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Thompson
El concepto de la economía moral de la multitud, le ha sido útil a Thompson en cuanto a su
explicación sobre Inglaterra durante el siglo XVIII en términos generales, y singularmente
para la explicación en que ésta forma de protesta social como son los motines populares,
llamados comúnmente “motines de subsistencia” tienen una función equilibradora en
cuanto a la regulación de precios, lo que les ha de proporcionar el acceso en condiciones y
precio aceptable para poder adquirirlos. Obviamente estos motines no siempre discurrieron
por cauces meridianamente razonables sino que algunos degeneraron como nos ilustra
Charles Wilson, en pillaje y disturbios. Thomson deja claro que esta no es la tónica
dominante en este tipo presión popular. Las condiciones sociales y económicas que
concurren para que se de este tipo de presión, rebelión o amotinamiento oscila en torno al
cereal, principal fuente de alimento de las clases populares o “populacho” como se refieren
algunos autores, donde intervienen diversos actores en esta cadena hasta llegar al
consumidor. La ira y su expresión mediante los motines de resistencia se convierten en una
válvula de escape, que apuntan a toda la cadena desde el agricultor, molinero, intermediario
y comerciante. Pero no es solo una forma de protesta ante el hambre, que lo es. Quedarse
aquí, como dice Thomson es puro reduccionismo económico, porque entiende que
concurren otra serie de elementos o variables no cuantificables como son motivación,
conducta y función que deben ser contemplados sin perjuicio de los aspectos objetivables y
cuantificables de la historia. Thompson nos aclara que la multitud amotinada creían estar
defendiendo costumbres y tradiciones que legítimamente les correspondía, esto es, gozaban
generalmente de amplio consenso social, además de cierta permisividad por partes de las
autoridades , una especie de pacto tácito sustentado en la razón moral, “el pueblo no puede
morirse de hambre”. La piedra angular estriba en que no siempre el alza en los precios
provocaba motines de subsistencia, era el juicio consensuado de la multitud lo que otorgaba
legitimidad al alza de precios o a la calidad de la elaboración del producto, si entendían
abuso forzaban al abaratamiento del mismo mediante presión. Cada sector de la sociedad de
forma tácita tiene unas obligaciones y funciones económicas propias, que tomadas en su
conjunto como constituyen lo que Thomson denomina “economía moral de las multitudes”.
El motín es consecuencia directa de la privación de uno u otro supuesto moral en la
compleja balanza de los equilibrios de subsistencia del populacho en connivencia con la
actitud paternalista de las autoridades del siglo XVIII en Inglaterra. Esta forma de
contestación social de carácter económico-social influirá en el gobierno y pensamiento de
susodicha época. En definitiva, eran algo más que simples motines de subsistencia, aunque
por otra parte no quisieron jamás subvertir el orden político, Thompson nos lo ilustra con
multitud de ejemplos de fuentes documentales primarias. Pero ¿cómo era la sociedad de la
Inglaterra del siglo XVIII? Inglaterra está en plena expansión del capitalismo industrial,
donde las grandes fortunas se construyen en torno a la venta de cereales, carne y lana,
siendo los alimentos los que se vendían de forma más directa, esto es, con poca o ninguna
intermediación, en un mercado de miles de consumidores. Donde imperan las leyes de
mercado más cruel y la lógica capitalista del beneficio es fácil que se produjeran alzas de
precios arbitrarios, especulación, acaparamiento del trigo, adulteración del cereal en los
procesos de elaboración, molienda y horno etc, con el consiguiente deterioro de la salud
pública. Esta forma de contestación mediante la presión, la fuerza, la insurrección o el
motín, tendían a corregir estos abusos o anomalías. La multitud intimidaba introduciendo
en su estrategia elementos de corrección, contando siempre con la aquiescencia de las
autoridades que solo intervenían en caso de tumultos muy violentos. Es curioso hasta qué
punto debió llegar la adulteración del pan, elaborado con distintos cereales que el gobierno
en diciembre de 1800 publica el decreto “del pan negro” también conocido como “decreto
del veneno” para asegurar cierta calidad en la elaboración del pan, obligando a los
molineros a no elaborar otra harina que no fuera trigo integral. En una sociedad capitalista
de esta naturaleza no es de extrañar que las multitudes más desfavorecidas intervengan de
forma consensuada. Las transacciones debían ser lo más directas posibles, del agricultor al
consumidor, esto era una forma de garantizar cierto equilibrio en relación al precio y la
calidad del trigo. Durante el reinado de Eduardo VI se establecieron preceptos legales
contra el acaparamiento, la intermediación, el regateo y el monopolio. La legitimidad para
la el amotinamiento u otra forma de intervención coercitiva de las multitudes es extraído
directamente del modelo paternalista, que siente la obligación moral, dentro del un más
amplio concepto económico de proteger a las clases más desfavorecidas. Estas prácticas
paternalistas de cariz moral que se traducen en ciertas formas de intervención del estado
acabarán siendo fulminadas con la nueva biblia económica de Adam Smith “la riquezas de
las naciones” que aboga por la demolición de las viejas estructuras paternalistas, la no
intervención del estado y la liberalización el comercio del cereal que se auto-regulará en
base a las leyes de mercado de la oferta y la demanda. Es obvio que las multitudes tenían
redes eficaces de información directa puesto que trabajaban en todos los sectores de la
ciudad, esto y cierta organización, especialmente en el sector minero hacían bastante
efectivos estos motines de subsistencia. Otro aspecto importante a destacar es papel de la
mujer como instigadora de los motines, dada la mayor sensibilidad en cuanto al
conocimiento de los precios en relación con la economía doméstica. ¿Hasta qué punto tuvo
éxito el motín de subsistencia? Los datos de los que disponemos no nos permiten
cuantificar cuanto hubieran subido los precios del trigo sin este elemento de presión, lo que
sí sabemos es que jugó un papel importante en la economía de la Inglaterra del siglo XVIII,
y que estableció cierta ponderación en el alza de los precios del trigo, también a los ricos
que debían poner a disposición de los pobres grano suficiente a precio razonable y en
buenas condiciones. El mercado capitalista acabará definitivamente con la concepción de la
economía paternalista, el duque de Porland instará a las autoridades a abandonar la
permisividad del viejo paternalismo en pos de una nueva economía política, firmando así la
sentencia de muerte de la economía paternalista que soportaba la economía moral de las
multitudes y dando paso a la economía de libre mercado que caracterizará el siglo XIX.
II
Entre pueblos primitivos la medida del tiempo está generalmente relacionada con los
procesos habituales del ciclo de trabajo o tareas domésticas. Una indiferencia tal ante las
horas del reloj sólo se podía dar en una comunidad de pequeños agricultores y pescadores
con una estructura mínima de comercialización. Se pueden observar ritmos de trabajo
“naturales”: la organización del tiempo social en el puerto se ajusta a los ritmos del mar;
hay que ocuparse de las ovejas mientras crían y guardarla de los depredadores. La
orientación del tiempo que surge de estos contextos ha sido descrita como “orientación al
quehacer”. Se puede proponer tres puntos sobre la orientación al quehacer.
1) En cierto sentido es más comprensible humanamente que el trabajo regulado por horas.
2) Una comunidad donde es normal la orientación al quehacer parece mostrar una
demarcación menor entre “trabajo” y “vida”. 3) Al hombre acostumbrado al trabajo
regulado por reloj, esta actitud le parece antieconómica y carente de apremio. Pero la
cuestión de la orientación al quehacer se hace mucho más compleja en el caso de que el
trabajo sea contratado. Se señala el cambio de orientación al quehacer a trabajo regulado.
No es el quehacer el que domina sino el valor del tiempo al ser reducido a dinero. El tiempo
se convierte en moneda: no pasa sino que se gasta.
III
No está claro hasta qué punto estaba extendida la posibilidad de disponer de relojes
precisos en la época de la Revolución Industrial. Desde el siglo XVI se erigieron relojes en
iglesias y lugares públicos. El reloj de bolsillo era de precisión dudosa hasta que se hicieron
ciertos progresos. El registro del tiempo pertenecía a mediados de siglo todavía a la gente
acomodada, patronos, agricultores y comerciantes; y es posible que la complejidad de los
diseños y la preferencia por los metales preciosos, fueran formas intencionadas de acentuar
el simbolismo de status. Hacia 1790: se está produciendo una difusión general de los relojes
en el momento exacto en que la Revolución industrial exigía una mayor sincronización del
trabajo. Además, el reloj era el banco del pobre, una inversión de sus ahorros; en épocas
malas podía venderse o empeñarse.
IV
La atención que se presenta al tiempo en la labor depende en gran medida de la necesidad
de sincronización del trabajo.
V
La tensión de esta transición recae sobre la totalidad de la cultura: la resistencia al cambio y
el asentimiento al mismo surge de la cultura entera. Los ritmos irregulares de trabajo
descritos en la sección anterior nos ayudan a entender la severidad de las doctrinas
mercantilistas por lo que respecta a la necesidad de mantener bajos los salarios como
prevención contra la inactividad. Entramos aquí, ya en 1700, en el conocido panorama del
capitalismo industrial disciplinado, con las hojas de hora, el vigilante del tiempo, los
informadores y las multas. Se disponía de otra institución no industrial que podía emplearse
ara inculcar la “economía del tiempo”: la escuela. Se consideraba la educación como un
entrenamiento en el “hábito de la industriosidad”; cuando el niño llegara a los seis o siete
años debía estar “acostumbrado” (para no decir naturalizado) al Trabajo y la Fatiga. Las
exhortaciones a la puntualidad y regularidad están inscritas en los reglamentos de todas las
escuelas primarias. La embestida, desde tan varias direcciones, a los antiguos hábitos de
trabajo de las gentes no quedó, sin oposición. En la primera etapa, encontramos simple
resistencia. Pero en la siguiente, mientras se impone la nueva disciplina de tiempo, los
trabajadores empiezan a luchar, no contra las horas sino sobre ellas. Hacia finales del siglo
XVIII existen algunos indicios de que algunos de los oficios más favorecidos habían
conseguido algo parecido a la jornada de diez horas. Al principio algunos de los peores
patronos intentaron expropiar a los trabajadores de todo conocimiento del tiempo. A
menudo, se adelantaban los relojes de las fábricas por la mañana y se atrasaban por la tarde;
y en lugar de ser instrumentos para medir el tiempo, se utilizaban para el engaño y la
opresión. Los patronos enseñaron a la primera generación de obreros industriales la
importancia del tiempo; la segunda generación formó comités de jornada corta en el
movimiento por las diez horas; la tercera hizo huelgas para conseguir hora extra y jornada y
media. Habían aceptado las categorías de sus patronos y aprendido a luchar con ellas.
Habían aprendido la lección de que el tiempo es oro demasiado bien.
VI
Hemos visto algo sobre las presiones externas que imponía la disciplina pero ¿Qué hay
sobre la interiorización de la misma? ¿Hasta qué punto era impuesta y hasta qué punto
asumida? No se puede pretender que hubiera nada radicalmente nuevo en predicar la
industriosidad o en la crítica moral de la ociosidad. Pero hay quizás una insistencia nueva,
un acento más firme, cuando los moralistas que habían aceptado esta nueva disciplina para
sí la prescriben para la gente que trabajaba. El tiempo es visto como moneda. “Que tus
horas de sueño sean sólo tantas como exige tu salud”. Se desprecia a la pereza y se incita al
máximo aprovechamiento del tiempo. Consiguen introducir la imagen del tiempo como
moneda en el mercado del trabajo.
VII
Los nuevos hábitos de trabajo se formaron, y la nueva disciplina de tiempo se impuso, de
todos estos modos: la división del trabajo, la vigilancia del mismo, multas, campanas y
relojes, estímulos en metálico. En algunos casos tardó muchas generaciones y se puede
poner en duda ñeque medida se consiguió plenamente: los ritmos irregulares de trabajo se
perpetuaron (e incluso institucionalizaron) hasta el presente siglo. A lo largo del siglo XIX
se continuó dirigiendo a los obreros la propaganda de la economía del tiempo,
degradándose la retórica, deteriorándose cada vez más los apóstrofes a la eternidad. Las
clases ociosas comenzaron a descubrir el “problema” del ocio de las masas. En una
sociedad capitalista madura hay que consumir, comercializar, utilizar todo el tiempo; es
insultante que la mano de obra simplemente “pase el rato”. Podemos sostener que la
extensión de este sentido a la gente obrera durante la Revolución industrial puede
ayudarnos a explicar el énfasis obsesivo en la muerte de sermones y tratados que eran
consumidos por la clase trabajadora. Durante la Revolución los incentivos salariales fueron
claramente efectivos. Puede creerse que el problema consiste en adaptar los ritmos
estacionales rurales, con sus festejos y fiestas religiosas, a las necesidades de la producción
industrial. O se puede considerar que consiste en conservar la mano de obra al precio de
perpetuar métodos ineficaces de producción. Las sociedades industriales maduras de todo
tipo se distinguen porque administran el tiempo y por una clara división entre “trabajo” y
“vida”. Lo que hay que decir no es que una forma de vida es mejor que otra, sino que es
parte de un problema mucho más profundo; que el testimonio histórico no es sencillamente
cambio tecnológico neutral e inevitable, sino también explotación y resistencia a la
explotación; y que los valores son susceptibles de ser perdidos y encontrados.
XVIII
Es un problema por el que tienen que pasar, y superar, los pueblos del mundo en vías de
desarrollo. En cierto sentido, también, en el ámbito de los países industriales avanzados, ha
dejado de ser un problema situado en el pasado. Porque hemos llegado a un punto en que
los sociólogos están disertando sobre el “problema” del ocio. Y parte del problema es cómo
llegó a convertirse en tal. El puritanismo, en su matrimonio de conveniencia con el
capitalismo industrial, fue el agente que convirtió a los hombres a la nueva valoración del
tiempo, que saturó las cabezas de los hombres con la ecuación el tiempo es oro.
Si van a aumentar nuestras horas de ocio, en un futuro automatizado, el problema no
consiste en cómo podrán los hombres consumir todas estas unidades adicionales de tiempo
libre, sino qué capacidad para la experiencia tendrán estos hombres con este tiempo no
normatizado para vivir. Si conservamos una valoración puritana del tiempo, una valoración
de mercancía, entonces se convierte en cuestión de cómo hacer ese tiempo útil, o como
explotarlo para las industrias del ocio. Los hombres tendrán que aprender cómo llenar los
intersticios de sus días con relaciones personales y sociales más ricas, más tranquilas; cómo
romper otra vez las barreras entre trabajo y vida. El pasar el tiempo sin finalidad sería un
tipo de comportamiento visto con aprobación por nuestra cultura. No existe el desarrollo
económico si no es, al mismo tiempo, desarrollo o cambio cultural; y el desarrollo de la
conciencia social, como el del pensamiento del poeta, no puede, en última instancia, seguir
un plan determinado.
********
-¿Cómo puede ser que se haya organizador el capitalismo industrial de una forma tan
rápida, tan sistemática y tan disciplinada que es posible analizar y verificar, por lo menos,
en las sociedades ya industrializadas? Una faceta indispensable para esta cuestión es
el tiempo. Thompson está convencido que no hay una sola causa, sino varios hechos
concurrentes. Hay dos tendencias que explican el desarrollo industrial:
- Max Weber: Expone el factor ético, la ética del trabajo. Asociado con la abnegación, el
esfuerzo, el disciplinamiento, el orden. Esta ética no explicaría el surgimiento del
individualismo. La razón fundante de la sociedad industrial à ética protestante que dio XXX
y dinamismo.
- Karl Marx: El proceso de acumulación monetaria de capital, basado en tres pilares:
técnica, XXX, la explotación de la naturaleza y del hombre. No? Son suficientes para
explicar el industrialismo del siglo XIX.
Thompson une ambas propuestas, convencido de que por sí solas son insuficientes, pero
juntas se complementan.
- El capitalismo se caracteriza por el control del tiempo.
Problema: ¿cómo hacer para que personas educadas en una concepción del tiempo
adoptaran, rápidamente, las creencias, actitudes y costumbres que exige el trabajo
industrial?
- Desarrollo industrial a base del orden que propone el protestantismo.
Base protestante + capitalismo industrial = nueva concepción del tiempo.
Tiempo identitario (reloj): coordinación de una misma concepción del tiempo à nos
transforma y fuerza a adaptarnos.
- ¿Cómo aprendió la clase obrera una rutina alienadora?
Está representado por horas o por cantidades evidentes. El trabajador sólo se preocupa por
satisfacer una cantidad determinada.
- El hombre acostumbrado al trabajo regulado por reloj siente que el trabajo organizado
sobre la base de la necesidad, es asistemático, ergo antieconómico.
- no hay forma de vivir en sociedad que pueda escapar a una temporalidad rígida.
- No importa tanto el tiempo cronométrico, como la temporalidad imaginaria.
- Tiempo imaginario: significación global que una sociedad confiere a su temporalidad. Es
el discurso que se propone lo que está por venir. ¿Efectos prácticos en la sociedad? La
temporalidad fije un sentido de pertenencia. El sujeto se siente adherido a una experiencia
colectiva que la trasciende.
Tiempo identitario: se explicita en unidades de tiempo, establecidas perfectamente (por
ejemplo, con la naturaleza) Hace referencia a una medida cuantitativa, a una segmentación
temporal. Entrelazamiento del tiempo identitario y del imaginario.
¿De qué manera la sociedad impone al resto de las clases sociales una nueva temporalidad
o disciplina?
¿Cómo era la sociedad que hubo que disciplinar? Una sociedad conservadora,
tradicional. Habitan un universo simbólico de estructura circular, el cual establece una
periódica regulación de la temporalidad. El tiempo identitario en las sociedades
tradicionales se corresponde con el ritmo de la naturaleza. Es muy inflexible.