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De mis Juegos y Juguetes

Alixon Reyes

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

DE MIS JUEGOS
Y JUGUETES

Alixon Reyes

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

DE MIS JUEGOS Y JUGUETES

Alixon Reyes

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Título Original de la Obra:


De mis juegos y juguetes

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni


su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión
o transformación en cualquier forma o por cualquier medio,
sea este electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u
otros métodos, sin el consentimiento previo y por escrito de los
editores. La infracción de los derechos mencionados puede ser
constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.

Reyes Rodríguez, Alixon David


De mis juegos y juguetes

Red Venezolana de Investigación e Innovación en Recreación


(República Bolivariana de Venezuela)

Cámara Chilena del Libro

Derechos Reservados
ISBN: 978-956-401-252-0
Depósito Legal: MO2018000004
Imágenes: Oscar Reyes, Johan Arcaya, Roger Miranda, Alixon Reyes

21 cms X 29,7 cms


168 páginas

Maturín, Venezuela

1ª edición: Octubre, 2019


Derechos Reservados
© Alixon Reyes, 2019
© Red Venezolana de Investigación e Innovación en
Recreación

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Dedicatoria

Para Samys, Oscar y Emma.

Me recuerdan a mí mismo cuando anduve en sus


edades…

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Jugar como si…

Cuando escribo un relato o un cuento —que no es lo


mismo a contar un cuento— siento que juego. Quizá me
posee tal sentimiento por ser el juego lo que es, esto es,
una posibilidad para el encuentro, y más que encuentro
es la fusión entre lo fantástico y lo real. No es un escape,
al contrario, es un viaje. Por ello, al escribir un relato y/o
cuento siento lo mismo que siento al jugar. Y más aún si
escribo sobre mis juegos y juguetes de ayer, y sí, de hoy.
¿Quién dijo que el juego tiene edad restrictiva?
Entonces, es más que rememorar, es revisitar momentos
lúdicos únicos, experiencias, recuerdos de personas que
de forma inexplicable toman vida para jugar y
acompañarme mientras escribo. Quizá, las experiencias
de jugar y escribir se parezcan en algo.

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El pájaro volantín

¡Oh! Caracas… Nada igual a tí.

Aunque creo que Cristóbal Colón y su partida de


secuaces estaban locos de perinola, esos tipos dijeron al
rey en sus reportes que habían llegado a una tierra en la
que de seguro se encontraba la puerta del Edén, al
referirse a lo que hoy es conocido como Venezuela. Y
pues, Caracas debería ser entonces la sala porche…
Quizás, eso es lo único que podría aceptarle a esa banda
de forajidos.

Desde la ventana de la casa en el cerro caraqueño podía


divisarse gran parte de la ciudad, no cualquier ciudad,
sino LA ciudad, esa que de noche parece un nacimiento
decembrino, la que nos invita a pensar que en un sitio
similar encontraron los sabios del oriente al niño a quien
Herodes quería asesinar. Claro, en la ciudad de los
techos de acero y tablas compuestas, es algo más
complicado que lo que pudo haber sido para aquellos
hombres visitantes. Nosotros habitábamos en lo alto de
la montaña, así que bastaba con solo abrir la ventana
para admirar el espectáculo que nos brindaba Caracas.

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Siempre los veía en el alto cielo caraqueño señoreando


sobre las montañas. Ellos, ahí tranquilos, serenos,
impávidos, sí, inmutables, como viendo desde arriba a
millares de personas, cientos y miles de casas, aposentos
de lo humano, ciudad de la rutina. Me parecía que ellos,
disfrutaban de la vista sintiéndose libres a pesar del hilo
que los aterriza en algún momento. Hilo que prefieren
mantener por alguna especie de fidelidad con el humano,
pero que muy bien podrían romper para escapar. Todos
los días desde mi ventana les observo. Pero les observo
como todo niño que jamás ha tenido la oportunidad de
volar uno de esos, es decir, con admiración, con
embeleso, con deseo.

Viviendo donde vivía, ¿qué posibilidades tenía de


construir un papagayo? En lo más alto del cerro El
Cementerio, donde el concreto choreto es lo que más
abunda y gente a granel, ¿de dónde obtendría la verada?
Nunca entendí de dónde sacaba Caraota la verada, pero
lo cierto del caso es que él era uno de los pocos que podía
darse el lujo de decir que tenía un papagayo hecho por
él mismo.

Le dije a papá que quería un papagayo, y él


afortunadamente me compró uno ya hecho. Le pagó un
Fuerte a Caraota por el suyo y luego me lo regaló con
gozo en su rostro. Te imaginas: ¡un Fuerte! Aunque era

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caro, él lo compró. Por supuesto, yo ni sabía qué hacer


para echar a volar el papagayo. En aquel momento ese
papagayo me parecía lo máximo. Tenía bolsas de dos
colores: azul y blanco, y en una de esas decía
Supermercados CADA. Tenía además algo de cola y un
poco de hilo pabilo. Con eso era más que suficiente, ¡ya
podía volar! Pero ahí radicaba el problema. ¿Cómo
hacerlo volar? Nunca me detuve a ver a los otros niños
hacer tal cosa porque lo que me emocionaba era ver los
papagayos mientras reposaban en el aire suspendidos
por una especie de fuerza contraria a la gravedad.

Como nadie me ayudaba salí fuera de la casa e intenté


echarle a volar por mi propia cuenta. Lo coloqué en el
suelo, fui desenrollando el bollo de hilo, extendí la cola
del papagayo en el piso, y tomando el otro extremo del
hilo eché a correr con fuerza. El papagayo se levantó y
en efecto se elevó. Era como que si lo sabía, como que ya
lo esperaba. De hecho, ¡ya estaba volando!, ¡lo había
logrado! ¡Yo lo estaba volando!

Había fuerte viento ese día, así que sentí que el papagayo
me pedía más hilo. Sin dudas, el papagayo quería y
necesitaba volar más alto. Así que de a poco le fui
soltando pabilo hasta que no pude darle más porque ya
no tenía. Imagino que cuando esas cosas suceden los
papagayos se encabritan. El mío lo hizo. Comenzó a

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buscar hacia los lados con movimientos bruscos, como


reclamándome hilo, dio una vuelta tras otra y el hilo se
tensaba más y más, estaba a reventar. Lo mismo sucedía
con el plástico de las bolsas, casi que se rompían. Había
mucha tensión y sentí que se me iba de las manos. Me
hacía avanzar y me aproximaba al barranco. Estaba al
límite. Como podía intentaba tranquilizarlo, buscaba
alguna manera de maniobrar que me ayudara a
pacificarlo para traerlo de regreso a tierra, pero nada
daba resultado. Era imposible.

Era mi primera vez volando un papagayo, era mi primer


papagayo, y ya quería él irse. Comencé a sentir angustia.
Mi papagayo se estaba rebelando y no encontraba la
forma de hacerlo volver. Cuando intentaba recoger poco
a poco el hilo, éste se tensaba más, casi al punto de
romperse. Entonces me detenía. Pensaba en papá.
Seguramente se molestaría porque pagó un Fuerte por
el papagayo. No me volvería a comprar uno. No me
ayudaría a buscar las veradas para siquiera construirlo
porque él se la pasaba trabajando. No tenía tiempo para
esas pequeñeces.

Finalmente comprendí que perdería el papagayo. O lo


dejaba ir, o sencillamente se iría por sí mismo. Rompería
él mismo el hilo y se iría. Me resignaba o me resignaba.
Ya no supe qué más hacer. A menos que…

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Suspiré y tomé la decisión. Papá siempre me decía que


los sueños se cumplen, así que, qué más da. Es ahora o
nunca.

Cerré los ojos, me aferré al hilo con las dos manos y


apenas si me impulsé con los pies como dando un
pequeño salto. Sentí que comencé a elevarme, casi como
que flotaba, ya cortaba el aire, el espacio todo. Cuando
abrí los ojos vi nubes a mi alrededor, y vi también que el
pájaro volantín no estaba, y yo, pues, yo estaba
tranquilo, sereno, feliz, como suspendido en el aire,
viendo desde arriba a millares y millares de personas
muy diminutas, del tamaño de una hormiga, y cientos y
miles de casas, y mi casa…

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¡Qué bochinche!

Eso no es justo. De alguna forma se las arreglan, pero


complican un poco a los niños.

No se ponen de acuerdo entre ellos, y de paso, para más


ñapa, vienen los padres a dificultar más la cosa. Ni qué
decir de los hermanos mayores y los amigos. Que si es el
Niño Jesús, que si es San Nicolás, que si los reyes
magos, que si el ratón Pérez, que si los padres. ¿Por fin?

Uno escribe la carta y resulta que después se la entregan


a quien no es. Si uno le escribe al Niño Jesús la recibe el
tal San Nicolás, si le escribe uno a los reyes magos
entonces resulta que la carta le llega al ratoncito Pérez.
¿Entonces?, ¿quién lleva las cartas?, ¿quién las entrega?
Lo peor de todo es que siempre hay excusas.

El otro día le escribí al Niño Jesús y resulta que al


amanecer no había nada. Nada de nada. Entonces, mi
mamá, como defendiendo al Niño Jesús, me dijo que yo
me había portado mal. ¿Y por qué no me dijo el Niño
Jesús con tiempo que no me iba a traer nada por esa
razón?, ¿por qué no me respondió la carta con una nota

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informando la negativa, así sea por cortesía? Si él lo


hubiese hecho me habría dado tiempo de escribirle a
alguien más. Pero no.

A mí me parece que allí hay gato encerrado. ¡Claro!


Fíjate. Por un lado, está el Niño Jesús, y por otro, hablan
del San Nicolás. No sé cómo hacen, pero según las malas
lenguas, los dos se pelean para entregar regalos entre el
24 de diciembre por la noche y el amanecer del 25. Mi
mamá me dice que cuando sea más grande entenderé.
La pregunta es, entender, ¿qué? Y luego ella no me
responde, solo sonríe y sigue en lo suyo. He escuchado
decir por ahí que el de verdad verdaíta es el Niño Jesús,
y que San Nicolás es un invento. Lo cierto del caso es
que la maestra en la iglesia nos dijo que uno representa
a Dios y el otro al enemigo de Dios. Pero entonces cuando
su hijo le preguntó el por qué de los regalos en diciembre,
ella le dijo que hablaban en casa. Así que no sé. El tema
es sospechoso.

En más de una ocasión le he escrito al Niño Jesús que


se ponga de acuerdo con el monigote rojo del Polo Norte.
Así, uno de ellos regala en nochebuena y el otro en fin
de año. Los dos trabajan, cumplen cada uno con lo suyo,
no se entorpecen el uno al otro y los niños quedamos
felices. Pero no. Es imposible que se sienten a conversar.
Mi mamá dice que la luz no está con las tinieblas.

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El San Nicolás ese dijo el otro día por las redes sociales
que por nada del mundo dejaría el 24 pa’l 25, y el Niño
Jesús le respondió diciendo que ese día celebran que
nació él (o por lo menos eso es lo que dice la partida de
nacimiento forjada que se inventaron por ahí algunos
fanáticos).

Uno intenta hablar con el ratón Pérez y éste le manda a


decir a uno que él no trabaja los 24, ni los 25 de
diciembre y mucho menos los 31, a menos que algún
niño mude un diente; y que, si por él fuera, dejaría eso
para atender cuando se incorporara la gente a los
trabajos. Lo cierto es que él en realidad trabaja. Quizá
quiere unos días de descanso, y habrá que reconocer con
justicia que se lo merece. Le toca trabajar todos los días,
porque todos los días hay dientes que cambiar. Lo que
no logro entender de él es cómo hace para viajar por todo

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el país, recoger todo ese montón de dientes y dejar el


dinero correspondiente. ¡Es un ratón! Además, no tiene
ni una carruchita, y para más colmo trabaja solo.
¿Dónde guarda los dientes?, ¿dónde lleva la plata para
el cambio?, ¿por qué trabaja solo si hay tantos ratones
por ahí sin nada qué hacer?, ¿es por pichirrez?, ¿le tiene
miedo a los sindicatos? ¿habrá algo de exageración en
torno a él? No sé.

También están los fulanos reyes magos, que un gentío


discute que ni eran reyes, que ni eran magos, que eran
unos sabios, en fin, un montón de cuestiones raras. Lo
que sí aprendí desde pequeño es que venían del oriente.
Por lo tanto, supuse que al venir del oriente vendrían
quizá de Carúpano, o de Cumanacoa, probablemente de
Yaguaraparo (de donde nació mi papá), quién sabe si
eran margariteños. Mi papá es de oriente, así que,
aunque él no lo diga, algo tiene que saber de ellos.

Al igual que el San Nicolás, éstos trabajan solo un día al


año. Supuestamente son tres (aunque en la Biblia por
ninguna parte dice eso) y andan en camellos. El San
Nicolás ese anda en un trineo con renos, el ratón se la
pasa corriendo, y el Niño Jesús ni sé cómo viaja. Quizá
sea en una nube, o quizá es como teletransportación. No
sé. Él no ha revelado muy bien su secreto. De él se dice
que es omnipotente, o sea, que está en todas partes. De

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ser así, entre todos los que regalan es el que tiene


entonces más ventajas, porque siendo omnipotente
puede hacer la entrega de los regalos al mismo tiempo
en todo el mundo. Sería cuestión de pocos segundos. Él
sí que sabe hacer lo suyo definitivamente.

Al parecer, los reyes magos son buenos amigos del Niño


Jesús. Cada vez que aparece la estrella de Belén los reyes
magos se empujan desde donde están hasta el lugar en
el que está el niño. Incluso, cada vez que pueden le llevan
regalos. Mi mamá me contó una vez que todo ese asunto
de los regalos y juguetes del 24 pa’l 25 de todos los
diciembres de todos los años, se hacía en honor de la
primera visita que le hicieron los reyes magos al Niño
Jesús por allá en un establo solitario y maloliente. El
San Nicolás se amotinó porque nunca lo visitaron y de
ahí en adelante intenta quitarle el trabajo al hijo de Dios.
También anda peleado con los reyes magos,
especialmente. Dicen por ahí en los bajos fondos que él
fue uno de los que le sopló algunas maledicencias y
malas intenciones al rey Herodes porque él sabía a lo que
venía el Niño Jesús, así que convenció a Herodes, le dio
una platica, un poquito de nieve, y listo… Pero ¿cómo
quería él que lo visitaran?, si dicen que supuestamente
él vive en ‘algún lugar secreto’ del Polo Norte. Ni que
fueran adivinos los reyes magos, que en realidad no es
que eran magos, sino que eran sabios que venían como

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de Cariaco. OJO: sabios, no adivinos. Cuando nació San


Nicolás, sus padres no mandaron una estrella, así como
sucedió con Jesús. Así que eso de que no lo visitaron es
culpa de sus padres. Con Jesús fue diferente. Tuvo un
padre celestial responsable. Dios Padre envió una
estrella para guiar a los reyes magos cuando Jesús
nació. Así que, si el papá de San Nicolás hubiese enviado
una estrella, un mapa, una señal de humo, un whatsapp
o algo similar, de repente también habría sido visitado.

Para rematar, cuando uno crece vienen los padres y le


dicen a los hijos que todo eso es embuste. Es decir, todo
un arroz con mango pues. Le dicen a uno que el San
Nicolás no existe; que el Niño Jesús, aunque existe, no
es el que pone los regalos, y que tanto los reyes magos
como el ratón Pérez son parte de la misma ficción. Dicen
que quienes hacen los regalos son ellos y que en efecto
los compran en las jugueterías y otras tiendas, a veces
de remate en los buhoneros o en el mercado de los
corotos. Ahí se completa el cuadro completico. De allí
explican todo el cuento ese de las propagandas
televisivas en las que aparecen promociones de juguetes
justo un mes antes del 24. El asunto es que todos se
pelean por lo mismo. ¿Quién los entiende?, ¿por qué no
se ponen de acuerdo?

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Puede ser que los padres, que los hermanos mayores,


que los amigos de la cuadra y que los amigos grandes de
la escuela, tengan razón. Pero, y ¿qué tal si no? Y si la
tienen, ¿por qué las mentiras?, ¿no entienden eso de la
fragilidad infantil, eso de las ilusiones? No hay derecho.

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Mazinger Z-1

Niño que se respetara no podía perderse a Mazinger Z, a


Popeye, a He-Man, Meteoro y Dai Apolón. Cada uno de
estos tenía su encanto, su gracia. Cada día en la escuela,
durante el receso, en el patio correspondiente, los
varones jugábamos a ser Mazinger Z, a ser He-Man,
otros fingían ser Meteoro, unos pocos Batman,
Superman o Acuaman, y otros a Dai Apolón. Aunque
todos intercambiábamos los roles (para no ser injustos),
por supuesto, el premio mayor era interpretar a Koji,
piloto y alma de Mazinger Z. Él era indestructible.

¡Imagínate!... Mazinger Z pedía el Jet Scrander y al decir


“listo” surcaba los aires con fuerza y velocidad. Ya todos
sabíamos que vencería. Y la apoteosis venía con los rayos
fotónicos. ¡Oh! Nada que hacer para los enemigos de
Mazinger Z. Resultado: el Dr. Hell era derrotado, otra
vez, sus Kikaijus enemigos derretidos y a celebrar.

Entrábamos al salón de clases con la euforia de la épica


victoria. Como siempre, la maestra no entendía nada. Y
lo que nosotros nunca entendimos fue cómo era posible
que nuestros maestros y maestras no supieran quienes

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eran Mazinger y Koji, Takeshi y el Capitán Gido, Popeye,


Meteoro y el hombre enmascarado, He-Man y el príncipe
Adam, Orco y Skeletor. Es como conocer a tu familia…
Era obvio, menos para ellos.

Superman y Batman eran conocidos, pero ni tanto Lex


Luthor…

¡Por favor!... Elemental mi querido Watson, diría


Sherlock Holmes…

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Mazinger Z-2

Sería a los 8 o 9 años. Lo que sí recuerdo con exactitud


es que el día de mi cumpleaños recibí como regalo un
robot gigantesco de Mazinger Z. Era un sueño cumplido.
Un Mazinger Z para mí, y de mi tamaño. Era como
mucho con demasiado. Nunca había visto un robot tan
grande. Era como el Ultraman que luchaba en el Nuevo
Circo de Caracas en esas peleas de lucha libre a las que
me llevaba papá.

Sí, ya sé lo que van a decir, que era solo un juguete. Pero


resulta y acontece que, en aquel entonces Mazinger Z era
mucho más que solo un juguete inanimado. El que
recuerde la época sabe de lo que estoy hablando.

Mazinger y yo jugábamos todo el día después de clases,


dormía a mi lado, comíamos juntos (sí, ya sé, pero igual
no me pregunten, responderé de la misma forma: él
comía lo que comen todos los robots, ¿se entiende?), se
bañaba conmigo, en fin, juntos hacíamos muchas cosas.
Era mi segundo mejor amigo (porque el primero era mi
hermano Cristóbal). En ocasiones Mazinger salía
conmigo a pesar de que había lugares que por algún

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motivo él no podía visitar. Por ejemplo: el consultorio del


odontólogo o el del oftalmólogo en el IPAS-ME; tampoco
iba a la escuela ni a Santa Teresa del Tuy, mucho menos
al Nuevo Circo a las peleas de lucha libre.

Yo era privilegiado por entonces. Todos los niños que


conocía querían un Mazinger, fuese en la escuela, fuese
en el barrio, y la verdad es que mis padres se esforzaron
para que yo tuviese uno. No sé si papá se endeudó, pero
fui un afortunado. ¿Cuántas probabilidades tenía un
niño del barrio “El Cementerio”, allá en lo alto del cerro,
de tener uno de esos? Siendo honesto, tendría que
reconocer que muy pocas, y más aun viviendo en ese
lugar de la Caracas de entonces.

Marwill era uno de los vecinos que envidiaba mi


Mazinger, y también era un peligro para mi robot. Más
peligroso que el Dr. Hell y todos los Kikaijus juntos. No
era muy cuidadoso. Andrés también gustaba de mi
Mazinger; Jesús, Carlos, Caraota y los demás. Y así
como todos ellos envidiaban mi Mazinger, yo era muy
celoso con él. No obstante, había dos niños con quienes
frecuentemente jugaba y a quienes sí me arriesgaba a
prestarles mi robot. Mi hermano Cristóbal era uno.
Irving era el otro.

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Irving era un vecino cercano. Además, él practicaba


Karate en el mismo Dojo en el que yo lo hacía, y de paso
tenía el mismo Sensei: Cheo.

La mamá de Irving, la señora Belkys, me dejaba visitar


su casa al igual que lo hacía mi mamá con Irving, porque
a diferencia de los demás niños, ni a Irving ni a mí nos

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dejaban jugar fuera de casa, salvo en los hogares


respectivos. Alguna vez más que otra jugábamos en el
callejón, pero siempre al cuidado de las madres. Ellas
siempre dijeron que esos no eran lugares para criar
niños, y pues, ya entenderán que las veces que jugué en
el callejón fueron muy contadas.

Una tarde le prometí a Irving prestarle mi Mazinger.


Había pasado todo el día fastidiándome con eso. Así que
al día siguiente tendría que hacerlo. Bueno, o por lo
menos eso pensábamos entonces.

Amaneció como un día de tantos, pero la historia lo


recordará para siempre como un día único, como un día
diferente a todos los demás. Yo también. Ese día no
fuimos a la escuela como hacíamos de costumbre, no
hubo clases de karate, ese día no pude salir a jugar.
Todos tuvimos que quedarnos en las casas. O casi todos.

Aquello fue una locura total. La gente salía de sus casas


barrio abajo y subían de regreso cargados como
hormigas llevando sobre sí lo que pudieran cargar. Pero
a diferencia de las hormigas, no eran granos de azúcar
lo que cargaban. Era azúcar, sí, pero en sacos; cajas
llenas de comida; cuadriles de reses; cajas llenas de
botellas con bebidas que, según papá, eran espirituales
o espirituosas; ropa, zapatos; neveras, ventiladores,
televisores, piezas de carros de verdad, juguetes, cocinas

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y lavadoras, entre tantas y tantas cosas más, tantas


como las que la imaginación se pueda inventar.

La gente regresaba cargada y cansada, pero entraban a


sus casas y volvían a salir. Sonreían y gritaban con
euforia como que si estuviesen consumando con
satisfacción una venganza largamente esperada. En eso
pasaron todo el día hasta que subió la policía de azul y
la guardia verde. Ellos entraban a las casas de las
personas, fueren estas quienes fueren. Daba igual.
Después de esto solo se escuchaban gritos
desesperados, disparos, golpes, llanto. A Dios gracias
que a mi casa no entraron. ¿Cómo?, no lo sé. Mamá dice
que fueron ángeles quienes nos protegieron.

Tan solo tres o cuatro días después de estar escondidos


logramos salir de la casa. Allí supe que no podría
prestarle mi Mazinger a Irving. Él ya no estaba. Su mamá
solo lloraba desconsoladamente en las escaleras. No
volví a jugar con Mazinger, nunca más. Aunque añoraba
jugar con mi robot, sentí que no debía hacerlo en honor
a Irving. Nunca más volví a ver a mi amigo.

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Cuatro camiones y un túnel

De pequeño me gustaban los carritos como a todos los


niños, o por lo menos como a casi todos los niños. Los
carros chicos son bonitos, pero un camión o una gandola
de juguete eran de otro nivel. Cuando un carro chico
transmite velocidad pura, estos otros vehículos de mayor
tamaño transmiten fuerza, poder. Aunque no enciendan
(porque es de recordar que son plásticos y de juguete) a
los niños no nos interesa tanto. Nosotros mismos
hacemos los sonidos con la boca. Así, podíamos
encender el camión, acelerarlos, hacer sonar la corneta,
darle los cambios necesarios, frenar, sobrepasar a otros
vehículos, e incluso podíamos sacar la cabeza y la mano
por la ventanilla del conductor para saludar a algún otro
camionero en el camino. Era sensacional.

Si el camión tenía ruedas, bien, y si no, también.


Entonces lo agarrabas con la mano y lo pasabas por el
piso, por las paredes, por la cama, por cualquier
superficie, en cualquier ángulo. Si rayabas la pared con
el camión tenías que correr de mamá… Lo cargabas con
juguetes pequeños, con piedras, con arena, con metras,
con agua, con chapas, en fin, con todo aquello que

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pudiese ser transportado. Es más, si mamá me pedía las


llaves, yo tomaba el volteo, lo rodaba, depositaba en él la
carga y le llevaba a mamá las llaves imaginando que se
trataba de una carga o encomienda como las que llevan
los camiones y/o gandolas de transporte pesado. Me
gustaba mi volteo. Me sentía uno con él, y yo creo que él
conmigo. Pero, bien recuerdo que, justo antes de
mudarnos de ciudad vi algo que cambiaría mi manera de
ver y de jugar con los camiones. Fue justo cuando dejé
de ver a Irving, mi vecino. De hecho, mi papá me dijo que
ese suceso fue lo que les hizo decidir el viaje y la
mudanza a oriente.

Algo pasó en el barrio, en la ciudad, en el país. Como les


dije anteriormente, la gente subía y bajaba del cerro
cargando de todo hacia sus casas. Era evidente que no
las habían comprado. En la TV se escuchaban cosas
muy feas. Un señor al que le llamaban ministro, creo que
del interior (muy chistoso eso del ‘interior’), casi que se
desmaya justo cuando intentaba decir algo en vivo y
directo, y dijo al final: “No puedo, no puedo”, y zas, se
desapareció. Mi mamá dice que era otro embuste lo que
iba a decir.

Nosotros cerramos toda la casa con llaves y nos


escondimos por orden de mamá debajo de la cama que
estaba en el último cuarto. Afuera la gente estaba como

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loca. Mamá dijo que no debíamos salir de allí por nada


del mundo y que vendría a cada momento a darnos una
vuelta. Y en efecto así lo hizo todos esos días. Nos traía
agua, comida y alguna que otra fruta de las que
teníamos en la nevera. Permanecía con nosotros buena
parte del día, y el resto del tiempo salía y se asomaba por
la ventana para luego regresar. Cris y yo solo salíamos
al baño, estirábamos las piernas y regresábamos al
improvisado refugio.

Al segundo día, fuera de la casa se escuchaban gritos y


algunos sonidos repetidos que después sabría que
habían sido disparos. Gente llorando y gritando cosas
muy feas. Al tercer día, ya harto de la incomodidad, la
curiosidad, algo de impotencia y mucho miedo, salí de
ese infraespacio aprovechando que mamá estaba
dormida entre Cris y yo. Estaba oscuro en la madrugada.
Me subí a la cama y decidí asomarme por la rendija de
la ventana (aunque con pánico). Ese día temprano los
señores que vestían uniformes verdes habían disparado
hacia mi casa, milagrosamente sin entrar ni derribar la
puerta. Al ver hacia abajo logré avistar la autopista, y lo
que atiné a ver con algo de dificultad me dejó helado. Se
me encrispó la piel y me dio escalofrío. Me concentré solo
en ello olvidando a mamá, su orden y olvidando ya mi
miedo. Solo lo había visto en películas.

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Cuatro camiones, uno detrás del otro, transitaban por la


autopista. El primero iba descubierto mientras que los
últimos tres de la columna iban tapados por una lona.
El camión que iba destapado llevaba un cargamento de
¡urnas! Seguramente eran para vendérselas a las
funerarias. Eso fue lo que originalmente pensé. Solo que
algunos varios metros antes de entrar al túnel que
atravesaba la montaña, el viento levantó la lona del
último camión dejando al descubierto su cargamento.
Justo en ese instante sentí la mano de mamá rodear mis
hombros. Ella miraba lo que yo. No me regañó. Imagino
que fue instinto materno, pues inmediatamente me
abrazó con fuerza y lloró en silencio. Sus lágrimas

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comenzaron a caer profusamente en mi rostro y se


confundieron con las que comenzaban a salirme. Me
regresó el miedo al cuerpo.

Mamá, llorando, me dijo que lo que vi no fue lo que vi,


aunque yo sabía lo que había visto con mis propios ojos.
No necesitaba que me adornaran la cosa. Y le dije:

— Mami, yo vi el camión.

Ella después me explicaría que había algo a lo que los


adultos le llamaban toque de queda, que eliminaron algo
a lo que llamaban ‘las garantías’, que la gente no podía
salir de sus casas, que habían muerto muchas personas
en esos días finales de febrero e inicios de marzo, que
había mucha gente desaparecida, pero que no me
preocupara tanto porque de seguro papá no estaba en
esos camiones, que él no estaba desaparecido y que
regresaría sano y salvo a casa, que no tuviésemos miedo,
que papá estaba bien y muchas otras cosas más que ya
no recuerdo. Me dijo que la gente de allí de Caracas tenía
hambre y que habían saqueado las tiendas y por eso la
policía se puso brava, que el ‘gocho’ (el mismo de la
propaganda que decía “El gocho pa’l 88’”) había
mandado a la policía y a los señores de uniforme verde a
los cerros de Caracas. Desde entonces le tuve miedo a la
policía, al ‘gocho’ ese, a los señores esos de uniforme
verde y a los camiones. Esa madrugada Caracas no

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Alixon Reyes

parecía un hermoso nacimiento al avistarse desde el


cerro, al contrario, parecía que toda Caracas había
tomado el nombre del barrio en el que nosotros vivíamos:
‘El Cementerio’.

No entendí en aquel entonces eso del toque de queda, lo


de las fulanas garantías, ni lo del saqueo y menos lo de
la policía. Se suponía que ellos eran los que cuidaban a
la gente. Y, más aún, ¿a dónde llevarían a todas esas
personas muertas apiladas todas unas encima de otras
en los camiones?... Muchos años después conocimos lo
que llamaron ‘La Peste’, y tiempo después también
sabría que a los eventos ocurridos en esos días le
llamaron El Caracazo…

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

San Nicolás o no creer

Nunca me gustó San Nicolás. No sé por qué, pero el


asunto es que ese tipo siempre me generó desconfianza,
siempre me pareció un falso, mentiroso, prepotente y
aprovechado, además de clasista. Pareciera que las
únicas rutas que conoce son: Polo Norte-New York, Polo
Norte-Boston. Algunas veces visita Chicago y Alaska por
lo de la nieve y por el friíto que a él tanto le gusta.

El mapamundi que usa y el GPS tienen solo un país:


Estados Unidos. Bueno, tampoco es que sea de extrañar.
Parece que ahí fue que nació. Esos tipos son tan
agrandados que a la serie final de la liga de béisbol
profesional de su país la llaman SERIE MUNDIAL
(aunque solo juegan equipos estadounidenses y uno de
Canadá, los conocidos ´Toronto Blue Jays’). Visitando
una de esas series, allí en Yankee Stadium (el viejo) justo
cuando Boston vendió a Babe Ruth a los Yankees, fue
cuando San Nicolás compró el mapamundi ese que les
dije.

Tan falso es ese señor que el tipo usurpa identidades y


cambia de nombre al igual que uno cambia de camisas,

37
De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

o mejor aún, al igual que lo hacen los protagonistas de


las películas en las que hay agentes super-mega-ultra-
recontra-secretos. En alguna parte se hace llamar San
Nicolás, en otras tan solo Saint Claus, o Santa Clos (así
le dirían en algunos países de Latinoamérica), en otros
lugares es el Viejito Pascuero, en otros Papá Noel,
Colacho, Papá Navidad y en otros Mr. Gringle.

¡Jamás!, jamás, jamás vi en película alguna que San


Nicolás visitara un país del trópico, un país diferente a
los Estados Unidos o Inglaterra. Nunca visitó un país
pobre. No sabe qué es eso. Él regala a la gente que vive
en Manhattan o en la Quinta Avenida, pero ni por el
cipote se mete en los suburbios del Bronx. Siempre visita
casas específicas y a niños específicos. Por ejemplo,
nunca supe de algún vecino o de algún amiguito en la
escuela que me dijese que San Nicolás le había traído
alguna cosa. Nunca supe que San Nicolás hubiese
visitado Caracas o el barrio en el que crecí. Nunca vi
noticiero alguno en mi país sorprendido porque un 25 de
diciembre hubiesen encontrado excremento de reno en
alguna parroquia o barrio caraqueño. Si lo hubiesen
encontrado esa sería una señal de que San Nicolás había
estado por aquí (sobre todo porque en Venezuela no hay
renos, ni siquiera en los parques zoológicos).

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Es tan mentiroso que nunca fue a la casa. Me quedaba


despierto todos los 24 de diciembre para verlo llegar.
Después me diría papá que San Nicolás no iba porque
nosotros le escribíamos al Niño Jesús… Mamá me diría
que el San Nicolás no existe.

No entendí tampoco el por qué existen tiendas de


juguetes en las que estos últimos tuviesen que ser
vendidos y comprados si el tal San Nicolás realmente
hacía lo que de él se decía. Y no me vengan con cuentos
de que esas tiendas y esos juguetes son para quienes ni
creen en él. Quizá existen porque como él solo visita
ciudades gringas, la gente tiene que comprar juguetes en
todos los demás países, o por lo menos aquellos que
quedan también desahuciados porque el Niño Jesús no
les trajo juguetes por portarse mal. Nótese incluso que
en las películas ese señor pasaba las dos horas que
duraba la misma decidiendo si ir o no a la casa de un
niño (sí, ya sé que lo saben, un niño que vive en Queens)
que no cree en él.

Todo esto es evidencia importante. Además, creo que de


haber sido cierta su tan mencionada filantropía, el jefe
(si es que tenía uno) lo habría tenido que botar, porque
de tantos millones y millones de hogares en el mundo,
nada más visitaba dos o tres de ellos en noche buena
(como le llaman en EEUU). Es decir, el tipo, o es flojo en

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

cantidad industrial o es demasiado lento. El resto del


trabajo se lo deja a los supuestos duendes de gorrito rojo
que están ahí en el ártico, quienes de paso se lo hacen
todo: desde hacer las listas de los juguetes, pasando por
la compra de los materiales, la selección en los talleres,
la construcción de los juguetes, el envoltorio de los
mismos, la lectura de las cartas, su clasificación, el
empaquetado de los juguetes, la distribución de los
mismos en el mundo, la devolución de algunos de ellos,
e incluso si había que devolverse a algún lugar por
equivocación de juguetes, de niño o carta; también le
cuidan los renos, se los acomodan, se los bañan, les dan
agua y comida, le preparan el trineo, le hacen
mantenimiento al trineo, buscan el polvo mágico,
acomodan el saco dizque mágico, entre tantas y tantas
otras cosas. En fin, el tipo se ha erigido como un
verdadero explotador de las clases obreras conformadas
por los duendecitos esos del Polo Norte.

Una vez me enteré del caso de uno de ellos que quiso


reunirse con San Nicolás y con un grupo de duendes o
gnomos descontentos para plantearle la necesidad de
regalarle también algo a los hijos de los duendes y los
gnomos, porque entre tanta viajadera el 24 por la noche
no quedaba tiempo de llevar a sus hijos los regalos
correspondientes. El San Nicolás se amotinó y lo mandó
a suspender con un mes sin paga. Además, a esos

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

pobres trabajadores les habrá tocado laborar en


condiciones tremendas, pero bueno, quizá se trata de
desvaríos.

¿Cómo tendría que haber hecho San Nicolás para entrar


a un rancho en alguna favela brasileña? El tipo habría
dicho algo como esto:

— ¡Oh my God! Here there is no chimney.

¿Cómo va a haber chimeneas en una favela de Sao Paulo,


o en un barrio de Caracas o Buenos Aires? Y si San
Nicolás cree en Dios, ¿por qué nunca le pidió ayuda al
Niño Jesús? Sencillo: porque el Niñito Jesús es la
verdadera competencia, papá…

A ver, a ver: no nos compliquemos más de la cuenta. Lo


que creo es que el pana Nico es más astuto de lo que en

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

realidad parece. Investigué y encontré varias cosas


importantes. Paso a contarles…

El tipo sabía que su éxito no estribaba en la regaladera


de juguetes, porque de ser así no aguantaría la pela. Él
no es ningún filántropo como lo pintan. ¿Con qué le
pagaría a los gnomos y duendes que le trabajan todo el
año haciendo juguetes?, ¿con qué iba a financiar su viaje
por el mundo en una noche?, ¿de dónde iba a sacar tanta
plata para tantos juguetes (porque los precios de los
juguetes y de los materiales para hacer juguetes están
de locos)? No, no, no. Él no es tan tonto. Fíjense en la
estrategia que usó y sigue usando.

Él escoge la ciudad más mediática del mundo, esa de la


que dicen que nunca duerme. Así, llama a algunos
diarios amigos y se deja ver medianamente por las
cámaras mientras va entrando a las dos o tres casas que
visita durante la noche del 24. Si eso pasara en Caracas,
Bogotá, Lima o Quito, la gente lo lincha por ladrón.

Al otro día The New York Times, The Miami Herald o The
Boston Globe (dependiendo la ciudad que visite), lo
reseña en primera plana y la noticia corre como pólvora.
Las redes sociales colapsan con la noticia.
Inmediatamente el equipo de producción de Oprah
consigue la exclusiva con San Nicolás y se arma la
entrevista para el programa. Así, San Nicolás aparece en

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De mis Juegos y Juguetes
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The Oprah Winfrey Show. Larry King, Jerry Springer y


Jay Leno también lo entrevistan. No son tontos como
para no llevarlo a sus programas. Explota el ráting de las
cadenas de televisión y el tipo se convierte en el
fenómeno navideño. No falta mucho para que en la
chaqueta roja que usa se comiencen a ver parches
haciendo propaganda a grandes empresas como Coca
Cola, General Electrics, Shell, Marlboro, LG, entre otras.

Resulta que, después de las entrevistas, a la semana ya


está montando una cadena internacional de jugueterías
con centros comerciales y multitiendas anexas. No me
equivoqué: no es al revés, es así como les estoy contando;
jugueterías con centros comerciales, no “jugueterías en
los centros comerciales”. Porque es que él rompe el
molde. Hay de todo para todas y todos. En fin, vende
juguetes como nadie en la historia aderezando la historia
con su aparición en prensa el día 24 de diciembre pa’l
25. Porque esa, precisamente esa es la verdadera
intención del tal San Nicolás. El tipo se creó hace tiempo
tamaño mercado, genera la oferta y concreta la
demanda. Él es el Padrino…, el papá de los helados, el
auténtico Tío Sam. Explotó las redes sociales hace rato
y las quinielas de las camisetas más vendidas en todas
las formas habidas y por haber.

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

En pleno siglo XXI sucede con San Nicolás lo que sucede


con las estrellas de Hollywood, la música y el deporte.
Ganan más plata por publicidad y derechos de imagen
que por aquello a lo que en realidad se dedican.

Repito: San Nicolás no es tonto, por más que su cara nos


haga pensar lo contrario… Es más, es que el tipo hasta
con eso gana plata, haciendo creer lo que no es. Él
diversificó la industria. Debe estar en el Récord
Guinness. Se involucró fuertemente en el mundo de la
música, el deporte, el cine, la TV, el teatro, la moda, la
literatura y el arte. En fechas decembrinas vemos como
todo prácticamente es adornado en alusión al panzón
rojo, y no en honor al Niño Jesús, que es quien en
realidad define la idea de la navidad, las casas, las
oficinas, los edificios de las más importantes
instituciones. Es increíble, impresionante, ver cómo los
presentadores de noticias en televisión se colocan gorros
rojos como los de San Nicolás, hasta funcionarios de
policía en las calles lo hacen estando en pleno servicio,
y así sucede en todos lados. Las casas, los postes, los
anuncios en las orillas de las carreteras, las bolsas de
mercado, las tazas, los platos, los cubrecamas, los
cuadernos, los cepillos dentales, las jaboneras, todo,
todo, todo, tiene su cara. Todo es franquicia de San
Nicolás.

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De mis Juegos y Juguetes
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San Nicolás se ha hecho socio de Donald Trump, de Bill


Gates, de Warren Buffet, Carlos Slim y Mark Zuckerberg.
Tiene una cadena de bufetes en la Quinta Avenida y es
dueño de bancos en varios de los paraísos fiscales.
Maneja medio mundo en las telecomunicaciones y hasta
vende armas en los conflictos del Oriente Medio. Maneja
el negocio del oro, el Coltán y el diamante en África y
Sudamérica. Tiene acciones y fuertes inversiones en la
industria petrolera y gasífera. Va por el dominio del agua
(él estuvo detrás de aquella privatización del agua de
lluvia en Bolivia hace algunos años), controla la empresa
de la electricidad y controla la industria farmacéutica en
Europa y Estados Unidos. Tiene aliados y socios en la
industria del automóvil de Asia, Europa y Estados
Unidos. Tiene acciones petroleras en Venezuela y Arabia
Saudita, acciones del Litio en Chile y de diamantes en
toda África.

Financia ONG´s en varios países y tiene redes inmensas


de distribuidoras de alimentos. Puja por la energía verde
y ‘Save to the Planet’. Insisto, el tipo no es tonto. Un día
es recibido por el papa Francisco en el Vaticano, quien
le recibe con gracia y entusiasmo. Pero al otro día San
Nicolás sube a la tarima con Mick Jagger y los Rollings
Stones en Berlín, cerrando la tarde como puede
abrazándose con las payasitas Ni Fu Ni Fá en
Barranquilla. Es multifacético definitivamente. Otro día

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

lo vemos con los santeros, así como después lo vemos en


la procesión de la Virgen de Guadalupe. No obstante, se
asegura de hacerse ver con los pentecostales y un
poquito con los Testigos de Jehová. Habla a menudo con
la iglesia ortodoxa y se reúne con los mormones, después
pasa algunos días con los evangélicos libres y termina el
día en una mezquita. Es hasta cariñoso, bonachón y de
lo más simpático.

Finalmente se prepara porque el tiempo pasa volando y


ya se acerca el 24 otra vez. ¡Qué rápido se fue el año!

Esta mañana se encuentra alojado en una lujosa suite


del hotel Burj Al Arab de Dubai. San Nicolás entra al
baño, se coloca frente al espejo y toma su enjuague
bucal. Lo destapa y hace un buche. Se pasa el hilo
dental. Hace otro buche, prosigue con gárgaras,
carraspea y emite un sonido sonriendo a manera de
ensayo:

— Jo, jo, jo. ¡Merry Christmas!...

En fin, el tipo es más falso que un billete de 30, al decir


de Miguelacho, je je je…

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De mis Juegos y Juguetes
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Un cambur y el jinete sin cabeza

De pequeño siempre le tuve miedo a la oscuridad. Ella


me ha parecido muy tenebrosa, y el pánico que sentía se
exacerbaba por lo escuchado a mis compañeros de clase
en el patio No 4 de la Amanda de Schnell, además de las
tonterías que ve uno por televisión.

Que si los ‘mostros’ nos iban a halar por las patas


durante la noche al bajar de la cama; que si del
escaparate saldrían los duendes; que si la bruja saldría
de noche, y cualquier variedad de estupideces más como
esas.

— ¿Te imaginas lo que le sucedería a uno si en medio


de la noche al despertar notas que sentado en tu
cama está el jinete sin cabeza comiéndose un
cambur que robó de tu nevera? —, preguntó en
una ocasión Juan Carlos mientras escuchábamos
disparatadas historias en una sesión de miedo
durante el receso.

La mayoría gritábamos con espanto: — “¡Ay!, no”—.

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Pasados los años y recordando el cuento de entonces, no


puedo hacer más que reírme. En realidad, no existen
muchas probabilidades de que exista el jinete sin cabeza,
menos aún de que aparezca y se coma un cambur en mi
cama, a menos que consiga una cabeza prestada (porque
le haría falta una boca), y más reducidas de seguir
siendo jinete cuando mi mamá lo vea y lo apalea por
quitarnos el cambur.

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Érase una vez los derechos


de los juguetes

Los juguetes, así como las niñas y los niños, también


tienen derechos. Por ejemplo, he aquí algunos que logro
recordar a pesar de que fueron tirados al olvido:

- Todo juguete tiene derecho a ser creado;


- Todo juguete tiene derecho a ser amado y deseado;
- Todo juguete tiene derecho a ser cuidado;
- Todo juguete tiene derecho a ser adquirido y
regalado;
- Todo juguete tiene derecho a ser respetado;
- Todo juguete tiene derecho a ser tomado en
cuenta;
- Todo juguete tiene derecho a ser reparado;
- Todo juguete tiene derecho a estar acompañado
por otros juguetes;
- Todo juguete tiene derecho a ser usado para
aquellos fines con los que fue creado;
- Todo juguete tiene derecho a un nombre nuevo
(así sea diferente al que tiene originalmente), pero
también tiene derecho a conservar su primer
nombre si así lo desea;

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

- Todo juguete tiene derecho a permanecer intacto;


- Todo juguete tiene derecho a conservar sus partes;
- Todo juguete tiene derecho a ser mejorado (Ojo: “a
ser mejorado”);
- Todo juguete tiene derecho a una fecha de
vencimiento digna;
- Todo juguete tiene derecho a expresarse
libremente;
- Todo juguete tiene derecho a organizarse en
grupo;
- Todo juguete tiene derecho a defender sus
derechos;
- Todo juguete tiene derecho a sus reivindicaciones;
- Todo juguete tiene derecho a nuevas
reivindicaciones;
- Todo juguete tiene derecho a sus derechos…

Justo cuando las compañías productoras de juguetes se


dieron cuenta de la que se podía armar con ese tema de
los derechos de los juguetes, dejaron de colocar la lista
de los derechos en los empaques, cajas y envoltorios de
los juguetes. Pero, ¿y si…?...

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Juguetes imposibles…

Cuando uno le escribe una carta al Niño Jesús la escribe


con emoción e ilusión. Por supuesto, la parte de la misiva
que no es tan emocionante es aquella en la que debemos
describir cómo fue nuestro comportamiento durante el
año. Eso forma parte de la conducta aprendida. O por lo
menos nuestros padres así nos lo enseñan. Dentro de la
estructura de la carta no puede faltar esa parte; es un
requerimiento del Niño Jesús. Generalmente cuando los
padres leen esa parte de la carta supervisando el
petitorio, carraspean fuertemente como queriendo decir
“sí, cómo no”… De todas maneras, cuando uno escribe
esa parte no es ni la mitad de detallista como cuando
especifica cada juguete que solicita.

Cuando se piden los juguetes sucede algo


impresionante. Es como que si cada niño fuese inspirado
por alguna especie de musa literaria encargada de
bendecir y ayudar a esos incipientes escritores de
epístolas interesadas. Entonces los niños nos volvemos
más creativos que de costumbre y afloran los deseos
lúdicos más íntimos en su más poderosa expresión. Y es
que con el Niño Jesús había que ser bastante detallistas

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

en la descripción de los juguetes. A pesar de que él se la


pasaba con juguetes para arriba y para abajo, como que
no los conocía muy bien. Parece que para él todo era
igual. Por ejemplo: si pedías un carrito debías especificar
el tamaño, el color, el modelo, si lo querías con algún
accesorio, si era de bomberos, de policía o de carreras,
porque de lo contrario te traería cualquier carrito, así
fuesen ampliamente diferentes. Si querías un Mazinger
Z debías decir que era necesario incluir el Jet Scrander
y a Koji, de lo contrario podía traerte a Boss Robot. Un
colmo si te trae a Afrodita. Después los padres
excusando al Niño Jesús dicen: “pero por lo menos te
trajo al amigo del Mazinger”.

En mi caso siempre fui fiel a la tradición infantil, esto es,


“nunca pidas un solo juguete”, “pide todo lo que
puedas”. Lo primero porque así podrías tener más
juguetes; lo segundo porque el Niño Jesús nunca te va a
traer todo lo que pidas, algo así como que si pides 10 te
trae uno, a lo sumo dos, pues, pide. No sé por qué, pero
me parece que el Niño Jesús siempre ha sido
exageradamente selectivo con lo que trae. Además,
siempre he creído que él, o confunde las cartas (porque
casi siempre trae algo diferente a lo que se le pide), o en
realidad no le gusta ser muy complaciente que digamos
con los niños justo con respecto al tema de los juguetes.
La tesis de mis padres era que, como el Niño Jesús veía

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

que las solicitudes no se correspondían con las


conductas de los niños (o por lo menos con la descripción
que estos hacían de sí mismos), entonces él les llevaba
poco y de paso no les llevaba exactamente lo que le
pedían.

Insisto, en mi caso sucedía lo último. El Niño Jesús atinó


pocas veces. Obviamente a uno le queda la extraña
sensación del sabor amargo, pero bueno, eso se pasa
pronto, porque como dice el dicho: “agarrando aunque
sea fallo”.

Recuerdo haber pedido cosas que el Niño Jesús como


que las colocó en su lista de prohibiciones. Siempre
recordaré el Nintendo pedido en varias ocasiones. A lo
que más cerquita llegué fue a un Atari. ¡Claro!, a estas
alturas del partido ya los niños no piden esos artefactos
jurásicos, sino que piden un Wii o un Xbox, un PS4 o
algún Play Station.

Una vez pedí un balón de fútbol de los del Mundial y lo


que conseguí fue un balón de plástico de los que
plinchan cuando te pegan dejándote en la piel y en
relieve el nombre de la marca grabada. Si uno pedía un
carrito a control remoto, el Niño le traía un carrito a
cuerda. Varias veces agradecí de mala gana al Niño
Jesús por los juguetes que me dejaba.

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Sí, lo sé, suena a niño caprichoso. Pero la verdad es que


jamás lo fui. A pesar de esas inconsistencias entre lo
pedido y lo recibido, jamás reclamé o hice una pataleta.
Papá y mamá me decían que debía ser considerado con
el Niño Jesús, que si le toca a él solito repartir todo ese
montón de juguetes, que si le toca a él solo leer todas las
cartas que le llegan, que si él no podía dormir del 24 pa’l
25; me decían que no fuera malagradecido y que pensara
que a pesar de eso yo era un niño privilegiado porque
habían otros niños que no recibían juguetes (como que
si ya fuese normal el hecho de que no recibieran regalos
y como que si no estuviésemos hablando del Niño Jesús).
Me daban decenas de explicaciones y yo terminaba
aceptando lo recibido con algo de esperanza en que al
año próximo sería diferente.

De todas formas, y a lo que voy, lo que realmente quería


contaros es que a veces los niños somos malagradecidos
de veras (como me decía mamá). Que ¿por qué? Bueno,
en realidad siempre quise que el Niño Jesús me trajera
los juguetes que deseaba, y algunos de ellos eran para
mí juguetes imposibles. Mamá decía que eran muy caros
y que el Niño Jesús no tenía tanta plata así. Yo dudaba
de eso un poco, sobretodo porque a veces también le
escuchaba decir que Jesús era el dueño del oro y de la
plata, y si era así no entendía por qué no podría comprar
lo que se le pedía, no entendía por qué la partida del

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De mis Juegos y Juguetes
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presupuesto destinada a juguetes decembrinos no podía


ser mejor administrada, pero bueno, al final terminaba
aceptando lo que ella me decía (no sin estar algo
confundido). Si ella lo decía debía ser así, y aun cuando
el Niño Jesús no atinaba a darme exactamente el regalo
que yo pedía, siempre me traía un regalo. O sea, que no
me faltaba el regalo, sea cual fuera. Aunque me traía
otras cosas, siempre me traía. Él juzgaría que lo que
traía era de mayor beneficio para mí, ¡qué sé yo!

Lo que sí es cierto es que todas esas cosas y diferencias


son superables. Por lo menos para mí lo fueron, porque
a pesar de cuanto amé los juguetes, no eran lo más
importante para mí. Podía vivir feliz y tranquilo aún sin
tener los juguetes que deseaba.

Hubo algo que el Niño Jesús no me dio, o si me lo dio,


me lo dio muy a cuentagotas. Ese regalo sí hubiese
superado cualquier cosa que el Niño pudiese haberme
traído. Con decir que ¡ni un Mazinger Z, ni el mismísimo
Gran Mazinger Z del capítulo 92 le superaría! Pero
pasado el tiempo ahora entiendo que ese Niño Jesús
también era alguien ocupado.

Siempre esperaba la hora de la tarde porque papá


llegaba a casa del trabajo. Llegaba cansado, me decía.
No había tiempo para jugar. Yo quería que el Niño Jesús
nos trajera tiempo a papá y a mí, que nos regalara

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De mis Juegos y Juguetes
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tiempo para estar, para hablar y jugar juntos. Pero eso


el Niño no me lo dio, nunca me lo dio. Y allí sí es verdad
que no hay cuerdita que valga…

NOTA: De niño uno nunca entiende por qué los padres


defienden tanto al Niño Jesús. ¿Será porque es el Hijo de
Dios?, ¿será por qué…? No, no lo creo. Los padres son
los padres y el Niño Jesús es el Niño Jesús. ¿Cierto?...

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De mis Juegos y Juguetes
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Días de Santa Teresa

Allí sucedían muchas cosas y acontecían muchos de mis


juegos en familia. Desde la cancha de ladrillo molido
pasando por el barranco hasta llegar a las chapas en el
fondo de la casa de la tía Lidú. Pero también tenían lugar
los amaneceres con la leche fresca caliente recién traída
de la vaquera y arepas, el chocolate y las tardes
malteadas. Fueron días para recordar por siempre y no
olvidar.

Si les cuento de la cancha, pues, tendría que decirles que


a todos los primos y las primas nos encantaba jugar
fútbol, o por lo menos lo intentábamos. Queríamos
emular a “Oreja” (el primo José). Él era nuestro ejemplo
a seguir, tanto que se atrevía a jugar con los muchachos

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De mis Juegos y Juguetes
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grandes del barrio al frente de la bodega de Morocho.


Para la época mi tía decía que a esos muchachos les
llamaban malandros. No existía un lugar en el mundo
más duro, competitivo y rudo que ese. Si jugabas en esa
liga y sobrevivías, entonces podías jugar en cualquier
parte con quien fuera. Y Oreja lo lograba. No tengo idea
de cómo, pero lo cierto es que lo hacía. Ahora, el asunto
es que no solo jugaba y sobrevivía, sino que además de
ello lograba sobresalir. Era una de las estrellas del patio.
Entre jugadas ruines, zancadillas, codazos, patadas,
escupitajos y empujones, Oreja lograba salir ileso y con
la posesión del balón. Era poesía en juego, lírica en un
mundo de bestias salvajes, malolientes y malandrosas.
Así que, a nosotros, los pequeños, nos inspiraba su
historia para intentar recrear un mundo similar en el
que nosotros fuésemos los protagonistas. Para ello
trabajábamos desde temprano: había que construir la
cancha frente a la casa de la tía Lidú.

Primero íbamos a la vaquera a comprar la leche que el


caporal del hato tenía que extraer después de ordeñar a
la vaca allí en vivo y directo frente a nosotros. Eso era
emocionante. Había que pasar cerca de la casa de la
bruja. Después de llevar a casa la leche había que
esperar a que ésta fuese hervida, y entonces a
desayunar. Luego, manos a la obra. A buscar pedazos de
bloque de ladrillo rojo y a convertirlos en polvo

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

depositándolos en envases plásticos. Con ese polvo


pintábamos la cancha y a jugar, y así se nos iba parte
del día. Eso duró hasta que Oreja consiguió un trabajo
fuera del barrio. Ya casi ni jugaba frente a la bodega, así
que no teníamos a quien acompañar. ¿Ir solos a la
bodega de Morocho cuando estaban jugando los
grandes?, ni locos que fuéramos.

Otra actividad en la que pasábamos el día era


recolectando chapas para cubrir el piso del fondo de
tierra de la casa de la tía Lidú. ¡Y vaya que
necesitábamos chapas! Se trataba de miles de chapas
habida cuenta la extensión de terreno que debíamos
cubrir, excepto el barranco. ¡Ah, el barranco!

Para jugar en el barranco no se necesitaba más que


ganas y estar en capacidad para correr ligero cuando
nuestras madres viniesen correa en mano furiosas a
prohibirnos la aventura. Que ¿qué hacíamos?; pues,
lanzarnos desde arriba de la montaña hasta abajo como
que si el camino de tierra fuese un tobogán. Bueno, por
lo menos lo era, aunque fuese de tierra. Era casi seguro
que la ropa que cargásemos puesta no serviría de nada
después de la jornada en el barranco, pero era una nota
pasar la tarde con las y los muchachos en esas
actividades. Allí en Santa Teresa podía jugar todo el día
con todas y todos los primos, mientras que al regresar a

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De mis Juegos y Juguetes
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Caracas me la pasaba el día en casa cuando no estaba


en la escuela. Creo que para nosotros no importaba
mucho lo que jugáramos. Lo importante eran dos cosas:
1- jugar; 2- jugar juntos.

Allí estaban Yorlenis, Yoelis, Cris, Yorlin y yo. Lo triste


es que estos juegos fueron llenándose de polvo y telaraña
a medida que fuimos creciendo y haciéndonos
obstinadamente adultos, hasta que un día se
convirtieron en recuerdos, tan solo buenos recuerdos.
Hoy el barranco ya ni existe.

En ese contexto me quedé solo como un niño pasmado


con ganas de seguir jugando. Así, terminé encontrando
en las hijas y en los hijos de mis primas y primos, una
extensión de sus almas, una extensión incluso de
aquellos días, tardes y noches maravillosas. Creo que los
niños se dieron cuenta de que había en mí alguien con
quien podían jugar y planear travesuras infantiles a
pesar de mi edad y mi tamaño.

Siendo un joven en rebelión abierta a la adultez comencé


a jugar con los nuevos primos. No sé por qué, pero a ellos
les pareció que luchar conmigo era una forma ideal de
juego, asunto a lo que no me negué. Como dije, quizás
ellos vieron en mí a un niño grande o a un viejo niño que
se resistía a dejar de serlo, y fuimos felices, yo de nuevo
y ellos ahora. No hubo un solo día en el que visitar a tía

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De mis Juegos y Juguetes
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Lidú no significase jugar, luchar, pelear en broma y reír


hasta el cansancio. Que si yo vencía, que si ellos me
vencían (eran cuatro contra mí siempre, siempre,
siempre), ¡bah!, qué importaba quien ganara. Esa
siempre fue la excusa para jugar y compartir con ellas y
ellos. Tía Lidú, Yoe y los demás tenían que regañar a los
niños previniéndoles de darles palizas si no me dejaban
descansar.

— David debe estar cansado del viaje, viene desde


Maturín rodando toda la noche, déjenlo
descansar, más tarde juegan con él- decían.

Lo que ellas no sospechaban era que quizá también


tenían que regañarme a mí. En realidad, ese era uno
(entre otros) de los motivos por los cuales seguía
visitando Santa Teresa. Pero por supuesto, los niños
también crecieron, y no niego que extraño la recepción
que me daban cada vez que llegaba de visita. Era
apoteósico aquello. ¡Qué cansancio ni qué cansancio!
Pero el tiempo pasa y al pasar ejerce su poder absoluto.

Con ellos pasó lo mismo que pasa con todos, o con casi
todos. Crecieron y abandonaron al niño, a la niña que en
algún momento fueron. No les culpo, porque a mí me
pasó igual. Hoy no me atrevería a jugar con ellos aquellos
mismos juegos. De suceder, entonces me apalearían de
manera inmisericorde. Pero también imagino que ellos

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

tampoco se arriesgarían a jugar con la misma inocencia,


candidez y despreocupación. Es más, ya no encuentran
en esos juegos una invitación. Ya crecieron, son jóvenes
fuertes, los niños no están. Les pasa a todas y a todos.
Eso nos pasó en familia. Ya, aquellos días, tardes y
noches de Santa Teresa son solo recuerdos llenos de
telarañas.

Mis recuerdos, esos recuerdos, son como juguetes del


tiempo pasado…

NOTA: Lo de las malteadas tiene que ver con el hecho de


que mi tía Lidú llegó a vender maltas en algún momento.
Por las tardes, generalmente, ella nos regalaba una o dos
maltas para que las disfrutáramos en compañía. Hasta
que una mañana osé tomar una malta de la nevera sin
permiso. Cuando la tía se dio cuenta de la malta faltante
preguntó a las muchachas y Yorlenis dijo:

— Fue David.

Tía Lidú me buscó y me preguntó. Atemorizado y


realmente arrepentido le dije que sí, que yo la había
tomado. Se molestó y me dijo (ahora comprendo que fue
irónicamente):

— Ahora si quieres te tomas toda la caja.

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

En aquellos tiempos de niñez yo no entendía nada sobre


ironías, así que tomé eso como una orden, como una
autorización. Después de todo no había sido tan malo,
tanto que hasta me dieron el premio de la caja de maltas,
pensé. Al llegar la tarde después de toda la faena lúdica
de la cancha de ladrillo y el juego de fútbol, me dispuse
a obedecer a tía Lidú al pie de la letra. Ninguno de los
muchachos quiso acompañarme. Tampoco me importó
acometer semejante tarea de manera solitaria, así que
inicié el proceso. Una malta y otra malta. Una tras otra
iban desfilando las botellas de malta. Finalmente
terminé la caja. Casi no me podía levantar. Fue un
milagro que no me purgara.

Cuando llegó tía Lidú por la tarde pronto al anochecer,


lo haría acompañada de mamá. Abrió la nevera para
buscar agua y mayor sería la sorpresa al no encontrar
malta alguna en el congelador. Ni contar la pela que me
dieron tras el suceso malteado. De allí en adelante la
anécdota ha servido para amenizar reuniones familiares,
no solo por la interpretación que hice de aquella frase
“Ahora si quieres te tomas toda la caja”, sino también
por la hazaña de tomar toda la caja de malta estando
solo…

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Fusilao

¡Uno, dos, tres, cuatro!, ¡fusilao!

Y venía el primero de la columna. Como quiera que uno


no perdía, pues, entonces le tocaba fusilar.

El que quedaba condenado al patíbulo de los pelotazos


debía colocarse frente al paredón de espaldas al grupo.
Cada uno de los demás debía lanzarle la pelota
pegándosela por la espalda. Un pelotazo por cada
jugador. Llegado el momento de fusilar todos sacábamos
fuerzas de donde no teníamos. La idea era pegarle duro
con la pelota a quien llegare de último, al tiempo que
disfrutábamos de la ejecución al ver que éste gritaba
cuando sentía el plinchón de la pelota en la espalda.
Aunque era maléfico todo aquello, en aquel tiempo no le
veía de esa forma, hasta que le tocó a Cris.

No sé qué le pasó, pero ese día le dio por jugar fusilao a


pesar de todas mis negativas, órdenes, amenazas y
reprimendas verbales. Era el más pequeño de todos,
solía tropezarse con frecuencia por no estar aún
acostumbrado a las botas ortopédicas que recientemente
le habían sido encomendadas por el ortopeda, y para

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

más remate, no conocía bien las reglas de juego. No


había participado nunca en ese juego. Me chantajeó. Me
dijo que si no le dejaba jugar fusilao le diría a mamá que
me pasé toda la tarde jugando metras en la calle del lado.
Le expliqué como pude el por qué no debía jugar, pero
aun así insistió. No lo pude impedir. Se cumplía una vez
más lo que mamá decía: “Ustedes son cabeza e’ burro.
Por donde meten la cabeza meten todo el cuerpo”…

Bueno, me tocaría asistir al fusilamiento de mi propio


hermano con la pelota. Ya podía imaginar cuánto le
dolería el primer pelotazo, cuán fuerte sería el grito y
cómo correría a la casa llorando a decirle a mamá. Me
imaginaba a mamá molesta saliendo al frente de la casa
para regañarme y ordenarme entrara a la casa porque
también me tocaría llevar mi porción. Le imaginaba
ignorando mis explicaciones mientras se preparaba para
ajusticiarme con la correa. Me imaginé también al Soco
y a los demás muchachos haciéndome señas para
decirme que esperarían a que saliera de la casa porque
esa tenían que cobrársela, y si no era con Cris, pues
obviamente era conmigo. Ellos no dejarían que eso
terminara ahí. Alguien tenía que pagar, y al final sería
yo.

Y comenzó el juego. El panorama no era alentador, y peor


se puso la cosa cuando a Cris le tocó la pelota que lanzó

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

el Chapi con toda la maldad y la alevosía leyéndosele en


la frente. El asunto terminó mal. Cris no logró atinar a
pegarle el balón a nadie, así que llegó de último.

Lo llamaron al paredón y pude ver su cara de pánico


mezclado con ganas de llorar. Me veía como diciéndome:
“me van a pegar, haz algo”. Y justo cuando el Quemao
iba a lanzar la pelota, le grité:

— Ya va, ya va, ya va.

No podía permitirlo. Me interpuse entre Cris y el Quemao


y les dije a todos que me colocaría en su lugar. Mandé a
Cris para la casa y ahora sí obedeció. Si tan solo lo
hubiese hecho antes. Le dije que no le dijera nada a
mamá, porque de seguro que no me salvaba ni
Mandrake, ni de la pela de mamá ni de la quemazón de
los muchachos.

Nunca había perdido jugando fusilao, así que, estar en


la situación de ser aquel a quien iban a fusilar no me era
cómodo. Me coloqué frente al paredón y respiré
profundo. Pelotazo tras pelotazo fui aguantando hasta
que por fin terminaron. Del tiro no quise jugar más. Se
ensañaron conmigo, quizás al igual que ya lo había
hecho yo con otros de ellos en algún otro momento. Fue
como una especie de venganza para ellos, intuyo. Me fui
a la casa llorando con disimulo. Ya en la casa fui directo

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De mis Juegos y Juguetes
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al cuarto y me quité la camisa. Sentí ardor por cuanto


creo que la camisa estaba pegada a la piel.

Cris ni se inmutó. Estaba comiendo en la cocina con


papá y mamá, más que tranquilo y viendo TV. Arli ya
dormía.

Ese día aprendí varias cosas…

1. No te la des de salvador.
2. No vuelvas a dejar que tu hermano, siendo tan
pequeño juegue fusilao. Si insiste, ¡zámpale!
3. Después de todo, el niño que pierde no la pasa tan
bien cuando lo fusilan, y tampoco cuando se
burlan de él.
4. Esos no son juegos en realidad.
5. No le des chance a tu hermano para que te
chantajee.
6. Quizá, aquella noche tendría que haber dejado a
Cris observando cómo me fusilaban antes de irse
a la casa, a fin de que comprendiera lo que hice en
su lugar… Seguro estoy que no recuerda para
nada la ocasión.

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Raspones bajo la lluvia

— Papi, ¿qué te paso ahí?—, me preguntó Oscar


señalando una vieja cicatriz que tengo cerca del
glúteo derecho.
— Me caí y me raspé—, le respondí.

Y él continuó:

— ¿Cómo te pasó eso papá?

Inmediatamente entendí que debía explicarle cómo y


cuándo sucedió, porque de lo contrario seguiría
preguntando incansablemente hasta dar con la
respuesta. Él es así. Es característico en los niños. A
veces creo que tiene vocación de detective, y
bromeando con él en algunas de esas ocasiones le
digo:

— Muchacho, tú preguntas más que el CICPC (o sea,


la policía científica, pues).

Ya con el acoso inmisericorde del preguntoncito,


rememorar justo aquel momento fue divertido.

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Alixon Reyes

En Maturín cabría usar la expresión que diera título


a una película muy famosa: “Los dioses deben estar
locos”. Y ello porque el clima en esta ciudad cambia
de forma muy repentina y cuando menos te lo
esperas. Llueve en invierno, pero también en verano.
Puede llover a torrentes aún con el sol que calcina, y
puede suceder que llueva en todas partes del estado
menos en Maturín. Puede estar lloviendo en una
calle, pero no en la que le sigue. Llueve de día y llueve
de noche. Llueve cuando tiene que llover y también
cuando se supone que no. Cuando uno lo pide llueve,
y cuando uno no lo pide, llueve más aún. En fin, la
realidad es que se trata de un clima digno de estudio.

Por esos días llovía a diario y los muchachos de la


calle aprovechábamos para salir a jugar fútbol en
medio de la calle con esos chaparrones. Aquello era
especial. Disfrutábamos muchísimo.

El día del raspón llovía a cántaros. El aguacero era


tal que mamá habló de la reedición del diluvio. Ya
sabía que se refería a la historia de Noé y el arca. El
agua, que era mucha con demasiado, comenzó a
meterse en las casas que estaban ya al final de la
cuadra, especialmente en aquellas que estaban en los
linderos del hato. Como convocado por la lluvia salí a

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

la calle como ya harían también los demás


muchachos.

Afuera todos jugábamos sin camisa y descalzos y yo


me quitaba los lentes. Jugábamos unos en contra de
otros, pero a la vez todos contra las corrientes de agua
que nos disputaban el balón llevándoselo por encima
de las cunetas. Era harto difícil tocar el balón dos o
tres veces consecutivas, y peor aún hacer un gol. A
veces terminábamos cero a cero. Algunos resbalaban
y caían, lo que causaba la risa de todos los demás.
Pero ninguna como mi caída.

Aprovechando un pase de Ramón empujé el balón


hacia la corriente de agua que se formaba en una de
las cunetas y logré avanzar sin problemas. ¡Claro!,
jugué el balón a favor de la corriente. Sin embargo,
era mucha agua. Llovía copiosamente y con mucho
viento, así que la corriente de agua tenía más fuerza
que nunca y la velocidad ni contarla… Justamente la
velocidad del agua era infinitamente superior a la mía
y por más que intentaba alcanzarle el balón ya
viajaba en velocidad crucero. Tenía dos opciones:
dejar que el balón se perdiera en el hato, o seguir
corriendo hasta atraparlo (si en realidad lograba la
hazaña). La segunda opción entrañaba dificultades
superiores a la primera.

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

El balón era mío y además era recién regalado. Si lo


dejaba ir de seguro papá me pegaría y después me
vetaría para siempre en cuanto a la posibilidad de
darme otro balón. Pero si seguía tras el balón en la
cuneta podía caerme y sufrir lesiones importantes,
considerando la cantidad de agua que avanzaba
sobre la calle y su fuerza aderezada con la velocidad
del viento… Eso, si no terminaba accidentado en el
desaguadero al final de la calle. En fin, el asunto era
para locos. Por lo tanto, era para mí.

Por la pregunta que me hiciera Oscar ya saben lo que


elegí. Corrí a todo dar en medio de la corriente de
agua y logré raspiñar como pude el balón con la
punta del pie. Acto seguido, resbalé y fui a dar con el
filo de la acera. Como pude me volteé para no darme
de frente, pero pasé toda la pierna sobre la acera y en
el viaje me llevé a Jonathan por el medio. El pobre
Jonathan se cayó y el agua lo llevó a chocar de frente
con el paredón de la casa de Rosmeris. Se rompió la
nariz y se sacó dos dientes.

En mi caso me raspé la cara externa del muslo hasta


arriba y me rompí la pierna con un pedazo de palo
que sobresalía de la acera.

¿Del balón? Ni hablar. Nunca más le vi. Esa tarde fue


terrible. Pasé el resto del día en el ambulatorio que

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De mis Juegos y Juguetes
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está cerca del abanico, empapado en agua, con frío y


hambre. En la cama de la derecha estaba Jonathan
pegando gritos porque además de que era cobarde, le
estaban cosiendo la nariz. A mí me limpiaron la
herida, me cosieron y me lavaron el raspón. Grité y
lloré cuando me echaron merthiolate del rojo en la
pierna. Ahí sí que me dolió. Casi perdí el sentido.

No sabría decir cuánto tiempo pasó. Pero una o dos


horas después de ser atendidos nos dieron algunos
calmantes. Me dormí. Al despertar me di cuenta de
que allí estaban los muchachos. Esos son mis
amigos, unos verdaderos amigos, pensé.

Nos saludamos y tras las primeras palabras comenzó


el chalequeo. Han pasado los años, poco más de 25,
y aún los muchachos se ríen de eso. Lo que importa
es que a pesar de que se burlaron, estaban ahí, en las
buenas y en las malas. Así que, cuando Oscar me
preguntó por esa cicatriz me ayudó a viajar en el
tiempo recordando mis juegos de muchacho y a mis
amigos.

Justo por ser Maturín, y de manera tan extraña como


coincidencial, esa tarde llovió. Quizá porque dije que
los dioses estaban locos. No sé. El hecho es que,
viendo que todo daba como para eso invité a Oscar a
jugar fútbol bajo la lluvia, más aun tomando en

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

cuenta que él nunca se había bañado en tales


condiciones. Nos quedamos descalzos, nos quitamos
las camisas, me quité los lentes y a correr. Al minuto
ya estábamos empapados de agua bajo unas gotas
que parecían de granizo y te plinchaban la piel.
Corríamos pasando y pateando el balón. Entonces,
Oscar riéndose me dice:

— Papi, hoy no te vayas a caer.

¡El bandidito ese!...

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De mis Juegos y Juguetes
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De cueros y patinetas

Esa tarde jugábamos a las carreras de patinetas. Era


poco más de mediodía, y el tío Reyes, la tía Rocky y
mamá nos advertían del solazo y el calor sofocante.
Mientras tanto nosotros hacíamos caso omiso de las
advertencias filiales, y muy a pesar de ellas nos
tostábamos a fuego lento con el sol caribe.

¿Quién le va a parar al sol cuando está jugando y


disfrutando con familiares y amigos?

Por fin llegó nuestro turno. Richard, mi primo, iba


sentado en la patineta mientras que yo debía empujarlo.
Él se acomodó en la patineta y se agarró a la base de la
misma con fuerza. Vale decir que esa era la patineta que
yo había traído de Caracas cuando nos mudamos al
oriente. Era una patineta pequeña y su ancho era
reducido, en comparación a la de los demás niños de la
cuadra. Antes de arrancar, Richard me dijo:

— David, dale con fuerza y no te detengas por nada


del mundo. Descansamos abajo. Hay que ganar.
— Sí va —le respondí—.

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

La carrera era de poste a poste (o sea, de esquina a


esquina), y vale destacar que entre los mismos la
distancia es de 100 metros exactos. Eso lo hacía
emocionante. Además, sin querer habíamos logrado
atraer cierta cantidad de público en la calle. Padres,
madres, hermanos, tíos, y amigos plenaban las aceras
de lado y lado de la calle. Era como una feria. Cuando
arrancaba una carrera el ruido de las ruedas de las
patinetas en competencia se unía al ruido ensordecedor
de la música y la gente que animaba a los competidores,
así que era difícil poder escuchar algo más durante la
carrera.

Ya estábamos listos. Al escucharse la esperada voz de


salida todos los corredores arrancamos y empezamos a
empujar a los compañeros sentados sobre las patinetas.
Puede ser que la emoción y los niveles de adrenalina
fuesen muy altos para el momento, pero inmediatamente
comenzamos a avanzar y a sobresalir. Al pasar frente a
la casa vi al tío Reyes y a papá paradójicamente
animándonos (paradójico, porque antes nos querían
dentro de la casa), aunque no podía escuchar lo que
decían ni distinguir sus vítores (¿o serían regaños?) entre
tanto ruido.

En un momento de la carrera faltando poco para


acabarla comenzamos a perder el control de la patineta.

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

De repente sentí como más pesado al primo, perdíamos


velocidad, así que tuve que esforzarme mucho más para
empujar intentando mantener un poco de control. Vi que
Richard comenzó a gritar aunque no escuchaba muy
bien lo que decía. Como él había dicho que avanzara sin
detenerme, pues, lo hice. Avancé como pude y en efecto
cruzamos la meta en primer lugar con el segundo
pisándonos los talones.

Cuando por fin dejé de empujar, Richard logró detener


la patineta y se lanzó al piso dando vueltas mientras
gritaba. Quise acercarme a ayudarlo sin saber lo que
sucedía, pero él se levantó. Mostrándome la mano y el
antebrazo, salió corriendo al tiempo que decía llorando:

— ¡Mi cuero, mi cuero!, voy a buscar mi cuero.

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Ahí fue que comprendí lo que había pasado. Durante la


carrera perdimos momentáneamente el control de la
patineta y Richard soltó la mano de la base justo en ese
momento. Las ruedas traseras le pisaron la mano
causando que se atascara un poco la patineta, pero
como veníamos a gran velocidad y yo venía empujando
seguimos rodando. Lamentablemente al empujarle sobre
la marcha la patineta avanzaba pisando su mano
oprimiéndola sobre la carretera y raspando su piel en el
asfalto ardiente. Mientras la patineta se atascaba
haciéndome el trabajo más duro, más fuerte entonces yo
empujaba. No me di cuenta sino hasta que él me enseñó
la mano. Terminamos la carrera como los ganadores de
la competencia, pero Richard terminó sin cuero en el
dorso de la mano y en buena parte del antebrazo. De
veras la mano le quedó fea para la foto.

Corrí detrás de Richard y le pregunté:

— Y, ¿dónde vas a buscar el cuero?


— ¡En la carretera! —fue su respuesta—.

En realidad, me asusté y me sentía mal por el estado en


el que le había quedado la mano y parte del brazo.
¡Pobrecito el primo! Sé que le dolía. Pero, aunque parezca
cruel debo admitir que esa respuesta lo que me causó
fue risa. ¿A quién se le ocurre que encontrará algo de

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De mis Juegos y Juguetes
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pellejo ¡en la carretera que arde!, después de una carrera


en condiciones como esa?

Horas más tarde, después del regreso del ambulatorio,


como pude intenté consolarle haciéndole ver que su
respuesta había sido tragicómica. Cuando por fin logré
hacerle reír me tranquilicé un poco.

Desde ese momento cada vez que veo una patineta


recuerdo a Richard, la carrera, y en especial su
respuesta…

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

El arte de la guerra

Estábamos resguardados del incesante fuego enemigo.


Pero igual no había más que hacer. No habría rescate.
Ya estaba confirmado. Nosotros lo sabíamos. Así que la
muerte solo era cuestión de minutos o segundos.

John (que así se hacía llamar Cris, porque se sabe que


en las películas gringas de guerra o policíacas siempre
hay un John) estaba herido y yo también. Nos quedamos
con las municiones que estaban cargadas, pero no había
nada más. Como pude ramplé hasta el sitio en el que
estaba John, rompí mi franela y la até en su torso para
intentar disminuir en algo la hemorragia. Él se reía
quedamente como suponiendo que lo que yo hacía era
recibido como un buen gesto, pero al fin y al cabo un
gesto que no tenía mucho sentido debido a las
circunstancias en las que nos encontrábamos. Aun así,
quedaba algo de esperanza.

Esperaba que algo sucediera, no sé qué, pero algo. Cada


segundo parecía eterno y nada favorable ocurría. Una
ráfaga por aquí, otra por allá como para no confirmarle
al enemigo que estábamos entregados. La radio ya no

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

daba más. Se apagó, así como se terminaron de apagar


nuestras últimas esperanzas. Ahora sí nos llegó la hora,
pensé, y terminé soltando el fusil. John me miró y me
dijo:

— Para esto hemos nacido—, y sonrió tímidamente.


Fue una frase bidimensional…

Justo después de eso sentí un metal frío en mi cabeza.


Al levantar la vista vi a un soldado que me apuntaba
gritando cosas ininteligibles (igualito a la vieja serie
Pelotón del deber). Todo sucedió en cámara lenta. Ya
antes había soñado en varias ocasiones cómo sería el
momento de mi muerte en batalla. Se parecía a eso. En
el momento en el que ese hombre iba a apretar el gatillo,
justo en ese momento se oyó la voz de mamá decir (como
rasgando el velo):

— Cristóbal y Alixon, vengan a bañarse, pero antes


recogen todos esos palos y todos esos mangos. Si
su papá viene y encuentra ese desastre en el fondo
se va a molestar, y mucho. Apúrense.

Los palos, los mangos verdes y las tapas no eran más


que las fingidas armas largas (fusiles), las granadas de
mano y las famosas minas terrestres (respectivamente)
con las que jugábamos. Nunca antes mamá había sido
tan oportuna. También encontré sentido a la frase de

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Cris. Para esto habíamos nacido, para jugar y ser felices,


aunque sin tanta angustia. Ya esos juegos de guerra
gringa no me están gustando. Nos llenaban de mucha
angustia y reproducíamos algo que en definitiva no
éramos.

A Cristóbal y a mí no nos quedó más remedio que dejar


de jugar. Pero esta vez lo hicimos con alegría. Mamá nos
acababa de salvar la vida…

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De mis Juegos y Juguetes
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Oficios de la Pelota

Era curiosa su mirada, su oscuridad, su talante. Pero no


importa. Se trata de él.

Vítores, loas, alabanzas. Ese día el pueblo refulge de


luminoso. Hay pancartas por todos lados, música,
muchachas alborozadas. Parece que se estaban
exponiendo tipo subasta. Estaban muy bonitas todas,
pero no prestan atención a nadie más. Se agolpan al
frente del abasto donde hay un pendón enorme, más alto
que yo. Pelean para que el pendón en el que aparece su
silueta les diga algo, pero no sé de dónde creen que el
monigote del pendón va a decirles algo.

Los padres también pelean con las chicas para que les
dejen algo de espacio a fin de poder hacerles fotografías
a sus hijos al lado de la imagen en el pendón. Ya sabían
que sería imposible -cuando él llegara- hacer tal cosa a
su lado. Así que, con el pendón bastaría.

Lo que sí es seguro es que todas y todos están agolpados


en su nombre. Verlo pasar. ¡Sí!, eso quiere todo el
pueblo. Eso sería lo máximo. Para mí también.

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Y pasó. Pero no dijo nada, solo sonreía y agitaba la mano,


ni volteó siquiera. Y por supuesto, eso fue lo que más me
intrigó.

Como cualquier niño del barrio, habría deseado que


posase su mirada en mí, que me levantara en brazos, al
tiempo que decía en voz audible para todas y todos: -
Esteban, ¿cómo estás amiguito?-

Me decepcionó. ¡Que se vaya a freír a la patrona con sus


afiches!, con los recuerdos, con los gafetes. Ah, pero
también con las franelas, con los zapatos que llevaban
su nombre, ¡hasta con los cuadernos! Sí, y también con
las barajitas, con el álbum de las 100 calcomanías, con
los anhelos, con los trasnochos y los sueños despiertos.
Se van, se fueron.

Prometí no volver a jugar coreando su nombre, y si


alguien se le ocurría decirme algo en su nombre, pues,
lo patearía. Lo correría. Ya para mí, él estaba muerto.

Es que ni siquiera volteó. Y mi bronca viene porque,


¿cómo es posible que no volteara a verme, a vernos? ¡No
se imagina cuántas veces no entro a clases tan solo
porque él juega! No sabe cuántos halones de patilla me
llevo de mi madre, de la maestra, de mi padre, de mi
hermano mayor, del tío.

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Él no lo entiende. No lo entenderá jamás. Él solo conoce


de multitudes, de muchedumbres, de estadios repletos
de gente sin nombre, de gente anónima a la que llaman
hinchada, público, asistentes, almas, entre muchas
otras cosas más.

No puedo contener mi rabia. Y justo en ese momento


antes de estallar le recuerdo a su mamá mientras corro
paralelamente a su andada. Y, y, y pasa lo increíble, pasa
algo fantástico:

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

- Hey, tú —me grita—.


- ¿Quién?, ¿Yo? —le riposto—.
- Sí, tú…

Levántate Esteban. Otra vez te quedaste dormido y sin


clase.

Al despertar, todos están riendo en el salón de clases…

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De mis Juegos y Juguetes
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Diego y yo…

Nunca olvido ese cumpleaños, y aunque sé que Diego ni


se enteró de mi existencia, él nunca olvidó ese año, ese
día, ese juego.

Era mi cumpleaños número once (11) y los amigos de


juego me lo cantaron coreando el nombre de Diego en
clara referencia al mítico 10 de la albiceleste, pero en esa
ocasión ¡me lo cantaban a mí! Eso fue emocionante. Para
ellos era como Diego, o por lo menos eso fue lo que me
hicieron sentir.

Minutos antes había logrado anotar los dos goles con los
que el equipo de mi calle había vencido en el campeonato
del barrio. Fui el campeón de goleo y salvé al equipo en
la final justo el día de mi cumpleaños. ¿Mejor?,
imposible.

Quizá cantaron de esa forma porque se trataba de un


homenaje que me hicieran; quizá porque sabían que
idolatraba a Diego; quizá porque pensaban que mi futuro
sería como el presente exitoso de Diego… El hecho es
que fue un día para no olvidar (sin saber lo que se venía).

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Diego estaba en la gloria, en el cénit, en el máximo


esplendor. Héroe y a la vez ídolo del Nápoli italiano,
equipo con el que había alcanzado dos scudettos y una
Copa de la UEFA. Campeón del mundo en 1986, llega al
mundial de Italia ’90 a pesar de que Argentina no ha
logrado cuajar buenas actuaciones en torneos recientes
de selecciones. Inicia el debut contra Camerún y pierden
1 gol por cero. Se prenden las alarmas, pero al final
clasifican como mejores terceros. Eliminan a Brasil, a
Yugoslavia y asisten a semifinales contra el local, nada
más y nada menos que en Nápoles, la casa del ídolo. Ya
en el juego que termina empatado a 1, Argentina vence
en penales a Italia eliminándoles del mundial que estos
últimos organizaron.

Pero, después de lograr la supercopa de Italia en esa


misma temporada, Maradona da positivo por consumo
de sustancias prohibidas. Fue suspendido y Diego
siempre dijo que los italianos, en señal de venganza por
la eliminación del mundial en 1990, se ensañaron contra
él y que le cortaron las piernas. La FIFA ratificó la
decisión después que la policía encontrara a Diego y a
varios de sus amigos con drogas en su casa en
Argentina.

Lo mismo que sintió Diego fue lo que yo sentí cuando me


enteré de la noticia. Recuerdo además que sentí algo así

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

como un ahogo, como una opresión en el pecho mezclado


con unas inmensas ganas de llorar, pero el llanto no
salía. Se me nubló la vista, sentí mareos y mucho calor.
En fin, lo que sentí fue similar a lo que después sintiera
cuando se murió el tío Reyes. Te pasa algo muy extraño
y a la vez desagradable en la garganta, te duele la cabeza,
incluso, es como que si uno se mareara. Bueno, todo eso
lo sentí como multiplicado por diez. Como dice una
canción “fue horrible”.

¿Cómo es posible que Diego hiciera lo que hizo? Llegué


corriendo a la casa. Entré llorando a mi cuarto y
comencé a romper los afiches. Rompí las tapas forradas

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

de mis cuadernos, grité, saqué y boté decenas de llaveros


coleccionables con el logo de la AFA y la bandera
argentina. Finalmente prometí no volver a jugar el fútbol,
y, de hecho, cumplí con la promesa un buen tiempo. Sin
darme cuenta me convertí en juez de Diego, pero al
mismo tiempo me autosuspendí del fútbol a causa del
mismo portador de la 10. No creí soportar no jugar al
fútbol, pero lo hice. Tampoco creí soportar tanto tiempo,
pero milagrosamente lo hice. Me las arreglé.

Hasta que un día en la escuela me senté en las gradas


cercanas a la cancha en la que se disputaba la final de
los juegos intercursos. Coincidencialmente, ese día
Diego apareció en la primera plana de los periódicos
deportivos. Él estaba de regreso a las canchas…

No sé si fue la noticia, no sé si fue instintivo o qué fue lo


que me motivó, pero lo cierto es que ese día antes de salir
metí mis zapatos viejos, un par de medias largas y un
uniforme de juego en el morral. Así que a la primera
mirada de auxilio que me lanzaron los compañeros del
salón, fui corriendo al baño, me cambié la ropa y
comencé a calentar. Así, Diego y yo regresábamos al
juego.

Tres goles por lado en el marcador, y como algo que


tuviese un guión preparado, los muchachos me dieron
la oportunidad faltando muy poco tiempo de juego. Tenía

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

la adrenalina a mil. El corazón me latía rápidamente. La


sangre bombeada a borbotones recorría el cuerpo en
tiempo récord. Mucho tiempo sin jugar, el mismo tiempo
que Diego. No sabría decir cómo se habrá sentido Diego
al pisar nuevamente una cancha de forma oficial, pero
yo estaba emocionado y atemorizado a la vez.

Al cruzar la línea sentí un maremoto de emociones, olas


de sentimientos encontrados chocaban entre sí, y entre
la furia que sentía por Diego, la furia que había por mí
mismo y a la vez felicidad por volver a jugar, creo que me
inventé un mundo paralelo en el que solo estábamos el
guardameta contrario y yo con el balón. Veía a los demás
y era como que estaban congelados, el tiempo se detuvo,
todo también. Miré hacia las gradas y nadie se movía, no
había ruido. Todos quedaron suspendidos en el tiempo
y el espacio como cuando uno juega “paralizao”. Sin
entenderlo ni importarme me dispuse a ser feliz y avancé
con el balón. Al acercarme al arco de mi contrincante
percibí en él a Diego, que con mirada retadora me
gritaba: “patea, patea, a ver qué es lo de vos…”.

Hice lo que Diego me pidió. Pateé el balón con toda mi


fuerza, multiplicada ésta por todo el amasijo de
emociones que guardaba, y ¡zas!, ¡Gol!...
Inmediatamente todo volvió a la normalidad. ¡Golazo!,
ganamos. Los muchachos se abalanzaron sobre mí

93
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Alixon Reyes

lanzándome al suelo. Había un ruido ensordecedor,


todos corrían en nuestra dirección.

Al llegar al salón con el trofeo, se dejaron escuchar


aquellos gritos que aún entre tanta algarabía lograron
romper la barrera del sonido: “Diego, Diego, Diego”…
cantaban en mi honor. Y fui feliz de nuevo…

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De mis Juegos y Juguetes
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Entre varillas, metras


y carros de arena

Nos mudamos de Caracas a Maturín y ello marcó


definitivamente nuestras vidas. Ya no fuimos los
mismos, nunca más. No señor, nunca más.

Rápidamente comencé a notar el cambio. Acá las calles


no estaban atestadas de gente. Los buses iban casi que
vacíos. Cualquier trayecto en la ciudad se hacía rápido,
todo quedaba relativamente cerca. La gente se la pasaba
todo el día con la puerta abierta de par en par y en el
frente de las casas. La misma gente caminaba como si
nada…

¡Sí había una gran diferencia entre Caracas y Maturín!


Aunque amé y amo a mi ciudad capital, debo reconocer
que Maturín fue en aquel entonces un remanso de paz
comparada con la convulsionada Caracas de finales de
los 80’ e inicio de los 90’. Papá dice incluso que mucho
antes de eso también. No lo sé con exactitud, pero me
parece que tiene mucha razón. Que si el caracazo, que si
el aumento en las listas semanales de muertos, que si
los dos golpes de Estado en 1992…

95
De mis Juegos y Juguetes
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Uno de los cambios que me beneficiaron fue que de a


poco mis padres me fueron dando autorización para
jugar con los niños de la cuadra. En Caracas no podía
hacer tal cosa, con la excepción de la visita que se me
permitía a la casa de la señora Belkys y su hijo, Irving.
Papá y mamá siempre decían que allí casi que ni se podía
vivir. De hecho, ninguno de los niños que conocí
mientras viví allí en el cerro El Cementerio, está vivo hoy.
Ni Caraota que era el más alzado entre todos. Quizá por
eso fue uno de los primeros en ser asesinado.

Pues, ahora estando en Maturín, la cosa era diferente.

Los niños con los que jugaba improvisaban bastante


bien sus juguetes y eso fue algo emocionante para mí.
Tuve que aprender de ellos, mucho que aprender. Al
igual que ellos, yo no poseía juguetes manufacturados
por la industria del juguete, con excepción del caparazón
de Mazinger que me quedó (y eso a pesar de que nunca
más lo usé después de lo de Irving).

Vi como volaban y construían papagayos. No obstante,


me costó entender un poco a lo que se referían cuando
hablaban de voladores, que era lo mismo que el
papagayo, solo que en Maturín le decían de esa forma.
Lo impresionante es la facilidad con la que ellos
construían los papagayos. Era poco más que insólito.
Ellos mismos entraban sin miedo al Morichal que

96
De mis Juegos y Juguetes
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iniciaba justo a tres o cuatro casas después de la mía y


regresaban a la hora cargados de grandes y abundantes
palmas y ramas secas de Moriche. Se sentaban luego a
deshojar las ramas, hoja por hoja y a sacar las
nervosidades a las que ellos les llamaban varillas.
Seguidamente raspaban las varillas y las recortaban
según el tamaño necesario. Después construían sus
“voladores”. Viéndolos aprendí a hacer papagayos y
comencé a sentirme uno de ellos.

Recordé que papá me compró mi primer papagayo por


un Fuerte, elaborado de algo que en Caracas llamaban
“verada”. Aquí los construía yo mismo con la varilla del
moriche, los volaba y me sentía enormemente feliz.

Los niños del barrio competían entre ellos con los


papagayos. Que si el más grande, que si el más colorido
y vistoso, que si el que tenía mayor cola, que si el que
tenía el dibujo más fino, que si el que volaba más alto,
que si el que llegaba más lejos, entre otras tantas
competencias. Incluso le ponían hojillas al final para
cortar los hilos de los demás papagayos que osaran
retarles en el aire.

Además de los papagayos también aprendí a jugar


metras. Me costó un poco más que con los papagayos,
pero una vez aprendido todo lo demás fue un verdadero
paseo idílico. Lo primero que tuve que aprender fue que

97
De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

en Maturín a las metras ellos les llaman “pichas”. Lo


aprendí, pero no me acostumbré. Les sigo llamando
metras al igual que sigo llamando papagayo a lo que ellos
llaman voladores.

Lo importante del caso es que aprendí que los juegos de


metras eran un poco distintos en Maturín a lo que
jugaban en Caracas, o por lo menos en la escuela
Amanda de Schnell. Allá se jugaba sobre el concreto,
mientras que en Maturín los niños jugaban en la tierra
misma. Además, en Maturín sobraba la tierra.

Los niños que conocía tenían algo que yo no tenía (aparte


de las metras): la pega-pega. Así le llamaban a la
habilidad que habían desarrollado para pegarle a
cualquier metra desde cualquier distancia sin hacer
trampas, esto es, sin mano empujeta o sin correr la metra
de su lugar.

En Maturín, el que perdía tenía que pagar con metras,


así que era probable que alguien quedara rucho después
de jugar. Eso no quiere decir que en Caracas no
sucediese de forma similar, solo que como eso era lo que
yo veía en la escuela (cada quien terminaba con sus
metras, o si no la maestra Gloria nos halaba por las
patillas hasta la dirección por tener las metras de
alguien más), pues de eso es de lo que puedo hablar.

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De mis Juegos y Juguetes
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Como no jugaba en la calle no puedo decir que eso no


sucediera afuera.

Como dije anteriormente, me costó mucho adquirir la


pega-pega. Mientras lo hacía prácticamente era
considerado un fácil proveedor de metras para los demás
niños que añoraban jugar contra mí. Fui disciplinado en
la práctica porque no quería que siguieran burlándose
de mí, y una vez alcanzado el don de la pega-pega, llegó
el momento en el que ya no querían jugar en mi contra
porque siempre los dejaba ruchos. Eso hizo que tuviese
que ponerme a jugar con muchachos más grandes que
yo y de mayor edad ganándome la admiración de los de
mi edad (‘¿no te da miedo?’, me preguntaban) y el respeto
de los mayores. A los grandes también les ganaba
fácilmente. El “caraqueño” me llamaban.

Pronto pasé a ser invitado por los más grandes de la calle


a jugar en la calle de al lado. ¡Oh!, y acá estamos
hablando de otro nivel. Se suponía que eso era algo así
como las grandes ligas de las metras. Todos sabían que
ir a la calle del lado era como un suicidio si no tenías la
pega-pega en otro nivel. Nadie de mi calle iba y regresaba
con metras de esa otra calle. Es más, a los panitas de la
cuadra no les gustaba ir siquiera a la otra calle. Allí
había jugadores rudos, malhablados, vulgares, toscos,
agresivos, además de grandes. Tenían más de 15.

99
De mis Juegos y Juguetes
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Incluso había algunos que ya tenían hasta hijos. Y pues,


si se trataba de niños, pues, lo más seguro era que
mojaran los pantalones. Aun así, eso no me amilanó y
tuve la dicha de seguir ganando. No comía tamaño para
jugar y ganar. Después jugaba en las calles cercanas, en
la escuela, en la iglesia, en todas partes donde se me
ocurriera jugar y en las que me dejaban jugar.

Siempre llegaba al juego con pocas metras. Ese era el


secreto para no perder, o para no perder mucho. Me
llevaba tres o cuatro metras para jugar en una especie
de autodisciplina. Y al final me iba con las manos llenas
y los dos bolsillos de los pantalones llenos de metras,
además de algunos bolívares que me ganaba vendiendo
metras a algún jugador que no aceptaba la realidad y me
compraba metras tan solo para seguir jugando y seguir
perdiendo. Cuando era a mí a quien le tocaba perder (que
eso era raro, muy raro en realidad), pues, solo perdía las
tres o cuatro metras que llevaba y listo, no pasaba de
allí. Nunca me engolosiné con el hecho de perder y seguir
jugando pensando en que recuperaría lo que había
perdido. Ya habría otros días para seguir jugando. Esa
era mi filosofía y siempre me fue bien.

Comencé a guardar en envases plásticos (de esos de


refrescos de dos litros) las metras ganadas. Cientos y
cientos de metras ganadas guardadas en una hilera de

100
De mis Juegos y Juguetes
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potes en mi cuarto, hasta que un día se me ocurrió la


idea de vender las metras. Asó logré hacer suficiente
dinero para comprar cosas como dulces, chucherías,
maltas, tortas, franelas de equipos deportivos, zapatos,
comida en la escuela y luego el liceo.

También aprendí a construir una especie de carros con


envases, arena y un poco de alambre. Los muchachos
conseguían un pote plástico de esos de cloro de un litro
(o un pote parecido), calentaban un clavo y le hacían un
agujero pequeño con la punta del clavo en el centro de
la base del pote y otro agujero en el centro de la tapa.
Luego pasaban el alambre por ambos orificios y llenaban
el pote con la arena. Lo cerraban y amarraban las dos
puntas del alambre. Luego amarraban otro pedazo de
alambre a manera de cordón y a jugar. A veces
construían carros con dos o tres potes. Ahí estaba la
inventiva y la creatividad. En otros casos colocaban
hasta cinco potes, tres abajo y dos arriba. Aquello era un
espectáculo y a correr, a competir con los carros calle
abajo. También podían ser construidos con latas de
leche de un litro, solo que esta vez hablaban de grandes
camiones y de gandolas, je je je…

En esas construcciones se nos iban las tardes, con esos


juegos y esos juguetes construidos por nosotros mismos
pasábamos los días. Con esas inventivas no necesitaba

101
De mis Juegos y Juguetes
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de otros juguetes, y la verdad es que disfrutaba mucho


aprendiendo, compartiendo, creando y jugando.

Aprendería posteriormente a jugar trompos, a jugar


gurrufío, a saltar la cuerda con suficiente destreza, a
jugar chapitas, pelotica e’ goma, tocaíto, fusilao, entre
otras muchas cosas, pero sin duda alguna la que más
disfruté fueron aquellas en las que tuve que aprender a
crear y a compartir, aquellas en las que aprendí a
entender la existencia de un mundo otro muy distinto al
que me tocó vivir en la capital y que atestigua años
después que quizás este mundo otro fue el que me salvó
la vida… Probablemente allá hubiese aprendido a jugar
estas y otras cosas, pero quizá no habrían alcanzado lo
suficiente como para salvarme.

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Premonición

Hacía poco tiempo que pasaban una propaganda por la


televisión en la que dos muchachos jugaban a patear un
balón. En el comercial uno de los niños le grita al otro:

— ¡Chuta, chuta!

El otro niño así lo hace, solo que, al patear el balón con


fuerza, éste sale disparado por lo alto y aterriza en la
ventana alta de vidrio de la casa de un vecino. Por
supuesto, el vidrio se hace añicos.

Mi hermano Cristóbal y yo siempre recordábamos esa


propaganda y nos reíamos a más no poder. Hasta que
un día quedamos solos en la casa. Papá tenía un balón
Adidas de fútbol sala nuevecito que había escondido de
nosotros, aunque quizá no tan bien como de seguro él
pensaba. Apenas salió en el carro con mamá, Cris y yo
fuimos a buscar el balón. Lo sacamos de la bolsa y
comenzamos a jugar en la sala de la casa. ¡Uff!, nada
como un balón nuevo. Olía a lo que huelen las cosas
nuevas, es decir, a sabroso, olía a emoción, a aventura,
olía a campeones. Un lujo poder jugar con ese balón, así
fuese a escondidas. Es más, del tiro me quedé descalzo

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para tocarlo con mi pie al pasarlo, para texturizarlo.


Iniciamos con pases. Luego, como recordando la
propaganda le digo a Cris:

— ¿Te acuerdas? ¡Chuta, chuta! —. Y me reía.

Él también reía mientras me pasaba el balón. Ambos


sabíamos que allí mismo en la sala estaba un mostrador
de vidrio que papá había comprado hacía unos pocos
días para colocarlo en la librería a fin de exhibir libros y
otras cosas. Estaba nuevo. Y casi como el cumplimiento
de una profecía, quizás una premonición, cometí el error
de gritarle a Cristóbal (burlándome de la propaganda):

— ¡Chuta, chuta!

Cristóbal, que no aguantaba dos pedidas, pateó el balón


y éste salió disparado en dirección al mostrador. Ni falta
hace que diga lo que sucedió. En apenas cuestión de
segundos todo cambió. Los vidrios rotos y esparcidos por
todos lados nos despertaron de la chanza. Antes, burla
y broma, ahora, miedo y pánico. No había forma ni
manera de esconder o tapar la evidencia. Por más que
barriéramos y botásemos los vidrios, igualito haría falta
otro vidrio. ¿Quién me mandó?

— ¡Chuta, chuta!

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NOTA: Imagínense la pela cuando llegó papá. Además,


también tuvimos que trabajar para pagar el vidrio.

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Tiempos aquellos

Como en casi todas las vacaciones después de fin de año


escolar (desde que papá compró el Malibú) nos
dispusimos a viajar a San Félix. Admito que lo único que
me gustaba de esa ciudad era la familia. Del resto, solo
pasar en chalana sobre el majestuoso río Orinoco. De ahí
en más, jamás me gustó San Félix. Puerto Ordaz sí era
otra cosa. Esa ciudad sí que me gustaba.

Allí en Puerto Ordaz íbamos directo a vender libros en


SIDOR o en ALCASA, empresas de la Corporación
Venezolana de Guayana, mejor conocida como la CVG.
Aunque no era de mi agrado combinar vacaciones con
trabajo, lo cierto es que papá viajaba con los libros
porque esa era una manera de reponer un poco los
gastos que hacía por motivos del viaje. Además, tampoco
es que nos pasábamos todo el día en eso, sino que esas
eran las jornadas de trabajo más cortas y rápidas que
había conocido.

Nos levantábamos a eso de las 4:00 am. Nos vestíamos,


nos cepillábamos, cargábamos los libros al carro
rápidamente. La idea era que estuviésemos saliendo

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De mis Juegos y Juguetes
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antes de las 5:00 a.m. cuando por la ciudad ya


comenzaran a transitar los autobuses del transporte de
todas las empresas de la CVG buscando el personal.
Cientos de autobuses de las empresas minaban las
carreteras. VENALUM, FERROMINERA, SIDOR,
ALCASA, CARBONORCA, INTERALUMINA, BAUXILUM,
entre otras. ¡Y empezaba la carrera! Papá lo hacía más
emocionante cuando estaba contento. Debíamos llegar
primero que los autobuses porque allí iban los
potenciales clientes. Y comenzábamos a contar los
autobuses que papá pasaba en el camino, en especial a
los de la empresa en la que trabajaríamos esa mañana,
que por lo regular eran SIDOR o ALCASA. Uno, dos, tres,
ocho, quince, veintitrés, treinta y tantos…

Paisajes hermosos, el río Caroní, el soberbio río Orinoco


como le llamara Julio Verne, el parque Cachamay,
Puerto Ordaz, en fin, todo un desfile de exuberante
belleza vista desde la carretera en medio de una frenética
carrera. Al llegar debíamos bajar los libros, limpiar la
zona, colocar los plásticos, acomodar los libros, y ¡zas!,
llegaban los autobuses. Rápidamente y como en un
mercado popular, eso se llenaba de gente, pero de
muchísima gente. Papá nos decía que mantuviésemos
los ojos bien abiertos para evitar que nos robaran, y en
apenas media hora vendíamos más libros que los que

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De mis Juegos y Juguetes
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vendíamos en Maturín en un día completo en el centro o


en el mercado.

Los trabajadores desayunaban y antes de subir al


autobús correspondiente para pasar a los galpones y
zonas de trabajo, se detenían algunos minutos a ver los
libros. Allí compraban y hacían encargos para el día
siguiente. Esa media hora era más que suficiente para
terminar exhausto puesto que el ritmo de venta era
delirante. Había muchas personas alrededor de los libros
pidiendo cierto título, allá el otro y por acullá alguno
más. Papá atendía el pedido, yo lo buscaba, y Cris o
Adarvin lo cobraban. A veces intercambiábamos los
roles. En otras ocasiones no quedaba de otra, todos
teníamos que compartir funciones. En algunos viajes
nos acompañaba Adarvin, mi hermano mayor, en otros
viajes iba un tío.

Además de aquello yo aprovechaba para recoger


suficientes latas de aluminio de los alrededores. Aprendí
del primo Richard a hacerlo. Compactaba el aluminio
como podía y luego lo vendía por saco. Así obtenía dinero
a cambio que después utilizaría para comprar piezas de
la bicicleta, zapatos, camisas deportivas, algún que otro
juguete, chuchería.

Nunca me sentí más orgulloso jugando al fútbol como


cuando usaba los zapatos tacos y las camisas deportivas

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De mis Juegos y Juguetes
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(alusivas a mis equipos favoritos) que yo mismo


compraba con el dinero que me ganaba, bien sea
vendiendo aluminio, vendiendo metras o lápices, o
acompañando a papá con los libros. Y más orgulloso me
sentía cuando en esas circunstancias anotaba uno o
más goles para ayudar al equipo.

Tiempos aquellos…

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Dadoball

En momentos de soledad y aburrimiento al hombre se le


ocurren grandes cosas (o muy terribles) cuando piensa.
No sé si lo que se me ocurrió (y de lo cual pretendo
contar) fue una buena o mala idea. Nunca trascendió. Es
más, ésta es la primera vez que cuento a alguien alguna
cosa sobre ello.

Lo que sucedió es que comencé a inventarme una forma


de jugar que pudiese entretenerme y que no implicase
molestar a alguien, que pudiese jugar solo o
acompañado, que pudiese iniciar y dejar cuando
quisiera, algo que pudiese jugar en cualquier lugar
(especialmente en mi cuarto), entre otras características.
El Atari ya no me atraía.

En aquel entonces comenzaba a hacerme fanático de las


estadísticas deportivas, y si hay un deporte que necesita
y subsiste de y por la estadística, ese es el béisbol. Y esto
sin demeritar a los demás deportes. A tanto llegan sus
numerólogos que mi hermano Cristóbal y yo,
burlándonos de lo que considerábamos un exceso de la
estadística en el béisbol moderno, decíamos que tienen

111
De mis Juegos y Juguetes
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tantos registros en este deporte que los narradores y


comentaristas de televisión que saben de béisbol, al
transmitir los juegos, son capaces de recordar y registrar
quién es el pelotero con el récord de fouls hacia la banda
derecha en un juego nocturno, específicamente entre el
inning 7, con dos hombres en base, un pitcher zurdo
lanzando en cuenta de 3 y 2 mientras que pierde el juego
por la diferencia mínima producto de un hume run de
piernas de un jugador emergente en un estadio y un
juego con asistencia reducida y con la visita del alcalde
de la ciudad, con pleno palo de agua (y los umpires
resistiéndose a suspender el partido). Quizá exageré un
poquito, pero tan solo basta con escuchar un partido
para enterarse.

Así que, pensando en cuestiones tan grotescas como esa


me propuse a inventar un juego que me pusiese a pensar
en registros tan locos al tiempo que cumpliese con todas
las características anteriormente descritas. Casi
providencialmente observé un dado y un cuaderno. Los
tomé y pensé que podría plantear un juego tipo béisbol,
solo que lanzando el dado y considerando la cantidad
aparecida en el lance del dado como la cantidad de
carreras que anotaba un equipo en su oportunidad al
bate. La diferencia estuvo en que, en vez de llevarlo a
nueve entradas, lo dejé en diez (es decir, cada equipo
lanzaría el dado 10 veces), y agregando que quien

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De mis Juegos y Juguetes
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obtuviese el mayor número en la entrada se anotaba un


punto ganando finalmente la misma. Ganaba el juego
quien mayor cantidad de entradas lograba ganar. A ese
juego lo llamé DADOBALL…

En la clasificación general no se colocaba la serie ganada


como contable, sino que se contabilizaba la cantidad de
entradas ganadas y las perdidas (porque incluso podían
quedar 5-5).

Primero inventé una especie de liga nacional con un


equipo representando a cada estado del país. A cada uno
de ellos les coloqué nombres bastante llamativos y
emocionantes. Al cabo de varias ediciones del
campeonato de liga, tuve que inventarme una liga de las
Américas, pero para eso tuve que crear ligas en aquellos
países que participarían en la cita continental. Pronto
entendí que necesitaba ampliar la competición y me
inventé ligas por continentes hasta crear una liga de
campeones por cada continente y hasta un campeonato
mundial de clubes. Después de eso tuve que generar
campeonatos continentales de naciones hasta llegar al
Campeonato Mundial, Juegos Olímpicos, campeonatos
juveniles por categorías, etc.

Este juego me llevó a acumular cuadernos y libretas


enteras de números, juegos, resultados, clasificaciones,
palmarés, estadísticas, ránkings de cualquier cantidad

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De mis Juegos y Juguetes
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de cosas. Llegué a tener cajas llenas de cuadernos con


datos del dadoball. Prácticamente hice lo mismo que
criticaba del béisbol, y es que tal juego consumía gran
parte de mi tiempo hasta que finalmente me di cuenta
que se estaba convirtiendo en una especie de obsesión.
Tenía que terminar X juego, X serie, X campeonato, X
clasificación si quería dar continuidad al sistema creado.

Casi ni salía a la calle a jugar con los muchachos de la


cuadra. Ya no había fútbol ni papagayos, ni carros de
arena, ni ninguna otra cosa. De alguna manera el juego
comenzó a poseerme, hasta que decidí poner punto y
final a tal condición de servilismo. Terminé extrañando
la pelota, los gritos de “pásamela”, el juego de chapitas y
de las metras, entre otras cosas.

Sin pensarlo dos veces (para que no me doliera tanto)


boté los cuadernos y todos los registros que pudiese
tener, y para no reincidir salí a la calle a reinsertarme en
la vida social con mis amigos jugando pelotica e’ goma y
fútbol, entre otras cosas.

Así creé y sepulté el dadoball. Así dejé de burlarme de


las estadísticas en el béisbol, el fútbol y cuanto deporte
existiese por ahí. Ahora las disfruto con paciencia y
asombro (aunque no puedo evitar reírme de vez en
cuando, cuando de estadísticas insólitas se trata).

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Un león, ¿en las nubes?

El fundo tenía el nombre bien puesto: “Las nubes”. Na’


guará de sitio pa’ quedar tan lejos. Yo creo que ni un GPS
da con ese lugar. ¿Cómo se le habrá ocurrido al señor
Severín comprar semejante terreno en un lugar tan
alejado?

Lo que sí sé es que recorrimos una distancia infinita, y


si no lo fue, le faltó poco. Después de rodar y rodar
llegamos al bendito lugar. Salimos de San Félix, llegamos
a Caicara del Orinoco, y seguimos de largo. Casi que no
sentía las piernas. Entramos, y al llegar nos recibió el
señor Severín. A pesar de todo el ajetreo fue un gusto
enorme ver a este don después de varios años. Ya era un
señor bastante mayor, de cabello muy canoso y con cara
de abuelito de Heidi. Era un chileno que se vino a
Venezuela en la época de la dictadura militar en ese país,
vivió con nosotros un tiempo y se hizo muy amigo de
papá y de toda la familia. Recuerdo que cuando cumplí
8 años, él me regaló un libro, y pensando que allí
encontraría una historieta de Tom y Jerry o de Popeye,
me encontré con Sandokan: El Togre de la Malasia. Eso
me frustró al momento, pero me tuve que resignar, y

115
De mis Juegos y Juguetes
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apenas comencé a leer el libro, quedé encantado de la


literatura de aventura, y de allí en adelante no hubo qué
más hacer. Me convertí en un devorador de libros.
Salgari, Twain, Stevenson, Verne. El punto es que, el
señor Severín nos atendió cortésmente, asunto muy
característico en él, y por la noche amenizó la cena con
muchos cuentos sobre leones y tigres visitantes de su
fundo. ¿Leones?, ¿en Venezuela? A no ser por el equipo
de los Leones del Caracas, a cualquier gato le llaman
león.

Antes de acostarme a dormir en el chinchorro que papá


me asignó, me puse de acuerdo (o por lo menos eso había
creído) con mi hermano mayor y mi tío para ir temprano
al río a bañarnos. Deberíamos tener cuidado de los
tigres, de los leones, de las serpientes.

Contento por lo que creí había sido un pacto, me dormí.


Recuerdo haberle dicho a Adarvin y al tío que me
despertaran. Dormí plácidamente toda la noche. La zona
era muy fresca y no había plagas. Fue una buena noche,
hasta que sentí la luz del sol molestándome en la cara.
¡No puede ser! Me quedé dormido y no me despertaron.
De inmediato me levanté y busqué en los otros
chinchorros, pero ya no estaban. Busqué alrededor de la
casa y nada. Solo estaba Sixto, el hijo del señor Severín.
A mi pregunta respondió:

116
De mis Juegos y Juguetes
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— Esos carajos se fueron pa’l río oscurito.

Me molesté mucho con ellos. No cumplieron lo


prometido. Me perdí la aventura de ir al río en medio de
la selva amazónica plagada por bestias salvajes, a lo
mejor extraídas de la imaginación del señor Severín, pero
igualito se suponía que debían levantarme. Eso
habíamos acordado y no lo hicieron.

La idea era ir temprano al río porque después papá y el


señor Severín irían a cazar, y yo no me quería perder
esas aventuras. Ahora, estando solo no veía muy factible
internarme en el monte. Acompañado era muy diferente,
pero ir solo daba miedo. Sin embargo, imaginé a aquellos
dos tramposos riéndose por haberme dejado, así que sin
dudarlo me acomodé y me escabullí por el sendero antes
de que Sixto se diera cuenta.

No niego que me asusté. Creo que nunca he pedido más


a Dios en oración que en esa ocasión. Cualquier sonido
me hacía pensar en los cuentos del señor Severín,
cuentos que ahora sí parecían cobrar vida. Caminé y
caminé por un sendero que se suponía llegaba al río.
Árboles altísimos de lado y lado difuminaban lo poco que
podía entrar como rayito de luz al sendero. Me ayudaba
el pensar que todos se sorprenderían al verme llegar solo
al río. Cuando me preguntaran les diría que no había
tenido ni una pizca de miedo. Todos se asombrarían

117
De mis Juegos y Juguetes
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porque ellos creían que por ser de Caracas yo no me


atrevería a hacer lo que ellos, nacidos y criados en esas
lides, estaban habituados a hacer.

Cuando llegué me llevé otro susto. El lugar estaba solo.


Ni papá, ni el señor Severín, ni mi hermano, ni el tío. Allí
estaba el río, cristalino, tranquilo pero atemorizante.
Cuando todo está así pareciera que algo acecha, y pues,
la verdad es que sentí mucho miedo. A pesar de que
había logrado llegar ileso no me resultaba tan cuerda la
idea después de todo. Creí haber cometido un severo
error, error que de paso pagaría con mi vida en medio de
la jungla. Pero bueno, a lo hecho, pecho. Así dice un
dicho.

Pensé en devolverme sin darme el anhelado baño porque


ahora sí creía en los cuentos de Severín. Aunque podía
ver el fondo del río, me parecía que, si me lanzaba al
agua, en cualquier momento saldría una serpiente
gigante, una anaconda como las de la televisión y me
tragaría completico como una merienda. También pensé
en que del monte saldría uno de los leones del cuento de
Severín y de un solo mordisco me apartaría de esta vida.

Pensando todo ese montón de estupideces decidí


regresar y llegar hasta donde la selva me lo permitiera.
Comencé a caminar de vuelta pidiendo a Dios me
acompañase. No di diez pasos cuando me detuve

118
De mis Juegos y Juguetes
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pensando ahora que si lo hacía era un cobarde y le daría


la razón a mi hermano y a mi tío. Y hacer eso significaba
que mi papá también podía creerlo así. Y me devolví.

Me quité los zapatos y la ropa, y justo cuando iba a


lanzarme al agua me pareció haber visto la serpiente
más grande que mis ojos hubiesen podido ver. Pasó por
el agua, tranquila, nadando como si nada. Incluso, creo
que hasta alcanzó a verme, que hasta me saludó
picándome un ojo como diciéndome: “métete pues”.
Quizá fueron desvaríos, pero eso me dejó petrificado en
la orilla y desistí de lo que de seguro sería mi último baño
en esta tierra.

Cuando por fin logré reponerme me dispuse a vestirme


para regresar. Entonces, cerca de la orilla noté un
envase de plástico. Lo tomé y me bañé sacando el agua
del río con el mismo. Lo hice rápidamente por si a las
moscas. Al terminar me vestí. Ya estaba más tranquilo.
Decidí dejar la gorra que cargaba por si algo me sucedía
en el camino de vuelta a la casa. En todo caso la gorra
serviría como señal de que había estado allí.

Emprendí el camino de regreso, no sin antes haberme


encomendado a Dios. Tomé un palo para intentar
protegerme de alguna bestia, y después me reiría de tal
cosa, como que si un palo iba a detener a un león de los
que describía el señor Severín. El don decía que cuando

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De mis Juegos y Juguetes
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el león rugía en la selva, ellos veían a todas las manadas


de guacamayas salir despavoridas de todas las copas de
los árboles. Incluso llegué a preguntarme: ¿si me
encomiendo a Dios, para qué agarro el palito?

Lo bueno es que llegué de vuelta mucho más rápido de


lo que creí. Gracias a Dios fue así. Ya sentía que el
corazón se me saldría en cualquier momento del pecho.
Pero ahora ya todo podría regresar a la normalidad.

Cuando iba llegando vi a lo lejos una cuadrilla de


hombres armados y escuché mi nombre. Supe entonces
que me andaban buscando y que me había metido en
tremendo lío. Creí en realidad que papá estaba muy
molesto y que me pegaría. Aun así, intenté
tranquilizarme, puse cara de valiente y de sorprendido
por la búsqueda.

Papá se acercó rápidamente al verme y me preguntó:

— ¿David, dónde estabas?, ¿estás bien?— A lo que


respondí inmediatamente.
— Estaba en el río, y sí, estoy bien. No me pasó nada.
Fui al río porque los muchachos me dejaron por la
mañana y no me llamaron. Tenía ganas de ir al río
y bañarme y por eso bajé.

120
De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Los padres conocen a sus hijos, y por la cara que puso


el mío, entendí que aprobó mi valentía a pesar del temor
y el pánico que él mismo sabía que me atormentaba. Su
gesto me devolvió la confianza y su aprobación. A sus
ojos era un muchacho valiente. Papá me pasó la mano
por el cabello y caminamos todos a la casa. Casi al llegar
y como prueba de la naturaleza, se escuchó un rugido
espantoso en la selva. Decenas de guacamayas
multicolores levantaron el vuelo brindando un
espectáculo hermoso que me ayudó a sepultar el miedo.
Aunque…

121
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Alixon Reyes

122
De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Entre Francia y Maturín

Según me cuentan, papá compró un televisor grande


para ver conmigo la final del Mundial de Fútbol de 1982
celebrado en España que ganaría finalmente Italia con
un Paolo Rossi inspirado. Estaba por cumplir tres años
de edad, y como es de esperar, de eso no tengo
recuerdos.

De acuerdo con la versión materna, vi ese juego completo


con papá mientras estábamos acostados en la hamaca.
Después me diría papá que también vi con él la final del
Mundial de 1986 celebrado en México y que culminaría
con la consagración definitiva de Diego y la Argentina en
el estadio Azteca.

Crecí amando a Diego, a Van Basten, a Gullit, a Careca,


Caniggia, Burruchaga, Butragueño, Matthaeus, Rossi,
Lineker, Platiní, Sócrates, Pierre Papin, Francescoli,
Laudrup, Ruggeri, gracias al Mundial de 1986 y por
supuesto, también gracias al de 1990 (y a Stalin Rivas,
a pesar de que Venezuela nunca ha participado de un
mundial de mayores). Sufrí esa última final como que si
allí estuviese en juego mi vida. Después sufriría la final

123
De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

de 1994 ganada por Brasil de vaina en penales. Todo eso


hasta llegar a la final de 1998 en Francia.

Hemos de recordar el contexto. Llegaba Brasil como


actual campeón del mundo con un favoritismo
insultante e incuestionable. Por si fuera poco, ¡Ronaldo
está allí! Casi nada. Del otro lado están Francia y
Zinedine Zidane, quienes además de ser locales
contaban con el apoyo de la mayoría de los asistentes al
estadio en París.

Ahora, del otro lado del mundo, acá en Venezuela, y


específicamente en Maturín, estaba yo con todas las
ganas de ver el juego y mantener la racha de finales de
mundiales de fútbol que había visto de forma
consecutiva desde 1982 (según la versión de mis padres).
Más que por la racha quería ver ese juego por amor al
juego, deseaba ver ese enfrentamiento entre el campeón

124
De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

vigente y defensor del título contra el anfitrión, entre


Ronaldo y Zidane. De lujo. Comencé a hacer planes con
Cristóbal para ver el partido dando por sentado que así
sería. Solo se nos olvidó un detallito: la final era en
Domingo por la mañana…

Papá vendía libros en el mercado nuevo todos los días


sábados y nosotros le acompañábamos los domingos. No
sé por qué llegué a pensar que ese día, quizá por ser ese
día de la final papá no iría al mercado y así todos
podríamos ver el partido en casa, en familia. ¡Iluso que
soy! Tonto también que fui. Papá era muy estricto con
eso. No fallaba a vender libros ni un sábado ni un
domingo, ni porque fuese fiesta nacional. Yo creo que los
únicos días que no iba a vender libros era si ese día caía
25 de diciembre y/o 01 de enero. Era algo así como los
chinos, que trabajan todos los días de sol a sol sin
descanso. Nada ni nadie quebranta un día de trabajo,
así estén enfermos. Pues, pasó lo que más temía. ¡A
levantarse! Eran las 6:00 am. ¡A meter los libros en el
carro! Solo obedecimos en silencio, con cara de tristeza,
contrariedad y algo de enojo. Casi al salir le dije como en
tono suplicante:

— Papá, hoy es la final.


— Ajá—, me dijo.

125
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No se necesita poseer un doctorado o genes cruzados de


Albert Einstein y Marie Curie para saber qué significaba
la expresión en papá. Nadie más dijo algo.

Una vez llegados al mercado fuimos a la rutina.


Conseguirle un puesto al carro para que papá
estacionara, bajar los libros, limpiar el sitio de los libros,
colocar el plástico, comenzar a acomodar, ir a comprar
el desayuno y el periódico, comer e iniciar la faena de la
atención al público. Para más colmo, papá se apoderó
del periódico, así que no quedaba de otra que pasar la
mañana en esas. Casi llegada la hora del partido papá
entró a CEPODA y salió a los cinco minutos. Como una
gran noticia nos dijo:

— Ya están cantando los himnos. Van a empezar—,


y volvió a irse.

Regresó, periódico en mano y dijo:

— Ya van a sacar—. Volvió a CEPODA.

Mamá iba a lo suyo, esto es, comprar las cosas del


mercado para la casa. Iba y venía con las bolsas. Cris y
yo, pues, atendiendo a la gente y vendiendo libros. Al
rato papá vino casi corriendo para decir.

— Gol de Francia.

126
De mis Juegos y Juguetes
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No sé por qué razón, motivo o circunstancia me pareció


que papá había venido para que yo fuera a CEPODA a
ver parte del juego o por lo menos la repetición del gol.
Le entregué inmediatamente el dinero, y cuando ya
ponía tierra de por medio, me llamó:

— Epa, para dónde vas tú. Toma, vente.

Acto seguido, me devolvió el dinero y se fue. Aquello fue


vergonzoso. Y aquel sufrimiento. Vino minutos después
a informar que Francia ya ganaba dos goles por cero y
que Ronaldo estaba como un zombi. Después vendría el
3-0 final, momento para el cual también vino papá a
informar. Solo después que hubo terminado el partido
regresó para decirnos que si queríamos podíamos ir a ver
la entrega del trofeo.

— Ya, para qué?—, fue la respuesta.

Así perdí la oportunidad de ver la final del mundial de


1998. Aunque siempre admiré (y lo sigo haciendo) la
férrea disciplina de papá con respecto al trabajo, ese día
no entendí por qué nos hacía pasar por esa sensación de
desasosiego dándonos resultados parciales del partido
sin dejarnos ver siquiera algunos minutos. Ese día no
quise jugar al fútbol con los muchachos de la cuadra
como hacía a partir de la final de 1990.

127
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128
De mis Juegos y Juguetes
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Un Juego Único…

- ¡Dale como te enseñé!

Esas fueron las palabras y el mensaje específico que


el árbitro en cuestión emitió al jugador que intentaba
quitarme la posesión del balón. Al escucharle así se
despertó en mí un sentimiento de profunda molestia
que irremediablemente debía contener, ya fuese por
aquello del ejemplo o por lo que fuese, además, no
podía seguir reclamando porque las condiciones de
arbitraje eran tales que hasta parecía ofensivo el solo
pensar en hablar con su merced el árbitro; aparte de
eso, ya tenía endosada una tarjeta amarilla y una
segunda tarjeta me habría significado la expulsión por
doble amarilla. El capitán del equipo para esa ocasión
no protestó porque no quiso y porque según me
aseguró “no escuchó nada”; por cierto, también estaba
tarjeteado, no obstante, yo estaba seguro de lo que
había escuchado.

El jugador que intentaba quitarme la pelota era


conocido del árbitro, y de forma descarada éste último
se atrevió a dirigirle tales palabras en plena acción de

129
De mis Juegos y Juguetes
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juego precisamente cuando intentaba quitarme el


balón. Obviamente eso terminó de cambiar el
panorama del partido porque me hizo entender que
quien arbitraba estaba inclinado hacia el otro bando
—nada raro en tal persona si consideraba sus
antecedentes y menos raro aún si tomamos en
consideración el equipo contra el que jugábamos,
profesionales en el amañamiento y en el juego de la
mentira efectiva—.

Ese equipo siempre sacaba una carta bajo la manga,


siempre podía torcer las reglas de juego a su favor
cuando les convenía, siempre inscribía jugadores
cuando ya no podía hacerse, inscribía jugadores que
no formaban parte del equipo y misteriosamente
siempre había justificación que validara tales
acciones, o sea, tenían respuesta para todo y casi
todos apañaban sus sinvergüencerías. Lo paradójico
es que siempre tenían la razón aún sin tenerla.

El árbitro del cual les hablo es por ley y por posesión


de título un profesional de la educación (¿…?), sin
embargo, a juzgar por lo visto, le hace un flaco servicio
a la misma. Ya en una ocasión anterior me tocaba
enfrentarlo como entrenador en un partido de fútbol
sala correspondiente a unos Juegos Municipales
Escolares. Él había inscrito a dos jóvenes

130
De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

superpasados de edad en su equipo, dos muchachos a


los cuales conozco bien. Solo logré darme cuenta dos
días antes del partido porque los dos jóvenes me
dijeron que participarían en el torneo. Hice el reclamo
correspondiente ante la comisión organizadora y no
sucedió nada porque supuestamente toda la
documentación “estaba en regla”. Continué indagando
y reclamando solo para darme cuenta de que mi
equipo era uno de seis que no habían hecho trampas
en un universo de ¡24 equipos! Finalmente, me
echaron del torneo con todo y equipo. Fue
impresionante, decepcionante y hasta absurdo: él
nunca se enteró de lo sucedido, no le vi en las
reuniones posteriores, y al parecer fue más fácil echar
a un solo equipo del torneo que convencer a los 18
equipos infractores de no hacer trampas. Los otros
cinco equipos reclamaron con una debilidad pasmosa
y obviamente no sucedió nada, prefirieron participar
en tales condiciones y ésta pasó a ser una anécdota
más.

En la ocasión que cuento perdía mi equipo por un


margen de 5 goles por 0. No habría mucho que decir
si se toma como pauta la abultada diferencia en el
marcador, sin embargo, aún no habíamos tirado la
toalla. Era el juego en el que se decidía la clasificación
para representar al distrito en el campamento de la

131
De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

región, participación que dicho sea de paso ninguno


de nosotros quería perderse, pero que para tristeza de
mi equipo ya mostraba signos de alejamiento. Iniciado
el segundo tiempo del encuentro marcamos un gol y el
juego comenzó a entrar en calor. Nosotros no
podíamos disponer de más sustituciones porque no
teníamos más jugadores, pero muy a pesar de ello la
actitud cambió de forma definitiva tanto en nosotros
como en los contrarios; nuestro equipo creyó posible
remontar y el equipo contrario creyó necesario
dedicarse a la marca para defender el resultado aún y
cuando la diferencia era de 4 goles. Eso nos abría una
posibilidad porque ahora teníamos la posesión del
balón, pero a la vez jugábamos contra la fatiga y el
tiempo.

132
De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Los encuentros deportivos que se disputaban entre


estos dos equipos nunca fueron fáciles, ninguno de los
equipos daba la pelota por perdida, ninguno daba los
partidos por ganados, así la ventaja fuese tan
abrumadora. Ellos tenían un buen rato sin ganarnos y
por ello nos tenían unas ganas inmensas. Tenían
algunos jugadores experimentados, pero con mañas
de tramposos y zorros viejos, y algunos jóvenes con
deseos y ganas de jugar bien, pero a éstos la soberbia
le brotaba por los poros, tan así que el desprevenido
podía irse a casa embriagado de esta mala actitud. Es
cierto, ninguno de los jugadores de mi equipo –
contándome- tiene los genes de Noé, de Moisés, o de
algún otro patriarca bíblico caracterizado por la
mansedumbre; tampoco tenemos parecido alguno con
la Madre Teresa de Calcuta. Siempre jugamos fuerte,
casi hasta el último aliento y como si nuestra vida
dependiera de ello, siempre entendimos que no
jugábamos con Barbies (como coloquialmente se dice),
pero a la vez reconociendo que los extremos no deben
tocarse pues son peligrosos. No tenemos el juego más
vistoso o el más virtuoso, quizás nuestro estilo de
juego sea más parecido al promedio, no obstante, si
algo bueno hay en este equipo es que todos en bloque
y de forma individual aborrecemos la trampa en
cualquiera de sus manifestaciones. Es un asunto del
cual nos cuidamos con capacidad quirúrgica.

133
De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Faltando aproximadamente 9 minutos para finalizar el


partido, el mismo jugador —a quien el árbitro dirigió
las palabras con las que se iniciara esta sección —
cometió una falta grave en el área de meta de su propio
arco. De un córner lanzado al área de su arco, él saltó
por sobre todos y remató la pelota como todo un
voleibolista, con una fuerza tal que impresionó a todos
los asistentes, tanto así que por un momento llegué a
pensar que el puesto del capitán Andy Rojas corría un
severo peligro en la Selección Nacional de Venezuela
en Voleibol. En el público se escucharon gestos de
asombro y algunas risas por lo que creyeron fue un
golpe tan exagerado como innecesario. Aunque
impresionado por el salto y el devastador remate,
inmediatamente fui a buscar la pelota para colocarla
en el punto penal esperando el silbatazo del árbitro y
la sanción correspondiente; fue un gesto deportivo
groseramente obvio, sin embargo, para mi disgusto,
¡no hubo sanción! y solo atiné a escuchar una sonora
palabra escatológica que salía de la boca de uno de
mis coequiperos dirigida al árbitro para que recordara
a su progenitora. ¡Explotó! Ya era suficiente. Para el
árbitro —que hacía señas de seguir el juego— no había
pena máxima, no había nada, él dice que no vio la
infracción, pero inmediatamente hizo lo que cualquier
árbitro haría en su lugar: mostró una roja directa a

134
De mis Juegos y Juguetes
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nuestro jugador por la expresión que pronunció en su


contra.

Ahora entendíamos el asunto. Las tres tarjetas


amarillas endosadas a nuestro equipo en el primer
tiempo, no fueron producto directo de juego sucio o de
la casualidad como más tarde nos dijera aquel señor,
dizque árbitro; mi rodilla crujiendo a causa de la
entrada bestial de un contrario, las costillas
adoloridas de otro de los nuestros por un codazo
horripilante propinado por otro de los contrarios, la
boca rota de nuestro portero, el hecho de que a pesar
de la paliza que estábamos recibiendo físicamente el
otro equipo no contase con tarjetazos de ningún color,
el consejito del árbitro a “su” jugador mientras
intentaba quitarme la pelota, la renuencia a mostrar
tarjeta y decretar pena máxima por la mano descarada
de “su” jugador, la merecida tarjeta roja a nuestro
jugador a causa de su reacción enfurecida, todo eso
nos permitió entender que ese juego tenía que ser
ganado por el otro equipo a como diera lugar.

Es cierto, todo esto hizo que yo explotara de rabia y


detuviese el encuentro reclamándole al árbitro de
forma desafiante por su actitud tan deplorable.
Algunos decían que no era para tanto. Todos nos
observaban discutiendo. A pesar de esto no me mostró

135
De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

tarjeta. Si íbamos a perder prefería hacerlo jugando al


fútbol limpiamente, prefería perder por 10 goles a 0
jugando en la cancha y no a costa de regalitos del
árbitro al equipo contrario. Baste decir que los goles
del equipo contrario fueron legítimos (eso debo
reconocerlo), pero lo que no era legítimo era la absurda
y ridícula parcialidad que demostraba el árbitro de
forma descarada al sancionar cualquier cosa que se le
ocurriera a favor del equipo contrario, aún y cuando
no tuviese razón. A pesar de todo aquello, siempre
creímos que era posible remontar el juego. Logrando
transformar el penal en gol quedaríamos
momentáneamente 5 goles por 2 a falta de 9 minutos.
La presión comenzaría a atacarles porque ya nos
habíamos hecho dueños del balón, y si algo habíamos
aprendido al jugar con ese equipo tantas veces era que
a ellos se les dificultaba jugar contra nosotros con el
marcador a favor y en las condiciones en las que nos
encontrábamos. Cuando algo así les sucedía
rápidamente se transformaban, era como que si
elevaran un número a la máxima potencia. Se volvían
doblemente rudos, toscos, violentos, la actitud
mostrada por ellos parecía a la de mercenarios
persiguiendo a su presa con un cuchillo entre los
dientes, pero esa misma actitud les hacía perder de
vista lo básico, el juego. Era de temer para un
desprevenido, aquello podía tornarse en un serio

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

ejercicio de sobrevivencia, pero nosotros sabíamos lo


que debíamos enfrentar, no era algo extraño o nuevo.
En más de una ocasión habíamos pasado por ese
clima adverso. La clave estaba en no huirles porque
era lo que deseaban, que les mostraran temor, así
podían mantener el marcador inalterado. A pesar del
panorama, el mayor peligro que hubiese tenido mi
equipo -en tal supuesto- no estaba representado en
ellos sino caer en la ansiedad por la premura del
tiempo, porque de lo contrario lo único que debíamos
hacer era jugar con su desesperación, administrar
adecuadamente el balón y disparar al arco con
solvencia tantas veces como tuviésemos oportunidad.
Suena excesivamente fácil, pero era harto difícil
empatarles y/o ganarles toda vez que faltaban 9
minutos de juego y el partido aún estaba 5 goles por
1. Además, ellos tenían un buen nivel y un buen
volumen de juego (a pesar de lo sucio que jugaban).

Nunca sabremos que hubiese sucedido de haber


continuado el partido. Finalmente, fuimos nosotros y
no ellos los que decidieron retirarse de la cancha y no
seguir jugando después de la discusión acalorada que
sostuve con el árbitro. ¿Por qué? Pues, porque el
aroma a trampa, el aroma a corrupción nos estaba
intoxicando, el aroma a fraude era insoportable, el
ambiente se tornó pesado, el aire era irrespirable,

137
De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

paradójica y contradictoriamente mucha gente estaba


de acuerdo con lo que había sucedido. Es increíble
como la masa se deja influenciar por una, o dos, o tres
personas. Sí, la influencia es un arma poderosa. No
seguimos en el partido y nos retiramos del lugar, y
mientras nos retirábamos podíamos escuchar a
nuestras espaldas cómo nos chiflaban, escuchábamos
también frases despectivas no susceptibles a ser
leídas en esta obra. No nos rendimos, lo que no
quisimos fue seguir siendo carne de cañón ni prueba
de laboratorio para el fraude evidentemente
planificado. Fue muy triste porque el lugar en el que
sucedió era el último lugar de la tierra en el que
esperaba eso sucediera, no por las personas, sino por
el recinto. Se trataba de una iglesia. De finalizar el
partido quizás habríamos logrado empatar e incluso
ganar como ya lo habíamos hecho en otras ocasiones;
quizás, el marcador se hubiese mantenido inalterado,
quizá, y lo más probable era que el marcador hubiese
empeorado, eso no lo sabemos hoy ni lo sabremos
nunca; pensar en otra cosa no es más que un mero
ejercicio especulativo. Lo que sucedió es que al
abandonar el partido terminamos perdiendo de forma
oficial sellando nuestra eliminación.

Debo confesar que en esa oportunidad sentí mucha


impotencia, pero no impotencia a causa de la

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

imposibilidad de ganar aquel partido, sino porque no


podía entender cómo tantas personas vieron lo que
estaba sucediendo y aun así decían no ver nada, era
como que si estuviesen ciegos, eran incapaces de
llamar las cosas por su nombre, para ellos todo
aquello no era más que parte del juego —le escuché
decir a uno —, aquellas cosas les parecían tácticas y
estrategias de juego, los que perdimos quedamos
catalogados como quienes nos rendimos, quedamos
catalogados como unos pésimos perdedores que no
sabían aceptar la derrota, y menos una derrota como
esa. La gente parecía estar embobada. Eso no es más
que la dificultad de ver lo obvio (Feldenkrais). Por
enésima vez me hacían trampa en esa cancha, ese
equipo, y los mismos protagonistas, pero aunque
algunas otras veces habíamos logrado ganar a pesar
de las trampas, en esta ocasión decidimos retirarnos,
no porque lo importante fuese ganar (que de hecho era
harto difícil), sino porque el ambiente estaba
enrarecido con una especie de contaminante invisible
muy denso, y no había posibilidad de hacerles
entender que solo deseábamos y reclamábamos
justicia, ecuanimidad y seriedad.

Cada vez que jugaba allí y en contra de estas mismas


personas regresaba molesto a casa, con las piernas
todas moreteadas, cojeando o con alguna otra parte de

139
De mis Juegos y Juguetes
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mi cuerpo bastante adolorida a causa de los golpes


que recibía y que escasamente eran sancionados por
las ternas arbitrales —paradójicamente siempre
seleccionadas por ellos—. Cada vez que regresábamos
de jugar de ese lugar mi esposa decía de manera
sarcástica: “llegaron de la carnicería”. No fuimos ni
somos masoquistas. Amamos el juego. Íbamos a aquel
sitio a jugar, y realmente lo único que queríamos era
jugar, solo jugar; pasar un rato agradable,
compartiendo con los amigos. Algunas ocasiones el
juego de pelota se convertía en excusa perfecta para
compartir con algún amigo que hacía tiempo no
veíamos y esa convocatoria lo traía de vuelta. Ese
lugar y ese juego se convertían en un sitio y en una
excusa, respectivamente, para el encuentro. Hasta
que por fin y dada la situación, después de esa ocasión
decidí no volver a jugar en ese lugar.

Es impresionante el notar cómo las personas se


acostumbran a las cosas y ver como éstas pasado el
tiempo se convierten en una tradición, en la norma —
que no normales—. Como esgrime Chavero, resulta
casi increíble el ver cómo grandes proporciones de la
población influenciadas pierden el sentido de
racionalidad y apañan estas conductas anárquicas y
tramposas en las que priva el deseo sanguinario e
inextinguible de ganar a costa de lo que sea y a pesar

140
De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

de quien se encuentre allí. Finalmente, y sin caer en


la misma actitud del árbitro, le dije todo lo que debía
decir y me fui, pero no sin antes escuchar una
cantidad récord de improperios tras de mí,
provenientes de quienes allí le acompañaban y le
aupaban. Hubo gente que aprecio que, sin embargo,
participó de aquel circo. Y eso fue, todo un circo, un
show digno del mejor teatro hecho en Broadway.
Claro, como es de esperar, ahora soy aquel con quien
no se puede jugar.

Al final y con el tiempo creo que me siento mejor. El


juego no puede ser destruido por quienes juegan…

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De mis Juegos y Juguetes
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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Es así…

Oscar cierra los párpados de sus ojitos, se los tapa


además con las manos, y pregunta en auténtica lengua
bebuna:

- ¿A’ tá e’ ñiño?.

A lo que yo, en un rudimentario intento, traduzco,


repito y respondo:

- ¿Dónde está el niño?. A ver, a ver —mientras le


busco alrededor—.

Esto se repite dos o tres veces hasta que retirando sus


manitas de la cara, él abre sus párpados y emocionado
dice (esperando siempre que yo le acompañe al
encontrarle):

- A` tá’… —que traducido de la lengua bebuna al


español, significa: “Aquí está…”. Seguidamente,
ambos estallamos de la risa—.

Estas son las palabras en las que coincido en emoción


con mi hijo cuando “por fin” lo encuentro. Alguien
pudiese decir que se trata de algo superfluo o de una

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cosa loca, pero no, créanme que no lo es. Por lo menos,


no para Oscar y para mí. Y es realmente curioso. Él bebé
cree esconderse tan solo con cerrar los párpados de sus
ojos, se hace invisible en tanto —cree él— nadie puede
verle. Juega “como si”... Sencillamente se ha escondido,
¡no está!. Cuando por fin abre sus párpados, ¡eureka!,
ahí está, aparece de la nada… ¡Qué emoción! Como
puedo le acompaño emotivamente, pero él siempre me
supera con creces, se ríe de forma tal que si yo pudiese
hacerlo, sin duda me dolerían los músculos abdominales
a las primeras carcajadas. Claro, a su edad, Oscar no se
preocupa por ese asunto de los músculos abdominales
(ya tendrá tiempo suficiente para hacerlo en un futuro).
Se ríe con ganas, disfruta la experiencia lúdica, es una
dicha indescriptible. Lo repite una y otra vez, sin
aburrirse, sin cansarse. Lo mejor de todo es que se
manifiesta feliz, inmensamente feliz.

En lo particular me alegra mucho y me hace muy feliz


ver a mis hijos sonriendo y jugando libremente de la
manera en la que lo hacen; también disfruto mucho el
observar a otras personas mientras corren, mientras
juegan con sus hijos e hijas, mientras ríen, mientras
disfrutan de una puesta de sol, o mientras leen
apasionadamente un libro al tiempo que se devoran —
metafóricamente hablando— cada una de las páginas
con exquisito fervor. Al observar a las demás personas,

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me fijo en sus rostros, en sus posturas, en sus gestos y


expresiones. Son las ventanas del alma. Y todo ello tiene
que ver con la conciencia lúdica, con las mismas
experiencias lúdicas, y si existe algo con lo que asocio la
felicidad, es precisamente con eso…

145
De mis Juegos y Juguetes
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Mi hijo, Oscar Misael, juega con casi cualquier cosa que


consiga, con un papel, con una chapa, con un lápiz, con
mi teléfono móvil, con un tenedor, con una piedra, con
un pedazo de anime, en fin, juega con casi todo lo que
consiga o con casi todo lo que tenga a mano. Siempre me
sorprende con lo ilimitado de su plasticidad creativa. Y
si de piedras hablamos, pues, recuerdo que Cristóbal (mi
hermano menor), cuando niño, corría con piedritas en
las manos lanzando feroces ataques contra las naves
extraterrestres y contra toda la feroz flota enemiga,
ataques estos que salían “de la aeronave” que él
conducía con gran destreza, precisión y mucha
seguridad (eso a pesar de que yo no veía nave alguna
alrededor). El problema venía cuando me tocaba a mí
hacer el papel del enemigo sin siquiera ser consultado.
Y esa parte era muy frecuente. ¡Tenía —literalmente—
que correr!

Recuerdo haber visto en una ocasión a un niño pemón


en la Gran Sabana venezolana, justo en los alrededores
de la Quebrada de Jaspe, corretear vigorosa e
incansablemente tras una brillosa rana multicolor, al
tiempo que su rostro dibujaba una gran sonrisa y podía
notarse en él la expresión de suprema felicidad y
despreocupación. Es impresionante el que, a pesar de
nuestras advertencias, el niño siguiera correteando tras
la rana (tomando en cuenta que muchas de esas

146
De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

especies anfibias multicolores son altamente


venenosas). ¿No lo sabría? Cómo no iba a saberlo si…

He visto hombres y mujeres de la comunidad Warao, de


la comunidad Yanomami, y a miembros de la comunidad
Wayuú, pintar su piel de formas diferentes y muy
coloridas. El solo hecho de pintar sus rostros y otras
partes de sus cuerpos ofrece la oportunidad de la fiesta,
fiesta única para sus comunidades, una posibilidad
lúdica tan solo comprensible para quien los conoce, para
quien vive entre ellos, para quien respeta sus
manifestaciones y su cultura como iguales. Su cuerpo
pasa a ser el lugar del lenguaje, un lugar de encuentro y
desencuentros, un territorio festivo y lúdico en el que lo
frágil del lenguaje y el simbolismo se funden en uno.
Bien sea por la celebración de la cosecha, por la llegada
de la luna llena, por la mayoría de edad de una doncella,
ya sea porque bajó la marea, por el nacimiento de un
bebé… es decir, siempre hay ocasión para la expresión
lúdica, festiva, cultural en las comunidades de nuestros
pueblos originarios. Es esa su atmósfera. Así son, así
viven. No es que sea parte de su cultura, sino que esa es
su cultura, así se expresa…

En la ocasión que cuento sobre una visita a la Gran


Sabana venezolana, otro niño me dejó literalmente con
la boca abierta. A mí solo se me ocurre preguntar una

147
De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

cosa como la que relato. No alcanzaba este niño los 13


años de edad, sin embargo, hablaba fluidamente varios
idiomas, entre ellos, el inglés, el francés, el alemán, el
holandés. Por supuesto, hablaba el español
perfectamente.

Éramos varios visitantes, y él jugaba con nuestra


ingenuidad y su imaginación a sabiendas de lo que
hacía. Se reía sospechosamente a cada paso que daba
junto a una niña de su familia. Era picardía lo que se
adivinaba entre ellos, como que si se divirtieran con lo
que pasaba a su alrededor. Notaban nuestra ingenuidad
con todo lo que veíamos, y era como que si algo les decía
de alguna forma que eso para ellos era tan normal y
cotidiano, y para nosotros tan extraño y monumental.
Nos mencionaban los nombres de todas las cosas por las
cuales ansiosos(as) preguntábamos con evidentes
muestras de curiosidad. Por ejemplo: los saltos
(cascadas) que veíamos al caminar; ellos decían: “este se
llama Kamá Merú”, que significa salto Kamá, y así
sucesivamente. Por cierto, Kamá, significa “tragar” en
pemón. Ahora bien, si preguntábamos por el nombre de
algunas plantas o animales, sucedía igual. En uno de
esos tantos momentos, observé una caída de agua, y
pensé que también poseía un nombre similar a los otros
saltos, que sé yo, un tal Merú (Salto). Pensando en saber
cuál era el otro sustantivo, pregunté: “y este salto (Merú),

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¿cómo se llama?”. El niño al escuchar tal manifestación


de ignorancia, se desternilló de la risa, al tiempo que la
jovencita que le acompañaba no paraba de reír. Él cayó
literalmente al suelo, riéndose, y mientras todos nos
mirábamos confusos, llegó la madre del niño. Él se
levantó, y a lo que pareció una reprimenda de la madre,
le contó lo sucedido, pero ella también se echó a reír.
Pregunté ingenuamente: —“¿qué sucede?”—. La señora,
muy amablemente, me palmeó la espalda, y con una leve
sonrisa me dijo:

- Señor, no le ponga atención. Eso se llama


CASCADA… Siga, siga.

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Más que una caja de cartón

Los adultos nos convertimos finalmente en personas


muy complicadas. Olvidamos el detalle, los detalles, lo
simple y lo sencillo, que no por ser simple y sencillo deja
de ser importante, potente, interesante y hasta necesario
si hay amor. Oscar Misael me lo recordó.

Él es capaz de jugar con un palo y convertirlo en


cualquier cosa, jugar con una piedrecita y lograr
escenarios fantásticos, estar en el patio e inventarse
cualquier sitio en un mundo imaginario, corretear sobre
un corcel, volar, ir a las profundidades del mar en
submarinos nucleares, en fin.

En una ocasión tomé la decisión de hacerle un regalo


especial a Oscar. Era un juguete que él anhelaba hasta
en sueños. Por supuesto, cuando digo que “tomé la
decisión” lo hago porque había que pensarlo bien, esto
es, pensarlo para hacerlo habida cuenta que no era fácil.
El juguete en cuestión era muy famoso. Además, se
trataba de un juguete promocionado por la mediática de
la industria del juguete y el cine gringo. Ya entenderán
ustedes que eso es igual a decir que el bendito juguete

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

ese era carísimo. Por eso digo: “tomé la decisión”.


Después de todo, pensé que valdría la pena el esfuerzo.

Ese año fui reuniendo, guardando la platica necesaria y


apenas tuve el dinero completo, fui y compré el juguete
anhelado. Estaba emocionado pensando tan solo en la
cara que pondría Oscar cuando recibiera el regalo. Casi
que yo no podía contenerme de emoción.

Guardé el juguete con mucho celo y con mucho cuidado,


no fuese que se rayara o se le dañara algo. No me lo
perdonaría.

¡Por fin!, el momento llegó, y tal como lo imaginé, Oscar


se puso muy feliz cuando tras romper el papel de regalo
vio aquel espectáculo. Ese momento, esa cara, su
expresión, nunca se me olvidarán. Fue como lo esperé.
Él pasó esos días jugando feliz con su nuevo juguete, “el”
juguete. No obstante, días después sucedería algo que
me haría regresar nuevamente al planeta tierra, es decir,
un evento que me bajó de esa nube… Es más, creo que
hasta fue necesario para recordarme aspectos básicos en
la vida de las personas, y en especial de los niños: la
felicidad no se halla en las cosas.

Un día Oscar me pidió una nave espacial. No hallé


problema en ello. Él hace sus tareas, es obediente,
respetuoso, ayuda en las tareas del hogar. Fino. Eso

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

bastó y sobró para despertar en mí la inventiva. Busqué


una caja de cartón, ubiqué dos pliegues de papel bond,
busqué además varias calcomanías con dibujos
infantiles, marcadores de colores, tijera, pega, silicona y
manos a la obra. No pensé que me tardaría tanto pero
pasé toda la tarde construyendo una “nave espacial”.
Terminé pasando más de una calentera anónima
peleando con los inventores de la silicona y la tijera, pero
terminé, que es lo importante. Me di cuenta de que,
después de todo, yo no era tan inventor como suponía.

Después de finalizada la tarea guardé todos los


materiales y llevé la nave espacial al cuarto de Oscar. Su
mamá lo llamó de sorpresa y ¡zas!, cuando vio aquel
juguete exclamó:

— Guao papá, es el mejor juguete que he tenido en


toda mi vida, gracias, gracias papá.

Me abrazó muy fuerte y no cesaba de darme gracias. Su


gesto de alegría y agradecimiento fue infinitamente
superior a cualquier otro que Oscar hubiese tenido en
su vida de 4 añitos (para aquel momento). Allí jugó y jugó
hasta que se cansó; allí cenó y se durmió. De hecho,
cuando fui a sacarlo de la caja para acostarlo en su
cama, se despertó y refunfuñó todo lo que pudo, porque
él planeaba dormir allí toda la noche. Se calmó, pero por

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De mis Juegos y Juguetes
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unos cuantos días, la caja de cartón se convirtió en el


sitio favorito de Oscar para dormirse.

La caja de cartón ahora forrada con papel bond, alas


asimétricas, adornada con calcomanías, cintas y dibujos
hechos a mano por mí, le hizo ignorar por completo aquel
juguete costosísimo que hacía apenas solo dos semanas
le había regalado con tanto esfuerzo. Ese día, la caja de
cartón fue mucho más que una caja de cartón…

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Mientras tanto…

— ¡Esto no es posible!
— ¿Cómo que ha sucedido y no nos hemos dado
cuenta?
— ¿Y justo en este momento de la temporada?
— ¿Cómo es que no pudo obtenerse la primicia?, ¿y
el equipo de prensa? Aquí de seguro van a rodar
cabezas. Desde el jefe de prensa para abajo. Y bien
merecido que se lo tienen. ¡Qué stress!
— Esto es un desastre, toda una tragedia…
— El presidente debe estar a reventar. ¡No se lo dijo
a él, al presidente! ¿Por qué el técnico no dijo algo
al respecto? ¿Y su asesor de imagen?, ¿no le hizo
comentario alguno?
— ¿Y la gente?, ¿qué dijeron los fanáticos?, ¿cuál ha
sido la reacción?
— ¿Y cómo afectó esto la venta de camisetas? Espero
se haya atascado la tienda. ¡Claro!, algo positivo
hay que verle al asunto.
— ¿Y qué ha dicho la prensa de Madrid?, ¿y qué del
mercado en China?

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

— ¡Huy no!, esto es fin de mundo, definitivamente es


lo peor que nos pudo haber pasado, y justo ahora
en que la temporada ha sido un desastre…

Todas estas preguntas y expresiones se escucharon ese


día por la tarde minutos después que el supercrack del
equipo apareciese junto al entrenador en la sala de
periodistas para la rueda de prensa acostumbrada
previa al partido de liga. Estaba luciendo un nuevo
peinado. Su look fue el motivo de tanto alboroto. En
realidad, era ridículo. Pero, ¿a quién le importa?

Mientras tanto, en otro lugar del Bernabéu, Sara,


perdida, buscaba la oficina para la entrevista. Pasó cerca
de la sala de prensa y notó aquel barullo enorme.
Comprendiendo que ese lugar no era precisamente en el
que le esperaban (¿a ella?, ¡jamás!), siguió intentando
dar con la oficina.

No lo logró. Buscó y buscó, pero nada encontró. A


quienes preguntó le dijeron que no sabían, que estaban
ocupados. Alguien le dijo que estaba equivocada de
lugar. No pudo más que arrancar a llorar apenas puso
un pie fuera del Santiago Bernabéu. Ella ni siquiera sabe
quién fue el tal Santiago ese. No le importa en realidad,
a menos que fuese el mismo Santiago quien le diera el
bendito trabajo.

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De mis Juegos y Juguetes
Alixon Reyes

Sara se sienta en la acera y llora desconsoladamente.


Sola. Anónima, como siempre ha sido. ¿Qué puede
hacer? Le prometieron una entrevista laboral y si lo
lograba su vida podía cambiar. Atrás quedarían los días
de desempleo. Era inmigrante. Así se salvaría del
desalojo del cual ya había sido prevenida por la gente esa
de vivienda del gobierno y la del banco chupasangre.
Atrás quedarían los tantos portazos en decenas de
lugares buscando siquiera algún empleo lavando losa,
planchando o haciendo lo que fuera. No solo no era
española, es que tenía cara de inmigrante, de latina, me
dijo papá. Y ya eso bastaba.

En el Santiago (del que Sara había pensado era un bar


por aquello del nombre tan bohemio que tenía)
posiblemente trapearía el piso de una oficina. Ahora,
¿qué le diría a sus hijos?, ¿qué haría?, ¿cómo encararía
a los tipos esos del desalojo? ¿Qué comerían por la
noche? Si comían…

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Cuando jugábamos…

Probablemente ni lo recuerdes, pero antes de dormirte


por la noche jugábamos un rato. Luego te quedabas
rendida sobre mi pecho. Allí, pequeña, frágil, cansada y
contenta, dormías.

Yo me acostaba en la cama y acercaba mis rodillas hacia


mi pecho. Te tomaba de las manitos y con los pies te
levantaba. Allí jugábamos al avión. Volabas mientras
sonreías y reías a carcajadas. Terminaba cansado pero
contento al ver tu carita de alegría. Si supieras que a tus
hermanos les encanta ese avión. Me recuerdan a tí en su
edad. Los llevo a volar en tu honor y en tu recuerdo y te
veo en su sonrisa y en sus “Otra vez papá”…

¿Recuerdas las batallas de almohadas? Quizá no.


Estabas muy pequeña, pero el que fueses pequeña no te
impedía darme de almohadazos. Me hacía el vencido y te
lanzabas sobre mí en señal de victoria. Luego a dormir.

Gracias, gracias por tu inocencia hermosa… Yo lo


recuerdo aún…

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A tí…

Quisiera miles de tardes para estar,

quisiera otras tantas miles para jugar,

porque es que para los niños

el jugar es estar, el estar es jugar;

sí, y también jugarse en el estar…

Pero ya no están las tardes,

Ya no estás tú, ya no estoy yo.

¿La culpa?, la culpa ha sido mía…

Pero, te espero.

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Ana, Matilde y las mazorcas

Todos los días despertaban sin querer con el rebuznar


de Pancho. Pancho era el burro de Paíto, o mejor dicho,
el burro que le pertenecía a Paíto. A su vez, Paíto era el
apodo que le daban a su papá. Todas estas aclaraciones
las hago para que no haya confusión entre unos y otros.

Cuando Paíto ensillaba a Pancho, éste rebuznaba. Así de


cariñoso sería. Justo ahí era cuando Ana y Matilde se
despertaban sin que hubiese amanecido. Más vale que
se levantaran, atizaran el fogón y prepararan a la
velocidad del rayo arepas y algunas sardinas para los
tres. Esa era la rutina diaria. Casi que se puede decir
que era como una especie de rezo, tanto que ellas
podrían hacer todo aquel ritual aún sin estar despiertas,
es decir, en total estado de sonambulismo. No se
equivocarían en nada. Ya era un mecanicismo instalado.

En sus días no había espacio ni tiempo para pensar


siquiera que algo como caído del cielo alteraría el
sacramento paterno. Escuchar sus nombres habría sido
una caricia impensada, así fuese acompañado de una
orden, un grito o una ofensa. Estos últimos especímenes

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De mis Juegos y Juguetes
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iban y venían a cada rato sin pedirlos, a veces sin


ganarlos ni merecerlos, pero lo cierto es que iban y
venían sin nombre, día tras día, semana con semana,
mes tras mes, todos los años, que ya a las muchachas
les parecían eternos. El golpe, el maltrato, el insulto,
eran el pan suyo de cada día. ¿Invocar a Dios?, ¿para
qué? Quizás él se había olvidado de la región, y en
especial de ellas. Por lo menos era lo que pensaban.

Pero, había una sola cosa que Paíto no lograba entender,


una cosa que su mente no podía discernir y que le
sacaba de quicio o “la piedra”, como después diría.
Extrañamente Ana y Matilde pasaban el rato en casa con
una actitud uraña, mientras que cuando iban al maizal
lo hacían alegres, ligeras y risueñas, todo ello a pesar del
fuerte trabajo que les tocaría realizar, y a pesar aún de
la cara malhumorada de Paíto, más sus insultos como
constante medicina de todos los días.

Cuando Ana y Matilde se perdían entre el maizal sin


tener sobre sí la mirada vigilante, entonces eran felices.
De manera inexplicable lograban sacar las mazorcas
encomendadas por Paíto y al mismo tiempo convertían
todo aquello en un castillo de princesas.

Princesas rubias de cabello dorado como el sol, doncellas


de cabello rojizo como el atardecer, jóvenes de rizos
plateados y esplendorosos. Así, las mazorcas se

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De mis Juegos y Juguetes
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antropomorfizaban y tenían nombre, pasaban a vestir


majestuosos vestidos e iban juntas al baile de gala. Las
mazorcas eran perfectas como muñecas y no hacían falta
las Barbies u otras similares en competencia.

De regreso, mientras Paíto refunfuñaba y mascullaba su


habitual recital de lamentos, improperios e insultos, Ana
y Matilde, como abstraídas de aquel melodrama
paranoico, insertas y escondidas en un mundo cercado
y protegido por el pensamiento y la fantasía bonita,
preparaban ya la visita del día siguiente. Las miradas
encontradas y las pícaras sonrisas se descubrían entre
sí.

Después de todo, quizá Dios no tenía Alzheimer…

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Índice

El pájaro volantín
¡Qué bochinche!
Mazinger Z-1
Mazinger Z-2
Cuatro camiones y un túnel
San Nicolás o no creer
Un cambur y el jinete sin cabeza
Érase una vez los derechos de los juguetes
Juguetes imposibles
Días de Santa Teresa
Fusilao
Raspones bajo la lluvia
De cueros y patinetas
El arte de la guerra
Oficios de la Pelota
Diego y yo
Entre varillas, metras y carros de arena
Premonición
Tiempos aquellos
Dadoball
¿Un león?, en las nubes…
Entre Francia y Maturín
Un Juego Único…
Es así…
Más que una caja de cartón
Mientras tanto
Cuando jugábamos…
A tí…
Ana, Matilde y las mazorcas

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Este libro de terminó de editar en Maturín

el día 21 de octubre de 2019

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