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Éxodo 33:8-11 “Y sucedía que cuando salía Moisés al tabernáculo, todo el pueblo se
levantaba, y cada cual estaba en pie a la puerta de su tienda, y miraban en pos de
Moisés, hasta que él entraba en el tabernáculo.” El pueblo veía como Moisés iba
hacia el tabernáculo, no entraban con él, sólo veían. “9 Cuando Moisés entraba en el
tabernáculo, la columna de nube descendía y se ponía a la puerta del tabernáculo, y
Jehová hablaba con Moisés. 10 Y viendo todo el pueblo la columna de nube que estaba
a la puerta del tabernáculo, se levantaba cada uno a la puerta de su tienda y adoraba.”
El pueblo quería estar en la presencia, adoraban, pero el que entraba era Moisés.
“11 Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero. Y él
volvía al campamento; pero el joven Josué hijo de Nun, su servidor, nunca se apartaba
de en medio del tabernáculo.” (Énfasis añadido).
Desde Génesis, el principio, Dios nos dijo que podíamos entrar en Su presencia, y
aún nos invita a vivir en medio de Su presencia (Estar y entrar).
Génesis 3:8 “Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día;
y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles
del huerto.” (Énfasis añadido).
Por medio del pecado, Adán y Eva salen, pero Dios estaba con ellos. No estaba Su
presencia manifiesta pero los seguía cuidando y amando; cada acción tiene
consecuencias. Pregúntate a ti mismo: ¿He entristecido a Dios con mis acciones y
actitudes?
Basado en lo hablado, se crea una imagen en mi mente que explica todo esto: La
mano de Dios sobre mi vida demostrando Su salvación y Su gracia, pero Su rostro
escondido. Dios tenía su mano sobre Adán y Eva pero Su rostro se escondía, cuando
entristecemos a Dios, Él esconde Su rostro.
Salmos 27:8-9 “Mi corazón ha dicho de ti: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, oh
Jehová; 9 No escondas tu rostro de mí. No apartes con ira a tu siervo; Mi ayuda has
sido. No me dejes ni me desampares, Dios de mi salvación.”; David, un hombre con el
corazón conforme al de Dios, clamaba para que Dios no escondiera Su rostro de él.
David sabía que podía vivir sin las riquezas y sin la corona del rey, sólo le importaba
era la aprobación de Dios, que la presencia del Señor no se apartara de él.
Esto mismo pasa con la relación de Dios con Israel; Dios quería estar con Su pueblo,
los sacó al desierto por amor. Nunca dejó de amar a Israel, pero había momentos
que Él escondía Su rostro.
El pueblo salió camino a la tierra que Dios les había prometido. Este mismo pueblo
tenía la presencia de Dios, pero empezaron a quejarse, a murmurar, a cometer
pecados que a Dios lo entristecía, allí Él escondía Su rostro pero los seguía cuidando.
Dios te ama, te cuida, pero debes buscar más Su rostro, anhélalo. No seas como el
pueblo, que se quejaba y murmuraba, no toleres el pecado.
La creación hace que Dios esconda Su rostro más que hacerlo sonreír. Me imagino
el corazón del Padre entristecido, porque los que dicen ser sus hijos olvidan que
todo lo que hacen, lo hacen delante del rostro del Señor. ¿Por qué sigues con el
pecado? ¿Por qué lo toleras? Si sabes que estás en la presencia de Dios, en vez de
buscar entristecerlo, busca una sonrisa de Él, tú sabes cómo hacerlo.
Si Dios no escondiera Su rostro estaríamos consumidos, piénsalo. Él no nos ve, para
no dañarnos; es lo que pasaba con el pueblo en el desierto, no podía subir a la
presencia porque sería consumido, por su terquedad.
Esto tiene que cambiar; hoy mi concepto cambió al entender el poder de la sonrisa
de Dios, Su aprobación. No voy a buscar entristecerlo más, debes hacer todo lo que
puedas para agradarlo; anhela una sonrisa de Él, que Él pueda sonreír contigo. “Yo
no le debo nada a Dios, le debo mi vida a Dios.” – Ps. Dario Fargas
Nos sentimos confiados porque Su mano nos guía, ¿y su rostro? Puedes estar dentro
de Su voluntad, pero sin poder ver el rostro. Te puede ir bien en el desierto, pero
sin Su aprobación.
El pueblo retrocedió, pero Jesús aprobó, avanzó; Mateo 4:4 “Él respondió y dijo:
Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca
de Dios.” ¿Dónde está la boca? En el rostro.
“15 Sucedió que mientras hablaban y discutían entre sí, Jesús mismo se acercó, y
caminaba con ellos. 16 Mas los ojos de ellos estaban velados, para que no le
conociesen. 17 Y les dijo: ¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras
camináis, y por qué estáis tristes?” ¿Qué están hablando? Y ¿por qué están tristes?
Les pregunta Jesús, resumiendo.
“18 Respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofas, le dijo: ¿Eres tú el único
forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos
días?” Le dijo a Jesús: “Mira, forastero, loquito, ¿No sabes lo que pasó? Mataron a
Jesús”
“19 Entonces él les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús nazareno, que fue varón
profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo;” ¿Con
quién estaban hablando?
“24 Y fueron algunos de los nuestros al sepulcro, y hallaron así como las mujeres
habían dicho, pero a él no le vieron.” Algo así: “Uno de los míos también fue, y vio
que lo que decían las mujeres era, pero no vieron a Jesús. No sabemos si es verdad
o mentira.”
“25 Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los
profetas han dicho! 26 ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que
entrara en su gloria?” Me imagino a los discípulos respondiendo a todo: sí, claro.
“27 Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en
todas las Escrituras lo que de él decían.” Jesús les dijo todo lo que las Escrituras
hablaban de él, y nada que se daban cuenta.
“28 Llegaron a la aldea adonde iban, y él hizo como que iba más lejos. 29 Mas ellos le
obligaron a quedarse, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día
ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos.” ¿Tú invitarías a un forastero, a un
loquito, a quedarse en tu casa? Les cayó bien, se sintieron bien con él, echando
cuentos.
“30 Y aconteció que estando sentado con ellos a la mesa, tomó el pan y lo bendijo, lo
partió, y les dio.” ¿Quién abre tu nevera? ¿Quién ya había hecho eso antes?
“31 Entonces les fueron abiertos los ojos, y le reconocieron; mas él se desapareció de su
vista.” En dicho momento, se dieron cuenta: “yo como que te conozco” Se les quitó
la venda. ¿Qué pasaba con ellos que no podían ver que era el Señor?
“32 Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos
hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?” No sentían nada; no
entendían.
Antes, estaban como el pueblo de Israel, lo tenían al lado, lo ven, hablaban con él,
les daba comida, les parte el pan al pueblo y se los da, y a lo último es que tú
reconoces que era él. La presencia de Dios está, no la encuentres a lo último,
disfruta desde el comienzo.