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VIOLENCIA CONTRA LA MUJER

Violencia contra la mujer


es la que se ejerce por su condición de mujer. Siendo ésta «consecuencia
de la discriminación que sufre tanto en leyes como en la práctica, y la
persistencia de desigualdades por razones de género».
En esta violencia se presentan numerosas facetas que van desde la
discriminación y el menosprecio hasta la agresión física, sexual, verbal
o psicológica y el asesinato, manifestándose en diversos ámbitos de la vida
social, laboral y política, entre los que se encuentran la propia familia, la
escuela, las religiones, el Estado, entre otras.

Violencia contra la mujer en la familia


La violencia contra la mujer comienza en la infancia y es en la familia donde
principalmente se ejerce esa violencia. La infancia es especialmente vulnerable
a la violencia y la niña sufre un plus añadido por su condición femenina. A
la ablación, generalizada en determinadas comunidades e ineludiblemente
ligada al sexo femenino, el comercio sexual que puede arrancar ya en el seno
de la familia con la venta de la niña, o el infanticidio y los abusos sexuales, más
frecuentemente ligados al sexo femenino, se une una más estricta autoridad
paterna, ejercida también por hermanos, y una educación discriminatoria que
limita sus expectativas vitales.
El infanticidio femenino es habitual en determinadas culturas. «En la India la
proporción entre hombres y mujeres es la más desigual del mundo”.
En Pakistán y Bangladés existen parecidos desequilibrios y en regiones
de China el infanticidio femenino está generalizado. Una percepción de la mujer
devaluada, costumbres discriminatorias, considerar la educación de las niñas
como una carga y los deseos del padre de perpetuar el apellido mediante un
varón serían las causas de estos infanticidios. «En algunas zonas de Pakistán
–y también en el vecino Afganistán- el nacimiento de una niña va acompañado
de ritos de duelo». En China, la imposición del «hijo único» en 1978, en un país
con una marcada y ancestral preferencia por la descendencia masculina,
multiplicó este tipo de infanticidios. En la actualidad, la posibilidad de detectar
el sexo durante el embarazo ha venido a agravar el problema con abortos
selectivos.
Más del 80 % de las violaciones las perpetran miembros de la familia de la
víctima, y mayoritariamente a edades muy tempranas, cuando esta no pasa de
ser una niña. Padres, abuelos, tíos, adultos en los que ella confía pasan a ser
sus agresores. Este es un problema mundial que en muchas ocasiones no
trasciende más allá de los límites de la propia familia, la niña sufre la violencia
en silencio, avergonzada y con sentimientos de culpa.
La venta de niñas sería otra violencia sufrida por la mujer en la infancia y en la
familia. Estas ventas pueden tener diversas finalidades, pero el lucrativo
negocio de la prostitución, las enfermizas inclinaciones sexuales de clientes,
unido a la miseria en la que se ven sumidas muchas familias han extendido el
comercio de niñas, menores de diez años en muchos casos, destinadas a la
explotación sexual. Podríamos decir que es un problema limitado a
determinados países no occidentales, pero es Occidente desde donde parten
los clientes en un «turismo sexual» que está adquiriendo auge. «El llamado
"turismo sexual" es una de las formas contemporáneas del saqueo al que viven
sometidos los países pobres.Según la UNICEF existen en torno a doscientos
mil adeptos del turismo sexual» (cuatro de cada diez turistas que
visitan Tailandia lo hacen solos).
A estas violencias, aún habría que sumar otras muchas de menor carácter que
irían desde un mayor autoritarismo paterno y familiar, a los matrimonios
forzosos. La violencia ejercida contra la mujer, sea cual sea su naturaleza,
tiene como marco preferente la familia

Violencia contra la mujer en la pareja

La violencia contra la mujer por parte de su pareja o ex-pareja está


generalizada en el mundo dándose en todos los grupos sociales
independientemente de su nivel económico, cultural o cualquier otra
consideración. Aún siendo de difícil cuantificación, dado que no todos los casos
trascienden más allá del ámbito de la pareja, se supone que un elevado
número de mujeres sufren o han sufrido este tipo de violencia. Estudios
realizados en países por desarrollar arrojan una cifra de maltrato en torno al
20 %, encontrándose los índices más bajos en países de Europa, en Estados
Unidos, Canadá, Australia y Japón con cifras en torno al 3 %
«Es un hecho que en una relación de pareja la interacción entre sus miembros
adopta formas agresivas». En todas las relaciones humanas surgen conflictos y
en las relaciones de pareja también. Las discusiones, incluso discusiones
acaloradas, pueden formar parte de la relación de pareja. En relaciones de
pareja conflictivas pueden surgir peleas y llegar a la agresión física entre
ambos. Esto, que podría alcanzar cotas de violencia que serían censurables y
perseguibles, formaría parte de las dificultades a las que se enfrentan las
parejas. El maltrato nada tiene que ver con esto; en el maltrato el agresor
siempre es el mismo: «Por definición, el conflicto es una modalidad relacional
que implica reciprocidad y es susceptible de provocar un cambio. Por el
contrario, el maltrato, aunque adopte las mismas formas –agresiones verbales
y físicas-, es unilateral, siempre es la misma persona la que recibe los golpes».
Las cifras de mujeres víctimas de violencia familiar llevada a cabo por quien
sea o haya sido su pareja señalan que anualmente decenas o cientos de
mujeres son asesinadas a manos de sus parejas en diferentes países del
mundo.
En la pareja el maltrato es mayoritariamente ejercido por él contra ella. Tiene
unas causas específicas: los intentos del hombre por dominar a la mujer, la
baja estima que determinados hombres tienen de las mujeres; causas que
conducen a procurar instaurar una relación de dominio mediante desprecios,
amenazas y golpes.
Este tipo de violencia contra la mujer también se da en parejas del mismo sexo
(lesbianas), en las que la víctima es obviamente una mujer. Sin embargo, este
tipo de casos violentos no suelen tener trascendencia en los medios de
comunicación.
Los rasgos más visibles del maltrato son las palizas y los asesinatos, son los
que trascienden del ámbito de la pareja; sin embargo, los maltratos de «baja
intensidad», los maltratos psíquicos que mantenidos en el tiempo socavan la
autoestima de la mujer, son los que mayoritariamente se dan. Cuando
trasciende un caso de maltratos, la mujer puede llevar años sufriéndolos. Y si
los maltratos pueden producirse en cualquier etapa de la historia de la pareja,
es en el momento de la ruptura y tras esta, si se produce, cuando llegan a
exacerbarse. Las causas pueden ser varias, desde trastornos psicológicos a
predisposición socio-cultural, pasando por infidelidades de la pareja o ex-
pareja.
Es frecuente tratar el tema de los maltratos como casos individuales: los
maltratadores sufrirían una suerte de trastornos que les conducirían a maltratar
a la mujer. Esta sería una visión del problema que evitaría tratarlo como un
problema social.

Los derechos de la mujer en la etapa de la colonia

En 1536, Pedro de Mendoza fundó el establecimiento “Santa María del Buen


Ayre”, en el territorio que en nuestros días conforma la capital de Argentina.
Luego existieron diversas expediciones por distintas partes de nuestro territorio,
que permitieron que, con el pasar del tiempo, se creara el Virreinato del Río de
la Plata, en 1976 (el cual incluía en su territorio lo que hoy forma parte de
Paraguay, Argentina, Uruguay y una parte de Bolivia; con Buenos Aires como
su Capital). Es entonces a partir de 1810, cuando se crearon las Provincias
Unidas del Río de la Plata, que nuestro país empezó a conformar las
características que hoy tiene como Estado liberal, las cuales se concretaron
definitivamente con nuestra independencia de España en 1816.

Hasta esas fechas, en los tiempos de la colonia, nuestro territorio dependía de


las leyes provenientes de la monarquía española. La legislación vigente de la
época tenía características específicas en cuanto a las mujeres, entre ellas
encontramos (Migliorini, 1972):

 Patria potestad en manos del padre de familia, quien tenía autoridad


sobre sus hijos y decidía sobre el matrimonio de los mismos;
 Exclusión de la mujer de los ámbitos educativos, al no ser considerada
como sujeto de enseñanza;
 Prohibición de la mujer para el ejercicio de profesiones privadas y
públicas;
 Incapacidad de la mujer casada para ejercer actos de la vida civil;
 Derechos restringidos de la esposa para heredar bienes de su cónyuge;
 Pena de muerte para la mujer adúltera.

Período de organización nacional y sanción del Código Civil

Tras la independencia de nuestro país, se toma contacto con nuevas ideas y


doctrinas políticas y sociales, impulsadas con la independencia de EEUU en
1976 y con la Revolución Francesa en 1789. Sin embargo, la situación de la
mujer como sujeto de derecho no tuvo grandes cambios. Sólo algunos pocos
personajes europeos adelantados planteaban cuestiones como la igualdad
entre los sexos y se mostraban a favor del voto femenino. En nuestro territorio,
algunos personajes inspiraban ideas en favor de los derechos de las mujeres,
entre ellos Manuel Belgrano, quien proponía la creación de escuelas para niñas
y una organización industrial que permitiera a las mujeres acceder a trabajos
más dignos. Sarmiento cumplió también con una gran obra cultural, y Juan
Bautista Alberdi, aportó a la lucha femenina desde su prédica en torno de la
igualdad frente a la ley (Migliorini, 1972).

Durante el período de organización nacional, impulsado en 1852, el impulso


institucional se puso de manifiesto en la codificación que reemplazaría,
finalmente, la normativa colonial. Dalmacio Vélez Sarsfield fue el encargado de
llevar adelante el estudio y conformación del primer Código Civil, el cual salió a
la luz en 1869, durante la presidencia de Domingo F. Sarmiento, el cual
determinaba la incapacidad relativa de la mujer casada, colocándola bajo la
tutela del marido. Este código colocaba a la mujer casada en una posición de
inferioridad aún más grave que si se tratara de la condición infantil. Se basó en
la tradición del derecho romano y en la adecuación realizada en Francia a
propósito del denominado Código Napoleónico de 1804. Disposiciones del
código francés fueron adoptadas por la mayoría de los países latinoamericanos
(Barrancos, 2007).

Nuestro Código Civil, sostenía:

 la incapacidad relativa de la mujer (art. 55);


 que el representante en todos los efectos era el marido (art. 57);
 La mujer casada no tenía derecho a educarse ni a realizar actividades
comerciales sin su consentimiento;
 El marido se constituía en el administrador de todos los bienes, incluidos
los que la esposa aportara al vínculo;
 La mujer casada no podía dar testimonio ni iniciar un juicio sin el debido
consentimiento del cónyuge.

Hay un solo aspecto destacable del Código en cuanto a los derechos de las
mujeres: el código preservó el derecho de la cónyuge a usufructuar la mitad de
los bienes obtenidos durante el matrimonio (Barrancos, 2007). En cuanto al
entonces presidente F. Sarmiento, hay que recalcar, en cuanto avances en
términos de derechos para las mujeres, que él bregó por el derecho de las
mismas a la educación.

En cuanto al derecho punitivo, surgido en el mismo período, si la mujer adúltera


era sorprendida in fraganti por el cónyuge y éste la mataba, tal circunstancia
obraba como atenuante; pero, por el contrario, para la mujer que mataba al
marido en caso de que éste cometiera adulterio, esto resultaba un agravante,
debido justamente al vínculo (Barrancos, 2007).

Asimismo, distintas leyes reforzaban la inferioridad jurídica de la mujer


(Migliorini, 1972):

 el marido era quien fijaba el domicilio conyugal;


 la mujer no podía librarse de la obligación de seguir al marido, salvo en
el caso de que resultare peligro para su vida, lo que debería probar en
sede judicial (art. 53 la ley de matrimonio);
 El ejercicio de la patria potestad correspondía en primer término al padre
y, en caso de muerte o pérdida de aquella, a la madre.

Con el paso de los años, tras el creciente trabajo de las mujeres fuera del
hogar, se inició una nueva etapa; el Código Civil iba quedando desactualizado
y fueron surgiendo distintos proyectos de ley que trataban sobre los derechos
civiles de la mujer.

El sufragio femenino: Gran ampliación de las bases


democráticas

En 1912, en nuestro país, luego de diversos levantamientos civiles y represión


por parte de los gobiernos oligárquicos de la época, se sancionó la denominada
“Ley Sáenz Peña”, la cual estableció el voto secreto, obligatorio y “universal”.
Sin duda esta conquista fue una pieza fundamental para establecer las bases
de nuestro sistema democrático. Sin embargo, la lucha por la ampliación de los
derechos y deberes civiles y políticos continuaría fuertemente.
Volviendo a lo anterior, que el voto fuera “UNIVERSAL” significaba que podían
votar todos los VARONES mayores de edad, nacidos en Argentina. Es decir,
que un gran colectivo social continuaba quedando excluido de los derechos
cívicos, no pudiendo acceder al voto: el colectivo de todas las mujeres de este
país.

Ya en 1911, el diputado Alfredo Palacios había presentado el primer proyecto


de ley de voto femenino en el Congreso de la Nación, un año antes de la
sanción de la Ley Sáenz Peña. Este proyecto de ley fue tan negado, que no
llegó siquiera a ser tratado sobre tablas. El colectivo femenino continuaba
siendo postergado dentro de las estructuras políticas y sociales argentinas.

En aquella época, distintos países habían legitimado jurídicamente el voto de


las mujeres, sentando precedente e impulsando la lucha por la igualdad
femenina en nuestro país. Entre ellos se encuentran: Nueva Zelanda (1893),
Australia (1902), Finlandia (1906) Noruega (1913), Gran Bretaña (1918), Italia
(1919), Estados Unidos de América (1920).

Recién en 1926, tras la sanción de la Ley 11.357 sobre la “Capacidad Civil de


la Mujer”, las mujeres argentinas alcanzaron la igualdad legal con los varones,
aunque esa igualdad continuaba estando muy lejos de ser respetada en los
hechos, y era tan relativa que no incluía la patria potestad compartida ni el
derecho al voto.

En 1928, Aldo Cantoni, gobernador de San Juan, logró que en abril de ese año
las mujeres de su provincia fueran primeras en votar en todo el país.

La extensión de los derechos políticos fue un reclamo de las sufragistas desde


finales del siglo XIX y, hacia el siglo XX diversas organizaciones de mujeres
reclamaban el acceso al sufragio (Barrancos, 2002). Desde aquel proyecto de
1911 se presentaron otras 22 iniciativas legislativas, en las cuales tuvo
participación, entre otras y otros, Alicia Moreau de Justo. Finalmente, en
septiembre de 1947 se sancionó la Ley 13.010, la cual establecía en su artículo
N°1 que: “Las mujeres argentinas tendrán los mismos derechos políticos y
estarán sujetas a las mismas obligaciones que les acuerdan o imponen las
leyes a los varones argentinos”. Las mujeres votaron por primera vez en 1952
en las elecciones nacionales. Esta victoria del colectivo de mujeres sin duda
fue parte de un proceso social que había comenzado varios años antes,
buscando preparar a una sociedad que tenía concepciones machistas muy
arraigadas, y las cuales debían ser transformadas. La mujer argentina se había
incorporado masivamente al mercado laboral, de ahí que la política de
contención de este movimiento no podía seguir excluyendo a millones de
mujeres de los derechos civiles que les correspondían como seres humanos.
La lucha continúa

La lucha del colectivo femenino por lograr el reconocimiento de sus derechos


cívicos, por los que mujeres en distintas partes del mundo se movilizaron
durante años, trajo aparejada la cárcel y la represión para muchas de ellas.
Asimismo, una vez que el sufragio femenino fue legitimado por el Estado, las
desigualdades de género seguían vigentes en nuestra sociedad.

Incluso en 1983, luego del Golpe Militar de 1976 y tras la vuelta a la


democracia de la mano del presidente Raúl Alfonsín, existían claras
desigualdades de género impresas en la legislación Argentina. En aquellos
años, la diputada nacional Florentina Gómez Miranda (1983-1991) presentó
más de 150 proyectos legislativos, entre los que se destacan la de «autoridad
compartida de los padres», «divorcio vincular», «pensión a la cónyuge
divorciada», «igualdad de los hijos extramatrimoniales», «pensión al viudo»,
«derecho de la mujer a seguir usando el apellido de soltera luego de casada» y
«pensión de la concubina y concubino». Algunos de estos proyectos fueron
aprobados con amplio consenso, mientras que otros, como la Ley de Divorcio
Vincular, enfrentaron grandes resistencias.

Hoy en día, después de 70 años de voto femenino, las mujeres todavía


tenemos muchos derechos por los cuales debemos seguir luchando. La
Argentina fue el primer país del mundo en sancionar, en 1991, una “Ley de
Cupo femenino”, la cual establece un piso mínimo de 30% de candidatas en las
listas de los partidos políticos para cargos electivos nacionales. Esta norma
impuso un criterio de equidad en la selección de candidatos y candidatas,
afirmando el derecho de las mujeres a ser parte de la toma de decisiones
públicas y a ejercer más plenamente su condición de ciudadanas. Antes de la
vigencia de esta reforma, impulsada por la entonces senadora Margarita
Malharro de Torres, las mujeres representaban sólo el 5,4 % de la Cámara de
Diputados y el 8 % del Senado. Esta ley permitió que en la actualidad, las
mujeres se encuentren más representadas en las cámaras del Congreso, pero,
aunque se ha avanzado mucho, diversos especialistas demuestran que todavía
queda un gran camino por recorrer hacia la paridad en la representación
política.

En Argentina, a pesar de la existencia de la ley de cupo, la evolución del


número de legisladoras muestra un rezago en comparación a otros países que
han implementado leyes de paridad (cupo de representación del 50% para las
mujeres), como los Estados de Bolivia y México. Asimismo, los partidos
políticos continúan prefiriendo hombres para encabezar sus listas electorales.
Es por esto que los nuevos desafíos deben buscar acabar con las barreras y
desigualdades que continúan afectando la participación política de la mujer, a
través de nuevos mecanismos y políticas públicas, como la implementación de
instrumentos para la paridad en los tres poderes del Estado argentino.

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