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Historia ciudad de México

México - Tenochtitlan fue sitiada y destruida. Los monumentos fueron demolidos y


con sus mismas piedras los mexicas sobrevivientes tuvieron que edificar los templos
de dioses ajenos bajo la dramática e inmunda labor de la esclavitud y sometimiento
de la conquista espiritual.

De 1521 a 1523, se realizaron trabajos de traza, dirigidos por un soldado de Cortés


que tenía conocimientos en topografía, de nombre Alonso García Bravo, de limpieza
y de construcción de la nueva ciudad española, coordinados por los encargados del
Ayuntamiento de México en Coyoacán.

El mes de marzo de 1524, los miembros del Ayuntamiento y la institución municipal


misma, cambiaron su sede de Coyoacán a la Ciudad de México, que los propios
españoles llamaban " México Tenustitan", expresión que cambió a partir del año de
1585, en que quedó como "La Ciudad de México", según consta en las actas de las
sesiones de cabildo. Así el Ayuntamiento sesionó, a partir de ese mes de marzo de
1524, en la casa de Hernán Cortés.

El final del siglo XIX encontró a la Ciudad de México en la mitad de una dictadura
(buena para los ricos, mala para los pobres, ambigua para la historia). En ese tiempo
la capital se expandía con mucha rapidez. Por un lado, arribaban en barco y
carretas una buena cantidad de burgueses europeos y por otro, llegaban a pie
campesinos que se refugiaban en la urbe de la pobreza que había en sus pueblos.

Después de haber sido el escenario de todas las disputas políticas decimonónicas,


en 1894 esta metrópoli se encontraba en relativa calma y en pleno desarrollo. Quizá
por eso durante esa década se construyeron algunos de los edificios más
emblemáticos de la capital; el hermoso Casino Español (inaugurado en 1903) o la
inmensa fábrica de tabacos gracias a la cual nació la Colonia Tabacalera.

Mientras tanto, en las ostentosas habitaciones del Castillo de Chapultepec dormían


Porfirio Díaz y su esposa Carmen. En algunas publicaciones de chimentos de la
época se decía que el primer mandatario se bañaba con leche para que su piel se
hiciera más clara. Su clasismo y su rara manía de adoptar el estilo de vida que había
en Francia, eran muy escandalosos entre los círculos sociales que lo rodeaban.

Don Porfirio ocupaba su cargo ininterrumpidamente desde 1884, y quería que


México adoptara las máximas del positivismo sociológico: orden y progreso. No
obstante, aunque al dictador le interesaba el desarrollo de las artes y las ciencias
en su conjunto había demostrado tener una gran indiferencia por las condiciones
laborales del 90% de trabajadores del país. Eso se traducía en que las única parte
desarrollada de la República era la Ciudad de México, donde él mismo vivía.
Y mientras la luz de las velas se cambiaba por la electricidad y las cámaras eran
cada vez mas sofisticadas, las señoras burguesas del momento compraban sus
piedras preciosas en la elegante joyería La Esmeralda, ubicada en el mismo sitio en
el que actualmente está el Museo del Estanquillo. Este ostentoso inmueble, se fundó
1892, y desde sus primeros días dejó en la ciudad dos huellas profundas: un reloj
incrustado en la fachada del recinto, y unas escaleras estilo Art Decó que que
impresionaban a los visitantes por su belleza.

Y en tanto los aristócratas se entretenían en la ópera, las personas de menos


recursos iban por ahí con un gran sombrero y pasaban el tiempo en las cuantiosas
pulquerías que había a un costado del Centro Histórico. Los pobres caminaban al
lado de los palacios, recién inaugurados de la Juárez, con la cabeza baja, llegan a
sus destinos en tranvía y llevaban a sus hijos a los espectáculos callejeros que a
veces llegaban a la metrópoli.

En las calles, la minoría que sabía leer escogía con cuidado los periódicos en los
que se informaba. Los que estaban a favor de Díaz leían un semanario llamado El
Mundo Ilustrado, y los que estaban en contra del régimen compraban el Monitor
Republicano; una publicación retacada de artículos izquierdistas que fue prohibida
en 1896.

Finalmente, en 1894 llegaron de Berlín a la Ciudad de México los primeros


organillos. Su sonido se puso de moda gracias a las cuantiosas ferias y circos que
se organizaban en los teatros más emblemáticos de la CDMX. De pronto, sin que
nadie los llamara, aparecieron en las esquinas cuantiosos músicos, que sin saberlo,
estaban inaugurando una tradición que en pleno siglo XXI todavía se escucha.

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