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ÉTICA, VALORES Y CREENCIAS


Celina del Rosario Peinado Beltrán
PROFESORADO, CONOCIMIENTO Y ENSEÑANZA CONSERVADORA
Valores profesionales en la educación superior
[Rodrigo López Zavala]

CAPÍTULO 1. VALORES EN EDUCACIÓN. HACIA UNA ÉTICA DE LA PROFESIÓN


ACADÉMICA.

En la actualidad, existe un cambio social a nivel global que ha venido a permear el ámbito
educativo, ejemplo de ello es el cambio en la sociedad del conocimiento. Por otra parte, el
panorama que se nos plantea en el texto es el de una crisis de valores profesionales. Hecho que
vuelve necesaria la incorporación de valores profesionales en el profesorado. Al respecto, sobre
estos últimos se espera que desarrollen un compromiso ético en su enseñanza, escapando así del
ejercicio de la docencia estandarizada.

Otra de las ideas presentadas en el texto es que en cuanto a la enseñanza y el aprendizaje, su


forma más conservadora sigue estando presente en el contexto educativo, constituyendo así uno
de los principales desafíos para el profesorado. Lo anterior nos invita, de acuerdo con el autor, a
realizar una revisión crítica del ethos del profesorado bajo la ética profesional (ethos: principios
y actitudes del profesorado durante su labor docente).

En cuanto a educación superior, el trabajo del docente está relacionado con políticas públicas, la
velocidad de actualización disciplinaria, modas de enseñanza alternativa y sus inercias de la vida
cotidiana. Existiendo una tendencia a la marginación del discurso innovador.

Por último, otro de los tópicos centrales en este texto son los valores como construcción social
y/o una mediación cultural en la que tiene lugar actitudes, preferencias y la convicción del
profesorado, los valores como expresiones humanas dentro de sus relaciones sociales y los
intereses del individuo con la colectividad.

Los valores: una construcción social

Se plantea que la realidad social del profesorado y la institución educativa de la que forma parte
es conformada por los valores que lleva a cabo en su labor docente. Pero esto no desde un
discurso hegemónico, sino más bien obedeciendo a su propia identidad, sus actitudes y
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preferencias. Apareciendo así lo que se le conoce como una estructura de valores (estructura de
valores: aquellos valores que el profesorado lleva a cabo en sus vidas cotidianas y en su
relación educativa).

Diversos autores han hecho aportes al respecto

Agnes Heller (1972:27) señala que la producción de valores surge en esferas heterogéneas, ante
la presencia de intereses y convicciones diversas y es por ello que pueden tener un desarrollo
desigual. Esto último dependerá de la fuerza racional o sentimental con la que fueron construidos
y a la autoridad moral, política o educativa de quien propone la cultura valoral. Así, los valores
pueden ser considerados como expresiones culturales. Inclusive, agrega que en su creación puede
llegar a existir una colisión de intereses, concepciones, actitudes e identidades de los sujetos
escolares.

Max Scheler (citado en Frondizi, 1995: 116-127) menciona que las acciones tienen valor por su
significado intrínseco en la esfera social, teniendo poca relevancia la relación social. Sin
embargo, Durkheim (1989: 76) indica que para que un acto tenga el estatuto de acto moral no
debe estar presente una autoridad excesiva, para que de esta manera el actuar del individuo sea
inédito.

Por su parte, Geneyro (1991) afirma que no podemos comparar a los valores con una especie de
decretos irrevocables que perduran en el tiempo, en su lugar, sería más acertado percibirlos como
construcciones sociales y/o manifestaciones culturales, cuyo carácter no es individual, sino más
bien social. Y es en este aspecto social en el que hace hincapié cuando agrega que surgen a
través de la interacción de discursos universales, fines institucionales y la configuración valoral
de los sujetos, traducido en sus prácticas cotidianas.

A su vez, Geneyro (1991: 146) introduce la el concepto de eticidad para describir a las
condiciones sociales deseables para que surja la convivencia y el desarrollo humano. Que cumple
con los códigos mínimos necesarios de los que habla Adela Cortina (2001) como son: el respeto
al individuo y el crecimiento moral de la comunidad. De manera que estarían en relación la
subjetividad del yo y los intereses externos de la comunidad.
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Barton Perry (citado en Frondizi, 1995: 65) sostiene una postura en cuanto al origen de los
valores, señala que la subjetividad es la que determina lo valioso. En ese entendido, el individuo
cobra un papel central, al ser el que a través de su juicio sobre la realidad da valor a las
manifestaciones de la vida y las cosas. Aunque esto suponga el riesgo a la pérdida del sentido de
comunidad.

Otro autor es Bertrand Rusell (1951: 158) este plantea que la construcción de valores obedece a
tres elementos: el deseo, las emociones y las aspiraciones humanas. Añade que cada uno posee
un marco axiológico que está constituido por sus costumbres y gustos personales, los cuales se
diferenciarán de los otros. A su vez, introduce el término de actitud valoral para describir a la
libre expresión de las emociones, recordándonos que detrás de lo que se considera bueno o malo
se encuentra siempre el deseo. A la postura adoptada por Rusell se le denomina objetivismo.

Una vez dicho esto se puede lanzar la pregunta de ¿cuál es el origen de los valores? Para
responder a esta interrogante se habla de un doble origen: una parte objetiva, desde donde las
cosas y los objetos poseen su propio valor (aunque para que esto sea posible tengan que
ignorarse las preferencias y expectativas personales) y otra parte subjetiva, donde la estructura
axiológica del sujeto está en juego (pudiendo desencadenar consecuencias perversas, por ejemplo
tomar decisiones que afecten a otros).

Dewey (1995) plantea que para el establecimiento de lo ético y los valores en sujetos escolares
hace falta una condición de democracia, misma que Geneyro (1991: 146) define como un
“autoencargo personal y público”, en el que se da muestra de una “integración intelectual y
moral”. En el que cada individuo se posiciona en una actitud de responsabilidad.

Construyendo una ética de la profesión académica

En este apartado se menciona que para que exista la ética debe haber un balance entre los
intereses individuales (como las aspiraciones personales de los estudiantes) y el cuerpo social (o
propósito de formación de la institución educativa). Con relación a lo anterior, algunos autores
como Kolakowski (citado en Geneyro, 1991) afirmaban que para ser considerado como un valor
debe ser considerado como valioso para la evolución de la humanidad de acuerdo a sus
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resultados a nivel colectivo. Bajo esta lógica, para que un valor perdure debe estar presente la
eticidad y no la coerción.

Desde dicho panorama la educación tiene un mayor alcance que si solo se tratara de la
transmisión de saberes que son considerados valiosos, es vista como una acción comunicativa
entre el profesorado y los estudiantes en el que cobran importancia los valores practicados en la
relación educativa y no solo los contenidos.

Siguiendo esta misma tesis, Adela Cortina (1997) habla de una democracia radical, en la que
todos indagan, deliberan, critican y reconstruyen conceptos (democracia radical: también se le
denomina democracia dialógica). Permitiendo que se desarrollen las subjetividades de los
individuos de forma paralela con el fortalecimiento del grupo como cuerpo social. Esta
democracia implica reconocer las diferencias cognoscitivas y culturales y no ir en búsqueda de
un igualitarismo como podría llegarse a creer. De forma que existe una relación dialéctica entre
los valores éticos y los valores académicos de la enseñanza.

Por su parte, Yurén (2005) plantea que cuando existe una condición de democracia el sistema
disposicional de las personas se transforme debido al cambio conceptual y actitudinal que se
fomenta (sistema disposicional: pensamientos, habilidades y formas de ser de los sujetos).
Acercándonos a una Pedagogía comunicativa, es decir, aquella que hace más humana la vida de
hombres y mujeres.

Otro aporte señalado en el texto es el que realiza Habermas (1988: 37-38) quien habla sobre la
relación que existe entre el aprendizaje y la fundamentación, así como la argumentación.
Destacando la importancia de saber aprender de nuestros desaciertos.

Lefebvre (1980) indica que la sociedad está atrapada por la técnica y el eficientismo
(racionalidad instrumental) y en ese entendido, el sistema educativo no está exento. Lo que se
traduce en cuestiones como la memorización de datos académicos y que eso sea causa de una
promoción escolar, además de tener muy poca presencia la democracia deliberativa en la
construcción del conocimiento. Ante esto es que es importante reflexionar sobre la ética
profesional, más que como una serie de códigos de buen comportamiento, como la herramienta
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que dignifica al profesorado y a los estudiantes, cada uno con sus propias expectativas
académicas y profesionales.

Así, para el profesorado hay tres caminos: el primero es atender a la tecnocracia o racionalidad
instrumental de la que nos habla Lefebvre, en la que el docente se dedicaría a instruir
conocimientos actualizados, evaluar los efectos de su trabajo y sería recompensado por los
poderes instituidos. Dejando de lado así la ética de la profesión y ejerciendo una pedagogía
individualista y hasta egoísta.

El segundo camino sería dejarse arrastrar por el nihilismo ante el desencanto de la vida cotidiana
de la docencia y como consecuencia ocasionaría un debilitamiento del ethos y una pérdida del
sentido. Ya que, recordemos que la fuerza del ethos proviene de tener un proyecto social
establecido que vaya más allá de las aulas y se busque alcanzar.

Por último, el tercer camino recibe el nombre de pedagogía de la esperanza que consiste en
resistirse a los dos anteriores y viene marcado por un fuerte compromiso del ethos por contribuir
a ciertos fines sociales que posibiliten vivir juntos en paz, con dignidad y autorrealizados.

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