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Suecia después del modelo sueco. Del Estado benefactor al Estado posibilitador.

Mauricio Rojas.
Fundación Cadal, Buenos Aires, 2005.

Posibilitador no es lo mismo que Benefactor.


El Posibilitador conjunta solidaridad, justicia social, libertad individual y
creatividad capitalista. El punto clave es la libertad de elección que otorga al
ciudadano.

El Estado de Bienestar sueco se arrogaba el monopolio de los servicios que


aseguran el bienestar a través de una serie de instituciones.
Se desarrolla a partir de la década de 1930, sobre todo con la llegada de la
socialdemocracia al poder en 1932.
(Gobernó “casi sin interrupción” desde 1932 a 1976, entre 1982 y 1991, y desde
1994 hasta 2005. Por fuera del libro de Rojas, volvió a perder el poder entre 2006 y
2014.)
Lo que favorece ese desarrollo es la pre-existencia de una industria de punta que ha
crecido al amparo de un esquema fuertemente capitalista. El Estado, entonces,
formula una división taxativa: la empresa privada se hará cargo de la producción
industrial y de los negocios financieros, mientras que el Estado se queda con la
prestación de servicios para aquellas áreas vinculadas directamente con el
bienestar (educación, salud, vivienda).
Con el correr del tiempo, habrá un planteo maximalista de esta cuestión, que
apuntará a una homogeneización social, a partir de un Estado que “define” los
parámetros de vida del ciudadano.
Esto trajo como consecuencia una mayor planificación de la economía y una
disminución de la economía de mercado. La sociedad, en consecuencia, comenzó a
girar desde una economía industrial hacia una economía de servicios.
Todo ello fue posible en base a un importantísimo aumento de los impuestos (se
habla de una duplicación literal de la carga tributaria promedio entre 1960 y 1989,
del 28 al 56 por ciento del ingreso nacional).
De hecho, a comienzos del nuevo siglo, el Estado se quedaba con al menos un 60
por ciento del ingreso de un trabajador, lo que complica a los salarios más bajos ya
que la escala impositiva es muy chata (los que más ganan, aportaban un 70 por
ciento), de modo que se dio la paradoja de que el Estado sueco fuese criticado por
la regresividad de su esquema impositivo.
Obviamente, semejante esquema es posible siempre y cuando la parte activa de la
sociedad (los aportantes) sea mucho mayor que el segmento pasivo (los que ya no
aportan). La inestabilidad de esa relación genera importantes desequilibrios
fiscales, que ya no pueden seguir siendo financiados por un aumento de los
impuestos.

El Estado benefactor maximalista entró en crisis en la década del 90, en medio de


una “aguda caída del empleo” y un desorbitado aumento del gasto público.
Hubo entonces un ajuste que incluyó recorte de servicios y de personal.
El pensamiento empresarial empezó a colonizar la administración pública.
El Estado empezó a licitar servicios que antes proveía directamente.
“Impacto psicológico”: trauma social en país acostumbrado a “una estabilidad sin
precedentes”. Desconfianza en el Estado: no estaba preparado para brindarle
contención a un número importante de ciudadanos; ante la primera crisis de
relevancia, se declaró impotente.
En paralelo, el sueco expresaba en diferentes encuestas desde fines de los 80 “un
amplio cansancio ciudadano con la falta de poder y libertad de elección
característica de la organización del Estado benefactor”.
Otro punto clave de la crisis: la descripción de una importante fractura en el
“armónico” tejido social sueco. “En diciembre de 2004 se presentó un amplio
estudio de la exclusión social y étnica en Suecia que reportó para 2002 la existencia
de más de 130 barrios caracterizados por una profunda marginalización respecto
del trabajo, la educación y la participación electoral”.
Por cierto, todo ello ocurre en un contexto internacional marcado por el
“renacimiento” del pensamiento liberal y la “crisis del socialismo estatista”.

Reformas.
Saneamiento de cuentas fiscales por reducción de gasto público. (70% en 1993,
54% en 2001)
Reducción de la deuda pública y de la carga tributaria. (50% en 2202-2004)
Recortes en los beneficios sociales y reducción de personal público.
Recuperación económica.
Licitaciones, privatizaciones, aumento de la competencia (economía de mercado).
Reformulación de los cuatro pilares de los servicios de bienestar: demanda, oferta,
financiación, regulación/control.
Demanda: empoderamiento del ciudadano a través de la libertad de elección: el
“cheque educativo”, implantado en 1992, significa que la escuela pública ya no es
“obligatoria” y que ésta tiene que repensarse para conservar a sus alumnos. El
sistema empieza a verse como el paradigma a seguir para otros muchos servicios.
Parte de los aportes jubilatorios, por ejemplo, son manejados financieramente por
el interesado, que los invierte en la bolsa o en distintos fondos.
Oferta: la privatización total o parcial de algunas áreas (teléfono, transporte,
energía), la desregulación de otras (correo) y la generalización del sistema de
licitaciones, abre la competencia.
Financiación: financia el Estado, directa o indirectamente, como siempre, pero
empiezan a desarrollarse formas de financiamiento complementario, en el campo
de la seguridad social, por ejemplo (seguros de desempleo, enfermedad,
alternativas médicas a las listas de espera en los hospitales públicos, etc.).
Regulación/control: fortalecida por la aparición de los nuevos agentes productores
de servicios, a los que hay que controlar. El mercado competitivo que se genera
tiene sus buenos “árbitros”.

“En esta sociedad del bienestar el Estado sigue cumpliendo funciones muy
importantes, pero no ya de aquella manera excluyente y paternalista propia del
Estado benefactor de antaño sino como un Estado posibilitador, es decir, un Estado
que posibilita el amplio acceso ciudadano a una serie de servicios del bienestar y
garantiza sus niveles de calidad”.

El principal problema económico que enfrenta un Estado de Bienestar es la


relación entre población activa y pasiva. La tendencia demográfica es el
envejecimiento poblacional en todo el mundo.
En segundo lugar, se plantean tres cuestiones acuciantes.
Una: la relación Estado-ciudadano y el grado de confiabilidad. El ciudadano no
tiene que abusar de sus derechos en beneficio propio. El Estado tiene que ser
honesto, transparente, cumplidor, eficiente, etc. El poder corrompe también a la
izquierda… Y el sistema de subsidios por desempleo o por enfermedad no puede ser
tal que desincentive a tener un trabajo legal e ir a trabajar. Hay una perturbación
moral como trasfondo de todo esto. La alternativa que se vislumbra es la
personalización del sistema de la seguridad social y que la cobertura del Estado se
restrinja “a aquellos sectores de la población que realmente no puedan
responsabilizarse por su propio bienestar”.
Dos: financiamiento futuro de los servicios de bienestar. Al financiamiento vía
impuestos, habrá que acompañarlo con otras opciones. Y es casi una realidad que
los impuestos al trabajo tenderán a bajar, a medida que disminuya la población
económicamente activa y que haya que seducirla para que no emigre hacia países
que le garanticen un salario neto más alto.
Tres: ante una merma creciente de la población económicamente activa, el fomento
de la inmigración podría ser un recurso. El punto es cómo se promueve una
integración social y cultural que sea efectiva y no parasitaria (uso de subsidios
como medio de subsistencia)

Pasar del Estado de Bienestar al Estado Posibilitador no es fácil. Hay que entramar
de otra manera los valores de libertad, igualdad, diversidad, cohesión social,
individualismo y comunidad.
En ese contexto, Rojas identifica “tres debates hoy en curso en Suecia”.
Uno: los límites de la privatización y el fin del lucro. ¿Se puede privatizar todo? ¿Se
puede permitir además que las empresas fijen el nivel de ganancia que se les
ocurra? Salud, educación, etc. ¿Y si eso traba las inversiones?
Dos: los límites de la desigualdad socioeconómica. Nadie quiere la “gran
desigualdad” que se palpa en otros países, pero ¿se puede seguir sin diferenciar
sustancialmente al que trabaja del que vive del trabajo de los demás?, ¿no merece
algún premio extra el que trabaja y aporta con los impuestos que paga gran parte
de lo que gana? Una cosa es que se le asegure a todo el mundo un esquema básico
de servicios de alta calidad. Otra muy diferente es que no se le permita a quienes
tienen más dinero acceder a un servicio extra… lo que atraería una porción
interesante del ingreso disponible hacia sectores claves del bienestar, que entonces
podría desarrollarse más todavía.
Tres: los límites de la diversidad cultural. ¿Todas las expresiones culturales son
compatibles entre sí y todas aceptan por igual los principios básicos que sostienen
la sociedad abierta en la que decimos querer vivir? ¿Qué hacer con las corrientes
religiosas que no aceptan la secularización de la vida social? ¿Qué hacer cuando la
libertad de grupo atenta contra la libertad del individuo, porque este es controlado
por aquel?

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