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El carretón del diablo

El Carretón del Diablo (Venezuela)

Esta leyenda es tan típica de los pueblos tuyeros como de otras zonas venezolanas, donde
muchas personas dicen escuchar el estruendoso ruido del pisar de los caballos, junto a las
ruedas de la carreta. Por ello jóvenes y adultos se mantienen de noche entre sus casas, para
evitar ser víctimas del llamado "carretón del Diablo".Es una vieja carreta, arrastrada por caballos
y qué se escuchaba en la antigua Caracas que no tenía luz eléctrica. Muchos trasnochadores
la vieron, algunos murieron, otros se volvieron locos.

En el siglo XVIII, en la oscura ciudad que fue Caracas, la que supo del alumbrado de los faroles
que por su escaso número dejaban en la penumbra a la mayoría de las calles de entonces,
exigiendo por ello a los vecinos que colocaran sus lamparillas en las puertas o ventanas de su
residencia. Al anochecer se les urgía cumplir con esta obligación y se encendían las pequeñas
lámparas en los frentes de todas las viviendas, entre las cuales sobresalían por sus barrocos
trazos las que se conocían con los nombres de las familias nobles que, para habitarlas

Hasta alrededor de las nueve de la noche duraba la precaria iluminación, que era de aceite de
coco. Parpadeaban las lamparillas y los faroles a medida que se consumían las últimas gotas
del combustible, hasta que finalmente la oscuridad se entronizaba en aquel mundo de sombras,
Hacía la madrugada de ciertos días, especialmente los viernes, la gente asustadiza estaba
pendiente del más pequeño indicio que pudiera ser considerado precursor de la aparición del
carretón, que según se decía, acostumbraba a anunciarse primero por las calles del centro y
con un ruido suave que iba poco a poco aumentando, hasta llegar a formar un espantoso
estrépito, como si muchas bestias golpearan con sus cascos, en una carrera desenfrenada, el
empedrado de las calles produciendo aquel ruido ensordecedor, que a todos aterraba.
Ciertamente, se trataba del carretón, de aquella inmensa carreta, sin caballos ni ocupante, que,
dando saltos de un lado para otro, emprendía sus correrías que se prolongaban durante horas,

El carretón fantasma recorría toda la ciudad de entonces, desafortunado sería el transeúnte


trasnochador, o que por alguna circunstancia tuviera que trajinar por las calles exponiéndose a
la terrible visión, porque caería fulminado por el rayo que desprendían las ruedas del carretón
al chocar contra las piedras, y si acaso sobrevivía, habría de quedar ciego para el resto de su
vida. No volvería a ver el carretón, pero en cambio lo recordaría horrorizado, describiéndolo
como un arcón, que en vertiginosa carrera atravesaba la calle por entre las chispas de fuego
que las ruedas despedían al tocar el pavimento, sin que en la parte delantera ni en los costados
se viese bestia alguna que lo condujese; sólo un bulto rojo que también lanzaba fuego por los
ojos y la boca y que al compás de un canto diabólico iba dando saltos.
El Silbón

n los llanos de Colombia y principalmente de Venezuela, existe la leyenda de un


espectro maldito que, tras matar a su padre, deambula por la llanura desde tiempos
muy antiguos. Su espantoso silbido es sinónimo de muerte y desgracia, por eso le
llaman “El Silbón”.

Muchos son los habitantes de los llanos que cuentan haberlo visto sobre todo en verano,
época en que la sabana venezolana arde bajo el rigor de la sequía y El Silbón se sienta en los
troncos de los árboles y recoge polvo en sus manos. Pero es principalmente en los tiempos
de humedad y lluvia cuando el espectro vaga hambriento de muerte y ávido por castigar a
borrachos y mujeriegos y a una que otra víctima inocente. Y es que cuentan que a los
borrachos les succiona el ombligo para beberse el aguardiente que ellos ingirieron cuando se
los encuentra solos por el llano, y que a los mujeriegos los despedaza y les quita los huesos
y los mete al saco donde guarda los restos de su padre.
Algunas versiones dicen que es como un alargado gigante de unos seis metros, que camina
moviéndose entre las copas de los árboles mientras emite su escalofriante silbido y hace
crujir, dentro de su viejo y harapiento saco, los pálidos huesos de su infortunado padre; o,
según afirman algunos, de sus múltiples víctimas. Otras versiones dicen que, sobre todo a los
borrachos, se les presenta como la sombra de un hombre alto, flaco y con sombrero.
Existe la creencia de que sus silbidos se suceden unos a otros en ciclos de do, re, mi, fa, sol,
la, sí y que se escuchan cercanos cuando no hay peligro y lejanos cuando sí lo hay pues
cuanto más lejanos suenan más cerca está. Unos piensan que escuchar su silbido es un
presagio de la propia muerte, que puede oírsele en cualquier sitio y hora y que si lo oyes lejos
entonces no te queda más salvación que el ladrido de un perro; o, para otros más optimistas,
también el ají (un fruto rojo y muy picante que se emplea como condimento) y el látigo.
Cuentan que, en ciertas noches, El Silbón puede aparecerse cerca de una casa, dejando en el
suelo el saco y poniéndose a contar los huesos uno a uno. Si una o más personas lo escuchan,
no pasará nada; si nadie lo escucha, al amanecer un miembro de la familia nunca despertará.
En los llanos orientales de Colombia, donde le llaman “El Silbador”, creen que es el alma
errante de un mujeriego parrandero que murió en soledad, la gente afirma que él busca la
compañía de alguien que a esas horas de la noche ose cabalgar. Pero aquella versión amable
es una excepción pues, también en Colombia, otros dicen que El Silbador persigue a las
embarazadas, que su silbido penetra los oídos e infunde frío y que, si alguien lo escucha en
tono agudo, pronostica la muerte de una mujer, mientras que si suena grave pronostica la de
un hombre. En cualquier caso, esa mujer u hombres es generalmente alguien conocido por
parte de quien ha escuchado el silbido.

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