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Los Nombres de la Muerte

Amelia Haydée Imbriano

Decana del Departamento de Psicoanálisis de la Universidad Argentina John F. Kennedy


Directora de la Maestría en Psicoanálisis de la Universidad Argentina John F. Kennedy
Miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis
Asesora del Departamento de Rehabilitación del Hospital Psicoasistencial J. T. Borda. Bs.As.

SUMARIO

La temática es planteada desde una perspectiva psicoanalítica. Desde ella se hace


necesario la distinción entre Medicina y Psicoanálisis, no como “versus” sino
comolugares y funciones distintos.
Se afirmará que “los enfermos de transmisión sexual” son hoy para el
Psicoanálisis un alto interrogante como otrora fué el padecer histérico.
La pulsión de muerte es el concepto central de este desarrollo en donde se
postula que las distintas posiciones que toma el sujeto en relación al lenguaje no son
todas positivas, sino que a veces pueden generar un ámbito próspero a la muerte.

LOS NOMBRES DE LA MUERTE

Consideraciones al respecto del título

Primeramente deberemos considerar que nuestro título corresponde al ámbito de


la clínica psicoanalítica y como toda clínica, se desenvuelve sobre el borde imposible de
una superficie que por su lado refleja la cara oscura del pensamiento, y por el lado
teórico muestra la cara ciega de las letras.
Para el Psicoanálisis, la regla analítica del amor a la verdad significa que no se
puede dejar de decir lo que se ignora y que esta indiscreción es la exigencia primera(1).
Desde esta posición nos atreveremos a avanzar en la propuesta de nuestro título.
Según definición de Sigmund Freud (2), Psicoanálisis es el nombre:
l) de un procedimiento que sirve para indagar procesos anímicos difícilmente
accesibles por otras vías;
2) de un método de tratamiento de perturbaciones neuróticas, fundado en esa
indagación;
3) de una serie de intelecciones psicológicas, ganadas por ese camino, que poco a
poco se han ido coligando en una nueva disciplina científica”.
Entonces, es un procedimiento, es un método y es una disciplina científica.
En la medida que el Psicoanálisis ha renovado la comprensión de la mayoría de
los fenómenos psicológicos y psicopatológicos, e incluso del hombre en general, cabe la
posibilidad de aproximarse a las diferentes manifestaciones de la vida humana desde el
nuevo marco conceptual creado. Este, ha surgido como consecuencia de investigaciones
clínicas, y por ello se ha convertido en un referente teórico confiable para la
aproximación a todo entendimiento posible de los fenómenos clínicos psicopatológicos.
En el caso del presente trabajo, nos proponemos elucidar algunos aspectos de los
fenómenos mencionados, al respecto de los “enfermos de transmisión sexual”. Puede
observarse ya, que no hablamos de “enfermedades de transmisión sexual” sino de
“enfermos”, en tanto que, el Psicoanálisis implica una clínica del sujeto, esto es, una
clínica del uno por uno, una clínica de la particularidad y de la originalidad. Y, es desde
ella, que podemos emitir algunas consideraciones.
En psicoanálisis, el concepto de “muerte” no remite al cese de la vida orgánica,
referencia necesaria de las consideraciones biológicas, sino al modo de la muerte en
afectar la vida, en tanto vida psíquica. O sea, específicamente, a la modalidad de la
muerte en afectar el funcionamiento del aparato psíquico.
Este funcionar tiene la particularidad de encontrar su puesta en marcha a través
de lo que se define como “pulsión” (trieb) y el carácter irrepresible de su empuje.
Entonces, lo que enunciamos en nuestro título, es que “muerte” se refiere a un modo
de la pulsión, y es un nombre que denomina una posibilidad del funcionar psíquico.

El amplio saber y la docta ignorancia

Quiénes son?
Con estos términos quiero aludir a la Medicina y al Psicoanálisis, y nos interesan
en tanto los enfermos que padecen enfermedades de transmisión sexual se constituyen
en un gran interrogante para médicos y psicoanalistas, que más de una vez están
dispuestos, sin diluir sus dircursos, a aunar esfuerzos.
Amplio saber o docta ignorancia?
Ojo clínico-microscopio o atención flotante-escucha?
Discurso médico o discurso analítico.
No se trata de un “versus”, se trata de diferentes lugares: médico-paciente y
analista-analizante.
Puntuaremos en forma sencilla la cuestión que plantean estas parejas, que no no
interesan en tanto que personas pues se trata de lugares.
El médico es requerido en variadas funciones, pero sobre todo por su saber, y
desde él debe asistir al enfermo, objetivándolo. La medicina des-subjetiviza al cuerpo;
esto es imprescindible para que su práctica clínica sea posible. La objetivación de los
síntomas y signos es condición fundamental; la comprobación objetiva permitirá la
sistematización de un diagnóstico que posibilite un tratamiento. De este modo, el
enfermo pasa al lugar de objeto de la ciencia, y se aplica sobre él todo el saber de la
Medicina del cual el médico es portador, para intentar dar solución a la enfermedad.
El psicoanalista opera desde un supuesto: el inconsciente trabaja y allí hay un
sujeto que se interrroga. Por ello, el psicoanalista supone en la enfermedad la respuesta a
una interrogación amordazada de un sujeto enmudecido.Entonces, su labor estará
encaminada a despertar al sujeto, a quien está decidido escuchar. Y, por ello, le deja un
lugar princeps, al punto que la pareja será: inconsciente-sujeto, y el psicoanalista está
allí para que así sea. El psicoanálisis presupone la emergencia de este sujeto y el analista
funcionará como causa para que éste demande y así se articule algo del orden del deseo
del sujeto.
El psicoanalista toma nota de la existencia de una falla epistemo-somática
marcada por el efecto de la ciencia sobre la relación de la medicina con el cuerpo. Para
la medicina, el cuerpo puede ser fotografiada, radiografiado, calibrado, diagramado y
condicionado. Pero, un cuerpo es algo más. Recordemos que el Psicoanálisis en sus
orígenes realizó el escandoloso descdubrimiento al respecto del goce del síntoma. Por
ello puede decir: un cuerpo está hecho para gozar. Entonces, un cuerpo no se caracteriza
sólo por la dimensión de su extensión, existe otra: la dimensión del goce. Esta es la que
se excluye dee la relación epistemo-somática generando la falla.
Se impone distinguir la noción de cuerpo para la Medicina y el Psicoanálisis. El
cuerpo biológico es considerado como una máquina que debe funcionar regulamente de
acuerdo a una media estadísatica que permite construir el concepto de “normal”. La
Biología excluye la dimensión del goce. Es en este cuerpo que la Medicina sitúa las
enfermedades de los órganos sobre los cuales el Psicoanálisis no tiene nada para decir.
En Biología el lenguaje (comunicación) se concibe como un eco físico de los
fenómenos del cuerpo. Por ejemplo, cuando se habla de mensaje hormonal se hace
referencia a una noción de umbral a partir del cuqal se constitue la señal unívoca para el
órgano.
Para el Psicoanálisis, el lenguaje está constituído por una combinatoria
sibnificante cuyos efectos son siempre equívocos y dependen de las leyes de la metáfora
y la metonimia.
Algunas observaciones clínicas nos llevan a pensar que no podemos afirmar que
el enfermo espere siempre del médico su curación; lo coloca ante la prueba de sacarlo de
su condición de enfermo, pero esto puede enmascarar, a veces, cuán atado está a la idea
de conservar la enfermedad, de preservarse en su enfermedad. Las más de las veces, los
enfermos que padecen enfermedades de transmisión sexual, nos muestran esta faz, por
cierto horrorosa, de la conducta humana, reflejo que revela un modo del funcionar
psíquico.
Cabe preguntar, cómo y por qué, el hombre, capaz de ejercer su libertad, la
pueda usar para su propia muerte.

Desde el concepto de “libido” al concepto de goce

Las enfermedades de transmisión sexual producen alteraciones en el organismo,


y por ello deben considerarse dentro de las enfermedades orgánicas.
No realizaremos un estudio de todas las consideraciones psicoanalíticas al
respecto del “enfermar orgánico”, pero destacaremos que interesa al marco teórico del
Psicoanálisis la diferenciación entre “psicosomatización” y “enfermedad orgánica”. Las
mismas han sido estudiadas por el Psicoanálisis desde los orígenes del mismo. Con las
primeras histéricas fue necesario discernir entre cuadros orgánicos y psicogenéticos,
tales como aquellos presentados en “Estudios sobre la Histeria”(1988).
A partir de las aportaciones teórico-clínicas propias y de Sandor Ferenczi,
Sigmund Freud no aparta su interés al respecto de la influencia de la enfermedad
orgánica sobre lo psíquico, comprobando que la misma causa una alteración en la
distribución de la libido.
En latín el término “libido” significa “deseo”, y la libido es como la energía-
substrato de las transformaciones de la pulsión sexual. Este término ha sido utilizado
por Freud desde sus primeros escritos sobre neurosis de angustia, en 1896, en donde
estudia los destinos de la libido y sus consecuencias, y en 1921, define: “Libido es una
expresión tomada de la teoría de la afectividad. Llamamos así a la energía considerada
como una magnitud cuantitativa, aunque no pueda medirse, de las pulsiones que tienen
relación con todo aquello que puede designarse con la palabra amor” (3).
En 1914 uno de los ensayos freudianos sobre la introducción del concepto de
narcisismo en la teoría psicoanalítica, tiene en cuenta la enfermedad orgánica, como uno
de los modos en que se manifiesta el narcisismo(4). Los estudios clínicos demostraron
al pionero del Psicoanálisis que “la persona afligida por un dolor orgánico y por
sensaciones penosas resigna su interés por todas las cosas del mundo exterior que no se
relacionen con su sufrimiento. Mientras sufre retira de sus objetos de amor el interés
libidinal, cesa de amar. El enfermo retira sobre su yo sus investiduras libidinales.
Estaremos frente al decaimiento de la disposición a amar por obra de perturbaciones
corporales”.
La enfermedad orgánica corporal causa una alteración en la distribución
libidinal, con consecuente introversión y fijación libidinal, resignación de la libido de
objeto y cese del amor en tanto función. En ello está implícito un modo pulsional
particular, que en 1920 ha sido denominado “pulsión de muerte”. Como consecuencia
existe una caída del amor y la sexualidad se vehiculiza a través de un escaso rodeo
pulsional tendiente a la satisfacción del propio cuerpo e imposibilita construir el cuerpo
como metáfora de goce del partenaire.
La libido realiza una búsqueda del objeto organizando modos de satisfacción. A
partir de la primera experiencia de satisfacción, podemos ubicar aquello referente al
orden del deseo, a la búsqueda del objeto que organiza el sistema de las representaciones
regidas por las leyes del proceso primario del funcionamiento del inconsciente; se trata
de energía ligada, de realización del deseo, de la trama de los significantes.
En el aparato psíquico regido por el principio del placer (pero gobernado por el
“más allá del principio del placer”) se produce algo que Freud llama ganancia de placer
y que debemos entender como satisfacción de la pulsión. La ganancia de placer es un
excedente que acompaña a la realización del deseo siempre insatisfecho. Lo que
podemos pensar a partir de ello es que hay una diferencia pero también una relación
entre lo que es del orden del deseo como realización destinada a fracasar y lo que allí se
produce como satisfacción de la pulsión, es decir en términos de Lacan el goce. Este es
consecuencia del significante.
La pulsión es un montaje pasible de descomposición y marcado por el
significante. Cuando Freud introduce la pulsión - de la que hay goce - lo hace a partir de
la gramática de la lengua.
Lacan introduce el concepto de goce en la medida en que el cuerpo de lo
simbólico está primero, el lenguaje en tanto cuerpo de lo simbólico. Es este primer
cuerpo del lenguaje el que, en efecto, va a ser incorporado a un cuerpo de carne, real, el
cual se encuentra, en consecuencia, negativizado, golpeado para siempre por la pérdida
que le provoca el significante, por el hecho de ser un cuerpo que habla (5). Es por eso
que Lacan llega a decir que el significante mortifica la carne.
El Psicoanálisis en su estudio sobre las vicisitudes del “enfermar” se encuentra,
por un lado, con el deseo en su estatuto de siempre insatisfecho en la búsqueda del
objeto perdido en el origen, y por otro lado con la satisfacción (concomitante) que es
siempre satisfacción de la pulsión. Es a partir de ello que Jacques Lacan situará la
diferenciación entre deseo y goce, diferenciación necesaria para el hombre en tanto
hecho de lenguaje . El lenguaje pre-existe a la entrada que hace en él cada sujeto. Así el
sujeto aparece como siervo del lenguaje desde su nacimiento, aunque solo fuese por el
hecho de que es nombrado.
El hombre en tanto hablante-ser habita el mundo del lenguaje y se constituye en
una estructura subordinada a la función significante. Por ello debemos tener en cuenta
aquello que introduce la función significante: La libido realiza una búsqueda del objeto
organizando modos de satisfacción. A partir de la primera experiencia de satisfacción,
podemos ubicar aquello referente al orden del deseo, a la búsqueda del objeto que
organiza el sistema de las representaciones regidas por las leyes del proceso primario del
funcionamiento del inconsciente; se trata de energía ligada, de realización del deseo, de
la trama de los significantes.
En el aparato psíquico regido por el principio del placer (pero gobernado por el
“más allá del principio del placer”) se produce algo que Freud llama ganancia de placer
y que debemos entender como satisfacción de la pulsión. La ganancia de placer es un
excedente que acompaña a la realización del deseo siempre insatisfecho. Lo que
podemos pensar a partir de ello es que hay una diferencia pero también una relación
entre lo que es del orden del deseo como realización destinada a fracasar y lo que allí se
produce como satisfacción de la pulsión, es decir en términos de Lacan el goce. Este es
consecuencia del significante.en tanto que el sujeto no se constituye por hablar sino que
el lenguaje lo constituye más allá de que hable. El hombre habita en el lenguaje no en el
sentido de ser un sujeto parlante sino en el sentido de que el lenguaje lo constituye como
hombre, lenguaje no como palabras sino como función simbólica. La posición del sujeto
como morador en el lenguaje lo ordena en la función significante que podríamos definir
como la función de encuentro-pérdida-reencuentro, pero jamás captura. El deseo no
captura su objeto, la repetición no alcanza su meta, la pulsión no logra su descarga. Y
así concebimos la indestructibilidad del deseo inconsciente.
La experiencia analítica nos muestra que el objeto no está ligado al deseo por
una armonía preestablecida cualquiera. El objeto del deseo es el objeto del deseo del
otro y el deseo es siempre deseo de otra cosa, de lo que falta. Deseo que nos remite a
pensar que está referido al objeto primordialmente perdido. El objeto es siempre
metonimia de deseo y metáfora del objeto primordial y la clínica nos muestra que no se
trata de deseo de un objeto sino deseo de esa falta que en el Otro designa otro deseo.
Concluyendo, el deseo no es plenamente articulable, pues si lo fuera quedaría satisfecho
al articularse con el objeto; pero, el deseo está articulado en una demanda de amor y ella
está ligada a las premisas del lenguaje, como se ve en el juego del fort-da freudiano. Es
decir, la demanda está ligada a lo que de significante hay en el Otro. O sea, es una
demanda de significantes.
El significante es el que está en la causalidad del enfermar. El significante a
veces puede funcionar como antihomeostático, escapándose de una posible regulación
psíquica y en lugar de pasar el goce a lo inconsciente pasa al cuerpo. Así las afinidades
entre cuerpo e inconsciente, en la medida en que uno y otro son el lugar del Otro. Esto
justifica tomar el cuerpo como una superficie de inscripción del inconsciente, la
envoltura del lugar del Otro.
La incidencia del inconsciente sobre el cuerpo se descubrió desde los comienzos
del trabajo de Freud. Aparece a partir de los primeros desciframientos de los síntomas
histéricos con el descubrimiento freudiano del carácter generalmente traumático de la
sexualidad, y con el descubrimiento de lo que debemos llamar una falla en el instinto
sexual en el hombre al que suple el Edipo. Esta incidencia del inconsciente sobre el
cuerpo surgió también con el descubrimiento de aquello que Freud denominó “mas allá
del principio del placer”, a saber, eso que se presenta como un goce nocivo. El
inconsciente no es sin relación al cuerpo (6).
Se debe diferenciar entre lesión de órgano y síntoma. En las primeras se
encuentra dañado el aspecto biológico y existen causales ideopáticos. En el segundo no
hay lesión sino que el cuerpo interviene en tanto imaginario; se trata del síntoma como
metáfora. La lesión de órgano está exilada del lenguaje mientras que el síntoma es
producto de la articulación significante y tiene la estructura del lenguaje.

La pulsión de muerte

La muerte no es eso que está mas allá de la vida, sino aquello que permanece
indefectiblemente unida a ella. Es un límite que funciona como posibilidad inherente,
incondicional e indeterminada del sujeto definido en su historicidad. Límite con que él
mismo se encuentra a cada instante de su vida en lo que esa historia tiene de acabada en
el sentido de lo que se manifiesta invertido en la repetición.
Dentro de la última teoría freudiana de las pulsiones, la pulsión de muerte
designa una categoría fundamental que se contrapone a las pulsiones de vida y que
tiende a la reducción completa de las tensiones, es decir, a devolver al ser vivo al estado
inorgánico.
Una particularidad de la pulsión de muerte es que se dirige primeramente hacia
adentro y tiende a la autodestrucción. Es decir es fundamentalmente antibiológica,
antihomeostática, intenta llevar al grado de tensión cero, o sea, al nirvana. Solo
secundariamente se dirige hacia el exterior manifestándose como pulsión agresiva o
destructiva.
Lo que Freud designa con el término de pulsión de muerte es lo que hay de
fundamental en la noción de pulsión: el retorno a un estado anterior, esto es el retorno al
reposo absoluto de lo inorgánico. Por lo tanto la pulsión de muerte designa un principio
intrínseco a toda pulsión. La pulsión de muerte es irreductible e indestructible, es la
expresión del principio mas radical del funcionamiento psíquico: hay primariedad de la
pulsión de muerte (primariedad del goce).
El fin de la pulsión de muerte es disolver los conjuntos, destruir las cosas,
mientras que las metas de Eros es ligar, crear unidades cada vez mayores y mantenerlas.
En esta diferenciación se sitúan el goce y el deseo.
Lo que Freud descubre y conceptualiza como pulsión de muerte en 1920 es que
el sujeto humano no solamente repite lo displacentero sino que la tendencia a la
destrucción es mas radical. “La compulsión a la repetición parece ser mas primitiva,
elemental e instintiva que el principio de placer”(7). Es decir hay primariedad de lo que
está mas allá del principio del placer.
La pulsión de muerte causa lo que denominamos “trop-de-mal”(8), o sea
sufrimiento en demasía, mal de sobra, como una de las vicisitudes de la pulsión, siendo
origen de las satisfacciones del padecer.
La pulsión de muerte es muda, pero se hace escuchar a través de todas las
desgracias del ser. Estas pueden ser de un orden imaginario o simbólico pero también
real encarnándose en el cuerpo. En este último sentido “la vuelta a lo inorgánico” como
metáfora puede fracasar y el goce pulsional tiende a realizarse sin rodeos, a descargarse
lo máximo posible. Ubicamos aquí el mecanismo mediante el cual el “enfermar” está
relacionado a la pulsión de muerte.
Mientras que el deseo es el deseo del Otro, el goce es el goce del Uno. Deseo y
objeto son escluyentes: si hay deseo no hay objeto, si hay objeto no hay deseo. Mas allá
del principio del placer está el goce. Si como seres vivientes deseamos, el goce está del
lado de la muerte. El placer es la menor excitación, en cambio el goce está del lado de la
tensión, del forzamiento. Hay goce en el nivel donde comienza manifestarse el dolor,(no
necesariamente físico) y es sólo en este nivel que puede experimentarse toda una
dimensión del organismo que de otra forma permanece velada. El goce implica la
dimensión del cuerpor. Cuando Lacan se pregunta por el goce de la ostra o del árbol
concluye en que no se puede saber porque no hay distancia entre el goce y el cuerpo.
Esta distancia es introducida por el significante, (mortifica al cuerpo), que separa el goce
del cuerpo. Así surge el deseo como una barrera al goce fundada en el lenguaje.
El imperativo superyoico que gobierna la pulsión de muerte es: Goza!. Esto es
una situación de estructura, nadie escapa al goce. Pero, entonces, se trata de gozar lo
menos posible y fuera del cuerpo. La hipótesis que podríamos sostener es que el cuerpo
lesionado representa una posibilidad de foce en-el-cuerpo sin más allá.

De lo que no se soporta en el saber

Jacques Lacan en los años 72-73 trabaja sobre los temas del amor y el sexo.
Comienza diciendo: ”mi manera de avanzar estaba constituida por algo que pertenecía al
orden de no quiero saber nada de eso”. No quiero saber nada de eso, déjenme la ilusión,
podríamos decir que somos dos en Uno, que él o ella es mi media naranja... pero, aún,
habrá que poder inventarla, habrá que poder inventar el amor. El amor pide amor, lo
pide sin cesar. Lo pide... aún.”Encone”, “Aún”, es el nombre propio de esa falla en
donde en el Otro parte la demanda de amor(9).
Con estas alusiones pretendemos aproximarnos a la problemática de la
castración. Con el concepto de castración la teoría psicoanalítica alude a aquello de lo
cual no se soporta saber, que, no hay el Todo Saber.
Desde los inicios freudianos la referencia a la diferencia sexual anatómica habló
de ello, así como también el complejo edipiano. Ambas referencias conceptualizan de
diferente manera la falta.
Jacques Lacan nos muestra la castración como la condición fundamental del
sujeto: su división, la disyunción entre verdad y saber.
El psicoanálisis, en su praxis, detecta al sujeto en una estructura que da cuenta de
su división constitutiva. La admite en la base, puesto que ya el solo reconocimiento del
inconsciente basta para motivarla.
El deseo del hombre es el deseo del Otro y es el el nivel del Otro, de la
castración de la madre, donde se instituye lo que se llama castración.Y allí, entonces, la
imposibilidad del Uno.
Ya hemos realizado referencia a la relación del lenguaje y el sujeto. De ello se
desprende lo no existencia de la posibilidad de una relación proporción sexual. Por
supuesto, que existen las relaciones sexuales, pero esto no asegura una proporción ni
menos aún una relación. Que el cuerpo sea sexuado es secundario. El ser sexuado no
pasa por el cuerpo sino por lo que se desprende de una exigencia en la palabra. El
lenguaje está fuera de los cuerpos. El hombre, la mujer, no son más que significantes,
del decir toman su función, porque lo que hay debajo de la vestimenta-sexo no es más
que ese resto que se llama objeto pequeño “a”.
Uno de los efectos del lenguaje es el de llevar a la gente a reproducirse, en el
cuerpo a cuerpo, en cuerpo encarnado. Pero sin embargo, toma existencia la “carta de
amor, de “almor” porque el lenguaje también funciona como aparato de recuperación de
goce. Neruda escribe versos, pero no solamente él. Todos los enamorados lo hacen. Son
maneras de darle vueltas a la relación-proporción que no hay, son maneras de dar
vueltas a ese “fallar” del objeto. La otra satisfacción: la satisfacción de la palabra, y de
ahí los esfuerzos del amor.
Cuando se interroga por su ser, el lugar de la pregunta está planteado en el lugar
del sujeto, que en tanto formula esta pregunta se constituye como enunciador de esta
interrogación. El enunciado: “
quién soy yo?”, el sujeto de la enunciación: el ”Je”, que trata esta pregunta como un
espejo sobre el cual puede mirarse. Pero ya no hay nada del “soy”, del ser, en la misma,
en tanto que la aprehensión del ser sería la aprehensión de lo óntico, y lo único que
puede responderse se despliega en la ontología posible para cada sujeto.
Lo que piensa así en mi lugar es pues otro yo? Cuál es pues ese otro con el cual
estoy más ligado que conmigo mismo puesto en el seno más asentido de mi identidad, es
él quien me agita? Ese Otro cortado en relación al yo es el Otro del inconsciente.
Recordamos a Oscar Massotta en susLecciones de Introducción al Psicoanálisis.
Decía, al respecto de lo que el hombre no quiere saber, que “no quiere saber que no hay
saber sobre lo sexual, que allí hay que arreglárselas solo”. Allí siempre, infinitamente,
solo. Siempre dividido, siempre trabajando para el amor, para forjar el alma, para ser.
Desde estos planteos podemos realizar varios cuestionamientos al respecto de los
enfermos de transmisión sexual:
De qué se trata cuando la ontología de un sujeto camina por los
desfiladeros de la enfermedad de la carne y de la muerte?
Qué se escapa, o no tiene lugar, o se rechaza, o se niega, en el cuerpo significante?
Si el cuerpo significante es el cuerpo en tanto que neurótico, qué sucede en los enfermos
orgánicos? Habrá algún punto de fracaso de la neurosis? Se trata de una desestabilización de
la neurosis? Se trata de un fenómeno por fuera de la neurosis? Se trata del fracaso del trabajo
del amor-almor?
Qué es lo que falla en la recuperación de goce que implica la palabra para que se
produzcan lesiones en el cuerpo biológico?

La producción de una alquimia

Desde una aproximación psicoanalítica, las enfermedades de transmisión sexual


son uno de los nombres de la muerte, quizás el mas inmundo, por mostrar con
obscenidad la conjunción inequívoca de sexualidad y muerte. Podríamos decir: aquello
que del cuerpo solo es secundario y funciona en el orden de las cuentas del amor es
convertido en instrumento de degradación y muerte.
Cabe preguntar : Qué alquimia permite que la sexualidad, ligada al amor y la
procreación pueda encarnarse letalmente y convertirse en factor transmisor de
enfermedades?
El posmodernismo, con la primacía del disvalor o la ley del “todo-vale”, está en
relación causal con patologías del fin de siglo motivando una cultura de los malestares.
Con esto nos referimos tanto a los malestares no-enmascarados como los que muestran
los enfermos que nos preocupan, así como también los alcohólicos, drogadictos,
golpeadores, violadores, y un sin fin de etcéteras, así como a los malestares poco-
enmascarados o cuya máscara es la moda, ya sea los deportes de alto riesgo, que
podríamos llamar de “alta-moda”, y “originalidad” tanto que dan buen status a quien los
realiza. Nos referimos a las prácticas que implican el salto y caída libre en diferentes
formas, también las competencias automovilísticas llamadas “picadas”, los concursos de
bebedores oportunostal como se estila en algunos centros de diversión juvenil (gana el
que bebe mayor cantidad- algunos terminan muertos), etc,etc. Es muy frecuente
encontrar pacientes que parecieran participar de esta cultura del malestar y de muerte.
Sus conductas así lo revelan, por ej. los que “juegan” al contagio, los que piden el
contagio y se contagian como acto de amor así como también aquellos que no toman
recaudos preventivos a respecto de la posibilidad de las enfermedades de transmisión
sexual, simulando “casual olvido” o pensando que a ellos no les va a suceder. Entre
estos dos puntos límites se encuentra un gran grisado que tiene que ver con pacientes
que ya infectados no concurren al médico, concurren pero no realizan los tratamientos
adecuados por falta de “voluntad” (cosa que ponemos en duda , más vale se observa una
voluntad de estar enfermos), no hablan y toman recaudos al respecto de la salud de otras
personas, etc.
Por todo lo expuesto se desprende que desde el punto de vista del Psicoanálisis
se considera la relación del sujeto al Otro como referencial al estudio de los problamas
planteados, y se deje en manos de la Medicina lo que a ella le corresponde para que
proceda. Sin ocuparse de lo biológico, muchas veces el analista interviene en el sentido
de hacer posible la prácticamédica.
Al respecto de el punto de partida del psicoanalisis en esta consideración de la
relación del sujeto al Otro, desde Freud sabemos que la organización cultural reconoce
una figura ordenadora de categorías y reguladora de los modos de funcionamiento de los
distintos grupos sociales. Esta figura es la del padre, en tanto función de la cultura. Esto
permite una organización cultural como nos muestra Freud en su mito de la horda
primitiva.
Así es que, en el campo del Otro, hay que distinguir el Otro en tanto tesoro de
significantes del Otro de la Ley.
Lacan formaliza la función del padre desde el punto de vista del sujeto del
significante, la denominará “Nombre-del-Padre”. Toma los estudios freudianos sobre el
padre de “Tótem y Tabú” y el padre del complejo edipiano ordenando una serie de
elementos articulados: el significante del Nombre-del-Padre nombra la Ley del Deseo;
la metáfora paternal permite al sujeto interpretar este deseo; la significación fálica
somete en el campo del lenguaje este deseo a la castración.
Cuando el sujeto es marcado por el Nombre-del-Padre queda posibilitado a
metaforizar su deseo llevando la marca de la castración (Ley-del-No-Todo) como
consecuencia del complejo edipiano.
Así como la elección por el Edipo, es decir la elección del sujeto por el Nombre-
del-Padre impone a la pulsión un acotamiento (no te acostarás con tu madre, no
reintegrarás tu producto), la elección por fuera de él permite a la pulsión su desborde. En
el primer caso la pulsión se regula a través de un rodeo en donde podrá hasta inventar
modos de rodear el objeto. En el segundo caso el tour pulsional es muy corto y su
camino es el del exceso, esto no es sin consecuencias: la pulsión de muerte reina sin
obstáculos. Con esto no queremos definir que la ausencia de inscripción fálica sea la
causa de las enfermedades de transmisión sexual y mucho menos de todas las
enfermedades orgánicas, sólo queremos tener presente ciertos parámetros de
referencia. Se puede pensar, entonces, que así como a principios de siglo la histérica y el
obsesivo fueron modalidades de goce que interrogaron al Psicoanálisis, en la actualidad
los enfermos de transmisión sexual son la causa de una re-novada investigación sobre la
ontología posible del sujeto.
Nuestra tesis es que allí donde la pulsión de muerte reina, sin obstáculos o con
poco obstáculo, se fertiliza un terreno proclive a la extensión de la enfermedad. Una
cultura en donde fracasen los nombres de la Ley organiza un ámbito permeable a la
instalación de los modos de la muerte.
La producción de una alquimia del deseo en goce, y la mutación consecuente
entre el sujeto deseante por el sujeto gozante son los nombres de la muerte que en cada
época toman distintos vestimentas y colores.
A los psicoanalistas de hoy nos cabe, también, “hacerlos hablar”, para
intervenir allí donde el “trop-de-mal” se desborda en sus excesos para hacerle fallar y
posibilitar al sujeto un DESPERTAR.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

(1)Imbriano, Amelia. El sujeto de la clínica. Ed. Leuka. Bs.As.


(2)Freud, Sigmund. Dos artículos para enciclopedia. 1922. Parte I. Obras Completas-
Tomo XVIII .Ed.Amorrortu. Bs.As. 1979.
(3)Freud, Sigmund. Psicología de las masas y análisis del yo. 1921. Obras Completas-
Tomo XVIII. Ed. Amorrortu. Bs.As. 1979.
(4)Freud, Sigmund. Introducción del narcisismo. 1914.Parte II. Obras Completas-Tomo
XIV. Ed. Amorrortu. Bs.As. 1979.
(5)Miller, Jacques Alain. Intervención. Estudios de Psicosomática. Vol.1. Ed. Atuel .
Bs.As. 1993.
(6)Soler, Colette. El cuerpo en la enseñanza de Jacques Lacan. Estudios de
Psicosomática. Vol.1. Ed. Atuel . Bs.As. 1993.
(7)Freud, Sigmund. Mas allá del principio del placer. 1920. Obras Completas-Tomo
XVIII. De. Amorrortu. Bs. As. 1979.
(8)Lacan, Jacques. Seminario XI . 1964 . Los conceptos fundamentales del
Psicoanálisis. Capítulo XIII. Punto 3. De. Paidós. Bs.As. 1986.
(9)Imbriano, Amelia. El amor y la lógica posible. Testimonios de Trabajo. Ed. Leuka.
Bs.As. 1993.

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