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CONSTITUCIONAL
ESPECIAL
César DELGADO-GUEMBES*
RESUMEN
ción del Congreso de la República, critica las diversas acciones del Ejecutivo y del Legisla-
tivo y focaliza su atención sobre diez cuestiones que deberían ser consideradas en el futuro
para garantizar la autonomía del Parlamento, evitar la concentración del poder y resguar-
dar el modelo de democracia representativa contemplado en la Carta Fundamental.
* Profesor de Derecho y Gestión Parlamentaria en la Pontificia Universidad Católica, y en la maestría en Derecho Cons-
titucional de la Universidad de San Martín de Porres. Autor de diversos artículos y libros especializados en la materia,
además de haberse desempeñado profesionalmente en el Congreso de la República durante los últimos cuarenta años.
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1 En general el manejo que ha tenido el Poder Ejecutivo durante la evolución de las relaciones entre el Gobierno y
el Congreso dejó notar altos niveles de improvisación y de deficiente, impreparado, incompetente o novel aseso-
ramiento. Valgan verdades, en realidad, la impericia se ha dejado notar de manera alarmante en ambos poderes
del Estado, y no solamente en la orilla del Gobierno.
Uno de esos extremos ha sido precisamente el enorme descuido que se ha cometido en relación tanto con el des-
criteriado, intonso y desinformado postulado de que, quien presenta la cuestión de confianza, es el presidente de
la república, ignorando que el titular y quien lo puede hacer es un ministro; en ningún caso el presidente de la re-
pública. Los medios de comunicación, en este caso, solo sirvieron de vulgar comparsa en el océano de desinfor-
mación en que se desenvuelven.
Otro fue el papelón que hizo el presidente de la república cuando se aparece ante las cámaras de televisión para
anunciar la disolución del Congreso, basándose para hacerlo en el desarrollo televisivo de las sesiones del Congre-
so, cuyas decisiones ni resoluciones le habían sido comunicadas. Esta dimensión de la disolución por lo tanto tuvo
una naturaleza, si no delirante, por lo menos virtual, porque ni siquiera existió prueba ni evidencia documentada
digitalmente. Su evidencia fue imaginaria. La imagen de los medios le bastó y desdeñó la comunicación oficial.
Lo suyo era un acto apresurado en la escaramuza de hostilidades de las cuales fue quizá el principal protagonista.
Quienes tienen experiencia en los avatares y trámites parlamentarios conocen bien que, mientras no haya comu-
nicación formal, mientras el acuerdo no haya sido ejecutado según los cánones que los procedimientos prevén, es
posible que cualquier acto pueda ser objeto de impugnación o de reconsideración y, en esta virtud, lo que trans-
mitan los medios de comunicación mientras los sucesos tienen lugar, no tiene carácter definitivo ni puede válida-
mente servir de base ni sustento para imputar una decisión corporativa del Congreso.
Acelerado, el señor presidente de la república tomó una decisión infundada, porque nunca dispuso de evidencia, ni
certera ni pertinente, para calificar como rechazo de la confianza solicitada. Sin esperar comunicación de la ins-
tancia que debía comunicarle el resultado del proceso parlamentario, el buen presidente de la república dio, por sí
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Cuando el Tribunal Constitucional falle, las que el Poder Ejecutivo culminó exitosamente
elecciones ya habrán tenido lugar. Se habrá su estrategia de deshacerse de las hostili-
ejecutado y dado por concluido el proceso dades que le imputaba al Congreso, a cuya
electoral y, con ello, habrá de considerarse mayoría se la consideró como enemiga de
y ante sí, como precluido el proceso parlamentario, y dio también por denegada, al mismo tiempo, la confianza
solicitada, bastándole su animosa e imaginativa experiencia como televidente.
Por eso tuvo que imputar tácita, o fácticamente, una condición a un acto, en el que nunca se integró con precisión
la voluntad corporativa de su adversario. Y eso, ni parece muy leal en la confrontación política, ni parece jurídi-
camente muy limpio ni pulcro en el ejercicio del poder ni en las relaciones constitucionales entre el Gobierno y el
Congreso. O fue mal aconsejado, o se trató de un rapto o desborde nervioso. Este tipo de comportamiento debe
corregirse y someterse, competentemente, a pauta menos leve e improvisada, de forma que, quien ocupe el esta-
tus de presidente de la república, conozca que su desempeño debe ajustarse a un perfil de habilidades, destrezas,
actitudes y capacidades, por lo menos, algo más exigente que lo que ha exhibido el titular de esta tristemente es-
cenificada tragicomedia.
Como se ve, el desmanejo ha consistido en el apresuramiento, la informalidad, y la improvisación en el ejercicio
de las funciones presidenciales. Y a ello hay que sumarle el enorme descuido en que se incurrió respecto del tra-
tamiento del acto de disolución.
Es que, en nuestro derecho constitucional, es una exigencia imperdonable el ejercicio constitucional del poder
presidencial, de manera especial en la adopción de decisiones tan gravitantes, como la de disolver al Congreso,
el cumplimiento del requisito del acuerdo del gabinete en sesión de Consejo y el refrendo del ministro que hace
suya la responsabilidad política por el acto presidencial. En nuestra historia constitucional un rasgo característi-
co de nuestro régimen político es la responsabilidad solidaria del gabinete respecto de los actos del presidente de
la república. El hecho es que, cuando se emite el Decreto Supremo, el presidente del consejo de ministros no te-
nía gabinete. La decisión del presidente de la república no fue nunca valorada en gabinete ni existió acuerdo al-
guno en sesión de consejo de ministros. Fue una decisión bilateral del presidente de la república y del presidente
del consejo de ministros. El presidente del consejo de ministros, para serlo, necesita contar con un gabinete, de lo
contrario el suyo es un cargo vacío de contenido porque carece de consejo del cual él pueda ser su presidente. Sin
gabinete deviene en inexigible el supuesto de la responsabilidad solidaria del consejo de ministros y, además, el
acto presidencial carece de validez plena. No es un acto correcto ni queda válidamente perfeccionado conforme
a los cánones de nuestro derecho constitucional.
¿O es que el refrendo del presidente del consejo de ministros no importará carácter vinculante para los miembros
del gabinete que se le sumen una vez que juramenten el cargo? Si el gabinete del Solar ya hubiera cumplido con
dimitir, como condición de la hipotéticamente válida “denegatoria fáctica” de confianza, y por lo tanto con la cri-
sis total del gabinete la renuncia de ese mismo gabinete ya fuera aceptada y entrado en vigencia, ¿cabe en nues-
tro régimen constitucional la responsabilidad ultractiva del gabinete que aún no juramenta el cargo? ¿En qué se-
sión de “consejo de ministros” se tomó el acuerdo de disolver el Congreso si el gabinete del Solar ya no estaba en
funciones, pero el gabinete Zevallos Salinas aún no había sido designado al momento de decidir la disolución del
Congreso?
Como se puede intuir y colegir, hay demasiadas dudas. Más interrogantes que respuestas sobre la constituciona-
lidad del acto de disolución del Congreso. Esta es parte de la materia que debe esclarecer el plantel de magistra-
dos del Tribunal Constitucional. En el mejor de los casos, independientemente de la escasa constitucionalidad del
acto que protagonizan el presidente de la república y el presidente del consejo de ministros, el acto de disolución
del Congreso no se adecuó a reglas tradicionalmente respetadas en nuestra historia constitucional. El solo criterio
y la literalidad con la que se ha gestionado actos de importancia trascendental están lejos de constituir un ejem-
plo de corrección constitucional.
La supuesta minimización y nimiedad del acto afecta la validez y la seriedad de la decisión que toma el presiden-
te de la república. Su sola voluntad es insuficiente para superar los requisitos que la Constitución le impone. La
vehemencia presidencial puede ser un componente básico para adoptar medidas de Gobierno, pero el ímpetu y el
entusiasmo no pueden dejar de estar acompañados del cumplimiento de los necesarios e históricos requisitos que
nuestras Constituciones le han fijado e impuesto al presidente de la república para que sus actos no queden afec-
tados de nulidad.
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Esa representación supuesta e imaginada ¿Por qué no nos asombra que, si según el
tiene una misión inatendible e insatisfaci- informe de opinión del IEP, publicado el 27
ble. Nunca podrá reemplazar la expectativa de octubre de 2019, se muestre que el 10 %
popular inalcanzable, ni llenar el vacío polí- de los encuestados esté en contra de la diso-
ticamente incolmable de la representación lución del Congreso, que un 3 % se ubique
irrealizable. La representación política es en la categoría “no sabe, no opina”, y que,
una ilusión, incierta, insegura, intangible, menos aún, el porcentaje en contra de la diso-
inubicable. No existe en la dimensión mate- lución llegue al 16 % entre quienes votaron
rial de lo realizable. por Fuerza Popular en las elecciones de abril
del 2016?
Esa evidencia, esa constatación, pasa des-
apercibida por el mismo pueblo a quien se En vista de los resultados del proceso electo-
lo urge para que participe en los procesos ral de 2016 debiera deducirse y esperarse, sin
políticos, y para que no deje que las deci- mayor sorpresa que, si el 15 % de la pobla-
siones que lo afecten se produzcan sin su ción votó a favor de Fuerza Popular el año
concurso. En esa circunstancia el colapso se 2016, un porcentaje similar también estu-
agrava porque, luego de sumirlo en la creen- viera en contra de la estrategia de disolución
cia colectiva de que la representación es real del Poder Ejecutivo. Los datos demoscópi-
y realizable, al poco tiempo que culmina la cos del IEP calzan, esencialmente, con rela-
proclamación de los representantes el des- tiva comodidad, con las preferencias electo-
encanto se inicia, se propaga, crece y explo- rales de abril de 2016, asimilando con alguna
siona, pulverizando las expectativas que la licencia las consecuencias del desgaste natu-
creencia colectiva sembró en la ingenuidad ral que merma la adhesión de quienes vota-
de su consciencia y en la precariedad de sus ron por Fuerza Popular sin tener la condición
escasas convicciones políticas. Ese es el más de militantes duros y convictos.
fértil de los terrenos para el cinismo y para
Cuando el sistema electoral habilita a un par-
el descreimiento. La miseria y el vacío de
tido para contar con el 56 % de los escaños
nuestra irrepresentabilidad se asienta y toma
sobre la base del 15 % del total de habitan-
posesión del espíritu del individuo, desam-
tes, o el 20 % de los electores, la evidencia
parado y desprovisto del bien inalcanzable
nos muestra la frágil precariedad de nuestra
y prometido.
democracia representativa.
La experiencia traumática que hemos pade-
Observando el mayor de los rigores mate-
cido durante el periodo 2016-2019 es una
máticos en el proceso electoral, y sin sesgo
muestra verificable de la incomprensión del
ni manipulación fraudulenta alguna, un par-
fenómeno. Luego del uso de las diversas fór-
tido puede alcanzar mayorías de escaños
mulas y reglas del sistema electoral el resul-
parlamentarios altamente significativas, no
tado fue que cinco partidos políticos tuvie-
obstante basarse en porcentajes comparati-
ron acceso a representación en el Congreso,
vamente tan reducidos. Este es un caso en el
con el grupo parlamentario de Fuerza Popu-
que la matemática nos exhibe la paradoja de
lar como el que mayor cantidad de escaños
que el 15 % es igual al 56 %.
logró. Fuerza Popular obtuvo alrededor de
4 millones 430 mil votos. Este número de Quien cae en cuenta de que el 56 % de esca-
votos representa el 15 % del total de habi- ños solo tiene una base demográfica, social y
tantes (31 millones), y poco menos del 20 % política de entre el 15 % o el 20 %, ¿no sabe
del total de electores (23 millones). que cuenta con una fuente importante de
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del Estado con las mayorías que recibe del lo está, ni que el pueblo opte por generar un
electorado. Las fórmulas son un elemento Parlamento altamente fragmentado, dividido
accidental en el funcionamiento del sistema y atomizado o, contrariamente, que le con-
político y su gravitación afecta las posibilida- ceda una mayoría significativa al Gobierno
des del desempeño, pero el factor crítico más en el Parlamento. La valla electoral es el
importante no son tanto las fórmulas sino el dique que habilita que quienes la pasen repre-
perfil y el estilo de los operadores a cargo de senten la pluralidad de alternativas seleccio-
la agencia. nadas por el pueblo.
Esta referencia pretende persuadir, a quie- En un régimen que se construye, y consti-
nes ven en el método d´Hondt al gran res- tuye, sobre la premisa del principio de sepa-
ponsable por convertir el 36 por ciento de los ración de poderes, el pueblo cuenta con esa
votos válidos en 56 por ciento de escaños, alternativa a su disposición y si, por su propia
que la fórmula no es la que está mal cuando voluntad, prefiere dividir las mayorías entre
su uso lleva al poder a quien es objeto de Gobierno y Congreso, esa voluntad debe
nuestra discordia o enemistad, porque será el tomarse como expresión de la preferencia y
mismo método el que permitirá que si la pre- de la voluntad del pueblo. Lo que el pueblo
ferencia colectiva nos resulta favorable será elige, en este supuesto, es potenciar y maxi-
gracias a d´Hondt que la opción política de mizar la capacidad de control del Parlamento
nuestra preferencia tendrá la mayoría repre- sobre el Gobierno y, simétricamente, dismi-
sentativa que hoy le negamos al adversario. nuir y reducir, al mínimo posible, las posibi-
El mismo método no puede ser bueno cuando lidades de legitimación del Gobierno ante el
me beneficia políticamente, ni indiferente Congreso.
cuando ni me beneficia ni me perjudica, pero
De modo análogo y, simétricamente, si lo
sí puede ser malo cuando quien gana es con
que el pueblo decide es negar mayorías cla-
quien discrepo y a quien no puedo perdonarle
ras en el Parlamento, sea afines o contra-
que haya conseguido derrotarme.
rias al Gobierno, su decisión es la que debe
Sea cual fuera el partido que hubiese estado respetarse, y a los operadores de las funcio-
en esa misma situación, el método d´Hondt nes estatales solo les corresponde usar los
pretende favorecer, dentro del marco de la puestos que se les encomienda que ocupen
representación de las minorías, un sesgo de manera que prevalezcan los principios
que no inclina tanto la representación de las y los ideales políticos que nuestra Consti-
minorías que impida u obstaculice el nece- tución reconoce. Si el pueblo elige un Par-
sario margen de gobernabilidad. Definiti- lamento fragmentado, sin mayorías claras,
vamente, el método d´Hondt subraya, aun- lo que quiere y demanda es que la diversi-
que sin daño al carácter representativo de las dad de fuerzas se exija a sí misma a llegar a
minorías, la mayor capacidad que se le otorga acuerdos en sede parlamentaria; pero tam-
a una mayoría para asegurarle la capacidad bién quiere que el Gobierno encuentre estra-
de decisión desde el Estado. tegias idóneas para legitimar sus políticas y
decisiones de acuerdo a la pluralidad de dife-
III. EL RÉGIMEN DE COHABITACIÓN rentes intereses políticos presentes en el Con-
P O L Í T I C A E N T R E M AYO R Í A S greso. El resultado de la fragmentación y ato-
OPUESTAS mización es que las partes deben consensuar
No está mal que el pueblo dé mayorías opues- según temas y escenarios para arribar con-
tas al Gobierno y al Congreso, como tampoco sensuadamente a decisiones corporativas sea
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2 El jefe del gabinete pidió confianza sobre dos extremos. El primero es la interrupción de un proceso de designa-
ción en curso. El segundo es la aprobación del proyecto de modificación del artículo 8 de la Ley Orgánica del Tri-
bunal Constitucional.
El ministro Del Solar pide que se le otorgue confianza sobre ambos extremos. La interrupción del proceso y la
aprobación del proyecto. Ambos son parte de un mismo pedido. Es un pedido sobre un objeto indivisible. Tiene
carácter no disyuntivo sino copulativo. O los dos o nada.
El modo en que se plantea la confianza exige un acto de discernimiento. Antes de precipitarnos sobre la materia
que pretende se le conceda, es preciso definir que la cuestión de confianza no es ilimitada.
Sí es posible pedirla sobre un acto o sobre una declaración ya realizadas o por realizar. También es posible plan-
tearla sobre una medida, una política o una propuesta legislativa concreta.
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No es posible plantearla como un acto de coacción respecto de una competencia reservada con carácter exclusi-
vo a la autoridad de la que depende otorgarla o negarla. Por eso no es válido que se pida sobre una reforma cons-
titucional, según puede deducirse de lo que precisa el artículo 206 de la Constitución (no era procedente, en con-
secuencia, presentarla respecto de los proyectos de eliminación de la reelección parlamentaria, ni lo hubiera sido
que se planteara sobre la eventual calificación de rechazo de la cuestión de confianza si el Congreso hubiera apro-
bado en segunda votación el proyecto de levantamiento de la inmunidad parlamentaria por la Corte Suprema u
otro órgano constitucional no parlamentario). Pero tampoco es válido pedirla sobre lo que no cabe libertad libidi-
nal en el Gobierno, precisamente porque la Constitución reserva la ratificación y la designación de algunas altas
autoridades del Estado única y exclusivamente al Congreso.
No es solamente que el Congreso sea quien puede designar a los magistrados del Tribunal Constitucional, sino que
también el Congreso es el titular del proceso conforme al cual procederá a designarlo al amparo de la ley vigente.
El gabinete sí puede presentar una cuestión de confianza para interrumpir un proceso de control político. Así lo
hizo el gabinete Zavala para evitar la censura de la ministra de educación Marilú Maertens. Y esa cuestión de
confianza es válida, porque se interpone como consecuencia de la importancia y de la necesidad que tuvo el pre-
sidente del consejo de ministros de contar con la concurrencia de esa ministra en particular para realizar la ges-
tión de las políticas del gabinete. No puede equipararse la interrupción del proceso de control que afecta la ges-
tión del gabinete, con la interrupción de un proceso de designación de altos funcionarios titulares de organismos
constitucionales autónomos cuya composición no afecta, ni compromete, en absoluto la gestión del consejo de mi-
nistros ni del Gobierno.
Si, en ejercicio legítimo y constitucional de esta potestad el Congreso opta por la vía de la invitación para desig-
nar a los magistrados, y además inicia el proceso, el Gobierno no tiene potestad ni arbitrio en el desarrollo de ese
proceso. El Gobierno no tiene titularidad, no es actor capaz, no tiene competencia, ni es sujeto procesalmente vá-
lido ni reconocible para interponerse y suspender ni interrumplir el proceso que sigue la agencia o instancia cons-
titucionalmente habilitada para decidir sobre esa materia.
Si es así que solo el Congreso es el órgano competente para abocarse y para resolver sobre la designación de los
magistrados del Tribunal Constitucional, debe deducirse que una cuestión de confianza con la que se pretenda
afectar la libertad del sujeto cuya atribución se afecta o pretende interferir, intervenir o interrumpir, es una cues-
tión improcedente. No es válido presentarla. No es que por ser improcedente la cuestión de confianza haya o pueda
ser considerada como rechazada o como denegada. Simple y llanamente el Gobierno no tenía la atribución cons-
titucional para plantearla ni para solicitarla. Era incompetente para pedir ese extremo.
En consecuencia, el Tribunal Constitucional habrá de tener presente que la llamada “denegación fáctica” se ha
montado, artificiosamente, sobre un imposible. No cabe argüir que la improcedencia de la cuestión previa sobre
el proceso de designación de los magistrados equivale ni significa la denegación de una confianza que no podía
solicitarse.
En suma, el Gobierno no puede pedir lo que le venga en gana al amparo de la facultad que la Constitución le reco-
noce para pedir confianza. Llevando al absurdo la pretensión de que la cuestión de confianza no tiene y no carece
de límites el Gobierno podría llevar al Congreso al extremo de pedirle, tramposamente, que le otorgue confianza
sobre candidatos que el Gobierno prefiera, o que no use el proceso de invitación sino el de concurso público. Esto
no cabe.
Si el Gobierno pide lo que es constitucional o materialmente imposible que pida, ese pedido debe rechazarse por
improcedente. Y la declaración de improcedencia no significa ni puede construirse como una denegación. El he-
cho de declarar improcedente una petición de confianza no significa una “denegación fáctica”, ni simbólica ni
presunta.
3 En el margen de discrecionalidad de que está premunido el Gobierno para presentar cuestiones de confianza exis-
ten límites para admitirlas. Uno es el relativo a los aspectos que la Constitución le reserva al Congreso con carác-
ter exclusivo y excluyente. Dos de esos casos son las reformas constitucionales, y los procesos de designación de
los altos funcionarios del Estado.
El Gobierno, sin embargo, hace cuestión de confianza sobre la aprobación del proyecto que presentó para modifi-
car el proceso de designación de los magistrados del TC. El Congreso entendió que cabe votar a favor de la con-
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este acápite las referencias se limitan y enfo- deber funcional de designar a los altos fun-
can en la primera de las materias. cionarios, en particular si esa es una com-
petencia y un proceso que es virtualmente
No está mal que los procesos de designación
irrelevante e impertinente para la gestión del
de altos funcionarios en curso continúen su
Gobierno.
normal desarrollo si la continuación de ellos
es objeto de una cuestión de confianza. Lo El extremo en que se excede el Gobierno
que está mal es que quede sin aclarar que la puede y debe ser declarado improcedente por
cuestión de confianza no puede presentarse el Parlamento, sin que quepa calificar la decla-
respecto del ejercicio de competencias cons- ratoria de improcedencia como “denegatoria
titucionalmente reservadas a quien tiene el fáctica” de la cuestión de confianza 4. A
fianza sin que ese voto lo obligue a aprobar el texto legislativo según la voluntad y sentidos que contiene el pro-
yecto presentado.
A juicio del autor, sin embargo, la disociación entre el voto y el contenido del pedido planteado por el Gobierno
representa un caso de falta de coincidencia entre la declaración y la voluntad de los dos sujetos que interactúan en
el perfeccionamiento del acto constitucional. Vale decir, se trata de un caso de disenso entre las declaraciones y
las voluntades de ambas partes en el proceso fiduciario.
Cuando el Congreso se pronuncia sobre el otorgamiento de confianza al gabinete o a uno de sus miembros, inde-
pendientemente de la materia respecto de la cual el mismo gabinete o el miembro del gabinete la solicita, ocurre
un caso de desentendimiento o de discrepancia entre las declaraciones de voluntad política de las dos partes en el
proceso fiduciario.
El acto de otorgamiento de confianza es sólo y únicamente válido si las declaraciones del Congreso y del Gobierno
se producen sobre la misma materia u objeto respecto del cual surge o emerge el pedido de confianza. Sin acuerdo
sobre la misma materia no existe pronunciamiento válido. Por lo tanto, en el supuesto que se votara la confianza
sin tener en consideración la materia sobre la que se la solicita no hay acto. El acto está afectado de nulidad. No
es válido ni existe.
Si, debido a la prescindencia de un elemento esencial del acto fiduciario este no existe como consecuencia o resul-
tado del disentimiento en el proceso de formación de voluntad de las partes en el proceso fiduciario, dicha inexis-
tencia no puede reputarse ni como concesión ni como rechazo.
No existe presunción de afirmación ni de denegatoria de voluntad cuando por la naturaleza del proceso y del acto
las partes están obligadas a expresar inconfundiblemente el sentido de su voluntad y la declaran válidamente en
ese sentido.
En buena cuenta, cuando el Congreso vota la confianza, desconociendo la materia sobre la que se la solicita el
voto de confianza, no surte efecto alguno porque se produce sobre una realidad irrelevante o intrascendente para
la constitución de la confianza entre Gobierno y Parlamento. Si la confianza se declara y se vota en ausencia de un
elemento esencial y crítico de su estructura el acto fiduciario no nace, y menos cabe argüir su perfeccionamiento.
Los actos inexistentes, al igual que los actos nulos, no tienen capacidad alguna de producir efectos jurídicos.
El disenso no importa anulabilidad, sino un caso de inexistencia o, en el mejor de los casos de nulidad virtual del
acto que carece del elemento esencial que es el consentimiento de ambas partes sobre la materia respecto de la
cual debe formarse la voluntad y también la declaración de ellas. De ahí que, en consecuencia, no quepa afirmar
válidamente que el Congreso sí le otorgó confianza al gabinete en lo que respecta al resultado de la votación so-
bre la pretensión o pedido formulado por el gabinete del Solar. Pero, por la misma razón, tampoco cabe afirmar
válidamente que el Congreso rechazó una confianza sobre la que no existe pronunciamiento alguno, siendo así
que no existe ni plazo ni presunción que fije conclusión admisible para el supuesto del silencio parlamentario.
4 La “denegatoria fáctica” a la que hace referencia el Gobierno se construye a propósito de la presunción de que el
pedido de confianza abarque, tanto la interrupción del proceso de designación de los magistrados del Tribunal
Constitucional en curso, como la aprobación del proyecto del artículo 8 de la ley orgánica del Tribunal Constitu-
cional. La declaración de denegación, por lo tanto, dejó de lado el análisis de la competencia del titular que decide
si otorga o si no otorga la confianza. Ese titular no es el Poder Ejecutivo, no es el presidente de la república, ni es
el presidente del consejo de ministros. El titular, el que concede y el que decide si concede o si rechaza es el Con-
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diferencia de lo que puede acontecer con una una cuestión de confianza al libre albedrío o
cuestión de confianza sobre un proceso de capricho del Gobierno.
control político, cuyo resultado, en efecto,
Si el Congreso no aclara los límites de la
puede incidir de manera directa en la gestión
cuestión de confianza deja en manos de ter-
del Poder Ejecutivo, la elección de los altos
ceros5 que le impongan los sentidos en que
funcionarios titulares de organismos consti-
debe entender el Congreso la operación de
tucionales autónomos no importa en modo
los procesos y de las atribuciones en los
alguno impedimento, obstáculo ni facili-
que los representantes son los protagonistas
dad alguna en el desempeño de las funcio-
y operadores por excelencia de las normas
nes específicas del Gobierno para gestionar
constitucionales6.
los sectores por los que la Constitución les
confía un mandato funcional. No cualquier Aunque resulte ingrato reconocerlo, la
actividad del Congreso puede ser objeto de impericia y la insuficiente asunción de la
greso. No quien la pide. La confianza es un acto en el que es necesaria la expresión positiva o expresa de voluntad.
Quien la solicita debe contar con una declaración de quien puede aceptar o no aceptar el pedido. El titular del con-
cesorio tiene obligación de declarar si acepta el pedido o si se rehúsa a aceptarlo. El silencio no genera la presun-
ción ni de aceptación ni de rehusamiento.
Los actos del titular sí son susceptibles de construirse como una aceptación o como un rechazo siempre que cons-
tituyan una manifestación indubitable de voluntad. Si hay duda, la incertidumbre solo vale en caso existiera una
presunción capaz de permitir la predecibilidad de la voluntad que queda inciertamente expresada o declarada.
Adicionalmente, el otorgamiento de la confianza se participa, oficialmente, mediante una comunicación del pre-
sidente del Congreso al Poder Ejecutivo, en la que se señala que, ante el pedido presentado el Congreso ha votado
y cuál es el resultado. Esa comunicación, en relación con el pedido planteado ante el Congreso nunca se produjo
en relación con el aspecto puntual de la interrupción del proceso de designación de los magistrados del Tribunal
Constitucional.
Obviando los procesos usuales y regulares e ignorando el protocolo oficial que regula las relaciones entre ambos
poderes del Estado, en un acto cuestionable por la informalidad y ligereza con que acometió el asunto el presiden-
te de la república, usurpando a este efecto la competencia que como titular del concesorio le reconoce al Congre-
so la Constitución, tomó para sí la capacidad de arrebatarle la voluntad y la atribución de decidir si otorga o si no
otorga la confianza al Gobierno, y se le ocurrió que el Congreso se la había negado. En esa circunstancia el Con-
greso quedó como un despojo o como un deshecho, que el Gobierno descartó como inútil o inservible, reducién-
dolo a la condición de órgano postizo o putativo del Estado.
5 La “denegación fáctica” se invoca a partir del rechazo de la cuestión previa presentada por la congresista Indira
Huillca, para que se suspenda el proceso de designación de los magistrados del Tribunal Constitucional. La cues-
tión previa fue el recurso del que se valieron quienes asumían, a mi juicio incorrectamente, que el Gobierno sí po-
día, no solamente actuar como intruso en el recinto parlamentario, sino además, afectar el proceso en curso de la
designación de los magistrados del Tribunal Constitucional.
El supuesto no es correcto. Es falso. Pero al ignorar ese límite el Gobierno invade real y no solo aparentemente las
competencias constitucionalmente exclusivas y reservadas al Congreso.
6 El Gobierno pidió confianza sobre un extremo improcedente y en su prisa e imprudencia construyó la fantasía o
la alucinación de una “denegación fáctica”. Pero presentó un objeto doble y copulativamente indivisible, porque
sí supo presentarla respecto de la aprobación de un proyecto de modificación del artículo 8 de la ley orgánica del
Tribunal Constitucional.
Para que el Gobierno pudiera válidamente dar por rechazada la cuestión de confianza que presentó el gabinete del
Solar el Congreso tendría que haber votado y rechazado el proyecto presentado por el Poder Ejecutivo.
Sin embargo, el acto espurío y vano que realiza el Congreso al poner al voto el pedido de confianza como disocia-
do del contenido material del pedido que la solicitaba respecto de la votación favorable al proyecto no es propia-
mente un acto concesorio de la confianza. Todo de lo que constituye esa votación es de la buena disposición del
Congreso para aprobar, en otro momento distante, el proyecto materia del pedido.
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Careciendo de validez la supuesta confianza en vacío otorgada por el Congreso, no puede imputarse a un acto que
no se pronuncia sobre la materia de confianza ni la aprobación ni el rechazo.
Era indispensable que se votara lo que el Gobierno la pidió con validez y competencia.
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que la Comisión Permanente designe dentro atender la función política que inexcusable-
de su seno a grupos de trabajo a los que com- mente no pueden dejar de atender ni cum-
prometa con la evaluación de las medidas plir. No hacerlo puede importar la traición
que debe examinar. Sin esa natural opción la del mandato que la Constitución les impone
Comisión Permanente quedaría en una condi- como consecuencia de la elección que resulta
ción de minusvalía tal que pondría en peligro de la consulta con la voluntad popular.
el carácter democrático del régimen político
La lección que debe dejarnos sobre este
durante la etapa de disolución parlamentaria.
último punto los acontecimientos que han
La Comisión Permanente no es un cuerpo formado parte de la crisis política es que la
representativo castrado ni emasculado de las radicalización del discurso, en especial la
facultades básicas, esenciales y primarias radicalización y parcialización, sin com-
que tiene en nuestro régimen político. Lo que punción alguna, de quienes se autocalifican
corresponde no es que tenga una existencia expertos en Derecho Constitucional ante los
cosmética, ni ornamental, sino que cumpla medios de comunicación, es un acto negli-
de manera efectiva y eficaz con las tareas que gente y desinformativo que afecta grave-
le toca cumplir en un régimen democrático. mente la percepción que el pueblo tiene del
Nuestra democracia es representativa, y del manejo correcto de las instituciones esta-
principio representativo se deduce que quie- tales. Esperemos que la cordura retorne y
nes tienen mandato para representar al pue- que no vaya en aumento las carencias psí-
blo no se queden cruzados de brazos espe- quicas desde las que crece el narcisismo que
rando que se les dé un permiso que no hay a muchos pareciera que padecen en su afán
quien consultar para que resuelva la incógnita desmedido de protagonismo o de notoriedad,
que sume a sus integrantes en la indefensión, al que la sabiduría popular también conoce
pasiva, reactiva e inerte, con la que dejan de como figuretismo.
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