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PIEDAD Y LITURGIA
1931
SANTIAGO DE CHILE
PUBLICADO EN
« L A REVISTA CATÓLICA»
ALMA Y CENTRO
DE LA SAGRADA LITURGIA
DE LA IGLESIA,
DE PAZ Y CARIDAD
EL A U T O R
«Preguntarse si la liturgia es necesaria en una Sociedad C r i s -
tiana, en nuestra Iglesia Católica, equivale a p r e g u n t a r s e si tal
sociedad debe confesar a Dios y a Jesucristo» P r e g u n t a r s e m á s
especialmente si, en la h o r a presente, se impone un renacimien-
to litúrgico, es lo m i s m o que preguntar si sería oportuno avivar
e n t r e nosotros la confesión de la fe cristiana en Dios y en J e s u -
cristo». Card. Mercier. Obr. Past. T. III—, CXIV, 57.
PIEDAD Y LITURGIA
ln spiritu et veritate.
CAPITULO I
Estados de la vida
No es tan solo el día, la semana y el año lo que la
liturgia sobrenaturaliza en nuestra vida, son también las
diferentes circunstancias y estados los que santifica por
medio de los Sacramentos.
Un niño nace y ya sobre su cuna se inclinan los
brazos de su Madre la Iglesia que en el agua del Bautis-
mo le da la vida de la gracia y lo incorpora a su seno-
Misterio de muerte y vida, el Bautismo haciéndonos
participar a la muerte de Cristo sepulta en nosotros al
hombre viejo dándonos al mismo tiempo un nuevo
nacimiento por la incorporación a Cristo resucitado.
El sacramento de iniciación nos ha conferido la vida
pero el alimento de esa misma vida nos lo da la Sagrada
Eucaristía en la cual el cristiano participa más plena-
mente a los frutos de la Misa y del Calvario; gracias a
ella Jesús vive en nosotros y nosotros vivimos por EL
Cuando ese joven debe entrar en la adolecencia, la
Iglesia robustece la gracia bautismal por el Sacramento
de la Confirmación que el obispo le confiere, marcándolo
con el signo de los soldados de Cristo.
Si el bautizado ha perdido la b'anca estola de la
inocencia la Iglesia en la Confesión lo reconcilia, lavando
en la Sangre del Redentor sus manchas y pecados.
Cuando llega en la vida del hombre el momento de
escoger un estado, la Iglesia o le confiere el sacerdocio
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CAPÍTULO II
c) Preparación a la Misa
El acto supremo de la virtud de la religión al cual
todos los demás directa o indirectamente se ordenan es
el Santo Sacrificio de la Misa. De ahí brota como de
fuente riquísima nuestra santificación como la misma
Iglesia en su liturgia lo declara «ut sacrosanta mysteria
in quibus omnis sanctitatis fontern constituisti, nos
quoque in veritate sanctificent (que los santos misterios
en los cuales has encerrado la fuente de toda santidad
nos santifiquen en verdad. Secreta de la Misa de S.
Ignacio de Loyola, 31 de Julio). La vida de Cristo sobre
la tierra estuvo por entero orientada al sacrificio que se
consumó en la Cruz: «No hay nada más grande en el
mundo, dice Bossuet, que Jesucristo, no hay nada más
grande en Jesucristo, que su sacrificio, no hay nada más
grande en su sacrificio que su último suspiro». La vida
cristiana, que es participación a la de Cristo, también
debe estar orientada hacia el altar que perpetúa y revive
la obra de la Redención.
El cristiano que desea vivir su fe, debe por esta razón
preparar su alma para el Santo Sacrificio. Fué escrito en
•el Eclesiastés, «antes de la oración prepara tu alma»
(XVIII-23); ¡con cuánta mayor razón cuando se «rata
de la oración más pura, santa y sublime!
Distinguiremos dos clases de preparación, la remota y
la próxima
Preparación remota
1) La primera y más esencial preparación es una vida
verdaderamente cristiana. Si el acto central de la vida
d e Cristo fué su sacrificio y si la vida cristiana es comu-
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d) Asistencia a la Misa
La Misa, hemos dicho varias veces en el curso de
este trjtbajo, es el sacrificio que el Cuerpo místico ofrece
a Dios. La naturaleza humana, afirma el Concilio de
Trento, pide un sacrificio visible. El Salvador se lo pro-
porciona por su Iglesia en el inefable misterio de su
presencia real, bajo las apariencias del pan y del vino.
Sess XXII c. 1—Denz.—938). Jesús invisiblemente lo
ofrece por medio del sacerdote ministro visible del
sacrificio. Él representa a la Iglesia, que por su jerar-
quía ofrece y se ofrece con las oraciones, sacrificios y
trabajos de todos sus fieles. Todos participamos y somos
en cierto modo sacerdotes en la mística oblación.
Nuestro deber, es por lo tanto, participar activamente
en ella. No somos mudos espectadores de una escena,
somos actores responsables en un drama divino. El
sacrificio que en el altar se celebra es de Jesús y
nuestro. La Misa a la cual asistimos es «nuestra Misa».
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II
E L OFICIO DIVINO
III
EL AÑO LITÚRGICO
IV
Sacramentos
La vida cristiana es vida sacramental. La salvación
que nos viene de Cristo y nuestra unión con Él se
realizan mediante esos signos sensibles, productores de
gracia en nuestras almas que son los sacramentos. Ellos
representan el fin donde se concentra y adquiere su
valor nuestra vida de oración, sin ellos la actividad
religiosa perdería su significado y el hombre volvería a
caer en la miseria de donde la Redención lo ha levan-
tado.
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V
Sacramentales
Según el Código de Derecho Canónico los sacramen-
tales son, «cosas o acciones de las cuales suele usar la
Iglesia, imitando algún sacramento, a fin de obtener por
su impetración efectos sobre todo espirituales» (Can.
1144). No son medios para comunicar la gracia santifi-
cante como los sacramentos, ni fueron como éstos insti-
tuidos por Jesucristo, sino por la Iglesia en cuyo nombre
se administran y de cuya oración suplicatoria depende
su eficacia. Su fin inmediato consiste en el bienestar
temporal de los fieles, su fin mediato como toda la
acción santificadora de la Iglesia es la salvación de las
almas; por ellos la Iglesia con amor sobrenatural de
madre nos ofrece copiosas bendiciones para nuestra
santificación temporal y eterna.
El Código de Derecho Canónico divide los sacramen-
tales en tres categorías: consagraciones, bendiciones y
e x o r c i s m o s . Antiguamente se hacían otras clasificaciones
diversas, pero preferimos seguir la auténtica que la
Iglesia nos da en su Código. Por consagraciones se
indican los ritos instituidos por la Iglesia para dedicar
al culto una cosa, un lugar o una persona por los cuales
se da a éstos un carácter religioso permanente. Las
bendiciones, menos solemnes que las anteriores por
cuanto no se emplea en ellas el óleo santo, pueden ser
de dos clases: I a .) invocativas por las cuales se ora
sobre las cosas, personas etc. pidiendo para ellas el
favor divino y 2 a .) constitutivas que, a diferencia de
las primeras, que tienen un efecto transitorio, éstas como
su nombre lo indican tienen un efecto permanente y
no pueden repetirse como las otras; así por ejemplo la
bendición de una iglesia, ornamentos etc. pertenecen a
la segunda categoría, las bendiciones a los enfermos,
a los alimentos, etc. a la primera.
Hemos creído necesario dar estas breves nociones
antes de señalar la relación que estos ritos tienen con
la vida espiritual, por cuanto, triste es decirlo, el ambien-
te naturalista que nos invade ha hecho olvidar casi
del todo, estos medios admirables con los cuales la
Iglesia santificaba cada una de las acciones de nuestra
vida y, quitándoles su carácter profano, las revestía de
.sobrenatural.
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S I G N I F I C A D O Y FRUTOS DE LA P I E D A D LITÚRGICA
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U. I. O. G. D.
Í N D I C E
Pgs.
LITÚRGICA 1U5-
LAUS DEO.
COLECCIÓN "ECCLESIA"
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