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lunes, 10 de septiembre de 2012

EL RIO DE DIOS

Ezequiel 47

En el evangelio según San Juan, nuestro Señor Jesucristo pronunció las palabras que
siguen a continuación:

“En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si
alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su
interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los
que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había
sido aún glorificado.” (Juan 7:37-39)

Lo que representa la figura del río.

La vida espiritual es como un río, que nace en Dios y fluye hacia nosotros, en nuestro
interior. Este río cuyas aguas proceden del trono de Dios, son limpias, cristalinas,
refrescantes, sanadoras.
El santuario de Dios es el lugar desde donde comienza éste raudal de agua viva, su
nacimiento está en las moradas de Dios.
El pasaje citado del profeta Ezequiel nos enseña de la fuerza y la profundidad, así como
del gran caudal que puede alcanzar el río de Dios en nuestro ser, no existe límites.
También nos plantea un reto, a saber, hasta donde estamos dispuestos a llegar
poniendo nuestra confianza totalmente en Dios, sin apoyos.

Nadie puede recibir la impactante y gratificadora influencia del Espíritu de Dios si no


cree en Jesucristo como enseñan las escrituras. Es por supuesto necesario tener sed en
el espíritu y dejarnos llevar por esa necesidad a la búsqueda de Dios para que el la
satisfaga. Nuestra sed de vida espiritual solo la calma nuestro creador, él solo nos
puede colmar de una vida abundante y más elevada, la vida de calidad eterna.

Cuando el pueblo de Israel salió de Egipto hacia Canaán, atravesando el desierto, ellos
no pasaron sed, pues había un manantial que los seguía continuamente que era Cristo.
Eso era algo maravilloso y sobrenatural, una prueba de la fidelidad de Dios hacia su
pueblo escogido.
Sin embargo para los creyentes en esta dispensación existe algo mucho mejor, el
mismo Jesús nos invita a ir a Él y beber de Él, y no solo esto, sino que pone un
manantial en nuestro interior desde donde nuestra sed se calma incesantemente.

Ahora bien, Dios quiere que este río de su vida nos inunde, nos transporte y que surca
por todo nuestro ser, que nos saciemos de sus aguas y que junto a ellas produzcamos
mucho fruto.

Dios da de su Espíritu sin medida, ¿Pero hasta donde estamos listos a recibir? ¿Hasta
dónde estamos dispuestos a entregarnos en un completo abandono a Él? Conforme a
nuestra fe será hecho.
Jesús nos habla del río de Dios
En el pasaje del evangelio de San Juan que encabeza este mensaje Jesús mismo nos
habla de un río y nos explica su significado.

En primer lugar, el Señor ofrece a todos la posibilidad de calmar su sed en Él, nos hace
esta oferta previo conocimiento de que estemos disfrutando de ciertos placeres de la
vida, pero sabiendo que aun así seguiríamos insatisfechos y sedientos de algo más.
La única condición que Jesús pone para ir a Él y beber, es que tengamos sed, que
reconozcamos que nuestra alma está seca.
Jesús habla del agua y de la sed como figuras de la necesidad espiritual del ser
humano. Las escrituras dicen: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de
justicia porque ellos serán saciados.”
En el libro de Isaías también dice: “A todos los sedientos venid a las aguas…”

El agua representa la vida espiritual de Dios, sin esa vida de Dios nuestra alma
permanecerá seca y estéril como un desierto.

En segundo lugar, Jesús se refirió a esta agua como un río en el interior de los que
creyeren en Él. Un manantial desde donde brota continuamente el agua de vida
espiritual calmando nuestra sed y desbordando nuestro ser. Fuentes de aguas, limpias,
abundantes y salutíferas.
En su conversación con la mujer samaritana junto al pozo de Jacob, Jesús mencionó la
superioridad y calidad del agua que el ofrecía con respecto a los diferentes mejunjes
que estamos acostumbrados a beber de este mundo.

“Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener
sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua
que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” (Juan
4:13,14)

Jesús habla de dos clases de agua, la que bebemos del mundo, la asimilación de todo lo
que en la actualidad se nos ofrece como un remedio para satisfacer nuestros más
profundos anhelos y necesidades, sea a nivel material, emocional, intelectual o seudo
espiritual. Que a fin de cuentas nos sigue dejando vacíos y secos. Categóricamente
Jesús dice que esta agua no quita la sed, el que bebe de ella seguirá sediento.
Sin embargo si bebemos del agua que el nos dará, ésta si nos dejará satisfechos, nos
dará la fuerza, la frescura, y la vitalidad que necesitamos. El no solo calmará nuestra
sed, sino que pondrá una fuente en nuestro interior de agua que salta y se conecta con
la vida eterna de Dios.

Donde nace este río.

La visión que tuvo el profeta Ezequiel de un río saliendo de debajo de la casa de Dios
nos enseña varias cosas que son importantes de considerar.
En primer lugar, que este río del Espíritu y de vida tiene su nacimiento en el santuario
de Dios. Es el mismo río que se menciona en Apocalipsis capitulo veintidós y que vio el
apóstol Juan.

“Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que
salía del trono de Dios y del Cordero.” (Apocalipsis 22:1)

Este torrente sale del mismo trono de Dios, de las mas altas cumbres donde el tiene su
morada. Desde la misma eternidad, he insondable profundidad y, de la abundancia de
la vida de Dios poderosa y creadora mana el río de su Espíritu y de su vida.
Pero es muy relevante comprender que Dios ha puesto sus alturas en nuestros
corazones, Él ha establecido su santuario y su morada en nuestro propio espíritu. Dios
nos ha hecho su casa y ha situado su trono en nuestro ser ¡Alabado sea Dios!
Así que este río de vida lo tenemos dentro, en lo profundo de nuestro ser, detrás del
velo de nuestro cuerpo y alma, en el lugar santísimo que es nuestro espíritu, en nuestro
hombre interior.

Este caudal quiere Dios que se abra paso y desborde por todo nuestro ser, que fluya sin
cesar y sin obstáculos.

Las diferentes medidas y etapas del transcurso del río de la vida


espiritual y de cómo profundizar en él.

En el pasaje de Ezequiel vemos que un ángel toma diferentes medidas de este río según
comienza y se va extendiendo conforme a su curso. Esto nos habla de diferentes etapas
de profundidad en la vida espiritual a las que debemos aspirar como creyentes; y
suponiendo que queremos avanzar en el conocimiento experimental de Dios debemos
arriesgar adentrándonos en las profundas aguas del río de Dios.

“Y salió el varón hacia el oriente, llevando un cordel en su mano; y midió mil codos, y
me hizo pasar por las aguas hasta los tobillos. Midió otros mil, y me hizo pasar por
las aguas hasta las rodillas. Midió luego otros mil, y me hizo pasar por las aguas
hasta los lomos. Midió otros mil, y era ya un río que yo no podía pasar, porque las
aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado. Y me dijo:
¿Has visto, hijo de hombre?” (Ezequiel 47:3-6)

El primer tramo que se mide del rió es su comienzo, la orilla del mismo;
prácticamente es el principio de un acercamiento a Dios. Aquí sentimos la frescura que
proporciona el Espíritu de Dios, podemos experimentar la limpieza de nuestros
pecados, el refrigerio que proporciona el posar nuestros pies en la obra de Dios y el
abandono de nuestros pecados.
Cuando pisamos sobre el río nos encontramos posicionándonos en la voluntad de Dios
y dispuesto a continuar en sus caminos.
Hemos dado inicio a la vida de fe en el espíritu. Habiendo sido ajenos durante mucho
tiempo a la obra de Dios, ahora somos alcanzados por ella.

“Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros.” (Santiago 4:8)


Estos comienzos son un gozo en el Señor, él nos mima, nos arrulla, todo es
maravilloso, es un verdadero placer conocer al Señor. Rebosamos de alegría con el
trato que Dios tiene con nosotros. Y es una etapa que hay que disfrutar plenamente, sin
mala conciencia.
Sin embargo no debemos quedarnos en la orilla, no hay que aferrarse a este primer
encuentro con Dios, ni tampoco a esas primeras experiencias. Es necesario seguir
avanzando en nuestro caminar de la vida espiritual, pues aun queda mucho por
delante, y el Espíritu Santo nos quiere guiar a todo lo que Dios ha preparado para
nosotros.
Sería un error quedar enganchados en las experiencias del inicio en la vida Cristiana.
Hay creyentes que insisten en buscar siempre las mismas sensaciones en Dios, y
quedan como atrapados o estancados en lo sensual. Si Dios no les da sentimientos
cuando se acercan a él, entonces piensan que Dios no está con ellos. De ésta manera
ellos están poniendo obstáculos a su crecimiento espiritual y limitando a Dios al plano
de lo meramente natural.
Dios es espíritu, y para creer y saber que él está muy cerca de nosotros, no necesitamos
tener sensaciones físicas o emocionales. Lo único que nos hace falta es tener fe, que es
según las escrituras lo que nos confirma en Dios.

“Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.”


(Hebreos 11: 1)

“porque por fe andamos, no por vista; (2ª Corintios 5:7)

“Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a
Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.” (Hebreos 11:6)

Si el creyente persiste en buscar a Dios y creerlo por las sensaciones que experimenta,
no avanzará en un verdadero conocimiento de Dios, y es más, será fácil presa para las
artimañas del diablo, el cual lo engañará con frecuencia he impedirá que crezca en la
vida espiritual.
Satanás quiere alejar a los cristianos de una vida de fe y fidelidad a Cristo, y esto lo
logra llamando su atención, distrayéndolos incluso con los dones y diversas
manifestaciones. Esto era algo que les ocurría a los creyentes de Corinto, a los que
Pablo exhortaba con las siguientes palabras:

“Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean
de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo.” (2ª Corintios 11:3)

Así que no nos dejemos extraviar del camino que es por fe, sino permanezcamos firmes
creyendo a Dios en todo momento y sigamos adelante hacia el descubrimiento de una
experiencia espiritual más profunda.
En el segundo trecho que mide el ángel, las aguas del río llegaban hasta las
rodillas del siervo de Dios.
Esta etapa es muy significativa he importante en la vida espiritual, y ello deberá marcar
todo lo que continuará mas adelante. Porque aquí se comienza a comprobar algo de la
profundidad en Dios a través de la oración, que es lo que representa las rodillas.
No avanzaremos en el conocimiento experimental de Dios a menos que lo alcancemos
con las rodillas. A la vida espiritual más profunda se llega por medio de la oración,
buscando a Dios en secreto y en intima comunión.
El cristiano debe aprender a vivir orando, y orando vivirá las mejores experiencias con
Dios.
El creyente que ora habitualmente sentirá el fluir del río del Espíritu en su ser, y
aunque a veces no sienta nada, seguirá creyendo que el Espíritu de Dios mora y actúa
en él.
La oración lleva a los cristianos a tener conciencia de la presencia de Dios, y a tomar de
los recursos que él ha provisto por medio de la obra de Cristo.
Por la oración los sentidos espirituales se mantienen despiertos para recibir una mayor
revelación del Espíritu.
Una practica que todo creyente debería adquirir y que le sería de mucho provecho
espiritual es orar las escrituras. Las palabras de Dios son espíritu y son vida. Cuando
aprendamos a orar de forma calmada y sin prisas las escrituras, meditando en ellas y
esperando en Dios, experimentaremos la dulce presencia del Señor y aun más,
escucharemos muchas cosas que el nos hablará.
Para orar con las escrituras no es necesario hacer largas lecturas, sino escoger pasajes
adecuados y cortos, como de medio capitulo o un capitulo de la Biblia como máximo y
leerlo muy despacio y aun repetidamente hasta que sintamos como el Espíritu
comienza a obrar, entonces seguiremos en la presencia del Señor hasta que creamos
que debemos pasar a otro pasaje. De esta manera nunca estaremos faltos de asuntos
por los que orar conforme a la voluntad de Dios y el Señor nos dará un nuevo
entendimiento de las escrituras.

En la tercera medición del río, las aguas cubren hasta los lomos del profeta.
El está bastante metido en las aguas, y siente la fuerza arrolladora del río, pero sus pies
aun tocan el fondo. Todavía no ha llegado hasta lo más profundo del caudal.
No obstante, en este punto el Espíritu Santo está obrando poderosamente, él nos está
sosteniendo prácticamente al encontrarnos en su medio, sentimos que el está actuando
y como es nuestra fuerza en la debilidad.
El pecado no nos atrae como esa gran fuerza de gravedad, porque el Espíritu de Dios
nos envuelve. El mundo no nos tienta, porque ya no estamos a su alcance, estamos
rodeados por la vida de Dios y separados para Él.
En este punto el cristiano está cubierto por la verdad de Dios, ha aprendido a
apropiársela, y está muy comprometido con el reino de Dios.

“Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad,” (Efesios 6:14)

En este nivel de la vida espiritual, las verdades de la obra de Cristo cobran para el
creyente una realidad tremenda, ejercen su poder sobrenatural sobre él y comienza a
discernirlas en su espíritu de forma evidente. Dios lo va guiando de revelación en
revelación; cuando abre las escrituras discierne a Cristo en todas sus páginas, así como
la presencia del Espíritu Santo.
Aquí es muy difícil que el cristiano pueda resistirse a la seducción del Espíritu, pues se
siente fuertemente atraído por su corriente. El ha llegado a descubrir que su vida está
en Dios, que quiere más, que necesita profundizar aun más en su vida espiritual, que el
Señor es lo único que lo satisface.

El Espíritu de Dios quiere tomar completa posesión de nuestra vida, lo quiere llenar
todo, quiere fluir constantemente en nuestro interior y desbordar hacia fuera para
bendecir a otros.
Cuando el nivel del rió del Espíritu alcanza nuestros lomos comenzamos ha entender lo
que Dios nos demanda, comenzamos a vislumbrar el costo y sacrificio que implica ser
discípulos de Cristo y que ya no nos pertenecemos.
Por delante tenemos la profundidad inmensa de Dios, la oportunidad de conocerlo
mejor, la voluntad perfecta del Señor, su plan y deseo de usarnos, detrás, lo que hemos
dejado es un camino ya transitado y gastado, cosas que Dios ha utilizado pero que ya
no nos benefician ni edifican.

La cuarta vez que mide el ángel, el río había crecido tanto que no se podía cruzar
sino nadando.
Y es hasta aquí donde la obra de Dios por medio de su Espíritu quiere llevarnos, al
punto en que ya no nos apoyamos sobre nuestros pies, sino que es por medio de su
Espíritu que somos sostenidos y suspendidos, de manera que somos arrastrados hasta
donde nos guíe sus corrientes.
En estas profundidades no hay nada que podamos hacer excepto confiar en Dios,
reposar en él creyendo que hará su obra. Le hemos dado al Señor el control y ahora el
nos conduce, el nos dirige, el nos transporta por medio de su Espíritu.

¿Hasta dónde nos llevará el Espíritu de Dios? ¿Qué podrá sucedernos si Dios nos
desborda con su vida? ¿Qué sucedería si fuésemos en verdad llenos del Espíritu Santo?

No podemos saberlo todo, pues la vida en el Espíritu es por fe, así como Abrahán, el
padre de la fe, salió de Hur sin saber a donde iba cuando Dios lo llamó, pero el Señor
estaba con él.

“El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a
dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.” (Juan 3:8)

Estoy convencido de que el Señor nos conducirá a tener las experiencias espirituales
más maravillosas, y a una vida cristiana útil y fructífera para él. Todo lo que nos
sucederá será de provecho en nuestras vidas, y de honra para el, iremos de gloria en
gloria.

“Y me dijo: ¿Has visto, hijo de hombre?


Después me llevó, y me hizo volver por la ribera del río. Y volviendo yo, vi que en la
ribera del río había muchísimos árboles a uno y otro lado. Y me dijo: Estas aguas
salen a la región del oriente, y descenderán al Arabá, y entrarán en el mar; y
entradas en el mar, recibirán sanidad las aguas. Y toda alma viviente que nadare por
dondequiera que entraren estos dos ríos, vivirá; y habrá muchísimos peces por haber
entrado allá estas aguas, y recibirán sanidad; y vivirá todo lo que entrare en este
río. Y junto a él estarán los pescadores, y desde En-gadi hasta En-eglaim será su
tendedero de redes; y por sus especies serán los peces tan numerosos como los peces
del Mar Grande. Sus pantanos y sus lagunas no se sanearán; quedarán para
salinas. Y junto al río, en la ribera, a uno y otro lado, crecerá toda clase de árboles
frutales; sus hojas nunca caerán, ni faltará su fruto. A su tiempo madurará, porque
sus aguas salen del santuario; y su fruto será para comer, y su hoja para medicina.”
(Ezequiel 47:6-12)

Y aunque este río, a veces pase por lugares accidentados o descienda con velocidad
vertiginosa, pareciéndonos que nos destrozará, aunque posiblemente en algún punto
del trayecto parece que ha desaparecido, porque ha profundizado en túneles
subterráneos de oscuridad, pero su final es encontrarse con el gran mar y unirse a él.

Así Dios nos quiere llevar a una vida espiritual más profunda, a una relación más
intima, a su secreto, donde él se revelará a nosotros y nos hablará al corazón de manera
que le conozcamos.

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