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SISMICIDAD Y RIESGO S~SMICO

Mario ~ r d a z ' . ~

1. Instituto de Ingeniería, Universidad Nacional Autónoma de México


2. Centro Nacional de Prevención de Desastres

RESUMEN

Se hace una revisión sobre algunos de los avances más importantes que se han hecho en los últimos años en los
procedimientos de evaluación de riesgo sismico en México. Se tocan aspectos de tectónica, estimación de sismicidad
local, estimación de movimientos fuertes, microzonificación y evaluación de pérdidas esperadas por sismo. Se pone
especial énfasis en las investigaciones y prácticas llevadas a cabo en México. Se hacen ver algunas de las deficiencias
en las técnicas actualmente en uso y, en algunos casos, se plantean posibles soluciones. Se incluyen numerosas
referencias.

El presente trabajo tiene la intención de dar un panorama general de las prácticas actuales de la estimación de riesgo
sísmico en Mexico. De acuerdo con la nomenclatura contemporánea, aqui peligro sismico se refiere a la medida de la
frecuencia de ocurrencia de sismos con cierta intensidad, en tanto que riesgo sismico implica medidas de los daños
que, con cierta frecuencia, podrán presentarse en una estructura.

Se trata de un,tema de gran amplitud, que comprende aspectos de tectónica y evaluación de sismicidad. estimación de
movimientos fuertes, microzonificación y evaluación de pérdidas esperadas por sismo en construcciones. Cada uno
de estos aspectos, por su parte, admite una gran profundidad, por lo que todos podrían constituir líneas
independientes de investigación. La importancia de la evaluación del riesgo sismico difícilmente puede ser
sobrestimada. Las decisiones de diseíío se toman siempre en un ambiente de incertidumbre y es crucial tener una idea
objetiva de las consecuencias de estas decisiones. Es por eso que a este tema se han dedicado, como podrá apreciarse.
muchos esfuerzos desde hace mucho tiempo.

Para estimar el riesgo sismico que edfenta una estructura en un sitio se requiere saber varias cosas: 1) dónde ocurren
los temblores potencialmente dañinos; 2) qué tan frecuentemente; 3) cuál es la distribución de los tamaños de estos
temblores (cuántos de magnitud mayor que 7, cuantos de magnitud mayor que 8, etc.); 4) qué intensidades se
producen en el sitio en cuestión si ocurre un temblor con magnitud y posición conocidas; y 5) qué daños producirá en
estructuras con diseño conocido. En este trabajo se hace una somera revisión de las maneras en que se ha intentado
responder a estas preguntas. Al repasar las respuestas que se han dado en estos años se observan, inevitablemente. sus
deficiencias, mismas que se seiíalan a lo largo del presente trabajo y, en algunos casos, se insinúan posibles
soluciones o, al menos, maneras más adecuadas de hacer las preguntas.

Como podrá apreciarse en la lista de referencias que se da al final, la cantidad de autores y trabajos dedicados a estos
temas es muy abundante. Las referencias que aqui se presentan no son, desde luego, todos los trabajos que se han
hecho, sino sólo aquellos que han llamado más la atención del autor en virtud de sus propios intereses, su capacidad
para leer y la disponibilidad de los trabajos mismos. Es seguro que se han dejado fuera trabajos valiosos, por lo que
el autor ofi-ece disculpas.

En especial, la importancia de la labor de los grupos encargados de la operación de las redes de registro sismico en
México no se refleja en las referencias. Pero ocurre que prhcticamente todos los trabajos que se citan han hecho uso,
B.
Sociedad Mexicano de Ingeniería Sísrnica,
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de una u otra forma, de los datos recolectados por estos grupos. Entonces, estrictamente, habría que citarlos junto a
casi todos los otros trabajos. Como esto sena imposible, se remite al lector al trabajo de Quaas et al (1995), en el que
se describen los resultados obtenidos por estos grupos en los Últimos 30 aííos, así como a 10s anales del Servicio
Sismológico Nacional del instituto de Geofisica, UNAM. El hecho de que el trabajo de recolecci6n de datos sea el
primero en ser mencionado en este trabajo no es, pues, casual.

Como se sabe, el primer paso en la evaluación del peligro sísmico de un sitio o de una región consiste en d e t e m a r
dónde ocurren los temblores. Las tasas de actividad sísmica -el número de sismos que tienen lugar por unidad de
tiempo y por unidad de volumen de la corteza de la tierra- varían considerablemente de una zona a otra y es necesario
identificar porciones en las que la tasa sea aproximadamente constante. A estas regiones se les llama provincias
tectónicas. Se supone, entonces, que en una provincia tectónica ocurren temblores con una tasa uniforme por unidad
de tiempo y de volumen y que el proceso de ocurrencia de los sismos es independiente de los que se desarrollan en
las otras.

La primera división del territorio nacional en provincias tectónicas aparece en el trabajo pionero de Esteva (1970). Se
utilizan aquí 27 provincias. Desde entonces, se ha avanzado tanto en el conocimiento de la tectónica del país como en
el registro y localización de sismos, lo cual ha permitido que se cuente con divisiones tectónicas un poco mejor
restringidas por los datos y por la teoría. Destaca la regionalización debida a Ziiiliga y Tapia (1991) en la que se hace
una revisión detallada de los grandes accidentes tectónicos que gobiernan la sismicidad en México y se recurre a un
catálogo sísmico cuidadosamente construido. Además se consideran aspectos como el mecanismo de falla de los
temblores que ocurren en las diferentes regiones, la localización de los hipocentros, datos de macrosismos históricos.
Se determina la existencia de 23 provincias tectónicas, las cuales se presentan en la figura 1. Todas las provincias
corresponden a sismos superficiales, con excepción de la 3, 311 y 4, que corresponden a temblores de profundidad
intermedia.

Parece claro, sin embargo, que la regionalización tectónica de México es aun demasiado burda y que no se han
incorporado a ella todos los conocimientos recientemente obtenidos en diversos aspectos. Se mencionan a
continuación algunas de las deficiencias.

Persiste *la práctica de utilizar provincias en que los temblores pueden ocurrir, con igual probabilidad, en
cualquier punto, cuando se sabe que esto no siempre es cierto. La necesidad de recurrir a tal hipótesis refleja, por
tanto, falta de conocimiento tectónico. Tómese el caso de la zona del noroeste del país (figura 2). en la qne se
sabe que los temblores se concentran en fallas superficiales casi lineales, aunque esto no se refleje en la posición
de los epicentros, los cuales aparecen distribuidos más bien en un área. La tasa de actividad de estas fallas no se
ha determinado de manera suficientemente precisa, lo cual conduce a estimaciones equivocadas del peligro
sísmico .en algunos sitios. La solución provendrá de la instalación de instrumentos que permitan verificar la
posición de las fallas y del registro de temblores que hará posible estimar con precisión su tasa de actividad.
Seguramente la medición de deformaciones utilizando tecnología GPS podrá contribuir también a dar respuestas.

Sigue el debate sobre la velocidad de convergencia entre las placas entre la zona de Colima-Jalisco, por lo cual no
se tiene una adecuada restricción en la estimación del periodo de recurrencia de los grandes sismos en la región.

Algunos sismos, como el de Jáltipan, Ver, de 1959 o el de Jalapa de 1920 no han podido ser asociados a ningún
accidente geológico. Al incluir estos grandes sismos en provincias tectónicas extendidas se cometen seguramente
errores en la estimación del peligro sísmico en sitios cercanos a las fallas, por ahora desconocidas, causantes de
estos temblores.

No se tiene registro instrumental de la ocurrencia de grandes sismos en la porción de la costa del Pacífico cercana
al Istmo de Tehuantepec. Por tanto, no puede saberse, con bases puramente estadísticas, si se trata de una zona
asísmica o si es una brecha en la que se acumula energía de deformación suficiente para producir un gran evento.
Las implicaciones de esto son graves y la respuesta sólo podrá provenir de estudios tectónicos más profundos.
e No se conoce con suficiente precisión la extensión de la falla Polochic-Motagua en nuestro país. Es posible que
algunos de los sismos que han sido atribuidos a la zona de subducción en la región de Chiapas hayan ocurrido en
realidad en fallas superficiales de este sistema. Las implicaciones de esto para el peligro sísmico de las grandes
obras hidroeléctricas de la zona son muy importantes.

Longitud (OE)

Longitud (OE)

Figura 1. Regiones sismotectónicas de México (adaptada de Zúñiga, 1991)


Sociedad Mexicana de Ingeniería Sisrnica, A.C.

Longitud (O€)

Figura 2. Región noroeste de México. Se muestran los epiceniros de los


temblores registrados imtrumentalmente y las provincias tectónicas a que
se encuentran asociados.

Gracias a la densidad y calidad de la instrumentación instalada recientemente, se han podido observar sismos
cuyas características no concuerdan con lo supuesto en los últimos diez años. Por ejemplo, los sismos del 10 de
diciembre de 1994 y del 11 de enero de 1997 son eventos de fallamiento normal que ocurrieron casi debajo de la
zona de acoplamiento entre las placas de Cocos y de Norfeamérica (Cocco et al, 1997). La suposición más
aceptada hasta ahora (ver por ejemplo, Rosenblueth et al, 1989) era que este tipo de sismos sólo ocunían más
hacia el interior del continente, relativamente lejos de la zona de acoplamiento, cuando las fuerzas de convección
y la gravedad facilitaban la formación de esfuerzos tensionales. No se han evaluado las implicaciones de estas
observaciones para el peligro sismico de la zona.

Aunque se conoce con mayor precisión la geometría de la placa de Cocos subduciendo a la de Norteamérica, y se
sabe que muy probablemente se flexiona en doble curvatura, no se tiene indicios contundentes del ancho de la
zona de fuerte acoplamiento, que es la zona en que pueden generarse tembIores con magnitudes por encima de
7.5. Se observa, por ejemplo, que los grandes sismos en Jalisco ocurren fuera de las costas mientras que en
Oaxaca pueden ocurrir sobre la costa o mucho más hacia el mar, casi hasta la trinchera mesoamericana. De nuevo,
las implicaciones de esto para el peligro sísmico de zonas cercanas a la costa no ha sido explorado.

El proceso de ruptura de grandes temblores que han ocunido después de la instalación de la red mundial de
sismógrafos estándar (WWSSN) en 1962 ha sido ampliamente estudiado por varios autores. Singh et al (1984b)
analizaron los eventos entre 1907 y 1962. En un trabajo más reciente (Singh y Mortera, 1991), se ha hecho
análisis de las ondas P de los temblores mexicanos (1928-1986) usando los registros de sismógrafo Galitzin
situado en DeBilt (DBN), Holanda. Los registros de los temblores de Oaxaca son, en su mayoría, relativamente
simples en periodos mayores a 8 seg, mientras que son complejos en las otras regiones. ¿Por qué los 99OW
delimitan las dos regiones de diferentes características de ruptura?. Algunas de las razones se discuten en el
trabajo de Singh y Mortera (1991), donde se concluye que probablemente se deba al cambio de morfología de la
zona de Benioff alrededor de los 99"W, cuya explicación no es todavía clara. No se sabe, además, si esta evidente
diferencia entre las caractensticas sismicas tiene incidencia en la tasa de actividad sísmica o en la naturaleza de
los movimientos fuertes del suelo producidos por los temblores que ahí se generan.

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