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PARA EL PRIGEPP.
PRIGEPP, 2002.
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Prohibida su reproducción total o parcial.
Los estudios hechos desde la perspectiva del sistema de género, corrigieron esta in-
terpretación sesgada por el enfoque androcéntrico que tenían las Ciencias Sociales de la
época. Diversas autoras señalaron que este sesgo androcéntrico se expresaba
principalmente en el supuesto de que el hombre y la mujer comparten la misma realidad
política, es decir, que los componentes estructurales y simbólicos de la realidad política son
iguales para ambos. Por ello, muchas/os analistas cambiaron la orientación de los estudios
sobre conducta política de las mujeres. En primer lugar, se intentó eliminar los sesgos en la
evaluación de los resultados obtenidos y en la propia selección de los fenómenos y datos
que debían ser tomados en cuenta. Esto hizo cambiar notablemente las conclusiones que se
podían obtener. En segundo lugar, se llamó la atención sobre el hecho de que la mayoría de
los estudios definían de modo excesivamente restringido la esfera de la política. Si se amplía,
en cambio, la esfera de la política para incluir otras formas de participación además de las
convencionales, nos encontramos con que no es cierta la apatía femenina. Estos dos
problemas, los sesgos y la mala definición del marco político, habían distorsionado las
conclusiones sobre el comportamiento político femenino.
La forma más notable de participación política de las mujeres son los grupos de
mujeres y el movimiento feminista. Es importante porque es el modo en que las propias
mujeres definen su especificidad política. Los grupos de mujeres son autónomos o
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3) Finalmente, la organización del sistema político también está determinada por el sistema
de género. La democracia moderna hunde sus raíces en la democracia griega y se ha ido
moldeando por el pensamiento político moderno y por el desarrollo de sus instituciones. Los
análisis políticos sobre el tema carecieron todos de una perspectiva de género, ignorando la
especificidad de las mujeres y del ámbito privado en el que desarrollaban sus actividades.
Muchas cientistas políticas feministas han analizado esta limitación, haciendo un recorrido
por el pensamiento político desde los griegos hasta nuestros días. En efecto, desde sus
orígenes, la política se ha desarrollado en oposición a lo privado, entendido como lo
doméstico. Política y familia se desarrollaron como dos instituciones contrapuestas que
nunca debían intercambiarse. La tradición política occidental siempre asumió alguna forma
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Género y Ciudadanía.
El enfoque de género no sólo permite mostrar las contradicciones entre los principios
de la ciudadanía y la práctica de la desigualdad entre las mujeres y los hombres, sino que
también muestra los problemas políticos con una concepción de la ciudadanía que ignora lo
privado y que, por lo tanto, es restrictiva. Una de las principales ambivalencia en este tema
se refleja en la tensión entre la universalidad de la noción de ciudadanía, basada en los
derechos individuales iguales para todos y el particularismo que caracteriza a la diversidad
de los ciudadanos concretos. Para poder ser universal, la ciudadanía hace referencia a un
individuo al que se le ha privado de cualquier connotación particular, sea ésta ideológica, de
clase, de raza y, también, de familia, edad o ciclo de vida. Al buen ciudadano se le pide que
ignore sus lealtades particulares, sus lazos y sus responsabilidades pero son precisamente
estas lealtades las que constituyen la base sobre la que ha desarrollado su individualidad
como ser humano. Esta contradicción expresa la oposición entre lo público y lo privado: lo
público es lo político, el área de los derechos y rasgos universales y lo privado, en especial
la familia, es el área de las diversidades y las particularidades.
Familia y política.
Es interesante, por tanto, rescatar el análisis entre la familia, ese ámbito considerado
como totalmente fuera de la política y el sistema político. Debemos comenzar por señalar
que si bien siempre han existido familias, sus características como institución han sido muy
diferentes a lo largo del tiempo. Por ello es más exacto hablar de diferentes tipos de familia
que han tenido diversas formas de vinculación con la política.
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Un segundo tipo de familia moderna, mantiene la misma división sexual del trabajo, es
decir, las mujeres realizan las tareas domésticas y el cuidado de los hijos y los varones
desempeñan las tareas públicas. Sin embargo, no es autoritaria, pues en el seno de la familia
las madres tienen los mismos derechos económicos, de autoridad sobre los hijos y de
decisiones familiares que los padres. La sexualidad no está reprimida y sólo asociada a la
reproducción sino que es parte de la relación afectiva entre los cónyuges y existe el divorcio.
En principio las mujeres también poseen derechos públicos (al voto, a la educación, al
trabajo y a la participación política) pero, cuando desempeñan estas tareas, se entiende que
son complementarias con lo que es su tarea primordial, que es la del hogar. Este modelo de
familia, que se puede considerar liberal, fue apoyado por el Estado, después de las dos
guerras mundiales, a através de la liberalización de la legislación represiva anterior, aunque
sin implementar medidas y políticas públicas especiales, excepto en el terreno de los
servicios sociales.
El tercer tipo de familia moderna aparece a partir de los ochenta y aún está en proceso
de desarrollo: la familia democrática e igualitaria. A diferencia de la familia liberal, se
cuestiona la división sexual del trabajo para señalar que mujeres y varones deben
desempeñar tareas públicas y compartir el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos. Las
últimas décadas se han caracterizado por la incorporación de algunas mujeres al mundo
público. El Estado (en sus tres niveles: central, autonómico y local) ha intervenido para
apoyar este proceso, desarrollando la legislación que lo posibilita e interviniendo en forma
activa a través de políticas públicas y medidas administrativas. Se trata de políticas estatales
en favor de la igualdad entre los sexos en las actividades públicas y contra la discriminación
de las mujeres. Pero, sólo muy recientemente y aún con cierta timidez se ha comenzado a
acutuar en el área de las actividades familiares, como modo de complementar el nuevo
equilibrio entre los sexos. Las medidas a favor de la participación de los hombres en el
trabajo doméstico, tales como los permisos parentales, son muy poco utilizadas por éstos.
Ciertamente, el problema está en la propia decisión de los padres, pero en muchos casos
hacen falta medidas más audaces de los poderes públicos para apoyar esta decisión.
Como se ve, hasta hace pocos años el Estado y el sistema político había intervenido
directamente apoyando modelos autoritarios de familia, o modelos democráticos pero que
consolidaban la división sexual del trabajo totalmente dicotomizada, entre actividades
públicas y privadas. Estas formas de intervención han sido suprimidas; sin embargo, siguen
existiendo muchos mecanismos por medio de los cuales se privilegia desde los poderes
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La sociedad sólo asumirá que tiene una responsabilidad en el ámbito de los cuidados
personales, si esta tarea deja de ser femenina y en el nivel social primario se establece una
relación diferente entre las mujeres y los hombres. Tal como están hoy las cosas, esto
implica necesariamente el cambio de la conducta masculina en lo que hace referencia al
ámbito doméstico donde se proveen, principalmente estos servicios. Hace falta que la
división sexual del trabajo de la sociedad moderna sea remplazada por otras formas de
dividir las tareas entre las mujeres y los hombres. Las mujeres, han sido las primeras en
exigir y aceptar este cambio: las mayores han formado parte de la generación que ha
protestado y comenzado a cambiar en algunos sectores sociales; las más jóvenes asumen
hoy, con gran fuerza las reivindicaciones de sus antecesoras. Pero la familia moderna
descansa en primer lugar en una pareja y son ambos miembros los que deben cambiar. Esto
supone no sólo cambios del modelo familiar sino una completa reestructuración de la relación
entre el ámbito público y el privado.
Una segunda consideración hace referencia a la prolongación del rol familiar de las
mujeres en el resto de sus actividades sociales. En efecto, si algo caracteriza el trabajo de
las mujeres en la familia, es que su componente básico es el de la prestación de servicios
personalizados: cuidado y socialización de los pequeños; atención cotidiana a las
necesidades tanto materiales como afectivas de los adultos para permitirles desempeñar su
rol público; y cuidado de los más débiles, es decir, enfermos y ancianos. Estas también son
las actividades que desempeñan en general cuando se incorporan a las actividades públicas:
la mayoría trabaja en servicios sociales como maestras, enfermeras, trabajadoras sociales,
etc. En otros roles, como el de parlamentarias, concejales o altos cargos de la Administración
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En los últimos años se han impulsado medidas para que las mujeres accedan a
puestos tradicionalmente considerados masculinos. Hace falta que también los hombres
desempeñen las tareas asignadas a las mujeres. Para ello será necesario que a estas
actividades y puestos se les conceda igual valor que a las actividades masculinas. Que sea
igualmente importante ser, por ejemplo, ministra de Asuntos Sociales que ministro de
Hacienda u Obras Públicas. No se trata por tanto sólo de intercambiar los roles entre las
personas, es decir, entre hombres y mujeres sino que es necesario al mismo tiempo cambiar
la valoración social que se le concede a todos ellos. Esto supone un cambio de envergadura,
no sólo cultural, sino que también de organización social y económica. Por ello, el primer
paso debe ser incorporar estos objetivos al debate sobre el ejercicio de la ciudadanía y sobre
su definición. Esto lleva a plantearse políticamente el espacio social del ámbito privado y de
la familia. El primer paso es llevar este tema al ámbito ciudadano para convertirlo en un tema
político y para que sea posible terminar con la exclusión política de la presencia de las
mujeres y sus actividades. Pero también supone reconocer que la familia no es sólo un grupo
primario de relaciones afectivas. También es una unidad que produce bienes y servicios
esenciales para el funcionamiento de la sociedad y para que las personas puedan ejecutar
su derecho al cuidado personal.
La familia ha existido durante muchos siglos, lo que hace que muchos piensen que es
inmodificable. Sin embargo, como hemos señalado, los modelos familiares no han sido
iguales, sino que por el contrario han habido diferencias sustantivas entre ellos. Tanto es así,
que podríamos hablar de una organización social de base, donde se produce la reproducción
humana, se tienen las relaciones personales y afectivas más directamente vinculadas a las
personas. El nombre que le demos y la forma que tenga dependerá de otros valores sociales
e individuales que la sociedad tenga. Los tiempos modernos han producido consenso social
en torno a las ideas de igualdad, libertad y solidaridad. El orden político los ha encarnado en
el sistema democrático. Pero la democracia y las ideas que la fundamentan también deben
expresarse en la familia y los grupos sociales de base. El afecto y los servicios
personalizados forman parte también de los derechos de las personas y deben ser asumidos
no sólo por las mujeres. Pero, también está en cuestión en que medida la democracia política
y social se hará realidad para las mujeres. El futuro está abierto y será tarea de toda la
sociedad asumir estos cambios si se quiere construir una sociedad que también sea justa y
democrática en la división sexual del trabajo.
Desde la perspectiva de género, el pacto social que originó los derechos sociales se
hizo en el terreno del mercado de trabajo y los ciudadanos que lo impulsaronn fueron los que
formaban parte de él, esto es los hombres. Fue así un pacto social entre hombres. Ahora
bien, las mujeres ya habían conseguido la ciudadanía cuando se hizo ese pacto y sin
embargo quedaron excluidas. Esto se debió a que fue un pacto que se hizo en el mercado de
trabajo, y las mujeres o estaban ausentes de él o tenían una presencia secundaria. Así, se
asoció el derecho social a la participación laboral en el mercado de trabajo. Para que las
mujeres pudieran ejercer estos derechos sociales, debían tener una relación con el titular de
ellos, es decir, su marido o su padre. Las mujeres, por tanto, sólo podían ejercer el derecho
social de manera indirecta, sólo por tener una relación familiar con el que lo detentaba. Ello
implicaba que, además de no tener ciudadanía social directa, recibían beneficios recortados.
Por el análisis que hemos hecho hasta ahora, queda claro que existe una dimensión
de género en la dinámica de construcción de las instituciones democráticas y de la
ciudadanía. Por eso es central que esta dimensión de género se haga visible y no se
convierta en una fuente de desigualdad de las mujeres. Cuando hoy se señala que se debe
incorporar la dimensión de género a la construcción de la democracia, lo que se propone es
que hombres y mujeres sean correponsables en el ejercicio de todos los derechos, es decir,
reciban por igual sus beneficios y compartan sus responsabilidades. Esto lleva a una
reflexión final sobre lo que significa “dimensión de género”.
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Sin embargo, una vez que las mujeres entraron al mundo público, los roles sociales
masculinos y femeninos, con la consiguiente carga de jerarquización y desigualdad volvieron
a reproducirse. Por ejemplo, dentro del mercado de trabajo hay profesiones masculinas y hay
profesiones femeninas que siguen manteniendo la misma dicotomía que existía en los roles
públicos y privados porque son parecidos a las actividades que se desempeñan en ellos. Las
profesiones femeninas tienen menos valor económico y status social. Por ende, el acceso de
las mujeres al mundo público no rompe con la dicotomía entre lo público y lo privado. Las
mujeres, independientemente de sus actividades públicas, siguen siendo las responsables
del trabajo doméstico y del ámbito familiar. Producen bienes y servicios en el ámbito
doméstico, lo que da origen a un tipo de producción que es producción económica,
producción social y producción cultural.
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