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Fundamentos de Latín (UNED) Módulo 1

FUNDAMENTOS DE LATÍN (2018-2019)

MÓDULO 1

LA ENTIDAD HISTÓRICA DEL LATÍN1

Antonio Moreno Hernández

ESQUEMA DE CONTENIDOS

A) La entidad histórica del latín

1. La lengua como fenómeno sincrónico y diacrónico

2. La evolución del latín y sus variedades


2.1. Los orígenes: el latín como lengua indoeuropea
2.2. Principales etapas en la evolución del latín
2.3. Lengua hablada / lengua escrita.
2.4. Otras variedades del latín

3. Escritura, pronunciación y sistema fonemático del latín clásico.

4. La acentuación del latín clásico.


4.1. Cantidad vocálica y cantidad silábica
4.2. Pautas sobre la posición del acento

Materiales para su estudio:

- Tema descargable de Fundamentos de latín

- Apartados del temario en el libro de Torrent, Latín:

3. Alfabeto, pronunciación y sistema fonemático del latín clásico (pp. 13-14)

4. La acentuación del latín clásico (pp. 14-15)

1 Copyright: Antonio Moreno Hernández, UNED, 2016. Prohibida la reproducción de este material.

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B) Revisión de paradigmas gramaticales

Se recomienda consultar el Resumen de Gramática Latina, de José Fco. González Castro,


disponible en el curso virtual:

- Desinencias de la 1ª declinación

- La conjugación latina: desinencias verbales del tema de presente en voz activa

RESULTADOS DE APRENDIZAJE

1. Identificar con precisión las nociones de sincronía y diacronía y su aplicación al


latín.

2. Adquirir una noción clara sobre la realidad histórica del latín desde estos puntos
de vista:

a) Su origen indoeuropeo y su posición en el conjunto de lenguas indoeuropeas.


b) Reconocimiento de las principales etapas de su evolución.
c) La distinción entre lengua hablada y lengua escrita y sus implicaciones para el
estudio gramatical.
d) Identificación de las principales variedades y modalidades de latín.

3. Distinguir entre los conceptos de alfabeto, pronunciación y sistema fonemático y


sus peculiaridades en latín.

4. Comprender el mecanismo de la cantidad vocálica y silábica y las normas de


acentuación del latín clásico, para distinguir la posición del acento.

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1. LA LENGUA COMO FENÓMENO SINCRÓNICO Y DIACRÓNICO

La aspiración de cualquier gramática, incluida la latina, es, en principio, muy clara:


establecer las pautas de organización y funcionamiento de la lengua, es decir,
elaborar una teoría que ofrezca, básicamente, un conjunto de normas, principios o
categorías en virtud de los cuales pueda explicarse cualquier enunciado dado en una
lengua y los elementos que lo constituyen.

Pero un estudio de estas características no es tan simple; requiere adoptar una serie
de decisiones sobre la manera de entender la lengua, los métodos de trabajo o la
misma finalidad del análisis gramatical, lo cual ha originado distintos enfoques y
corrientes en los estudios lingüísticos, que en el último siglo han venido
desarrollándose desde perspectivas muy diversas.

Así mismo, para adentrarse en el estudio gramatical de una lengua es fundamental


tener en cuenta no sólo su realidad concreta y las peculiaridades que la caracterizan,
sino también nuestra forma de acceder a ella. Por lo pronto, no es lo mismo estudiar
una lengua contemporánea, como el inglés o el francés, para lo cual podemos disponer,
aparte de los manuales de gramática, del testimonio directo y actual de hablantes con
competencia en ellas, que el latín clásico, cuyo conocimiento se alcanza esencialmente
a través de testimonios escritos, originariamente, entre los siglos I a.C. y I d.C., y de las
huellas que ha dejado en las lenguas romances. Como tendremos oportunidad de ver,
son muchas las repercusiones que este hecho tiene en el estudio gramatical.

Al mismo tiempo, es necesario conocer la realidad de la lengua concreta que


estudiamos, por lo que es preciso aclarar sus orígenes, su evolución, y sus
peculiaridades propias.

Hay una distinción habitual en la lingüística moderna que conviene tener clara. Se
trata de la contraposición entre las nociones de sincronía y de diacronía: El estudio de
una lengua en un momento dado de su historia permite definir el sistema o complejo
de sistemas que la articulan. Gracias a ello puede establecerse lo que podemos llamar
una descripción sincrónica de la misma.

Dentro de un mismo corte temporal pueden, a su vez, distinguirse variedades o


subsistemas específicos en función del lugar (variedades diatópicas, como los
dialectos), del estrato sociocultural (variedades diastráticas, como la jerga militar) o
del propio individuo (lo que se denomina "idiolectos").

Un rasgo consustancial a cualquier lengua es su evolución en el tiempo, evolución que


implica un cambio o alteración de uno o varios de sus elementos distintivos, ya sea en
el nivel fonológico, morfológico, sintáctico, léxico o semántico, provocando una
modificación del sistema o complejo de sistemas que conforman cualquier lengua. El
estudio de esta evolución permite realizar su descripción diacrónica. Para llevarla a
cabo, se parte habitualmente del contraste entre distintos cortes sincrónicos para
apreciar las alteraciones o transformaciones que experimenta un determinado
fenómeno o construcción.

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Así por ejemplo, la expresión del complemento indirecto a través del dativo (dare
alicui) en época clásica se fue perdiendo en el latín tardío a causa, entre otras razones,
de la erosión del sistema casual, primando en su lugar la construcción de un sintagma
preposicional (ad + acusativo) -recurso ya vigente en época clásica- y que ha pasado a
la mayoría de las lenguas romances.

En nuestro caso, el interés se va a centrar en lo que habitualmente se denomina "latín


clásico", es decir, el latín documentado en la tradición literaria de época clásica,
coincidiendo con uno de los momentos de apogeo de la literatura y la cultura latinas.
Se trata, por tanto, de un estudio propiamente sincrónico, si bien para entender bien lo
que vamos a estudiar conviene situarlo en el marco histórico de esta lengua, que no
permaneció igual inalterada, sino que experimentó desde su origen una profunda
transformación que desembocó en la aparición de las lenguas romances.

2. LA EVOLUCIÓN DEL LATÍN Y SUS VARIEDADES

2.1. EL LATÍN COMO LENGUA INDOEUROPEA

El dominio del latín se situó inicialmente en un área muy reducida de la zona central
de la península itálica, en el Lacio, una región habitada por los latinos, cuya progresiva
expansión permitió también la implantación del latín por toda la Italia antigua, donde
se hablaban otras lenguas y dialectos itálicos.

Pero desde el punto de vista de su origen, el latín no es una lengua aislada e


independiente de otras, sino que deriva de una lengua más antigua, que se denomina
convencionalmente Indoeuropeo, o también Indogermánico.

El Indoeuropeo es una lengua prehistórica -es decir, una lengua de la que no se


conservan testimonios documentales directos- surgida en un área lingüística
relativamente homogénea y de la que proceden una gran cantidad de lenguas y
familias de lenguas en el ámbito euroasiático.

El Indoeuropeo es, en términos lingüísticos, una protolengua, cuya existencia se infiere


o reconstruye a partir de la comparación y el contraste entre diversas lenguas
históricas que presentan regularidades comunes. Hoy en día sigue siendo una cuestión
científica candente la unidad y estructura del Indoeuropeo: se ha puesto en duda la
absoluta homogeneidad de esta lengua en su mismo origen; se ha llegado incluso a
distinguir una evolución interna en función de la cronología y de la localización: desde
una fase preflexional –anterior a la existencia de declinaciones y conjugaciones– hasta
la distinción de grandes dialectos indoeuropeos, localizados en zonas y cronologías
más o menos precisas.

El Indoeuropeo es un concepto de carácter esencialmente lingüístico antes que


antropológico, ya que no siempre tiene una correspondencia estricta con pueblos o
razas, pues su proceso de expansión se verificó por múltiples mecanismos
(colonización, contacto, mezcla...).

En su origen, el latín es un dialecto indoeuropeo occidental que penetró en la


península itálica en torno, posiblemente, al II milenio a.C, y evolucionó allí hasta
adquirir un perfil lingüístico perfectamente distinguible, gracias, entre otros factores,

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a su propia evolución y al contacto y a la influencia de las lenguas y culturas


circundantes, en particular del etrusco y de los dialectos itálicos. La investigación
actual agrupa las lenguas de ascendencia indoeuropea, de acuerdo con su localización
y sus afinidades, del siguiente modo:

El latín se encuadra dentro del grupo de lengua itálico, que comprende el latín, del cual
proceden las lenguas romances (castellano, catalán, dálmata, francés, gallego y
portugués, italiano, sardo, occitano, retorromano y rumano) y los denominados
dialectos itálicos, entre los cuales se encuentran el osco y el umbro.

La familia de lenguas de ascendencia indoeuropea constituye actualmente el grupo


lingüístico con más hablantes en la tierra (por encima de los 3.000 millones), por
encima del segundo grupo, las lenguas denominadas sino-tibetanas (que incluyen el
chino), que suponen en torno a 1500 millones de hablantes.

La expansión de las lenguas indoeuropeas se ha producido tanto hacia el Asia


meridional, con la presencia de las lenguas indoiranias hasta la India (con más de
1.200 millones de hablantes), como hacia el oeste, a través de su expansión por toda
Europa occidental y América a través de las lenguas romances (950 millones de
hablantes) y las lenguas germánicas (con más de 560 millones de hablantes).

2.2. PRINCIPALES ETAPAS EN LA EVOLUCIÓN DEL LATÍN

El latín no fue un mecanismo anquilosado, sino enormemente dinámico, sujeto a una


evolución interna que permite distinguir varias fases a través de su larga historia. Tras
un período prehistórico, del que no queda testimonio documental, podemos distinguir
las siguientes etapas en la evolución del latín, a tenor de los rasgos lingüísticos que
caracterizan cada periodo y atendiendo a los testimonios conservados y al momento
histórico correspondiente:

LATÍN PRELITERARIO

Comprende la documentación más antigua conservada, que es de carácter epigráfico,


es decir, inscripciones cuya cronología arranca, aproximadamente, del s. V a.C., hasta el
s. III a. C.

Este período corresponde con la expansión progresiva del latín por la península itálica,
en el contexto de una cultura eminentemente agraria y un régimen político de carácter
republicano, tras abolirse la monarquía primitiva, en torno al 509 a.C. Aunque ya están
conformadas las principales estructuras gramaticales latinas, durante esta etapa los
testimonios conservados reflejan una significativa evolución tanto en los aspectos
fonético, fonológico, morfológico y léxico, como en el desarrollo de la sintaxis, sobre
todo en la articulación de la oración compuesta.

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LATÍN LITERARIO

Dentro del latín literario se identifican los siguientes períodos:

LATÍN ARCAICO

Se define así al período que discurre desde los primeros testimonios propiamente
literarios (principios del s. III a.C.) hasta el primer cuarto del s. I a.C.
aproximadamente, correspondiendo con la República primitiva. Se caracteriza por el
surgimiento de las primeras obras en verso y en prosa, y las tensiones
generadas por la influencia de la cultura y la lengua griegas. Se van configurando
lentamente todos los recursos de una lengua literaria al tiempo que comienza la
expansión militar y cultural fuera de Italia.

Terencio (primera mitad s. II a.C.)

Testimonios:
Entre los autores en verso de este período destaca la obra de Livio Andronico (c.
284-204 a.C.), traductor de la Odisea de Homero e introductor del teatro, y otros
poetas y autores teatrales como Nevio (270-190 a.C.) y Ennio (239-169 a.C), y
los comediógrafos Plauto (c. 250 -184 a.C.) y Terencio (c. 193 -159 a. C.) y la
sátira de Lucilio (c. 180-102 a.C). La literatura en prosa tiene entre sus primeros
testimonios los tratados de Catón el Viejo (234-149 a.C.).

LATÍN CLÁSICO

Se desarrolla durante la etapa que abarca, convencionalmente, dos periodos


históricos; el fin de la República y la Guerra Civil (es decir, desde el segundo cuarto del
s. I a.C hasta el ascenso de Augusto al Principado, ca. 30 a.C., tras la batalla de Accio del
31 a.C.), y la Época Augústea (ca. 30 a.C. a 14 d.C.), por tanto, durante todo el proceso
de transición hacia una concentración de poder unipersonal que conducirá al Imperio.
La etapa del latín clásico se ha denominado en ocasiones 'Edad de Oro’.

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Cicerón (106-43 a.C.) Tito Livio (59 a.C. – 17 d.C.)

El latín clásico se caracteriza por la asimilación del bagaje cultural y literario


griego y la elaboración de una lengua artística que se depura gracias al desarrollo
de la retórica y de los restantes géneros en prosa (historiografía, prosa filosófica...) y
en verso (poesía épica, y surgimiento de una poesía de carácter más personal como la
lírica y la elegía...), que contribuyen a la eclosión de los grandes modelos clásicos. La
sintaxis y el estilo alcanzan una considerable sutileza y complejidad, con un gran
desarrollo de la subordinación, de la construcción del período y de la exploración en
las figuras retóricas; el léxico se enriquece gracias a la acuñación de nuevas
acepciones y múltiples palabras nuevas (en Cicerón encontramos por primera vez
vocablos como conscientia, de tanto peso en la cultura occidental) y se exploran las
posibilidades expresivas de los distintos registros estilísticos.

Testimonios:
Tras la prosa de Varrón (c. 116-27 a.C.) y la poesía de Lucrecio (c. 99-55 a.C.) y
Catulo (c. 87-54 a.C.), que engarzan todavía con la época anterior, se desarrolla
la obra en prosa de César (100-44 a.C.), Salustio (86-35 a.C.), Cicerón (106-43
a.C.) y Tito Livio (59 a.C.- 17 d.C.), y surge la obra de los grandes poetas clásicos
de Época Augústea: Virgilio (70-19 a.C.), Horacio (65-8 a.C.), Ovidio (43 a.C.-17
d.C.), Propercio (c. 47-15 a.C.) y Tibulo (c. 48-19 a.C.).

Virgilio (70 – 19 a.C.) Ovidio (43 a.C. – 17 d.C.)

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LATÍN POSTCLÁSICO

El latín postclásico se sitúa entre el 14 d.C. (muerte de Augusto) y finales del s. II d.C,
período conocido como 'Edad de Plata', coincidiendo con el establecimiento del
régimen imperial y la mayor expansión político-militar de Roma.

La literatura de esta época surge en función de varios factores, entre los cuales hay
que destacar éstos: por un lado, la reacción ante la literatura latina clásica
anterior, cuyos presupuestos estéticos se cuestionan y revisan (por ejemplo, Séneca
frente a Cicerón en prosa; y Lucano frente a Virgilio en poesía); por otro lado, como
reflejo de una nueva situación política, en la que se impone un férreo control
ideológico y político por parte del régimen imperial, lo que provoca, entre otras cosas,
que la oratoria pierda el peso que tenía en época republicana y se refugie en el ámbito
escolar. Entre las corrientes estéticas de esta época se advierte el peso de una cierta
tendencia al efectismo retórico, la búsqueda de originalidad y la ruptura con el
equilibrio estilístico de la época anterior con el deseo de provocar un impacto
emocional en el público, mientras se continúa explorando las posibilidades de la
lengua y sus registros, dando lugar a la evolución de los géneros ya existentes y al
desarrollo de las primeras manifestaciones de otros nuevos, como la novela latina
(Petronio y Apuleyo) y afianzando un nuevo estilo, en buena medida contrapuesto al
clásico.

Séneca el joven (4 a.C. – 65 d.C.) Tácito (c. 55 -120 d.C.)

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Testimonios:

Se distinguen dentro de la Época Postclásica cuatro fases de la producción


literaria, relacionadas con las distintas dinastías de emperadores:

- Época Julio-Claudia (27 – 68): entre el emperador Tiberio y Nerón (14-68


d.C.), con autores como Séneca el Rétor (ca. 55 a.C. – ca. 40 d.C.) y su hijo Séneca
el joven o el Filósofo (4 a.C. – 65 d.C.); poetas que cultivan la sátira, como Persio
(34 - 62 d.C.), o la épica, como Lucano (39 - 65 d.C.), o prosistas como Veleyo
Patérculo (20 a.C. – post. 29-30 d.C.), Valerio Máximo, ambos historiadores,
Celso (prosa técnica) y Petronio (muerto hacia el 65 d.C.), con el que aparece la
primera novela latina: el Satiricón.

- Época Flavia (69 – 96): durante la etapa de los emperadores de esta dinastía,
Vespasiano, Tito y Domiciano (71 – 96 d.C.). De este momento data la obra en
verso de poetas épicos como Silio Itálico (26 – ca. 101 d.C.) y Valerio Flaco
(segunda mitad del s. I d.C.), los epigramas de Marcial (ca. 40 – 104 d.C.) o la
poesía de Estacio (45 – ca. 95 d.C.), y prosistas como Plinio el Viejo (ca. 23 -79
d.C.) y su enciclopedia del saber de su tiempo sobre la naturaleza (Historia
Natural), Frontino (ca 40 - 104 d.C., autor de prosa técnica sobre la
construcción de acueductos), y Quintiliano (muerto hacia el 95 d.C.) y su
fundamental obra retórica.

- Época de los primeros emperadores Antoninos (96 – 138): Trajano y


Adriano (98 d.C. – 138 d.C.), en la que surgen prosistas como Tácito (c. 55 – 120
d.C.), Plinio el Joven (62 – 113 d.C.) y Suetonio (ca. 70- ca. 150 d.C.), uno de los
principales biógrafos de época imperial; en poesía destaca la figura de Juvenal
(60 – 130 d.C.), el último cultivador de la sátira.

- Época de los Antoninos (13 – 192 d.C.): Durante el mandato de estos


emperadores (Antonino Pío [38-161], Lucio Vero [161-169], que compartió el
poder con Marco Aurelio [161-180] y Cómodo [180-192]), se impone una
corriente arcaizante y prevalece la producción en prosa, con autores como
Frontón (ca. 100 – 176 d.C., del que se conserva un epistolario), Aulo Gelio (ca.
130 – ca. 180 d.C., autor de un conjunto de breves ensayos conocido como
Noches Áticas), Floro (s. II d.C., al que debemos un epítome de los
acontecimientos históricos anteriores a Augusto) y Apuleyo (124-ca. 170-180
d.C., autor de la novela El asno de oro y de varios opúsculos filosóficos de
inspiración).

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LATÍN TARDÍO

El latín tardío, a veces también llamado ‘latín vulgar’, se desarrolla desde comienzos
del s. III, coincidiendo con el inicio de la literatura latina cristiana, hasta el fin de la
Antigüedad Tardía (s. VI d.C). El latín es adoptado por buena parte de las poblaciones
del Imperio. Es una época de gran tensión interna –acontece la llamada 'Crisis de los
Severos', asesinatos de emperadores, levantamientos militares, usurpaciones...– y
externa –presión de los pueblos fronterizos: persas, germanos, bereberes... – y surgen
los primeros indicios de la fragmentación del ámbito lingüístico de la Romania.
Durante este período proliferan los testimonios que se alejan de la norma clásica y
dejan traslucir una lengua más próxima a la realidad de la lengua coloquial que a la
estilización literaria, como muestran documentos como el “Apéndice de Probo”
(Appendix Probi), de los ss. III- IV d.C., que ofrece una relación de discrepancias entre la
escritura clásica y la pronunciación y la gramática de la época (como: “auris non
oricla”, auris es la forma correcta desde el punto de vista del latín clásico, frente a
oricla, forma vulgar (de la que procede esp. “oreja”).

Entre los rasgos propios de esta época se encuentran dos fenómenos que afectan a la
estructura de la lengua latina y que se hacen patentes en la Antigüedad Tardía:

A) La pérdida de oposición de cantidad vocálica: en el latín clásico había una


oposición fonológica entre cinco vocales largas y sus correspondientes vocales breves.
Esta oposición es fundamental, porque tiene carácter pertinente desde el punto de
vista lingüístico y por lo tanto sirve para distinguir palabras y tiene una importancia
esencial en aspectos como la métrica y el verso latino, que se sirve de la oposición de
cantidad para estructurar los pies y los ritmos. Pues bien, esta oposición tiende a
perderse en latín tardío (la "a" larga y la "a" breve), y neutralizarse en una sola forma
("a", sin rasgo de cantidad), heredado en castellano en la serie de cinco vocales.

B) El desgaste del sistema casual: el latín clásico tenía un sistema de flexión


nominal en forma de seis casos marcados por desinencias (algo parecido a lo que se
encuentra en algunas lenguas flexivas actuales, como el alemán o las lenguas eslavas);
ese sistema de seis casos se fue desgastando por el debilitamiento de las desinencias
finales y termina imponiéndose una sola forma en acusativo, que es la que perdura en
latín tardío y a partir de la cual evolucionan las lenguas romances. Eso explica, por
ejemplo, la forma y la acentuación de muchas palabras romances: así en castellano, los
abstractos en -dad, como ‘verdad’ (palabra aguda) proceden de la forma del acusativo
latino (en este caso veritatem, palabra llana). El desgaste fonético de la terminación
hizo que -em se perdiera y tengamos en español la forma ‘verdad’ con acento en la
sílaba final.

Boecio (476-524 d.C) Agustín de Hipona (354-430 d.C.)

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Testimonios:
Entre los primeros autores cristianos sobresalen Tertuliano (c. 160- c. 225 d.C),
Cipriano (c. 200-258 d.C.) y las primeras traducciones de la Biblia, denominadas
Veteres Latinae, de los ss. II-III d.C. Esta literatura alcanza un gran desarrollo en el s.
IV gracias a la obra de Lactancio (245-325 d.C), Agustín (354-430 d.C.) y Jerónimo
(c. 340-420 d.C), surgiendo también una brillante poesía cristiana de la mano de
Ambrosio (c. 347-397 d.C), Hilario (principios del s. IV - c. 367 d.C), Prudencio (348-
después del 405 d.C) y Juvenco, autor del primer gran poema épico cristiano, en
torno al 330 d.C. Al mismo tiempo se sigue cultivando literatura más próxima a la
tradición pagana con exponentes como la poesía de Ausonio (310-393 d.C) y
Claudiano (finales del s. IV - comienzos del V d.C), así como la prosa histórica de
Amiano Marcelino (c. 330-395 d.C). Este período culmina con la obra de Boecio
(476-524 d.C).

Latín Medieval

Con la penetración de los pueblos germánicos y el desmoronamiento del Imperio


Romano de Occidente se abre una etapa en la que el latín se convierte en lengua de
cultura escrita, mientras sufre un proceso de transformación y fragmentación, un
proceso dilatado en el tiempo que culmina con la génesis de las lenguas romances,
entre los ss. VIII y XI, si bien el latín medieval sigue vigente como lengua de
cultura, principalmente en los centros monásticos y en distintas manifestaciones
literarias, hasta los ss. XIII-XIV.

Testimonios:
Entre los frutos más notables de este período en España está la literatura visigótica, que
se desenvuelve entre los ss. Vl-VII: surge la figura de Isidoro de Sevilla (obispo entre el
602 y el 636 d.C) y otros obispos escritores como Braulio de Zaragoza, Eugenio de Toledo
o Julián de Toledo, así como el auge de la literatura hagiográfica, la literatura de tradición
mozárabe en España y el renacimiento carolingio (ss. VIII-IX). En el siglo XII, coincidiendo
con el desarrollo de la Escolástica en Europa y la Reconquista en España, aparecen obras
destacadas en terrenos como la historiografía (la Historia Compostelana), la épica (el
Poema de Almería) o la lírica del Cancionero de Ripoll.

Isidoro de Sevilla (s. VII)


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LATÍN RENACENTISTA

Así se denomina al latín recuperado por los humanistas de los ss. XV y XVI
intentando emular a los escritores clásicos, con la pretensión de contraponerse al
latín medieval, del que, sin embargo, es continuador. Este latín humanista, cuyos
precedentes arrancan ya de los ss. XIII y XIV, es en cierto modo una lengua
artificial, puesto que ya no es la lengua vernácula, si bien alcanza un gran
desarrollo literario y científico en los ambientes académicos y universitarios,
donde se escribe y se habla, y sigue vigente como vehículo de comunicación
accesible que coexiste con las distintas lenguas locales que progresivamente se van
imponiendo en la escritura.

También se utiliza la denominación ‘neolatín’ para referirse a este latín


relacionado con el humanismo renacentista y se hace extensiva a las
manifestaciones de carácter literario o científico hasta aproximadamente finales
del s. XIX.

Testimonios:
Entre los humanistas que cultivaron el latín en el Renacimiento destacan, entre
otros muchos: en Italia, Marsilio Ficino (1433-1499), Angelo Poliziano (1454-
1594), Leonardo Bruni (1370-1444) o Aldo Manuzio (1450-1515); en los Países
Bajos, Erasmo de Rotterdam (c. 1469-1536) y Justo Lipsio (1547-1606); en
Inglaterra, Tomás Moro (1478-1535); en Francia, Julio César Escalígero (1484-
1558) o los hermanos Estienne; en España, Antonio de Nebrija (c. 1441-1522),
Juan Luis Vives (1492-1540), Francisco Sánchez de las Brozas (1523-1600), Juan
Ginés de Sepúlveda (1490-1573) o Arias Montano (1527-1598), entre otros.

Antonio de Nebrija (c. 1441-1522) Juan Luis Vives (1492-1540)

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En los siglos posteriores el uso del latín fue progresivamente reduciendo su


presencia, si bien siguió vigente de forma asidua en la redacción de obras
científicas y filosóficas hasta la época de la Ilustración. De hecho, gran número de
los tratados fundamentales de la ciencia y de la filosofía de los ss. XVII y XVIII
se escribieron en latín, entre los que destacan obras de Galileo (1564-1642),
Kepler (1571-1630), Newton (c. 1642-1727), Spinoza (1636-1677), Leibniz (1646-
1716), Linneo (17707-1778) o el propio Kant (1724-1804). Hasta bien entrado el
s. XX ha sido bastante común la exigencia de redactar en latín los trabajos de
investigación (Tesis Doctorales, Memorias de Cátedra) y los actos protocolarios en
muchas universidades europeas, sobre todo de Alemania y del Reino Unido.
Igualmente se ha mantenido en contextos doctrinales y diplomáticos en el Estado
Vaticano, y durante el s. XX se mantuvo en Suiza como lengua oficial ‘supletoria’.

Principia Mathematica de Newton Obras completas (Opera omnia)


(edición de Londres 1687) de Leibniz (Edición de Génova 1718)

LA RECUPERACIÓN DEL LATÍN COMO LENGUA HABLADA

Así mismo hay que señalar la aparición, desde las décadas finales del XIX, de diversas
iniciativas que trataron de recuperar el latín clásico como lengua vehicular de uso
universal, lo que se ha denominado latín contemporáneo.

Esta corriente adquirió un impulso considerable en la segunda mitad del s. XX


mediante la promoción del latín vivo como lengua hablada, a través de métodos de
inmersión que han cobrado notable presencia en medios académicos y escolares,
gracias a centros como la Academia Latinitati Fovendae de Roma, la implantación de
métodos de aprendizaje inductivos como el de Hans H. Oerberg, desarrollado desde
1953, o la labor de difusión del latín como lengua hablada y su recitación de la mano
de especialistas como Wilfried Stroh.

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2.3. LENGUA HABLADA/LENGUA ESCRITA

El latín es, ciertamente, una lengua de la que ya no existen hablantes que, en términos
de la gramática generativa, tengan competencia lingüística en la misma, es decir,
hablantes que hayan aprendido como lengua materna el latín y que tengan capacidad
para crear nuevos enunciados en ella. Por tanto, el objeto de estudio de la gramática
latina se basa en un corpus de lengua escrita con una cronología que va desde los
primeros testimonios epigráficos de la época arcaica hasta las diversas tentativas de
restauración del latín como lengua de cultura que se vienen propiciando desde los
tiempos del Humanismo Renacentista.

Esta ausencia de testimonios orales tiene, así mismo, una serie de repercusiones muy
relevantes cuyo alcance debe tenerse en cuenta. El estudio de la lengua latina se basa,
en efecto, en textos. Pero ¿son los textos el material idóneo para conocer una lengua?
¿Hasta dónde se puede conocer una realidad lingüística partiendo de ellos? ¿Qué es, en
definitiva, lo que estamos estudiando?

Tales preguntas suscitan una cuestión de gran trascendencia: las relaciones entre el
latín escrito -en particular, el latín literario- y el latín hablado. Se ha subrayado
frecuentemente el alejamiento que en la misma Roma Clásica sufrió la lengua literaria
respecto a la lengua hablada coetánea, hasta el punto de que no han faltado estudiosos
que tilden de un carácter en cierto modo artificial a la primera, sujeta a unos moldes
estilísticos sofisticados y relativamente estrictos, frente a la lengua hablada, dentro de
la cual habría, al mismo tiempo, divergencias significativas entre los hablantes cultos y
las clases populares. La imposibilidad de contar con el testimonio de éstos, como se ha
indicado anteriormente, no permite establecer con toda certeza la distancia real que
existió entre lengua literaria escrita y lengua hablada, pero sí hay varias matizaciones
que deben tenerse en cuenta:

a) El lenguaje es un código de comunicación primariamente hablado y


secundariamente escrito: la lengua escrita implica siempre una mediación que
establece entre la lengua hablada y la escrita una distancia, quizá no insalvable pero sí
inevitable de forma que el hecho de la escritura, y sobre todo de la escritura literaria,
impone siempre una estilización de la realidad hablada, de forma más o menos
consciente.

b) Esta distancia entre lengua hablada y lengua escrita no impide, sin embargo, una
influencia mutua, una osmosis intensa en las dos direcciones que se advierte
claramente en la Roma Clásica:

Así, por un lado, penetra, por distintos medios, la lengua hablada en la literatura:
muchos de los grandes prosistas y poetas, a pesar de enmarcarse dentro de
modalidades literarias muy normativizadas, se esfuerzan en apropiarse de
expresiones, giros o palabras del entorno sociocultural que les rodea, con el fin de
llegar más directamente a muchos de sus lectores. Es el caso del poeta Catulo (84-54
a.C), que en muchas de sus composiciones recurre al vocabulario de la lengua
ordinaria, situándose más cerca de la frescura y la espontaneidad de la comedia que
del estilo más codificado y severo acuñado para la tragedia o la épica, una frescura y
espontaneidad bajo la cual, claro está, se descubre una elaboración artística muy

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Fundamentos de Latín (UNED) Módulo 1

compleja. En otros casos un autor maneja de diferente manera su escritura en función


del género literario de cada obra: el propio Cicerón es capaz de acomodarse a la
codificación del discurso que requería la retórica en sus obras forenses y, al mismo
tiempo, recurrir a un estilo más coloquial en las cartas a sus amigos, de las que se
conserva un amplísimo corpus.

En la dirección inversa, desde la literatura a la lengua hablada, hay que constatar la


aportación inestimable que hicieron las grandes obras literarias a la creación de
la lengua latina, una aportación que sin duda debió también causar una influencia
efectiva en cierto grado sobre la lengua hablada, pues los grandes autores y obras
sirvieron de base para la educación en Roma: sabemos que Virgilio, Cicerón, Horacio
se estudiaban en la escuela, se memorizaban y servían como modelos para ejercitarse
en la redacción y composición de escritos. Esta influencia en la formación de un
romano culto medio se hace patente a lo largo de toda la Antigüedad y de la Edad
Media, incluso después de la conversión del Imperio al cristianismo, en el s. IV, cuando
la Biblia y los Padres de la Iglesia pasaron a constituir el eje de la educación cristiana,
muchos de los textos de autores paganos fueron finalmente asimilados como modelos
estilísticos.

c) La gran mayoría de los textos transmitidos desde la Antigüedad son textos


literarios, sometidos, pues, a la elaboración artística de sus autores y a la vez deudores,
en buena medida, de las pautas formales propias de cada género literario. Sin
embargo, han pervivido distintos testimonios de lengua escrita no literaria,
presumiblemente menos mediatizados y más próximos a los registros populares
hablados.

Un buen ejemplo de ello son los graffiti pompeyanos, es decir, las pintadas que
individuos anónimos plasmaron en las paredes de las casas de la ciudad que el
Vesubio cubrió de cenizas el año 79 d.C. Gracias a esta circunstancia, por otra parte
trágica, hemos recuperado, tras concienzudas excavaciones, una imagen fidedigna de
la vida romana en la Pompeya de la época. Aunque ni siquiera estos graffiti son
completamente ajenos al influjo de la lengua literaria, el estudio de estos testimonios
ha revelado indicios muy valiosos sobre la lengua de la época, algunos de los cuales
reflejan que muchas de las transformaciones experimentadas por el latín en el camino
que llevó a la aparición de las lenguas romance se atisbaban ya en esta época
temprana, o incluso en la literatura arcaica más próxima a la lengua popular, por
ejemplo en las comedias plautinas (s. III a.C), como si el flujo del latín hablado siguiera
discurriendo mientras se reelaboraba la lengua literaria.

Por consiguiente, los testimonios literarios son el reflejo de la elaboración artística de


una lengua hablada que no es idéntica a ella, aunque ha dejado su huella profunda en
la literatura y a su vez ha recibido la influencia de ésta.

2.4. OTRAS VARIEDADES DE LATÍN

No sólo se transformó el latín a lo largo de su historia, sino que dentro de una misma
época presenta variedades o modalidades que se agrupan tradicionalmente en función
de:

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Fundamentos de Latín (UNED) Módulo 1

A) El lugar en que se hablaba (variaciones diatópicas): se ha debatido mucho el


carácter unitario o plural del latín según su implantación geográfica, sobre todo a
partir del latín tardío. Las circunstancias que favorecieron la aparición de
peculiaridades locales derivan de la expansión imperial y el consiguiente proceso de
aculturación que condujo a la adopción del latín en los territorios colonizados. En la
misma Antigüedad Clásica y más todavía en la Antigüedad Tardía se constatan algunas
diferencias que afectan a la pronunciación o a la creación de palabras o acepciones;
pero estas divergencias no afectan en principio a la estructura de la lengua.

Pero con el paso del tiempo surgen varios factores que propician una evolución
diferenciada del latín, como acredita la diversidad de lenguas romances surgidas de él.
Los factores más significativos que explican tal proceso son éstos:

a) La desmembración política del Imperio, las invasiones germánicas del s. V d.C. y


el surgimiento de reinos independientes.

b) La incomunicación debida a la lejanía o al aislamiento geográfico.

c) La persistencia del influjo de las lenguas de substrato o el contacto con otras


lenguas.

B) La realidad socio-cultural de los hablantes (variaciones diastráticas), que


permite distinguir diversos registros:

a) Por un lado, el latín de la ciudad de Roma -sermo urbanus- frente al del campo -
sermo rusticus- o las provincias -sermo peregrinus-. El desarrollo de la cultura latina
tiene un componente urbano fundamental: es en la propia Roma donde se genera el
clima intelectual y social que impulsa el desarrollo de las ideas, del arte y de la
literatura latinas. El caldo de cultivo de este clima es precisamente un lenguaje en
plena ebullición, frente al carácter más tradicional del mundo y el habla rural.

b) Por otra parte, están las lenguas de grupo, con un mayor o menor grado de
diferenciación respecto a la lengua común, creando sus propias jergas, como por
ejemplo la lengua militar. Un caso muy peculiar es el latín de los cristianos (s. III d.C. -
s. VII d.C), considerado durante mucho tiempo como una auténtica 'lengua especial', si
bien los estudios actuales se inclinan por entenderlo como una modalidad más del
latín tardío caracterizada por un gran desarrollo en el plano léxico (creación de
palabras nuevas, adopción de hebraísmos y helenismos, etc.) y semántico (creación de
nuevos sentidos y acepciones de las palabras para dar cuenta de la cosmovisión
cristiana).

Hay otra distinción fundamental, que se refiere a las diferencias entre la lengua escrita
y la lengua hablada. Para aludir a ésta, y en particular a la lengua hablada por las clases
populares, se ha aplicado en ocasiones la equívoca designación de latín vulgar, con
que también se alude, en el ámbito de la filología románica, al latín hablado en el bajo
Imperio y posteriormente hasta la aparición de las lenguas romances.

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Fundamentos de Latín (UNED) Módulo 1

3. ESCRITURA, PRONUNCIACIÓN Y SISTEMA FONEMÁTICO DEL LATÍN CLÁSICO

Es preciso distinguir con claridad entre escritura, pronunciación y sistema fonemático,


y su aplicación a la lengua latina:

EL ALFABETO

Se entiende por escritura la representación gráfica de la lengua. La lengua escrita


procede del traslado del código hablado a un código visual a través de signos gráficos
en un soporte material (piedra, tablillas, papiro, pergamino, papel, etc.).

Al conjunto de signos que se utilizan para representar gráficamente una lengua


determinada se denomina alfabeto. El alfabeto latino, que procede del griego a través
de la adaptación de los etruscos, es un alfabeto de carácter fonográfico, es decir, en el
que cada carácter gráfico, cada letra, representa uno -o varios- sonidos, con una
apreciable tendencia a notar particularidades fónicas relevantes más que a recoger
rasgos simplemente fonéticos. Este fenómeno, que se ha dado en llamar ‘orientación
fonológica’ de la escritura latina, ha permitido la constitución de un conjunto de
caracteres gráficos que refleja, en buena medida, aunque no exactamente, los fonemas
de la lengua. En época clásica el alfabeto constaba de 23 letras, después de la adición
de la Y y la Z al final de la República:

ABCDEFGHIKLMNOPQRSTVXYZ

Los romanos consiguieron así adaptar un alfabeto foráneo ajustándolo


considerablemente a la realidad fonética y fonemática de su propia lengua.

LA PRONUNCIACIÓN

La pronunciación es la realización acústica de un sonido o secuencia de sonidos en un


acto de habla. La posibilidad de ejecución de sonidos distintos es, en principio, muy
grande, sólo limitada por la capacidad articulatoria y fonadora humana. Sin embargo,
cada lengua tiende a utilizar un número limitado de estas realizaciones.

En el caso del latín se suele distinguir la pronunciación clásica latina (una restitución
que intenta aproximarse a la forma de pronunciación del s. I a.C.), las pronunciaciones
nacionales (adaptadas a las peculiaridades de cada país), y la pronunciación romana
(propia del mundo eclesiástico, y acuñada en la época de redacción de los textos
litúrgicos cristianos).

SISTEMA FONEMÁTICO

El fonema, en cambio, se ha entendido tradicionalmente como el modelo mental de un


sonido, si bien en la actualidad se prefiere una definición basada en criterios
articulatorios que permite caracterizar cada fonema mediante la zona y el modo en
que puede articularse, por contraposición a otros fonemas, y teniendo en cuenta que

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Fundamentos de Latín (UNED) Módulo 1

en el habla se puede producir con realizaciones acústicas diversas. Se trata de una


unidad distintiva en el plano de la lengua, pues cuando dos sonidos sirven para
discriminar significados es que corresponden a fonemas distintos.

Los fonemas de cada lengua constituyen un inventario limitado, organizado en forma


de sistema de oposiciones distintivas. Es lo que se denomina un sistema fonemático.
Lo que permite definir cada fonema no es tanto su realización acústica como los rasgos
articulatorios que lo componen en contraposición a los demás fonemas.

La organización de los fonemas latinos se vertebra, como en las lenguas romances, a


partir de dos grandes bloques en función de un rasgo articulatorio específico como es
la existencia o no de obstáculos en la salida del aire por la cavidad bucal: cuando hay
obstáculos, se articulan fonemas consonánticos; cuando no hay obstáculos, se generan
los vocálicos.

A) VOCALES:

A su vez, dentro de las vocales, se producen distinciones en función de tres rasgos


pertinentes:

a) la zona de articulación (anterior o palatal [E, I] / media [A] / posterior o velar [0,
U]);

b) el grado de apertura (abierta [A] / media [E,0] / cerrada [I, U]);

c) la cantidad vocálica: a la serie de cinco vocales largas (Ā Ē Ī Ō Ū) se opone la serie de


cinco vocales breves (Ă Ĕ Ĭ Ŏ Ŭ).

En cuanto a este último rasgo, el estatuto fonológico de las vocales largas no ha dejado
de suscitar controversia entre los lingüistas, ya que, a pesar de la relevancia fonológica
de la cantidad en época clásica, para algunos de ellos las vocales largas no son sino una
geminación o un grupo difonemático de dos vocales breves.

La combinación de estos tres rasgos permite distinguir diez fonemas en latín clásico (Ā
Ē Ī Ō Ū; Ă Ĕ Ĭ Ŏ Ŭ). Dado que el rasgo de la cantidad no se marcaba gráficamente, el
alfabeto latino sólo disponía de cinco letras vocales para los diez fonemas.

El latín clásico contaba así mismo con un reducido número de diptongos, es decir, una
combinación de fonemas equivalentes, desde el punto de vista de la cantidad, a una
vocal larga: AE, OE, AU, EU, y, en ocasiones, UI.

B) CONSONANTES:

En la articulación de las consonantes, sin embargo, el paso del aire se obstaculiza o


interrumpe en algún punto del canal bucal. Podemos clasificar las consonantes según
el grado de apertura u oclusión de la cavidad bucal (oclusivas, fricaticas), la sonoridad
o sordez de las cuerdas vocales (sordo /sonoro), la nasalidad u oralidad, o bien por el
punto de articulación (labialidad, dentalidad, velaridad...).

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Fundamentos de Latín (UNED) Módulo 1

Las oposiciones entre fonemas, tanto vocálicos como consonánticos, se ven en


ocasiones suspendidas o neutralizadas. La neutralización es un fenómeno que
consiste en la supresión de algún rasgo distintivo en determinadas posiciones de las
palabras o bien en ciertos contextos fónicos.

Entre los fonemas vocálicos algunos casos de neutralización son, por ejemplo, la
pérdida de la oposición de cantidad de una vocal delante de otra, abreviándose
siempre la primera, o también la pérdida de la oposición de timbre en sílaba interior
abierta en latín arcaico (maxumum/maximum); entre los fonemas consonánticos, un
ejemplo de neutralización es la pérdida de la oposición simple/geminada, en latín
clásico, en cualquier posición que no sea intervocálica.

SÍLABA

Relacionado con la organización del sistema fonemático se encuentra la distribución


de secuencias de fonemas posibles, así como los contextos admisibles dentro ya del
discurso. La sílaba es el ámbito en el que pueden determinarse las combinaciones
posibles de secuencias dentro de la palabra.

Se define la sílaba como el sonido o sonidos articulados que constituyen un solo núcleo
fónico que puede distinguirse en la emisión de voz. La sílaba se caracteriza por dos
rasgos esenciales:

1º) Cuenta siempre con un núcleo vocálico (vocal o diptongo). No existen sílabas que
no cuenten con apoyo vocálico, de manera que una sílaba puede estar constituida por
una sola vocal (a-pertus; u-tor), pero no hay sílabas formadas por una sola consonante.

2º) Admite la posibilidad de ser acentuada: Una sílaba puede ser átona o bien tónica,
cuando el culmen acentual de una palabra recae sobre ella: así la sílaba pro es átona en
el verbo pro-cé-do (palabra llana por ser la penúltima sílaba larga), mientras es tónica
en pro-do (palabra bisílaba, acentuada siempre en penúltima sílaba).

En latín las combinaciones más habituales (no las únicas) que conforman sílabas son:
consonante más vocal (da-re; fun-da-men-tum), vocal más consonante (um-bra; o-ti-
um), vocal (a-dopto; re-i), o consonante más vocal más consonante (cum; tym-pa-
num). Los diptongos pueden naturalmente ocupar la posición de la vocal.

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Fundamentos de Latín (UNED) Módulo 1

4. LA ACENTUACIÓN DEL LATÍN CLÁSICO

El acento latino -que no tiene representación gráfica- no se coloca de forma libre o


arbitraria en cada palabra, sino que su posición está directamente vinculada con la
cantidad silábica.

4.1. CANTIDAD VOCÁLICA Y CANTIDAD SILÁBICA

La cantidad, como hemos visto, es un rasgo fonológicamente relevante en la estructura


de las vocales latinas, ya que por sí sola puede servir para distinguir significados
distintos en dos palabras (mălum = mal; mālum = manzana; pŏpulus = pueblo; pōpulus
= álamo).

Pero esta oposición de cantidad no sólo afecta a las vocales, sino también a las sílabas,
que pueden ser, a su vez, largas y breves. Se dice habitualmente que las vocales son
largas o breves por naturaleza (es decir, en función de la propia historia de la lengua,
que ha determinado que sean largas o breves), y su cantidad afecta a la sílaba en la que
se encuentran. La cantidad silábica está íntimamente relacionada con la vocálica, pero
no son idénticas.

Las sílabas pueden ser largas por dos motivos:

a) Porque contienen una vocal larga (fi-dē-lis, dic-tā-tor) o un diptongo. Los diptongos
latinos en época clásica son ae, oe, au, eu, y, en ocasiones, ui. En el resto de casos en que
haya una secuencia de dos vocales, se produce un hiato, es decir, se trata de sílabas
distintas.

b) Porque contienen una vocal breve seguida de dos o más consonantes (sa-gĭt-ta). Se
trata de sílabas cerradas o trabadas, las cuales son largas por posición.

En cambio, las sílabas pueden ser breves por alguna de estas razones:

a) Porque contienen una vocal breve en sílaba abierta (fŭ-ga, do-mĭ-na).

b) Porque contienen una vocal que, aunque sea larga o haya un diptongo, va seguida de
otra vocal que pertenece a la sílaba siguiente (diligen-tĭ-a). Es decir, “vocal ante vocal
abrevia" (vocalis ante vocalem corripitur).

En el caso de las vocales, es fácil que surja la duda sobre si es larga o breve. Aunque el
diccionario distingue normalmente las vocales largas con una raya encima de la
misma, podemos distinguirlas en muchas ocasiones cuando se trata de diptongos, de
vocales que proceden de contracción o diptongo (cōgo de co-ago), o bien por la
evolución romance. Así, por ejemplo, la e breve tónica ha diptongado en castellano
(bĕne > bien; vĕnit > viene), en cambio si la e tónica no ha diptongado, es que se trata
de una e larga (plēnus > lleno).

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Fundamentos de Latín (UNED) Módulo 1

4.2. PAUTAS PARA IDENTIFICAR LA POSICIÓN DEL ACENTO

El acento latino, cuyo origen, bien intensivo o melódico-musical, sigue siendo debatido,
está sujeto en época histórica a unas normas de colocación relativamente estrictas que
establecen un procedimiento mecánico para determinar el culmen acentual de una
palabra. Este automatismo del acento latino supone que este rasgo, a diferencia de la
cantidad, no es capaz por sí solo de diferenciar palabras.

Las normas sobre la colocación del acento pueden sintetizarse así:

a) No existen palabras polisilábicas agudas, salvo algunas excepciones. Por ello los
bisílabos se acentúan siempre en la penúltima sílaba: nobis, tua, se pronuncian [nóbis],
[túa].

b) En las palabras de más de dos sílabas, la colocación del acento depende de la


cantidad de la penúltima sílaba: si ésta es larga, la palabra es llana, recayendo el
acento en ella; si la penúltima sílaba es breve, la palabra es esdrújula, y el acento recae
en la antepenúltima sílaba.

Ejemplos

La palabra fu-nes-tus es llana, porque la penúltima sílaba (-nes-) es larga por


posición.

La palabra le-ga-tus es llana por ser la penúltima sílaba larga (-ga-), al ser su
vocal larga.

La palabra no-ti-ti-a es esdrújula, porque la penúltima sílaba (la segunda -tĭ-) es


breve, al seguir una vocal a otra (el grupo ia no hace diptongo) y, por lo tanto,
"vocal ante vocal abrevia".

La palabra can-di-dus es esdrújula por ser la penúltima sílaba breve (-dĭ-), dado
que su vocal es breve.

Los monosílabos, naturalmente, tienen el acento en su única sílaba. tu, es, laus, se
pronuncian [lux], [tú], [és], [láus].

Por tanto, para acentuar bien una palabra en latín se requiere:

A) Distinguir correctamente las sílabas, y ver cuál es realmente la penúltima.

B) Reconocer la cantidad de la penúltima sílaba. Para dividir la palabra latina en


sílabas y acentuar correctamente en la práctica conviene tener presente las siguientes
pautas:

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1.- Toda sílaba debe tener al menos una vocal; puede no tener consonante o tener
una o varias.

2- Los diptongos latinos son ae, oe, au eu y, excepcionalmente, ui. En el resto de los
casos de contactos entre vocales, se produce un hiato y por lo tanto pertenecen a
sílabas distintas, a las que cabe aplicar la norma de que "vocal ante vocal abrevia".

3.- Una sola consonante entre vocales pertenece a la segunda sílaba (fi-li-us, cae-lum).

4.- Las consonantes geminadas pertenecen a sílabas distintas (sum-mus, il-le).

5.- La secuencia "oclusiva + líquida" admite dos posibilidades de corte silábico. Así la
palabra volucres puede silabizarse de dos maneras: vo-lu-cres (penúltima sílaba breve
y acento en antepenúltima), y vo-luc-res (penúltima sílaba larga y por consiguiente
acentuada).

6.- La distinción entre vocales largas y breves nos la proporciona el diccionario.

7.- Las excepciones a las reglas de acentuación latinas son muy escasas: una de las
más importantes es que las palabras que reciben una enclítica (es decir una partícula
que se añade al final de una palabra, como -ue, -ne, -ce, -que) preferentemente
acentúan, según indican los gramáticos antiguos, en la sílaba que precede a la
partícula.

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