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REDACCIÓN
Magdalena Cámpora
Luis Ángel Della Giovanna
Raúl Lavalle
Editor responsable: Raúl Lavalle
Dirección de correspondencia:
Paraguay 1327 3º G [1057] Buenos Aires, Argentina
tel. 4811-6998
raullavalle@fibertel.com.ar
nº 34 – 2019
1
ÍNDICE
2
LA CABEZA DE LA ESFINGE
JONATHAN GEORGALIS
1
Ortega y Gasset, J., “En el desierto, un León más”, en El espectador VI, Madrid,
Espasa Calpe, 1966, p. 148.
3
De estas impresiones nos da cuenta Ortega y Gasset. Pero a este
autor le interesa fundamentalmente mostrar otro punto. La esfinge había
sido desenterrada. El león muestra su cuerpo y se erige, nuevamente, en
rey y soberano del desierto. La extraña esfinge, la enigmática esfinge,
nos formula nuevamente la integralidad del secreto.
Y, sin embargo, todo ello había ya pasado, y los rastros se pierden
en las inmensidades del pretérito... La esfinge, enterrada y desenterrada,
como en un sueño, aparece como con una reverberación extraordinaria.
Eso ya había sucedido ‒y con una semejanza sustancial asombrosa‒.
Pero, ¿cuándo? La esfinge, no debemos olvidarlo, vigila imponente el
desierto hace varios miles de años. Es la atenta vigía de los derroteros
humanos a través de la historia. Ella, sin duda, sabe algo que los
hombres ignoramos. ¿Qué cosa? Interroguemos algunas de las peripecias
por las que ella ha pasado. Por lo pronto, nos ceñiremos solamente a este
hecho tan simple como extraordinario: la esfinge, tal como hemos dicho,
ya fue rescatada del desierto otras tres veces:
1
Ortega y Gasset, Op. cit., p. 148.
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Existe diversidad, dado que se trata de ciclos distintos; y
semejanza, dado que la disposición espiritual de la época se desarrolla en
actos idénticos. En este caso, el acto es literalmente el mismo. El mismo
monumento enigmático es desenterrado. Y es así que los períodos de
interés por recuperar el pasado, para Ortega y Gasset, se ofrecen en
momentos de cosmopolitismo:
1
Ortega y Gasset, Op. cit., p. 149.
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La marea de los siglos toma, de este modo, consistencia. Existe
una bajamar y una pleamar, y José Ortega y Gasset nos ofrece la clave
numérica que rige el proceso: 16 o 17 siglos es lo que dura un ciclo
histórico.
Claramente, la precisión exacta en la duración de cada período no
es necesaria ni significativa. Existen, sin embargo, motivos profundos
que explican que los procesos se nos aparezcan en el marco de
determinados límites, que se nos ofrezcan dentro de determinado
intervalo cronológico. No se trata de que la sociedad sea algo así como
un organismo, dado que no lo es. La sociedad es, empero, orgánica y
presenta una complexión interior dada. Esa complexión interior, como la
externa, presenta también un dinamismo característico. En esta
dimensión debe rastrearse la posibilidad (o la imposibilidad) de
determinado desarrollo, dado que es la interioridad misma la que, desde
su vitalidad, domina el dinamismo. La complexión espiritual en su
dinamismo específico nos permitirá comprender las fases por las que
atraviesa el devenir histórico en cada uno de los períodos de su ciclo.
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La época de Thutmosis representa precisamente eso: la época de
máximo esplendor del poder egipcio, donde el faraón domina el Asia
próxima y se lanza en guerra con los hititas. Donde éstos, a su vez,
conviven con los aqueos, herederos de la antiquísima tradición minoica.
Época de intercambios comerciales, navegaciones, guerras, tratados de
paz y embajadas; todo ello sería muy pronto sacudido. Las fuerzas
renovadoras arrasarían las bases del mundo “tardo-antiguo”. Así, según
el historiador Arnold Toynbee,
1
Toynbee, A., La civilización helénica, Traducción de Alberto Luis Bixio, Buenos
Aires, Emecé, 1960, pp. 40-41.
2
“El reino nuevo se extinguió así entre desórdenes y usurpaciones y se entró en lo que
los historiadores conocen como el Tercer Período Intermedio, que comprende las
dinastías XXI a XXIV (c. 1085-715 a.C.), durante el cual Egipto perdió sus posesiones
asiáticas y africanas y el país se dividió de nuevo, volviendo a instaurarse dos núcleos
de poder” (Cordón, I. y Sola-Sogolés, El antiguo Egipto: Los primeros imperios de la
historia, Madrid, Salvat, 2018, p. 98).
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En el plano lingüístico se produce la constitución de los dialectos,
partiendo desde el griego común del período micénico. Cuando se inicie
el nuevo ciclo el alfabeto no será minoico, sino fenicio; cuando termine
dominará un nuevo griego “común” en el orbe oriental de nuestro mundo
antiguo.
Aquí vemos cómo parece existir, de hecho, mucho más que una
sola Edad Media. Esto es algo que se conocía ya desde Berdiaev, a
comienzos del siglo XX, junto a la sospecha de que nuestra época
ingresaba en una nueva. Por nuestra parte, no haremos más que verificar
ciertas correspondencias históricas y no nos proponemos ser
exhaustivos, mucho menos en tema tan complejo y vasto. La Edad
Media del ciclo histórico que culmina con el proceso narrado por
Toynbee comienza a mediados del siglo XII antes de Cristo y dura
alrededor de 5 siglos. Cerca del 700 antes de Cristo ingresamos ya en lo
que los historiadores han denominado como período arcaico de la
antigua Grecia. Aquí principia la civilización helénica estudiada por
Toynbee, y que tendría su centro de gravitación en el culto del hombre y
la ciudad-Estado. Esta civilización helénica se extiende hasta la caída del
período romano, es decir, hasta el 476 de nuestra era. Si esto es así, se
nos muestra con claridad cómo la Edad Media helénica dura
aproximadamente entre 400 o 500 años, y cómo el período de desarrollo
histórico de la nueva civilización dura poco más de 1000. El apogeo de
la civilización se produce unos pocos siglos antes de su ruina, en el
período de los emperadores adopcionistas.
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Lo que es sorprendente es que las fechas tentativas de Ortega
concuerden, de hecho, de forma adecuada: los 16 o 17 siglos que median
entre el redescubrimiento del cuerpo entero de la esfinge se
corresponden con los de la destrucción de las civilizaciones micénicas y
helenístico-romanas, la irrupción de un enorme flujo y reflujo de
hombres y pueblos, y la reconfiguración del mapa histórico que
dominaba el período.
Ortega y Gasset sospecha que es capaz de anticipar cuándo la
esfinge volverá a ser descubierta. Ello es una inducción arriesgada, dado
que nos dice también que los límites del mundo se han acabado. El
cosmopolitismo del siglo XX no tiene ya más fronteras. La organización
de un mapa completo del planeta ha culminado. Y la integración es hoy
en día plena. El conocimiento del pasado es hoy, del mismo modo, más
vasto; esa es la diferencia. Por otro lado, existen claras semejanzas. La
ampliación del orbe cultural es una de ellas. El ciclo histórico que hoy
vivimos ha terminado por integrar la totalidad del mundo. Ello, por lo
demás, parece ofrecernos una faz algo más lúgubre. Y es que la
consecuencia natural es que la Edad Media que se avecina no ha de ser,
pues, localizada, sino global, y no podría más que abarcar al mundo
completo.
En este punto se nos impone avanzar con cuidado. Las
inducciones históricas son, en realidad, extrapolaciones. La
extrapolación requiere un punto firme de apoyo en el presente para
ensayar sus predicciones. Entonces, y solamente entonces, será
indicativa y nos ofrecerá un algo de seguridad en relación a aquello que
podemos esperar. Comprobemos, pues, las semejanzas y las diferencias.
Existen, por lo demás, síntomas claros que pueden ser considerados. Si
las fechas de Ortega y Gasset fueran exactas, nuestra época viviría el
equivalente del siglo IV después de nuestra era. Y bien, allí el mundo
romano se desangra y agoniza de una manera inexorable y portentosa.
El mismo Ortega afirma que los síntomas espirituales son los que
preludian las grandes transformaciones. El espíritu se estremece y se
anticipa. Sus convulsiones más tenues, según parece, se adelantan a
cataclismos materiales más tangibles. No profundizaremos todo lo que
podríamos en cuestiones tan sugestivas. Lo que interesa es evaluar, pues,
la complexión espiritual de nuestro tiempo. Evaluemos, tomemos el
pulso a nuestra época y, como un buen clínico, también auscultemos.
Evaluemos su vitalidad, sus afanes, la fe desde la cual vive. Entonces,
cuando la tarea esté cumplida, con la regla de los 16 o 17 siglos,
conduzcamos nuestra mirada al pasado. El mundo romano, con la
espiritualidad antigua, se retira. El pulso histórico se apaga en el día
histórico que agoniza. De acuerdo con el historiador Carl Grimberg,
9
Símbolo de esta época son las últimas frases pronunciadas
por el oráculo profético de Apolo, en Delfos. He aquí la
respuesta que recibió el médico particular y amigo de
Juliano, cuando por orden del emperador consultó al oráculo.
Ve y di a tu amo:
“el célebre templo es un montón de ruinas,
Es todo lo que queda de la mansión de Apolo:
El laurel profético ha desaparecido,
La fuente de la profecía se calla,
Desde que el agua rumorosa se ha agotado.”1
JONATHAN GEORGALIS
1
Grimberg, C., Historia universal: las invasiones bárbaras, Sociedad Comercial y
Editorial Santiago Ltda., Chile, 1995, p. 51.
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MARCHA ATRÁS
WASHINGTON BADO
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Varias personas que pasaban distraídamente corrieron hacia el
vehículo detenido e intentaron ayudar al señor, pero comprobaron que
estaba muerto. El joven también se bajó apresuradamente de su
automóvil, dejándolo con el motor encendido. Se formó un verdadero
tumulto de gente que acudía al lugar. Llegó la policía y, aunque ya era
tarde, se pidió una ambulancia.
WASHINGTON BADO
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VIAJE A MONTEVIDEO: ¡QUÉ BARATO!
RADULFUS
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Acertamos a pasar en efecto por El Artesano, Arenales 891. Se
trata de un studio artístico de diversas actividades del ramo
(restauraciones, dorados, marcos, entre otras). Llamó mi atención la
imagen que muestro arriba, caro lector. Es una foto sumamente antigua,
basada en un grabado, que me transportó a la plaza de la catedral y a la
romántica sencillez de antes. Entramos y nos atendió el Sr. Guillermo
Schachtl, su dueño. Nos pasamos allí cerca de una hora hablando del
Montevideo de entonces, nos mostró otras fotos de la misma colección…
y un testimonio directo de la unidad espiritual, a pesar de que algunos no
lo comprendan, entre las dos ciudades del Plata. Me refiero a un cuadro
que rinde tributo a Figari, obra de Octavio Rojo, pintor argentino que
expone en diversas partes del mundo. Si bien no soy entendido, creo que
la influencia del gran artista oriental es innegable. Sus óleos y pasteles
costumbristas recrean aquel pasado que nos une a los americanos.
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Mi emoción era quizá demasiado para mis tardíos años: uno
nunca sabe cuándo puede fallar el cuore. La cuestión es que seguimos
caminando hasta el Club Francés, donde se alojaba mi amigo. ¿Y dónde
queda este aristocrático club, que ahora es hotel? Pues, por raro capricho
del destino, en la calle Montevideo. Llegamos y nos sentamos a tomar
un té, para saborear las delicias de nuestro encuentro y hacer una suerte
de repaso a la nostalgia. Para ello me valí, entre otras cosas, del poema
“A Montevideo”, de otro amigo oriental. Me refiero al poeta Gerardo
Molina, muchas veces premiado.
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y exornada la frente de mirtos y laureles.
¡Quién pudiera, una noche, llevarte a las estrellas
y robarte a la simple adoración del mar!
En mi teléfono tengo, además del texto, una aclaración del propio
Gerardo sobre la “corona de olivo” de la ciudad. “Luego de la
reconquista de Buenos Aires (12 de agosto de 1806), triunfo logrado
merced al auxilio de los montevideanos, el rey Carlos IV expide un
Despacho de Gracias y Títulos a favor de Montevideo. Entre ellos, le
otorga el de ‘Muy Fiel y Reconquistadora’ y la facultad para que a su
escudo de armas pudiera agregar banderas inglesas abatidas con una
corona de olivo sobre el cerro, atravesada con otra de las Reales Armas,
Palma y Espada.”
En fin, mis palabras sobran. Me permito nada más una reflexión
ramplona. Una visita a Montevideo me costaría algunos táleros, entre el
barco o el ómnibus, el hotel y la comida. Pero me considero
ampliamente bendecido por la diosa Fortuna, pues gracias a mis dos
amigos ese paseo montevideano me salió baratísimo: solo una caminata
cerca de mi dulce hogar.
RADULFUS
“Dos postales de La Cumparsita que editó AGADU. Una de las primeras partituras del
célebre tango y la otra, una composición de fotos: el Café La Giralda, donde fue
estrenada La Cumparsita el 19 de abril de 1917, y el Palacio Salvo que se construyó,
años después, en el mismo lugar e inaugurado el 12 de octubre de 1928.”
[Ambas postales y el texto, de Gerardo Molina.]
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LA NOSTALGIA COMO FENOMENOLOGÍA
DE LA APORÍA DIALÉCTICA
FELIPE HENDRIKSEN
17
¿Qué conclusión debemos sacar? Como hombres racionales que
somos los postmodernos, debe imperar en nuestros razonamientos la
lógica y, en menor medida, el desencanto. Y, a mi entender, la única
razón por la cual todas las generaciones desde el origen de la Humanidad
envidian a las que las preceden es, no la mundana nostalgia, sino la más
sincera y acertada comprensión de que, realmente, el mundo se desgasta
y corrompe día tras día.
¿Habrán podido equivocarse las mentes más ilustres de la Tierra
una y otra y otra vez? ¿Habrán podido exagerar constantemente las más
remotas y aisladas sociedades del planeta? ¿Habrán podido coincidir los
aborígenes indochinos con los aristócratas rusos y la clase media
argentina por pura casualidad? ¿Qué se esconde detrás del anhelo eterno
del hombre por vivir los tiempos que no fueron suyos sino de sus padres,
sus abuelos, de Adán y de Eva? En mi más humilde opinión, y siguiendo
las doctrinas de Duns Scoto y Guillermo de Ockham, la respuesta a todo
es siempre la más simple que ocurrir se nos pueda. Sencillamente, todo
lo que ocurrió antes del nacimiento de uno, por regla general, fue mejor.
Ningún presente vale tanto como cualquier pasado, ni siquiera el primer
y más antiguo presente de todos: el de la Creación. Incluso antes de Dios
hubo un tiempo más propicio para el hombre: el de la Nada más
absoluta, cuando Él no soñaba siquiera con existir, cuando el universo no
era más que el proyecto distante de una oscuridad inquieta y visionaria.
Habrá quien diga, iluso, que lo que se oculta tras la nostalgia es el
humano deseo de ser joven eternamente. Habrá quien diga, cómo no, que
el vivir debería acontecer como en la Edad de Plata descrita por
Ascraeus: cien años de ignorante infancia y una vejez y muerte
instantáneas. Pero ningún hombre quiere realmente volver al pasado.
¿Olvidaron estos trasnochados los lentos días en el colegio; las oscuras
noches, solos, en sus cuartos; la sádica crueldad de los demás niños; las
aburridas tardes de verano, sin nada bueno en la televisión?
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Ciertamente olvidaron estos amantes del ayer las insoportables
ganas que teníamos de crecer cuando éramos más inocentes. Nadie en
todo el planeta quiere realmente volver el tiempo atrás; las agujas del
reloj se mueven lo suficientemente lento como para hacer del correr de
los años algo valioso. Tantas cosas vividas llegan a importarles bastante
a los seres humanos, aunque mucha gente no lo entienda.
Lo que los ingleses tuvieron a bien llamar rosy retrospection es al
mismo tiempo una falacia y un acto violento contra la mujer1. Repudio
este término y repudio también a los escritores, críticos, pensadores,
intelectuales, psicólogos, psiquiatras, psicoanalistas, psicóticos,
psicópatas y demás licenciados y doctores que creen, sostienen, afirman
y reafirman que la gente, en general, ve con mejores ojos el pasado
simplemente porque lo conoce mejor.
Estos sapientes de bohemia dicen lo siguiente: ningún hombre
conoce el presente como conoce el pasado; para amar algo, primero, se
lo debe conocer (bien); el hombre necesita amar algo (aunque sea una
época). Ya expuse los crasos errores lógicos de este razonamiento en
otra parte2, pero creo que cualquiera puede darse cuenta de que es por
demás ingenuo creer que un hombre racional y razonable no puede
conocer el mundo que lo rodea tanto como el “mundo” que le pintan en
los libros de Historia, aquella amarga seudociencia. ¡Ciertamente no es
gracias a los Evangelios que moriría por vivir en los tiempos de
Barrabás! Si confío en que el Pasado es perfecto en comparación con el
triste Presente, es más por una intuición cuasi profética que por el arduo
estudio de los supuestos hechos históricos. Porque, seamos sinceros,
¿quién sobre la faz de la Tierra puede asegurarnos que César cruzó el
Rubicón y no, say, el Ródano, el Volga, el Ebro?
En alguno de sus tantos ensayos, Borges fantasea con un
laberinto anterior al tiempo, en el cual todos los hombres que han de
nacer buscan maquinalmente la salida; esto es: la entrada a la vida. La
lograda alegoría, que tomó prestada de un olvidado clérigo bávaro,
explicaría por qué el mundo empeora a medida que pasa el tiempo: las
almas que todavía deben llegar son cada vez más y más incompetentes.
Las más ilustres, claro, encontraron su camino hace mucho tiempo. Si
bien ingenioso, poco nos ayuda para conocer la verdad esta pequeña y
curiosa imagen. Nada, de hecho, puede ayudarnos. Aunque la vana y
joven psicología pretenda tener, una vez más, la respuesta que todos
ansiamos encontrar, no me convence lo que tengan para decir las
distintas escuelas del sofismo moderno.
1
Porque relaciona el rosado con el candor, la inocencia, la sensiblería, la exageración,
la ignorancia (características típicamente femeninas, por supuesto).
2
En mi ensayo Las nieves del tiempo, que forma parte de mis Cuadernos de clase,
editados, impresos y distribuidos privadamente.
19
Por el contrario, y sin reparo alguno, más que citar a gente más
sabia que yo, voy a afirmar lo que tengo por cierto; algo tan evidente que
muchas veces lo hemos pasado por alto. Tanto da que vean detrás de mi
opinión la mano inconfundible de Mainländer o el puño certero del
Venerable Pío XII. Creo, en fin, que a medida que nos alejamos del
origen del universo vamos empeorando.
20
Seguiría exponiendo mis ensoñaciones infantiles, pero: ¿para
qué? Ni la filosofía más sublime, más compleja y más estética de la
historia de la humanidad1 deja de ser una mera fantasía, un castillo de
aire flotando sobre las aguas de la Incertidumbre. Siempre preferí
entender lo que pasa en el mundo, no así conocer el porqué de las cosas.
Es un capricho demasiado humano el tratar de comprender lo que nos
está vedado por naturaleza; claro que, si debiéramos saberlo todo,
estaríamos preparados para ello desde el nacimiento. El aciago demiurgo
que loó Cioran fue por demás generoso, pues nos dio el mayor regalo
que podríamos haber recibido como especie: un límite infranqueable.
FELIPE HENDRIKSEN
1
Podría creerse que hablo de Hegel, pero de hecho me refiero al natural de Königsberg.
2
O, dicho más elegantemente, las hipálages.
21
LIBROS Y OTRAS COSAS
22
Otra sorprendente muestra de Ricardo Celma en Colección Alvear
Siempre aclaro que no soy entendido sino que simplemente
disfruto del arte. Cuando escribo sobre esta materia, lo hago para pasar
doblemente un buen rato: el de la escritura y el del recuerdo de las obras
que he visto. En el caso de Ricardo Celma (nació en 1975), hay una
apropiada semblanza biográfica escrita Por Ignacio Gutiérrez Zaldívar
en el sitio de la galería de arte Zurbarán, a la cual me remito
(https://www.zurbaran.com.ar/ricardo-celma-biografia-obras/). En la
Colección Alvear de Zurbarán tuve el placer de visitar, en 2018 y 2019,
sendas muestras. Nada puedo añadir a lo que dicen los conocedores. En
todo caso, me permito sorprenderme por descubrir en Celma a un pintor
excepcional. Cultiva con gran maestría el óleo y sus cuadros son
originalísimos, porque en un arte figurativo parten de la tradición y
conmueven al hombre de hoy. En ellos conviven la antigüedad clásica, el
renacimiento, temas folklóricos, temas religiosos y místicos (estos
últimos, tratados con la mentada originalidad… pero también con
respeto), paisajes, la belleza del cuerpo. Agradezco a la Colección
Alvear el que me permita reproducir aquí uno de los que vi el 13 de
mayo de 2019; me refiero a esta personalísima y no menos bella visión
de “Mamá Antula”, la santiagueña María Antonia de la Paz y Figueroa
(1730-1799), proclamada beata en 2016. [R.L.]
23
Cecilia Revol Núñez y su Salta
Poesía bancaria
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Las inscripciones murales son a veces sorprendentes. La que vi
hace poco (trato de reproducirla en modo más gramatical) es esta de un
reclamo por suba de sueldos, poesía esencial:
Bancarios:
suben precios,
suben salarios.
Los empleados del gremio advierten que, si los precios de las
cosas trepan, la patronal tendrá la obligación de compensar tal pérdida
con suba de remuneraciones. ¿La calidad literaria del epigrama?
Altísima, pues lo bueno, si breve… por otro lado hay música, ayudada
por rima. Y no debemos olvidar que salario viene de sal, y que la sal es
famosa en varias canciones populares: “sapore di sale, / sapore di mare.”
Saúl González
25
¿Cuántas y cuáles fueron las Manon?
Para muchos, la primera respuesta al título será la de las galletitas
de Terrabusi.
26
Pero la Manón para mí más importante es francesa… y hoy no la
conoce casi nadie. Otra vez acudo a la comodidad interrecial: “Manon
Lescaut es una novela del Abate Prévost, que originalmente se llamó
Historia del caballero Des Grieux y de Manon Lescaut, y formaba parte
de las Memorias y Aventuras de un hombre de calidad retirado del
mundo (7 volúmenes, 1728 - 1731).” Yo la leí hace tiempo pero en otra
época era más conocida. Por eso varias mujeres del tango se llamaban
así. Por ejemplo en Griseta, que tiene música de Enrique Delfino y letra
de José González Castillo: “Y en el loco divagar del cabaret, / al arrullo
de algún tango compadrón, / alentaba una ilusión: / soñaba con Des
Grieux, / quería ser Manon.” Y hay un tango Escúchame, Manon, con
música de Francisco Pracánico y letra de Roberto Chanel y Claudio
Frollo. Aves, muchachas y galletitas: una tríada muy de mi agrado.
Radulfus
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