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En el presente trabajo planteamos en primer lugar, algunas cuestiones generales del materialismo
y el cuerpo en su epistemología. En segundo lugar, diferentes miradas del cuerpo como materia y
problema de investigación, desde la antropología, la filosofía, la fenomenología de la percepción,
la neurobiología y las neurociencias. Por último, desde el posicionamiento precedente algunas
consideraciones sobre el cuerpo como sujeto de la educación en general y del cuerpo como
sujeto de la educación acuática en particular.
Las doctrinas materialistas reconocen como la realidad a los cuerpos materiales. La materia es
“materia corporal”, fundamento de toda realidad y causa de toda transformación. Por ende este
concepto incluye el concepto de todas las formas posibles y propiedades de las mismas. “La
materia no es entonces sólo «lo informe» o «indeterminado», sino también «lo formado»”
(Ferrater Mora, 1979, p. 2143)
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El materialismo dialéctico surgió, por eso, como síntesis filosófica que abarcaba
con una intelección única a toda la complicada red de los fenómenos de la naturaleza, la
sociedad y el pensamiento, síntesis que unía en sí, de modo orgánico, el método
filosófico de explicación y análisis de la realidad y la idea de su cambio
práctico-revolucionario. (Frolov, 1984, p. 276).
En este sentido, considerar el pasaje del cuerpo como entidad natural a un problema de
investigación para las disciplinas sociales sin despojarlo de su carácter viviente reta a su
constitución epistemológica y a las formas científicas del conocimiento moderno. “El
comportamiento, la vida social, la noción del sujeto, el pensamiento y la conciencia no podrían
concebirse ignorando la condición corporal humana” (Pedraza Gómez, en Porzecanski, 2008, p.
37).
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que deben dar cuenta los estudios empíricos del cuerpo y las elaboraciones teóricas.
(citado en Porzecanski, 2008, p. 38)
Luis Pérez Aguirre (1984), filósofo y teólogo, reconocido defensor de los derechos humanos en
nuestro país, plantea algunas cuestiones que enriquecen el análisis precedente. “La experiencia
base es el sentimiento. No es el cogito ergo sum (pienso luego existo), sino sentío, ergo sum
(siento, luego existo); no es el logos sino el pathos, la capacidad de ser afectado y de afectar: la
afectividad.” (p. 37). Entiende al sentimiento no sólo como moción de la psique, sino como
“cualidad existencial”, afectividad como modo de ser. En el origen no está la razón, sino la
pasión (Pathos y Eros). Pathos no es mera afectividad o pasividad, afectada por la existencia
propia o ajena; es fundamentalmente una actividad, un tomar la iniciativa de identificarse con
dicha realidad sentida. La razón actúa movida por el Eros que la habita. En este sentido,
referencia a Pascal en su afirmación de que los principales axiomas de la razón son intuidos por
el corazón. El conocimiento por la vía del sentimiento (Pathos) se asienta en la simpatía (el
sentir-con la realidad) y se canaliza por la empatía (sentir-en, dentro de, identificado con la
realidad) (Pérez Aguirre, 1984)
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La absoluta certeza de mi para mi, es la condición sin la cuál no habría nada en absoluto, y el
acto de vinculación como fundamento de lo vinculado. Frente a este desvinculamiento sujeto -
consciencia de Descartes y Kant, Merleau - Ponty (1994) sostiene que es indudable que “el acto
de vinculación no es nada sin el espectáculo del mundo que vincula.” (p. 9).
Sobre esta base, el antropólogo francés Alexandre Surrallés (2005) también añade la afectividad
a la experiencia corpórea. El universo de la sensibilidad, es una precondición de la instauración
de la significación, ésta queda para siempre sensibilizada porque la cognición no escapa a la
mediación del cuerpo y, por ende, de la sensibilidad. La afectividad se define entonces como la
cualidad sensitiva de la experiencia. Si la percepción permite recibir las sensaciones procedentes
del exterior, la afectividad se refiere a la relación sensorial del sujeto con dicho entorno, a la
experiencia personal de la relación con las cosas. Los afectos pueden ser percibidos como
instintos incorporados por el lenguaje, mediatizados por el intelecto y la cultura y por ello
susceptibles de diferenciación cultural (Surrallés, 2005).
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La tradición cartesiana y kantiana nos lo enseñan ya; hace de las determinaciones
espaciales la esencia del objeto, muestra en la existencia partes extra partes, en la
dispersión espacial, el único sentido posible de la existencia en sí. Pero clarifica la
percepción del objeto por la percepción del espacio, mientras que la experiencia del
propio cuerpo nos enseña a arraigar el espacio en la existencia. (Merleau-Ponty, 1994, p.
165).
Humberto Maturana (citado en Capra, 1998), neurocientífico chileno, se preguntó qué sucede en
el fenómeno de la percepción. Postuló que el sistema nervioso es autoorganizador y
autorreferente. Siendo así, la percepción debe ser entendida como la creación continua de nuevas
relaciones en el interior de la red neuronal. La percepción y la cognición no representan una
realidad externa, la especifican a través de procesos del sistema nervioso circular. Desde esta
premisa, sostuvo que dicho proceso en sí mismo es idéntico al proceso de cognición. “Los
sistemas vivos son sistemas cognitivos y el proceso de vivir es un proceso de cognición. Esta
afirmación es válida para todos los organismos, tengan o no sistema nervioso.”(citado en Capra,
1998, p. 114)
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por miedo, en pos de la defensa de sus intereses. La sensibilidad, enmarcada en el cuerpo que
siente, delimita consecuentemente el mundo tal cuál lo percibimos.
Pensar el cuerpo, involucra las consideraciones que atañen a la manera de pensar el sujeto y su
relación con el entramado social y simbólico. La acción individual, sus móviles y estímulos, la
libertad, la creatividad y la transformación solo pueden surgir del sujeto posicionado histórica y
políticamente (citado en Porzecanski, 2008). Concepto en sintonía con el pensar de Merleau -
Ponty (1994) al referir que “No hay que decir, pues, que nuestro cuerpo está en el espacio ni,
tampoco , que está en el tiempo. Habita el espacio y el tiempo.”( p. 156)
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Enseñar es posibilitar que los alumnos desarrollando su curiosidad y tornándola
cada vez más crítica, produzcan el conocimiento en colaboración con los profesores. Al
docente no le cabe transmitir el conocimiento, sólo le cabe proponer al alumno elaborar
los medio necesarios para construir su propia comprensión del proceso de conocer y del
objeto estudiado… nos impone la necesidad de inventar situaciones creadoras de saberes.
(Freire, 1997, p. 46).
Desde la década de los 90, diversos autores e investigadores del área de la educación acuática,
plantean la necesidad de una formación acuática general, individualizada, rica y multilateral
(Langendorfer y Bruya, 1995; Moreno, 1998; Pérez, 1997) que trascienda el concepto de
aprender a nadar. Langendorfer y Bruya (1995) acuñaron el concepto de competencia acuática
como la relación compleja de interacciones entre las características de los alumnos, las metas y
exigencias de la tarea acuática y las condiciones generales asociadas al medio acuático en
diferentes escenarios.
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Siguiendo las categorías propuestas por Freire (1997), podríamos decir que educador y educando
se encuentran en el especial espacio acuático, como espacio pedagógico, en un tiempo
pedagógico característico en su duración y periodicidad. Entendiendo a la adaptación al medio
acuático como una habilidad humana básica, el medioambiente acuático se presenta de
excelencia para desarrollar el potencial adaptativo del ser humano pero donde lo afectivo y
emocional pueden preceder toda reflexión y acción. Los objetos cognoscibles serían diferentes
habilidades acuáticas asociadas a conocimientos, actitudes y valores adaptables a diferentes
escenarios acuáticos, de convivencia, laborales, recreativos o deportivos en diferentes
medioambientes: río, piscina, playa, pesca en embarcaciones, surf, natación, polo acuático, entre
otros. ¿Cómo podemos pensar en desarrollar ese proceso gnoseológico, esa curiosidad que lo
despierte? ¿Cómo debería ser la base para el desarrollo de todo ese universo de saberes?
Frente a esta cuestión Langendorfer (1995) plantea una Perspectiva del Desarrollo o de Prácticas
Apropiadas para el Desarrollo (PAD) que sigue tres características fundamentales para el
educador. La primera es la Integración Jerárquica, donde las habilidades se construyen en
acuerdo con las adquiridas previamente, las habilidades básicas como flotar, y el control
respiratorio, están íntimamente ligadas con las avanzadas. Por lo que carece de sentido intentar
enseñar formas de nado técnicas avanzadas a quien no puede dominar las básicas. En segundo
lugar, la Diferenciación, a medida que se avanza en dicha incorporación, existe una
especialización progresiva en las demandas específicas de la técnica en cuestión, que no
necesariamente se refleja en otras. Por ejemplo: un niño que aprende a nadar en piscina no
necesariamente lo hará de igual manera en un río, un nadador que domine la técnica de crol, no
necesariamente dominará igualmente otras o un gran surfista no necesariamente puede
desenvolverse bien nadando en el océano. Por último, el principio de Individualización, en la
medida en que se integran y diferencian las habilidades acuáticas, surgen diferencias
individuales basadas en los talentos y experiencias. La PAD sugiere que las habilidades acuáticas
se desarrollan con un orden y una estructura común en todas las personas pero con muchas
diferencias individuales.
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Esta perspectiva habilita una práctica esperanzada, en el sentido de que no hay errores a corregir
en el proceso de enseñanza sino que existen evoluciones o involuciones que son parte de dicho
proceso. Los cambios performativos representan un paso necesario en la experiencia del proceso
de integrar el nivel avanzado de cierta habilidad (Langendorfer y Bruya, 1995).
En la medida que el educando interactúa con el medioambiente sus movimientos cambian como
resultado de nuevas experiencias, su actual nivel de maduración, percepciones, necesidades y las
demandas de la tarea acuática. Dichos cambios graduales deberían involucrar el éxito en las
experiencias previas, un aumento progresivo en la comprensión de las demandas de la tarea, la
mejora en el control y la coordinación motora, desafíos provistos por los educadores o sus
propios pares (Langendorfer y Bruya, 1995). Por ello, el proceso gnoseológico debería ser
guiado por propuestas desafiantes, creativas, que habiliten múltiples formas de resolución y la
interacción entre pares, de la percepción a la representación. “Recíprocamente todo hábito
perceptivo es aún un hábito motor y aquí también la captación de una significación se hace por el
cuerpo.”(Merleau-Ponty, p. 169).
El cuerpo y el vínculo de los seres humanos con el medio acuático se constituyen de la relación
educador -educando, son sujetos de la educación vehiculizados por los saberes o los objetos
cognoscibles, sean competencias acuáticas o el mero desarrollo de habilidades. El resultado de
dicho proceso gnoseológico acuático no se comportará de la misma manera en diferentes
escenarios y situaciones acuáticas (Stallman, Moran, Quan y Langendorfer, 2017). Por ejemplo,
cuando se incluye la enseñanza de técnicas de salvamento, como un contenido o habilidad más
en el programa acuático de Primaria (CEIP, 2013, p. 251), sin reflexión sobre otros
conocimientos asociados de prevención, de la dinámica de las aguas abiertas, de la situación
emocional y comportamental de una persona que se está ahogando, de una posible situación real
(lo que serían competencias acuáticas), ¿cuál es el vínculo con el medio acuático que estaremos
formando? ¿Qué saberes contribuiremos a producir? ¿Son prácticas adecuadas para el desarrollo
de escolares? A modo de ejemplo del saber como verdad y como falta de verdad (Crisorio,
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2016). Como educadores tenemos no solo la responsabilidad de custodiar el saber sino también
la vida que depende de su construcción.
El gran desafío que enfrentamos como educadores acuáticos es el de hacer inteligible al medio
acuático en escenarios diversos, para que se pueda relatar, para que se encarne, para que se use y
se goce con seguridad. Promover un vínculo crítico, basado en la afectividad, la curiosidad, la
creatividad, la interacción y la reflexión, como situaciones creadoras de saberes fundamentales,
es esencial para trascender la tendencia a la reproducción de conductas acuáticas normalizadoras
y descontextualizadas. Desde esta mirada, la educación acuática contribuye a la apropiación
cultural de educadores y educandos. Desde una perspectiva dialéctica, comprender la realidad
para transformarla.
Referencias
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Barcelona: Editorial Anagrama.
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3 - 21.
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Pérez Aguirre, Luis (1989). La opción entrañable. Montevideo: Ediciones Trilce.
Pérez, Beatriz (1997). ¿Qué es aprender a nadar?. Buenos Aires, Edición propia.
Porzecanski, Teresa (Comp.) (2008), El cuerpo y sus espejos. Estudios antropológicos culturales
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Rosental y Iudin (1959) Diccionario filosófico abreviado. Montevideo, Ediciones Pueblos
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Surrallés, Alexandre (2005). Afectividad y Epistemología de las Ciencias Humanas. AIBR.
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