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Uniagustiniana

Erich Estuardo García Coti


San Pablo
Neffy Andrea Ramírez Daza

CONCLUSIONES DEL PRIMER CORTE

Teniendo claro desde el inicio la pedagogía, la metodología y la bibliografía,

hemos logrado acercarnos a la persona de San Pablo con mayor pasión e interés. No

era alguien desconocido, su conversión (revelación), su pensamiento, su

evangelización, su personalidad, su carácter, su espiritualidad y su impulso

misionero, eran las características que desde la primera clase ya interpelaban. Estas

inquietudes nos alumbraron y acercaron por medio del estudio, a la vida de alguien

realmente apasionado por Cristo y su Iglesia. Es así como hemos dado el primer

paso y nos hemos acercado a las cuestiones contextuales, diferenciando las

cuestiones diacrónicas (a través del tiempo, lo que no me dice el texto) con las

cuestiones sincrónicas (en el tiempo, lo que, si me dice el texto).

“Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la

Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo” (DV 11).

Hemos hecho conciencia de que la Sagrada Escritura es fuente de revelación, y con

una serie de preguntas nos hemos acercado a la persona de Pablo a través de la

misma, es así, como hemos descubierto información peculiar e importante de su

vida. Descubrimos que era de la tribu de benjamín, del grupo religioso “fariseo”,

que tras su encuentro con Jesús resucitado en forma de luz quedo sin ver tres días

dejando de comer y beber, que fue bautizado por Ananías, y que luego recobra la

vista, pero ya lleno del Espíritu Santo.


La misericordia de Dios siempre se impone a los pecados y desviaciones

humanas, él es compasivo y misericordioso y siempre sale a nuestro encuentro. En

la Sagrada Escritura vemos como Dios se vale de personas con nombre propio para

seguir su plan salvífico, entre ellos podemos mencionar, aparte de Pablo, a Moisés,

Abraham, por supuesto san Agustín y otros muchos más. Sus vidas nos muestran

que “los designios de Dios son misteriosos, pero siempre justos”, en san Pablo lo

dicho es palpable, Dios se vale de la vida de este hombre con todo lo que es y tiene,

y lo impulsa a pasar de un camino de persecución a un camino de Salvación. Antes

de su conversión (revelación), san Pablo, como bien lo dice el evangelista Lucas, no

se encontraba en ese camino teológico de salvación, es por la gracia de Dios que sale

a nuestro encuentro que logra quitarse esa ceguera espiritual.

Estamos frente a un académico, frente a alguien que ha sido educado muy

bien, un intelectual. Pablo, a diferencia de los discípulos muestra una preparación

académica sorprendente. Nace y crece en un ambiente grecorromano y en un

ambiente bíblico judío: conoce el griego, conoce la retórica griega, las artes liberales,

la filosofía… estos conocimientos se logran ver en su calidad para escribir, para

interpretar, para cuestionar y argumentar.

Luego del “conflicto” que tuvo con Pedro y Santiago en Antioquia, Pablo

emprende su actividad misionera independiente hacia occidente (49 d.C) Le seguirá

Silvano y en el camino reclutará a Timoteo y los tres formaran un equipo. Es así

como Pablo comenzara su misión “sin el respaldo de la Iglesia Petrina”. Pablo era

un hombre de proyecciones grandes, tenía claro que el mandato de Dios: “Id por

todo el mundo y anunciar el evangelio”, no se reducía a un grupo religioso, cultural


o social, sino que, más bien, es un mandato para dar a conocer a Dios a todo el

mundo sin excepción.

Este impulso misionero de Pablo, ese ardor y pasión por Cristo, no se entiende

sin el misterio pascual. Pablo, entendió la resurrección, es por ello que su entrega,

dedicación y amor era radical. Esa es nuestra esperanza, nuestra fe, la alianza de

Dios para con su pueblo. Y, al igual que la comunidad de Tesalónica debemos

gloriarnos de profesarla, pues no existe nada mejor y nada más importante que la

vida plena junto a Cristo nuestro Señor, nuestro Dios que venció la muerte y que

constantemente nos invita a ser partícipe de su proyecto de amor.

La primera carta a los tesalonicenses es el primer escrito que se nos conserva

del Nuevo Testamento y, casi con toda seguridad, la primera carta de Pablo. La

misión en este lugar, tiene como resultado una comunidad cristiana en medio de un

ambiente de persecución, hostil y heleno. Probablemente escrito alrededor de los

años 50 d. c., para motivar, orientar y acompañar a la comunidad cristiana de

Tesalónica tras aceptar a la persona de Cristo.

La sagrada Escritura es siempre viva y actualizada, pero hoy más que nunca

en nuestro aquí y ahora esta carta nos interpela. Nos encontramos en un momento,

un contexto, en donde la cultura, la moda, la perdida de lo sagrado y una variedad

de factores colaboran para crear un ámbito secularizado (pagano). Ante esta

situación la misión de la evangelización se ha convertido en una necesidad. Los

signos de los tiempos nos colocan delante de una amalgama de retos que no

podemos subestimar y dar por supuestos. Y, nadie mejor que san Pablo para
enseñarnos, motivarnos y orientarnos para evangelizar en una tesitura como la

actual.

Al igual que san Pablo debemos dar a conocer a Cristo, no podemos

permanecer en una tesitura estática, esta crisis de fe debemos analizarlo a fondo.

“Jesús sí, Iglesia no”, este es el eslogan de la crisis eclesial que debemos afrontar, sin

embargo, no podemos hablar de crisis eclesial, sin antes poder hablar y afrontar una

crisis de la fe. Por tanto, la crisis, como bien dice el Papa Benedicto XVI no se refleja

en el eslogan de “Jesús si, Iglesia no”, sino más bien en “Jesús si, Cristo no”. Este es

un claro ejemplo de que el arrianismo es actual en nuestros tiempos, el Cristo que

anuncio Pablo, él Hijo de Dios encarnado, nuestro Emmanuel, es reducido a un

hombre mortal, urge, por tanto, resaltar y rescatar la gracia y la divinidad de Cristo,

hablar del resucitado como lo hacía san Pablo y no perder la esperanza como el

pueblo de Tesalónica a pesar de la tesitura en la que se encontraban y nos

encontramos.

Los que creemos, los que hemos tenido experiencia de Dios, al igual que san

Pablo y esa pequeña comunidad de cristianos de Tesalónica, debemos y tenemos la

tarea no solo de anunciar el evangelio de Cristo en nuestro circulo, debemos salir a

las periferias espirituales y existenciales, allí donde se encuentran aquellos que no

conocen a Dios, contagiarlos y decirles: “Lo hemos encontrado. Es Jesús, que fue

crucificado por nosotros”. Pero para ello debemos estar convencidos como san Pablo

de que Jesucristo es el Salvador y estar convencidos de que la evangelización

cristiana es, de principio a fin, una cuestión del amor, un don que debe ser

trasmitido.
Tenemos una hermosa y ardua tarea. Necesitamos unir y configurar una

Iglesia que refleje cada vez más la luz de Cristo. El reto es desafiante, y más aún, en

una sociedad en la que es palpable la división entre cristianos y comunidades

cristianas. Por tanto, debemos buscar elementos que nos unan, y hacer que las

diferencias nos enriquezcan para poder lograr una unidad diáfana en donde las

divisiones relativas a la fe y a la vida desaparezcan, solo así podremos ofrecer un

testimonio sincero. Por tanto, al igual que la comunidad de Tesalónica, los cristianos

de hoy no podemos perder la esperanza, “pues esa es la voluntad de Dios para con

nosotros que vivimos en Cristo Jesús” (5,18).

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