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De haceres y quereres:

J.U.T.

Muchos son los escritos que buscan dar cuenta de los motivos por los que las personas
que conformamos una comunidad hacemos lo que hacemos dentro de ella. Tales
búsquedas llevan a sus autores a indagar dentro de la sociedad para comprender como es
que nos relacionamos, pero para ello también requieren indagar en las personas. Esto
último pone de manifiesto la imposibilidad de encontrar leyes universales dentro de la
sociología y, aun menos. dentro de las ciencias políticas. Esta imposibilidad es la causante
de que quienes se dedican a estas disciplinas deben de ver esto que es la humanidad
(entendida como sociedad e individuos en ella) de modo general y, a la vez, particular. En
este texto buscare reflexionar sobre las posibilidades que poseemos dentro de un tipo de
sistema de organización, control y gestión humano; el modelo occidental, el cual tomare
como forma de gobierno y como forma de organización social.

Resultaría acertado comenzar con las palabras de Giovanni Sartori: “Es necesario distinguir
(…) entre a) libertad interior y libertad de querer, por un lado, y b) libertad exterior y libertad
de hacer, por el otro” (Sartori, 1993, p.153). Lo que distingue es la libertad filosófico-ética
de la libertad política (aquella que pide el poder de controlar y limitar el ejercicio del poder,
de proteger al ciudadano contra la opresión). Con esto quiere mostrarnos como la libertad
política puede morir por las aspiraciones de aquella “verdadera libertad”. Plantea una vieja
dificultad: la libertad representa una noción dinámica que no pertenece a un único ámbito.
De hecho, como veremos, transita por al menos dos mundos. Para Sartori la libertad suele
ser asociada, por la moral moderna, con un ejercicio de autorrealización interno, sin
embargo, esto no nos permite apreciar a la libertad en relación a otros: “El problema
(interior) de la libertad del querer no es el problema (exterior) de la libertad del hacer; el
problema de la libertad política es el problema de no estar impedidos en el hacer. En política
poco cuenta que yo sea interiormente libre; lo que cuenta es que yo no este encadenado…”
(Sartori, 1993, p.167). Esta visión nos lleva a dos ideas contrapuestas, una dicta que la
libertad está en la ley y constituye un producto de los derechos conquistables, la otra que
la libertad se trata de liberarse de las “limitadoras” leyes. La gran mayoría de las personas
son partidarios de la primera posición. Mientras que los segundos están constituidos por
autores como Mijaíl Bakunin. Para él la sociedad se impone sobre el individuo, y exige a
este que se adapte a las reglas y normas que preexisten a su llegada. El Estado constituye
el eje disciplinador y homogeneizador de las subjetividades propias de cada ser humano,
pues: “¿Qué representa? La suma de las negaciones de las libertades individuales de todos
sus miembros…” (Bakunin, 2012, p.26). Pero esa imposición era un mal necesario que en
la posteridad tendría que caer, pensaba “desde si” en un perfeccionismo. En el futuro los
seres humanos no necesitarían de amos ni esclavos, y la convivencia se daría sobre todo
por una moral común impartida por el ejemplo y no por normas. Pero estas dos posiciones
tienen puntos en común: las personas poseen una suerte de cualidad dentro de ellas que
hay que defender, y el funcionamiento actual de los parlamentos no satisface del todo tal
defensa si solo se convierte en una fábrica de producción de leyes que obligan a convivir
en lugar de enseñar a convivir, además de que la ley se supone conocida por todos.
Presento entonces la cuestión: ¿de qué vale una ley que castigue el asesinato, cuando el
asesino no la tiene en mente al momento de matar? ¿el castigo realmente nos detiene?

Para aclarar esto Quentin Skinner nos llama a percibir un tercer concepto: “(…) si estamos
dispuestos a conceder que la libertad puede ser limitada por la coacción, entonces no
podemos excluir que pueda ser limitada también por la servidumbre, o al menos no
podemos excluirla sobre la base de que la coacción implicada sea mera auto-coacción.”
(Skinner, 2005, pp. 40-41). El mero hecho de saber que vivimos bajo una determinada
sociedad donde rigen determinados procedimientos constituye también otro tipo de limitante
a nuestra libertad que no tiene que ver con el hecho de ser o no impedidos en nuestras
posibles acciones por alguien o algo. En la sociedad estamos condicionados a actuar de
una determinada forma y no de otra, a decir determinadas cosas y no otras y a concordar
con determinadas ideas y no otras. Muchas de nuestras decisiones se dan en acciones que
realizamos al estilo de actores dentro de un teatro (nuestra comunidad); realizamos aquello
que otros esperan que realicemos. No nos encontramos obligados a realizar nuestros actos,
podemos tirar nuestros trajes y olvidar nuestras líneas, pues la sociedad no nos obliga a
vivir en ella, pero ello implica que solo seremos espectadores y no podremos modificar nada
en ella. Si no actuamos como debemos, la obra de teatro pierde su objetivo: enseñar que
cada quien tiene un propósito y una función vital para que este conjunto exista y no devenga
en fracciones, y menos en simples números enteros. La ley nos condiciona, pero con más
fuerza lo hace la sociedad en su conjunto, pues en ella reina una conciencia de “lo mejor”.

Solemos pensar que nuestras inquietudes y aspiraciones no tienen que ver con otros, pero
realmente guardamos en lo profundo de nosotros la vida con el otro. Somos una pluralidad
de pensamientos, constreñida en nuestra propia forma de ser. Sumado a esto, la sociedad
impacta sobre nosotros con sus reglas para vivir, y dentro de esta se levanta una institución
cuyo objeto es permitirnos una vida más o menos libre. Tal institución requiere que la
vigilemos para que cumpla con su deber, lo que significa que somos libres en la medida en
que influimos en sus decisiones, si rechazamos tal responsabilidad permitiremos a aquella
hacer lo que quiera con nuestras vidas. No obstante, pienso que esa vigilancia no puede ir
solo en ese sentido. Tenemos la libertad de querer y de hacer en nosotros, más allá de que
haya reglas que nos restrinjan. Al vivir en sociedad, somos responsables de aquello que
hacemos y aquello que hacen los demás en ella. Conservamos parte del poder. Somos
responsables de permitir un insulto desmedido, una agresión infame o el aislamiento de
aquellos que solo quieren “vivir en paz”. Es nuestra responsabilidad no dejar abandonado
al otro, a su suerte. Si no nos enfocamos en lograr una cierta empatía dentro de nuestra
colectividad, la razón común reinara con el pretexto de llevar en ella la verdad absoluta. Es
esa imposibilidad de imaginarnos en el lugar de otros, en sus vivencias y en sus pesares,
lo que permite que la mayoría domine a la minoría. La diferencia es algo vital. No evitemos
a otros ser libres, pero no dejemos que su libertad los aparte por completo del conjunto
(aunque esto suene contradictorio), o nos haga apartarnos de ellos. No vivimos “solamente”
en sociedad, vivimos en ella porque nuestros predecesores decidieron formarla, y luego
mantenerla. Deben haber tenido una razón ¡busquémosla! Hagamos que esa dependencia
sea lo más agradable posible para todos y no para la mayoría. Deleuze y Guattari escriben:
“El esquizo sabe partir: ha convertido la partida en algo tan simple como nacer o morir. Pero
al mismo tiempo su viaje es extrañamente in situ. No habla de otro mundo (…) los esquizos
giran, planetas de un nuevo sol. Estos hombres del deseo (o bien no existen todavía) son
como Zaratustra. Conocen increíbles sufrimientos, vértigos y enfermedades (…) Pero un
hombre así se produce como hombre libre, irresponsable, solitario y gozoso, capaz, en una
palabra, de decir y hacer algo simple en su propio nombre, sin pedir permiso, deseo que no
carece de nada, flujo que franquea los obstáculos y los códigos, nombre que ya no designa
ningún yo. Simplemente ha dejado de tener miedo de volverse loco.” (Deleuze y Guattari,
1995, p. 136). Consideran al deseo como producción deseante, la maquina deseante (la
persona) es la que permite existir a la maquina social (la sociedad), y viceversa, es del
deseo de donde surge la acción creadora. Bakunin no deseaba ser solo él libre, deseaba
que todos fuesen libres, lo vivía y lo sentía. Nos corresponde preguntarnos: “¿qué es lo que
queremos?” Nuestros tiempos no son peores, pero no dejemos de exigir que sean mejores,
para conquistar aquello de lo que no gozamos, y para que otros gocen de aquello que no
conocen o que aún no quieren. Libertad, también, es deseo de hacer, de emancipar a
aquellos que nos rodean, de generar en ellos nuevos ánimos y aspiraciones. El futuro
requiere que imaginemos un mejor mañana y que tengamos el deseo de hacerlo realidad.

Bibliografía:

Bakunin, Mijaíl: “Capitulo III Estado y Libertad” en: La libertad. Obras Escogidas de Bakunin,
Agebe, Buenos Aires, Argentina, 2012, pp. 25-30.

Sartori, Giovanni: “IX Libertad y Ley” en: ¿Qué es la democracia?, Patria, México, 1993, pp.
153-173.

Skinner, Quentin: “La libertad de las repúblicas: ¿un tercer concepto de libertad?”. Revista
de Filosofía Moral y Política Isegoría. No 33, 2005, pp. 19-49.

Deleuze, Gilles y Guattari, Félix: “Capitulo 2 Psicoanálisis y Familiaridad: la Sagrada


Familia” en: El anti Edipo: capitalismo y esquizofrenia, Paidós, Barcelona, 1995, pp. 55-142.

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