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MÓDULO N°I

Principales aspectos del servicio profesional del abogado


Introducción
Noción de servicio profesional
Presupuesto: Formación de una cartera de clientes.
El marketing como ayuda.
Régimen legal específico sobre captación de clientela
La organización de cosas y personas.
Elementos materiales (infraestructura)
El domicilio profesional. Régimen legal del domicilio profesional
Elementos personales
Colaboradores externos
Colaboradores internos
Comunicación, labor técnico-jurídica, honorarios, responsabilidad
Introducción
Naturaleza contractual de la relación cliente - abogado
Comunicación con el cliente
Atender siempre
Informar debidamente
Consentimiento informado
Ser claro
Guardar el secreto profesional
Labor técnico jurídica
Qué es resolver casos
Método de resolución de casos
Técnicas no adversariales
Normativa
Honorarios: contraprestación por la labor profesional (ó precio del
servicio)
Cuestiones de la percepción de honorarios: cuánto, a quién, y cómo
cobrar
Monto
Obligado al pago
Modo de cobrar
Régimen normativo
Responsabilidad

Principales aspectos del servicio profesional del abogado

Introducción

Si bien el abogado puede desempeñar funciones en distintos ámbitos,


hay dos que son los preponderantes: el de la administración de justicia
(juez o funcionario judicial), y su contracara, el de la defensa, patrocinio
y/o representación de los justiciables en conflictos jurídicos, es decir el
conocido como abogacía litigante.-

Este curso tratará sobre el último de los campos nombrados, pues


creemos que es en él dónde se encuentran quienes más necesitan este
panorama de lo que es la actividad profesional. En efecto, mientras que
el magistrado o funcionario judicial generalmente llegan a esos cargos
luego de varios años de desempeño en los tribunales – lo que determina
que ya conozcan (o al menos tengan una idea muy aproximada), al
comenzar a desarrollarlos, el “terreno” y las vicisitudes de tamañas
funciones –, quien se decide a ejercer de manera independiente la
abogacía litigante “nace a un mundo nuevo”.

En las aulas universitarias les habrán enseñado derecho, y con suerte la


técnica para usarlo (aplicarlo a casos concretos), pero –y salvo casos
excepcionales, alguno de los cuales luego mencionaremos - se habrán
omitido conocimientos sobre aspectos meta o extra jurídicos de la nueva
actividad a desarrollar, tan importantes como aquellos otros.

En la realidad de la praxis profesional, al lado del rol de abogado –


técnico está (o debería estar), en alguna medida, la de abogado –
empresario.-

“El saber que proporciona el paso por los claustros universitarios, la


experiencia que dan los años de ejercicio profesional y una mayor o
menor dosis de suerte, serían antaño suficientes para definir el éxito o el
fracaso en la carrera de un profesional. Hoy, estos factores
mencionados, si bien son relevantes, no alcanzan para lograr un
desarrollo armónico de la profesión y sólo serán realmente importantes
acompañando y respaldando una correcta gestión de mercadeo del
servicio brindado”.

En resumen, el curso que proponemos estará dirigido principalmente a


quienes piensen iniciarse, o estén transitando los primeros pasos, en la
abogacía litigante independiente. A quienes se desempeñen en relación
de dependencia, varios de los aspectos que aquella abarca no lo
alcanzarán, pej: la formación de una cartera de clientes, fijación de
honorarios.-

Comenzaremos por dar nuestra idea de la abogacía litigante como


servicio, para entrar luego en los sectores de éste último: por un lado, la
mínima organización de cosas y personas que el concepto implica; y por
el otro, la natural prestación por el curial de su actividad personal,
escindida ésta en las que consideramos sus manifestaciones naturales:
comunicación con el cliente, competencia técnico-jurídica (adversarial y
no adversarial), fijación y cobro del precio del servicio (honorarios), y
responsabilidad.

Mostraremos el panorama de estos ámbitos en los que continuamente


estará inmerso el abogado: qué son, de qué se componen, el porqué de
su importancia; propiciaremos pautas para actuar en ellos, y fijaremos
el marco normativo que los rige, en especial el previsto en las leyes de
ejercicio profesional de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y de la
provincia de Buenos Aires, y en los respectivos códigos de ética.

Mostraremos su panorama, presentaremos los temas, con la simple


intención de “prender luces rojas” sobre determinados asuntos, para
que el alumno los tenga presente de antemano a fin de optimizar el
servicio que prestará al cliente, pueda vivir de la profesión, y se evite
problemas.-

Noción de servicio profesional

Servicio es, en la acepción que nos interesa, “organización destinada a


cuidar intereses o satisfacer necesidades públicas o privadas”, así como
la “prestación desempeñada por estas organizaciones y su personal”.-

El abogado organiza, prepara, aunque más no sea en mínima medida,


cosas y personas para satisfacer “necesidades jurídicas”; en lo directo e
inmediato de sus clientes, e indirecta y mediatamente de la
administración de justicia en general, de la cual es necesario partícipe.-

Esta organización tiene en mira el mejor desempeño por el profesional


de su función primordial: la prestación de una actividad mayormente
personal, suya, hacia su cliente, de naturaleza técnico – jurídica, que
repercutirá en los ámbitos de responsabilidad y de los honorarios
profesionales.

Acerca de la actividad de los tribunales, se ha dicho que “el servicio de


justicia debe concebirse justamente como tal, un servicio”. Lo mismo
cabe afirmar respecto del conjunto de operaciones y tareas del otro gran
operador jurídico, el abogado litigante: “…las profesiones son pensadas
como prestaciones de servicios que aplican un cuerpo sistemático de
conocimientos a problemas que tiene gran importancia para los valores
centrales de la sociedad”; “El ejercicio profesional de la abogacía
constituye… un servicio necesario e indispensable para la realización en
plenitud de la justicia”
Presupuesto: Formación de una cartera de clientes

Si de la abogacía litigante se trata, podemos así, tener una primera


regla de oro: un abogado sin casos en los que trabajar, no es abogado;
y para tener casos, hay que tener clientes.-

Ello, nos lleva de la mano al tema de la formación de una cartera de


clientes. ¿De dónde obtendré los casos para trabajar? ¿Cómo los
conseguiré? Los tiempos han cambiado, y hoy el profesional no puede
contentarse con dejar librado tan importante menester a la entrega
circunstancial de tarjetas en reuniones sociales, a “colgar la chapa” en el
frente del estudio, o a la mera recomendación (el llamado “boca en
boca”), como antes se hacía.

De proceder así, tendrá unos pocos casos a los que dedicarse, pej. el
divorcio de un familiar, la jubilación de un vecino – casos en los que,
para colmo, quizá trabajará cobrando mínimos honorarios, si es que los
cobra -, cantidad insuficiente para pensar en “vivir de la profesión”
(pretensión esta última totalmente legítima y necesaria para ser buen
abogado, amén de que puedan tenerse aspiraciones de otra índole).-

Pensamos que la masificación de los juicios y de las profesiones


(característica propia de la sociedad de consumo en la que vivimos),
lleva a que se deban buscar nuevas maneras de llegar y mantener a los
clientes. Y a tal fin, sentamos la que para nosotros es la segunda regla
de oro: el abogado debe utilizar gran parte de su tiempo en idear y
ejecutar una política de captación de clientes, “planificar la venta de su
servicio” en términos de marketing.

Si bien es importante actualizar y/o profundizar conocimientos jurídicos


luego de egresar de la universidad, no será bueno dedicarse única ni
principalmente a ello en deterioro de esta otra actividad extra jurídica,
bajo riesgo de caerse en el perfil de “eterno estudiante” en lugar de
“abogado litigante” (adviértase que se entrará en un circulo vicioso: si el
tiempo lo dedico íntegro a “especializaciones”, “maestrías”,
“doctorados”, “cursos de postgrado”, etcétera, no tendré espacio para
ocuparme de la formación de la clientela, por ende no tendré casos, lo
que llevará a que siga ocupándome de aquellas otras actividades de
aprendizaje).-

“Tener clientela, formarse una clientela, el desideratum de todo


abogado. Sin clientes se podrá estar dotado de una gran vocación
jurídica, gusto por el estudio del derecho, tener un hermoso despacho
muy bien amoblado, buenos libros, pero no se es abogado.

Verdadero interrogante para el joven recién recibido que se apresta a


formar su propio Estudio, ¿alguien me encomendará sus casos?, ¿tendré
que pasar horas en mi escritorio esperando quien llegue a requerir mis
servicios profesionales? o ¿deberé buscarlos en la calle, en un club,
dónde?”

El marketing como ayuda

Para ayudar a cumplir más eficazmente el postulado de esta segunda


regla, desde hace no mucho ha desembarcado en las playas de nuestra
profesión (es de suponer que en otros países lo hizo con anterioridad) la
disciplina del marketing, de la que puede decirse que es aquella que
brinda conocimientos y técnicas apropiados para competir con éxito en
el mercado. Recordamos haber leído en el año 1997 el que fue uno de
los primeros libros del que tuvimos conocimientos sobre la materia,
Marketing para abogados. Cómo lograr un servicio profesional de
excelencia y ganar clientes, de Hugo Oscar D ’Ubaldo; sus enseñanzas
nos resultaron muy útiles para el desarrollo económico de nuestro
Estudio Jurídico.-

Acudir al marketing no significa estudiar la correspondiente carrera


universitaria, sino tan solo nutrirse de sus conceptos, conocer sus
principios, a través de la simple lectura de las varias obras dedicadas a
los abogados que hoy – diez años después de aquella otra - existen en
el mercado bibliográfico; y luego, eso sí, usar dichos conocimientos
básicos – sumados al ingenio, al sentido común, y a la honradez - para
elaborar y ejecutar un plan de captación de clientela.

Algunos pocos Estudios Jurídicos cuentan hoy entre sus filas, además de
abogados encargados de la función primordial de “solucionar casos
legales”, con gerentes de marketing. En ellos, vocablos como “objetivos
del Estudio”, “estrategias”, “gestión de mercadeo del servicio
profesional”, “venta de servicios”, “servicio post venta”, “competidor”,
“proveedor”, “precio del servicio”, comienzan a entremezclarse con la
usual terminología jurídica.

Régimen legal específico sobre captación de clientela


Además de las normas generales que rigen este tema del quehacer
profesional, queremos destacar las previstas especialmente para los
abogados.-

La ley 23.187 de Ejercicio de la abogacía en la Capital Federal, establece


en su artículo 10: “Queda expresamente prohibido a los abogados: …e)
Publicar avisos que induzcan a engaño u ofrecer ventajas que resulten
violatorias de la leyes en vigor, o que atenten contra la ética
profesional; f) Recurrir directamente, o por terceras personas, a
intermediarios remunerados para obtener asuntos”.-

Por su lado, el Código de Ética del Colegio Público de Abogados de la


Capital Federal, califica como deberes inherente al ejercicio de la
abogacía, los siguientes: “Abstenerse de publicitar sus servicios sin la
mesura y el decoro exigidos por la dignidad de la profesión o en base al
monto de los honorarios a percibir, o que pueda inducir a engaño” (art.
10, inc. f); “Todo abogado debe abstenerse de realizar acciones o
esfuerzos, directos o indirectos, por sí o por interpósita persona, para
atraer asuntos o clientes de otro abogado (art. 16); “Todo abogado
debe abstenerse de utilizar o aceptar la intervención de gestores o
corredores para captar clientes” (art. 17).-

En el ámbito de la provincia de Buenos Aires, la ley 5.177 sobre Ejercicio


y reglamentación de las profesiones de abogado y procurador, dispone
en su artículo 60: “Sin perjuicio de lo que disponen las leyes generales,
está prohibido a los abogados: … 6) Procurarse clientela por medios
incompatibles con la dignidad profesional; 7) Publicar avisos o realizar
propaganda, por cualquier medio de difusión que pueda inducir a
engaño a los clientes u ofrecer servicios contrarios o violatorios de las
leyes. La publicidad profesional se habrá de limitar a su nombre,
dirección del estudio, títulos científicos, horario de atención al público,
fuero, materia o asuntos a los que especialmente se dedique; 8)
Requerir directamente o por terceras personas o intermediarios
remunerados para obtener asuntos (…)”; y en su art. 116, que será
penado con multa de hasta doscientos ius: … f) El que anuncie o haga
anunciar actividades de abogado, doctor en Jurisprudencia, doctor en
Derecho y Ciencias Sociales, escribano, notario o procurador, sin
publicar en forma clara e inequívoca el nombre, apellido y título de
quien las realice. g) El que anuncie o haga anunciar actividades de las
referidas en el inciso anterior con informaciones inexactas, capciosas,
ambiguas o subrepticias que, de algún modo, tiendan a provocar
confusiones sobre el profesional, su título o sus actividades. h) La
persona o los componentes de una sociedad, corporación o entidad, que
use denominaciones que permitan referir o atribuir a una o más
personas la idea del ejercicio de la profesión, tales como: "Estudio";
"Asesoría"; "Bufete"; "Oficina"; "Consultorio Jurídico"; u otras
semejantes, sin tener y mencionar el abogado encargado en forma
directa y personal de las tareas. En este caso, sin perjuicio de la
aplicación de la multa prevista en el presente artículo, la autoridad
judicial podrá ordenar la clausura del local a simple requerimiento de los
representantes de los Colegios Profesionales”.-

Las Normas de Ética para abogados bonaerenses establece: “El abogado


no debe procurarse clientela por medios incompatibles con la dignidad
profesional ni recurrir directamente o por terceras personas o
intermediarios remunerados, para obtener asuntos. Tampoco debe
celebrar contratos de sociedad profesional con personas que no sean
abogados o procuradores” (art. 16); “El abogado debe reducir su
publicidad a avisar la dirección de su Estudio, sus nombres, títulos
científicos y horas de atención al público.-

No debe publicar ni inducir a que se hagan públicas noticias o


comentarios vinculados a los asuntos en que intervenga, a la manera de
conducirlos, la importancia de los intereses comprometidos y cualquier
ponderación de sí mismo.

Debe abstenerse de publicar escritos judiciales o las discusiones


mantenidas con relación a los mismos asuntos. Si circunstancias
extremas o causas particulares muy graves justifican una exposición al
público, no debe hacerse anónimamente; y en este caso, que es mejor
evitarlo, no deben incluirse referencias a hechos extraños al proceso,
más allá de las citas y documentos de los autos.-

Concluido el proceso, puede publicar en forma ponderada y respetuosa


sus escritos y las sentencias y dictámenes del expediente; pero no los
escritos del adversario sin autorización de su letrado” (art. 18).-

Rica es la jurisprudencia de los Tribunales de Disciplina capitalino y


provinciales (estos últimos, en la provincia de Buenos Aires, uno en cada
Colegio departamental), órganos encargados de aplicar los respectivos
Códigos de Ética, y cuya lectura recomendamos al lector. Al sólo título
de ejemplificar, reproducimos la siguiente, perteneciente al Tribunal del
Colegio Público de Abogados de la Capital Federal:

“El aviso del profesional que ofrece consultas gratis, viola lo establecido
en el art. 10 inc. e), y el art. 44 inc. f) de la ley 23.187, así como el art.
10 inc. f) del Código de Etica, ya que en principio la actividad profesional
como regla general se presume onerosa. También la falta de publicación
del nombre del profesional o responsable del consultorio profesional
colisiona con las normas de la ley 21.839, específicamente los arts. 58
inc. a), 56, 5, 4 y 3”[13].-

“La publicidad referida además de resultar innominada y especificar la


gratuidad de las consultas, que importaría la pretensión de captar
clientes en detrimento de la labor profesional onerosa de los colegas,
detalla “Si pesificó reclamen la diferencia ”, lo que a los ojos de un lego
en la materia aparecería como una suerte de certeza, distorsionante de
la realidad jurídica e impensable en el ámbito de nuestra profesión que
como todos los colegas sabemos, impone una obligación de medios y no
de resultado, extremos todos estos reprochables a la luz de lo informado
por la ley 23.187, el Código de Etica y la ley 21.839 (24.432)… En
mérito a lo expuesto la matriculada ha violado los arts. 10 inc. e) y 44
incs. f) y g) de la ley 23.187 arts. 10 inc. f) y 16 del Código de Ética y
56 de la ley 21389, correspondiendo la sanción de llamado de atención,
prevista en el art. 45 inc. a) de la ley 23.187”[14].-

La organización de cosas y personas

El servicio del abogado implica organización, disposición, de elementos


materiales (cosas) y personales (personas) para brindarlo, aunque más
no sea en mínima medida.-

Elementos materiales (infraestructura)

Se denomina infraestructura a la “base material” sobre la que se asienta


algo, es decir al conjunto de instrumentos, herramientas, cosas en
general, necesarios, en este caso, para la prestación del servicio.-

La posición de los consumidores del servicio va más allá de la evaluación


de la capacidad y la idoneidad del profesional, ya que obviamente no se
encuentra capacitado para evaluarlo técnicamente, analiza el precio, la
localización del estudio, la presentación del servicio y el tipo de atención
que recibirá, las garantías futuras y el “elemento diferencial” de la
propuesta; tal cual lo haría al optar por un banco, un hospital, o
cualquier producto de uso común.

Un espacio físico -con su respectivo mobiliario-, computadora e


impresora, teléfono -de línea y celular-, una elemental biblioteca en
soporte papel, servicio de banda ancha para utilizar internet, una
dirección de correo electrónico, quizá fotocopiadora y/o scanner,
parecen ser hoy el ínfimo número de elementos con los que contar al
momento de ejercer.
Todos sabemos la importancia que ellos tienen, pues integran la
infraestructura de cualquier empresa, oficina o comercio. Haremos no
obstante algunas breves reflexiones sobre ellos, para luego dedicarnos
especialmente – por su importancia - al lugar, el Estudio o bufete del
abogado.-

1) Recordamos la extraña sensación – como de pesadumbre – que


tuvimos hace no mucho, en ocasión de concurrir al estudio de un colega,
cuando éste se sentó en su escritorio dispuesto a redactar un escrito y
lo hizo… en una máquina de escribir, y obtuvo copias con… papel
carbónico; luego pensamos en sus clientes ¿sentirían lo mismo?

2) Poner a disposición de nuestros clientes un número de teléfono


celular es prácticamente un requisito sine quanon para el buen servicio.
Hoy día todo consumidor, ante una duda o problema, quiere pronta
comunicación con su prestador e igual respuesta de éste (aunque en
realidad la índole del asunto no lo justifique). Este punto, ata al
profesional, implica “atiendo las 24 hs.”, pero la realidad termina por
convencernos: “Dr., a las 10 hs. vino un Oficial de Justicia a trabarme
un embargo en mi negocio, quise comunicarme con Ud. a su oficina para
ver qué hacía, pero no había nadie”, “Dr. todos los demás abogados
ofrecen a sus clientes comunicación por celular durante todo el día ¿Por
qué Ud. no?” Si no brindamos las ventajas que sí ofrecen nuestros
competidores, la demanda seguramente los preferirá a ellos.-

3) Una biblioteca básica en soporte papel tornará más eficaz nuestra


tarea, a la vez que permitirá ahorrar tiempo y esfuerzo en ella. El joven
abogado tendrá infinitas dudas con cada uno de los casos que se le
presenten, y para zanjarlas nada mejor que la lectura de la buena
doctrina, que es la que presenta sistemática, organizadamente, los
temas; y ésta se halla todavía en los libros impresos en papel (aunque
parece que estamos en camino a tener acceso a este material por
internet en un futuro no muy lejano).

En la web se encuentra mayormente jurisprudencia, y poca y dispersa


doctrina, pero éstas no satisfacen esa necesidad de conocimiento
estructurado, ordenado, que tiene el joven profesional. Con razón se ha
dicho que “el corazón de un Estudio Jurídico es su biblioteca” pues
“permite a sus integrantes “estudiar” un caso”. Si no contamos con la
biblioteca en nuestro Estudio, tendremos que asistir a otros lugares a
leer, lo que nos insumirá bastante tiempo y esfuerzos extra.-

El domicilio profesional
El lugar de prestación del servicio profesional no es un tema menor. El
espacio físico determina, condiciona de algún modo, las características
de la labor profesional. Entre las cosas que el cliente espera del
abogado, está la de encontrarlo (y encontrarse) en un lugar adecuado,
es decir cómodo, reservado, sobrio, acondicionado a las características y
necesidades de nuestra función, “oficina digna de la calificación de tal”
dispone el art. 17 de las Reglas de Ética bonaerenses.-

La oficina –junto a su aspecto personal y el trato que brinde- suelen ser


una “primera impresión” que tiene el cliente de nosotros, y bien
sabemos lo que ella vale.

Aunque no significa garantía de eficacia en la función profesional, el


domicilio profesional es una “carta de presentación” importante para el
oferente del servicio. Tanto el profesional como su cliente deben sentirse
“a gusto” y seguros en el estudio: allí pasará gran parte de su vida el
primero, y se resolverán los problemas del segundo.

Póngase en el papel de consumidor de un servicio profesional, por


ejemplo, de un médico u odontólogo, y recuerde qué pasa por su mente
- y su espíritu - en situaciones análogas.-

Por estas razones sugerimos evitar, en lo posible – sabemos el alto


costo de mantener una oficina -, instalar el Estudio en la casa del
abogado, pues ello puede atentar contra estas condiciones que
otorgamos al lugar de trabajo. Probablemente en su domicilio particular
pueda el letrado atender los asuntos de ciertos clientes, aquellos con los
que tiene una relación especial de confianza, por ejemplo el de un
vecino o familiar, pero no será el espacio adecuado para hacerlo
respecto de otros, aquellos a quienes está unido sólo por la prestación
del servicio, por ejemplo una empresa, un comerciante, un profesional:
estos suelen buscar un perfil de abogado que no se condice con la
atención domiciliaria (tenga en cuenta que probablemente a este sector
se oriente su plan de captación de clientela, pues es el que mejor
asegura un flujo constante de casos).

Pero no sólo hay que poner el acento en la expectativa del cliente: la


atención en su domicilio particular somete al abogado a la situación que
en cualquier momento un cliente apresurado “toque el timbre” para ser
atendido, alterando así su vida privada hogareña.

Por último, la elección del domicilio particular como Estudio arraiga la


zona o barrio en que aquél se encuentra, cuando quizá esa localización
territorial no sea la más conveniente para su política de captación de
clientela.-

Régimen legal del domicilio profesional

El abogado debe tener Estudio, en el lugar donde ejerza la profesión,


porque así lo requiere la debida atención de los asuntos que se le
encomienden. Por esta razón, el orden jurídico le ha dado especial
trascendencia.-

Así, la ley 23.187 impone como deber “Tener estudio o domicilio


especial dentro del radio de la Capital Federal”, así como “Comunicar al
Colegio todo cambio de domicilio” (art. 6, inc. c), y d)).-

El Código de Ética capitalino, fija como deber inherente al ejercicio de la


abogacía, “Tener un domicilio fijo y conocido para la atención de los
asuntos profesionales que se le encomienden” (art. 10, inc. b).-

Por su lado, la ley provincial 5.177 dispone que son obligaciones del
abogado “Tener estudio dentro del departamento judicial en el que se
encuentre matriculado, sin perjuicio de su ejercicio profesional en otros
departamentos judiciales”, y “Dar aviso al Colegio departamental de
todo cambio de domicilio, como así del cese o reanudación del ejercicio
profesional” (art. 58, inc. 4) y 5); está prohibido “Constituir domicilio en
oficinas públicas, excepto cuando se trate de funcionarios o empleados
públicos que litiguen en calidad de tales y específicamente con motivo
de su función” (art 60, inc. 11); es especial causa de sanción
disciplinaria el “Abandono del ejercicio de la profesión o traslado de su
domicilio profesional fuera del departamento judicial, sin dar aviso
dentro de los treinta días al Colegio de Abogados departamental, cuando
se deviene perjuicio a terceros” (art. 25, inc. 8); y exigencia para la
matriculación, declarar “el domicilio legal en que constituirá su estudio y
servirá a los efectos de sus relaciones con la Justicia y el Colegio”.-

Las Normas de Ética bonaerense, en el art. 17, dispone sobre el Estudio:


“Debe estimarse que el Estudio es indispensable para la debida
actuación del abogado en el ejercicio de su profesión.-
I) El abogado debe cumplir la obligación de tener Estudio, manteniendo
dentro de la jurisdicción departamental una oficina digna de la
calificación de tal. En ella debe concentrar la atención personal y
predominante de sus asuntos y de los clientes, de modo que sirva para
determinar el asiento principal de su actividad profesional. El mismo
Estudio puede serlo de dos o más abogados, siempre que estén
asociados o compartan la actividad profesional, lo que se hará saber al
respectivo Colegio.-

II) El abogado que teniendo él asiento principal de su profesión fuera de


la Provincia, actúe en ésta y no establezca y atienda el Estudio en las
condiciones expresadas, debe fijarlo a los efectos de la ley y de la
presente disposición en el Estudio de otro abogado, vinculado a su
actividad en la Provincia, lo que se hará saber el respectivo Colegio. El
abogado vinculado contrae la obligación de atender en su Estudio los
asuntos y los clientes del otro abogado.

III) Cuando el abogado interviene accidentalmente en otro


Departamento, debe constituir domicilio y atender a sus clientes en
Estudio de colegas de la jurisdicción, que solicitará le sea facilitado a ese
objeto en la medida más discreta posible.-

IV) Sólo en casos justificados puede el abogado atender consultas y


entrevistar a los clientes fuera de su Estudio o del de otro colega. Afecta
al decoro del abogado hacerlo en lugares públicos o concurridos,
inadecuados a tal objeto.-

V) El abogado no deberá dar su nombre para denominar un Estudio, sin


estar vinculado al mismo”.-

El domicilio profesional del abogado servirá a los efectos de sus


relaciones con la Justicia, el Colegio, y sus clientes.-

Elementos personales

La tendencia en el ejercicio profesional es a no trabajar sólo. Razones


diversas (económicas, anímicas, técnicas, comerciales) convergen para
que se vaya abandonado el tradicional aislamiento del abogado, y se
abra paso la labor compartida, acompañada.-

El letrado debe predisponer un grupo de colaboradores suyos, lo cual no


significa que deban serlo en relación de dependencia. Ellos pueden ser
externos, es decir hallarse fuera del Estudio, o internos, situados dentro
de la oficina.-

Colaboradores externos

Principalmente serán profesionales de diversas áreas, a quienes


acudiremos con cierta frecuencia para el buen cumplimiento de nuestra
labor específica.-
Ellos son, entre otros:

1) un escribano, quien se encargará de diversos actos conexos a


nuestros casos, como ser la extensión de poderes, constataciones,
certificaciones;

2) un grupo de mediadores, para cubrir la opción de mediación privada


(arts. 1 y 3 decreto 91/1998);

3) abogados especialistas en ramas del derecho a las que no nos


dedicamos, a fin de realizar interconsultas o, según las circunstancias,
derivarles directamente el caso;

4) profesionales de otras ciencias, v. gr. médico, contador, arquitecto,


psicólogo, para que trabajen bien sea en la interconsulta previa a la
demanda o su contestación, o posteriormente en el rol de consultor
técnico en nuestros juicios;

5) un gestor, quien se encargará de realizar diligencias, trámites, que no


queremos o no podemos efectuar nosotros, como llevar cédulas a las
oficinas de notificaciones del Gran Buenos Aires, inscribir medidas en el
Registro de la Propiedad Inmueble de La Plata, etcétera.-
Ellos no estarán dentro de nuestra oficina (aunque según las
circunstancias podrían estarlo), sino que bastará con tenerlos
“agendados” para recurrir a sus servicios en caso necesario. Formarán
nuestra lista de confianza, para recomendarlos a los clientes cuando la
circunstancia lo exija; así, por ejemplo, recibida la instrucción de iniciar
un proceso judicial, pondremos a disposición del cliente “nuestro
escribano” para que sea él quien confeccione el poder, sin perjuicio de
que el mandante quiera hacerlo ante otro notario, mas nosotros le
habremos “brindado el servicio” (no es lo mismo que decirle
“necesitamos un poder, busque un escribano que lo haga”).-

Aconsejamos seleccionar buenos profesionales, honestos, no muy caros,


y con domicilio cercano al del Estudio. Esto último, para el caso que el
cliente deba trasladarse a sus oficinas o, viceversa, que el colaborador
concurra a la nuestra. Hay que tener presente que al ser nuestros
“recomendados”, la atención que brinden al cliente que le derivemos
posiblemente repercutirá – favorablemente o no – en la imagen que
éste tenga de nosotros.-

Contar con estos auxiliares de confianza y permanentes suele ser


también fuente de captación de clientes, pues se produce
“reciprocidad”: el abogado les deriva trabajo y ellos hacen lo propio con
aquél.-

Desde ya que la actuación de estos colaboradores será remunerada, lo


que así haremos saber al cliente. Podemos conocer de antemano cuales
son sus honorarios e informar al cliente, o bien directamente dejar la
cuestión librada a lo que traten directamente las partes.-

Colaboradores internos

No es bueno estar sólo en el Estudio, es mejor compartir el ámbito de


trabajo con otras personas, preferiblemente también abogados.-

Un fenómeno usual es que entre varios abogados (seguramente ex


compañeros de universidad) alquilen una oficina y compartan los gastos
que su mantenimiento irrogue. Podrá haber algún modo de “asociación”
entre ellos, respecto del ejercicio profesional, es decir que sean
comunes los clientes, casos y retribuciones que se generen; pero no
necesariamente tienen que ser así, pueden mantener su independencia
laboral y beneficiarse con otras ventajas de la compañía (quizá sea
mejor esta opción de libertad profesional si no hay verdadera amistad
entre las personas).-

¿De qué manera colaboran estos acompañantes? ¿Cuáles son las


ventajas de tenerlos? Entre otras, las siguientes:

1) contar con quien consultar y/o compartir dudas y problemas (que


serán muchos en el inicio profesional);

2) al efecto de atender al cliente, y pensando en nuestros períodos de


ausencia del Estudio, crecen las probabilidades de que en todo momento
“haya alguien” en la oficina que pueda darle a aquél una respuesta,
aunque más no sea “el Dr. no se encuentra porque está en una
mediación, regresa a las 19 hs.” (no es lo mismo a que el cliente
escuche un contestador automático telefónico);

3) cuántas más personas trabajen, más “movimiento” de casos y gente


existe en el Estudio, buen efecto anímico, técnico y visual para todos
(integrantes y clientes);

4) suelen repartirse los gastos de mantenimiento del lugar;


5) si se forma alguna especie de asociación entre los abogados,
aumentan las fuentes de captación de clientela (léase “casos”) y de
ingresos económicos.-

Sobre estas posibles formas asociativas que puede realizar el abogado,


la ley provincial 5.177 prohíbe “Celebrar contrato de sociedad con
quienes no posean título de abogado o procurador, o integrar asociación
o sociedad comercial que pueda tener por objeto exclusivo el
ofrecimiento de servicios jurídicos.

Sin embargo, el abogado o procurador podrá establecer formas


asociativas no comerciales con otros profesionales universitarios, a
través de la prestación de servicios con sentido interdisciplinario,
siempre que ello no altere la independencia funcional e individual de la
profesión y preserve la responsabilidad inherente a su calidad de
profesional del derecho.

En todos los casos deberá declarar la existencia de esa relación ante el


Colegio departamental respectivo” (art. 60, inc. 10.)

Un tema aparte merecen los posibles colaboradores en relación de


dependencia: una secretaria/recepcionista, una persona para hacer
diligencias externas (v. gr. “la recorrida por tribunales”), un procurador
o abogado.

Pensamos que mayormente escapa a quienes recién se inician en la


profesión la posibilidad de contar con estos empleados, entre otras
razones por la falta de ingresos suficientes para pagar sueldos y por la
escasez de casos en los que trabajar.

Si existe la unión de abogados de la que hablamos en los párrafos


anteriores, de seguro serán ellos mismos quienes distribuyan entre sí las
tareas propias de estos dependientes, y he aquí entonces otra
conveniencia de aquél compartir.

Ahora bien, una vez que el Estudio progresa, sus componentes no


tendrán ya tiempo – ni ganas – de desempeñar otra tarea que no sea la
principal de atender al cliente y resolver problemas jurídicos, y además
contarán con ingresos extra para solventar la retribución de
dependientes: no dude, entonces, en incorporarlos a la organización de
su Estudio.-
Comunicación, labor técnico-jurídica, honorarios,
responsabilidad

Introducción

En la realidad de la praxis profesional, y pensando a la abogacía litigante


como un servicio, al lado del rol de abogado – técnico está (o debería
estar), en alguna medida, la de abogado – empresario.

Y nos dedicamos particularmente a tratar la mínima organización de


cosas y personas que este segundo aspecto implica, principiando por la
necesaria formación de una cartera de clientes (sin clientes no hay
casos, y sin casos no hay abogacía litigante); y entre otros contenidos,
destacamos la importancia – de hecho y de derecho – del lugar, oficina
o Estudio del abogado.

Ahora veremos la otra dimensión del servicio profesional: la natural


prestación de su actividad personal, escindida ésta en las que
consideramos sus manifestaciones naturales: comunicación con el
cliente, competencia técnico-jurídica (adversarial y no adversarial),
fijación y cobro del precio del servicio (honorarios), y responsabilidad.

Mientras que aquellas actividades empresariales organizativas de cosas


y personas pueden, total o parcialmente, delegarse en otros sujetos,
estas otras son propias e intransferibles del profesional.

“Resolver los casos” que sus clientes le confían (tal la naturaleza


genérica de su competencia técnico – jurídica) es la esencia misma de la
función abogadil; la comunicación con el cliente – en el sentido que le
daremos en el próximo apartado - sólo a él incumbe; lo mismo respecto
a la fijación y cobro de los honorarios, habida cuenta su condición de
titular de la prestación del servicio y acreedor de la retribución; y
naturalmente, por principio, únicamente sobre su persona recaerá la
responsabilidad de un obrar incorrecto suyo en el desempeño de la
profesión.

Cabe repetir que mostraremos el panorama de estos ámbitos en los que


continuamente estará inmerso el abogado: qué son, de qué se
componen, el porqué de su importancia; propiciaremos pautas para
actuar en ellos, y fijaremos el marco normativo que los rige, en especial
el previsto en las leyes de ejercicio profesional de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires y de la provincia de Buenos Aires, y en los respectivos
códigos de ética.
Naturaleza contractual de la relación cliente - abogado

Conviene tener presente, antes de abordar el contenido principal de este


trabajo, que el abogado está unido a su cliente expresa o implícitamente
por un contrato, que será, según la modalidad de prestación de la tarea,
locación de servicios, locación de obra, mandato, en relación de
dependencia; y que este contrato engendra una especial situación de
confianza hacia el profesional. En estos términos, debe ciertas conductas
a su co-contratante, cuyo incumplimiento acarrea responsabilidad.

Excepcionalmente, hay supuestos en los cuales no media contrato entre


profesional y cliente, como son los de nombramiento de oficio por el
juez como tutor o curador, y de representación o patrocinio de un
declarado pobre.

Comunicación con el cliente

Comunicar es hacer a otro partícipe de lo que uno conoce o tiene; en


general, es “trato entre personas”.

Estamos en la era de las comunicaciones. Si bien la expresión se acuñó


para referir un fenómeno distinto del que tratamos, resulta también
pertinente a él. Antiguamente, descansando un poco en su situación de
primacía o privilegio respecto del cliente, el abogado podía ser parco en
la comunicación, sin que aquél intentase modificar dicha conducta.

Hoy, el auge de los “derechos del consumidor”, y la necesidad de


prestar un servicio bueno y eficaz, ha cambiado esta dimensión del
quehacer profesional: el cliente busca y exige, entre otras cosas, un
buen trato. Entre las cualidades más buscadas en un abogado está la
siguiente: “Relaciones personales con el cliente (interés por el cliente y
sus problemas, comunicación)”.

Para nosotros, la clave de la comunicación consiste en “decirle algo al


cliente”, no sólo con nuestras palabras, sino también con nuestros
gestos, con cualquier actitud que tengamos hacia él y su caso, por
ejemplo con nuestra manera de vestir al momento de recibirlo. Y el
mensaje que continuamente tenemos que transmitirle es: “me interesa
Ud. y su problema”.

Las fallas de los servicios apreciadas por los consumidores, son siempre
las mismas, y las resume en lo que denomina “Los pecados del
servicio”, a saber: apatía (dar la impresión, a través de hechos y
actitudes, que no nos importa el cliente), desaire (tratar de deshacerse
del cliente), frialdad (brindar un trato frío, lacónico, antipático o
impaciente), aire de superioridad (desvalorizar al cliente), robotismo
(manejar la relación sin muestras de afabilidad o individualidad),
reglamento (colocar las reglas de la organización por encima de la
satisfacción del cliente), y evasivas (eludir las preguntas del cliente,
derivarlo a otras áreas, confundirlo).

La buena comunicación se concreta, entre otros comportamientos del


profesional, en los siguientes:

1) Atender siempre al cliente;


2) Informarlo debidamente;
3) Guardar el secreto profesional. Veamos algunas cuestiones
relacionadas con ellos.

Atender siempre

Para comunicarnos, tenemos que estar. Si el cliente nos busca y no nos


encuentra, no se dará el trato personal esperado por aquél.

Estar significa, entre otras cosas, primeramente, cumplir el horario que


fijamos para asistir al Estudio. Determinan las Normas Éticas de la
provincia de Buenos Aires, en su artículo 20: “Es deber del abogado ser
puntual con los tribunales y sus colegas, con los clientes y con las partes
contrarias (…)”.

Luego, implica atender siempre al cliente, no desviar su llamada


telefónica a un empleado o rechazar una visita al Estudio no concertada,
salvo que sea imposible materialmente adoptar otra solución, v. gr.
estamos atendiendo una consulta que, por su naturaleza, no admite
interrupciones; mas en este último caso, habremos de responderle no
bien termine el impedimento. “Decile que estoy ocupado”, “Preguntale
qué quiere y atendelo vos”, son algunas respuestas “fáciles”,
“cómodas”, “ligeras” que, sin razón suficiente, suelen darse a la
pregunta: “Está fulano en el teléfono ¿Qué le digo?”. No es adecuado
este comportamiento del profesional, y se corre el riesgo de que se
automatice, es decir se convierta en el modo usual de actuar.

Sabemos lo incómodo que es atender en algunas ocasiones; pero, mal


que nos pese, y no obstante cuán inoportuna sea la llamada o la visita,
tenemos que “hacernos cargo” de ella, sin perjuicio de aclarar con el
cliente – si corresponde - que estas situaciones imprevistas no son
convenientes.
Sucede que casi siempre, la llamada telefónica o asistencia al Estudio
del cliente tendrá por finalidad anoticiarse de alguna cuestión
relacionada con su caso, y como veremos a continuación, el abogado
está obligado a suministrar dicha información.

Informar debidamente

El abogado está sujeto a un deber de información hacia su cliente.

Sobre éste, Ghersi ha dicho que “el derecho de información del cliente
no puede ser cercenado porque es el único instrumento de control para
defender su libertad, y adelantamos desde ya, que la obtención de
información, su deficiencia o su insuficiencia, quiebran la confiabilidad y
determinan la responsabilidad por daño moral autónomamente, más allá
de los daños económicos. La reflexión del cliente nace directamente de
la información, no puede sustraerse de ella, es su expresión de poder;
es el planteamiento de límites al profesional. Es, en suma, el resultado,
el espacio que conforma el segmento de identificación de sujeto
oferente; hace a su legitimación como consumidor o usuario”.

Suelen destacarse como normas jurídicas básicas regentes de la materia


– sin perjuicio de otras - los arts. 1071 y 1198 del Código Civil, que
demandan del profesional una conducta de lealtad, probidad y buena fe
en torno al ofrecimiento, celebración y ejecución de sus servicios
profesionales.

Por su lado, las normas éticas profesionales precisan el alcance


elemental de esta conducta. Así, el art. 19 del Código de Ética del
Colegio Público de Abogados de la Capital Federal (Capítulo 6: Deberes
fundamentales del abogado para con su cliente) dispone: “DEBER DE
FIDELIDAD: El abogado observará los siguientes deberes: a) Decir la
verdad a su cliente, no crearle falsas expectativas, ni magnificar las
dificultades, o garantizarle el buen resultado de su gestión profesional y
atender los intereses confiados con celo, saber y dedicación. (…) d)
Poner en conocimiento inmediato de su cliente las relaciones de
amistad, parentesco o frecuencia de trato con la otra parte, o cualquier
otra circunstancia que razonablemente pueda resultar para el cliente un
motivo determinante para la interrupción de la relación profesional. e)
Abstenerse de colocar, en forma permanente, a un colega en su lugar,
sin el consentimiento de su cliente, salvo caso de de impedimento súbito
o imprevisto, o de integrar asociaciones profesionales en un Estudio
Jurídico, debiendo mantener siempre la responsabilidad frente a su
cliente. f) Proporcionar a su cliente información suficiente acerca del
Tribunal u organismo donde tramite el asunto encomendado, su estado
y marcha, cuando así se lo solicite, en forma y tiempo adecuados.”.

En forma análoga, pero aún más exhaustiva, las Normas Éticas


bonaerenses determinan: “El abogado debe tratar de obtener pleno
conocimiento de la causa de su cliente antes de emitir opinión sobre
ella, pero no debe nunca asegurar el éxito del pleito, limitándose a
significarle si su derecho esta o no amparado por la ley y cuáles son, en
su caso, sus probabilidades, sin adelantarle una certeza que él mismo
no puede tener” (art. 27); “Es deber del abogado enterar al cliente de
todas las circunstancias que puedan influir sobre él, respecto de la
elección de abogado (…)” (art. 28); “En general, el abogado no debe, sin
consentimiento del cliente, hacerse reemplazar por otro en la defensa o
patrocinio confiados. Empero, puede proceder a ese reemplazo en caso
de impedimento súbito o imprevisto, dando inmediato aviso al cliente.”
(art. 30); “(…) Cuando los abogados que colaboran en un asunto
discrepan, el conflicto de opiniones debe ser expuesto al cliente para su
resolución final. La decisión debe ser aceptada, a menos que la
diferencia la vuelva impracticable para el abogado cuya opinión ha sido
rehusada, en cuyo caso corresponde se lo dispense de seguir
interviniendo” (art. 31); “(…) II) Cuando el abogado descubre en el
juicio una equivocación o una impostura que beneficie injustamente a su
cliente, deberá comunicárselo a fin de que la rectifique y renuncie al
provecho que de ella pudiera obtener. En caso que el cliente no esté
conforme, el abogado debe renunciar al patrocinio” (art. 32); “El
abogado debe dar aviso inmediato a su cliente, de los bienes y dinero
que reciba para él y entregárselos tan pronto aquel los solicite. La
demora en comunicar o restituir, constituye falta grave a la ética
profesional” (art. 35).

Como se aprecia, este deber es amplio, no se circunscribe a hacer saber


dónde tramita una causa judicial, sino que abarca otros contenidos,
tanto de la etapa judicial como de las previas o posteriores de la
atención de un caso.

Doctrina y jurisprudencia actualizan permanentemente el catálogo de


situaciones abarcadas por el débito, se sostiene que el contenido de la
información incluye la estimación probable no sólo de la posibilidad de
ganar el pleito sino de cobrar el crédito reconocido por la sentencia,
abarca asesorar sobre la existencia de medios alternativos al proceso
judicial para solucionar el conflicto. Una lectura de la profusa
jurisprudencia sobre el punto ayudará.

Consentimiento informado
La comunicación abogado – cliente suele llevarse a cabo verbalmente,
sin que de ella quede registro alguno. Mantienen una entrevista
personal, o una charla telefónica, y los términos de estos contactos sólo
se conservan en la memoria de los sujetos.

Si tenemos en cuenta que el deber de información que pesa sobre el


letrado es un débito contractual, parece aconsejable que se documente
su exacto cumplimiento, así como el “visto bueno” o consentimiento del
cliente, a fin de quedar aquél a resguardo de un reclamo por mala
praxis. Aunque quizá no pueda procederse así cada vez que tratemos
con el cliente, al menos debería hacerse cuando se toman las decisiones
o se brindan las informaciones más importantes, ej. consejos acerca de
iniciar o no un proceso, apelar o no apelar la sentencia, desistir de una
pretensión, etcétera.

Veamos situaciones que pueden llegar a ser apremiantes. En carácter de


letrado apoderado ha iniciado Ud. un juicio en el que su cliente reclama
$ 100.000; el demandado ofrece abonar $ 50.000; su mandante, por
teléfono, le da el consentimiento para aceptar la propuesta; entonces,
cierto día se encuentra Ud. con el letrado de la contraparte, quien abona
la suma convenida, y Ud. le entrega la correspondiente carta de pago; al
día siguiente su cliente fallece; sus hijos – con quienes no tenía la
misma relación que con su padre – lo increpan: “¿porqué renunció Ud. a
la mitad de la suma reclamada?, mi padre nunca pudo haberle dicho que
así lo hiciera”.

Otra: la notificación del traslado de la demanda no se llevó a cabo


porque el demandado no vive en el domicilio denunciado por el actor; su
cliente le asegura a Ud. que el requerido si vive ahí, pero que niega
dicha circunstancia ante el Oficial Notificador sólo para dilatar el juicio;
Ud. le explica los alcances de la “notificación bajo responsabilidad”, y él
presta su conformidad para que Ud. así pida la notificación en el
expediente, cosa que hace en su carácter de apoderado; transcurrido el
tiempo (años quizá), a punto de dictarse la sentencia, se presenta el
demandado oponiendo la nulidad de la notificación del traslado de la
demanda, a la que se hace lugar; es posible que su cliente – aunque
mas no sea por falta de memoria – le diga: “¿Por qué pasó esto? Yo
nunca te autorice a que pidieras esa notificación bajo responsabilidad”.
La última: como letrado patrocinante, necesita que su cliente vaya al
Estudio a firmar un escrito impulsor del procedimiento; Ud. lo llama en
reiteradas oportunidades, y él no asiste; pasa el tiempo, y finalmente la
contraparte acusa y obtiene la caducidad de instancia; probablemente
su cliente le endilgue a Ud. las consecuencias perjudiciales de esta
situación.

En tales casos, será conveniente para el letrado documentar su actividad


y la del cliente.

En el primer y segundo caso, poniendo por escrito los alcances o


significado del acto a realizar (convenio, notificación bajo
responsabilidad) y solicitando al cliente que, por ese mismo medio, lo
instruya o preste su consentimiento para proceder en consecuencia; la
forma práctica de hacerlo puede ser a través de un breve escrito que
sea firmado por ambos y que Ud. guardará en su carpeta; el envío de
un mail y la recepción de su respuesta sería un medio de comunicación
quizá más ágil, aunque sin la fuerza probatoria contundente del
documento rubricado; en el asunto del escrito a firmar, enviará a su
cliente una carta documento en la que, en buenos términos, lo citará a
su Estudio a signar el documento, explicándole claramente las
consecuencias de no hacerlo.

El siguiente fallo muestra las ideas expuestas:

“Las demandadas tenían la obligación -moral y profesional-, de


interiorizar a sus clientes de las responsabilidades y riesgos que
pasarían a asumir y correr si decidían abandonar el juicio, y si aún así
aquellos resolvían abandonarlo, surge harto comprensible que con ellos
acordasen la implementación de algún tipo de mecánica que las
eximiese de su responsabilidad como apoderadas letradas. Ello hubiera
sido, actuar conforme las diligencias exigidas por la naturaleza de la
obligación y acorde las circunstancias de las personas, tiempo y lugar
(art. 512 del Código Civil), máxime a tenor del claro texto del art. 902
del mismo código, que actúa, en el caso, como factor potenciador de la
responsabilidad de las abogadas demandadas, por el mayor deber de
obrar con prudencia y pleno conocimiento a que las obliga su profesión”.

Así como en el ámbito de los médicos resulta exigible el consentimiento


informado del paciente, también los abogados, cuando orienten al
cliente acerca de las posibilidades existentes o de la conveniencia o no
de determinada estrategia, deberán documentarse para prevenir futuros
reclamos. El consentimiento informado, característico hasta ahora de la
actividad médica, está adquiriendo cada vez más importancia en nuestra
profesión”.

Ser claro
Una de las cualidades de la comunicación es la claridad. La información
que brinda el abogado debe ser entendida por el cliente. Dispone el art.
20 de las Normas de Ética bonaerenses que es deber “ser preciso y
directo en todo cuanto se expida”.

El fenómeno comunicacional tiene dos sujetos principales: el emisor y el


receptor del mensaje. El primero no puede nunca dejar de considerar al
segundo, bajo riesgo de que fracase la transmisión.

En nuestro caso, tener en cuenta al receptor (cliente), implica que el


profesional, dentro de lo posible (casi siempre lo es), traduzca su léxico
– generalmente compuesta de vocablos técnicos, complejos- al lenguaje
coloquial, haciendo así entendible para el neófito los conceptos jurídicos.

Decirle al cliente, a secas, “Los autos llegaron a la Alzada y están para


expresar agravios”, ó “La actora no ha realizado acto impulsor alguno
del proceso, por eso he solicitado la caducidad de instancia”, casi seguro
que no significará nada para él si no le explicamos en términos comunes
de qué estamos hablando.

Sucede que los abogados solemos hablar y escribir como si todo el


mundo supiera de Derecho, cosa que por supuesto no es así. Este vicio
tiende a ser un “pecado de juventud”: con frecuencia incurren en él los
jovenes profesionales, tal vez llevados a eso por su afán de hacer ver al
cliente que saben de Derecho, y terminan recitándole una clase
magistral sobre “desalojo”, cuando en realidad lo único que el cliente
busca es tener bien claro si obtendrá la restitución del inmueble y
cuándo ello ocurrirá.

¿Recibió Ud. el mandamiento de intimación de pago y citación de


remate?” (¿Qué es el mandamiento? ¿Me van a rematar la casa?, se
preguntará el cliente); “Opondré una excepción de falta de legitimación”
(???); “No pude ver el expediente porque salió ad effectum videndi” (Ah,
bueno, entonces me quedo tranquilo); y así tantos otros ejemplos.

La obligación del letrado es “dar un consejo detallado, completo y


oportuno, que sea inteligible, sin pretender impartir al cliente, que es un
profano, lecciones de Derecho”.

Cabe recordar la regla en materia de vicios (oscuridad, insuficiencia,


contradicción, etcétera) en la comunicación: el principio de buena fe
lleva a interpretar las palabras en sentido adverso a quien las expresó;
máxime considerando “la condición especial de los agentes” (art. 909
Código Civil), en este caso, la confianza depositada en el abogado y su
carácter de monopolizador del saber jurídico.

Guardar el secreto profesional

Inmerso en el fenómeno comunicativo está el derecho – deber del


abogado de guardar el secreto profesional. Si bien nosotros enfocamos
el tema respecto del cliente, lo cierto es que el imperativo abarca
también las confidencias recibidas del adversario, de los colegas, en
general, las recibidas de cualquier tercero en razón del ministerio
ejercido (ver art. 11 Normas de Ética de la provincia de Buenos Aires).

Dijimos antes que el contrato profesional engendra una especial


situación de confianza. En virtud de ella, el cliente se anima a poner en
conocimiento del abogado hechos, documentos, que pueden llegar a
comprometerlo, cuenta “la verdad” del asunto para su mejor atención
por el abogado. Y éste, no debe divulgarla más allá de lo estrictamente
necesario para el debido cumplimiento de su cometido técnico de
“resolver el caso”.

En la órbita nacional, el art. 6 inc. f) de la ley 23.197 establece que es


“deber” específico del abogado “Observar con fidelidad el secreto
profesional, salvo autorización fehaciente del interesado”; y a su vez el
art. 7 inc. c), cataloga como “derecho” específico “Guardar el secreto
profesional”. Concordantemente, el Código de Ética porteño determina:
“El abogado debe respetar rigurosamente todo secreto profesional y
oponerse ante los jueces u otra autoridad al relevamiento del secreto
profesional, negándose a responder las preguntas que lo expongan a
violarlo. Sólo queda exceptuado: a) Cuando el cliente así lo autorice; b)
Si se tratare de su propia defensa” (art. 10, inc. h).

En el ámbito de la provincia de Buenos Aires, el art. 58 inc. 6) de la ley


5.177 estatuye como obligación del abogado y del procurador “Guardar
secreto profesional respecto de los hechos que ha conocido con motivo
del asunto que se le hubiere encomendado o consultado, con las
salvedades establecidas por la ley”

Las Normas de Ética bonaerenses, disponen:

“Art. 11 - SECRETO PROFESIONAL. SU EXTENSIÓN Y ALCANCE.


El abogado debe guardar rigurosamente el secreto profesional.

I) La obligación de la reserva comprende las confidencias recibidas del


cliente, las recibidas del adversario, las de los colegas, las que resulten
de entrevistas para conciliar o realizar una transacción, y las hechas por
terceros al abogado en razón de su ministerio. En la misma situación se
encuentran los documentos confidenciales o íntimos entregados al
abogado.

II) La obligación de guardar secreto es absoluta. El abogado no debe


admitir que se le exima de ella por ninguna autoridad o persona, ni por
los mismos confidentes, Ella da al abogado el derecho ante los jueces,
de oponer el secreto profesional y de negarse a contestar las preguntas
que lo expongan a violarlo.

III) Ningún asunto relativo a un secreto que se le confíe con motivo de


su profesión, puede ser aceptado por el abogado sin consentimiento
previo del confidente.

Art. 12 - EXTINCIÓN DE LA OBLIGACIÓN DE GUARDAR EL SECRETO


PROFESIONAL.

I) La obligación del secreto profesional cede a las necesidades de la


defensa personal del abogado, cuando es objeto de acusaciones por su
cliente. Puede, entonces, revelar tan sólo lo que sea indispensable para
su defensa y exhibir los documentos que aquél le haya confiado.

II) Cuando un cliente comunica a su abogado la intención de cometer


delito, la reserva de la confidencia queda librada a la conciencia del
abogado, quien, en extremo ineludible, agotados a otros medios, puede
hacer las revelaciones necesarias para prevenir el acto delictuoso o
proteger a las personas en peligro”.

La confidencialidad es la regla de toda mediación (art. 11 ley 24.573,


art. 11 decreto 91/98).

El art. 156 Código Penal tipifica el delito de violación de secreto,


castigando a quien “teniendo noticia, por su estado, oficio, empleo,
profesión o arte, de un secreto cuya divulgación pueda causar daño, lo
revelare sin justa causa”[16].

Finalmente, destacamos como una manera particular de resguardar el


secreto profesional, la declaración de inviolabilidad del Estudio
profesional (arts. 7 inc. i), ley 23187, art. 10 inc. i), Código de Etica
CPACF; art. 69 ley 5.177).

Labor técnico jurídica


Dice el art. 7 ley 23187: “Son derechos de los abogados...

a) Evacuar consultas jurídicas…

b) Defender, patrocinar y/o representar judicialmente o


extrajudicialmente a sus clientes...”.

De manera concordante, el art. 56 de la ley 5.177 reza: “El ejercicio de


la profesión de abogado comprende las siguientes funciones:

a) Defender, patrocinar o representar causas propias o ajenas, en juicio


o proceso o fuera de ellos, en el ámbito judicial o administrativo y en
cualquier otro donde se controviertan derechos o intereses legítimos;

b) Evacuar consultas y prestar todo tipo de asesoramiento en cuestiones


en que se encuentren involucrados problemas jurídicos. Dichas
funciones le son propias y exclusivas, salvo lo dispuesto en relación al
ejercicio de la procuración”.

He aquí, entonces, la faz técnico-jurídica de nuestra labor: atender y


resolver casos, problemas, o asuntos jurídicos de nuestros
clientes. Lo haremos a través de su defensa, patrocinio y/o
representación judicial y extrajudicial, o mediante la mera evacuación
de consultas o asesoramiento.

“Cualquiera haya de ser el modo de desempeño del profesional:


magistrado o funcionario judicial, funcionario público, abogado de
empresa, abogado asesor o litigante, siempre lo principal o central de su
trabajo será resolver, o ayudar a resolver, casos o problemas
concretos”.

Veamos un poco qué es y cómo se hace esta tarea esencial de resolver


casos.

Qué es resolver casos

La tarea fundamental del abogado es la de resolver casos.

Definimos al caso como un conjunto de hechos, que de algún modo


afecta los intereses jurídicos de una persona (el cliente), quién para
proteger éstos últimos desea o necesita:

1) obtener un resultado al respecto, el cual puede consistir en que un


estado de cosas se mantenga, por ejemplo “no me desalojen”, “no se
revoque la sentencia”, o por el contrario, que se modifique, por ejemplo
“quiero divorciarme”, “se embargue el sueldo de mi deudor”;

2) ó tan sólo saber los derechos y obligaciones que aquella situación


fáctica le acarrea, quizá con la intención de buscar un resultado en algún
momento, pero no por ahora; esto ocurre en la simple consulta al
abogado, la cual, una vez evacuada, finaliza la relación profesional.

Y dimos al concepto resolver o solucionar casos, asuntos o problemas,


dos alcances.

Uno, limitado, el de tarea meramente intelectual del abogado,


consistente en aplicar las normas legales a los hechos presentes en el
problema bajo examen (tarea conocida como subsunción jurídica), y de
esta inclusión sacar una consecuencia: determinar “dónde está parado”
el cliente, qué derechos y obligaciones implica la situación para las
personas involucradas en el caso, cuáles efectos jurídicos se espera
ocurrirán o deberían ocurrir, si podrá obtenerse el resultado deseado.

Llamamos solución mental a esta especie o etapa en la solución del


problema jurídico. Por ejemplo: “Si Ud. no pagó los alquileres de cinco
meses, el locador tiene derecho a dar por terminado el contrato y
deberá Ud. restituirle el inmueble; además, tiene él derecho a cobrar los
arriendos que se le deben. Si Ud. no cumple voluntariamente, le iniciará
sendos juicios para ello, que si bien demorarán tanto la entrega del bien
como el pago de las sumas adeudadas, significarán para Ud. más gastos
de tiempo y dinero.

En conclusión: si Ud. desea seguir viviendo en ese departamento, debe


abonar inmediatamente lo que debe”.

En la otra acepción, más amplia, resolver casos es, además de lo


anterior, “actuar” la solución mental, esto es ponerla en movimiento
utilizando los medios, vías, procedimientos adecuados para alcanzar el
resultado que satisfaga el interés del cliente; salvo el supuesto de la
mera consulta, en las demás situaciones – que son mayoría - no alcanza
con la reflexión técnica, sino que es necesario “ponerla en acción”. Por
eso, llamaremos actuada a esta clase (o segunda etapa) de resolución
del caso. A continuación veremos cuáles son estos procedimientos o vías
para canalizar la solución mental.

Hay casos sustanciales y procedimentales.


Los primeros son los que se resuelven a la luz del derecho de fondo,
aplicándose a los hechos las normas sustanciales, por ej: código civil,
comercial, penal, etcétera. Son los que generalmente trae el cliente al
abogado en la consulta, e involucran hechos “de la vida diaria” (ajenos
aún a la esfera procesal, aunque luego producirán efectos en ella), por
ejemplo las injurias matrimoniales, el incumplimiento de un inquilino a
sus obligaciones contractuales, la relación empleado-empleador.

Decimos así los abogados: “tengo un caso de divorcio”, “me llegó un


caso de daños y perjuicios”, etcétera. Los medios o vías a los que antes
aludimos, idóneos para canalizar la solución mental que dimos al caso
son, genéricamente, la negociación, el proceso judicial, y el
procedimiento administrativo.

La segunda especie de casos, procedimentales, se resuelven haciendo


jugar normas adjetivas, formales, procesales. Surgen cuando se transita
alguna de las vías elegidas por el abogado para actuar la solución
mental. Así, por ejemplo, en el proceso judicial, durante su desarrollo,
acaecerán innumerables situaciones de hecho (en su mayoría formadas
por actos procesales), que necesitarán también ser resueltas por el
abogado, esto es encuadrarlas jurídicamente y sacar de ello una
conclusión. Por ejemplo, ¿qué hacer frente a dos procesos idénticos que
tramitan en distintos tribunales? ¿Y cuándo ha transcurrido cierto
tiempo sin que se impulse la causa? ¿Y si el demandado ha sido
notificado de la demanda y no se presentó a estar a derecho?, ¿Y
cuando un acto procesal contiene un vicio en la forma de concretarse? y
así tantas otras.

Los hechos involucrados en el caso procedimental son, casi siempre,


actos jurídicos; ocasionalmente serán hechos propiamente dichos, por
ejemplo la pérdida del expediente, la muerte de un litigante, la ofensa
vertida en un escrito, etcétera. Lo mismo sucederá en el procedimiento
administrativo o en la negociación.

Tanto el caso sustancial como el procedimental tienen en común el


mismo método para ser resuelto.

Método de resolución de casos

Resolver casos no es pura intuición, “corazonada”, o mero “sentido


común”, sino que consiste en ejecutar una técnica jurídica bien
delineada, precisa. Recordamos las palabras de Carrió “La labor de los
abogados es, pues una labor técnica; consiste en usar ciertos medios
para alcanzar un resultado a partir de una situación inicial dada”.
En cuánto técnica de la ciencia jurídica, tiene dos elementos
fundamentales con los que trabajar: hechos y derecho. Podríamos
añadir un tercero, la prueba (¿qué debo probar? ¿dispongo de fuentes
de prueba?, etcétera), mas entendemos que éste es un tema
perteneciente al capítulo de los hechos, incluido por lo tanto en él.

La trascendencia de la dupla referida se debe a que las consecuencias


legales (efectos) de las conductas humanas (hechos) están
contempladas en las normas jurídicas (derecho).

Veamos sintéticamente – no podemos hacerlo de otro modo aquí -, en


qué consiste este método de trabajo.

La forma básica, primera, de pensar un asunto a resolver es silogística.

El silogismo es un razonamiento deductivo que consta de tres


proposiciones, la última de las cuales, llamada conclusión, se deduce de
las otras, llamadas respectivamente premisa mayor y premisa menor,
en relación a la extensión de los términos que contienen.

Llevado esto a nuestro terreno, la premisa mayor está conformada por


la norma jurídica, el derecho; la premisa menor por los hechos del caso
concreto; y la conclusión, por los efectos legales que se atribuyen a la
situación.

Por ejemplo, todo el que por su culpa o negligencia ocasione un daño a


otro debe repararlo (norma jurídica, premisa mayor); en este caso que
tengo ante mí, advierto que por imprudencia alguien ha producido un
daño a mi cliente (hechos, premisa menor); por lo tanto puedo colegir
que éste tiene derecho a ser indemnizado por los daños sufridos
(conclusión).

El abogado selecciona de entre el cúmulo de hechos que llegan a su


conocimiento, sólo aquellos que interesan para la solución (“su”
solución) del caso, los denominados hechos conducentes o pertinentes
para alcanzar el resultado buscado, que serán los que luego
eventualmente deberá afirmar y probar en sede judicial o
administrativa.

Tienen esta condición de conducentes los hechos que forman el


presupuesto fáctico de la/s norma/s que, por establecer la consecuencia
legal que se persigue como resultado, el abogado elige como
fundamento de su solución (arg. art. 377 CPCCN, art. 375 CPCCBA).
Cabe recordar aquí que el derecho no está expresado únicamente en la
ley escrita, hay otras fuentes; y que para seleccionar del orden jurídico
la norma adecuada, se debe primero desentrañar su significado,
determinar su alcance, para lo cual se acude a la operación denominada
interpretación del derecho.

Resuelto el caso mentalmente, casi seguro que para alcanzar el


resultado o efecto buscado se habrá de documentar la solución:
tratándose de casos sustanciales, en la demanda o en su contestación
(según de cuál de las partes se trate), piezas que deberán contener los
tres elementos del silogismo antes referido: hechos, derecho y petición
(art. 330, 356 inc. 2, CPCCN; 330, 354 inc, 2, CPCCBA); y en los casos
procedimentales, el caso resuelto se plasmará en alguno de los genérica
y comúnmente llamados escritos, los cuales, en su estructura y
contenido, siguen, con diferente grado de intensidad, el modelo de la
demanda.

Técnicas no adversariales

Tradicionalmente el abogado fue formado en la llamada cultura


adversarial, cuya principal meta es la de “luchar” con el adversario y
“ganar” el caso, y su terreno por excelencia, el proceso judicial. Por
ende, al profesional se le exigía un sólido conocimiento de las técnicas
procesales adversariales.

Si bien hoy día se mantienen aquellas circunstancias, confluyen otras


que le dan un matiz parcialmente distinto al ejercicio profesional.

Dijimos antes que la negociación es una vía o camino alternativo al


proceso judicial para solucionar los casos que nos traen nuestros
clientes; dentro de ella, la mediación es “la madre” de las
negociaciones. Y aunque el abogado ha negociado desde siempre, en la
actualidad se le exigen conocimientos más acabados, más profundos, de
los que antaño solía tener; esto, entre otras razones, porque la
Negociación constituye ya una verdadera ciencia, en auge y desarrollada
a nivel mundial.

En el orden nacional, la ley 24.573 impone obligatoriamente la


mediación en toda cuestión civil y comercial (salvo los casos de
excepción enumerados); en los asuntos laborales está prevista la
conciliación obligatoria previa; y aún en los supuestos en que no es
necesario acudir a estos medios alternativos de solución de conflictos, la
doctrina entiende que al menos es convenientes hacerlo; las Normas
Éticas de la provincia de Buenos Aires disponen “Es deber del abogado
favorecer las posibilidades de avenimiento y conciliación o de una justa
transacción.

Tal deber es más imperioso en los conflictos de familia y en general


entre parientes, en los cuales la intervención del abogado debe
inspirarse en el propósito de allanar o suavizar las diferencias” (art.13,
inc. II).

Entonces, la figura en aumento del “abogado negociador”, que propende


más a “solucionar el conflicto” que a “ganar el caso”, requiere del
profesional, para cumplir eficazmente este rol, saber no sólo de Derecho
sino también conocer y manejar conceptos y métodos no adversariales
propios de la ciencia de la negociación, v. gr. sobre la esencia del
conflicto interpersonal (entenderlo ayudará a solucionarlo), algo de
psicología, comunicación, y sobre todo técnicas de negociación.

“Comprender al otro”, “empatía”, “posturas e intereses”, son algunas de


las expresiones que, a la par del tradicional vocabulario jurídico, forman
parte del léxico del abogado contemporáneo.

“Los abogados tienen que cambiar su mentalidad pleitista y capacitase


para actuar en sistemas alternativos… La mayoría de los nuevos letrados
utilizan su tiempo entrevistando, aconsejando y negociando, tareas que
requieren técnicas actualizadas”.

Normativa

En relación al tema que nos ocupa, además de las normas sustanciales


generales y las disposiciones citadas, la ley 23.187 establece que “el
abogado debe comportarse con lealtad, probidad y buena en el
desempeño profesional” (art. 6, inc. e); quedando expresamente
prohibido “Representar, patrocinar y/o asesorar simultánea o
sucesivamente, en una misma causa, intereses opuestos” (art. 10, inc.
a.); y que es causa de sanción disciplinaria el “retardo o negligencia
frecuente, o ineptitud manifiesta, u omisiones graves, en el
cumplimiento de sus deberes profesionales” (art. 44, inc. e).

El Código de Ética capitalino fija la regla de “libertad de actuación”: “El


abogado es libre de aceptar o rechazar asuntos en los que se solicita su
intervención profesional, sin necesidad de expresar los motivos de su
determinación, salvo en los casos de nombramiento de oficio o cuando
actúe en relación de dependencia y sujeto a directivas del principal. En
estos casos, el abogado podrá justificar su declinación fundándose en
normas éticas o legales que puedan afectarlo personal o
profesionalmente” (art. 20); pero una vez tomado el caso, “Cuando el
abogado renuncie al patrocinio o representación, cuidará que ello no sea
perjudicial a los intereses de su clientes” (art. 21).

Asimismo, determina como deberes del profesional, cuyo


incumplimiento dará lugar a sanciones disciplinarias: “Utilizar las reglas
de derecho para la solución de todo conflicto, fundamentado en los
principios de lealtad, probidad y buena fe” (art. 10, inc. a); “Atender su
permanente capacitación profesional” (art. 10, inc. c); “Decir la verdad a
su cliente, no crearle falsas expectativas, ni magnificar las dificultades, o
garantizarle el buen resultado de su gestión profesional y atender los
intereses confiados con celo, saber y dedicación” (art. 19, inc. a);

“Considerar la propuesta del cliente de realizar consultas en situaciones


complejas a profesionales especialistas, sin que ello sea tenido como
falta de confianza. La negativa fundada del profesional no constituirá
falta ética” (art. 19, inc. b).

Y considera falta ética: “Valerse a sabiendas de pruebas falsas así


calificadas judicialmente, constituyan o no fraude procesal” (art. 22, inc.
d); “Incurrir en temeridad o malicia, así calificadas judicialmente” (art.
22 inc. e); “Efectuar citas doctrinarias o jurisprudenciales inexistentes, o
exponerlas en forma tal que falseen la opinión o el fallo invocados, o
realizar falsas transcripciones de resoluciones judiciales o escritos del
contrario” (art. 24).

En la provincia de Buenos Aires, el art. 6 de la ley 5.177 prohíbe a los


abogados: “Patrocinar o asesorar a ambos litigantes en un juicio,
simultáneamente o sucesivamente, o aceptar la defensa de una parte, si
ya hubiere asesorado a la otra” (inc. 1); “Patrocinar y representar
indidivual y simultáneamente a partes contrarias, los abogados
asociados entre sí” (inc. 2); “Ejercer su profesión en un conflicto en
cuya tramitación hubiere intervenido como magistrado, funcionario
judicial o administrativo” (inc. 3). De las Normas Éticas, cobran
relevancia la prohibición de abogar en función de la calidad de las
causas (art. 9), libertad para aceptar o rechazar asuntos (art. 10), plena
defensa de los intereses del cliente (art. 25), deber de conocer los
asuntos y evitar asegurar su éxito (art. 27), prohibición de representar
intereses contrapuestos (art. 28), renuncia al patrocinio por causa
justificada (art. 29).

Honorarios: contraprestación por la labor profesional (ó precio


del servicio)
El honorario es la retribución del trabajo de los profesionales liberales
que se desempeñan de manera independiente (es decir, no en relación
de dependencia). Desde la óptica del marketing, es el “precio” del
servicio, uno de los cuatro pilares en los que se asienta el desarrollo de
este último.

La percepción en tiempo y forma del emolumento es vital, por razones


obvias: quien no gana su sustento con la abogacía, deberá dedicarse a
otros menesteres. Si bien esencial para todo profesional, mas aún lo es
para el recién iniciado; sobre su realidad, en otro lugar dijimos lo
siguiente: “Muchos abogados ejercen sus primeros años de profesión “a
medias”, es decir trabajando contemporáneamente en otra actividad
que le permite obtener una retribución periódica y segura para atender
sus necesidades.

Esperan que “les vaya bien” en la nueva abogacía (tener clientes, ganar
dinero) para así poder abandonar la otra ocupación. Y aquí es donde
aparece, trascendente, la cuestión extra o meta-técnica de la apropiada
percepción del estipendio por nuestra función letrada. Si no cobro,
seguiré con la dualidad laboral, más no podré sostenerla por mucho
tiempo, pues la abogacía requiere de nosotros full time.

Ante la disyuntiva, necesariamente se deberá optar por la que asegure


la supervivencia; si esto último no lo brinda la profesión de abogar, cae
de maduro cual será la elección. Ni qué hablar de la imperiosa necesidad
de cobrar los honorarios si el único trabajo es el recién iniciado de la
abogacía”.

Percibir en tiempo y forma un justo honorario es derecho y deber del


abogado; y al crédito se le reconoce naturaleza alimentaria.

Cuestiones de la percepción de honorarios: cuánto, a quién, y


cómo cobrar.

Las cuestiones mencionadas, se refieren, respectivamente, al quantum o


monto del honorario, la persona obligada a satisfacerlo, y al modo,
tiempo y lugar de su pago.

Desde el punto de vista del cliente, se traducen en tres preguntas que


seguramente él nos formulará en algún momento de la relación (y si no
lo hace, deberemos plantearlas nosotros), a saber: “¿Cuánto son sus
honorarios?”, “¿Quién los pagará?”, “¿Cómo se pagarán?”.

Adelantamos que gran parte de las respuestas se encuentran en las


leyes arancelarias locales: ley 21.839 para los tribunales nacionales de
Capital Federal y los federales con asiento en las provincias, ley 8904
para la provincia de Buenos Aires.

El abogado debe conocerlas muy bien, por ser un punto de referencia


ineludible, tanto para pactar honorarios con el cliente como para las
regulaciones judiciales, amén que contienen pautas de actuación judicial
(por ej: procedimiento para la regulación, recursos) así como de
actividad extrajudicial (v. gr. forma y contenido de los contratos,
requisitos de los recibos).

Monto

Hay que distinguir según se trate de honorarios regulados por el juez o


establecidos por el abogado mediante convenio con su cliente. Las leyes
arancelarias privilegian la vía contractual (art. 3 ley 21839, art. 2 ley
8.904).

En el primer caso - retribución estimada por el juez -, el magistrado


aplicará las pautas previstas en las citadas normas legales, siendo las
principales: monto del proceso (arts. 6, inc. a, ley 21.839; art. 16, inc.
a, ley 8904); resultado obtenido (art. 6, inc. c, ley 21.839; art. 16, inc.
e, ley 8904); carácter en que actuó el abogado: patrocinante ó
apoderado (art. 9 ley 21.839; art. 14 ley 8.904); etapas del juicio e
instancias en las que trabajó (arts. 7, 14, 33, 37 a 46 ley 21.839; arts.
21, 26, 28, 31, 47 ley 8.904); mínimos legales (art. 8 ley 21.839, art. 9
ley 8.904); las demás previstas en los arts. 6 ley 21839, y art. 16 ley
8.904. En esta situación, nada puede hacer el letrado mas que recurrir
en su momento el auto regulatorio si lo estima bajo.

En la segunda hipótesis – convenio de honorarios – también las pautas


legales serán tomadas en cuenta por el profesional para poner el precio
de su trabajo, pues ellas son las que se consideran pertinentes, justas,
adecuadas, obrando así la ley como una “lista de precios sugeridos” que
es mayormente aceptada en el foro; pero podrá agregar otras
circunstancias que el juez nunca consideraría, por ejemplo el precio del
mercado para tareas análogas, trabajos previos a la demanda o
complementarios de la sentencia (v. gr. intercambio telegráfico y
entrevistas con el deudor, inscripción de la sentencia), costos de
producción, la situación patrimonial del obligado al pago,
responsabilidad profesional, etcétera.

Hay tener en cuenta que el régimen arancelario de la provincia de


Buenos Aires es de orden público, por lo tanto ni el juez al regular el
honorario, ni el abogado si lo pacta con su cliente, pueden apartarse de
ciertos mínimos y requisitos inderogables establecidos por la ley local.

No sucede lo mismo en el sistema nacional, en el que, de acuerdo al


nuevo texto del art. 3 de la ley 21.839 y la derogación de su artículo 5,
las partes pueden sujetar su convenio de honorarios a las cláusulas que
estimen conveniente, sin más limitaciones que las impuestas por la
legislación general sobre los actos jurídicos y los contratos,
especialmente las referidas a vicios de la voluntad y reglas de la buena
fe.

Obligado al pago

Por regla, es el cliente quien, en su calidad de tomador (locador) de


nuestros servicios, responderá siempre - originaria o subsidiariamente -
del pago de nuestra remuneración, sin perjuicio de que un tercero (el
condenado en costas) también se halle obligado.

Es conveniente, por no decir necesario, que el abogado informe siempre


a su cliente de esta obligación al hablar con él del tema “honorarios”,
por ejemplo en los siguientes términos: “Por ley es Ud. quien debe
pagar mis honorarios, gane o pierda el juicio; si lo ganamos, trataré de
cobrarle a la contraparte, pero si ella no me los abona, deberá hacerlo
Ud.”; se evitará así sorpresas desagradables que seguramente
repercutirán en la relación: “¿Cómo es esto, ganamos el juicio y yo
tengo que pagar sus honorarios?”

Sobre el honorario regulado judicialmente, disponen los arts. 49 y 50 ley


21.839 que deberá pagarse por la parte condenada en costas, dentro de
los treinta días de notificado el auto regulatorio firme, si no se fijare un
plazo menor. Si dicho pago no se efectuare, el profesional podrá
reclamar el pago al cliente, quien tendrá otros treinta días para cumplir
la obligación.

Por su lado, los arts. 54 y 58 ley 8.904 establecen que los honorarios
regulados judicialmente deberán abonarse dentro de los diez días de
quedar firme el auto regulatorio, y que la regulación judicial firme
constituirá título ejecutivo contra el condenado en costas y
solidariamente contra el beneficiario del trabajo profesional.
Entonces, en el caso que las costas sean íntegramente impuestas a
nuestra parte o lo sean “por su orden” o “en el orden causado”
(expresiones equivalentes que significan que cada parte paga sus
propios gastos, y por mitades los que son comunes), sólo tendremos un
deudor: nuestro cliente, por ser el tomador del servicio.

En cambio, cuando la parte contraria sea condenada en costas, habrá


dos obligados al pago de nuestros honorarios: la contraparte, cuyo
débito surge de la resolución judicial que le impuso las costas, y nuestro
cliente, cuya responsabilidad deviene directamente de la ley y que halla
su fundamento en que es él el locador de nuestro servicio; pero
mientras que el dispositivo nacional configura la llamada “obligación de
garantía” del cliente, pues éste responderá si no lo hace el condenado
en costas, la norma provincial directamente pone a ambos sujetos en el
mismo rango, en calidad de deudores principales y solidarios.

El honorario fijado mediante convenio con el cliente, a éste obliga


únicamente, es res inter alios acta (arts. 1198, 1199 CC). Las otras
partes del proceso condenadas en costas no pueden ser obligadas a
abonar la suma del convenio, sólo responderán por el monto
proveniente de una regulación judicial; y tampoco podrán ellas liberarse
del pago de los honorarios regulados judicialmente invocando dicho
contrato.

Modo de cobrar

Aquí tenemos algunas sugerencias:

1) Defina el tema de sus honorarios en los albores de la relación


profesional, luego de transitados los primeros pasos de la dimensión
técnico-jurídica del caso: “Ahora hablemos de los gastos”;

2) Prefiera el contrato a la regulación judicial, y hágalo por escrito, como


forma de asegurarle al cliente “no habrá sorpresas”, actitud
transparente que beneficiará su imagen y dará más confianza al
tomador del servicio;

3) Es moral y legalmente justo percibir el honorario a medida que se


desarrolla la labor, sin tener que esperar a la finalización del pleito, pues
el derecho a la retribución surge de la realización de un trabajo útil, en
el momento que se presta; por lo tanto pacte pagos parciales, “a
cuenta” del total convenido, cuya época de cumplimiento puede hacerse
coincidir con el de las etapas en que las leyes arancelarias dividen los
procesos; disponga el domicilio de su Estudio como “lugar de pago”;

4) Otorgue recibo en debida forma de cada monto que perciba (para


requisitos de los recibos, art. 19 ley 8.904).

Y algunas pautas de actuación para el caso que el honorario se halla


sometido al procedimiento de regulación y cobro judicial:

1) Las regulaciones que se practican fuera de la sentencia definitiva, v.


gr. por trabajos complementarios, regulaciones provisorias, diferidas,
etc., debe pedirlas expresamente el interesado;

2) Califique Ud. y estime el valor de los trabajos a regular (art. 51 RJN,


art. 53 ley 8904);

3) Pida la elevación del expediente a la Cámara para que regule


honorarios por actuaciones ante la Alzada;

4) Impulse la notificación del auto regulatorio, que se hace por cédula;

5) Apele el auto regulatorio si lo considera perjudicial; lo hará “por alto”


cuando recurra en representación de su cliente, y “por bajo” cuando lo
haga por su propio derecho; recuerde que la apelación de honorarios
está sometida a un procedimiento particular (art. 244 CPCCN, art. 57
ley 8904);

6) Asegure la percepción de su crédito; para ello la ley le confiere las


siguientes medidas:

a) cobro preferente (arts. 3879, 3900 Código Civil, 590 CPCCN y


CPCCBA);

b) medidas cautelares, procedentes en atención a la naturaleza de


sentencia que tiene el auto regulatorio (art. 212 inc. 3º CPCCN y
CPCCBA);

c) derecho de retención (arts. 1956 y 3939 Código Civil);

d) citación del profesional (art. 55 ley 21.839); 7)

Existiendo regulación firme, no abonados los honorarios por el deudor,


antes de iniciar su cobro compulsivo - que se hará por la vía de
ejecución de sentencia (art. 50 ley 21.839) -, haga un último intento
intimando por cédula al deudor a pagar lo adeudado (art. 504 CPCCN).

Régimen normativo

En la legislación sustancial merece destacarse, además de las leyes de


aranceles ya mencionadas, la ley 24.432 que, entre otras cosas,
modificó los artículos 505, 521, 1627 del Código Civil y el artículo 277
de la Ley de Contrato de Trabajo. Los pilares importantes de esta
reforma fueron: “la desregulación”, “el abaratamiento de los costos
judiciales”, “la desjerarquización del ministerio de los profesionales del
derecho”.

Por su lado, la ley 23.187 menciona entre los derechos específicos de los
abogados “percibir remuneración no inferior a la que fijan las leyes
arancelarias” (art. 7, inc. a); y les prohíbe “la distribución o
participación de honorarios con personas que carezcan de título
habilitante para el ejercicio profesional” (art. 10, inc. d).

En la provincia de Buenos Aires, la ley 5177 hace pasible de sanciones


disciplinarias la “Infracción manifiesta o encubierta a lo dispuesto en
materia de aranceles y honorarios en la ley que regula la materia” (art.
25 inc. 5).

Las Normas Éticas disponen:

“Art. 4. DESINTERÉS.

El espíritu de lucro es extraño fundamentalmente a la actividad de la


abogacía. El abogado, aunque debe defender su derecho a la digna
retribución de su trabajo, debe tener presente que el provecho es sólo
un accesorio del fin esencial de la profesión y no puede constituir
decorosamente el móvil determinante de su ejercicio. Dentro de la
medida de sus posibilidades y con sujeción a la ley y a las presentes
normas, el abogado debe prestar su asesoramiento a toda persona
urgida o necesitada que se lo solicite, con abstracción de que sea o no
posible la retribución. Le está impuesto en especial, como un deber
inherente a la esencia de la profesión, defender gratuitamente a los
pobres”;

“Art. 33.- HONORARIOS Y ANTICIPOS. CONTROVERSIAS ACERCA DE


LOS HONORARIOS.
El abogado debe ajustar la fijación y cobro de sus honorarios a las
reglas de la ley. Puede solicitar al cliente entregas a cuenta de
honorarios o gastos, siempre que observe la moderación adecuada a su
ministerio. Debe evitar los apremios y toda controversia con el cliente
acerca de los honorarios, hasta donde sea compatible con su dignidad y
con el derecho a recibir la justa retribución, Sólo debe recurrir a la
demanda contra su cliente para impedir la injusticia, la injustificada
demora o el fraude, y en tal caso se aconseja al abogado se haga
representar o patrocinar por un colega”.

Responsabilidad

Llegamos así al último de los aspectos que consideramos esencial del


ejercicio de la abogacía litigante: la responsabilidad profesional.

La mala praxis, expresión que hace no mucho parecía reservada al


ejercicio de la medicina, cada vez más toca a nuestro ministerio: basta
con ver los repertorios jurisprudenciales para corroborar el aserto.

Parece pertinente recordar las palabras que pronunciamos en otro


momento:

“Lo cierto es que para muchas personas no resulta fácil llevar la mochila
de la responsabilidad. La índole de nuestra función, que consiste en
defender a las personas sus bienes más preciados, por ej: su libertad,
su honor, su patrimonio, hasta su vida, hace que el mínimo error
conlleve perjuicios, graves muchos de ellos, a nuestro defendido.
Mientras que el abogado fue estudiante, su irresponsabilidad sólo a él
perjudicaba. Y el daño que ello le ocasionaba, consistente el más severo
en reprobar una materia, podía reparase cursando o rindiendo la
asignatura fallida tantas veces como fuese necesario hasta aprobarla.

Ahora, como profesional, las cosas cambian. Sus falencias, además de


dañarlo a él, recaen también sobre otros. Inmediatamente en su cliente,
y mediatamente en el servicio de administración de justicia – del cual es
auxiliar indispensable – y, por ello, en la sociedad toda: aquella y ésta
están interesadas en que haya abogados litigantes – y jueces - capaces
y responsables (…)

¿Y quién es el responsable de esta debacle? Casi seguro lo será el


abogado, pues ya vimos que es su voluntad técnica la que se manifiesta
en los actos realizados – y en los no realizados - en el proceso, dado su
carácter de necesario experto conductor de los intereses de su cliente en
sede judicial.
El cliente nada sabe de prescripción, de negligencia de prueba, de
excepciones previas, ni de caducidad de instancia. Llega y nos dice: “Dr.
Tengo este problema, embargaron mi casa y la están por vender, me
quedo en la calle con mi familia; soluciónemelo”.

Si aceptamos, ahí es cuando nos cargamos la mochila de la


responsabilidad. Si este señor pierde la casa porque no tenía derecho a
retenerla, seguramente nos dolerá, pero desde la perspectiva de nuestro
desempeño estaremos tranquilos. Pero que sucedería si se llega al
mismo resultado dañoso porque su abogado no opuso las defensas
pertinentes, o las dedujo tardíamente, en fin, “no hizo lo que debía
hacer”. Moral y legalmente el profesional será responsable, es decir
deberá responder por su error. Moralmente se auto fustigará, le
remorderá la conciencia, o cosa parecida. Y a nivel legal, deberá
“hacerse cargo” antes sus pares, los hombres”.

La responsabilidad del abogado puede ser de diferente naturaleza,


según la norma que se infrinja:
civil (v. gr. arts. 1197, 520 a 522, 902, 1870 inc. 6, Código Civil),
procesal (v. gr. arts. 35, 45, 52, 72 CPCCN y CPCCBA),
penal (v. gr. estafa – art 172 CP -, cohecho – art. 258 CP -, retención
indebida – art. 173 inc. 2º CP -, prevaricato – art. 271 CP -),
disciplinaria o ética.

Las tres primeras son juzgadas por el Poder Judicial, mientras que la
última está a cargo de los Tribunales de Ética de los Colegios de
Abogados, con más una instancia de revisión ante el Poder Judicial.

Una sola conducta del letrado puede caer dentro de más de una de
estas órbitas, por ejemplo la retención de dinero del cliente para sí, sin
aplicarlo a los gastos de un juicio que nunca promovió.

Las sanciones o consecuencias de las inconductas profesionales son


variadas, desde pagar una suma de dinero por los daños ocasionados,
pasando por apercibimientos, suspensiones o exclusión de la matrícula
profesional, hasta penas privativas de la libertad.

Y cabe recordar que para ser acreedor de muchas de ellas no es


necesario dolo en el agente, sino que basta con la simple negligencia o
impericia ¿Vale la pena correr el riesgo? ¿Estoy preparado para asumir
mi responsabilidad? Más que “preocuparse” (situación de intranquilidad
que quizá lo lleve a la parálisis), “ocúpese” del tema y sea prolijo en su
accionar: conozca las conductas prohibidas y no las lleve a cabo, así de
sencillo. Si bien este proceder no lo hará inmune, al menos rebajará
considerablemente las posibilidades de incurrir en mala praxis.

Para lograr esta “conducta prolija” que propiciamos, resulta ineludible


consultar la copiosa jurisprudencia proveniente tanto de los tribunales
judiciales como de los disciplinarios de los Colegios de Abogados:
encontraremos ahí una lista, un verdadero catálogo de las conductas
que no debemos tener so riesgo de responder por ella.

Y si llegado el caso se comete alguna inconducta, el honor y la


responsabilidad no estarán definitivamente mancillados pues, hombres
al fin, todos podemos equivocarnos. Lo que se necesita para
salvaguardarlos es reconocer sin excusas la falta cometida y repararla
del mejor modo posible.

En este sentido, y a modo de conclusión, transcribimos otra regla


ejemplar de las Normas de Ética de la provincia de Buenos Aires:

“Art. 14 - CUIDADO Y HONOR DE LA RESPONSABILIDAD.


El abogado debe cuidar su responsabilidad y hacer honor a la misma.
(…) III) No es aceptable que el abogado se exculpe de los errores y
omisiones en que incurra en su actuación pretendiendo descargarlos en
otras personas, ni de actos ilícitos atribuyéndolos a instrucciones de su
cliente.

IV) El abogado debe adelantarse a reconocer la responsabilidad derivada


de su negligencia o actuación inexcusable, allanándose a resarcir los
daños y perjuicios causados al cliente”.

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