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En tanto el centro de interés se ubica en la modernización del estado uruguayo y su relación con las
dimensiones económicas y sociales, es casi inevitable que, al buscar los orígenes desde los cuales
iniciar el seguimiento de ese fenómeno, la mirada se dirija en primera instancia, hacia la época del
“primer batllismo” (1903-1916).
El momento batllista de modernización del Uruguay, una de cuyas facetas principales fue el
desarrollo de un Estado social y empresario, tiene entonces fundamentos decimonónicos. El
batllismo del siglo XX constituyó una segunda fase modernizadora precedida de una primera
ocurrida en el último cuarto del siglo XIX. En este sentido, la primera y la segunda modernización
pueden considerarse dos fases sucesivas y vinculadas de un mismo proceso.
Uruguay comenzó a desarrollar una serie de transformaciones a mediados del siglo XIX que
derivaron de:
Una grave crisis interna, consecuencia de las guerras civiles que impedían en desarrollo
económico.
Una situación internacional, en la que las economías europeas, exigían mayor cantidad y
calidad de materias primas y nuevos mercados para colocar capitales y productos.
El acontecimiento del período es el crecimiento demográfico que pasó de 132.000
habitantes en 1852 a 385.000 en 1868. Este crecimiento se debió a la gran inmigración,
fomentada por compañías privadas que se encargaban de los gastos de transporte, aunque
hubo subsidios del gobierno para que se instalaran en la campaña, pero la mayoría se quedó
en la ciudad.
El aumento de la población trajo como consecuencia el desarrollo de la industria de la
construcción, la navegación, la actividad portuaria y el comercio. Una originalidad fue
el “comercio de tránsito”; debido a que Montevideo era el intermediario, por su puerto,
entre las Provincias del Litoral, Paraguay y Río Grande, con Europa.
Este comercio alcanzó su auge con la guerra del Paraguay debido a la gran cantidad de
mercadería que se necesitaba para el sustento de las tropas. Esto fortaleció a los
comerciantes, que se dedicaba a la importación para satisfacer los gustos europeos de la
población local.
El espiritualismo de origen francés fue introducido en uruguay en 1848 por el Prof. José de la Peña,
catedrático de Filosofía de la universidad. Creó las condiciones para el desarrollo del racionalismo
religioso. La «Profesión de Fe Racionalista» de 1872 estaba impregnada de una ética y un deísmo
característicos del espiritualismo.
En la segunda mitad de la década de 1870 ingresó al país el positivismo.9 A partir de 1880 cambió
la orientación filosófica de la universidad. Su rápido éxito estuvo vinculado a la instalación de las
primeras cátedras de la Facultad de Medicina (1876) y al estudio de las ciencias naturales que
permitieron la consolidación de lo que Arturo Ardao denominó «la cultura científica» del siglo.10 El
positivismo influyó en distintos planos, contribuyó a crear en los gobernantes una mentalidad nueva
para enfrentar y solucionar los problemas nacionales. Las medidas comenzaron a tomarse en base
a necesidades y hechos concretos, incorporándose el concepto de evolución a todas las realidades
sociales y culturales. A nivel educativo, la reforma vareliana recogió elementos positivistas que se
reflejaron en la tendencia científica y naturalista de la misma. En materia religiosa tanto el
espiritualismo como el positivismo eran racionalistas.