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CAUSAS Y CONSECUENCIAS
I. Introducción
En el presente trabajo se brinda un panorama acerca de la situación actual de las mujeres en
prisión en España; su evolución, sus principales características y las problemáticas por las que
transitan.
A través del documento, se reflexiona sobre las características que comparten las mujeres
encarceladas y el impacto que la violencia, la discriminación y la pobreza que usualmente traen
consigo repercute en su estadía en prisión.
Dado que la institución carcelaria se ha diseñado al amparo de un sistema profundamente
patriarcal como el punitivo, las políticas penitenciarias se han formulado carentes de
perspectiva de género, generando prácticas discriminatorias y perjudiciales para las mujeres.
En un contexto social que castiga la desviación de los roles conyugales y de cuidado que
tradicionalmente les fueron asignados a las personas de sexo femenino, las personas
encarceladas sufren consecuencias a raíz de haberse desviado de aquellos roles.
De esta manera, a los hombres se los sanciona simplemente por haber cometido un delito,
mientras que a las mujeres se les castiga doblemente: por el crimen y por haber incumplido su
papel.
A continuación, se analiza la situación de las mujeres presas en España, deteniéndonos en tres
aspectos principales; el tipo de delito que cometen, la cantidad de extranjeras y la maternidad
en prisión, que es detallada en un apartado propio.
Tras ello, se recoge la normativa internacional que existe acerca de la problemática,
denominada Reglas de las Naciones Unidas para el tratamiento de las reclusas y medidas no
privativas de la libertad para las mujeres delincuentes, más conocidas como las Reglas de
Bangkok.
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A modo de cierre, se efectúa un relevo de los principales aspectos comentados en el trabajo y
se ofrecen algunas líneas para la formulación de políticas que permitirían revertir la situación
de desigualdad que sufren las mujeres detenidas.
En este sentido, ya desde los primeros momentos, encontramos una marcada diferencia entre
las finalidades del reclutamiento masculino y femenino, dado que, en este último, se evidencia
una pretensión clara de corrección fuertemente vinculada con el rol social y las funciones
asignadas a las mujeres en esta época: “ser una ferviente esposa o una buena sirvienta”
(Almeda, 2002 pág. 28).
Es que las prisiones masculinas reconocían entre sus funciones básicas la reclusión preventiva
o procesal, esto es, la custodia y la ausencia de finalidades correctivas, mientras que en los
centros de reclusión femeninos, desde su origen tenían una orientación marcadamente
moralizadora y unos objetivos claramente dirigidos a corregir la naturaleza «viciada» de las
mujeres encerradas en ellos (Almeda, 2002 pág. 26).
La potestad de castigar y resocializar a las mujeres estaba en cabeza de los hombres de la
familia, quienes ante cualquier hecho que juzgaran como una transgresión, tenían la autoridad
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de infringir un daño para compensar el desvío. Sin embargo, si la familia no sabía o no podía
cumplir esa función correctora, el Estado o la Iglesia tomarían su lugar (Juliano 2009 pág. 81).
Juliano (2009) advierte la falta de separación entre delito y pecado en los albores de las
prisiones de mujeres. Así,
la resocialización de las mujeres pasaba en gran medida por una inmersión forzada en el
mundo de la plegaria y las mujeres eran sancionadas, no en relación al daño que hubieran
hecho, sino por el abandono o mal cumplimiento de sus obligaciones domésticas y
familiares. Las promiscuas o quienes adquirían dinero con su cuerpo, las mendigas o
vagabundas, las que curaban o ejercían cualquier profesión que les estaba vedada, eran
vistas indistintamente como delincuentes, pecadoras, peligrosas o viciosas (Juliano,
2009:81).
Esta confusión entre delito y pecado se va a mantener durante los siglos posteriores. En este
sentido, y en relación al sistema penitenciario femenino, Juliano afirma
Del sistema penal toma la reclusión forzada en lugar de voluntaria, y la disciplina
impuesta en lugar de aceptada por convicción. Pero se mantiene del antiguo sistema la
idea de que el sufrimiento purifica, el énfasis en las prácticas religiosas y la carencia de
formación laboral (Juliano 2009 pág. 82).
Actualmente, la criminalización femenina debe enmarcarse dentro del auge de las políticas de
seguridad con énfasis en lo punitivo, el aumento de la pobreza y la denominada “guerra contra
las drogas”.
Para Juliano (2009),
La penalización de las mujeres se inscribe entonces dentro de un marco general, acríticamente
aceptado por la sociedad, de cambiar libertad por seguridad y de permitir injerencias estatales
(e incluso municipales) penalizando a los sectores “incómodos” de la población, con lo que se
ha pasado del “Estado beneficiario” a lo que se ha propuesto llamar “Estado penitenciario”
(pág. 84).
Bajo dicha óptica, Bodelón señala que existe un factor económico y de coacción por parte de
las redes de crimen organizado que influye en el accionar de las mujeres que transportan drogas,
pero afirma que todo ello no ocurriría de la misma manera si la respuesta española o europea
no fuera la criminalización (Bodelón 2007 pág.113).
Los sectores más vulnerables son captados por el sistema penal y señalados como los
responsables de la falta de trabajo y aumento de la criminalidad. Ello, sumado al pedido de la
población de mayor seguridad, se traduce en un mayor control por parte de las instituciones
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policiales, lo que genera el caldo de cultivo perfecto para habilitar al Estado a cambiar políticas
de reinserción social por políticas de encarcelamiento masivo.
Pese a compartir con la población masculina carcelaria ciertos aspectos, lo cierto es que las
mujeres usualmente provienen de un contexto social distinto, en tanto, sus posibilidades de
acceder a un trabajo formal, se ven limitadas por las responsabilidades de cuidado que
tradicionalmente les fue determinada, por la discriminación en el campo laboral que produce
que ganen menor salario por igual trabajo y, en definitiva, una mayor precariedad en el empleo.
Sin embargo, si el factor económico o laboral sería decisivo para ser detectado por el sistema
penal, no es posible comprender porque los varones aún son la población carcelaria por
excelencia.
Las explicaciones para una menor tasa de encarcelamiento femenino son varias y si se desechan
los argumentos de tinte biológico, como la maternidad o la menor inclinación para infringir la
ley, la más evidente es que delinquen menos. Es posible que ello se deba en gran medida a que
buscan otro tipo de salidas alternativa al delito, como las redes familiares de amigas, que
permiten que circulen los bienes, como los alimentos y los productos de primera necesidad, y
también de cuidados colectivos.
Por otro lado, las mujeres aceptan trabajos precarios sin considerar que están por debajo de su
capacitación o expectativas y muchas veces migran hacia los países más ricos (Juliano 2009
pág. 86).
Finalmente, se ha sostenido la idea de que los procesos de socialización diferenciales entre
varones y mujeres, signados por la separación de los espacios público y privado y la
consecuente relegación de las mujeres a este último, las mantuvo alejadas de las variables que
convergen en la delincuencia masculina.
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PRISON. Analysis of the socio-labour integration processes of women prisoners in Europe”.
En dicho informe, se concluyó que las mujeres en prisión provienen de sectores socialmente
excluidos, es decir, eran especialmente vulnerables antes de su ingreso. Del análisis
comparativo realizado entre los países nombrados, se determinó que muchas de ellas o no
tienen un trabajo estable o nunca han integrado el mercado de trabajo en su vida. Asimismo,
que la mayoría de las mujeres no tenían un alojamiento seguro antes de entrar a la cárcel y que
han sido víctimas de algún tipo de violencia, sexual, domestica, a lo largo de sus vidas.
Finalmente, entre las mujeres detenidas se detectó un alto índice de mujeres extranjeras y con
bajo nivel educativo (Cruells, M. 2005).
Ahora pues, el gráfico Nro. 1, nos muestra que España es uno de los países de la Unión Europea
con mayor porcentaje de mujeres en prisión, quedando solo por detrás de Letonia, Chipre y
Malta. Es decir, los países de su entorno cuentan con una tasa de encarcelamiento femenino
bastante menor.
Gráfico Nro.1
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Se han ensayado varias respuestas a este fenómeno, entre la que se encuentra el retraso de la
puesta en marcha del Estado del Bienestar, que trajo aparejado un escaso desarrollo de los
servicios sociales, los cuales, en otros países cercanos, han servido para canalizar los problemas
derivados de la delincuencia femenina. La ausencia de estos servicios ha generado que las
dificultades asociadas a las mujeres delincuentes se resuelvan directamente con el recurso a la
justicia criminal, por lo que no es que haya más mujeres que cometen delitos en España, sino
que se encarcela a más mujeres (Almeda 2007 pág. 41).
Además, la diferencia con otros países del entorno, es que en el Código Penal español sigue
primando la pena de prisión y, a pesar de las modificaciones efectuadas en el 2010, que
introdujo medidas sustitutorias, la cárcel sigue siendo la pena por excelencia (Almeda 2007
pág. 41).
En una línea similar, se sitúa la postura de Naredo (2004) que alude al fenómeno de la
«criminalización de la pobreza» como una de las causas del incremento de población reclusa
femenina. En dicho marco, el empeoramiento en las condiciones económicas de las mujeres en
el conjunto de los países ha bautizado el fenómeno de la «feminización de la pobreza» (pág.
70).
Sin embargo, el gráfico Nro. 2 muestra que la población carcelaria tanto femenina como
masculina en España registra un leve pero constante descenso desde el año 2010.
Es decir, no se registra en comparación con los varones el aumento de la prisión femenina que
se ha verificado a nivel mundial y, además, se observa que, a pesar de las diferencias numéricas,
ambos sexos tienen un comportamiento similar.
Gráfico Nro. 2
Fuente: Elaboración propia a partir de datos extraídos de la Secretaria General de Instituciones Penitenciarias. Datos diciembre
2008/2018.
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De esta forma, si analizamos la evolución del porcentaje de población reclusa en España en la
última década en el gráfico Nro.3, constatamos que entre el 2010 y el 2017 ha sido constante
el descenso de la población penitenciaria en ambos sexos, pero siendo más pronunciada la
masculina. A su vez, se observa que la mayor disminución tuvo lugar en el 2011, año en el que
los detenidos bajaron casi un 9 por ciento y las detenidas, un poco más de un 4.
Gráfico Nro.3
Fuente: Elaboración propia a partir de datos extraídos de la Secretaria General de Instituciones Penitenciarias.
Las explicaciones para dicho fenómeno se vinculan a que en el 2010, operó una reforma en el
Código Penal que permitió que se acortaran las condenas, en especial en los delitos vinculados
con el tráfico de drogas, mientras que los ilícitos vinculados con la seguridad vial, fueron
abordados con penas alternativas a la prisión.
Además, el descenso se dio en gran parte en la población extranjera, y las explicaciones están
vinculadas a la crisis del año 2009 y la baja de delitos vinculados a la penalización de la
migración irregular (Ballesteros, R 2016)
Por otro lado, la circunstancia de que la condena típica para el supuesto de introducción en el
país de sustancias ilícitas bajara de 9 a 6 años, facilitó en determinados supuestos la sustitución
de la condena por la expulsión del territorio nacional, en el caso de internos/as extranjeros/as.
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Dicha posibilidad, está prevista en la Ley Orgánica 1/2015, de 30 de marzo, donde se establece
que las penas de prisión de más de un año impuestas a un ciudadano extranjero serán sustituidas
por su expulsión del territorio español.
Las cifras que se extraen de los gráficos 2 y 3, parecerían contradecirse con que a nivel mundial,
la prisionización femenina ha aumentado un cincuenta por ciento. Aquella tendencia no se ha
registrado en España ni siquiera en Europa, dado que si bien el continente nombrado registró
una tendencia en alza desde el 2000 hasta la fecha, la suba fue de un 3,8 por ciento (Walmsley
2016). La explicación para dicho fenómeno, se halla en otras latitudes, ya que en Oceanía el
porcentaje aumentó un 139 por ciento, en Asia un 83 por ciento y en América un 57,1 por
ciento (Walmsley 2016).
De los gráficos 1, 2 y 3, es posible afirmar que si bien España se encuentra a nivel europeo
entre uno de los países con mayor tasa de encarcelamiento femenino, no registra el aumento
que en los últimos años se ha verificado a nivel mundial, sino que se advierte un leve descenso
desde el 2010 en adelante.
Finalmente, como ha podido verse, la disminución de la población penitenciaria masculina se
detuvo en el 2018, registrando un alza de un punto y medio por ciento. Al ser un fenómeno
reciente, las razones del crecimiento aún no han sido teorizadas.
Gráfico Nro.4
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Fuente: Elaboración propia a partir de datos extraídos de la Secretaria General de Instituciones Penitenciarias. Diciembre de
2018.
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Gráfico Nro. 5
Fuente y fecha: Elaboración propia a partir de datos extraídos de la Secretaria General de Instituciones Penitenciarias.
Diciembre 2018
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Respecto a las mujeres extranjeras, se puede ver en el gráfico Nro.6, que alcanzan casi el treinta
por ciento del total de la población femenina recluida. En esta dirección, habida cuenta que al
2018 la población extranjera femenina en España era casi del 10 por ciento (INEa 2018), es
viable sostener que en la población penitenciaria las mujeres de otras nacionalidades están
sobrerrepresentadas.
Gráfico Nro. 6
Fuente: Elaboración propia a partir de datos extraídos de la Secretaria General de Instituciones Penitenciarias. Diciembre de
2018.
Sin embargo, ese dato se debe matizar con la distinción entre una mujer que ha migrado a
España y otra que reside en su país de origen pero que ha sido detenida en tránsito o intentando
ingresar drogas al país.
Las principales nacionalidades de donde provienen las mujeres detenidas son: Colombia en
primer lugar, con 205 detenidas al 2017, y en segundo y tercer lugar, Nigeria y Marruecos
(Ministerio del Interior 2018). Dentro de la Unión Europea, las mujeres de Bulgaria y
Rumania, son las que tienen un mayor porcentaje de detención (Ministerio del Interior 2018).
Así, del 30 por ciento de población extranjera femenina, el mayor número se lo llevan las
mujeres provenientes de países de Latinoamérica, y de etnia gitana (Equipo Barañí 2007), lo
que da cuenta del escenario producto de la feminización de la pobreza, en el que se construye
una percepción de inseguridad y muy negativa de dichos colectivos. Aquello, provoca una
discriminación que luego impide que aquellas mujeres puedan insertarse plenamente al
mercado de trabajo, o bien, gozar de derechos esenciales como educación, salud y vivienda.
Por otro lado, y sin desconocer el fenómeno de las redes trasnacionales de tráfico de drogas y
sus mecanismos de actuación, Bodelón afirma que es posible que el mayor encarcelamiento de
mujeres de nacionalidad colombiana, se deba a una sobrecriminalización, debido a ser más
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frecuentemente objetos de controles policiales. Dado que no existe en España una forma
objetiva de controlar los equipajes de las personas, sino que se siguen mecanismos
completamente discrecionales por parte de las fuerzas de seguridad, se configuraría un
escenario en que las mujeres provenientes de países del sur global son objeto constante de
controles y como consecuencia de ello, más criminalizadas (Bodelón 2006 pág. 118).
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madres, que son “módulos específicos en el interior de los centros penitenciarios, pero
separados arquitectónicamente del resto” y un módulo familiar donde compartir la crianza de
los menores con los miembros de la pareja cuando ambos se encuentran en prisión, que es de
carácter excepcional.
Por otro lado, se contemplan las unidades externas de madres, “cuyo objetivo es crear un
ambiente adecuado para que los niños puedan desarrollarse emocional y educativamente
durante el tiempo que tengan que permanecer en el centro, a la vez que se favorece la
reinserción social las madres” (Secretaria General de Instituciones Penitenciarias 2019).
Existes tres unidades de este tipo en España y solo pueden acceder las mujeres que han
cumplido cierto grado de la condena, no haber cometidos delitos graves y ser evaluadas
positivamente para ingresar allí. En la unidad, los controles de vigilancia intentan ser lo menos
perceptibles posible, por lo que se cuenta con cámaras, alarmas y detectores de movimiento a
fin de interferir lo menos posible en la vida de las y los niños. Asimismo, se ofrecen cursos de
capacitación y educación formativa a las mujeres con el objetivo de favorecer su reinserción
tras su estancia en prisión.
Entre sus objetivos se encuentran el de asumir atención especializada de las mujeres en prisión
y atender a necesidades diferenciadas y proporcionar estándares de derechos humanos.
Asimismo, contiene disposiciones dirigidas a los Poderes Ejecutivos y Legislativos de los
Estados.
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con mayores estudios e investigaciones acerca de las mujeres en prisión y mayor capacitación
en los agentes penitenciarios.
VII. Conclusiones
Las mujeres que se encuentran en prisión, a menudo llegan allí como consecuencia de procesos
de exclusión social, que se entrecruzan con cuestiones propias del género como la violencia, la
discriminación y la mayor precariedad laboral. Previo a su detención, las mujeres carecían de
un trabajo estable, de una vivienda segura y además, en su gran mayoría eran extranjeras o
pertenecían a una colectividad discriminada.
Una vez dentro, como resultado del carácter minoritario de la población reclusa femenina y el
fuerte sesgo patriarcal del poder punitivo, el sistema penitenciario femenino español se
caracteriza por una precariedad de los espacios de alojamiento. Dado que fueron creándose
anexos dentro de las cárceles masculinas para albergar a las mujeres, sus condiciones
habitacionales son peores y la adaptación a sus necesidades y características se hace de forma
muy paulatina.
La maternidad es el único tema en el cual las mujeres tienen regulaciones específicas en el
ámbito penitenciario y en el cual se vislumbra un intento de mejorar sus condiciones y las de
sus hijos, lo cual demuestra que la institución carcelaria no hace otra cosa que reafirmar el rol
maternal que tradicionalmente les fue asignado a las mujeres.
En este sentido, la circunstancia de que se establezcan centros penitenciarios adecuados para
niños y niñas puede ser entendido como un avance, especialmente en los casos de mujeres
extranjeras que no cuentan con la posibilidad de tener un domicilio establecido en España.
Sin embargo, la alta vulnerabilidad que caracteriza a las detenidas, quienes usualmente fueron
víctimas de algún tipo de violencia y han cometido delitos en su mayoría no violentos, como
contra la salud pública o la propiedad, invita a reflexionar sobre la implementación de medidas
alternativas a la prisión, como la prisión domiciliaria o la aplicación de penan no consistentes
en la privación de la libertad.
La legislación vinculada al cuidado de las y los niños debe estar dirigida a ambos progenitores,
en tanto debe tenerse en cuenta que aquellas normas que solo permiten a las mujeres que tienen
hijos cumplir su condena en su domicilio, refuerzan la noción de aquellas como madres y
principales proveedoras de cuidado. Además, debe extenderse a otro tipo de sujetos que
necesitan un cuidado especial, como las personas con algún tipo de discapacidad o adultos
mayores.
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Es que las respuestas elaboradas en el marco de la guerra contra las drogas han estado
vinculadas a aumentar las tasas de encarcelamiento y endurecer las legislaciones penales y las
políticas migratorias. Ello, en conjunto con las sucesivas crisis económicas de los últimos años,
ha provocado que los principales perjudicados de estas políticas sean los sujetos ubicados en
los estratos más bajos en estas cadenas de narcotráfico.
Estos procesos han afectado a varones y mujeres, pero estas últimas registran un efecto
diferencial respecto del ingreso a prisión debido a la discriminación por género que arrastran
desde fuera de ella.
A su vez, tanto desde la criminología como desde la política criminal, se han desatendido sus
necesidades, provocando una doble discriminación, aquella que proviene de la desigualdad
estructural en la sociedad y la que se encuentran en el sistema carcelario.
Esta problemática fue advertida por organizaciones internacionales, que señalaron la necesidad
de instar a los países a atender de forma especial las necesidades de las mujeres en prisión.
Sin embargo, las características de las mujeres detenidas, estas son, arrestadas principalmente
por crímenes no violentos, y en general vinculadas al delito debido a su alto nivel de
vulnerabilidad, indica que la criminalización es una respuesta que luce desproporcionada,
máxime si se tiene en cuenta el daño que el encarcelamiento provoca en los familiares que
están a su cargo.
Es por ello que las políticas públicas más que paliar la situación de las mujeres detenidas, deben
estar encaminadas a evitarla. A la hora de diagramar una política de Estado contra el
narcotráfico, la herramienta punitiva debe ser de ultima ratio dado que no hace más que
profundizar las vulnerabilidades de las personas captadas por el crimen organizado y evidenciar
su incapacidad para combatirlo.
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