Sei sulla pagina 1di 39

En dicho caso, estoy convencido de que se produciría una suerte

de fusión entre los hábitos del funcionario y los del soldado. La ad~
ministración adquiriría algo del espíritu militar y el militar algunas
costumbres de la administración civil. El resultado de esto sería un
mando regular, claro, neto y absoluto; el pueblo llegaría a ser una ima­
gen del ejército y la sociedad parecería un cuartel.

No se puede decir de manera absoluta y general que los mayores


peligros de nuestros días sean el libertinaje o la tiranía, la anarquía o ÍNDICE
el despotismo. Lo uno y lo otro son igualmente de temer y pueden sur­
gir tan fácilmente de una misma causa, que es la aparra general fruto La política del Nuevo Mundo: Alexis de Tocqueville y La
democracia en América : :· ..· ······..·
del individualismo. Esta apatía es la que hace que el día en que el po­ 5
der ejecutivo reúne algunas fuerzas, se encuentre en condiciones de Raimundo Viejo Viñas
oprimir y que, si al día siguiente un partido puede lanzar a la batalla
a
treinta hombres, se encuentre igualmente en condiciones de oprimir.
VOLU MENI
Al no poder fundar ni el uno ni el otro nada que dure, lo que les hace
triunfar fácilmente les impide triunfar durante mucho tiempo. Se al­ Advertencia a la duodécima edición 29
zan porque nada se les resiste y caen porque nada les sostiene. INTRODUCCIÓN
00.00 33
Lo que importa combatir, por tanto, es menos la anarquía o el des­
potismo que la apatía, que puede crear indistintamente la una o el otro.
I. PRIMERA PARTE
Configuración exterior de América del Norte · · 49
Sobre el punto de partida y su importancia para el porvenir de los
~ angloamericanos 59
~...,..\!} U'V,., Estado social de los angloamericanos ;
El principio de la soberanía del pueblo en América
: 79
Q;) L- 89
~ Necesidad de estudiar lo que pasa en los Estados particulares antes
t1\
u.. BIBLIOTECA ~ de hablar del gobierno de la Unión 93

El poder judicial en los Estados Unidos y su acción sobre la


?~ 4::; sociedad política 137
Q'WOd \. El juicio político en los Estados Unidos 145
Sobre la Constitución federal o 151

11. SEGUNDA PARTE


Cómo puede decirse rigurosamente que en los Estados Unidos el
pueblo es quien gobierna 219

914
Sobre los partidos en los Estados Unidos 221
Cómo el ejemplo de los americanos no demuestra que un pueblo

Sobre la libertad de prensa en los Estados Unidos 229


democrático carezca necesariamente de capaéidad y gusto por las

Sobre la asociación política en los Estados Unidos 239


ciencias, la literatura y las artes ···..··· ·····..··..···..·· 559

Sobre el gobierno de la democracia en América 247


Por qué los americanos se dedican más bien a la práctica de las

v Cuáles son las ventajas reales que obtiene la sociedad americana


ciencias que a su teoría ~··· ..·..···..··· ·····..· · 565

del gobierno de la democracia 287


Con qué espiritu cultivan las artes los americanos 573

V Sobre la omnipotencia de la mayoría en los Estados Unidos y sus


Por qué los americanos erigen al mismo tiempo monumentos tan

efectos 303
grandes y pequeños ·····..·· ..·..·..·..··· 579

V Sobre lo que en los Estados Unidos atempera la tiranía de la


Fisonomía literaria de los siglos democráticos 581

mayoría 319
Sobre la industria literaria 587

'.¡ Sobre las principales causas que tienden a mantener la república


Por qué el estudio de la literatura griega y latina es particularmente

democrática en los Estados Unidos 337


útil en las sociedades democráticas 589

Algunas consideraciones sobre el estado actual y el futuro probable


Cómo la democracia americana ha modificado la lengua inglesa 593

de las tres razas que habitan el territorio de los Estados Unidos 381
Sobre algunas fuentes de la poesía en las naciones democráticas 601

Conclusión 481
Por qué a menudo los escritores y los oradores americanos son

grandilocuentes 607

NOTAS 487
Algunas observaciones sobre el teatro de los pueblos

democráticos 609

Sobre algunas tendencias propias de los historiadores en los siglos

VOLUMEN 11
democráticos 615

Sobre la elocuencia parlamentaria en los Estados Unidos 619

ID. PRIMERA PARTE: INFLUENCIA DE LA DEMOCRACIA SOBRE


EL MOVIMIENTO INTELEcruAL EN LOS ESTADOS UNIDOS
Advertencia 521
IV. SEGUNDA PARTE: INFLUENCIA DE LA DEMOCRACIA

Sobre el método filosófico de los americanos 523


SOBRE LOS SENTIMIENTOS DE LOS AMERICANOS V

Sobre la principal fuente de las creencias en los pueblos

democráticos 529
Por qué los pueblos democráticos demuestran un amor más
Por qué los americanos muestran más aptitud y gusto por las ideas
ardiente y duradero por la igualdad que por la libertad 627 V

generales que sus padres los ingleses 535


Sobre el individualismo en los países democráticos 633

Por qué cuestiones de política los americanos nunca han sido tan
Cómo al salir de una revolución democrática el individualismo es V

apasionados por las ideas generales como los franceses 541


mayor que en otra época 637

v Cómo en los Estados Unidos la religión sabe servirse de los


Cómo combaten el individualismo los americanos mediante las V

instintos democráticos 543


instituciones libres 639

Sobre el progreso del catolicismo en los Estados Unidos 553


Sobre el uso que los americanos hacen de la asociación en la vida 'v

Lo que inclina el espíritu de los pueblos democráticos hacia el


civil 645

panteísmo 555
Sobre la relación entre las asociaciones y IQI\ periódicos 651

V Cómo la igualdad sugiere a los americanos la idea de la


Relaciones entre las asociaciones civiles y las asociaciones

políticas 655

perfectibilidad indefinida del hombre 557

------ _~.u~~.~" 'V" ......."U"'UlVS eJ ·lIlWVIQUallSmOcon.la .doctrina.


Influencia de la democracia sobre los salarios 741
del intet"és.bien·enteRdido .....•..........;.. ; , ; ú; " •• ; " 661
Influencia de la democracia sobre la familia 745
.. Cómo aplican los americanos la doctrina del interés bien entendido
Educación de las mujeres jóvenes en los Estados Unidos 751
en materia de religión ; ;.•.; : ; ; , ~ ; 665
Cómo la mujer joven vuelve a encontrarse bajo los rasgos de la
V Sobre el gusto por el bienestar material en América: 669
esposa 755
V SObre los efectos particulares que produce el amor por los placeres
Cómo la igualdad de condiciones contribuye a mantener las buenas
materiales en los siglos democráticos , ; ; 673
costumbres en América 759
V Por qué ciertos americanos exhiben un espiritualismo tan exaltado ._.. 677
Cómo entienden los americanos la igualdad del hombre y de la
Por qué los americanos se muestran tan inquietos en medio de su
mujer 767
bienestar. '" 679
Cómo la igualdad divide a los americanos de manera natural en
V Cómo entre Jos americanos el gustopor los placeres materiales se.
una multitud de pequeñas sociedades particulares 771
une al amor por la libertad y al cuidado de los asuntos públicos 683
Cómo las creencias religiosas. apartan de. vez en cuando el alma de. Algunas reflexiones sobre las maneras americanas 773
los americanos hacja los placeres. inmateriales : _ _; ; 687 Sobre la seriedad de los americanos y por qué con frecuencia no
les impide comportarse de manera desconsiderada 777
Cómo el amor excesivo al bienestar puede peIjudicarle ; 693
Por qué durante los tiempos de igualdad y duda importa alejar el : Por qué la vanidad de los americanos es más inquieta y
objeto de las acciones humanas ; ; 695 pendenciera que la de los ingleses 781
Porqué entre los americanos todas las profesiones honestas son. Cómo el aspecto de la sociedad en los Estados Unidos es agitado V·
consideradas honorables ; ; ;•. 699 y monótono a la vez 785
Lo que inclina prácticamente a todos los americanos hacia las Sobre el honor en los Estados Unidos y en las sociedades V
profesiones industriales ; ; ;; ; ; ; 701 democráticas 789
Cómo de la industria podría surgir la aristocracia 705 Por qué se encuentran tantos ambiciosos y tan pocas grandes
ambiciones en los Estados Unidos 803
Sobre la industria de los cargos públicos en ciertas naciones
democráticas 809
V. TERCERA PARTE: INFLUENCIA DE LA DEMOCRACIA
Por qué llegarán a ser raras las grandes revoluciones 813
SOBRE LAS COSTUMBRES PROPIAMENTE DICHAS
Por qué los pueblos democráticos desean la paz de forma natural y
. Cómo se moderan las costumbres. a medida que se igualan las los ejércitos democráticos desean naturalmente la guerra 827
condiciones : 711 Cuál es la clase más guerrera y revolucionaria en los ejércitos
Cómo la democracia hace más fáciles y sencillas las relaciones democráticos 835
habituales de los americanos , 717 Sobre lo que hace a los ejércitos democráticos más débiles que a
Por qué los americanos son tan poco susceptibles en su país y los demás ejércitos al entrar en campaña y más temibles cuando se
tanto en el nuestro 721 prolonga la guerra 839
Consecuencias de los tres capítulos. precedentes 725 Sobre la disciplina en los ejércitos democráticos 845
Cómo la democracia modifica las relaciones entre el criado y el Algunas consideraciones sobre la guerra en las sociedades
señor ; 727 democráticas 847
Cómo las instituciones y las costumbres democráticas tienden a
elevar el precio y a acortar la duración de los arrendamientos 737
VI. CUARTA PARTE: INFLUENCIA QUE EJERCEN LAS IDEAS
Y LOS SENTIMIENTOS DEMOCRÁncos SOBRE
LA SOCIEDAD POLÍTICA
La igualdad otorga naturalmente a los hombres el amor a las
instituciones libres 857
Las ideas de los pueblos democráticos en materia de gobierno son
favorables naturalmente a la concentración de poderes 859
Los sentimientos de los pueblos democráticos coinciden con sus
ideas para conducirles a concentrar el poder 863
Sobre algunas causas particulares y accidentales que acaban por
llevar a un pueblo democrático a centralizar el poder o que le AKAL BÁSICA DE BOLSILLO
apartan de él. '" '" 867 Títulos publicados
Entre las naciones europeas de nuestros días el poder soberano se
acrecienta aunque los soberanos sean menos estables 873
Qué tipo de despotismo deben temer las naciones democráticas 885
GARCÍA LORCA, FEDERICO. Poesía (2 vol.).
Continuación de los capítulos precedentes 891
1 AUE, HARTMANN VON. El pobre Enrique.
Vista general del tema 901
2 PETIEVICH, GERALD. Peces gordos.
NOTAS 905 3 PETlEVICH, GERALD. De un solo golpe.
4 SAINERO, RAMÓN. Sagas celtas prtíiíitivas.
5 HALL, JOSEPH. Un mundo distinto pero igual.
6 CASTRO, ROSALJA DE. Cantares gallegos.
7 CASTRO, ROSALJA DE. Follas novas.
8 ANÓNIMO. Kudrun.
9 SADE, MARQUÉS DE. Los crímenes del amor.
10 ANDREAE, JOHANN VALENTlN. Cristianópolis.
12 BERMEJO BARRERA, JOSÉ CARLOS. Introducción a la sociología
del mito griego.
13 LANDAU, LEVY D. / ET ALIl. ¿Qué es la teoría de la relatividad?
14 DARWIN, CHARLES. Origen de las especies.
15 BENNASSAR, B. La América española y la América portuguesa,
siglos XVI-XVIII.
17 DARWIN, CHARLES. Viaje de un naturalista alrededor del mundo
(2 vol.).
19 MAKARENKO, ANTON SEMIONOVICH. Poema pedagógico.
de tinieblas o si su origen se perdiera ya en la noche de los tiempos,
el problema sería insoluble.
Citaré un único ejemplo para hacer comprender mi pensamiento.
La legislación civil y criminal de los americanos no conoce más
que dos medios de acción: la prisión o la fianza. El primer acto del
procedimiento consiste en obtener la caución del demandado o, si
rehusa, hacerle encarcelar. Seguidamente, se discute la validez de las
acusaciones o la gravedad de los cargos.
Es evidente que semejante legislación está dirigida contra el pobre
y no favorece a otro que al rico.
El pobre no siempre encuentra la fianza, ni siquiera en materia ci­
vil, y si se ve obligado a esperar justicia en la cárcel, su forzada inac­
tividad pronto le reduce a la miseria. III. ESTADO SOCIAL DE LOS ANGLOAMERICANOS
El rico, por el contrario, siempre logra evitar el encarcelamiento en
materia civil. Más aún, caso de haber cometido un delito evita fácilmen­ El estado social en general resulta de un hecho, a veces de las leyes
te el castigo que debería esperar: tras haber entregado la fianza, desapa­ y las más de las veces de ambas causas juntas. - Sin embargo, una vez
rece. Se puede decir que para él las penas que impone la ley se reducen a que existe, se le puede considerar como la causa primera de la
multas58 . ¿Qué puede haber de más aristocrático que tamaña legislación? mayoría de las leyes, costumbres e ideas que rigen la conducta de las
A pesar de todo, en América son los pobres quienes hacen las le­ naciones. - Cuanto no crea, lo modifica. - Para conocer la le­
yes y quienes generalmente se reservan a su favor las mayores venta­ gislación y las costumbres de un pueblo, hay que empezar, pues, por
jas de la sociedad. estudiar su estado social.
En Inglaterra es donde hay que buscar la explicación de este fe­
nómeno: las leyes de que hablo son inglesas 59 • Los americanos no las
han cambiado para nada, aunque se opongan al conjunto de su legis­ Que el punto más destacado del estado social de los
lación y al común de sus ideas. angloamericanos es el de ser esencialmente democrático
Aquello que menos cambia un pueblo aparte de sus costumbres es
su legislación civil. Las leyes civiles sólo son familiares a los juristas, Primeros emigrantes de Nueva Inglaterra. - Iguales entre sí. - Leyes
es decir, a aquellos que tienen un interés directo en mantenerlas tal aristocráticas introducidas en el sur. - Época de la revolución. ­
como son, buenas o malas, por la razón de que las conocen. El grue­ Cambio de las leyes de sucesión. - Efectos producidos por dicho cam­
so de la nación apenas las conoce. Tan sólo las ve operar en casos par­ bio. - Igualdad, llevada a sus últimos extremos en los nuevos estados
ticulares, sin aprehender su tendencia más que difícilmente y some­ del oeste. - Igualdad entre las inteligencias.
tiéndose a ellas sin pensárselo.
He citado un ejemplo; hubiera podido señalar muchos más. Se podrían hacer muchas observaciones interesantes sobre el esta­
El cuadro que presenta la sociedad americana está, si puedo ex­ do social de los angloamericanos, pero hay una que domina sobre to­
presarme así, cubierto de una capa democrática bajo la que vemos sur­ das las demás.
gir de vez en cuando los viejos colores de la aristocracia. El estado social de los americanos es eminentemente democrático.
Ha tenido ese carácter desde el nacimiento de las colonias y todavía
SgMathers magnalia Christi americana, vol. 11, p. 13. lo tiene en nuestros días.
59 Hay, qué duda cabe, delitos por los que no se percibe fianza, pero son Ya he dicho en el capítulo precedente que entre los emigrantes que
bien escasos. fueron a establecerse en las costas de Nueva Inglaterra reinaba una

78 79
gran igualdad. El germen mismo de la aristocracia nunca se introdujo de los asuntos humanos. Estas leyes, es cierto, pertenecen al orden civil,
en esta parte de la Unión. Jamás pudieron asentarse en ella otras in­ pero deberían estar colocadas a la cabeza de todas las instituciones polí­
fluencias que las intelectuales. El pueblo se acostumbró a reverenciar ticas visto que influyen de manera increíble sobre el estado social de los
ciertos nombres como emblemas de ilustración y virtud. La voz de al­ pueblos, del que las leyes políticas son tan sólo su expresión. Tienen, por
gunos ciudadanos obtuvo sobre éste un poder al que con razón habría demás, una manera uniforme y segura de actuar sobre la sociedad. De al­
podido haberse llamado aristocrático de haberse podido transmitir in­ gún modo se apropian de las generaciones antes de su mismo nacirrúen­
variablemente de padres a hijos. too Gracias a ellas, el hombre está armado de un poder casi divino sobre
Esto acontecía al este del Hudson. Al sudoeste de dicho río y des­ el porvenir de sus semejantes. El legislador regula una vez la sucesión de
cendiendo hasta Florida ya era de otra manera. los ciudadanos y descansa durante siglos. Ya conferido el movimiento a
En la mayoría de los estados situados al sudoeste del Hudson habían su obra, puede retirar la mano. La máquina actúa por sus propias fuerzas
ido a establecerse grandes propietarios ingleses. Habían sido importados y se dirige como por sí misma hacia un objetivo señalado de antemano.
los principios aristocráticos y con ellos las leyes inglesas sobre las suce­ Constituida de una cierta manera, reúne, concentra, agrupa la propiedad
siones. He dado a conocer las razones que impidieron que jamás se hu­ alrededor de alguna cabeza y, poco después, el poder. Hace emerger, de
biese pOOido instalar en América una aristocracia poderosa Estas razones, alguna forma, la aristocracia de la tierra Dirigida por otros principios y
aun subsistiendo al sudoeste del Hudson, tenían allí, empero, menos poder lanzada por otra vía, su acción es más rápida todavía Divide, reparte, di­
que al este de dicho río. Al sur, un solo hombre podía, ayudado por es­ semina los bienes y el poder. A veces ocurre que entonces se sorprende
clavos, cultivar una gran extensión de terreno. En dicha parte del conti­ por la rapidez de su marcha. Desesperando de interrumpir su movimien­
nente se veían ricos propietarios territoriales, pero su influencia no era pre­ to, se procura al menos crearle dificultades y ponerle obstáculos, se quie­
cisamente aristocrática como se entiende en Europa, dado que no poseían re contrarrestar su acción mediante esfuerzos contrarios. ¡Vanas tentati­
ningún privilegio y el cultivo por esclavos ni les producía arrendatarios ni, vas! Destruye o hace volar en pedazos cuanto encuentra a su paso; se
por ende, patronazgo alguno. No obstante, los grandes propietarios al sur levanta y se vuelve a caer incesantemente sobre la tierra hasta que no
del Hudson formaban una clase superior, con ideas y gustos propios y que, queda a la vista más que un polvo movedizo e imperceptible sobre el que
en general, centraba la acción política en su interior. Era una especie de se asienta la democracia.
aristocracia poco distinta de la masa del pueblo, cuyas aficiones e intere­ Cuando la ley de sucesiones permite, y más aún si ordena, el igual
ses abrazaba fácilmente sin suscitar amor ni odio. En suma, débil y poco reparto de los bienes del padre entre todos los hijos, sus efectos son
vivaz. Esta clase fue la que se puso al frente de la insurrección en el sur. de dos clases. Importa distinguirlos con cuidado aun cuando tiendan
La revolución de América le debe sus más grandes hombres. al mismo objetivo.
En aquella época se estremeció toda la sociedad. El pueblo, en En virtud de la ley de sucesiones, la muerte de cada propietario
nombre del cual se había combatido, el pueblo convertido en un poder, conlleva una revolución en la propiedad. No solamente los bienes cam­
concibió el deseo de actuar por sí mismo. Los instintos democráticos bian de dueño, sino que cambian, por así decir, de naturaleza. Se frac­
se despertaron. Al romper el yugo de la metrópoli, se tomó gusto a toda cionan sin parar en partes más pequeñas.
suerte de independencias. Las influencias individuales dejaron de sen­ Tal es el efecto directo y en cierto modo material de la ley. En los
tirse poco a poco. Al igual que las leyes, las costumbres comenzaron a países donde la legislación establece la igualdad de reparto, los bienes y,
marchar de consuno hacia el mismo objetivo. en particular, las fortunas territoriales, deben tener, por ende, una tenden­
Pero fue la ley sobre las sucesiones la que hizo dar a la igualdad cia permanente a reducirse. En cualquier caso, los efectos de esta legisla­
su último paso. ción sólo se harían sentir a la larga si la ley fuese abandonada a sus pro­
Me sorprende que los publicistas antiguos y modemos no hayan atri­ pias fuerzas, ya que, a poco que la familia se componga de más de dos
buido a las leyes sobre las sucesiones60 una mayor influencia en el curso hijos (y la media de las familias en un país poblado como Francia, según
se dice, es de tres), al repartirse los hijos la fortuna de su padre y de su
60 Véase Blackstone y Delolme, libro 1, capítulo X. madre, no serán más pobres que cada uno de éstos individualmente.

RO 81
Pero la ley del reparto equitativo no ejerce tan sólo su influencia so­ hombre rico a vender sus vastas propiedades le impedirán, con tanta
bre el destino de los bienes: actúa sobre la propia alma de los propieta­ más razón, comprar otras pequeñas para rehacer las grandes.
rios y llama a sus pasiones en su ayuda. Son sus efectos indirectos los que Eso que se llama espíritu de familia a menudo se funda sobre una ilu­
destruyen rápidamente las grandes fortunas y, sobre todo, los latifundios. sión del egoísmo individual. Cada cual busca perpetuarse e inmortalizar­
En los pueblos en los que la ley de sucesiones se funda sobre el dere­ se en sus descendientes de alguna forma Allí donde termina el espíritu de
cho de primogenitura, los dominios territoriales pasan de generación en familia, aparece el egoísmo individual en la realidad de sus inclinaciones.
generación sin dividirse las más de las veces. De aquí resulta que el es­ Como la familia ya no se presenta al espíritu más que como una cosa
píritu de familia se materializa en la tierra de alguna manera. La familia vaga, indeterminada, incierta, cada cual se concentra en la comodidad del
representa la tierra, la tierra representa la familia; perpetúa su nombre, su presente. Se piensa en formar la siguiente generación y nada más.
origen, su gloria, su poder, sus virtudes. Es un testigo imperecedero del No se busca, pues, perpetuar la familia; o por lo menos no se bus­
pasado y una prenda preciosa de la existencia por venir. ca perpetuarla por otros medios que los de la propiedad territorial.
Cuando la ley de sucesiones establece el reparto igual, destruye el De esta suerte, la ley de sucesiones no sólo hace difícil para las fa­
vínculo íntimo que existía entre el espíritu de familia y la conservación milias conservar intactas las mismas propiedades, sino que, en cierto
de la tierra. La tierra deja de representar la familia, toda vez que al cabo modo, las priva del deseo de intentarlo y las aboca a cooperar con ella
de una o de dos generaciones teniendo que ser repartida, resulta evi­ en su propia ruina.
dente que debe disminuir sin remedio y termina por desaparecer com­ La ley del reparto equitativo procede por dos vías: al intervenir so­
pletamente. Los hijos de un gran terrateniente, si son reducidos en nú­ bre las cosas actúa sobre el hombre; al intervenir sobre el hombre lIe­
mero o si la fortuna les es favorable, pueden conservar la esperanza de ga a las cosas.
no ser menos ricos que su progenitor, pero no de poseer los mismos De ambas maneras consigue atacar profundamente la propiedad
bienes que él. Su riqueza se compondrá, necesariamente, de otros ele­ territorial y hacer desaparecer con rapidez familias y fortunas 62 .
mentos distintos que la suya. Sin duda, no nos toca a nosotros, franceses del siglo XIX, testigos
Ahora bien, desde el momento en que privéis a los grandes terrate­ cotidianos de los cambios políticos y sociales que hace surgir la ley de
nientes de interés por el sentimiento, los recuerdos, el orgullo y la ambi­ sucesiones, poner en duda su poder. Cada día la vemos pasar y volver
ción de conservar la tierra, podréis estar seguros de que más tarde o más a pasar sobre nuestras tierras, una y otra vez, derribando a su paso los
temprano venderán; pues tienen un gran interés pecuniario en su venta muros de nuestras moradas y destruyendo los cercos de nuestros cam­
dado que los capitales mobiliarios producen más intereses que los demás pos. Pero si la ley de sucesiones ha hecho ya mucho entre nosotros,
y se prestan más fácilmente a satisfacer las pasiones del momento. tanto más le queda aún por hacer. Nuestros recuerdos, nuestras opi­
Una vez divididos, los latifundios no se rehacen nunca, puesto niones y nuestras costumbres le oponen obstáculos poderosos.
que, proporcionalmente, el pequeño propietario obtiene más ingresos En los Estados Unidos su obra de destrucción está casi terminada.
de su campo que el latifundista del suy061. Por consiguiente, lo vende Allí es donde se pueden estudiar sus principales resultados.
más caro que éste. Así, los cálculos económicos que han conducido al La legislación inglesa sobre la transmisión de bienes fue abolida
en prácticamente todos los estados durante la época de la revolución.
La ley sobre las sustituciones fue modificada de manera que no en­
61 Entiendo por leyes sobre las sucesiones todas aquellas que tienen por prin­
cipal finalidad regular la suerte de los bienes tras la muerte del propietario. torpeciese de manera sensible la circulación de bienesG•
La ley de sustitución es de este tipo. Ciertamente, también tiene por resul­ Pase la primera generación y las tierras comenzarán a dividirse. A
tado impedir al propietario disponer de sus bienes antes de la muerte; pero no medida que transcurría el tiempo, el movimiento se iba haciéndo más
le impone la obligación de conservarlos más que en la perspectiva de hacerlos
llegar intactos a su heredero. El principal objetivo de la ley de sustituciones es, 62 No quiero decir que el pequeño propietario cultive mejor, sino que cul­
por tanto, regular la suerte de los bienes tras la muerte del propietario; lo de­ tiva con más entusiasmo y cuidado, recuperando por el trabajo lo que le ha fal­
más es el medio que emplea. tado por la ausencia de arte.

82 83
y más rápido. Hoy en día, cuando apenas han pasado sesenta años, el La instrucción primaria está al alcance de cualquiera: la instruc­
aspecto de la sociedad ya es irreconocible. Casi todas las familias de ción superior casi no está al alcance de nadie.
grandes latifundistas han sido engullidas en el seno de la masa común. Esto se comprende fácilmente y es, por así decir, el resultado ne­
En el Estado de Nueva York, donde se contaban en gran número, ape­ cesario de cuanto hem~ avanzado más arriba.
nas dos nadan en el remolino dispuesto a tragáselas. Los hijos de esos Casi todos los americanos gozan de una situación holgada y pue­
opulentos ciudadanos son hoy comerciantes, abogados o médicos. La den procurarse con facilidad los primeros fundamentos del conoci­
mayoría ha caído en la oscuridad más profunda. Los últimos restos de miento humano.
jerarquía y distinciones hereditarias han sido destruidos. Por todas En América hay pocos ricos. Casi todos los americanos tienen,
partes la ley de sucesiones ha pasado su rasero. pues, necesidad de ejercer una profesión. Ahora bien, toda profesión
No es que en los Estados Unidos no haya ricos como en todas par­ requiere un aprendizaje. Los americanos no pueden entregar al cultivo
tes. No conozco incluso un país donde el amor por el dinero tenga un de la inteligencia más que los primeros años de su vida. A los quince
lugar más amplio en el corazón del hombre y donde se profese un des­ años comienzan una carrera, por lo que su educación termina casi
precio tan profundo por la teoría de la igualdad permanente de bienes. siempre en el momento en que la nuestra comienza. Si se continúa más
Pero la fortuna circula con una increíble rapidez y la experiencia mues­ allá, no se dirige más que hacia una materia especial y lucrativa. Se es­
tra que es raro ver a dos generaciones recibir sus favores. tudia una ciencia como se opta por una profesión, sin adquirir otras
Esta representación, por brillante que se suponga, no da más que aplicaciones que aquellas cuya utilidad presente esté reconocida.
una idea incompleta de lo que ocurre en los nuevos estados del oeste En América, la mayor parte de los ricos ha comenzado por ser po­
y del sudoeste. bre. Casi todos los ociosos han sido gentes ocupadas en su juvelÚUd.
A finales del siglo pasado, algunos aventureros audaces comen­ De ahí resulta que, cuando podría tenerse apetencia por el estudio, no
zaron a adentrarse en los valles del Missisipi. Fue como un nuevo se tiene el tiempo para dedicarse a él, y que, cuando se ha consegui­
descubrimiento de América. Bien pronto fueron seguidos por el grue­ do el tiempo para entregarse a él, ya no se tiene apetencia alguna.
so de la emigración. Entonces, repentinamente, se vieron surgir de los En América, por tanto, no existe una clase que tenga a gala dedi­
desiertos sociedades desconocidas. Estados cuyo nombre ni siquiera carse a las tareas intelectuales y para la que la inclinación por los pla­
existía unos años antes, se hicieron un sitio en la Unión americana. ceres intelectuales se transmita con una situación holgada y con el goce
Es en el oeste donde puede observarse la democracia llevada hasta su de ocios heredados.
último extremo. En esos estados, improvisados en cierto modo por la La voluntad de entregarse a esos trabajos falta tanto como la po­
fortuna, los habitantes llegaron ayer al suelo que ocupan. Apenas se sibilidad misma de poder hacerlo.
conocen unos a otros y cada cual ignora la historia de su vecino más En el ámbito del conocimiento humano, se ha establecido en Amé­
próximo. En esta parte del continente americano, la población no ya rica un cierto nivel medio. Todos los espíritus se le aproximan; los
sólo escapa a la influencia de los grandes apellidos, sino a esa aristo­ unos por arriba, por debajo los otros.
cracia natural que se desprende de la cultura y la virtud. Nadie ejer­ Se encuentra, pues, una inmensa multitud de individuos que tiene
ce allí ese respetable poder que los hombres otorgan al recuerdo de más o menos las mismas nociones en materia de religión, historia, cien­
una vida entera consagrada a hacer el bien en su presencia. Los nue­ cias, economía política, legislación y gobierno.
vos estados del oeste ya tienen habitantes; la sociedad, allí, todavía La desigualdad intelectual procede directamente de Dios y no po­
no existe. drá el hombre impedir que resurja siempre.
Pero no sólo las fortunas son iguales en América. La igualdad se Pero acontece, al menos en lo que acabamos de decir, que aun sien­
extiende hasta cierto punto sobre las mismas inteligencias. do desiguales las inteligencias, tal como lo ha querido el Creador, en­
No creo que haya un país en el mundo donde, en proporción a la cuentran medios iguales a su disposición.
población, se encuentren tan pocos ignorantes y menos sabios que De esta suerte, en América, hoy en día, el elemento aristocrático,
en América. siempre débil desde su nacimiento, está, si no destruido, al menos

84 85
debilitado, de suerte tal que resulta difícil asignarle una influencia y persistente de sus deseos. Lo que amawcon amor eterno es la igualdad.
cualquiera sobre la marcha de las cosas. Hacia la libertad se lanzan con impulsos rápidos y esfuerzos repentinos
El tiempo, los acontecimientos y las leyes, por el contrario, han y, si fallan en su objetivo, se resignan. Pero nada podría satisfacerles sin
convertido al factor democrático no solamente en preponderante, la igualdad y antes consentirían morir, que perderla.
sino, por así decir, en único. Ninguna influencia de familia o cuerpo Los pueblos pueden, pues, deducir dos grandes consecuencias po­
se deja notar. No pocas veces ocurre que no se puede descubrir una in­ líticas de un mismo estado social: dichas consecuencias difieren entre
fluencia individual que dure algún tiempo. sí de manera prodigiosa, pero ambas surgen del mismo hecho.
Por tanto, América presenta en su estado social el más extraño de Sometidos los primeros a esta temible alternativa que acabo de
los fenómenos. Los hombres aparecen más iguales por su fortuna e in­ describir, los angloamericanos han sido lo bastante afortunados como
teligencia o, en otros ténninos, más igualmente poderosos de lo que para escapar al poder absoluto. Las circunstancias, el origen, la ilus­
en ningún otro país del mundo lo son ni en cualquier otro siglo del que tración y sobre todo las costumbres les han permitido fundar y man­
la historia guarde recuerdo. tener la soberanía del pueblo.

Consecuencias políticas del estado social de los angloamericanos

Las consecuencias políticas de semejante estado social son fáciles


de deducir.
Se hace imposible comprender que la igualdad no acabe por pe­
netrar, al igual que en otras partes, en el mundo político. No se puede
concebir a los hombres eternamente desiguales entre sí en un solo as­
pecto e iguales en todos los demás. En un tiempo detenninado, todos
llegarán a ser iguales en todo.
Ahora bien, tan sólo sé de dos maneras para hacer reinar la igual­
dad en el mundo político: o bien se concede derechos a todos los ciu­
dadanos, o no se les concede a ninguno.
Para los pueblos que han alcanzado el mismo estado social que los
angloamericanos resulta muy difícil, por tanto, concebir un ténnino
medio entre la soberanía de todos y el poder absoluto de uno solo.
No es preciso disimular que el estado social que acabo de describir
se presta tan fácilmente a una como a otra de sus dos consecuencias.
Existe, en efecto, una pasión viril y legítima por la igualdad que im­
pulsa a todos los hombres a querer ser fuertes y estimados. Esta pasión
tiende a elevar a los pequeños al nivel de los grandes. Pero también se
encuentra en el corazón humano un gusto depravado por la igualdad que
lleva a los débiles a querer reducir a los fuertes a su nivel y que condu­
ce a los hombres a preferir la igualdad en la servidumbre, a la desigual­
dad en la libertad. No se trata de que los pueblos cuyo estado social es
democrático desprecien la libertad de fonna natural. Por el contrario, tie­
nen un gusto instintivo por ella. Pero la libertad no es el objeto principal

86 87
1. PORQUÉ LOS PUEBLOS DEMOCRÁTrCOS DEMUESTRAN
UN AMOR MÁS ARDIENTE Y DURADERO POR LA
IGUALDAD QUE POR LA LIBERTAD

La primera y más viva de las pasiones que produce la igualdad de


condiciones, huelga decirlo, es el amor a dicha igualdad. No exttañará,
pues, que hable de ella antes que de todas las demás.
Cualquiera ha notado que en nuestro tiempo, y en Francia espe­
cialmente, esta pasión por la igualdad adquiere diariamente un lugar
cada vez mayor en el corazón humano. Se ha dicho cien veces que
nuestros contemporáneos demuestran un amor más ardiente y tenaz
por la igualdad que por la libertad. Pero todavía no hemos observado
que se haya remontado hasta las causas de este hecho de una manera
suficiente. Vamos a intentarlo.
Imaginemos un punto extremo en el que libertad e igualdad se to­
can y se confunden.
Supongamos que todos los ciudadanos tomen parte en el gobierno
y que cada uno tenga un derecho igual a tomar partido en él.
En dicho caso, al no haber diferencias entre los semejantes, nadie
podrá ejercer un poder tiránico; los hombres serán perfectamente li­
bres porque todos ellos serán completamente iguales y todos serán
perfectamente iguales porque serán completamente libres. Los pue­
blos democráticos tienden hacia este ideal.
He ahí la forma más completa que la igualdad puede adoptar so­
bre la tierra. Pero existen otras mil que, sin ser tan perfectas, apenas
son menos apreciadas por esos pueblos.
La igualdad puede establecerse en la sociedad civil y no reinar en el
mundo político en modo alguno. Se puede tener el derecho de librarse

627
a los mismos placeres, de acceder a las mismas profesiones, de encon­ Pero, independientemente de esta razón, existen otras tantas que en
trarse en los mismos lugares; en una palabra, de vivir de igual manera cualquier tiempo conducirán habitualmente a los hombres a preferir la
y perseguir la riqueza con los mismos medios, sin que todos participen igualdad a la libertad. .
por igual en el gobierno. Si algun día un pueblo pudiese llegar a destruir o cuando menos a
En el mundo político puede establecerse incluso algún tipo de igual­ disminuir por sí mismo la igualdad que reina en su seno, únicamente
dad, sin que exista por ello libertad política Se es el igual de todos sus lo conseguióa con largos y penosos esfuerzos. Seóa preciso que mo­
semejantes, menos de uno, que es, sin distinción, el señor de todos y eli­ dificase su estado social. aboliese sus leyes, renovase sus ideas, cam­
ge por igual, entre todos, los agentes de su poder. biase sus hábitos y alterase sus costumbres. Pero para perder la liber­
Seóa fácil establecer otras hipótesis conforme a las cuales una tad política llega con no retenerla y entonces se escapa.
igualdad muy grande pudiese combinarse fácilmente con institucio­ Los hombres no sólo aprecian la igualdad porque les es querida.
nes más o menos libres, o incluso con instituciones que no lo fuesen También se aferran a ella porque creen que debe durar eternamente.
en absoluto. Que la libertad política en sus excesos pudiese comprometer la
Aun cuando los hombres no puedan llegar a ser completamente tranquilidad, el patrimonio y la vida de los particulares, no existe hom­
iguales sin ser enteramente libres y, por consiguiente, la igualdad en bre tan corto de entendimiento ni tan superficial que no lo entienda.
su grado más extremo se confunda con la libertad, se impone distin­ Por el contrario, únicamente las personas atentas y lúcidas perciben
guir la una de la otra. los peligros con que nos amenaza la igualdad y, por lo general, evitan
El gusto que los hombres tienen por la libertad y el que sienten por señalarlos. Saben que las miserias que temen están lejanas y se jactan
la igualdad son, en efecto, dos cosas distintas, y no temo añadir que de que sólo alcanzarán a las futuras generaciones, por lo que la gene­
en los pueblos democráticos sean dos cosas diferentes. ración presente apenas se inquieta. Los males que a veces comporta la
Si se presta atención, se observará que en cada siglo se produce un libertad son inmediatos, visibles por todo el mundo y todos los sien­
hecho singular y dominante al que se le suman los demás. Este hecho ten más o menos. Los males que la l(xtrema igualdad puede producir
casi siempre da origen a un pensamiento matriz o a una pasión prin­ sólo se manifiestan poco a poco; se'Ínsinúan en el cuerpo social de
cipal que termina por atraer hacia sí y arrastrar en su decurso a todos forma gradual, únicamente se les ve de vez en cuando y, en el mo­
los sentimientos y a todas las ideas. Es como el gran óo hacia el cual mento en que se hacen más violentos, la costumbre ha hecho que ya
parecen correr todos y cada uno de los arroyos de los alrededores. no se les note.
La libertad se ha manifestado a los hombres en diferentes épocas Los bienes que la libertad procura tan sólo se muestran a la larga
y bajo diferentes formas; no se vincula exclusivamente a un estado so­ y siempre resulta fácil no comprender la causa que los produce.
cial y no se la encuentra en ninguna otra parte que en las democracias. Las ventajas de la igualdad se dejan sentir al instante y. cada día
Por consiguiente, no podóa constituir el carácter distintivo de los si­ se las ve manar de su fuente.
glos democráticos. De vez en cuando. la libertad política proporciona placeres subli­
El hecho particular y dominante que singulariza estos siglos es la mes a un cierto número de ciudadanos.
igualdad de condiciones; la principal pasión que agita a los hombres La igualdad suministra diariamente una multitud de pequeños pla­
en dichas épocas es el amor a esta igualdad. ceres a cada hombre. Los encantos de la igualdad se sienten a cada
No se pregunte cuál es el encanto singular que los hombres en­ instante y están al alcance de todos. Los corazones más nobles no les
cuentran en vivir iguales durante las épocas democráticas; como tam­ son insensibles y las almas más vulgares hacen de ellos sus delicias.
poco las razones particulares que pueden tener para aferrarse de for­ La pasión que hace nacer la igualdad debe ser, por tanto, enérgica y
ma tan obstinada a la igualdad antes que a los restantes bienes que la general a un mismo tiempo.
sociedad les ofrece: la igualdad forma el carácter distintivo de la épo­ Los hombres no pueden disfruta¡de la libertad política sin obte­
ca en que viven. Esto resulta suficiente para explicar que la prefieran nerla con algunos sacrificios y nunclillegan a apropiarse de ella si no
a cualquier otra cosa. es con grandes esfuerzos. Pero los placeres que la igualdad procura se

628 629
ofrecen por sí mismos. Cada uno de los pequeños incidentes de la vida Esto es cierto en todas las épocas y sobre todo en la nuestra. To­
privada parece producirlos y para disfrutarlos llega con vivir. dos los hombres y todos los poderes que quieran luchar contra este po­
Los pueblos democráticos desean la igualdad en todo momento, der irresistible serán derrocados y destruidos por ella. En nuestros
pero se dan ciertas épocas en que llevan la pasión que sienten por ella días, la libertad no se puede establecer sin su apoyo e incluso el des­
hasta el delirio. Esto sucede en el momento en que la antigua jerarquía potismo no podría reinar sin ella.
social, amenazada durante largo tiempo, acaba por destruirse tras una
última lucha intestina y cuando las barreras que separaban a los ciuda­
danos son por fin derruidas. Los hombres se precipitan entonces sobre
la igualdad como sobre una conquista y se aferran a ella como a un
bien precioso del que se les quisiera despojar. La pasión por la igual­
dad penetra en el corazón humano por todas partes, se extiende en él y
lo colma por completo. No digáis a los hombres que entregándose tan
ciegamente a una pasión exclusiva comprometen sus intereses más
queridos: están sordos. No les mostréis cómo la libertad se escapa de
sus manos mientras miran a otra parte: están ciegos o, más bien, en
todo el universo tan sólo perciben un único bien digno de envidia.
Cuanto precede se aplica a todas las naciones democráticas; cuan­
to sigue no nos concierne más que a nosotros mismos.
En la mayor parte de las naciones modernas, y en particular en to­
dos los pueblos del continente europeo, la idea y el gusto por la liber­
tad sólo han empezado a producirse y a desarrollarse en el momento
en que las condiciones comenzaron a igualarse y como consecuencia
de esa misma igualdad. Los reyes absolutos fueron quienes más tra­
bajaron para igualar las jerarquías entre sus súbditos. En dichos pue­
blos, la igualdad precedió a la libertad; la igualdad ya era una cosa an­
tigua cuando la libertad todavía era una cosa nueva La una ya había
creado opiniones, usos y leyes que le eran propios, mientras que la
otra salía sola y a la luz por vez primera Así, la segunda todavía no
existía más que en las ideas y en los gustos cuando la primera ya ha­
bía penetrado en las costumbres, se había adueñado de la moral y ha­
bía conferido un aspecto particular hasta a las menores acciones de la
vida. ¿De qué asombrarse si los hombres de nuestros días prefieren
una a la otra?
Creo que los pueblos democráticos tienen un gusto natural por la
libertad. Entregados a sí mismos, la buscan, la quieren y entienden que
sólo con dolor se les separe de ella Pero sienten por la igualdad una
pasión ardiente, insaciable, eterna, invencible; desean la igualdad en la
libertad y, si no pueden obtenerla, la desean incluso en la esclavitud.
Padecerán la pobreza, el servilismo y la barbarie, pero no padecerán
la aristocracia.

630 631
e

n. SOBRE EL INDIVIDUALISMO EN LOS PAÍSES DEMOCRÁTICOS

Hemos expuesto cómo en los siglos de igualdad cada hombre bus­


caba sus creencias en sí mismo. Ahora quisiéramos mostrar cómo, du­
rante estos mismos siglos, toma todos sus sentirrúentos hacia sí. ..0
El individualismo es una expresión reciente que ha producido una
idea nueva. Nuestros padres sólo conocían el egoísmo.
El egoísmo es un amor apasionado y exagerado por uno mismo que
conduce al hombre a referir todo hacia sí mismo y a preferirse a todo.
El individualismo es un sentimiento reflexivo y pacífico que dis­
pone a cada ciudadano a aislarse de la masa de sus semejantes y a re­
tirarse a un lugar alejado con su familia y sus amigos, de tal suerte que
tras haberse creado una pequeña sociedad a su medida de esta guisa,
abandona de buena gana la grande a sí misma.
El egoísmo nace de un instinto ciego; el individualismo procede de
un juicio erróneo antes que de un sentimiento depravado. Tiene su ori­
gen tanto en los defectos del espíritu como en los vicios del corazón.
El egoísmo reseca la simiente de todas las virtudes; el individua­
lismo sólo agota, de entrada, la fuente de las virtudes públicas, pero a
la larga ataca y destruye todas las demás y al final va a absorberse en
el egoísmo.
El egoísmo es un vicio tan antiguo como el mundo. No pertenece
a una forma de sociedad más que a otra.
El individualismo es de origen democrático y amenaza con desa­
rrollarse a medida que se igualan las condiciones.
En los pueblos aristocráticos, las familias permanecen durante si­
glos en la misma situación y a menudo en el mismo lugar. Esto hace

633
contemporáneas, por así decir, a todas las generaciones. Un hombre poder valerse por sí mismos. Éstos no deben nada a nadie y, por así de­
casi siempre conoce a sus antepasados y los respeta, cree avistar ya a cir, nada esperan de nadie. Están acostumbrados a pensar en sí mismos
sus descendientes y los quiere. De buena gana se impone deberes ha­ siempre de forma aislada. Se complacen en pensar que la totalidad de
cia unos y otros y no pocas veces le ocurre que sacrifica sus placeres su destino está en sus manos.
personales por esos seres que ya no existen o que no existen todavía. Así, la democracia no sólo hace olvidar a cada hombre sus antepa­
Asimismo, las instituciones aristocráticas tienen por efecto vincu­ sados, sino que les oculta sus descendientes y les separa de sus contem­
lar de manera estrecha cada hombre a varios de sus conciudadanos. poráneos; les conduce constantemente hacia sí mismos y les amenaza, en
En el seno de un pueblo aristocrático, al ser muy distintas e inmó­ fin, con encerrarles por completo en la soledad de su propio corazón.
viles las clases, cada una llega a ser, para quien las integra, una espe­
cie de pequeña patria más visible y querida que la grande.
En las sociedades aristocráticas, como todos los ciudadanos están
situados en puestos fijos, unos por encima de los otros, también re­
sulta que cada uno de ellos siempre ve por encima de sí mismo un
hombre cuya protección le es necesaria y, por debajo, otro cuya parti­
cipación puede reclamar.
Los hombres que viven en los siglos aristocráticos casi siempre
están unidos estrechamente a alguna cosa que se sitúa fuera de ellos y
a menudo están dispuestos a olvidarse de sí mismos. Es verdad que en
estos mismos siglos la noción general del semejante es oscura y que
apenas se piensa en consagrarse a ella en aras de la causa de la huma­
nidad, pero uno se sacrifica con frecuencia por ciertos hombres.
A diferencia de ello, en los siglos democráticos, donde los debe­
res de cada individuo hacia la especie son bastante más claros, la de­
voción hacia un hombre se vuelve más escasa. El vínculo de los afec­
tos humanos se distiende y se afloja.
En los pueblos democráticos, nuevas familias surgen sin cesar de
la nada, otras caen allí regularmente, y todas aquellas que permanecen
cambian de aspecto. La trama de los tiempos se rompe a cada instan­
te y se borra todo vestigio de las generaciones. Se olvida con facilidad
a aquellos que os han precedido y se carece de cualquier idea sobre
aquellos que os seguirán. Sólo interesan los más inmediatos.
Cuando cada clase consigue aproximarse a las demás y a mez­
clarse con ellas, sus miembros acaban siendo indiferentes y como ex­
traños entre sí. La aristocracia había hecho de todos los ciudadanos
una larga cadena que se remontaba del paisano al rey. La democracia
rompe la cadena y aísla cada mallete.
A medida que las condiciones se igualan, hay un mayor número de
individuos que, sin ser lo bastante ricos ni bastante poderosos como
para ejercer una gran influencia sobre la suerte de sus semejantes, han
adquirido o conservado, con todo, suficiente cultura y bienes como para

634 635
o

111. CÓMO AL SALIR DE UNA REVOLUCIÓN DEMOCRÁTICA


EL INDIVIDUALISMO ES MAYOR QUE EN OTRA ÉPOCA

Por encima de todo, es en el momento en que una sociedad de­


mocrática acaba de formarse sobre las ruinas de una aristocraciá cuan­
do más fácilmente llama la atención ese aislamiento entre unos hom­
bres y otros, así como el egoísmo, que es su consecuencia.
Tales sociedades no sólo comprenden un gran número de ciudada­
nos independientes, sino que a diario se llenan de hombres que, llega­
dos ayer a la independencia, están embriagados de su nuevo poder.
Conciben una confianza en sus fuerzas presuntuosa y, sin imaginar que
algún día puedan llegar a tener necesidad de requerir la ayuda de sus
semejantes, no tienen dificultad en mostrar que no piensan más que en
sí mismos.
Por lo general, una aristocracia sucumbe únicamente tras una pro­
longada lucha en la que prenden odios implacables entre las diferen­
tes clases. Tales pasiones sobreviven a la victoria y se les puede seguir
la huella en medio de la confusión democrática que les sigue.
Aquellos que de entre los ciudadanos eran los primeros en la jerar­
quía destruida no pueden olvidar tan rápido su antigua grandeza. Duran­
te mucho tiempo se consideran extraños dentro de la nueva sociedad. En
todos los iguales que dicha sociedad les ofrece, ven opresores cuyo des­
tino no podría producirles simpatía. Han perdido de vista a sus antiguos
iguales y ya no se sienten vinculados a su suerte por un interés común.
Al retirarse aparte, cada uno de ellos cree haber sido reducido a no ocu­
parse más que de sí mismo. Quienes, por el contrario, estaban otrora si­
tuados en la parte inferior de la escala social y a quienes una revolución

637
imprevista ha aproximado al nivel común, tan sólo disfrutan de la inde­
"~'"
pendencia recientemente adquirida con una especie de inquietud secre­
ta. Si encuentran a su lado a algunos de sus antiguos superiores, les lan­
zan miradas de triunfo y miedo, y se apartan de ellos.
Por tanto, en el origen de las sociedades democráticas es cuando,
por lo general. los ciudadanos se muestran más dispuestos a aislarse.
La democracia lleva a los hombres a no aproximarse a sus seme­
jantes, pero las revoluciones democráticas les disponen a huir de los
demás y perpetúan en el seno de la igualdad los odios que hizo nacer
la desigualdad.
La gran ventaja de los americanos es haber llegado a la democra­
cia sin haber sufrido revoluciones democráticas y haber nacido igua­ IV. CÓMO COMBATEN EL INDIVIDl,JALISMO LOS
les en lugar de llegar a serlo. AMERICANOS MEDIANTE LAS INSTITIJCIONES LIBRES

El despotismo, que es temeroso por naturaleza, ve en el aislamien­


to de los hombres el instrumento más seguro de su propia duración y,
por lo general, pone todos sus cuidados en aislarlos. Ningún vicio del
corazón humano le agrada tanto como el egoísmo. Un déspota perdona
con facilidad a sus gobernados que no l~i.9uieran siempre y que no se
quieran entre sí. No les pide que le ayudeñ a conducir el Estado, le lle­
ga con que no pretendan dirigirlo ellos mismos. Llama espíritus turbu­
lentos e inquietos a aquellos que pretenden unir sus esfuerzos para cre­
ar la prosperidad común y, cambiando el sentido de las palabras. llama
buenos ciudadanos a quienes se encierran estrictamente en sí mismos.
De esta suerte, los vicios que provoca el despotismo son precisa­
mente aquellos que la igualdad favorece. Ambas cosas se completan
y se ayudan mutuamente de una manera funesta.
La igualdad coloca a unos hombres al lado de otros, sin vínculo
común que los retenga. El despotismo erige barreras entre ellos y
los separa. Éstas les predisponen a no preocuparse por sus semejan­
tes, con lo que hacen de la indiferencia una especie de virtud pública.
El despotismo, que en todas las épocas es peligroso, resulta parti­
cularmente de temer en los siglos democráticos.
En estos mismos siglos, resulta fácil observar que los hombres tie­
nen una particular necesidad de libertad.
Cuando los ciudadanos son obligad~s a ocuparse de los asuntos
públicos, son apartados necesariamente tt'b sus intereses individuales
y separados, de vez en cuando, de su propia contemplación.

639
638
Desde el momento en que se tratan en común los asuntos comu­ Esto fue actuar con inteligencia.
nes, cada hombre se percata de que no es tan independiente de sus se­ Los asuntos generales de un país únicamente ocupan a los princi­
mejantes como se figuraba al principio y que para obtener su apoyo a pales ciudadanos. Éstos tan sólo se reúnen de vez en cuando en los
menudo debe prestarles su cooperación. mismos lugares y como a menudo ocurre que rápido se pierden de vis­
Cuando el público gobierna, no hay hombre que no sienta el valor ta, no se establecen entre ellos vínculos duraderos. Pero cuando se tra­
de la benevolencia pública y que no procure cautivarla atrayendo la ta de resolver los asuntos particulares de un cantón por los hombres
estima y el afecto de aquellos en medio de los cuales debe vivir. que lo habitan, los mismos individuos se encuentran permanentemen­
Varias de entre las pasiones que hielan los corazones y los dividen te en contacto y están de algún modo obligados a conocerse y a com­
se ven entonces forzadas a retirarse al fondo del alma y a guarecerse placerse.
allí. El orgullo se disimula, el desprecio no se atreve a salir a la luz. Difícilmente se aparta a un hombre de sí mismo para interesarlo
El egoísmo tiene miedo de sí mismo. en el destino de todo el Estado, ya que difícilmente comprende la in­
Bajo un gobierno libre, al ser electivas la mayor parte de las fun­ fluencia que el destino del Estado puede ejercer sobre el suyo propio.
ciones públicas, los hombres a quienes la altura de su alma o la in­ Pero si hay que hacer pasar un camino por un extremo de su propie­
quietud de sus deseos incomodan en la vida privada, sienten cada día dad, comprobará al primer vistazo que entre ese pequeño asunto pú­
que no pueden prescindir de la población que les circunda. blico y sus mayores asuntos privados existe una relación y descubrirá,
Ocurre así que piensan en sus semejantes por ambición y que no sin que se le enseñe, el estrecho vínculo que ahí une el interés parti­
pocas veces encuentran, de algún modo, su propio interés en olvidar­ cular al interés general.
se de sí mismos. Sé que se me pueden objetar aquí todas las intrigas Por tanto, al encargar a los ciudadanos la administración de los pe­
que producen la elección, los medios vergonzosos de que a menudo se queños asuntos, más que al encargarles el gobierno de los grandes, es
sirven los candidatos y las calumnias que propagan sus enemigos. Son cuando se les interesa por el bien público y se les hace ver la necesi­
ocasiones para el odio que se presentan tanto más en la medida en que dad permanente que para conseguirlo tienen unos de otros.
las elecciones se hacen más frecuentes. Gracias a una hazaña se puede cautivar de golpe el favor del pue­
Sin duda, estos males son grandes, pero son pasajeros, mientras que blo. Pero, para ganar el amor y el respeto de la población, se necesita
los bienes que nacen de ellos permanecen. una larga sucesión de pequeños servicios prestados, de oscuros bue­
El deseo de ser elegido puede llevar a ciertos hombres a hacerse nos oficios, un hábito de benevolencia constante y una reputación de
la guerra momentáneamente, pero a la larga ese mismo deseo condu­ desinterés bien establecida.
ce a todos los hombres a prestarse mutuo apoyo. y si sucede que una Las libertades locales, que hacen que un gran número de ciudada­
elección divide accidentalmente a dos amigos, el sistema electoral nos pongan precio al afecto de sus vecinos y sus allegados, conducen
aproxima de una manera permanente a una multitud de ciudadanos a unos hombres hacia los otros incesantemente, a pesar de los instin­
que siempre permanecerían extraños entre sí. La libertad crea odios tos que los separan y que les obliga a ayudarse mutuamente.
particulares, pero el despotismo produce la indiferencia general. En los Estados Unidos, los ciudadanos más opulentos tienen buen
Los americanos han combatido con la libertad el individualismo cuidado de no aislarse del pueblo. Bien al contrario, se aproximan a él
que producía la igualdad y lo han vencido. permanentemente, le escuchan de buen grado y le hablan todos los
Los legisladores de América no han creído que para sanar una en­ días. Saben que los ricos de las democracias siempre tienen necesidad
fermedad tan natural al cuerpo social en los tiempos democráticos y de los pobres y que, en los tiempos democráticos, al pobre se le atrae
tan funesta, llegase con conceder a toda la nación una representación más por las maneras que por las buenas acciones. La propia grandeza
de sí misma. De igual modo, pensaron que convenía dar una vida po­ de las buenas acciones, que pone en evidencia la diferencia de condi­
lítica a cada parte del territorio, a fin de multiplicar al infinito para los ciones, causa una irritación secreta a quienes se benefician de ellas. La
ciudadanos las ocasiones de actuar unidos y de hacerles sentir diaria­ simplicidad de maneras, empero, tiene encantos casi irresistibles; su
mente que dependen unos de otros. familiaridad atrae e incluso no siempre desagrada su tosquedad.

640 641
Esta verdad no invade a la primera el espíritu de los ricos. Por lo ge­ En Francia, mucha gente considera la igualdad de condiciones
neral, se resisten a ella tanto como dura la revolución democrática e in­ como el primer mal y la libertad política como el segundo. Cuando se
cluso una vez que ésta se ha realizado no la admiten irunediatamente. ven obligados a soportar la una, se esfuerzan cuando menos por esca­
Consienten de buen grado en hacer bien al pueblo, pero quieren seguir par a la otra. Y por lo que a mí respecta, afirmo que para combatir los
manteniéndolo a distancia con cuidado. Creen con eso que resulta sufi­ males que puede producir la igualdad, sólo existe un remedio eficaz y
ciente. Se equivocan. Así se arruinarán y no volverán a encender el co­ es la libertad política.
razón de la población que les rodea. No es el sacrificio de su dinero,
sino el de su orgullo, lo que se les solicita.
Diríase que en los Estados Unidos no hay imaginación que no se
agote en inventar los medios de incrementar la riqueza y de satisfacer
las necesidades del público. Los habitantes más instruidos de cada can­
tón se sirven sin cesar de sus conocimientos para descubrir nuevos se­
cretos apropiados con el fin de acrecentar la prosperidad común, y cuan­
do han encontrado algunos no tardan en entregárselos a la multitud.
Al examinar de cerca los vicios y las debilidades que no pocas ve­
ces dejan ver en América quienes gobiernan, nos asombramos de la
prosperidad creciente del pueblo y nos equivocamos. No es el magis­
trado elegido quien hace prosperar la democracia americana, sino ésta
la que prospera porque el magistrado es electivo.
Sería injusto creer que el patriotismo de los americanos y el celo
que cada uno de ellos demuestra por el bienestar de sus conciudada­
nos no tienen nada de real. Aun cuando en los Estados Unidos, como
en otros muchos sitios, el interés privado dirige la mayor parte de las
acciones humanas, no las regula todas.
Debo decir que he visto frecuentemente a los americanos hacien­
do grandes y verdaderos sacrificios por la cosa pública y he observa­
do cien veces cómo en caso de necesidad casi nunca dejaban de pres­
tarse un fiel apoyo unos a otros.
Las instituciones libres que poseen los habitantes de los Estados
Unidos y los derechos políticos de los que tanto uso hacen, recuer­
dan a cada ciudadano permanentemente y de mil maneras que vive
en sociedad. Aproximan a cada instante su voluntad a la idea de que
tanto el deber como el interés de los hombres estriba en hacerse úti­
les a sus semejantes. Y como no ven ninguna razón particular para
odiarlos, ya que nunca son ni sus esclavos ni sus amos, su corazón
se inclina hacia la benevolencia con facilidad. Se ocupan del interés
general por necesidad, primero, y por decisión, después. Aquello
que era cálculo deviene instinto y a fuerza de trabajar por el bien de
sus conciudadanos, terminan al fin por adquirir la costumbre y el de­
seo por servirlos.

642 643
""

V. SOBRE EL USO QUE LOS AMERICANOS HACEN DE LA


ASOCIACIÓN EN LA VIDA CIVIL

No quisiéramos hablar de esas asociaciones políticas con ayuda de


las cuales los hombres procuran defenderse contra la acción despótica
de una mayoría o contra las invasiones del poder real. Ya hemos trata­
do dicho tema en otro lugar. Está claro que si cada ciudadano, en la me­
dida en que se hace individualmente más débil y, por consiguiente, más
incapaz de preservar aisladamente su libertad, no aprendiese el arte de
unirse a sus semejantes para defenderla, la tiranía crecería necesaria­
mente con la igualdad. Aquí sólo se trata de las asociaciones que se
fonnan en la vida civil y cuyo objeto no tiene nada de político.
Las asociaciones políticas que existen en los Estados Unidos no
constituyen más que un detalle en medio del inmenso panorama que
representa el conjunto de las asociaciones.
Los americanos de todas las edades, de todas las condiciones, de
todas las mentalidades se unen sin cesar. No sólo tienen asociaciones
comerciales e industriales en las que todos toman parte, sino que tam­
bién las tienen de otras mil modalidades: religiosas, morales, serias, fú­
tiles, muy generales y muy particulares, inmensas y muy reducidas. Los
americanos se asocian para dar fiestas, fundar seminarios, construir al­
bergues, erigir iglesias, repartir libros, enviar misioneros a las antípo­
das. De esta manera, crean hospitales, prisiones y escuelas. Si se trata, en
fin, de poner en evidencia una verdad o de desarrollar un sentimiento con
el apoyo de un gran ejemplo, se asocian. Allí donde en Francia veis al
gobierno encabezando una empresa Y el!'Jnglaterra a un gran señor, con­
tad con que en los Estados Unidos encontraréis a una asociación.

645
En América encontré tipos de asociaci ones de las que confieso
que ni siquiera tenía idea y no pocas veces admiré el arte infinito con grandes cosas sin adquirir la facultad de producirlas en común, rápida­
que loshabit antes de los Estados Unidos lograban fijar un objetivo co­ mente regresaría a la barbarie.
mún a los esfuerzo s de un gran número de hombres y les hacían mar­ Desafortunadamente, el mismo estado social que tan necesarias hace

las asociaciones para los pueblos democráticos, las hace en ellos más di­
char libremente hacia él.

Después recorrí Inglaterra, de donde los americanos tomaron algu­ fíciles que en todos los restantes.
nas de sus leyes y muchos de sus usos, y me pareció que estaban muy Cuando varios miembros de una aristocra cia quieren asociarse, lo
lejos de hacer un empleo tan constante y compete nte de la asociación. consiguen fácilmente. Como cada uno de ellos aporta una gran fuerza
A menudo ocurre que los ingleses ejecutan aisladam ente cosas en la sociedad, el número de los asociado s puede ser muy pequeño ,
y
muy grandes, mientras que apenas existe empresa , por pequeña que si éstos son escasos les es muy fácil conocer se, compren derse y esta­
sea, para la que no se unan los americanos. Resulta evidente que los
blecer reglas fijas.
primeros conside ran la asociaci ón como un poderos o medio de ac­ En las naciones democrá ticas no se dan estas mismas facilidades,

ciÓn, si bien los demás parecen ver en ésta el único medio que tienen pues siempre es preciso que los asociados sean muy numerosos para

que la asociación tenga algún poder.


para intervenir.
Así, el país más democrá tico de la tierra resulta ser, de entre todos, Sé que no son pocos entre mis contemp oráneos a quienes esto no
aquel en que los hombres más han perfecci onado en nuestros días les preocupa. Pretend en que, a medida que los ciudada nos se hacen
el más débiles e incompetentes, hay que hacer al gobiern o más hábil
arte de persegu ir en común el objeto de sus deseos comune s y donde y
han aplicado esta nueva ciencia a mayor número de objetivos. ¿Ha re­ más activo, a fin de que la sociedad pueda ejecutar aquello que los in­
sultado esto de un accidente o será que existe, en efecto, una relación dividuos no pueden hacer. Al decir esto creen haber respondido
a
todo. Pero pienso que se equivocan.
necesari a entre las asociaciones y la igualdad?
Las sociedad es aristocráticas siempre compren den en su interior, Un gobierno podría ocupar el lugar de algunas de las mayores aso­
en medio de una multitud de individu os que no pueden valerse por ciaciones americanas y, en el seno de la Unión, varios estados ya lo han
sí intentado. Pero, ¿qué poder político estaría nunca en condiciones de ser
mismos , un pequeño número de ciudada nos muy poderos os y ricos.
Cada uno de ellos puede ejecutar grandes empresa s. suficiente para la innumerable multitud de pequeñas empresas que los
En las sociedades aristocráticas, no tienen necesidad de actuar porque ciudadanos americanos ejecutan a diario con ayuda de la asociación?
Resulta fácil prever que se aproxima el tiempo en que el hombre es­
se mantienen fuertemente unidos.
Cada ciudada no, rico y poderoso, forma en ellas como la cabeza tará cada vez menos en condiciones de producir por sí mismo las cosas
de una asociaci ón permane nte y forzosa que se compon e de todos más comunes y necesarias para su existenc ia La tarea del poder social
aquellos a quienes tiene bajo su dependencia, a quienes hace partici­ crecerá sin cesar y sus propios esfuerzos la harán cada día más vasta
Cuanto más ocupe en el lugar de las asociaciones, más necesidad tendrán
par en la ejecució n de sus designios.
En los pueblos democráticos, por el contrario, todos los ciudadanos los particulares de que se venga en su ayuda al perder la idea de aso­
son independientes y débiles. No pueden casi nada por sí mismos y nin­ ciarse. Son causas y efectos que se engendran sin descanso. ¿Terminará
guno de entre ellos podría obligar a sus semejantes a prestarle su apo­ la administración pública por dirigir todas las industrias para las que
no
yo. Si no aprenden a ayudarse libremente, caen todos en la impoten cia se basta un único ciudadano? Y si llega, en fin, un momento en el que,
Si los hombres que viven en los países democráticos no tuviesen ni el como consecuencia de la extrema división de las propiedades territoria
­
derecho ni el gusto de unirse con fines políticos, su independencia corre­ les,la tierra se encuentre repartida hasta el infinito, de suerte que no pue­
ría grandes peligros, pero podrían conservar durante mucho tiempo sus da ser cultivada más que por asociaciones de labradores, ¿hara falta que
ri­ el jefe del gobierno deje el timón del Estado para ir a empujar el arado?
quezas y sus luces, mientras que si no adquiriesen el hábito de asociarse
en la vida ordinaria, la civilización misma estaría en peligro. Un pueblo La moral y la inteligencia de un pueblo democrático no correrían
en el que los particulares perdiesen el poder de hacer aisladamente menores peligros que sus negocio s e industri a si el gobiern o llegase
a
ocupar el sitio de las asociaciones en todas partes.

646
647
Si los sentimientos y las ideas no se renuevan, el corazón no se en­ querido dar su patrocinio a la sobriedad. Habían actuado precisamente
grandece y el espíritu humano no se desarrolla más que por la acción como un gran señor que se vistiese muy sencillamente a fin de inspirar
recíproca de unos hombres sobre otros. el desprecio al lujo a los simples ciudadanos. Cabe pensar que si esos
Hemos expuesto cómo en los países democráticos una acción tal cien mil hombres hubiesen vivido en Francia, cada uno de ellos se ha­
resulta prácticamente nula. Es preciso, por tanto, crearla de manera ar­ bóa dirigido individualmente al gobierno para solicitarle que vigilara
tificial. Esto sólo pueden hacerlo las asociaciones. las tabernas en toda la superficie del reino.
Cuando los miembros de una aristocracia adoptan una idea nueva A mi entender, no hay nada que merezca más nuestra atención que
o conciben un sentimiento nuevo, en cierto sentido, los ubican a su las asociaciones intelectuales y morales de América. Las asociaciones
lado dentro del gran teatro en que ellos mismos se encuentran, y al ex­ políticas e industriales de los americanos encajan bien en nuestros es­
ponerlos de esta forma a las miradas de la multitud los introducen có­ quemas, pero las demás se nos escapan y, si las descubrimos, las com­
modamente en el espíritu o el corazón de todos quienes les rodean. prendemos mal ya que prácticamente nunca hemos visto algo pareci­
En los países democráticos, sólo el poder social se encuentra por na­ do. Se debe reconocer, no obstante, que tan necesarias son éstas al
turaleza en condiciones de actuar de esta manera, pero resulta fácil com­ pueblo americano como las primeras, e incluso más.
probar que su acción siempre es insuficiente y, no pocas veces, peligrosa. En los países democráticos, la ciencia de la asociación es la cien­
Un gobierno no seóa suficiente para mantener y renovar de por sí la cia matriz. El progreso de todas las restantes depende de esta misma.
circulación de sentimientos e ideas en un gran pueblo, como tampoco Entre las leyes que rigen las sociedades humanas, hay una que
para conducir todas las empresas industriales. Tan pronto como intenta­ parece más precisa y clara que todas las demás. Para que los hom­
se salir de la esfera política para lanzarse por esta nueva vía, ejerceóa, in­ bres continúen siendo civilizados o lleguen a serlo, hace falta que
cluso sin quererlo, una insoportable tiranía, ya que un gobierno sólo sabe entre ellos se desarrolle y perfeccione el arte de asociarse en la mis­
dictar reglas precisas, impone los sentimientos y las ideas que favorece, ma proporción en que aumente la igualdad de condiciones.
y siempre resulta complicado distinguir sus consejos de sus órdenes.
Seóa mucho peor todavía si se creyese interesado en que nada se
moviese. De ser así, se mantendóa inmóvil y se dejaóa sumir en un sue­
ño voluntario.
Hace falta, por lo tanto, que no actúe solo.
En los pueblos democráticos, las asociaciones son las que deben
ocupar el lugar de los particulares poderosos que la igualdad de con­
diciones ha hecho desaparecer.
En cuanto varios habitantes de los Estados Unidos conciben un
sentimiento o una idea que quieren dar a conocer al mundo, se buscan
y. cuando se han encontrado, se unen. Desde entonces ya no son hom­
bres aislados, sino un poder que se ve de lejos y cuyas acciones sirven
de ejemplo, que habla y es escuchado.
La primera vez que oí decir en los Estados Unidos que cien mil
hombres se habían comprometido públicamente a no hacer uso de li­
cores fuertes, la cosa me pareció más cómica que seria y no com­
prendía al principio por qué dichos ciudadanos, tan moderados, no se
contentaban con beber agua en el seno de su familia.
Acabé por danne cuenta de que esos cien mil americanos, asustados
por los progresos que la embriaguez provocaba a su alrededor, habían

648 649
tos bienes son, sin duda, preciosos y comprendo que para adquirirlos
o conservarlos una nación consienta en imponerse momentáneamente
grandes incomodidades, pero asimismo conviene que sepa precisa­
mente cuánto le cuesta dichos bienes.
Comprendo que para salvar la vida de un hombre se le corte un
brazo. Pero para nada pretendo que se me asegure que mostrará tanta
destreza como si no fuese manco.

VIII. CÓMO COMBATEN LOS AMERICANOS EL


INDIVIDUALISMO CON LA DOCTRINA DEL INTERÉs
BIEN ENTENDIDO

Cuando el mundo era dirigido por un pequeño número de indivi­


duos poderosos y ricos, éstos gustaban de hacerse una idea sublime de
los deberes del hombre. Se complacían en profesar lo glorioso de ol­
vidarse de sí mismos y la conveniencia de hacer el bien desinteresa­
damente, como el propio Dios. En aquel tiempo, tal era la doctrina
oficial en materia de moral.
Dudo de que los hombres fuesen más virtuosos en los siglos aris­
tocráticos que en otros, pero es cierto que en ellos se hablaba sin ce­
sar de la belleza de la virtud. Sólo en secreto se estudiaba en qué sen­
tido era útil. Pero, a medida que la imaginación echa a volar menos
alto y cada cual se concentra sobre sí mismo, los moralistas se ame­
drentan ante tal idea del sacrificio y ya no se arriesgan a ofrecérsela al
espíritu humano. Se limitan a investigar si el provecho individual de
los ciudadanos no sería trabajar por la felicidad de todos. Y cuando
han descubierto uno de esos puntos en los que el interés particular vie­
ne a encontrarse con el interés general y a confundirse con él, se apre­
suran a sacarlo a la luz. Poco a poco, se multiplican observaciones pa­
recidas. Aquello que no era más que una observación aislada se
convierte en una doctrina general y, al final, se cree percibir que el
hombre se sirve a sí mismo al servir a sus semejantes y que su interés
particular consiste en hacer el bien.
Ya he indicado en diversos lugares de esta obra cómo los habitantes
de los Estados Unidos saben casi siempre combinar su propio bienestar

660 661
con el de sus conciudadanos. Lo que quiero destacar aquí es la teoría Podría detenenne aquí Y no intentar enjuiciar cuanto acabo de des­
general con ayuda de la cual lo consiguen. cribir. Mi excusa sería la extrema dificultad del tema. Pero no quisiera
En los Estados Unidos, apenas se dice que la virtud sea bella. Se aprovecharme de ello y prefiero que mis lectores, al ver claramente mi
sostiene que es útil y todos los días se demuestra que es así. Los mora­ objetivo, se nieguen a seguir conmigo antes que dejarles en suspenso.
listas americanos no pretenden que sea preciso sacrificarse por los se­ El interés bien entendido es una doctrina poco elevada, pero es cIa­
mejantes porque sea importante hacerlo, sino que afirman con audacia ra y segura. No pretende alcanzar grandes objetivos, pero consigue to­
que semejantes sacrificios son tan necesarios para quien se los impone dos los que propone sin demasiados esfuerzos. Como está al alcance
como para quien se aprovecha de ellos. de todas las inteligencias, todo el mundo la maneja con facilidad y
Han observado que, en su país y en su tiempo, el hombre es arras­ la retiene sin dificultad. Al adaptarse maravillosamente a las debili­
trado hacía sí por una fuerza irresistible y, al perder la esperanza de dades de los hombres, obtiene un gran imperio cómodamente y no
detenerle, ya sólo piensan en dirigirle. le resulta difícil conservarlo ya que reorienta el interés personal en su
No niegan que cada hombre no pueda moverse en su propio interés, propia contra y se sirve, para dirigir las pasiones, del aguijón que
pero se empeñan en probar que el interés de todo el mundo consiste en las excita.
ser honrado. La doctrina del interés bien entendido no produce grandes sacrifi­
No quiero entrar aquí en el detalle de sus razones, ya que me apar­ cios, pero sugiere pequeñas renuncias cotidianas. Por sí sola no podría
taría de mi tema. Me basta decir que éstas han convencido a sus con­ hacer virtuoso a un hombre, pero forma una multitud de ciudadanos
ciudadanos. ordenados, prudentes, razonables, previsores y dueños de sí mismos.
Hace mucho Montaigne dijo: «Cuando no siga el camino recto por y si no conduce directamente a la virtud mediante la voluntad, se le
su rectitud, lo seguiré por haber descubierto, con la experiencia, que a acerca sin que se note mediante las costumbres.
fin de cuentas es por lo común el más agradable y útil». Si la doctrina del interés bien entendido llegase a dominar entera­
La doctrina del interés bien entendido no es nueva, por tanto. Pero mente el mundo moral, las virtudes extraordinarias serían sin duda
entre los americanos de nuestros días ha sido aceptada de manera uni­ menos frecuentes. Pero pienso que entonces serían también menos co­
versal. Se ha hecho popular: se la encuentra en el fondo de todas las ac­ munes las depravaciones bárbaras. La doctrina del interés bien enten­
ciones y promueve todos los discursos. Está tanto en la boca del pobre dido quizá impida a algunos hombres subir muy por encima del nivel
como en la del rico. ordinario de la Humanidad, pero muchos otros que caían por debajo
En Europa, la doctrina del interés es mucho más tosca que en Amé­ de él se mantendrán. Considérense algunos individuos y los rebajará.
rica, si bien se encuentra menos difundida al mismo tiempo y, sobre Piénsese en la especie y la elevará.
todo, es menos explícita. A diario se le finge una devoción que no se No temeré decir que de todas las doctrinas filosóficas, la doctrina del
le profesa. interés bien entendido me parece la más adecuada a las necesidades de
Los americanos, por el contrario, se complacen en explicar con la los hombres de nuestro tiempo y en ella veo la más poderosa garantía
ayuda del interés bien entendido prácticamente todos los actos de su que les queda contra sí mismos. Hacia ella es principalmente hacia don­
vida. Muestran complacidos cómo su esclarecido amor por sí mismos de debe girarse el espíritu de los moralistas de nuestros días. Aun cuan­
les incita constantemente a ayudarse entre sí y les predispone a sacri­ do la consideren imperfecta, todavía debería adoptarse como necesaria.
ficar voluntariamente una parte de su tiempo y riquezas por el bien del No creo que, en términos generales, haya más egoísmo entre nosotros
Estado. Pienso que en eso les sucede a menudo que no se rinden jus­ que en América. La única diferencia es que allí es ilustrado y aquí no lo
ticia, ya que en los Estados Unidos, como en otras partes, a veces se es. Cada americano sabe sacrificar una parte de sus intereses particulares
observa a los ciudadanos dedicarse a los impulsos desinteresados e para salvar todo lo demás. Nosotros queremos conservarlo todo y no po­
irreflexivos que son naturales al hombre. Pero los americanos apenas cas veces todo se nos escapa.
confiesan ceder a movimientos de este tipo. Prefieren hacer honor a A mi alrededor no veo más que personas que, con sus palabras y su
su filosofía que a sí mismos. ejemplo, parecen querer enseñar todos los días a sus contemporáneos

662 663
que lo útil nunca es deshonesto. ¿AC1JSO no encontrar6 alguien que quie­ ...
~-

ra hacerles entender, por fin, cómo puede ser útil lo honesto?


No existe poder sobre la tierra capaz de impedir que la creciente
igualdad de condiciones conduzca el espíritu humano a la búsqueda
de lo útil, o disponga a cada ciudadano a encerrarse en sí mismo.
Cabe esperar, pues, que el interés individual llegará a ser el prin­
cipal, si no el único, móvil de las acciones de los hombres como nun­
ca lo fue, aun cuando quede por saber cómo entenderá cada hombre
su interés individual.
Si, al hacerse iguales, los ciudadanos continuasen ignorantes y vul­
gares, es difícil prever hasta qué estúpido exceso podría llevar su ego­
ísmo y no se podría decir por adelantado en qué vergonzosas miserias
se sumirían por miedo a sacrificar algo de su bienestar por la prosperi­ IX. CÓMO APLICAN LOS AMERICANOS LA DOCTRINA DEL
dad de sus semejantes. INTERÉs BIEN ENTENDIDO EN MATERIA DE RELIGIÓN
No creo que la doctrina del interés tal como se predica en Améri­
ca sea evidente en todas sus partes, pero comprende un gran número
de verdades tan obvias que llega con instruir a los hombres para que Si la doctrina del interés bien entendido tuviese a la vista este mun­
las vean. Instruidlos, pues, a cualquier precio, pues el siglo de la ab­ do únicamente, estaría lejos de ser suficiente, pues existe un gran nú­
negación ciega y las virtudes instintivas huye ya lejos de nosotros y mero de sacrificios que sólo en el otro pueden encontrar sU recompen­
veo acercarse el tiempo en que la libertad, la paz pública y el propio sa y, fuese cual fuese el empeño que se pusiese en demostrar la utilidad
orden social no podrán prescindir de la instrucción. de la virtud, siempre sería incómodo lW;er vivir bien a un hombre que
no quiere morir.
Es necesario, por tanto, saber si la doctrina del interés bien enten­
dido puede conciliarse fácilmente con las creencias religiosas.
Los filósofos que enseñan esta doctrina dicen a los hombres que,
en la vida, para ser felices, deben vigilar sus pasiones y reprimir los
excesos con cuidado; que sólo se podrá conseguir una felicidad dura­
dera rechazando mil distracciones pasajeras y que para servirse mejor
deberán, en fin, triunfar sobre sí mismos pennanentemente.
Los fundadores de casi todas las religiones emplearon poco más o
menos el mismo lenguaje. Sin indicar a los hombres un camino diferen­
te, tan sólo alejaron el objetivo. En lugar de situar en este mundo el pre­
mio a los sacrificios que imponen, lo han situado en el otro.
Sin embargo, me niego a creer que cuantos practican la virtud con
espíritu de religión actúen únicamente con vistas a una recompensa.
He encontrado celosos cristianos que siempre se olvidaban de sí
mismos para trabajar con más afán por la felicidad de todos, y les he oído
sostener que sólo obraban de esa manerapara merecer los bienes del otro
mundo, pero no puedo dejar de pensar que se engañan a sí mismos. Les
respeto demasiado como para creerles.

664 665
El cristianismo nos dice, cierto es, que hay que preferir los demás Los americanos no sólo siguen su religión por interés, sino que a
a uno mismo para ganar el cielo, pero el cristianismo también nos dice menudo sitúan en este mundo el interés que se puede tener en seguir­
que se debe hacer el bien a los semejantes por el amor de Dios. He la. En la Edad Media,lo.clérigos no hablaban más que de la otra vida
aquí una magnífica expresión: el hombre penetra en el pensamiento y apenas se preocupaban por demostrar que un cristiano sincero pue­
divino mediante su inteligencia, ve que la meta de Dios es el orden, se de ser un hombre feliz aquí abajo.
une libremente a tan gran designio y, aun cuando sacrifica sus intere­ Pero los predicadores americanos regresan constantemente a la tie­
rra y sólo pueden apartar de ella sus miradas con gran pesar. Para me­
ses particulares a ese orden admirable de todas las cosas, no aguarda
otra recompensa que el gozo de contemplarlo. jor conmover a sus oyentes, les hacen ver cada día cómo las creencias
No creo, por lo tanto, que el único móvil de los hombres religio­ religiosas favorecen la libertad y el orden público y, al escucharlos, no
pocas veces resulta difícil saber si el objeto principal de la religión es el
sos sea el interés, pero pienso que el interés constituye el principal
de procurar la eterna felicidad en el otro mundo o el bienestar en éste.
medio del que se sirven las propias religiones para guiar a los hom­
bres y no dudo de que es por este camino por donde se adueñan de la
multitud y llegan a ser populares.
Por consiguiente, no veo claramente en qué habría de apartar a los
hombres de las creencias religiosas la doctrina del interés bien enten­
dido y me parece, por el contrario, que les acerca a ellas.
Supongamos que para alcanzar la felicidad en este mundo, un hom­
bre resista al instinto en todas las ocasiones y razone fríamente todos
los actos de su vida; que en lugar de ceder ciegamente al impulso de
sus primeros deseos, haya aprendido el arte de combatirlos y se haya
habituado a sacrificar sin esfuerzo el placer del momento al interés per­
manente de toda su vida.
Si semejante hombre tiene fe en la religión que profesa, apenas le
costará someterse a los inconvenientes que le imponga. La razón
misma le aconsejará hacerlo y la costumbre le ha preparado a sufrir­
los por adelantado.
En el caso de concebir dudas sobre el objeto de sus esperanzas, no
se dejará detener por ellas fácilmente y pensará que es acertado arries­
gar algunos de los bienes de este mundo para conservar sus derechos
sobre la inmensa herencia que se le promete en el otro.
«Equivocarse creyendo verdadera la religión cristiana», decía Pas­
cal, «no es perder gran cosa, pero, ¡qué desgracia equivocarse cre­
yéndola falsa!».
Los americanos no aparentan una burda indiferencia por la otra
vida, no ponen un orgullo pueril en despreciar los peligros a los que
esperan sustraerse.
Por consiguiente, practican su religión sin vergüenza ni debilidad,
pero por lo común se observa en el centro de su celo un no sé qué de
tranquilo, metódico y calculado que parece como si la razón fuese, más
que el corazón, lo que les conduce al pie de los altares.

666 667
~

X. SOBRE EL GUSTO POR EL BIENESTAR MATERIAL EN


AMÉRICA

En América, la pasión por el bienestar material no siempre es ex­


clusiva, pero está generalizada, y si bien no todos la experimentAn de
la misma manera, todos la sienten. El cuidado por satisfacer las me­
nores necesidades del cuerpo y por satisfacer las pequeñas comodida­
des de la vida allí preocupa a las almas de manera universal.
Algo parecido se observa en Europa cada vez más.
Entre las causas que en ambos continentes producen efectos
similares, existen varias que están cercanas a mi tema y que debo
indicar.
Cuando las riquezas permanecen en las mismas familias heredi­
tariamente, se observa a un gran número de hombres que disfrutan de
bienestar material sin tener un gusto exclusivo por él.
Aquello que atrae más vivamente al corazón humano no es la po­
sesión pacífica de un objeto precioso, sino el deseo imperfectamente
satisfecho de poseerlo y el incesante miedo de perderlo.
En las sociedades aristocráticas, los ricos, al no haber conocido
nunca un estado diferente del que les es propio, no temen cambiarlo;
apenas imaginan otro. Para ellos, el bienestar material no es el come­
tido de la vida, es una manera de vivir. En cierto sentido, 10 toman por
la existencia y disfrutan de él sin preocuparse por ello.
Así, al ser satisfecho sin pena ni miedo el gusto natural e instinti­
vo que todos los hombres sienten por el bienestar, su alma se dirige a
otro lugar y se dedica a cualquier empresa más difícil y de mayor en­
vergadura que la anime y la atraiga.

669
Así es como en el mismo seno de Jos pIIcau materiales, Jos miem­ Por otra parte, nunca observé entre los ricos de los Estados Unidos
bros de una aristocracia frecuentemente manifiestan un orgulloso des­ ese soberbio desdén por el bienestar material que a veces se percibe
precio por estos mismos placeres y encuentran fuenas singulares cuan­ hasta en el seno de las aristocracias más opulentas y disolutas.
do es preciso privarse de ellos. Todas las revoluciones que han La mayoría de estos ricos han sido pobres y han sentido el agui­
subvertido o destruido las aristocracias han demostrado con qué facili­ jón de la necesidad. Han combatido largo tiempo contra una fortuna
dad gentes acostumbradas a lo superfluo podían prescindir de lo nece­ enemiga y, ahora que han alcanzado la victoria, sobreviven las pasio­
sario, mientras que unos hombres que han alcanzado el bienestar labo­ nes que les acompañaron en la lucha. Permanecen como embriagados
riosamente apenas pueden vivir tras haberlo perdido. en medio de todos· esos pequeños placeres que persiguieron durante
Si de las jerarquías superiores pasamos a las clases bajas, obser­ cuarenta años.
varemos efectos análogos producidos por causas diferentes. No es que en los Estados Unidos, como en cualquier otra parte, no
En las naciones en las que la aristocracia domina la sociedad y la se encuentre un número tan grande de ricos que, en virtud de haber re­
mantiene inmóvil, el pueblo acaba por amoldarse a la pobreza como los cibido sus bienes por herencia, posean sin esfuerzos una opulencia que
ricos a su opulencia. Unos no se preocupan del bienestar material porque no han adquirido, pero incluso éstos se muestran menos apegados a los
lo poseen sin dificultad y los otros no piensan en él porque desesperan placeres de la vida material. El amor al bienestar se ha convertido en
de llegar a alcanzarlo y no lo conocen lo suficiente como para desearlo. una propensión nacional y dominante, la gran corriente de las pasiones
En este tipo de sociedades, la imaginación del pobre es expulsada ha­ humanas se dirige hacia dicha meta y arrastra todo en su camino.
cia el otro mundo. Las miserias de la vida real la contienen, pero se es­
capa de ellas y va a procurarse sus goces más allá.
Cuando, por el contrario, la jerarquías se confunden y los privile­
gios se destruyen; cuando los patrimonios se dividen y la instrucción
y la libertad se extienden, la voluntad de alcanzar el bienestar se pre­
senta a la imaginación del pobre y el miedo de perderlo al espíritu del
rico. Se establece una infinidad de fortunas mediocres. Aquellos que
las poseen tienen suficientes placeres materiales como para concebir
el gusto por tales placeres, pero no los suficientes como para conten­
tarse con ellos. Nunca se los procuran si no es con esfuerzo y única­
mente se libran a ellos de manera vacilante.
Se dedican a perseguir recurrentemente o a retener estos placeres
tan preciosos, incompletos y fugitivos.
Busco una pasión que sea natural a unos hombres a quienes exci­
ten o limiten la oscuridad de su origen o la mediocridad de su fortuna
y no encuentro nada más apropiado que el gusto por el bienestar. La
pasión por el bienestar material es esencialmente una pasión de clase
media: crece y se extiende con dicha clase; con ella llega a ser pre­
ponderante. De ahí asciende a los escalafones superiores de la socie­
dad y desciende hasta el interior del pueblo.
En América, no encontré un ciudadano tan pobre que no arrojase
una mirada de esperanza y envidia sobre los placeres de los ricos,
cuya imaginación no se adueñase por adelantado de los bienes que la
suerte se obstinaba en negarle.

670 671
.",.

XI. SOBRE LOS EFECTOS PARTICULARES QUE PRODUCE


EL AMOR POR LOS PLACERES'MATERlALES EN LOS
SIGLOS DEMOCRÁTICOS

Se podría pensar, después de todo lo dicho, que el amor por los


placeres materiales siempre arrastra a los americanos al desorden de
las costumbres, a perturbar las familias y a comprometer, en fin, la
suerte de la propia sociedad.
Pero en modo alguno es así. La pasión Por los placeres materiales pro­
duce en las democracias otros efectos que en los pueblos aristocráticos.
A veces ocurre que el cansancio dee'los negocios, el exceso de
riquezas, la ruina de las creencias y la decadencia del Estado apartan
paulatinamente el corazón de una aristocracia hacia los únicos place­
res materiales. En otras ocasiones, el poder del príncipe o la debilidad
del pueblo, sin despojar a los nobles de su fortuna, les fuerza a apar­
tarse del poder y, cerrándoles el camino de las grandes empresas, los
abandona a la inquietud de sus deseos. Entonces se desploman pesa­
damente sobre sí mismos y se procuran en los placeres del cuerpo el
olvido de su grandeza pasada.
Cuando los miembros de un cuerpo aristocrático se vuelven así ex­
clusivamente hacia el amor por los placeres materiales, acopian en sí
mismos, por lo general, toda la energía que les ha conferido el largo há­
bito del poder.
A semejantes hombres no les basta la búsqueda del bienestar; ne­
cesitan una depravación suntuosa y una corrupción resplandeciente.
Rinden un culto magnífico a la materia j'parecen anhelar, a cada cual
más, la preeminencia en el arte de embrutecerse.

673
Cuanto más fuerte, gloriosa y libre haya sido una aristocracia, más Entre los bienes materiales, los hay cuya posesión es delictiva. Cui­
depravada se mostrará entonces, y cualquiera que haya sido el es­ dado se tiene en abstenerse de ellos. Existen otros cuyo uso permiten la
plendor de sus virtudes, me atrevo a predecir que siempre será supe­ religión y la moral. yllos los hombres entregan sin reservas su cora­
rado por el escándalo de sus vicios. zón, imaginación y vida y, al esforzarse por alcanzarlos, se pierde de
El gusto por los placeres materiales no conduce a los pueblos de­ vista esos bienes más preciosos que son la gloria y grandeza de la es­
mocráticos a semejantes excesos. El amor por el bienestar en ellos es pecie humana.
una pasión tenaz, exclusiva y universal, pero contenida Allí no se tra­ Lo que reprocho a la igualdad no es que arrastre a los hombres a
ta de edificar grandes palacios, de vencer o de burlar a la naturaleza o perseguir los placeres prohibidos, sino que los absorba por completo
de agotar el universo para colmar las pasiones de un hombre. Se trata en la búsqueda de los placeres permitidos.
de añadir algunas toesas a sus campos, de plantar una huerta, de agran­ Así, bien se podría establecer en el mundo una especie de materia­
dar el hogar, de hacer la vida más fácil y cómoda a cada instante, de lismo honesto que no corrompería las almas, pero que las ablandaría y
prevenir las dificultades y satisfacer las menores necesidades sin es­ terminaría por relajar silenciosamente todos sus resortes.
fuerzos y prácticamente sin gastos. Estas metas son de escasa impor­
tancia, pero el alma les coge apego, las considera a diario y muy de cer­
ca; aquéllas terminan por ocultarle el resto del mundo y en algunas
ocasiones llegan a colocarse entre ella y Dios.
Esto, se dirá, no se puede aplicar más que a aquellos ciudadanos ,...
.,;

de mediocre fortuna; los ricos exhibirán gustos análogos a los que se


ven en los siglos de aristocracia. Discrepo.
En cuestión de placeres materiales, los ciudadanos más opulentos
de una democracia no mostrarán gustos muy diferentes de los del
pueblo, ya sea porque, al haber salido del pueblo, realmente los com­
parten, o bien porque crean que deben someterse a ellos. En las so­
ciedades democráticas, la sensualidad del público ha adquirido un
cierto tono mesurado y tranquilo al que todas las almas deben adap­
tarse. Le resulta tan difícil escapar a la regla general por sus vicios
como por sus virtudes.
Los ricos que viven en medio de las naciones democráticas aspiran
a colmar sus menores necesidades antes que obtener unos placeres
extraordinarios. Satisfacen una multitud de pequeños deseos y no se
libran a ninguna gran pasión desordenada. De este modo, caen en la
molicie antes que en el desenfreno.
Este gusto particular que los hombres de los siglos democráticos
prueban por los placeres materiales no se opone al orden de una ma­
nera natural. Antes bien, a menudo tiene necesidad del orden para ser
satisfecho. Tampoco es enemigo de la regularidad de las costumbres,
toda vez que las buenas costumbres son útiles para la tranquilidad pú­
blica y favorecen la industria. En ocasiones llega incluso a combinar­
se con una especie de moralidad religiosa. Se aspira a estar lo mejor
posible en este mundo, sin renunciar a las oportunidades del otro.

674 675
desigualdades lMs fuertes no asustan a nadie. Cuando todo ~ más
o menos al mismo nivel, las menores hieren. De ahí que el deseo de
igualdad siempre se haga más insaciable en la misma medida en que
la igualdad sea mayor.
En los pueblos democráticos, los hombres conseguirán sin proble­
mas una cierta igualdad, pero no podrán alcanzar aquella que desean.
Ésta retrocede ante ellos cada día, pero sin nunca desaparecer de su
vista, y al retirarse les atrae en su persecución. Siempre creen que van
a alcanzarla, pero ésta escapa a su acoso permanentemente. La ven lo
bastante cerca como para conocer sus encantos, pero no se aproximan
lo suficiente para disfrutar de ellos y mueren antes de haber saborea­
do plenamente sus dulzuras.
Hay que atribuir a estas dos causas la singular melancolía que los XlV. CÓMO ENTRE LOS AMERICANOS EL GUSTO POR LOS
habitantes de los países democráticos manifiestan frecuentemente en PLACERES MATERIALES SE UNE AL AMOR POR LA
medio de la abundancia, así como ese cansancio de la vida que a veces LffiERTAD Y AL CUIDADO DE LOS ASUNTOS PÚBLICOS
viene a sorprenderlos en medio de una existencia próspera y tranquila.
En Francia, se lamentan de que aumente el número de los suici­
dios. En América, el suicidio es raro, pero se asegura que la demen­
Cuando un Estado democrático vira hacia la monarquía absoluta,
cia es más común que en ninguna otra parte.
la actividad, que precedentemente se centraba sobre los asuntos pú­
Éstos son síntomas diferentes del mismo mal.
blicos y privados, da en concentrarse de repente sobre estos últimos,
Los americanos no se suicidan, por agitados que estén, porque la
de todo lo cual resulta durante algún tiempo un gran progreso material.
religión les prohibe hacerlo y porque, por así decir, no existe entre ellos
Pero pronto disminuye el movimiento y se frena el desarrollo de la
el materialismo, si bien sea general la pasión por el bienestar material.
producción.
Su voluntad resiste, pero su razón flaquea con frecuencia.
No sé si se puede citar un solo pueblo manufacturero y comer­
En los tiempos democráticos, los placeres son más vivos que en
ciante, desde los tirios hasta los florentinos y los ingleses, que no haya
los siglos aristocráticos y, sobre todo, el número de quienes los dis­
sido un pueblo libre. Entre estas dos cosas, libertad e industria, existe
frutan es infinitamente mayor. Pero, por otra parte, hay que reconocer
un estrecho vínculo y una relación necesaria.
que, en los primeros, las esperanzas y los deseos se encuentran de­
Por lo general, esto es cierto en todas las naciones, pero muy en
fraudados más a menudo, que las almas están más conmovidas e in­
particular en las naciones democráticas.
quietas y que las preocupaciones son más acuciantes.
Más arriba expuse cómo los hombres que viven en los siglos de
igualdad tienen una continua necesidad de la asociación para procurarse
prácticamente todos los bienes que codician. Por otra parte, he indicado
cómo la gran libertad política perfeccionaba y vulgarizaba en su interior
el arte de asociarse. En tales siglos, la libertad resulta especialmente útil
a la producción de riquezas. Por el contrario, resulta posible ver que el
despotismo le es particularmente hostil.
En los siglos democráticos, la naturaleza del poder absoluto no es
ni cruel ni salvaje, pero sí minuciosa y molesta. Un despotismo de este
tipo, si bien no pisotea a la Humanidad, se opone directamente al ge­
nio del comercio y a los instintos de la industria.

682
683
Así, los hombres de los tiempos democráticos tienen necesidad de se despiertan Y se inquietan. Durante mucho tiempo, el miedo a la
ser libres a fin de procurarse más fácilmente los placeres materiales anarquía les mantiene permanentemente en vilo y siempre dispuestos
por los que suspiran sin cesar. a lanzarse fuera de la libertad al primer desorden.
A veces ocurre, no obstante, que el gusto excesivo que engendran Convendré sin dificultad en que la paz pública es un gran bien,
por esos mismos placeres les entrega al primer señor que se les pre­ pero no quiero olvidar por ello que a través del buen orden es como
senta. La pasión por el bienestar se vuelve entonces contra sí misma los pueblos han llegado a la tiranía. Probablemente esto no implique
y aleja, sin notarlo, el objeto de sus ansias. que los pueblos deban despreciar la paz pública, pero ésta tampoco
En efecto, en la vida de los pueblos democráticos existe un paso debería bastarles. Una nación que sólo pide a su gobierno el manteni­
muy peligroso. miento del orden es ya esclava en el fondo de su corazón; es esclava
Cuando el interés por los placeres materiales se desarrolla en uno de su bienestar y el hombre que la debe encadenar puede aparecer.
de estos pueblos más rápido que la cultura y los hábitos de la libertad, El despotismo de las facciones no es menos de temer que el de un
llega un momento en que los hombres son como arrastrados fuera de solo hombre.
sí ante la vista de esos nuevos bienes que están a punto de obtener. Cuando la masa de los ciudadanos tan sólo se quiere ocupar de los
Preocupados por el único cuidado de hacer fortuna, ya no ven el es­ asuntos privados, los partidos más pequeños no deben desesperar por
trecho vínculo que une la fortuna particular de cada uno de ellos con llegar a ser los dueños de los asuntos públicos.
la prosperidad de todos. No es necesario privar a tales ciudadanos de No es raro ver entonces en el vasto escenario del mundo, igual que
los derechos que poseen, ellos mismos los dejan escapar de «motu en nuestros teatros, una multitud representada por algunos hombres.
propio». El ejercicio de sus deberes políticos les parece un contra­ Éstos hablan solos en nombre de una multitud ausente o desatenta; sólo
tiempo engorroso que les distrae de su industria. Cuando se trata de ellos actúan en medio de la inmovilidad universal. Disponen de todas
elegir sus representantes, de prestar ayuda a la autoridad, de tratar en las cosas según sus caprichos, cambian las leyes y tiranizan las cos­
común lo común, no tienen tiempo; no serían capaces de derrochar un tumbres a su voluntad, y uno se sorprende al ver el reducido número
tiempo tan precioso en trabajos inútiles. Eso serían juegos para ocio­ de manos débiles e indignas en las que puede caer un gran pueblo.
sos que en modo alguno convienen a los hombres serios ocupados en Hasta el presente, los americanos han evitado afortunadamente todos
los graves intereses de la vida. Estas gentes creen seguir la doctrina los escollos que acabo de indicar y por esto mismo en verdad merecen
del interés, pero no se hacen más que una idea grosera de ella y, para que se les admire.
mejor velar por aquello que denominan sus asuntos, relegan el princi­ Puede que no exista un país en la tierra donde se encuentre menos
pal, que es continuar siendo dueños de sí mismos. ociosos que en América y en el que todos aquellos que trabajan estén
Al no querer pensar en la cosa pública aquellos ciudadanos que más enardecidos por la búsqueda del bienestar. Pero si la pasión de los
trabajan y no existir ya la clase que podría acometer dicha tarea para americanos por los placeres materiales resulta violenta, por lo menos
colmar sus ocios, el lugar del gobierno está como vacío. no es ciega, y la razón, incapaz de moderarla, la dirige.
Si en ese momento crítico, un ambicioso avisado llegase a apo­ Un americano se ocupa de sus intereses privados como si estuviera
derarse del poder, se encontraría con que el camino a todas las usur­ solo en el mundo y al cabo de un rato se entrega a la cosa pública como
paciones está abierto. si los hubiese olvidado. Tan pronto aparece animado por la codicia más
Si tiene cuidado por algún tiempo de que prosperen todos los in­ egoísta como por el patriotismo más vivo. El corazón humano no po­
tereses materiales, se tenderá a disculparle fácilmente de todo lo de­ dría dividirse de esta manera. Los habitantes de los Estados Unidos de­
más. Que asegure el buen orden sobre todo. Los hombres que tienen muestran, alternativamente, una pasión tan poderosa y semejante por su
la pasión por los placeres materiales en general descubren que las agi­ bienestar y libertad, que cabe pensar que estas pasiones se unen y se
taciones de la libertad perturban el bienestar antes de percatarse de confunden en algún lugar de su alma. En efecto, los americanos ven en
que la libertad sirve para conseguirlo, y al menor ruido de las pasio­ su libertad el mejor instrumento y la mayor garantía de su bienestar.
nes públicas que irrumpa en los pequeños placeres de su vida privada Aman estas dos cosas, la una por la otra. No creen que ocuparse de los

684 685
asuntos pébIK:oI DO sea lIlllJI1tO suyo. Por el cuntraio, pieosIIn que su
principal cometido es asegurarse por sí núsmos un gobierno que les per­
núta obtener los bienes que desean y que no les prohíba disfrutar en paz
de aquellos que han adquirido. ~

XV. CÓMO LAS CREENCIAS RELIGIOSAS APARTAN DE VEZ


EN CUANDO EL ALMA DE LOS AMERICANOS HACIA
LOS PLACERES INMATERIALES

En los Estados Unidos, cuando llega el séptimo día de cad;sema­


na, la vida comercial e industrial de la naci6n parece suspendida; to­
dos los ruidos cesan. Les sigue un profundo reposo, o más bien una
suerte de recogimiento solemne. El alma entra, en fin, en posesi6n de
sí núsma y se contempla.
Durante ese día, los lugares consagrados al comercio están desiertos.
Cada ciudadano acude a un templo rodeado de sus hijos. Allí le cuentan
extraños discursos que parecen poco hechos para su oído. Se le detallan
los innumerables males causados por el orgullo y la codicia. Se le habla
sobre la necesidad de regular sus deseos, los placeres delicados atribui­
dos a la sola virtud y la verdadera felicidad que la acompaña
De regreso a su hogar, no se le ve correr a los libros de cuentas de
sus negocios. Abre el libro de las Santas Escrituras y en ellas descubre
sublimes y conmovedoras composiciones acerca de la grandeza y bon­
dad del Creador, de la magnificencia infinita de las obras de Dios, del
elevado destino reservado a los hombres. de sus deberes y sus derechos
a la inmortalidad.
Así es cómo, de vez en cuando, el americano se escapa en cierto modo
de sí mismo y, arrancándose por un momento a las pequeñas pasiones que
agitan su vida y a los intereses pasajeros que la entretienen, accede de re­
pente a un mundo ideal en el que todo es grande, puro y eterno.
En otro lugar de esta obra he indagado sobre las causas a las que
se sería preciso atribuir el mantenimiento de las instituciones políticas

686 687
XVII. CÓMO EL ASPECTO DE LA SOCIEDAD EN LOS
ESTADOS UNIDOS ES AGITADO Y MONÓTONO A
LA VEZ

Nada parece más apropiado para excitar y alimentar la curio­


sidad que el aspecto de los Estados Unidos. Las fortunas, las ide­
as y las leyes varían sin cesar. Se diría que la propia naturaleza in­
móvil es móvil de tanto que se transforma cada día bajo la mano
del hombre.
A la larga, sin embargo, la visión de esta sociedad tan agitada pare­
ce monótona y tras haber contemplado por algún tiempo este panorama
tan movedizo, el espectador se aburre.
En los pueblos aristocráticos, cada hombre se encuentra poco más o
menos limitado a su esfera. Pero los hombres son prodigiosamente dis­
tintos; tienen pasiones, ideas, hábitos y gustos esencialmente diferentes.
Nada se mueve, todo difiere.
En las democracias, por el contrario, todos los hombres son se­
mejantes y hacen cosas más o menos equivalentes. Están sujetos, es
cierto, a grandes y continuas vicisitudes, pero como los propios éxitos
y reveses se repiten continuamente, sólo el nombre de los actores re­
sulta diferente: la pieza es la misma. El aspecto de la sociedad ameri­
cana es agitado, porque los hombres y las cosas siempre cambian,
siendo monótono, pues los cambios son parecidos.
Los hombres que viven en las épocas democráticas tienen muchas
pasiones, pero la mayor parte de ellas aboca hacia el amor por la ri­
queza o surge de él. Ello no es debido a que sus almas sean más mez­
quinas, sino a que la importancia del dinero entonces es realmente
mucho más importante.

785
Cuando los conciudadanos son todos independientes e indifereD­ mismo punto. Si todos perciben el punto c:eutral al mismo tiempo Ydi­
tes, únicamente pagándoseles se puede obtener el concurso de cada rigen sus pasos hacia allí, se acercan insensiblemente unos a otros sin
uno de ellos, lo que multiplica hacia el infinito el uso de la riqueza y buscarse, verse o conocerse, y al final se sorprenderán de encontrarse
acrecienta su valor. reunidos en el mismo lugar. Todos los pueblos que adoptan, no a un
Al haber desaparecido el prestigio que se atribuía a las cosas anti­ hombre determinado, sino al hombre en sí mismo como el objeto de
guas, el nacimiento, el estado y la profesión ya no distinguen a los sus estudios e imitación, terminarán por incidir, al igual que los viaje­
hombres o apenas lo hacen; para crear diferencias muy visibles entre ros en la encrucijada, en las mismas costumbres.
ellos y destacar a algunos no queda prácticamente más que el dinero.
La distinción que nace de la riqueza aumenta con la desaparición y la
disminución de todas las demás.
En los pueblos aristocráticos, el dinero no conduce más que a al­
gunos puntos de la extensa circunferencia de los deseos; en las demo­
cracias, parece que llevara a todos.
Por lo general, en el fondo de las acciones de los americanos se
encuentra, ya sea principal o accesorio, el amor por la riqueza; lo que
confiere un aire de familia a todas sus pasiones y no tarda en hacer el
cuadro cansino.
Ese retorno perpetuo a la misma pasión es monótono; los procedi­
mientos particulares que emplea para satisfacerse lo son igualmente.
En una democracia constituida y apacible como la de los Estados
Unidos, en la que nadie se puede enriquecer ni por la guerra, ni por los
empleos públicos, ni por las confiscaciones políticas, el amor por la ri­
queza dirige a los hombres principalmente hacia la industria. Ahora
bien, la industria, que con frecuencia provoca tan grandes desórdenes
y desastres, únicamente es capaz de prosperar, empero, con la ayuda de
hábitos muy regulares y mediante una larga sucesión de pequeños ac­
tos muy uniformes. Los hábitos son tanto más regulares y los actos más
uniformes, cuanto más viva es la pasión. Se puede decir que: perturba
su alma, pero ordena su vida.
Lo que digo de América se aplica, por lo demás, a prácticamente
todos los hombres de nuestros días. La variedad desaparece del inte­
rior de la especie humana y en todos los rincones del mundo se en­
cuentran las mismas maneras de obrar, pensar y sentir. Esto no sólo se
debe a que todos los pueblos se traten más y se copien más fielmente,
sino a que en cada país los hombres se apartan cada vez más de las
ideas y de los sentimientos particulares de una casta, profesión o fa­
milia, y llegan simultáneamente a aquello que más cerca está de la
Constitución del hombre, que por todas partes es la misma. Se hacen
así semejantes, aunque no se hayan imitado. Son como viajeros des­
parramados por un gran bosque cuyos caminos van todos a reunirse al

786 787
XIX. POR QUÉ SE ENCUENTRAN TANTOS AMBICIOSOS Y
TAN POCAS GRANDES AMBICIONES EN LOS ESTADOS
UNIDOS

La primera cosa que llama la atención en los Estados Unidos es la


innumerable multitud de quienes aspiran a salir de su condición origi­
naria; la segunda, el reducido número de grandes ambiciones que se
aprecian en medio de ese movimiento universal de la ambición. No
hay americano que no se muestre devorado por el deseo de ascender,
pero prácticamente no se ve uno que parezca alimentar grandes espe­
ranzas ni aspirar a llegar muy alto. Todos quieren adquirir bienes, re­
putación y poder sin parar, pero pocos piensan todas esas cosas a lo
grande. Y esto sorprende de entrada, ya que no se ve nada ni en las cos­
tumbres ni en las leyes de América que deba limitar los deseos e im­
pedirles alcanzar la plenitud en todas sus dimensiones,
Parece difícil atribuir este singular estado de cosas a la igualdad
de condiciones, toda vez que, en el momento en que esta misma igual­
dad se estableció entre nosotros produjo de inmediato ambiciones
prácticamente ilimitadas. Creo, a pesar de todo, que principalmente es
en el estado social y las costumbres democráticas de los americanos
.ande se debe buscar la causa de lo anterior.
Toda revolución acrecienta la ambición de los hombres. Esto es
verdad, sobre todo, para la revolución que derriba a una aristocracia.
Cuando de repente caen las antiguas barreras que separaban a la
multitud del renombre y el poder, se produce un movimiento de as­
censo impetuoso y universal hacia esas grandezas largo tiempo envi­
'.adas y cuyo disfrute al fin está permitido. En esta primera exaltación

803
del triunfo, nada le parece imposible a nadie. No sólo los deseos no tie­ pre los hombres aquellas atadbras que les nwatenfM inm6vileI, la idea
nen límites, sino que el poder de satisfacerlos prácticamente tampoco del progreso se presenta al espíritu de cada uno de ellos, el anhelo por
los tiene. En medio de esta renovación general y repentina de los há­ ascender nace en todos los corazon es al mismo tiempo y cada hombre
bitos y las leyes, en esta vasta confusión de todos los hombres y todas quiere salir de su posición. La ambición es el sentimiento universal.
las reglas, los ciudadanos ascienden y se desmoro nan con una rapidez Pero si la igualdad de condicio nes confiere algunos recursos a to­
inaudita y el poder pasa tan rápido de mano en mano que nadie debe dos los ciudada nos, impide que ninguno de ellos tenga recursos muy
desesperar de conquistarlo en su momento. abundantes, lo que necesari amente encierra los deseos dentro de lími­
la
Por otra parte, hace falta recordar que las persona s que destruyen tes bastante estrechos. En los pueblos democráticos, por lo tanto,
una aristocracia han vivido bajo sus leyes, han visto sus esplendores ambición es ardiente y constante, aun cuando normalm ente no pueda
y, sin saberlo, se han dejado invadir por los sentimientos e ideas que apuntar muy alto y la vida se pase de ordinari o codician do con ambi­
aquella había concebido. En el moment o en que una aristocra cia se di­ cÍón los pequeño s objetos que se ven al alcance de la mano.
suelve, su espíritu todavía flota sobre la masa y sus instintos se con­ Lo que sobre todo aparta a los hombres de las democracias de las
servan largo tiempo después de haberla vencido. grandes ambicio nes no es lo exigüo de sus fortunas, sino el violento
Mientras la revolución democrática dura, e incluso algún tiempo esfuerzo por mejorarlas que hacen todos los días. Conmin an a su alma
después de haber terminado, las ambiciones son siempre muy grandes. a emplear todas sus fuerzas en hacer cosas mediocres; hecho que no
El recuerdo de los acontecimientos extraordinarios de que se ha sido puede dejar de delimitar rápidamente su perspec tiva ni de circunscri­
testigo no se borra de la memoria de los hombres en un día Las pasiones bir su poder. Podrían ser mucho más pobres y seguir siendo mucho
de más grandes.
que la revolución ha suscitado no desaparecen con ella El sentimiento
inestabilidad se perpetúa en medio del orden. La idea de la facilidad del El reducido número de ciudadanos opulento s que se encuent ra
éxito sobrevive a las extrañas vicisitudes que la produjeron. Los deseos dentro de una democra cia no constituye una excepci ón a esta regla.
siguen siendo muy vastos aun cuando los medios para satisfacerlos se
re­ Un hombre que asciende de forma gradual hacia la riqueza y el poder
ducen diariame nte. El gusto por las grandes fortunas subsiste, por más contrae, en tan prolong ada tarea, hábitos de prudenc ia y continen cia
que las grandes fortunas lleguen a ser raras y por todas partes vean exal­

de los que no se puede deshace r de inmediato. Su alma no se amplia
rcionada s y desgraci adas que consume n en se­ gradualmente, como su casa.

tarse ambiciones despropo


creto e infructuosamente el corazón que las contiene. Una observación semejante se puede aplicar a los hijos de este mis­

Progresivamente, sin embargo, se borran las últimas huellas de la mo hombre. Éstos nacieron, es cierto, en una posición elevada, pero
e
lucha. Los restos de la aristocracia terminan por desaparecer. Se olvi­ sus padres han sido humildes; crecieron en medio de sentimientos
tarde les resulta difícil sustraer se y cabe pensar que
dan los grandes acontecimientos que acompañaron su caída, el des­
ideas a los que más
canso sucede a la guerra, el imperio de la norma renace en el seno del heredarán al mismo tiempo los instintos de su padre y sus bienes.

nuevo mundo, los deseos se proporcionan respecto a los medios; las Por el contrario, puede ocurrir que el más pobre descendiente de
necesidades, las ideas y los sentimientos se encadenan; los hombres una aristocra cia poderos a exhiba una enorme ambició n, ya que las
le
terminan de nivelarse: la sociedad democrá tica al fin se ha establecido. opiniones tradicionales de su raza y el espíritu general de su casta
algún tiempo por encima de su fortuna.
Si conside ramos un pueblo democrá tico que ha llegado a este es­ sostiene n todavía
tado permane nte y normal, nos presenta rá un espectác ulo diferente Lo que también impide que los hombres de los tiempos democrá­
es
por complet o de aquel que venimos de contemp lar y sin mayor difi­ ticos no se entregue n con facilidad a la ambició n de grandes tareas
cultad podrem os juzgar que, si bien la ambició n se hace grande mien­ el tiempo que presume n debe transcurrir antes de que estén en situa­
tras se igualan las condiciones, pierde tal aspecto cuando son iguales. ción de emprenderlas. «Es una gran ventaja», dijo Pascal, «esa cuali­
Como las grandes fortunas se dividen y la ciencia se expande , na­ dad que, desde los diecioch o o veinte años, permite a un hombre ha­
die está absolutamente privado de cultura ni de bienes. Al ser abolidos cer lo que otro podría hacer a los cincuenta. Son treinta años ganados
los privilegios y las incapacidades de clase y al haber roto para siem­ sin esfuerzo». Por lo general, a las ambiciones de las democracias les

S04 S05
IallaD e¡¡~ Lrl::U1l.i:l iLI1Ul>...... l~ .............. "l"'" t'.........~ - ._-- -- ----••- . -­ ................. "" •.u....... &.U.u.. u. "''''''' vu. "'.1 "tU";' "'JUVO) tJ"'~U uar léU,;UUlc;;Ole 8.LJ!;UDOS pa­
fIcukad de alcaDudo mdo. impide que IC mccR deprisa. sos. pero que DIdie puede preciIM de nIOOIRII' deprisa. Enbe ellos Y
En una sociedad democrática, como en cualquier otra parte, tan sólo el objetivo grandioso y final de sus desc;QS observan una multitud de
existe un determinado número de fortunas posibles. Como las carreIas pequeñas barreras intermedias que deben franquear con lentitud; esta
que conducen a ellas están abiertas a todos los ciudadanos indistintamen­ perspectiva agota su ambición por adelantado y la desalienta. Renun­
te, el progreso de todos ellos ha de disminuiI necesariamente. Dado que cian a tales esperanzas, lejanas y dudosas, para buscar a su alrededor
todos los candidatos parecen más o menos iguales y resulta difícil elegiI placeres menos elevados y más fáciles. La ley no limita su horizonte,
entre ellos sin violllI el principio de la igualdad, ley suprema de las so­ sino que ellos mismos se lo cierran.
ciedades democráticas, la primem idea que sUIge es la de hacerlos IDllI­ He dicho que en los siglos democráticos las grandes ambiciones
ChllI a todos al mismo paso y someterlos a todos a las mismas pruebas. son más raras que en los tiempos aristocráticos. Añado que cuando
A medida, pues, que los hombres se hacen más semejantes y que llegan a nacer a pesar de tales obstáculos naturales adquieren una fi­
el principio de la igualdad penetra más pacífica y profundamente en sonomía diferente.
las instituciones y en las costumbres, las reglas del ascenso resultan En las aristocracias, la carrera de la ambición es prolongada con
más inflexibles; el ascenso, más lento; la dificultad de alcanzar rápi­ frecuencia, pero sus límites son fijos. En los países democráticos, in­
damente un cierto grado de grandeza aumenta. terviene comúnmente sobre un margen estrecho, pero si llega a salir
Por odio al privilegio y dificultad en la elección se llega a obligar de él, se diría que ya no hay nada que la limite. Dado que los hombres
a todos los hombres, sea cual sea su talla, a pasar a través de una mis­ son débiles, aislados y móviles, dado que los precedentes tienen poco
ma criba, sometiéndose a todos indistintamente a una multitud de pe­ imperio y las leyes escasa duración, la resistencia a las novedades es
queños ejercicios preliminares entre los cuales se pierde su juventud débil y el cuerpo social nunca parece muy rígido ni muy firme en su
y se extingue su imaginación, de suerte tal que desesperan de poder base. De esta suerte, una vez que los ambiciosos han tenido el poder
llegar a disfrutar plenamente algún día de los bienes que se les ofre­ en su mano, creen poder atreverse con todo, y cuando se les escapa,
cen, cuando finalmente consiguen poder realizar cosas extraordina­ en seguida piensan en derribar al Estado para recuperarlo.
rias, ya han perdido el gusto por ellas. Esto confiere a las grandes ambiciones políticas un carácter vio­
En China, donde la igualdad de condiciones es muy grande y an­ lento y revolucionario, que resulta raro obsevar en las sociedades aris­
tigua, un hombre sólo pasa de una función pública a otra tras haberse tocráticas en igual medida.
sometido a un concurso. Esta prueba se la encuentra a cada paso en su Una multitud de pequeñas ambiciones muy sensatas, en medio de
carrera y la idea está tan asumida por las costumbres que recuerdo ha­ las que de vez en cuando se elevan algunos grandes deseos mal regu­
ber leído una novela china en la que el héroe, tras muchas vicisitudes, lados: tal es, por lo general, el panorama que presentan las naciones
conmovió por fin el corazón de su amada al realizar un buen examen. democráticas. Apenas se encuentra en ellas una ambición proporcio­
Mal pueden respirar a sus anchas las grandes ambiciones en una at­ nada, moderada y extensa.
mósfera semejante. En otro lugar demostré mediante qué fuerza secreta la igualdad
Cuanto digo de la política se extiende a todas las cosas. La igual­ hacía predominar en el corazón humano la pasión por los placeres ma­
dad produce los mismos efectos en todas partes. Allí donde la ley no teriales y el amor exclusivo al presente. Estos diferentes instintos se
se encarga de moderar y retardar el movimiento de los hombres, la mezclan en el sentimiento de la ambición y lo tiñen, por así decir, de
competencia resulta suficiente. sus colores. .
En una sociedad democrática bien consolidada, por tanto, los as­ Creo que los ambiciosos de las democracias se preocupan menos
censos grandes y rápidos son raros; se trata de excepciones a la regla que cualesquier otros por los intereses y juicios del porvenir. Única­
común. Lo que hace olvidar su reducido número es su singularidad. mente les ocupa y absorbe el momento actual. Finalizan rápidamente
Los hombres de las democracias terminan por entrever todas estas muchos proyectos en lugar de erigir unos cuantos monumentos muy
cosas. A la larga se percatan de que el legislador abre ante ellos un duraderos. Aman el éxito bastante más que la gloria. La obediencia es

806 807
lo que piden a los hombres por encima de todo. Pl dominio es 10
desean antes que cualquier otra cosa. Sus costumbres son casi siem-
pre menos elevadas que su condición, lo que hace que en numerosas
ocasiones tengan gustos vulgares a pesar de su extraordinaria fortuna
y parezca que únicamente han ascendido al poder soberano para pro:
curarse más fácilmente placeres insignificantes y groseros.
Creo que en nuestros días es necesario depurar, regular y hacer pro.
porcionado el sentimiento de la ambición, pero que seóa muy peligro:
so querer empobrecerlo y comprimirlo en exceso. Hay que procurar fi-
jarle por adelantado límites extremos que nunca se le permitirá
franquear, pero se debe evitar entorpecer demasiado su desarrollo den-
tro de los límites permitidos.
Confieso que en las sociedades democráticas temo bastante menos XX. SOBRE LA INDUSTRIA DE LOS CARGOS PúBLICOS EN
la audacia que la mediocridad de los deseos. Lo que me parece más CIERTAS NACIONES DEMOCRÁTICAS
de temer es que, en medio de las pequeñas ocupaciones incesantes de
la vida privada, la ambición pierda su impulso y su grandeza, que las
pasiones humanas no se calmen ni se reduzcan al mismo tiempo, de
tal suerte que el aspecto del cuerpo social llegue a ser cada día más En los Estados Unidos, tan pronto un ciudadano tiene cierta ins-
tranquilo y menos elevado. trucción y algunos recursos, procura enriquecerse en el comercio y la
Pienso que los jefes de estas nuevas sociedades se equivocarían si industria o bien compra un campo cubierto de bosques y se hace pio-
quisiesen adormecer a los ciudadanos en una felicidad demasiado mo- nero. Todo lo que pide al Estado es que no vaya a molestarle en sus
nótona y pacífica y que seóa conveniente que a veces les confiaran labores y que le garantice su fruto.
asuntos difíciles y peligrosos a fin de aumentar su ambición y abrirles En la mayor parte de los pueblos europeos, cuando un hombre co-
mienza a sentir sus fuenas y a extender sus deseos, la primera idea
un escenario.
Los moralistas se lamentan todo el tiempo de que el vicio favori- que se le ocurre es conseguir un empleo público. Estos distintos efec-
to de nuestra época es el orgullo.
tos producidos por una misma causa merecen que nos detengamos a
Esto es cierto en un determinado sentido. No hay nadie, en efecto, considerarlos aquí por un momento.
que no crea valer más que su vecino y que consienta en obedecer a su Cuando las funciones públicas son escasas, mal retribuidas e ines-
superior. Pero esto es muy falso en otro sentido, toda vez que ese mismo tables y, por otra parte, las carreras industriales son abundantes y pro-
hombre que no puede soportar ni la subordinación ni la igualdad se des- ductivas, es hacia la industria y no hacia la administración donde se
precia, empero, a sí mismo hasta el punto de que no se cree hecho más dirigen desde todas partes los nuevos e impacientes deseos que siem-
que para disfrutar de placeres vulgares. Se mantiene de buena gana en pre produce la igualdad.
deseos mediocres sin osar abordar altas empresas; apenas las imagina. Pero si, al mismo tiempo que se igualan las jerarquías, la instruc-
Lejos, por tanto, de creer que haya que recomendar humildad a ción sigue siendo incompleta o los ánimos tímidos, o el comercio y la
nuestros contemporáneos, quisiera que se tratase de dotarles de una industria, obstaculizados en su progreso, no ofrecen más que medios
idea más vasta de sí mismos y de su especie. La humildad no es sana difíciles y lentos de hacer fortuna, los ciudadanos, al renunciar a me-
para ellos y aquello de lo que más carecen, a mi modo de ver, es de jorar su suerte por sí mismos, acuden tumultuosos hacia el jefe del Es-
orgullo. De buena gana cambiaría algunas de nuestras pequeñas vir- tado y solicitan su ayuda. Vivir con más holgura a expensas del tesoro
público les parece ser, si no la única vía de que disponen, sí al menos
tudes por ese vicio.
la más fácil y abierta a todos para salir de una condición que ya no les

808 809

Potrebbero piacerti anche