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AMORALES, INVERTIDOS Y DEGENERADOS:

CRÓNICA DE LOS PUTOS ARGENTINOS. PARTE 1


1880-1946. LOS MÉDICOS Y LOS PROCURADORES.
REY CARO, CONRADO JOSÉ

― Hermafroditas… Invertidos…
― ¡Ah…! Un manflora… ¡Bah…! Los médicos y los procuradores siempre le han de inventar nombres raros a las cosas
más sencillas… En mis tiempos se les llamaba mariquita, no más, o maricon, que es más claro… Pa’ que
tantos términos… Yo he conocido más de cien…
― ¿Usted…? ¿En dónde…?
― En donde ha e’ ser, pues… En el mundo
― Gonzales Castillo, Los Invertidos, 1914

La “emergencia de nuevas subjetividades sexuales en la ciudad de Buenos Aires entre las


últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX estuvo íntimamente ligada a una serie de
cambios demográficos, económicos y sociales”i. Está ligada a un proceso histórico que comienza
en 1880 con la definitiva consolidación de la Argentina como un Estado-Nación. En aquellos
tiempos, gobernaba lo que la historia conocerá como la generación del 80 o generación
oligárquica/conservadora. Cuyo primogénito fue el expresidente Julio Argentino Roca, quien, bajo
el lema “paz y administración” tenía como objetivo institucionalizar el poder y pacificar el país para
así lograr poner en marcha un proyecto económico.

Uno de los hitos centrales que suceden en aquellos momentos es el fenómeno de la Gran
Inmigración: masiva ola ultramarina de migrantes europeos que venían a la argentina en busca de
mejores oportunidades. Este proceso que comenzara desde, aproximadamente, 1880, y que
encuentra su declive en 1930 fue impulsado por un Estado argentino para estimular la económica
a través del modelo agroexportador; y por la burguesía propietaria de tierras que buscaba mano
de obra barata

Estas olas migratorias compuestas, en su mayoría, por hombres jóvenes, con mano de
obra robusta, hacinados en hoteles, y en busca de ofertas laborales, implicaron un aumento
exponencial en la taza demográfica. Este nuevo sujeto social que surge a finales del siglo XIX y
comienzos del XX pertenece a las clases populares y forma parte de una sociedad atravesada por
la delincuencia y la prostitución. Las nuevas subjetividades sexuales estarán inmersas en estos
contextos sin una específica distinción del resto de los inmigrantes. Maricas, afeminados y
travestis recorrían las calles de barrios como La Boca, Barracas y Villa Urquiza junto con la “masa
trabajadora”, de la cual formaban parte.

“Mientras la cultura plebeya convivía con las maricas en el bajo fondo, los médicos y
psiquiatras se empeñaban en explicar y clasificar sus comportamientos”i. La institución de la
medicina fue central en la construcción de la anormalidad y en la definición de patrones de
conducta. Se construyó un “deber ser” que no debía atentar contra el proyecto de país que la elite
intelectual oligárquica, cuya dirigencia estaba conformada en su mayoría por profesionales de la
medicina y del derecho, había pensado para la naciente nación Argentina.

Esta dirigencia abanderada bajo el intelectualismo europeo, la medicina y el derecho, “que


se reconoce a sí misma como heredera y portadora de los valores de la civilización, ofrece los
elementos y las tecnologías de análisis de su propio campo para identificar y definir a los
anormales por medio de […] operaciones epistemológicas y tecnológicas medicalizando la
barbarie con el fin de proteger a la sociedad”ii de las amenazas que atenten contra la Nación
Argentina. Se comienza un proceso de patologización de la otredad, heredado de la ciencia
europea, que construye al otro bajo la figura del enfermo, de la degeneración; con el fin de
mantener el orden social y así poder generar el clima para un progreso económico.

Gabo Ferro dira que sera una alianza médico-legal la que atravesara la construcción de
este saber patologizante. Y serán la delincuencia y la sexualidad los ejes principales de definición
de esta anormalidad punible. En cuanto al primero, se construirá desde un biologismo médico,
racista y clasista en el que a partir de un arquetipo de rasgos físicos se determinaba si un
individuo era un criminal nato, lo cual colaboraba a definir si la persona acusada era imputable o
no. En cuanto al segundo, reconstruye históricamente Ferro, el campo de saber de la psicología
argentina diagnosticara al varón que siente atracción hacia otros varones bajo la figura del
degenerado: “degeneración funcional y a menudo anatómica […] monstruosas desviaciones, […]
inversión congénita, […] hermafroditismo, […] imbecibilidad” y hasta, incluso, “locura moral”iii.

Amorales, invertidos y degenerados son solo algunas de las diagnosis posibles que las
maricas obreras, inmigrantes y pobres, de la Argentina de comienzos del siglo XX, tendrían que
cargar. El sujeto-objeto por antonomasia de recepción de estos diagnósticos eran los miembros de
las clases populares, las que formaban parte de la “barbarie”. Este sujeto homosexual, convertido
en degenerado por la ciencia médica se planteara como un problema público, el afeminado que
camina por las calles de la naciente nación, el invertido que habla con tus vecinos, con tus
amigos, el “pederasta” depredador que persigue a tus hijos; el degenerado que tiene que rendir
cuentas de su patológica y, ahora, punible anormalidad.

Por el otro lado, los homosexuales burgueses no sufrieron la misma persecución. “La
pertenencia a una clase social privilegiada ofrecía ciertas ventajas –entre ellas, estar al margen de
la vigilancia médico-psiquiátrica y policial– pero al mismo tiempo exigía respetar un rígido código
de conducta. La desprejuiciada performance femenina de las maricas plebeyas no tenían cabida
en ámbitos burgueses”i.

Después de la caída de la bolsa del 29, Argentina responde a la recesión con un golpe de
Estado que derroca a Hipólito Yrigoyen; y asciende a la presidencia el militar José Félix Uriburu.
Esta dictadura militar, llamada década infame (1930-1943), se caracterizó por un uso
inconstitucional de las herramientas del sistema jurídico y legal. Y en lo que atiende al punitivismo
y vigilancia sobre el sujeto homosexual argentino, serán el Código de Contravenciones y los
edictos los dispositivos centrales a través de los cuales la ley ejercerá su poder sobre aquellos
cuerpos.

“El 15 de junio de 1932 se implementó un edicto que establecía la prisión para aquellos
homosexuales que se encontraran en la vía pública en compañía de un menor.” Este era uno
entre muchos, dictado por el decreto 32.265. Este edicto significaba, por un lado, que los
homosexuales ya no podían salir a caminar con sus sobrinos o con sus vecinos; y por el otro, en
palabras de Abrantes y Maglia iv será una fachada legal, “un elemento contundente utilizado por la
policía para la persecución homosexual. Cualquier homosexual podía ser pederasta si la policía se
lo proponía.”

Las circunstancias punibles claramente no referían a un acto de pederastia puntualmente,


incluso para relaciones entre dos mayores que presentaban consenso se podía construir a uno de
los dos como “pederasta”. Para identificarlo como tal solo hacía falta, acorde al artículo 45,
“antecedentes” o “datos fehacientes y bajo la firma del director o jefe de secciones de la Dirección
de Investigaciones”. Y seria a esta misma Dirección a la cual, acorde al artículo 207, los
comisarios de seccional le deberían informar sobre toda reunión de homosexuales “con propósitos
vinculados a su inmoralidad” y así la Dirección tendría la potestad de diagnosticar y procesar a
todos los participantes de esa reunión como pederastasv.

Otra de las prohibiciones era la exhibición en el espacio público del travestismo, utilizar
ropas consideradas del sexo contrario era punible. La enunciación de piropos que se desviaran de
la cultura social también era un acto ilegal; cualquier varón que osara disturbar la comodidad del
hombre heterosexual con los mismos piropos con los que estos últimos acosan a las mujeres
implicaba la posibilidad de rendir cuentas frente a la ley. La calle quedaba baneada del encuentro
homosexual y la actividad nocturna parecía ser el único espacio de expresión y vivencia de la
sexualidad. Sin embargo, como hemos visto, las reuniones de homosexuales podían ser
consideradas rondas de pederastia; y a su vez “se castigaba a los dueños o responsables de
locales de baile que permitiesen el baile en pareja del mismo sexo”iv. Ni la casa de un amigo, ni el
boliche podían funcionar como espacios seguros de socialización

Existía un hostigamiento permanente que empujaba a la disidencia sexual de los años


treinta a las herméticas cuatro paredes de su habitación. El discurso de la medicina y el jurídico-
legal, cual hermanos Grimm, construirán un relato en el cual el villano perverso, peligro para sí
mismo y para todo lo sano y moral, será el homosexual. Anormales, invertidos y degenerados que
deberán buscar una cura en la medicina, acompañados con el ojo frio de la ley.

En los años del porvenir, este sujeto se verá atravesado por una serie de procesos que
reconfiguraran el panorama de posibilidades de existencia. La llegada del psicoanálisis a la
Argentina y las lecturas sobre Freud construirán otros mecanismos de patologización. El
fenómeno del peronismo cambiara un poco las reglas de juego pero no disminuirá el punitivismo.
La masificación del cine y de otros medios culturales de comunicación se consolidara como otro
mecanismo de poder. Cerca de los años 60 comenzara un proceso de organización de lucha por
parte de las sexualidades periféricas y empezara un proceso de liberación. El cual se verá
atravesado por dictaduras cívico-militares. Unos años más tarde, esta comunidad se enfrentara a
la epidemia del SIDA frente a un Estado al que demandan respuestas. Entre otros elementos que
convergerán con los procesos de construcción identitaria de los putos argentinos y formaran parte
de nuestro bagaje cultural.

Nos es menester estudiar y comprender estos procesos para críticamente poder realizar un
ejercicio de memoria de nuestra historia y a partir de aquello abrir nuevos senderos de existencia
y de lucha.

i
Peralta, J. L. (2017). Espacio y homoerotismo en Los invertidos. En M. Ortega González-Rubio, &
J. César Penenrey Navarro, Todos me miran. América Latina y el Caribe desde los
Estudios de género. (págs. 123-150). Barranquilla: Universidad del Atlántico: Sello Editorial
Universidad del Atlántico.

ii
Ferro, G. (2017). Degenerados, Anormales y Delincuentes. Gestos entre ciencia, politica y
represetaciones en el caso argentino. (2 ed.). Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Marea.

iii
Taborda, H. (1917). Compendio de Medicina Legal. Tomo II. Buenos Aires: Círculo Médico
Argentino y Centro de Estudiantes de Medicina.
iv
Abrantes, L., & Maglia, E. (2010). Genealogía de la homosexualidad en la Argentina. VI
Jornadas de Sociología de la UNLP, 9 y 10 de diciembre de 2010. La Plata, Argentina: En
Memoria Académica.
v
Bazán, O. (2016). Historia de la Homosexualidad en la Argentina (4 ed.). Buenos Aires: Marea.

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