y camina humildemente de la mano de Dios» (Miqueas 6,8)..
Es Cristo quien nos motiva a arriesgar e invertir a fondo en la lucha
por la justicia amando con ternura y caminando humildemente con
nuestro Dios. En un mundo configurado en dos bloques bien
marcados, y con fuertes diferencias, donde los pobres son los más
olvidados y apenas tienen lugar en el sistema, esta realidad nos
concierne y me concierne, es decisiva y nos empuja a la conversión, a
cambiar el corazón, a salir de la paralización de considerar la realidad
imposible, a apostar por un mundo mejor y diferente, a la búsqueda y
creatividad de nuevas formas para hacer posible esta justicia, desde
nuevas redes de solidaridad, desde alternativas sociales para luchar
contra el gasto superfluo, desde el descubrimiento del potencial de la
dimensión profética y educadora, y reforzando las experiencias de
gratuidad y de compartir, así como la lucha por opciones más justas.

8. CONCLUSION

Compartir los desafíos y el compromiso, de la polaridad


RIQUEZA-POBREZA nos lleva a afirmar que Dios es la gran
RIQUEZA, EL GRAN BIEN para la humanidad y la vida, el tesoro por
el que merece la pena APOSTARLO TODO con GARANTIA DE VIDA
y que nos moviliza a disponer nuestro ser y poseer (EE 234) para
hacer posible su proyecto que va “de la CREACION al REINO”. La

- 45 -
creación fue el punto de partida y el REINO es esa magnitud A
CONSTRUIR que será el sueño de llegada, que se va realizando pero
que está siempre en construcción. Nuestra herencia, es toda una
tierra a multiplicar, fecundar, compartir. Como seres dependientes
necesitamos un indicador de ruta, un plan de discernimiento y de
concertación para vivir más atentas a las personas, abriendo, los ojos,
el corazón y las manos para ofrecer y poner al servicio de la misión la
riqueza, los dones materiales, culturales espirituales recibidos de
Dios. La pobreza, fuente de riqueza es antídoto y bálsamo para sanar
y curar la insatisfacción del individualismo, la codicia, el egoísmo que
perturban la armonía, provocan desajuste y tristeza en el ser
humano. Nos disponemos a arriesgar la vida y combatir todas las
formas de pobreza, facilitando y promoviendo respuestas más
auténticas y solidarias desde la riqueza profética de nuestra
existencia por una vida más en abundancia, en particular por los
hombres y mujeres explotados, excluidos, más pobres.

Teresa Juango, aci

BIBLIOGRAFÍA
NOTHOMB, D. (1996) Un Oui Total à Dieu. Benin : Collection Pentecôte.
Repartir de Cristo, nº 34.

- 46 -
Polaridad 4
RENUNCIA Y LIBERTAD

Introducción

“Buscad primero el Reino de Dios lo demás se os dará por


añadidura.”(Lc 12,31) “Si alguien viene a mí y me ama más que a su
madre y su padre, a su mujer y sus hijos, a sus hermanos, a sus
hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo.” (Lc
14,26) Los discípulos no pudieron entender estas duras palabras de
Jesús. Pedro dijo: “Mira, nosotros hemos dejado todo…” (Mc 10,28)
El Evangelio dice, “…y todo aquel que por mi nombre deje casas…
recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna.” (Mt 19,29).
¿Creemos realmente estas palabras de Jesús? ¿Cuál es nuestra
experiencia de ese “dejarlo todo”? ¿Tomamos a Jesucristo en serio?
Lo que parece claro es que la libertad se apoya en la renuncia, y sólo
así somos conducidas a la Verdad.

La renuncia, tal y como se presentaba en épocas pasadas, no


dice nada a la gente de nuestro mundo hoy. Posiblemente este
hecho se deba a que hemos alcanzado una mayor libertad de
pensamiento y del valor de la propia conciencia. “La idea de la
renuncia nunca ha sido particularmente atractiva para la mayoría de
las personas, aun cuando se haya visto su importancia y haya sido
admitida como un ideal que es posible perseguir. La Renuncia, sin
dejar de reconocer que pueda ser algo difícil, no parece ser una tarea
tan desagradable y desconocida, cuando es posible descubrir en ella
el único camino hacia la felicidad genuina y permanente”
(Prince:2011).
Ahora bien, aunque sea importante renunciar al apego del
poseer, a buscar solo la complacencia sexual y a dar siempre la
primacía a la propia voluntad –como se hace por los votos
tradicionales de pobreza, castidad y obediencia–, es aun más
beneficioso renunciar al “ego,” al propio yo, de donde brotan todos
los deseos y las conductas egoístas. Por eso, la renuncia al

- 47 -
egocentrismo se alza ante nosotras como la total o suprema
renuncia. Una renuncia que, a su vez, es capaz de conducir a la
persona hacia una verdadera integración, al conocimiento de sí
misma y finalmente a la liberación. En este sentido podríamos decir
que la capacidad de renuncia es un signo de madurez personal.

Ser libre significa, por una parte, ser capaz de ejercer la


capacidad de escoger, de ejercitar el elegir. Esta dimensión de la
libertad va a estar muy influida por la estructura de nuestra sociedad
moderna que nos impulsa y valora el que seamos más
independientes, más seguros de nosotros mismos, y más críticos.
Pero al mismo tiempo, este modo de proceder conlleva también
aspectos negativos, pues nos hace sentirnos más solos, aislados y
temerosos. Y lo que nuestra sociedad olvida en muchas ocasiones, es
que el uso ilimitado de esta dimensión de nuestra libertad puede ser
destructivo, tanto para nosotros como para los demás. Por eso es
preciso dar un paso más y abrirnos a otra dimensión de la libertad, un
nuevo modo de vivirla que nos haga capaces de realizarnos a nivel
personal, de creer en nosotros mismos y en la vida (Fromm: 1941) y
de salvaguardar la libertad de los otros.

Todo esto va a depender del sentido que tenga para nosotras


la vida, pues éste será en último término el que la conforme. Este
sentido será el que nos lleve a optar por las cosas o a renunciar a
ellas, para ir transformándonos en nuestro verdadero “yo”.
Estaremos entonces haciendo uso de una libertad positiva que se
identifica con la plena realización de las potencialidades individuales,
junto con la capacidad de vivir activamente y espontáneamente.

Dios nos hizo libres. Somos hijos libres del Padre. Las
palabras de Jesús, “La verdad os hará libres” (Jn 8,32) significan que
“somos hijos de Dios, y amados entrañablemente”. Descubrir el
verdadero “yo” es libertad. Sólo descubriendo nuestra verdadera
identidad de hijas podremos descubrir también el plan que Dios tiene
para nosotras, que no es otro que el que tengamos vida en
abundancia (cf. Jn 10,10) y que tomemos parte en la comunión del
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
- 48 -
La libertad es liberación del “ego,” del falso “yo”, de los
apegos que nos esclavizan; sólo así nos lleva al descubrimiento de la
verdad sobre nosotras mismas. La libertad es patrimonio personal.
Solo en el contexto de la verdadera libertad es posible la renuncia.

La experiencia del amor incondicional que Dios tiene por


nosotros nos da la libertad de amar, aun a nuestros enemigos. ”Para
ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis
oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud” (Gal 5,1). Cuando
tenemos la experiencia de Dios como Amor, que nos ama
entrañablemente, esta experiencia se convierte en una posibilidad
maravillosamente liberadora, que deshace las cadenas con las que
nos atan toda clase de temores y preocupaciones.

“El fin de nuestra vida es vivir con Dios para siempre…”


(Principio y Fundamento). La búsqueda de Dios es la gran pregunta de
la humanidad. Esto es común en todas las culturas. Es lo único que da
sentido a la vida religiosa. Por eso, el primer fin – lo más esencial de
la vida consagrada es ser personas comprometidas en la búsqueda
de Dios. Benedicto XVI ha exhortado a los Superiores Mayores: ¡Sed
siempre apasionados buscadores y testigos de Dios! (26.11.2010). Sin
la búsqueda comprometida de Dios a través de la contemplación,
todos los gestos de servicio pierden su valor y significado. Esta
búsqueda de Dios como objetivo fundamental de la vida religiosa ha
sido bellamente expresado por la Hna. Joan Chittister: “Para la
persona que no puede encontrar a Dios aquí, (en la vida religiosa),
quedarse es un error. Para la persona que no busca a Dios aquí, salir
de la vida religiosa es un imperativo. Para la persona que puede
buscar mejor a Dios fuera de aquí, salir de aquí es una gracia”
(Chittister:1996:80) ¿Dónde está mi “espacio”? ¿Dónde busco a mi
Dios?

Reflexión

En nuestra reflexión sobre los votos hemos tomado


conciencia de que hay mucho deseo de vivir nuestra verdadera
identidad de Esclavas. Quisiéramos aportar algo al mundo desde esta
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identidad, transformar nuestra sociedad, nuestras comunidades y
nuestra vida personal, tal como lo hizo Jesús en su época,
respondiendo a la realidad con valentía y con la confianza de que “su
Abba” estaba con Él. Pero también nos hemos hecho más somos
conscientes de nuestras ansiedades, desilusiones y cansancios. ¿Es
posible que nos falle el verdadero sentido de la vida? ¿Creemos de
verdad en un Dios que nos ama entrañablemente y en que vivir con Él
es el fin de nuestras vidas? ¿Está en el centro de nuestras existencia
el deseo de asemejarnos más a ese Jesús que vino para revelarnos el
rostro de un Dios misericordioso?

La antigua tradición cristiana de la imitatio Christi, el


seguimiento de Cristo, el buscar incansablemente a Jesús, continúa
siendo hoy el principal motivo para que haya cristianos que escojan
libremente la vida consagrada. Los Consejos evangélicos son para el
corazón consagrado un camino hacia la autentica liberación, mucho
más que una renuncia a la libertad de amar, de poseer, y de hacer la
propia voluntad. Una opción verdadera, un compromiso sincero, sólo
se pueden realizar en el contexto de la libertad; si no, no estaríamos
ante una decisión humana responsable. Los votos tienen valor solo si
nos liberan para la misión del Instituto (Radcliffe: 1994), para la
misión de la Iglesia que hemos recibido a través de nuestras
fundadoras.

De ahí que resulte importante preguntarnos si nuestras


renuncias nos conducen a la libertad, o si es la libertad la que nos guía
hacia la renuncia. ¿Se trata de dos polos opuestos, o más bien nos
encontramos ante una realidad única e integradora de ambos? ¿Cuál
es nuestra postura? ¿A qué sentimos que renunciamos cuando
hacemos la cesión de bienes (primeros votos) o la Renuncia
(Profesión Perpetua)? (cf. C. 668).

¿Qué significa para nosotras “la renuncia”? Si lo entendemos


meramente como un “dejar” o “privarse” de algo, entonces, la
convertimos en una virtud negativa. Pero, ¿no incluye también esta
palabra un sentido más positivo? ¡Por supuesto que sí! La renuncia no
significa solo “dejar” cosas, sino fundamentalmente dejar nuestro
- 50 -
“falso yo” a favor de un “yo” verdadero. Dejamos lo que no es
genuino para conseguir lo genuino. Dejamos lo transitorio para lograr
lo Eterno. En resumen, dejamos de estar atadas a algunas cosas del
mundo a favor de la libertad de los hijos de Dios.
Esto no es así sólo en el cristianismo. También en otras tradiciones
religiosas se ha descubierto el valor humanizador de la renuncia. Así
por ejemplo “Buda no enseñó la renuncia como una forma de
negarse ni de ascetismo. Al contrario, enseñó el “dejar” como una
manera de alcanzar algo mejor, más felicidad y, en fin, de alcanzar lo
que se puede llamar la dimensión sagrada de la liberación. La
renuncia es frecuentemente difícil. Luchar contra la fuerza de
nuestros deseos, de nuestros apegos y temores puede suponer un
gran esfuerzo personal. Pero de esta lucha puede salir mucho bien.
Se desarrolla la fortaleza interior que nos capacita para vencer la
tentación y los miedos. Hemos de estar siempre alerta para entender
lo que todavía tenemos que “dejar” (Fronsdal:2003). En este sentido
exige bastante esfuerzo de autodisciplina.

Para el cristiano, la nueva manera de considerar la renuncia


supone también un concentrarnos no tanto en lo que queremos
vencer, sino en lo que queremos llegar a ser. Como hijas de un padre
misericordioso, que nos regaló la libertad, tenemos la capacidad de
cambiar nuestro estilo de vida, nuestras actitudes y nuestras
costumbres. ¿Estamos preparadas para el riesgo que esto supone?
¿Estamos dispuestas a venderlo todo para poseer el tesoro? (cf. Mt
13,44). Esta venta no es una “renuncia que empobrece” sino una
elección que nos libera y posibilita la realización más plena de
nuestras posibilidades, del sueño de Dios para cada una de nosotras.

Pero esta libertad no significa una falta de control e


intervención de parte de los demás. Una libertad así comprendida,
sin restricción alguna, sería puro caos, anarquía. “La libertad
completa depende de conocimiento de sí mismo y de la renuncia. Es
imprescindible darse cuenta de las propias capacidades para poder
acoger un modo de vida en que la renuncia y la libertad sean
posibles” (Prince:2011). La liberación se alcanza no a fuerza de
“dejar” cosas, sino a través de la renuncia a los deseos egoístas, y de
- 51 -
la acogida de nuestro deseo más profundo, que es el deseo de Dios y
que coincide con el plan de Dios para nosotras.

La verdadera libertad es la “libertad en Cristo” y ésta supone


participar con Él en el deseo y la capacidad de conocer, amar, adorar
y obedecer a Dios. Es la libertad gozosa de brota de conocer la
verdad de Dios, y caminar según esta verdad por la fuerza del Espíritu
Santo. Lo que toca a nuestra responsabilidad, es hacer todo lo
necesario para caminar en esa “ libertad en Cristo”.

Cuando somos radicalmente libres, o cuando estamos en


camino hacia ese grado de libertad, permitimos a la gracia de Dios
fluir en nosotras sin estorbos: como dice San Ignacio: “dejar que la
vida de Dios fluya en nosotras“. Así vivió Jesucristo, de forma
paradigmática, y también así lo vemos ejemplarmente vivido en los
santos. Desde esta libertad no es posible abandonar con alegría
nuestros propios proyectos y empezar a participar en la única obra
que es eficaz y genuina: la obra de Dios. Ésta puede incluir muchas
cosas que ya estamos haciendo, no se trata de abandonarlas, pero sí
de un nuevo modo de hacer, y sobre todo de una nueva motivación
en aquello que hacemos. La Obra de Dios, como la Sabiduría de Dios,
es revolucionaria. Cambia el “status quo” del mundo,
transformándolo –It turns the world right side up– (Nolan: 2006:12).

Para ello, es importante tener presente que estamos


enraizadas en Dios. Dios es la “tierra” donde encontramos nuestro
verdadero “yo.” “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu
Santo, y el Espíritu Santo habita en vosotros? (1 Cor 3,16). Esta
condición de enraizadas en lo divino nos posibilita una mayor
integración en todas las dimensiones de nuestra vida: con nuestro
cuerpo, con nuestras emociones, con la naturaleza, con los demás.
Encontramos a Dios en todas las cosas y todo en Él. ¿No es este el fin
que perseguimos en nuestros Ejercicios Espirituales? La capacidad de
renuncia en libertad viene de esta consciencia de que todo es don y
todo viene de Dios.

- 52 -
La vida religiosa no es una renuncia del mundo, sino una
inmersión más profunda en el mundo, como discípulas de Jesús, con
radicalidad Evangélica. No es un camino que busque la auto-
realización a través del aislamiento, sino una llamada a vivir en
comunión con los demás y a construir comunidades de libertad,
amistad y justicia (Jeyaraj Rasiah).

Conclusión

En conclusión, quiero sugerir que vivir una espiritualidad


holística e integrada, en comunión con toda la creación, nos hace
plenamente humanas, plenamente vivas, participantes en Dios. La
polaridad de renuncia y libertad alcanza su integración en un punto
central, que es el Dios a quien buscamos y a quien queremos seguir
en Jesucristo.
Algunos definen la vida religiosa como un “caminar juntos
hacia Dios en imitación radical de Jesús de Nazaret, en fidelidad
creativa al carisma/misión de los fundadores; “una búsqueda resuelta
de Dios:” (Joan Chittister); “peregrino apasionado hacia el absoluto”
(Sandra H. Schneiders); “…intimidad con Dios” (PC 6). Nuestros
votos son medios para facilitar el camino. Dios no sólo el fin de
nuestro caminar sino nuestro compañero de camino. Tenemos que
descubrirle en lo pequeño de nuestra vida cotidiana. Nuestra misión
no es la de “hacer muchas cosas” sino la de testimoniar la primacía de
Dios y dar razón de ella a través del testimonio de nuestra vida en
común, en comunidad. La renuncia a los apegos excesivos nos libera
para poder encontrar a Dios en todas las cosas y en todas las
personas. Una espiritualidad de la integración nos lleva a este fin.
 ¿Qué podría hacer yo personalmente para aumentar la
primacía de Dios en mi vida cotidiana y mi testimonio?
 Tomar una decisión en este sentido, fijándome en una cosa
que puedo empezar a practicar, algo que me ayudaría a
mostrar que estoy dando “en algo” y realmente, la primacía a
Dios y lo testimonio.
 Comprometerme a realizar mi decisión.

- 53 -
En definitiva, Todo depende de quién es Dios para mí, de cuál
es mi imagen de Dios, y mi relación con Él, mi experiencia de Él, el
rasgo principal que soy capaz de captar de Dios.

Nuevamente Jesús es el modelo. Él es el primero que ha


llamado a Dios “Abba”, y no sólo lo ha llamado, sino que a través de
su vida, su pasión, su muerte y resurrección, nos ha enseñado que
Dios es un “Padre misericordioso”. Y esta experiencia le ha permitido
vivir como el hombre libre por excelencia.

La Renuncia y la Libertad no son polos opuestos en nuestra


vida, sino interconectados. No hay libertad sin renuncia, y la renuncia
nos libera para poseer el Tesoro. La renuncia y la libertad son medios
en la búsqueda de Dios, que es el fin principal de la vida religiosa. La
renuncia se transforma en expresión libre cuando la persona ha
tenido la experiencia del Dios que libera y, entonces, se hace
expresión de una libertad interior más profunda.
Margaret Durom, aci
BIBLIOGRAFÍA

BENEDICTO XVI, Audiencia a los Superiores Generales, Roma 26/11/2010.


CHITTISTER, Joan (Mar-Aplil 1996) “The Prophetic Dimension of Religious Life”:
Religious Life Review 35/177, 80
FROMM, ERIK (1941) Escape from Freedom (excerpts from the chapter: “The
Two Aspects Freedom for Modern Man”. New York: Published by
Holt, Rinehart and Winston.
FRONSDAL, (2003) Renunciation: www.insightmeditationcenter.org/books-
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PRINCE, T. (2011), Renunciation. Accesible en:
www.accesstoinsight.org./lib/authors/prince/b1036
JEYARAJ RASIAH, F., Consecrated Life Today: trends and challenges in society
and church (Conferencia dictada en Filipinas en un Congreso de
Religiosos). Accesible en http://www.aopsl.org/art/art-jeyaraj1.htm
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www.smd6.co.za/docs/Jesus_Today.pdf, 12.
RADCLIFF, T. (1994) Vowed to Mission: Letter to the Order. Roma: Santa
Sabina.

- 54 -
Polaridad 5
CRECER/DISMINUIR ~ GANAR/PERDER
“Una anciana señora tenía dos baldes grandes suspendidos en cada
extremidad de una vara, que ella cargaba en su espalda para coger el
agua de cada día. Uno de los baldes estaba rajado y el otro era
perfecto. Este último estaba siempre lleno de agua al final de la larga
caminata desde el torrente hasta la casa, en cuanto el rajado llegaba
medio vacío.
Por largo tiempo esto fue así, la señora llegaba a la casa con un balde
y medio de agua solamente. Naturalmente el balde perfecto estaba
muy orgulloso de su propio resultado y el pobre balde rajado tenía
vergüenza de que por su defecto, lograba hacer solo la mitad de
aquello que debería hacer.
Después de dos años, reflexionando sobre su propia realidad, el balde
habló con la señora durante el camino: “Siento vergüenza de mi
mismo, porque esta rajadura que tengo me hace perder la mitad del
agua durante el camino hasta la casa”.
La anciana sonrió: Has observado que lindas flores hay solamente de
tu lado del camino?
- Yo siempre he sabido cómo eres y por eso planté semillas de flores
del lado del camino donde tú vas. Y todos los días, cuando
regresábamos a la casa, tú las regabas.”
Por dos años he podido recoger aquellas bellísimas flores que alegran
la mesa de mi casa!
Si tú no fueras como eres, yo no habría tenido aquellas maravillas en
el camino y en mi casa!
Todos nosotros tenemos limitaciones. Pero Dios las conoce, nos ama
y trabaja con nosotros tal como somos”. Es preciso aceptarnos y
aceptar a cada uno por lo que es, descubrir lo bueno de cada uno y
tener la certeza de que Dios actúa y crea en cada persona.”

Este pequeño relato nos introduce de una manera muy


sencilla y hermosa en esta polaridad. Se disminuye, se pierde pero se
gana; se crece, se da vida, se da alegría, belleza… se da a Dios,
porque Él actúa en nosotras y a través de nosotras con nuestras
imperfecciones.

- 55 -
Por supuesto, en la realidad que vive gran parte de la
humanidad hoy día, lo que se predica es muy distinto. Cuando
prestamos algo de atención a los medios de comunicación social, el
discurso que oímos invita a ganar, a crecer pero en poder, en riqueza,
en status… Las propagandas atiborran a la gente de mensajes sobre
cómo ganar más dinero, cómo ganar prestigio, cómo ganar poder,
cómo destacar, desarrollarse y ser más que los otros. Obviamente
algunos de estos temas no parecen tener nada de malo y al contrario
incluso son positivos: desarrollar las capacidades que nos ha dado
Dios para ponerlas al servicio en el apostolado, fortalecer y
desarrollar nuestra personalidad y hacernos más aptos para el
servicio del Reino, aprender y conocer cómo llegar más a las
personas y así ayudarlas en sus necesidades y problemas, y hacer que
la Palabra de Dios les llegue más hondamente, todo esto es muy
bueno. El problema está cuando se quedan en el robustecimiento del
“yo” e ignoran que somos seres para los demás, porque somos
imagen y semejanza de un Dios que es esencialmente para
entregarse, un dador de vida, que no retiene nada para sí, que sabe
dejar (perder) su agua en el camino para regalarnos con flores y
colores y aroma en el sendero. Este perder “al modo de Dios”, que es
en realidad “ganancia” es muy distinto al perder que nos aleja del
plan de Dios y que por tanto es un perder negativo: no poner los
dones recibidos de Dios al servicio del Reino por inseguridad, por
temor a que las cosas no salgan bien; o no arriesgar y ponerse en
segundo o último lugar por una humildad mal entendida, que a lo
mejor encierra miedo o un orgullo disfrazado; o posiblemente un
destacarse en la obediencia que guarda una dificultad para tomar
decisiones o para expresar lo que se piensa o siente; o un activismo
que pareciera una entrega sin límites a los demás y que impide un
contacto interno con el yo profundo y con Dios…

Nuestro Dios, es el Dios de las paradojas. Él, en Jesús, se


achicó, disminuyó y lo perdió todo, para ganarnos a todos, para hacer
crecer la vida y salvarnos. A ser un poco como Él nos ha llamado y nos
está llamando cada día. Evidentemente no estamos hablando de
acontecimientos extraordinarios, sino del diario vivir. Así como Dios
que está continuamente creando y entregándose, en el aire que
- 56 -
respiramos, en el sol que nos calienta, en el agua que no sólo calma
nuestra sed, sino que alimenta a todos los seres vivos, en el sueño
que repara nuestras fuerzas, en la salud o en la enfermedad que
sufrimos, en los rostros amigos, en fin en los detalles más
elementales o insignificantes de la vida.

1. Crecer-Disminuir & Perder-Ganar como


personas consagradas
Vivir ese “ser semejanza de Dios”, requiere sin lugar a dudas,
una experiencia de Él, que se construye también a base de estar con
Él en el continuo del día. Afirma Darío Molla, que hay una estrecha
relación entre experiencia espiritual y vida cotidiana, “que el estilo de
vida que alguien vive condiciona radicalmente la posibilidad de una
vivencia espiritual, puede facilitarla o puede impedirla”
(Mollá:1993:9). De ahí la importancia de conocernos e identificar qué
hay en nosotros que favorece o dificulta la acción de Dios.

En todas nosotras existen las “categorías de importancia”,


como las llama Rulla (1990:113,139)3, así como lo que él mismo llama
la dialéctica de base.(1990:157), y es que todos experimentamos una
tensión entre el yo- actual (lo que soy aquí y ahora) y el yo-ideal (lo
que quiero y estoy llamada a ser). El yo-actual está muy relacionado
con lo que “es importante para mí” y con las necesidades. El yo-ideal,
a su vez, con lo que “es importante en sí” y con los valores. Esta
tensión también la experimentamos en los tres niveles,
psicofisiológico, psicosocial y racional espiritual, en los que se

3
“En el ser humano, la motivación, el deseo son muy importantes, aunque
no todos tienen la misma fuerza.. Unos nos remiten a lo que “es importante
para mí”, en palabras sencillas nosotros escogemos un objeto o persona
porque nos gusta, nos satisface. Otros nos lanzan a lo que “es importante en
sí”, escogemos un objeto desde una valoración reflexivo-racional. En el
primer caso lo que predomina son los afectos, las necesidades; en el
segundo, los ideales, los valores”.
- 57 -
desarrolla nuestra vida.(Gª Domínguez:1993:35)4 El cuidado de la
salud, el uso de las cosas, la relación con la familia, amistades,
compañeros de trabajo, el mismo adquirir más conocimientos, desde
dónde lo vivimos, ¿desde lo “importante en sí” o desde “lo
importante para mí”? Para cualquier persona crecer sanamente
(ganar en positivo), implica un esfuerzo de integración de estos tres
niveles de la vida, desde los valores y no desde las necesidades,
desde lo “importante en sí” y no desde “lo importante para mí” y esto
lógicamente ya requiere un saber “perder”, “disminuir”. Lo vital de
todo está en la motivación profunda (las categorías de importancia) y
en la consiguiente elección. Pero hay que tener en cuenta que
también existe la realidad de la inconsistencia, que se da cuando se
proclaman unos valores y se actúa de otra forma. Se puede expresar
verbalmente la importancia de la vida espiritual, pero en el momento
preciso no se le da la mejor parte del día, sino el rato que me queda
libre. ¿Por dónde va mi elección, por lo “importante para mí”, o por
lo “importante en sí”? ¿Qué estoy ganando? ¿Qué estoy perdiendo?
De ahí la importancia de poner una atención profunda a aquello que
verdaderamente nos mueve; esto muchas veces no es tan claro y fácil
saberlo, ya que “lo importante para mí” no siempre es negativo. Al
contrario, mantenerse en buenas condiciones de salud para dar lo
mejor en el servicio del Reino es positivo y necesario, “es importante
para mí” para lo “importante en sí”, es una necesidad en orden a los
valores, hay un perder para ganar. Pero si todo gira alrededor del
cuidado de mi salud y Dios y su Reino no son lo prioritario, ya la
realidad es otra, ¿“pérdida”? ¿“ganancia”? Es “importante para mí” y
positivo, esforzarme por prepararme más y así aportar con más
calidad para “lo importante en sí”, la entrega al Señor y a su obra,
pero puede ser que sencillamente haya en mí una necesidad grande
de tener títulos porque eso es bueno para el currículo personal y otras

4
“El nivel psicofisiológico, en él se desarrollan las funciones sensoriales y
motoras y están relacionadas con las funciones instintivas; el nivel
psicosocial nuestra relación con los otros y el nivel espiritual, racional en el
que formamos conceptos, ideas e ideales, percibimos la bondad, la justicia,
etc. Realidades que no se pueden medir, que son espirituales, y trascienden
lo material”.
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han estudiado mucho. ¿Se pierde? ¿Se gana? ¿Hay un crecimiento
positivo de la persona?

Muchas veces nuestro “yo actual” olvida el “yo ideal”,


queremos vivir como lo que somos, consagradas, pero palpamos
nuestras incoherencias. Y así, puede suceder que esté todo el tiempo
trabajando, invirtiendo (perdiendo) mi tiempo en el trabajo apostólico
y en el fondo si miro mis motivaciones, lo que pretendo y necesito es
tener (ganar) una buena imagen ante los demás. Y es que el Señor
nos eligió para “ganarlo” a Él, para “crecer en Él y a su estilo,
sabiendo que el “perder”, “disminuir” es una ganancia. Pero en
ocasiones, lo “importante para mí”, mis necesidades de estima, de
aceptación, de éxito, de amar y ser amada, de tener, de
independencia a veces son más fuertes que esa llamada y oscurecen
la elección que hicimos de vivir desde lo “importante en sí”, desde el
valor por excelencia: Jesús y su Reino. En este ámbito del Reino, lo
que parece una “pérdida” es en realidad una “ganancia” porque en
ese aparente “disminuir”, “crecemos” porque nos integramos como
personas y como consagradas y nos vamos haciendo hijas de un Dios
que nos hizo a su imagen y semejanza. Lo prioritario es el Reino y la
añadidura vendrá dada en algún momento o sencillamente
asumimos gozosamente su pérdida (cf. Mt 2,33).

Evidentemente hemos de contar con que esa dialéctica es


constante en nuestra vida, lo que soy y lo que me siento llamada por
Dios a ser. Así lo experimentó Rafaela María: “No encuentro estorbos
en mi alma, está preparada a lo que su Dios quiera hacer de ella. Ve
claro que en ella hay dos: una pésima y otra bonísima. La pésima son
sus pasiones y malas tendencias, que las tiene, y grandes –dice–, para
estar siempre con la frente por tierra. La buena, en contraposición,
excelente. Si o se engaña, muchas veces divinizada, y la
superabundancia de gracia es el freno que refrena la pésima”
(Ejercicios 1914:1142).

Es importante, por tanto, mirar nuestras debilidades y


limitaciones, “nuestras rajaduras” (como las del balde), con humildad
y sinceridad, con esa profunda certeza de que Dios las conoce y
- 59 -
trabaja con nosotras así como somos, para poder crecer cómo Él
quiere y dar fruto. Como San Pablo, sólo cuando nos reconocemos
débiles, somos fuertes (2Cor.12,10). Sólo cuando disminuimos,
crecemos.

Con el correr de los años llega la etapa en que se experimenta


la pérdida de fuerzas, la disminución de facultades, el tener que dejar
cargos y dar paso a las más jóvenes y parece que las posibilidades de
trabajar por el Reino en la acción apostólica se aleja, palpamos y
sentimos “nuestras rajaduras”. Es el tiempo y la oportunidad de
asumir y vivir gozosamente con Jesús y María, la fecundidad de la
vida oculta y con ella la “disminución acrecentadora”, la “pérdida
ganadora” al estilo de Rafaela María:
“Recogidísima y a la vez muy activa. Penetro este piélago
inmenso de los sufrimientos de Cristo con un nuevo y
delicado saber. Todo, por supuesto, aplicado a mí. Y pensaba
que, así como Cristo al morir su Corazón, no murió su
caridad, porque esta residía en el alma, convenciéndome de
la luz que al principio tuve de ser ella la fuente de donde
nacía, propuse que, cuando me viese sin acción física para
extender el celo como deseos tengo, me contentaría con
rogar y hacer suavemente lo que esté de mi parte, como me
enseña mi Señor.” (Ejercicios de 1890, 1049)
Nuestra llamada a crecer en la vida consagrada, implica una
llamada a disminuir, como Juan Bautista (cf. Jn 3,30): que Él crezca en
mí y que yo disminuya para que Él ocupe el espacio, así este disminuir
es acrecentador.

El seguimiento de Jesús significa crecer a su estilo, a su modo,


a lo Dios, sabiendo disminuir. Por eso seguir las huellas de Jesús
pobre, casto y obediente, implica estar dispuestas a despojarnos, es
decir a perder, si es necesario, toda posesión no sólo material, sino de
personas, prestigio, poder, reconocimiento, que nos pueden hacer
ganar y ser ricas, que nos dan una aparente seguridad, pero perder a
Dios y a los demás. “Debo darlo por el todo para llegar donde Dios
me quiere, que es una gran santidad –decía Santa Rafaela–.”
- 60 -
(Apuntes espirituales 1902:1113). En este sentido cabría preguntarnos:
¿Desde dónde estoy viviendo, desde mi “yo actual”, desde mi
necesidad de ser aceptada, apreciada, de tener una buena imagen,
de fortalecer mi autoestima, de compensar mis inseguridades? O
desde “mi yo ideal” realmente estoy entregando, dando (perdiendo),
mi tiempo, mis cualidades, mis cosas, lo profundo de mi ser, incluso
mi imagen, me estoy vaciando (disminuyendo) de mí misma para
construir (hacer crecer, ganar) Reino de Dios?

Esto significa, vivir desde los valores, no desde las


necesidades, aprender a vivir desde el nivel racional-espiritual y
desde él los otros niveles, “quitar de sí las afecciones desordenadas”
(EE 1), ejercitarnos en auto-trascendernos, en salir de nosotras
mismas, en perder para ganar, en disminuir para crecer y “buscar y
hallar la voluntad divina” (EE 1). Manifestar claramente que el Señor
nos ha elegido para estar con Él bajo su bandera y que hemos dado
un sí gozoso. Que estamos dispuestas a vivir en pobreza espiritual y
actual, a pasar oprobios e injurias para imitarlo, a ser
verdaderamente humildes. (EE 136-147)

“¡Cuán claro veo que en la cruz está la salud y la vida, y que el


sufrir contrariedades y desprecios es la verdadera librea de
los más grandes de la Compañía de Jesús!, esto es su
aristocracia. …Y de aquí he sacado, de todo, el tomar mucho
ánimo en las tribulaciones y no temerlas, antes buscarlas por
llevar la librea de Cristo” (Rafaela Mª, Ejercicios 1905: 1132).

2. La ejemplaridad de Jesús como perdedor y


victorioso
Nuestro Dios, en Jesús, es el primer “perdedor”. Disminuyó,
se hizo chico, como uno de nosotros, para “ganarnos” a todos. “Él
siendo de condición divina, no reivindicó, en los hechos, la igualdad
con Dios, sino que se despojó, tomando la condición de servidor y
llegó a ser semejante a los hombres. Más aún: al verlo, se comprobó
que era hombre. Se humilló y se hizo obediente hasta la muerte y
muerte de cruz. Por eso Dios lo engrandeció y le concedió el Nombre

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que está sobre todo nombre…”(Flp 2,6-9). La vida de Jesús nunca
está centrada en sí mismo, es toda para el Padre y para los demás,
“ha venido para servir y dar su vida en rescate por todos” (Mt 20,28),
esa es su misión, el encargo del Padre y lo realiza plenamente. Es
más, nos llama a participar con Él de esta misión. Esto requiere
aprender a pensar y a actuar según Él. Hay que estar dispuestas a
perderlo todo con tal de ganar esta piedra preciosa (cf. Mt 13,45.46).
Él está antes que todo. Esto es lo que prometimos cuando hicimos
nuestros votos. ¿No nos eligió Él para que como Él “enriquezcamos a
otros con nuestra pobreza” (2Cor 8,9), para entregarlo todo, perderlo
todo, para que otros ganen, para que otros crezcan, porque les
damos nuestra máxima riqueza, a Jesús?

La Eucaristía, Dios hecho un trocito de pan, que diariamente


celebramos, adoramos y queremos poner como centro de nuestra
vida, es la concretización más patente de un Dios cuyo modo de ser
es darse, entregarse, disminuir, perder, en su Hijo Jesús, para que
todos, tengamos vida y vida en abundancia, crezcamos, ganemos en
Él y nos vayamos haciendo a su imagen y semejanza y así le demos
toda honra y gloria. ¿Nuestra forma de hacernos Eucaristía (disminuir
creciendo), de vivir el misterio pascual (perder ganando) en nuestra
vida consagrada, en nuestros votos, hace crecer el Reino, en
nosotras y en los demás?

Rafaela María lo entendió y vivió muy bien. Escuchó la voz


del Señor diciendo: “El que quiera seguirme, que renuncie así mismo,
que cargue con su cruz y me siga. En efecto, el que pierda la vida por
amor a mí, la hallará. Porque, ¿de qué le servirá al hombre ganar el
mundo entero si se pierde así mismo?” (Mt 16,24-26), y lo dio todo, lo
perdió todo, con tal de ganarlo a Él. Su vida centrada, “anclada”, en la
Eucaristía la ayudó a comprender que debía ser y hacerse cimiento,
“piedras hechas pedazos y apisonados, y no obstante, son los que
sostienen el edificio, y cuanto éste más hermoso, los cimientos más
hondos y maltratados con el pisón” (Ae, 874) Supo ser, como Jesús, el
grano de trigo que sembrado en tierra, “si no muere, queda
infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. Ya que el que se

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ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo se guardará
para la vida eterna”(Jn 12,25-26).

Ella no tuvo miedo ni a perder, ni a disminuir, vivió a fondo el


despojo que conlleva cada uno de los votos, porque sabía que con
ello, crecía y ganaba, se hacía como Jesús, y como S. Pablo pudo
decir: “lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa
de Cristo. Y más aún: juzgó que todo es pérdida ante la sublimidad
del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las
cosas y las tengo por basura para ganar a Cristo” (Flp 3,7-8). Esta es
nuestra herencia y vocación.

Clemencia Carrizosa, aci

BIBILIOGRAFÍA

MOLLA LLACER, DARÍO S.J (1993) Encontrar a Dios en la vida. Barcelona:


Cristianismo y Justicia.
RULLA, LUIGI S.J. (1990) Antropología de la vocación cristiana Vol. 1. Bases
interdisciplinares. Madrid: Atenas.
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Santander: Sal Terrae-Manresa.
RAFAELA MARÍA, Apuntes espirituales (Ae) en INMACULADA YÁÑEZ aci (1989)
Palabras a Dios y a los hombres. Madrid: BAC
RIDDICK, JOYCE (1988) Un tesoro en vasijas de barro. Madrid: Atenas.

- 63 -
- 64 -
Polaridad 6
DESPOJO - PLENITUD

1. La Polaridad despojo – plenitud desde una


perspectiva antropológica-psicológica
Dice el diccionario que “despojo” es la “acción y efecto de
despojar o despojarse. Aquello que se ha perdido por el tiempo, por
la muerte u otros accidentes”. Y “despojar” significa “privar a uno
generalmente con la fuerza de lo que goza y tiene” o “desposeerse
voluntariamente de una cosa”. “Plenitud”, por otra parte, significa la
“totalidad, integridad o cualidad de pleno. Apogeo, momento álgido
o culminante de algo” (RAE, 2001).
Para la antropología y la psicología estas dos palabras, ricas de
significado, apuntan hacia dinamismos de vida que pueden
ayudarnos a ahondar en nuestra vivencia de los votos. Los psicólogos
humanistas y existencialistas nos han acostumbrado a presentar al
ser humano como alguien que debe realizar sus sueños y deseos más
hondos, con la convicción de que en esa realización, al poner en
marcha y desarrollar sus capacidades y potencialidades, se realizaría
a sí mismo. En ése cumplimiento se auto-cumpliría plenamente su
vida y su tarea.
Sin duda estamos todas de acuerdo en que recibimos de Dios la
vida como reto y promesa a realizar, y que somos llamadas a co-
laborar, a trabajar con Él, en el desarrollo de lo que nos es dado como
semilla para llevarlo a su plenitud. Ira Progoff (1921-1998) lo constata
claramente con una metáfora: “Como el roble está latente en el
fondo de la bellota, la plenitud de la persona humana, la totalidad de
sus posibilidades creadoras y espirituales está latente en el ser
humano incompleto que espera en silencio la oportunidad de aflorar”
(Progoff:1948:49). Y afirma éste autor que “existe en el ser humano
un principio de dirección y un «lugar» profundo que no cesa de
impulsar al individuo desde su interior hacia su realización personal y
transpersonal”. Es lo que él llama la “la semilla de la
plenitud”(Progoff: 1996:53). Es como si llevásemos instalado dentro
de nosotras el mecanismo que nos hace crecer, no solo física, sino
- 65 -
también interiormente, por lo que naturalmente buscamos aquello
que nos realiza, nos construye por dentro… intuyendo, que eso
tendrá algo que ver con la felicidad y plenitud que deseamos
alcanzar. Éste desarrollo no se da espontáneamente, sin más, sino
que hay mucho que podemos poner de nuestra parte para aprender,
crecer, vivir más plenamente y potenciar las semillas que nos fueron
dadas…
El crecimiento, el desarrollo de nuestras posibilidades y de
nuestra vocación está en función de la sed de Dios y de las ganas de
vivir y entregarnos que experimentemos. Si la sed es mediana, nos
conformaremos con relativamente poco. Pero si la sed es grande,
una necesidad vital, buscaremos infatigablemente hasta encontrar
esa hondura interior que nos pone en contacto con la paz, la armonía,
la felicidad, que llevamos dentro. Es éste impulso para la vida, para el
crecimiento y la felicidad, que nos conduce a buscar un modo de
vivir, con un talante de calidad y densidad - también en los votos - en
el que podamos encontrar respuesta para las aspiraciones más
profundas de nuestro ser.

Erich Fromm (1900-1980) relaciona, en el ser humano, el impulso


para la vida - el dinamismo interno de la vida que “impulsa al hombre
a crecer, a expresarse, a vivir” – con el impulso para la destrucción,
entendido como “bloqueo de la espontaneidad del crecimiento y de
la expresión de [sus] capacidades intelectuales, emocionales e
sensoriales”. Estos dos impulsos, afirma el autor, “no son factores
mutuamente independientes sino que están en una
interdependencia inversa. Cuanto más bloqueado está el impulso
para la vida, más fuerte se hace el impulso para la destrucción;
cuánto más plena es la vida, menor es el impulso para destruir. La
capacidad de destruir es el resultado de una vida no vivida” (Fromm:
1968).

Abraham Maslow, otro psicólogo humanista del siglo XX (1908-


1970), también afirma que las personas que viven en plenitud son
aquellas que usan plenamente y de forma integral todas sus
facultades, competencias y talentos. En el vértice de su “pirámide de
las necesidades”, Maslow coloca la auto-realización, impulso y
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motivación de crecimiento que lleva al individuo a procurar ser
aquello que puede ser y auto desarrollarse continuamente: "Lo que
una persona puede ser, debe ser, si quiere ser verdadera para con su
propia naturaleza. A esa necesidad podemos dar el nombre de auto-
realización. Un músico debe componer, un artista debe pintar, un
poeta debe escribir, caso pretendan dejar su corazón en paz”
(Maslow:1954:236). Ésta auto-realización no tiene porque alejarnos
de Dios o de su voluntad para nosotras, sino todo lo contrario, ya que
creemos que Él, que nos crea por amor y para el amor, no quiere - no
“puede” querer - sino nuestra felicidad y realización plenas. Dios, que
nos llama a una vida consagrada, es la fuente de nuestro ser más
profundo y, abrirnos a Él, tornarnos cada vez más transparentes y
dóciles a su acción, responderle con la totalidad de nuestro ser,
comprometernos y hacer nuestros “los intereses de su corazón”,
constituye el camino de nuestra realización y plenitud. Se trata de
“desear y elegir lo que mas nos conduce a Dios” (EE,23: el «magis»
ignaciano), sabiendo que eso es lo que nos hace más felices. Nuestros
deseos - cuándo en nosotras todo se ordena para Él y en función de
Él- y los suyos coinciden, pues, con este impulso a la auto-realización
y auto-cumplimiento en plenitud.

Sin embargo, parafraseando a Teilhard de Chardin, la plenitud,


como la felicidad, no se puede perseguir y asir por sí misma, sino que
es tan sólo el signo, el efecto y como la recompensa de la acción
convenientemente dirigida. El hombre feliz será aquel que sin buscar
directamente la dicha encuentre, inevitablemente y por añadidura, la
alegría, en el acto de llegar a la plenitud, de avanzar hacia el máximo
de sí mismo Chardin:2008:22). Si el deseo de plenitud se convierte en
un fin en sí mismo, se vive como una especie de ambición personal
por el propio desarrollo y bienestar físico y psíquico que nos cierra en
nuestro propio ombligo, haciéndonos víctimas del narcisismo, del
orgullo, tedio, aburrimiento o incapacidad de sentir-con los que no
participan de dicha plenitud. De este síndrome de la mujer encorvada
hay que pedir la cura y la liberación…
Para ayudarnos a ello, la vida misma se encarga de traernos
ocasiones de despojo que no nos dejan apropiarnos de aquello que es
don, ni fiarnos demasiado de nuestras propias fuerzas y éxitos. Como
- 67 -
cuando se podan los árboles o caen las hojas en otoño, en estos
momentos experimentamos la posibilidad de acceder a lo esencial,
de distinguir lo principal de lo accesorio, de encontrar recursos para
prescindir de lo que teníamos como absolutamente necesario, de
conectar con competencias ocultas que nunca habrían aflorado...
Más tarde, incluso podemos constatar que hemos crecido en
profundidad, hacia la “raíz”, ganado una fortaleza y una resiliencia
(capacidad del ser humano para hacer frente a las adversidades de la
vida, superarlas, y ser transformado positivamente por ellas) que no
hubiéramos soñado que estaban a nuestro alcance.

Viktor Frankl (1905-1997), superviviente de los campos de


concentración nazis y fundador de la Logoterapia (terapia centrada
en la búsqueda de sentido en la vida) desarrolló allí, en las más
terribles circunstancias, un método psicoterapéutico de cómo
encontrar una razón para vivir. Su experiencia de vida le llevó a
concluir que nadie le puede quitar la libertad espiritual al ser humano,
que es lo que le permite, hasta su último suspiro, configurar su vida
de modo que tenga sentido. Para él “el ser humano no es una cosa
más entre otras cosas; las cosas se determinan unas a otras; pero el
hombre, en última instancia, es su propio determinante. Lo que
llegue a ser – dentro de los límites de sus facultades y de su entorno –
lo tiene que hacer por sí mismo. En los campos de concentración, (…)
observábamos y éramos testigos de que algunos de nuestros
camaradas actuaban como cerdos mientras que otros se
comportaban como santos. El hombre tiene dentro de sí ambas
potencias; de sus decisiones y no de sus condiciones depende cuál de
ellas se manifieste” (Frankl:1992:128).

Etty Hillesum, judía holandesa muerta en Auschwitz en 1943,


hacia donde parte cantando, es un gran ejemplo de esa resiliencia
en medio del despojo más austero ante las atrocidades que vive:
“Tengo que vivir mi vida tan bien y tan completa y convincentemente
cuanto posible hasta mi último suspiro…” (Hillesum:1995). “Frente al
mal más bárbaro, Etty nos enseña que una vida puede encontrar
dentro de sí misma hondas reservas de una extraña alegría” y es un
testimonio excepcional de la existencia de una profunda dimensión
- 68 -
interior en la persona. “Fue la calidad de su profundidad la que le
permitió enfrentar la barbarie y el odio que la circundaban…”
(Woodhouse:2011). “No siento que esté en las garras de nadie, solo
siento estar en los brazos de Dios”. En la experiencia más crucificante
que no evitó, en el más hondo vaciamiento, Etty pudo vivir este
«estar en los brazos de Dios». Y en la infelicidad que abraza, se
encuentra. El despojo se hace condición de posibilidad de una
plenitud recibida… de una profunda libertad...; de no tener nada que
perder, sino todo por ganar...; de un "desvivirse" que se vuelve
fecundidad que da vida.

2. La polaridad despojo – plenitud en el ciclo vital


de una vida consagrada
Carl Jung (1875-1961), el primer psicólogo en hablar del
desarrollo humano a lo largo de toda la vida, estableció una analogía
entre el ciclo de la vida y el recorrido del sol a lo largo del día: el
nacimiento se comparaba al nacer del sol; el amanecer, al despertar
de la conciencia y al desarrollo de las potencialidades humanas,
propias de la infancia y juventud; el sol del medio-día, en su zenit, se
comparaba a la plena madurez; el atardecer, con la puesta del sol
correspondía al lento proceso de envejecimiento; y la llegada de la
noche a la pérdida de conciencia y la muerte (Nataf: 1985). Si bien la
metáfora nos sirve muy bien para entender globalmente lo que es el
proceso de crecimiento personal, al hablar de la polaridad despojo-
plenitud, como herramienta para mejor comprender y ayudarnos a
madurar en la vivencia de la consagración y votos, no podemos
simplemente pensar que ésta polaridad se distribuye clara y
uniformemente en las dos mitades de la vida, correspondiendo la
plenitud a la primera mitad, con todo lo que es impulso al
crecimiento y desarrollo, y el despojo a la segunda, con el declive y
las pérdidas propias del proceso de envejecimiento. Más bien,
despojo y plenitud, tal como la poda y el fruto en la alegoría de la vid
(Buelta:2002:825-834), están íntimamente unidos, sucediéndose a lo
largo de los años.

- 69 -
Hay una poda inicial, un despojo que acompaña las renuncias que
se hacen al entrar a la Vida Religiosa. Pero todo aquello que se deja -
padre, madre y hermanos, novio y amigos, casa y tierra, trabajo o
estudios, sueños y planes de futuro... - solo se deja porque
encontramos – o somos encontradas – por un Amor más grande, que
desencadena en nosotras una dinámica de respuesta que nos hace
querer seguir a Jesús. Y en su seguimiento experimentamos una
promesa de plenitud, de auto-realización y felicidad, con frutos de
alegría y “vida en abundancia”. Es esta experiencia de plenitud la que
nos lleva a creer que el proyecto de vida más común, basado en el
tener, en el amar y en el escoger, solo tiene sentido para nosotras si
“todo lo que poseemos es de Dios, si todo lo que amamos lo amamos
en Dios; y si todo lo que escogemos, lo escuchamos antes de
Dios”(Ruiz Pérez:2006:45). Y de esto, un día, hacemos votos.

Vistos desde una clave antropológica, cada uno de los votos toca
un radical profundo, que totaliza la persona bajo una dimensión
englobante de su ser. El voto de castidad toca la afectividad, nuestra
orientación hacia los otros, todo el ámbito de las relaciones
interpersonales; el voto de obediencia atañe a la libertad, a las
decisiones profundas que comprometen la voluntad y orientan el
sentido de nuestra vida; el voto de pobreza afecta nuestro deseo de
posesión y define la forma de relacionarnos con la creación y lo
creado. Así, por los votos expresamos, en todos los ámbitos de
nuestra vida – nuestra relación con los demás, con nosotros mismos y
con la creación – que Dios es nuestro único Dueño y Señor, que a él
pertenecemos y que a él hacemos promesa de entregar todo lo que
somos y tenemos (Uríbarri:2002:331-332).Los votos nos sitúan, pues,
en la línea del amor kenótico del Padre, que se vacía dándonos al Hijo
y enviándonos el Espíritu Santo, y de Jesús, que se despoja de su
rango y vive toda su vida, hasta el final, como “cuerpo entregado” y
“sangre derramada”, tal como él mismo lo expresa y sintetiza en la
institución de la Eucaristía (Uríbarri:2002:332). Si el Hijo “adopta el
camino del despojamiento, es porque desea mostrarnos que no hay
otra forma mejor de vivir” (López:2007:57). De hecho, “Aquél que
estaba con Dios desde el principio y que era Dios, se reveló como un
niño indefenso; como refugiado en Egipto; como adolescente
- 70 -
obediente y adulto discreto; como discípulo penitente del Baptista;
como predicador de Galilea, seguido por algunos sencillos
pescadores; como hombre que comía con pecadores y hablaba con
extraños; como marginal, como criminoso e como amenaza para su
pueblo. Pasó del poder para la impotencia total, de la grandeza para
la pequeñez, del éxito para el fracaso, de la fuerza para la debilidad,
de la gloria para la ignominia. Toda la vida de Jesús de Nazaret
resistió a cualquier movimiento ascendente. (…) Jesús deja pocas
dudas de que el camino que él siguió es el mismo camino que tiene
para ofrecer a sus discípulos” (Nouwen:2008:29-30).

Estamos, pues, llamadas a seguir a éste Jesús, que hace opciones


concretas, y a hacer nuestras sus preferencias, su modo de ser y de
vivir. Cuándo nosotras nos comprometemos a vivir amando de esta
manera, estamos aceptando la componente de despojo que los votos
traen consigo. Escuchamos a Jesús decir de sí mismo: “Las zorras
tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no
tiene dónde reclinar la cabeza” (Mt 8,20). Este “no tener dónde
reclinar la cabeza” puede ser para cada una, según el momento y las
circunstancias que esté viviendo, un hombro (castidad), una cama o
almohada (pobreza), o aún el no poder elegir descansar (obediencia).
Pero al experimentar este despojo, tocamos también la experiencia
de la plenitud de la vida y del amor que solamente se encuentran,
justamente, en la donación de una misma a Dios y a los demás.
Esta entrega, sin embargo, no queda hecha de una vez para
siempre. Sabemos, por experiencia, que hay que renovarla cada día.
Y aún así, constatamos frecuentemente reclamos, tan humanos
cuanto repetidos, por resistirnos a despojos necesarios – ya sean de
“algo” (pobreza), de “alguien” (castidad), o de nuestra propia
voluntad (obediencia) – que se hacen difíciles de asumir. Pero
tenemos en la Eucaristía una poderosa ayuda: ésta, al asociarnos y
hacernos partícipes en la entrega de Cristo, renueva y alimenta cada
día nuestra entrega y nuestro deseo de vivir cada vez más
plenamente “como pan que se entrega y vino que se ofrece”(C. 18).

La vida comunitaria, con el aprendizaje que conlleva vivir con


quien no se escogió pero que ha recibido la misma con-vocación,
- 71 -
exige también despojo de una misma, de las propias opiniones,
gustos, modos de hacer y de vivir. Aceptar cada una como es,
decidirse a quererla y a respetarla, acogiendo las diferencias de
temperamento, cultura y generación, como un don que enriquece y
complementa y que hace posible que la vida en comunidad sea
realmente espacio de distensión y comunión (común-unión) en la fe y
en la misión, es, a su vez, camino de plenitud.

La misma misión que nos es confiada, puede ser también lugar de


despojo o de plenitud según el momento existencial y las
circunstancias concretas que se estén viviendo: a veces, es ahí que nos
experimentamos abrir y florecer, sintiendo que se ponen en marcha
recursos y energías antes insospechados; otras veces, al revés, es
lugar de poda, de recibir críticas e incomprensiones, o de aceptar que
no poseemos el talento o la preparación adecuados y que, a pesar del
esfuerzo dispensado, no llegamos a responder como quisiéramos.
Pero sea como sea, ha de ser siempre el lugar donde se concreta y
toma forma el amor y la entrega total de una misma a Jesús y a los
suyos. Es verdad que también nos llegan, a veces, despojos obligados,
envíos poco discernidos, situaciones sociales en las que se hacen
presentes la violencia o la maldad, dónde se hace difícil descortinar la
presencia de Dios. Pero es ese Dios encarnado, hecho debilidad y
pérdida en la Pasión, el que nos puede salvar y devolver la alegría. Él
asume con nosotras esas podas que él nunca ejecutó. Y, por alguna
parte, el Espíritu impulsará en nosotras la resurrección
(Buelta:2002:832).

Cuando los años pasan y nos acercamos a la mitad de la vida,


llegan, inevitablemente, desilusiones que se transforman en
ocasiones de despojo: unas, traídas por acontecimientos exteriores;
otras por tocar nuestras propias limitaciones y los obstáculos que
ponemos al trabajo de Dios en nosotras. El choque con esa realidad
nos hace entender lo lejos que estamos del ideal al que pensábamos
llegar, y de los ideales por los que nos propusimos luchar, cuando nos
decidimos seguir a Jesús...(Álvarez de los Mozos:2007:665).
Constatamos los vacíos afectivos... Experimentamos la atracción de
lo diferente, de lo que no tenemos, de lo que podría haber sido...
- 72 -
Percibimos que aquellas nuestras dificultades de temperamento (u
otras) poco o nada se corrigieron... ni, tampoco, las de los demás…
La comunidad, el Instituto, la Iglesia, el mundo… están muy lejos de
lo que habíamos soñado, querido, luchado… Vivimos momentos de
cansancio, con ganas de tirar la toalla, incluso, de desistir... A la crisis
de realismo, se une posiblemente la crisis de la esperanza. No es sólo
que no haya logrado lo que quería, sino que todo apunta a que no lo
voy a lograr. La plenitud aguardada ha quedado excesivamente
vinculada a los éxitos, al deseo de cambio personal e institucional. Y
la percepción de que ni yo, ni el Instituto, ni la Iglesia, ni el mundo se
han movido “de la situación en la que estaban”, a pesar de todo mi
esfuerzo, mina las bases de la energía de esta fase de la vida. Los
despojos se agigantan y parece que la plenitud no llega. En muchos
casos la generación precedente no deja fácilmente espacio ni cede a
los intentos de cambio y, antes de que estos comiencen a darse, las
generaciones posteriores ya dan síntomas de ir queriendo
introducirse con su visión de la vida, del mundo y de la
Congregación... diversa a la nuestra. Se impone, entonces, un
consentimiento de lo posible como despojo de los propios planes de
realización; un consentimiento a “lo que tú quieras, cómo tú quieras,
dónde tú quieras” como despojo “del propio amor, querer e interés”.
Y, si logramos vivir todo ello con el Señor y entregarle, una vez más,
nuestra finitud, al pararnos a solas con Él, le podremos escuchar
decirnos suavemente con las palabras del profeta Isaías: “No tengas
miedo, pues yo estoy contigo; no temas, pues yo soy tu Dios. Yo te
doy fuerzas, yo te ayudo, yo te sostengo con mi mano victoriosa. (…)
Yo te llamé por tu nombre, tú eres mío” (Is 41, 10. 43, 1). Y aquel su
“Permanece en mí...” (Jn 15, 9) que nos asegura, nos aquieta y
renueva, nos permitirá experimentar la plenitud de sentido de “todo
lo que hacemos, vivimos o padecemos” (C. 12).

Cómo dice González Buelta, “la permanencia en Jesús, al recibir


el amor creador que nos llega desde él, es la posibilidad de dar
«mucho fruto» (Jn 15,5). Puede ser difícil. (…) Antes de la poda, el
fruto se ve como algo natural, como hijo del propio esfuerzo y de las
propias condiciones. Después de la poda, reducidos a ese muñón
vegetal pegado al tronco sin hojas ni flores, el fruto es percibido
- 73 -
como un regalo. Inevitablemente esta constatación nos pone en
nuestro lugar, y preferimos no apropiarnos de lo que tiene su origen
en la vid y en el agricultor que la cuida. Con más transparencia nos
vivimos a nosotros mismos como don y nos vamos haciendo entera
referencia hacia el Padre de bondad que es el origen de todos los
bienes” (Buelta:2002:830). Confirmamos, entonces, que sigue
llenando nuestras vidas de sentido el seguir a Jesús, aún en el dolor, y
hacer nuestras sus preferencias y prioridades. Y tomamos conciencia,
una y otra vez, que “llevamos este tesoro en vasijas de barro” (2Cor
4,7) y que realizamos el servicio del Reino a partir de nuestra
condición humana, frágil, pecadora y herida. Aprendemos así a vivir
más dependientes de Él y de su fuerza. El mismo amor que nos llamó
y llenó en la juventud, nos pide en esta etapa que “le entreguemos
todas nuestras preocupaciones” (1Pe 5,7) y que dejemos que El nos
cure y fortalezca.

Al atardecer de la vida, llegan nuevas ocasiones de despojo:


aprender a desprenderse de lo que una ha construido, haciendo sitio
a las jóvenes con generosidad y delicadeza, apostando por la
novedad que ellas traen consigo y aceptando, sin amargura, las
pérdidas y las limitaciones que la vejez impone. Poco a poco, va
ganando cuerpo y se va haciendo experiencia de vida en nosotras el
“Tomad, Señor, y recibid…”, de ser “ceñida y conducida por otras”
(cf. Jn 21,18) en vez de ceñirse y conducirse cómo antes… Lo único
que podemos hacer, entonces, es vivir, con más tiempo y
disponibilidad interior, la dedicación a las pequeñas cosas del
cotidiano, y seguir entregándonos ahí, por amor, al Amor de nuestra
vida. Y cuando se siente que ya se ha dado todo, y “se ha puesto toda
la carne en el asador”, se experimenta la libertad honda de quien “no
tiene nada que perder” y la sabiduría “que sólo el despojo es capaz de
transmitir”. Se llega, así, “a la alegría sustancial última, la que tiene
fundamento más allá de nosotros mismos (…) que nos libera para
nuevas pérdidas… Y en la medida en que somos liberados del miedo
a perder algo de nosotros mismos o a perdernos en la misma muerte,
en esa misma medida la alegría va creciendo en nosotros hacia la
pureza y la plenitud” (Buelta:2002:830-831). Se da una cuenta que la
presencia de Dios se hace cada vez más connatural a una misma, casi
- 74 -
como si fuera una segunda piel, y la verdad es que, para los demás,
ésta se hace cada vez más perceptible…, como el resplandor del sol
poniente que, al iluminarse, ilumina todo a su alrededor (Jung: 1933).
¡Qué plenitud!, la de la “edad de oro”, cuándo es bien vivida…

Despojo y plenitud son, pues, como dos estaciones o dos


escenarios distintos que una escalera en espiral nos permitiese ver,
una y otra vez, a medida que vamos pasando por la vida. Pasamos…
no importa si subimos o bajamos, ya que subir o bajar depende
solamente del punto desde dónde miramos y de la clave de
comprensión que utilizamos… Nos decía San Francisco Xavier que
“para Dios se sube, bajando”…

3. El trayecto del despojo a la plenitud


Hay un trayecto que hacer del despojo a la plenitud, de ésta otra
vez al despojo y así sucesiva y circularmente como la misma escalera
en espiral. Se trata de aceptar, integrar y entregar.

Aceptar, sin negar, rechazar, huir o reprimir. Aceptar con la


sabiduría de quien sabe que la lluvia moja, que las piedras son duras,
que no todo es negro o blanco, que, como decía Pascal, “el corazón
tiene razones que la razón desconoce”. Aceptar la realidad, aceptar a
los demás y aceptarse a uno mismo, con esa mirada a la que Carl
Rogers (1902-1987) llamaba “incondicionalmente amiga”
Rogers:2009), que ve más allá de la superficie y nos permite consentir
y adherirnos a la propuesta de vida que Dios nos hace a través de lo
que nos llega o acontece, ya sean momentos de despojo o de
plenitud.

Integrar las distintas dimensiones de nuestro ser. Si dejamos que


sentimientos, inteligencia y voluntad tiren de nosotras en distintas
direcciones, solo provocaremos rupturas y división interior. Dejarnos
llevar por la euforia de la plenitud puede ser tan peligroso como
ahogarse en el desanimo que el despojo puede traer… Sabemos que
los sentimientos no son buenos ni malos en sí mismos, sino
neutrales, ya que brotan en nosotras sin depender para nada de
- 75 -
nuestra voluntad. Pero lo que hacemos con ellos, eso sí, ya tiene
valor moral y de ello somos responsables… De esta forma, nuestro
trabajo interior pasa por, al experimentar un sentimiento, dejar que
la inteligencia lo analice y encuadre con los propios valores y
creencias, y la voluntad decida la acción a realizar. Si, en cualquier
situación, ya sea de despojo o de plenitud, lo que sentimos se integra
con lo que pensamos y con lo que queremos, estaremos
construyendo coherencia, consistencia y armonía interior.

Entregar lo que somos y tenemos, a los demás y a Dios. No


solamente ofrecer dones o cosas que poseemos, sino ofrecernos a
nosotras en ellas. Ofrecer los mismos despojos, aquello que hay que
soltar, podar, para que no se queden ramas viejas presas al tronco ni
corramos el riesgo de “rebosar en la desgracia” o enseñar la herida
como un “triunfo”. Y ofrecer también las experiencias de plenitud y
gozo, sin apropiarnos de ellas o atribuirnos a nosotras mismas el
mérito, ya que sabemos bien que “todos los bienes nos vienen por el
Unigénito de Dios, nuestro Señor Jesucristo…” (Rafaela
Mª:1989:1022).

Las reglas de discernimiento de espíritus de San Ignacio,


referentes a la consolación y la desolación, pueden aplicarse, en
alguna medida, a este trabajo interior de aceptar-integrar-entregar
(u ofrecer) tanto las podas del despojo, en orden a convertirlas en
plenitud, como las alegrías y experiencias de plenitud, en orden a
estar preparadas para un nuevo despojo. Sin identificar llanamente
desolación-despojo y consolación-plenitud – porque el despojo se
puede vivir en gran consolación espiritual y la plenitud, a veces, nos
aleja de Dios – podríamos afirmar: en tiempo de desolación – o en
tiempo de despojo –, debemos abandonarnos en Dios, recordando
que, aunque no lo sintamos, él sigue asegurándonos su gracia; y
debemos tener paciencia y pensar que esa situación no dura siempre
y pronto volverá la consolación – o sea la plenitud (cfr.EE [320-321]).
Y en tiempo de consolación – o de plenitud –, debemos prepararnos y
almacenar fuerzas para el futuro, resistiendo contra los peligros del
orgullo y de la soberbia a través de ejercicios de gratitud y humildad,
ya que nada podemos sin la gracia de Dios (cfr. EE [323-324]).
- 76 -
Aceptación, integración y don son pues las tareas a que el Señor
nos invita y que nosotras, como co-autoras y responsables por
nuestra vida y consagración, debemos acoger y prontamente
comprometernos en realizar. No esperar ser santas o
experimentarnos completas, maduras o terminadas, sino que
entregarnos tal como somos y estamos. Abandonarnos en sus
manos, entregándole nuestra capacidad de querer, nuestra libertad y
nuestro haber y poseer a su voluntad, confiada y amorosamente.

Termino con las palabras de Teilhard de Chardin, que nos hablan


de este reto y de este trayecto:
Ten fe en el lento trabajo de Dios. Nosotros estamos
naturalmente inclinados a ser impacientes en todo y queremos
llegar al fin sin demora. Nos gustaría saltarnos las etapas
intermedias. Sufrimos por estar en un camino hacia algo
desconocido y nuevo. Pero la ley de todo desarrollo dicta que es
necesario pasar por varias etapas de inestabilidad, y esto puede
tomar mucho tiempo. Cree en su mano que nos conduce bien a
través de la oscuridad y acepta, por su amor, la ansiedad de
sentirte inacabada. No te inquietes por las dificultades de la
vida, por sus altibajos, por sus decepciones, por su porvenir más
o menos sombrío. Quiere lo que Dios quiere. Ofrécele en medio
de inquietudes y dificultades el sacrificio de tu alma sencilla
que, pese a todo, acepta los designios de su providencia. Poco
importa que te consideres frustrada si Dios te considera
plenamente realizada; a su gusto. Piérdete confiada
ciegamente en ese Dios que te quiere para sí. Y que llegará
hasta ti, aunque jamás le veas. Por eso, cuando te sientas
apesadumbrada, triste, adora y confía... Cuanto más pequeña
te sientas, mejor adorarás, porque hablarás más desde el fondo
del corazón; y cuanto mejor adores, más Dios entrará en tus
imperfecciones y se servirá de ti, por muy mediocre que seas,
para irradiar mucho bien (Chardin: 1963).
¡Que así sea!

María Vaz Pinto, aci


- 77 -
BIBLIOGRAFÍA

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WOODHOUSE, PATRICK (2001) Etty Hillesum. Uma vida transformada, Lisboa: Paulinas.

- 78 -
Polaridad 7
INTERIORIDAD Y SIGNIFICATIVIDAD
Esta reflexión intenta entrar en este binomio interioridad-
significatividad, una realidad antropológica que nos constituye como
persona humana: exterior e interior, objetiva y subjetiva, cuerpo y
espíritu, dimensiones que se interrelacionan y se condicionan, de
forma que una lleva a la otra. No se pueden separar, sino que la
forma humana de ser hombre interior se ejerce en la mediación de la
exterioridad, y a su vez ésta es manifestación de nuestro ser interior.
Sin embargo, en nuestros contextos recibimos propuestas
que promueven una interioridad reducida a lo psíquico, al
ensimismamiento del individuo, como una vivencia de sí mismo
opuesta a nuestro “estar en el mundo” y a nuestras relaciones con los
otros. Todas estas propuestas de búsqueda de la interioridad se
reducen a lograr “sentirse bien con uno mismo”, aislando al sujeto de
sus responsabilidades sociales.
En el polo de la significatividad, nos movemos en contextos
sociales secularizados sin referencia a la Trascendencia. Lo relevante
socialmente es lo que produce éxito, resultados, ganancias, se
instala la competitividad como modo de estar en la realidad. Lo
personal es solapado por lo profesional y la eficacia como valor de la
excelencia.

Nosotras, como Consagradas, estamos inmersas en estos


contextos. Tenemos la experiencia de vivir polarizadas en una de
estas dimensiones, con frecuencia hablamos de que “hay que cuidar
el ser más que el hacer” o contraponemos “el ser y hacer” señalando
que el “ser” es lo más importante. Todas sentimos, en nuestra
vivencia como consagradas, la tensión que supone vivir
equilibradamente estas dos dimensiones que constituyen nuestro ser
personal. Os invito a entrar “más adentro” de estas realidades
antropológicas pero también teológicas, ya que en ambas
dimensiones se da la vivencia de nuestro ser consagrado. Haremos
una pequeña aproximación a la teología y a las ciencias sociales para

- 79 -
que nos iluminen sobre la comprensión de ambos términos y nos
ayude en la vivencia integrada de ambos.

1. Hacia una comprensión de la Interioridad

1.1 Una aproximación desde la Sagrada Escritura5

El termino más frecuente para hablar en la Escritura de la


interioridad, es “leb” “corazón”, sede del conocimiento y de la
integración unificadora.

Este término evoca distintos significados: realidad


desconocida e inabarcable, lo profundamente oculto, lo opuesto a lo
exterior, la sede de los deseos ocultos, no expresados. Gracias a él se
escucha y se discierne. El corazón es el órgano de la voluntad, de los
planes, las decisiones y las intenciones. Con el corazón se conoce.
Pero la antropología bíblica no distingue entre interior o exterior,
entre conocer y elegir. Al contrario de lo que ocurre con nuestro
pensamiento, que es analítico y diferenciador, el pensamiento bíblico
es sintético e integrador y no distingue entre intención y acción del
corazón, sino que considera íntegramente el modo justo de vivir,
porque todo lo que una persona piensa y siente penetra en todo lo
que hace y a la inversa. La integridad y unidad de la persona pone en
relación lo interior y exterior

A este espacio no se accede automáticamente sino es fruto


de la disponibilidad a la llamada de Dios: “Buscadme y viviréis” y esto
exige romper con la dispersión exterior, salir de nuestras seguridades
y de las falsas imágenes del yo para dirigirnos a un “más adentro” al
que somos llevadas y reconocer ahí que somos habitadas por una
PRESENCIA que nos hacer ser, nos sostiene y abraza en nuestra
debilidad. Es la certeza de esta Presencia la que impulsa a hacer este
camino sin miedo y acoger nuestro ser de criaturas frágil y limitado.

5
Cf. DOLORES ALEXANDRE (2004) “Interioridad y Biblia“ en AAVV La
interioridad: un paradigma emergente. Madrid: PPC.
- 80 -
1.2 Una aproximación desde la psicología 6
El ser humano se comprende como la relación dialéctica
entre continuidad y ruptura, continuidad que nos viene de la vivencia
repetida de lo cotidiano y rutinario, en la que hemos interiorizado un
sistema claro de señalizaciones (normas, creencias, cultura…) que
nos permiten saber en cada momento dónde estamos y a dónde
vamos. Y la ruptura, que nace de ese continúo “éxodo”, en el que
salimos de las seguridades de lo conocido, de lo previsible, para
encontrarnos con nosotras mismas. Construimos nuestra identidad
en este viaje a nuestro yo, donde nos encontramos con lo que no
conocemos de nosotras.
La identidad es la comprensión que elaboramos a partir del
cómo nos situamos en la realidad y del cómo nos percibimos
personalmente. La interioridad es el espacio donde construimos
nuestra identidad, es decir, ponemos palabra propia a lo que somos y
donde procesamos las claves para leer la realidad.
Somos “apertura” y estamos llamadas a ser “hospitalidad” a
dejar que entren los otros en nosotras y sobre todo a acoger al
“OTRO". La interioridad es el espacio donde se produce esta acogida
libre como respuesta a la invitación de Dios. Él mantiene con
nosotras un trato respetuoso, que suscita nuestra respuesta pero
nunca se impone o invade nuestra libertad. Los deseos son los que
impulsan a la persona humana a salir continuamente de sí, y este
deseo de sentido, de plenitud, de amor que nunca se satisface es lo
que alienta nuestra búsqueda de Dios.
1.3 ¿Cuáles son las polarizaciones de la interioridad que
vivimos como Consagradas?
En muchos de nuestros contextos se da una exaltación del
individualismo, donde el individuo se convierte en la medida de todas
las cosas. El encuentro con los otros y con la realidad son vividos
como medios de compensar mis necesidades afectivas, y la
búsqueda del sentido de la vida se convierte en autorrealización

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Cf. FRANCESC-XAVIER MARÍN (2004): “Interioridad y experiencia psicológica”
en AAVV, La interioridad: un paradigma emergente; Madrid: PPC.
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personal. Esta situación tiene sus efectos en la vida religiosa y puede
provocar:
 “Egoísmo espiritual”, es decir, búsquedas de nosotras mismas, de
“sentirnos bien con Dios”, de defender nuestro tiempo y espacio
personal para atender el propio proceso, instalándonos y
aislándonos de la realidad y evitando que nos “toque” el mundo y
su sufrimiento.
 Una sobrevaloración de la “vocación personal” mal entendida,
donde el horizonte es la realización personal, el atender a los
reclamos de un yo fuerte y no el estar disponible para la Misión
del Señor.
 Una crisis en la relación autoridad-obediencia, por no aceptar que
al ser incorporadas por la obediencia a un Cuerpo apostólico, mi
yo y todo lo que soy está al servicio de la Misión. Se contrapone
la misión a la persona, olvidando que somos apóstoles. Somos en
y para la Misión.
 Cuestionamiento del sentido de pertenencia o lo que llamamos
“crisis institucional”. Se hace difícil la vinculación a un Cuerpo que
es frágil, sometido a la debilidad de la edad y a la escasez del
número, poco creativo, que le cuesta innovar. Excesivamente
preocupado por el futuro de las “Obras” y la continuidad.
1.4 ¿Cómo estamos llamadas a vivir esta “interioridad?
Hoy, la vida religiosa apostólica necesita encontrar criterios de
discernimiento que desenmascaren los sutiles engaños del
subjetivismo y de la egolatría. Necesitamos una profunda conversión,
que nos haga volver a Dios como único principio y fundamento de
nuestras vidas, Aquel del que somos recibidas y a quién
pertenecemos y un encuentro con la verdad de lo que somos:
criaturas frágiles y necesitadas, solidarias y no rivales de la
humanidad vulnerable que constituye a cada persona. Ahí en la
verdad de lo que somos, somos conocidas y amadas por Dios, y no
sólo eso, sino llamadas a la existencia en Jesucristo como criaturas
nuevas, incorporadas a Él en su vida y misión.
Jesucristo es el deseo que nos mueve a “salir de nuestro propio
querer e interés”, en la contemplación de sus gestos y en la escucha
de sus palabras, es donde Dios va modelando en nosotros el “Alter
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Cristo”. En este proceso de transformación, Dios respeta nuestro
ritmo, no solapa nuestras resistencias ni nos ahorra el coste de
nuestras “salidas” y “pérdidas”, pero sí, esto sólo lo podemos hacer
en la certeza de la promesa de quien tiene palabra y Palabra de vida
eterna.

2. Hacia una comprensión de la significatividad

2.1 Una aproximación desde la antropología teológica


“El hombre entero es, en definitiva, alma y, a la vez,
cuerpo…Es alma en tanto que esa totalidad una está dotada de una
interioridad, densidad, profundidad tales que no se agotan en la
superficialidad del hecho físico-biológico. Es cuerpo en tanto que
dicha interioridad se visibiliza, se comunica y se autoelabora
históricamente en el espacio y tiempo” (Ruiz de la Peña: 1988:131).

Junto a esta referencia a la exterioridad, tenemos que hablar


de la alteridad, es decir a nuestra relación con los otros, sin esta
referencia a los otros, el ser humano no tendría la posibilidad de ser
él mismo. También somos seres mundanos, y por tanto la relación
con el mundo que nos circunda es también constitutiva de nuestro
ser personas. Y por último, hay otra referencia, también constitutiva,
a una Alteridad infinita. Estamos llamados a una relación con Otro,
somos constitutivamente apertura a lo Trascendente.
2.2 Una aproximación desde la sociología 7
Cuando hablamos de secularización nos referimos al hecho de
“volverse hacia el mundo” como única referencia para explicar los
misterios de la vida y para buscar la propia realización, hasta el
extremo de rechazar toda trascendencia. La consecuencia es un
estilo de vida relativista, donde no hay ningún valor absoluto. Esto ha
provocado una crisis profunda en la visión de la vida religiosa que se

7
SEMINARIO TEOLÓGICO DE LA USG Y LA UIGS : “Identidad y Significatividad de
la vida Consagrada Apostólica”: Revista CONFER, Volumen 50, nº 190, junio
2011.
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percibe en la disminución de vocaciones y en la falta de relevancia
con la que es contemplada.

La disminución de vocaciones ha producido un envejecimiento en


la vida religiosa y por consiguiente una falta de vitalidad y
creatividad, lo cual crea una gran incertidumbre sobre el futuro de la
vida y misión de la vida religiosa.

Esta escasez de vocaciones nos habla que la vida religiosa no es


percibida como una propuesta valiosa que puede llenar de sentido la
vida, es decir, de la falta de relevancia. Por otra parte, la falta de
estima que parte de la jerarquía de la Iglesia siente hacia la vida
religiosa apostólica, sobre todo hacia aquella, que después del
Vaticano II se ha abierto más al mundo moderno, se debe en gran
medida a que piensan que su rol ha dejado de ser significativo, que
pertenecen al pasado y ahora el futuro es de los movimientos laicos
(o de un regreso a la verdadera radicalidad monástica en la vida
contemplativa).

2.3 ¿Cuáles son las polarizaciones de la Significatividad


que vivimos como Consagradas?
Nuestros contextos culturales generan un modo de vida
“fuera de sí”, donde no se promueve el encuentro con uno mismo, se
nos ofrecen infinitas ofertas para consumir experiencias que están
siempre en la epidermis. La dispersión, la súper-actividad no
permiten hacer el viaje hacía uno mismo, encontrase cara a cara con
nuestra realidad, entrar y conocer en la verdad que soy. Vemos
huidas o autodefensas para no encontrarnos con quiénes somos y
esto hace que nos encontremos con identidades desestructuradas y
si no hay comunicación con uno mismo, no hay conocimiento de
quien soy, ni de lo que quiero, no hay libertad, estoy a merced de las
circunstancias.

Esta realidad tiene una serie de efectos en la vida religiosa:


 Activismo: damos la imagen de una vida religiosa “agobiada”, se
nos percibe como personas muy ocupadas, sobrecargada de
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tareas, sin tiempo “que perder”. La misión se convierte en tarea y
a veces en “carga”.
 Eficacia: nos hacemos esclavos de los resultados. Nos
convertimos en protagonistas de la misión y como si ésta fuera
nuestra y todo dependiera de nosotros. Ponemos todo el énfasis
en los medios y en éxito de nuestros proyectos o planificaciones.
 Superficialidad: vivimos sin criterios hondos, a toque del criterio
“medio ambiental”, a veces nuestras opciones cotidianas vienen
de nuestro acomodarnos a este mundo.

2.4 ¿Qué puede aportar la vida consagrada a nuestra


sociedad para ser significativa?

 Una vida humana plena y feliz, que se realiza en la entrega de sí


misma como respuesta a Dios, Absoluto de nuestra vida, en un
mundo secularizado y relativista.
 Una mirada amable y comprometida sobre la realidad porque
nuestro mundo y nuestra historia están habitados por Dios.
 El testimonio evangélico de lo gratuito y de lo pequeño, del
servicio desinteresado, del interés por lo irrelevante socialmente,
la fidelidad del cada día y del siempre en un mundo superficial,
que vive de las apariencias y del éxito, que valora lo inmediato y
eficaz, lo rentable y productivo.
 La vivencia de nuestro hacer, “no como desgate”, sino como
envío, donde la tarea es Misión y lugar donde soy y me encuentro
con la fuente de mí ser: el Señor de la Misión.
 El testimonio de universalidad y acogida de la diversidad en un
mundo globalizado que excluye y tiende a eliminar las
diferencias.
 El signo de comunión y esperanza, que constituye una
comunidad religiosa pluricultural y pluriracial en un mundo
dividido y enfrentado por privilegios étnicos o intereses
nacionales.
 Una vida religiosa con una identidad sólida que no renuncia a su
carácter profético y carismático por ganar relevancia social o
estima eclesial.

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3. Conclusión
En el desarrollo de esta reflexión no he dudado en la
integración vital de esta polaridad antropológica, porque no podía
ser de otra manera, interioridad y significatividad son extremos del
arco que nos constituye como persona, y nuestro ser de Consagradas
se resuelve en la tensión de estos polos. Vivir serena y
equilibradamente esta tensión exige un continuo ejercicio de
discernimiento, desde preguntas como ¿Qué estoy viviendo por
dentro? ¿Desde dónde? ¿Cómo es mi mirada sobre la realidad? ¿Me
sitúo en ella como Misión? ¿Cómo vivo la Misión?
Quiero terminar con un símil del mundo de la música, la
pausa. “En la pausa no hay música, pero la pausa ayuda a hacer la
música”. La música es interrumpida por “pausas”... pero la melodía
no termina, sino que el “Maestro” continúa marcando el compás con
la misma precisión y toma la nota siguiente con firmeza, como si no
hubiese habido interrupción alguna. Las pausas no están allí para ser
pasadas por alto o ser omitidas, ni para perturbar la melodía o alterar
el tono. Las pausas ayudan a marcar el compás, no nos olvidemos
que “ellas ayudan a hacer la música”. Nos ayudaría preguntarnos por
las pausas en nuestra vida: ¿necesito hacer pausas para escuchar la
melodía de mi vida? ¿a qué suena mi vida? ¿no desafina? ¿sigue el
compás que marca el Maestro?

Inés Ruiz, aci

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

DOLORES ALEXANDRE, DOLORES (2004) “Interioridad y Biblia“ en AAVV, La


interioridad: un paradigma emergente. Madrid: PPC.
FRANCESC-XAVIER MARÍN (2004) “Interioridad y experiencia psicológica” en
AAVV, La interioridad: un paradigma emergente. Madrid: PPC.
RUIZ DE LA PEÑA, JUAN LUIS (1988) Imagen de Dios. Santander: Sal Terrae.
SEMINARIO TEOLÓGICO DE LA USG y la UIGS: “Identidad y Significatividad de la
vida Consagrada Apostólica” : Revista CONFER ,Volumen 50, nº
190, junio 2011.
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