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La historia del vestido

Es un hecho que a lo largo de la historia la mujer siempre se vio restringida a una


belleza inmóvil, ceñida entre formas y estructuras que incluso, en muchas
ocasiones, estaban regidas por las leyes. Un libro -“La robe, une histoire culturelle,
du Moyen Âge à aujourd’hui” (El vestido, una historia cultural, de la Edad Media a
nuestros días) (Ed. Seuil)- del historiador Georges Vigarello recorre las
vicisitudes del vestido, la prenda femenina por excelencia, cuya evolución
refleja el lugar de la mujer en la sociedad e incluso su liberación.

Hasta fines del siglo XIII el vestido era una prenda relativamente informe y que
podría calificarse de unisex. Pero a partir de entonces surgieron los primeros
vestidos especialmente destinados al sexo femenino, en los que la parte
superior se diferenciaba netamente de la inferior. Es decir, por arriba se enfatizaba
el busto destacando el torso, el escote y la cintura, mientras que por debajo de
esta el resto de la anatomía permanecía totalmente oculta. Esta moda,
considerada licenciosa por las autoridades religiosas, provocó tal alboroto que
un reglamento editado en Narbona (Francia), en 1298, estableció su uso
solamente para las mujeres casadas.
La lectora”, por Jean- Etienne Liotard. La modelo luce un corsé enlazado
típico de la época.
Pero aun desde esa época puritana y severa la tendencia a la diferenciación fue
imparable, especialmente entre la burguesía urbana, más sensible a las modas.
Así, mientras la vestimenta masculina evolucionaba revelando las piernas del
hombre y colaborando con su libertad de movimiento, la figura femenina siguió
durante siglos un mismo esquema: una parte superior sujeta por lazos y
armaduras y las piernas ocultas bajo telas pesadas y voluminosas que
obstaculizaban el más mínimo movimiento.

Hasta la alta Edad Media la vestimenta era casi ‘unisex’. Codex Manesse Bernger
von Horheim.
De esta manera, el vestido era una herramienta muy eficaz de control: el hombre
activo en el mundo, la mujer inmóvil, como sobre un pedestal; el hombre destinado
al trabajo, a la acción y al dominio, y la mujer condenada al estatismo y la
sumisión.
Silueta de mujer, 1880, por Giuseppe de Nittis, pinacoteca
Giuseppe de Nittis.
El cuerpo esculpido

Durante los siglos siguientes el corsé femenino se fue haciendo cada vez más
rígido, hasta convertirse en una estructura implacable, imponiendo una anatomía
ideal pero artificial, muchas veces en franca contradicción con la naturaleza. El
cirujano Ambroise Paré (1510-1590) describía así la autopsia de una dama de la
corte: “Por querer mostrar un cuerpo bello y delgado apretaba sus vestimentas de
tal manera que encontré costillas flotantes superpuestas unas sobre otras,
provocando tal presión sobre su estómago que este no podía extenderse para
contener carne, y después de comer y beber se veía obligado a rechazarla y así el
cuerpo no alimentado se volvió enjuto”.
Ilustración “Le volant”, de Pierre de la Mesangere, 1800.
En efecto, los cuerpos de las mujeres eran ‘tallados’ desde su más temprana
edad. En 1695, el Abad de Choisy describía a una preadolescente de esta
manera: “Su talle de 12 años ya estaba formado. Es cierto que desde su infancia
la habían sometido a una armadura de hierro para hacer resaltar las caderas y
elevar la garganta, cabe decir, con gran éxito”. Pero la llegada de la Ilustración, la
corriente filosófica de mediados del siglo XVIII, y el desarrollo de las ciencias
naturales infundieron un interés en la ‘morfología’ y se hicieron eco de los
estragos que estas estructuras férreas provocaban. Por fin se denunciaba “el
zumbido del cuerpo aprisionado” .

Silueta revolucionaria

A fines del siglo XVIII la popularización de los viajes y de las importaciones aportó
a Francia -la voz regidora sobre todo lo que se refería a la moda- el ‘made in
England’ y un nuevo gusto por la campiña, la naturaleza y la simplicidad, que de
cierto modo relajó la ropa de las mujeres y dio lugar a los ‘deshabillés galants’,
los vestidos menos estructurados que María Antonieta amaba usar en el
Petit Trianon, lejos de los sofisticados artificios que exigían los usos de la
corte de Versalles. Incluso permitió que las mujeres gozaran de una mayor
movilidad en ‘paseos saludables’, aunque siempre en vestidos-cestas de donde
apenas emergía el pie.

Sin embargo, dice el historiador, “el hombre sigue teniendo a cargo las iniciativas y
las mujeres el recogimiento”. Para ellas la única participación en la vida pública se
focaliza en parecer y aparecer.

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