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La literatura llamada “apocalíptica” toma su nombre del libro del


Apocalipsis, último del Nuevo Testamento. La palabra griega
Αποκάλυπψις, quiere decir, literalmente, revelar, quitar el velo, dejar en
claro o poner de manifiesto algo oculto o no conocido. Pero este
nombre se reserva para revelaciones que tienen que ver con la
escatología, lo último, entendido como el final de la historia y el
destino de los muertos o con las regiones del cielo y el infierno, o
ambas.

Este tipo de literatura aparece al final del período del Antiguo


Testamento, con el libro de Daniel. Sin embargo, el judaísmo del
segundo templo no generó solo el libro canónico de Daniel sino que
produjo otra serie de libros que no fueron incluidos en el canon
hebreo; libros como 1-2 Henoc, 4 Esdras, 2 Baruc y otros más. Muchos
de los manuscritos que aparecieron en el Mar Muerto comparten una
visión apocalíptica similar a la de la literatura canónica y
extracanónica. En sus expectativas o esperanzas escatológicas hay un
gran espacio para agentes sobrenaturales; algunos de ellos, aunque no
todos, comparten una visión dualista del mundo y piensan que Dios
tiene un destino para todo y para todos que no dejan espacio a la
libertad, defienden, pues, un cierto determinismo. Muy característico
es también el recurso a simbolismos míticos. Al parecer, el genero
desapareció después de las derrotas que sufrió Judá durante las
luchas contra Roma de 66-70 d.C. y la rebelión de Bar Kockba en 135
d.C. en tiempos del emperador Adriano, aunque tuvo nuevo auge en la
Edad Media. En el NT el libro del Apocalipsis es el único libro de este
género literario, aunque hay una variedad de libros bajo este género
que no pasaron a formar parte del canon.

Inicialmente no estaba claro si el concepto “apocalíptico” se refería a


un género literario o un tipo de teología. Paul Hanson propone
distinguir entre apocalipsis como un tipo de literatura, apocalipticismo
como ideología social y escatología apocalíptica como conjunto de
ideas y motivos o razones. Porque, tanto el apocalipticismo como la
escatología apocalíptica, pueden recurrir a otro tipo de expresiones o
géneros además del apocalipsis.

Un “apocalipsis” se define como un género de literatura de revelación


con un marco narrativo en el que la revelación es mediada y ofrecida
por seres de otro mundo a un receptor humano mostrándole realidades
que son, a la vez, temporales y trascendentes con miras a la salvación
escatológica que implica otro mundo sobrenatural.

Esta definición se basó principalmente en la literatura judía y cristiana


de los años 250 a.C. a 250 d.C., aunque no se descartó la literatura
gnóstica, greco-romana, persa y algunos escritos judíos tardíos. Se
distingue entre apocalipsis históricos, el tipo representado por Daniel
que inspecciona un amplio campo de la historia que culmina en el
juicio final, y los apocalipsis de viajes a otro mundo que implican
visiones del cielo o el infierno que podemos asociar con Henoc y
literatura judía similar.

A pesar de su gran aceptación, existe todavía hoy, ciertas


controversias respecto a cómo puede ser definido un “genero
literario”. Los apocalipsis clásicos sean judíos o cristianos se
caracterizan no solo por el tema de la revelación sino también por la
prominencia del mundo sobrenatural y la escatología. Y la escatología,
por su parte, no solo se preocupa por el fin del mundo o de la historia
del modo en que lo hace los apocalipsis históricos, sino también se
preocupar por el destino de los muertos. Lester Grabbe considera que
apocalíptica/apocalipsis son una subdivisión del profetismo; y, aunque
ciertamente hay una continuidad entre ellos, no vemos a Isaías o
Jeremías pretendiendo su ascensión a los cielos para obtener sus
visiones, tal como es el caso de Henoc. Los apocalipsis se distingue,
pues por la convicción de la resurrección y un juicio individual de los
muertos, esperanza que claramente es atestiguada por la época
helenística, en los libros de Henoc y Daniel. Dentro de la biblia hebrea,
Daniel es el principal libro de apocalipsis. El libro data hacia los años
164 a.C.; el autor sostiene que Antíoco IV es el mal encarnado, lo cual
encaja con el género apocalipsis.

Muchos escritos de corte apocalíptico se caracterizan por su recurso


a a la descripción detallada, a imágenes muy vívidas y al testimonio
del autor o vidente. Los libros apocalípticos son sobradamente
presentados como el testimonio de alguien que participa en primera
persona, algo que también es común en la literatura de testamentos.

Aunque algunos casos puede suceder que la apocalíptica recurra a la


parenesis, de ordinario, se nos presenta, más mayormente como la
revelación de lo que el vidente mismo ha visto, experimentado y oído.
Estos videntes no son personajes anónimos o de menor importancia,
suelen ser personajes altamente religiosos cuyo testimonio tiene una
autoridad particular. La viveza de su experiencia se nos trasmite
mediante varias estrategias: su extasiado estado emocional suele ser
descrito con viveza, también son literatura sumamente visual, puesto
que el vidente no solo anuncia que ha visto algo, lo describe
minuciosamente: igualmente, cuando se describen viajes celestes, el
vidente narra secuencialmente los sucesos y lo revelado, de tal
manera que el lector pueda visualizar lo que se le describe.

Es cierto, también, que el vidente, suele ser un personaje central en la


apocalíptica, sin embargo, hace las veces también de mediador entre
el mundo celeste donde vive Dios y su corte angélica y los receptores
terrenos a los que se dirige el autor. Aunque el vidente y su audiencia
puedan estar separados por el tiempo y el espacio, el libro en el que se
ofrece la revelación permite que el vidente y su audiencia sean
contemporáneos.

Sucede también que el vidente, ante la revelación y manifestación que


se le ofrece le abrume de tal manera que se sienta incapacitado para
continuar con la visión, sea alentado y fortalecido para enfrentar la
presencia divina que se le revela. Y entonces, la viveza de su
descripción de lo absolutamente trascendente, se hace virtualmente
presente para el lector del apocalipsis.

A la literatura apocalíptica debemos también su alto desarrollo de una


angelología: los ángeles también son mediadores, tal como lo es el
vidente, que le permiten a este entender lo que está viendo o
escuchando. Los ángeles suelen ser descritos bajo la misma
trascendencia que corresponde a Dios, de tal modo que provocan en el
vidente temor reverencial. No faltan los textos apocalípticos en los
que los ángeles son llamados también “dioses” y que los ángeles de
los más altos rangos sean asociados a Dios mismo. Con frecuencia, los
ángeles son también asociados con los seres humanos. Cuando el
vidente realiza viajes celestiales es testigo del culto que los ángeles
le brindan a Dios. La comunidad de Qumrán lleva esta visión hasta su
seno, puesto que ellos mismos se sienten una comunidad con los
ángeles que rinden culto a su Señor.
El vidente de la apocalíptica tiene un lugar privilegiado de tal manera
que, a pesar de que el cielo y la tierra son espacios propios, el cielo
de Dios y la tierra de los seres humanos, él puede cruzar los límites
que separan un mundo de otro. Dios puede enviar a sus ángeles al
mundo para cuidar de los hombres, darles avisos, guiarlos por los
caminos o liberarlos de dificultades; por su parte, el vidente, es
invitado a la esfera divina para que sea testigo de las realidades
divinas y pueda escuchar las palabras de la boca de Dios.
Un modo en que los videntes pueden tener acceso al mundo divino es
a través de los sueños y las visiones; aunque nada impide que el
templo, lugar sagrado por excelencia, pueda ser un espacio adecuado
donde Dios se manifieste o donde se puedan interpretar sus
revelaciones o manifestaciones.

Los autores de la literatura apocalíptica adquieren autoridad


argumentando que los conocimientos que adquieren y comunican son
conocimientos ocultos que son revelados por Dios a personas
concretas y elegidas a las que se considera visionarios. Los medios
usados para comunicar este conocimientos oculto y, posteriormente,
revelado son varios: las visiones que tiene un visionario o vidente,
viajes celestiales, enseñanzas trasmitidas por medio de ángeles o
acceso a libros celestiales, entre otros. Estos conocimientos se
consideran siempre inaccesibles para el entendimiento humano
ordinario, incluso, sucede que cuando el vidente recibe dichos
conocimientos, se muestra desconcertado e incluso, perturbado, por lo
que requiere que alguien superior, de ordinario un ángel, le ayude a
captar el sentido de lo que escucha y ve. Llama la atención que Henoc
nunca sea representado perturbado o desconectado por lo que se le
comunica ni que requiera de la asistencia de alguien más para
entender el sentido de lo que le es manifestado. quizás por la
convicción de los autores apocalípticos de que él fue el único que
caminó con Dios (Gn 5,22.24). A este conocimiento comunicado al
vidente y al que muy pocos tienen acceso, se le suele designar con el
término de “misterio”.

En ocasiones, estas revelaciones de los misterios divinos provocan en


el vidente y en quienes reciben la comunicación del visionario, el
deseo de saber más, de tener acceso a conocimientos posteriores.
Adicionalmente, el mundo suele ser dividido en dos grupos sólidos: los
que tienen acceso a los misterios divinos y los que no lo tienen.

También tienen un valor muy significativo los llamados libros


celestiales. El o los libros de la vida llevan el control de los nombres
de aquellos que recibirán una vida beatífica después de la muerte. En
los libros de acciones o de hechos se describen las acciones justas o
malvadas realizadas por las personas. Por su parte, los libros del
destino narran los acontecimientos predestinados por Dios a que
sucedan en un momento determinado. Puede suceder que estos libros
sean sellados y no sea posible leer o conocer su contenido, sino hasta
un momento específico determinado por Dios.

Otra de las grandes preocupaciones de la literatura apocalíptica es el


relativo al discernimientos de patrones de orden. Estos patrones
pueden ser cosmológicos, históricos o morales. En algunos libros se
menciona mucho el movimiento de los astros, de las estrellas o de la
luna y sus fases, en los cuales se intenta descubrir designios divinos o
augurios futuros.

También son frecuentes patrones temporales establecidos por los


movimientos de la luna y el sol en los que se intenta descubrir los
misterios divinos que la apocalíptica intenta descubrir y revelar. Por
eso, para algunos autores los calendarios muy complejos suelen ser
muy importantes. El calendario litúrgico, los ciclos sabáticos y los
jubileos podía ser usado para dar un orden al tiempo histórico. Muy a
menudo, los escritores apocalípticos establecen ciclos relacionados
con el 7 y con el 10 para leer el pasado o para dividir o predecir el
futuro. Sucede también que Dios puede revelar el sentido de la historia
o hechos por venir a personajes como Henoc, Daniel o Baruc en el AT,
tal como lo hará al vidente del Apocalipsis en el NT. Según creen los
videntes o escritores apocalípticos, Dios ha creado todo cuanto existe
y ha establecido un plan completo que se realizará a su tiempo y todo
sucederá según los designios divinos y todo llegará a su plenitud en un
momento determinado.

El orden querido por Dios también se manifiesta en el orden moral que


se pone de manifiesto en mayor medida mediante el recurso al
dualismo. Existe una correlación entre el bien y el mal, entre la bondad
y la maldad, entre lo bondadoso y lo malvado. El grado de dualismo
varía de una obra apocalíptica a otra. El judaísmo no atribuye el mal a
un ser diferente de Dios; no existe una contraparte divina maligna que
se oponga a Dios o que luche contra Dios, sin embargo, la literatura
sapiencial y los salmos nos hablan de los hombres buenos que
obedecen a Dios y cumplen sus mandatos y quienes se alejan de ellos;
desde este ángulo, quienes hoy obran el bien y se someten a la
alianza, tendrán un destino favorable, en cambio, quienes rechazan
obedecer a Dios, podrán acarrearse un destino lejos de Dios.

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TEOLOGÍA APOCALÍPTICA

El concepto de determinismo se refiere a una noción filosófica en la


que se afirma que todo lo que sucede en el tiempo y el espacio ha sido
establecido o determinado por una cadena necesaria de causas. El
determinismo religioso supone que todo ha sido determinado por el
Creador o por el destino. La afirmación religiosa de que, por
naturaleza, Dios tiene que ser todopoderoso y omnisciente plantea la
cuestión de si existe o no la libertad humana, aunque en muchos
textos no se usa este término sino se refiere a lo que depende del ser
humano y lo que no depende de él. Con frecuencia se asocia el
determinismo histórico a la literatura apocalíptica porque los textos
de nota apocalíptica dan a entender que la historia se desarrolla y se
dirige hacia un fin ya establecido, lo que se entiende por escatología.
Esto también explica la periodización de la historia misma: la historia
se desarrolla de manera lineal y se acerca a su fin y por eso la
tendencia apocalíptica a dividirla en una serie de número de períodos.
Estos períodos pueden dividirse en etapas de diez, siete o cuatro, sean
días, semanas, meses, años y mezcla de todos ellos. Establecer
períodos de tiempo también tiene otra intención: poder calcular el fin
de los tiempos. Dado que estos períodos de tiempo han sido
establecidos por Dios se presume que él lo ha puesto por escrito en
algunos libros sagrados a los que solo algunos pueden tener acceso y
darlo a conocer a los demás.

Otro elemento que destaca en la teología apocalíptica es lo que se


conoce como dualismo. Bajo este esquema se acepta una dualidad
física o metafísica en la que dos poderes, principios o estados del ser
opuestos. Esta visión se debe al zoroastrismo en el que se acepta la
existencia de dos principios primordiales y co-eternos que dan origen
a los bueno que causa la luz y la vida y otro malo que causa la
oscuridad y la muerte. Sin embargo, ni el judaísmo ni el cristianismo
asumen la posibilidad de dos co-principios eternos que sean
causantes del bien y del mal, puesto que Dios es la única fuente de
todo cuanto existe, aunque sí se han asumido visiones dualistas desde
el punto de vista sobre todo lo referente a lo material y espiritual sea
en lo cosmológico, antropológico o en lo epistemológico.

En la Biblia nunca se considera el mal o la muerte como poderes que


rivalicen contra el Dios de Israel; y cuando se habla del cielo y la
tierra, por ejemplo cuando la creación es para remarcar la totalidad de
lo creado y no como realidades contrapuestas. La literatura
apocalíptica pronto dio paso a un dualismo un poco más acentuado; en
algunos casos se contrapone de manera real este mundo y el mundo
divino, o a Dios y los seres que le son contrarios o que le retan, o
quienes forman parte de los hijos de Dios y quienes forman parte de un
bando contrario.

Jesús no fue ajenos a algunos puntos propuestos por la apocalíptica y


los usó en su predicación, tales como Hijo del hombre, juicio
escatológico, la resurrección de los muertos, la batalla entre uno
fuerte y otro más fuerte, el banquete escatológico, el cambio de suerte
actual del que sufre y su condición de consuelo en el otro mundo, son
algunos de los conceptos que podrían tener ciertas notas de
apocalíptica. Desde luego, al aceptar algunos conceptos apocalípticos
se pueden asumir corrientes dualistas, aunque ni en la Biblia ni en el
cristianismo podemos hablar de dualismos radicales o absolutos, dado
que nadie puede ser comparado o equiparado con Dios. Estos
dualismos pueden ser de tipo cósmico, cuando se presenta a Dios o a
Jesús en oposición a la fuerza representada por Satanás; también se
puede recurrir a un dualismo ético en el que se oponen el bien y el mal
o el espíritu y la carne; finalmente, se asume un dualismo de tipo
escatológico en el que se oponen el destino final de los hombres: unos
para la salvación definitiva y otros para el castigo eterno. Es verdad
que en los evangelios y en la literatura neotestamentaria puede
aparecer la figura del diablo, Satanás o Belzebul, pero no hay una
teología consistente ni sistematizada sobre su persona, poder y papel
desempeñado en el drama escatológico en el que se le hace participar.
La literatura joánica es más dada al uso del dualismo, pero, al parecer,
el autor o los autores pretenden ser más retóricos que describir un
modo fijo de entender e interpretar el mundo. El único libro de corte
apocalíptico del NT desarrolla más puntos relacionados con Satán y su
poder, así como su destino.

El comportamiento ético es propio también del pensamiento


apocalíptico; es verdad, que las personas, basadas en sus
convicciones éticas podrían asumir la cercanía del fin como un motivo
para realizar el mal, tomando como punto de partida que su mal no
será castigado. Otros, en cambio, pueden asumir una actitud diferente
cuando saben que el final llama a puerta, es lo que hacen tanto Jesús
como Juan el Bautista cuando retan a sus contemporáneos a cambiar
de actitud, su manera de actuar y su comportamiento dado que el
juicio de Dios se encuentra a la vuelta de la esquina. Puesto que Dios
viene ya para juzgar a los hombres, lo mejor que se puede hacer es
cambiar el estilo de vida, someterse a la voluntad de Dios y ser fieles a
la alianza o a su llamado a la conversión. El llamado constante, cuando
se acerca el fin, el juicio o el reinado de Dios es el mismo: estar
preparados para ese momento clave. Esta es la razón por la que en
este punto se insiste en un juicio definitivo y escatológico, punto
tratado por varios textos apocalípticos. Uno que destaca sobre estos
es el del juicio final presentado por san Mateo, donde el destino de
unos y otros se define por el modo en que se atiende y socorre al
necesitado y al que sufre; de allí la definición de lo que se espera se
haga por parte de los que son llamados al cambio de actitud y a estar
preparados para el fin que se acerca. Socorrer al necesitado o estar
preparado para el juicio que Dios realizará muy pronto impone una
nueva actitud ante el mundo presente, sus bienes y la riqueza, puesto
que todo eso pasará y el premio que Dios ofrece nunca pasará. La
riqueza y la posesión de los bienes ni asegura la salvación ni es
adecuado para conseguir una vida que no termina. Si el mundo está
por concluir, ¿cuál es el sentido de preocuparse por los bienes o
acumular tesoros?

Igualmente, la llegada inminente del reino anunciado por Jesús puede


explicar, por ejemplo: el celibato como una urgencia de anunciar el
reino sin tener tiempo para otras actividades o relaciones maritales; o
la austeridad física que se manifiesta en el poco apego a los goces de
la comida, la bebida; también explica la urgente misión en la que
Jesús envía a sus discípulos, pero lo mismo ha sucedido en los
tiempos posteriores: la urgencia de la misión se debe a que se piensa
que el reinado de Dios está ya cerca; de igual manera se entiende el
llamado a la conversión a los gentiles, su aceptación en las
comunidades de fieles y el aprecio y lugar que se le concede a la
ciudad de Jerusalén. Otros temas cercanos al anuncio del fin es la
estadía o regreso al desierto para renovar los lazos y las promesas de
la alianza o el regreso al principio, a los orígenes, quizás al paraíso del
Génesis, incluido una igualdad en la que no haya judíos, no judíos,
esclavos y libres, ni varones o hembras.

((((((Karl Ranher describe el conocimiento humano ordinario como una


pequeña isla flotando a la deriva en el vasto y desconocido océano. El
mar representa el misterio infinito y la isla es llevada por ese misterio;
lo mismo sucede con todo ser viviente y consciente en dicha isla: la
observación y el sentido común son como una lámpara que iluminan
todo en la isla de una manera aceptable. La mayoría viven iluminados
exclusivamente por esta luz, pero esa luz revela muy poco de lo que
sostiene la isla. El visionario apocalíptico se hunde en el océano del
misterio, lo observa desde allí y mira cómo lucen las cosas desde la
trascendencia y descubre que la trascendencia tiene un tremendo
impacto en la historia. Los visionarios apocalípticos de la biblia
adquieren una extraordinaria iluminación para entender el mundo y su
destino. Ellos iluminan este mundo y tienen un interés real por lo
corporal y la transformación material de la vida. Ellos poseen una
visión mucho más clara que la luz de la lámpara de la profecía permite.
Su mirada penetra la negra oscuridad, de hecho, ellos ven a color
incluso en la noche. Ellos comunican sus percepciones.)))))

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EL PERÍODO INTERTESTAMENTARIO Y EL AUGE DE LA APOCALÍPTICA


(Paul D. Hanson)

Una parte importante de la población judía, así como sus autoridades,


vivieron un período de destierro en Babilonia de 587-538 a.C. Este
período supone para el pueblo judío una nueva manera de ver y
entender su propia historia y su relación con Dios, así como su
situación en el mundo. Este hecho sacudió completamente a Israel y le
orilló a cambiar radicalmente todo lo que consideraba fundamental.
¿Cómo entender la supremacía de YHWH? ¿Cómo comprender su
condición de pueblo elegido por Dios? ¿Qué se podía decir de la
alianza que el Señor pactó con ellos? La alianza eterna que Dios
prometió y juró a David ¿cómo podía compaginarse con el nuevo
estado de cosas, fuera en tierras babilonias o bajo el mandato persa?
Y el nuevo estado de cosas gritaba con fuerte voz: los dioses de
Babilonia han derrotado al Dios de Israel.

Pero Israel no cedió a la tentación de darse por vencido y confesar la


derrota de su Señor. Lo que descubrieron fue una falsa concepción que
ellos se habían hecho de Dios y que comenzaba a desmoronarse. El
pueblo descubre que había abrigado concepciones idolátricas que
habían puesto sus seguridades en las instituciones humanas y no en la
fidelidad a Dios. Aquí sigue vigente la obligación del primer y segundo
mandamientos: adorar al único Dios verdadero, el que libró a Israel de
Egipto, les dio la Ley, estableció con ellos una alianza y les dio la
tierra prometida a Abrahán, y no hacer una imagen de Dios que se
amolde a las expectativas, creencias, convicciones, necesidades,
deseos y sentires humanos.

Por medio del Deutero Isaías, Dios asegura que sigue vigente la
promesa de amor a David; pero esta elección de David no es una
concesión a la persona sino que es en miras de que sea verdadero
pastor del pueblo de Dios. La elección no es una distinción es un
llamado a servir. La condición de Mesías, el Deutero Isaías se la
aplica, sin ningún remordimiento, a Ciro, para recordar una vez más
que no es un título de gloria sino una vocación a la fidelidad y
obediencia al mandato divino. En cuanto a quien conducirá al pueblo a
la obediencia a Dios se introduce la figura del siervo del Señor que
traerá la salvación a todas las naciones. Este siervo es presentado
mediante múltiples facetas porque su misión es algo que Dios les
confía y él asume fielmente.

El sufrimiento del pueblo judío y su confianza en Dios convergen en un


suceso que les devuelve la esperanza y les pone nuevamente en el
camino de la confianza en Dios: Babilonia cayó a manos de Ciro, y el
edicto con el que permitía a los judíos regresar a su patria, son
interpretados por el Deutero Isaías como un designio de Dios. El
retorno que se va incrementando poco a poco desde 538 hasta 520
a.C. supone una nueva serie de retos, entre ellos, la reestructuración
de la vida religiosa del pueblo de Dios, entre cuyos pendientes destaca
la reconstrucción del templo que Nabucodonosor había saqueado,
destruido e incendiado. Los esfuerzos que hubieron de realizar y las
dificultades que habían que superar les permitió alcanzar algunos
logros significativos: se reanudó el culto a Dios en su templo santo, La
Toráh volvió a ser la guía moral del pueblo y se alcanzaron metas
modestas para lograr una estabilidad económica básica. Ezequiel e
Isaías tenían algunas visiones de grandeza que no lograron realizarse,
quizás porque los sacerdotes sadoquitas y los descendientes de David
seguían teniendo una visión que ya no encajaba con la nueva
situación, además de que los persas no permitirían que un súbdito
suyo tuviese pretensiones de realeza. Esto permitió el ascenso al
poder y la aceptación de los sacerdotes como nuevos dirigentes del
pueblo, algo que permanecerá hasta la destrucción de la nación judía
a manos de Roma en el año 70 d.C.

Esta época será bien aprovechada por Nehemías y Esdras para legar al
pueblo las bases para vivir como un pueblo fiel a Dios en medio de
situaciones adversas o rodeados de cultos y religiones paganas y, en
cierta medida, atractivas. Aparentemente a Esdras en esta época
debemos la redacción final y definitiva de la Toráh. Gracias a este
servicio y ministerio surgirán visiones en las que la interpretación, la
transmisión y la copia de la Toráh serán el punto clave de la vida del
pueblo judío y que, más tarde, dará origen a los cuerpos literarios de la
Misná y los Talmudes judíos, que será la regla normativa del judaísmo
hasta nuestros días.
La riqueza del texto bíblico del Antiguo Testamento nos heredó una
serie de visiones que no eran compatibles con visiones de supremacía
judía, de exterminio de naciones paganas o enemigos, de sumisión de
otros pueblos. Estos profetas estaban abiertos a una visión más
universalista, donde los demás pueblos tendrían cabida y donde no
habría vencedores y derrotados, sino más bien, un solo Dios reinando
sobre todas sus creaturas, pueblos, lenguas y naciones,
independientemente de su condición religiosa, étnica o cultual.

La relativa paz que aportó a Israel su adhesión al imperio y cultura


persas cambió radicalmente cuando asumieron el poder los monarcas
helenistas que se hicieron con el gobierno una vez desaparecido
Alejandro Magno. Mientras los persas eran sumamente tolerantes y
respetuosos de la cultura, convicciones y religión de los pueblos
sometidos, los griegos eran de la idea de que su cultura era superior a
cualquiera y, poco a poco, quisieron imponerla a los pueblos bajo su
dominio. Así se preparó la lucha y el enfrentamiento contra los
seléucidas que derrotaron a los tolomeos para gobernar Palestina.
Mientras los tolomeos gobernaron desde Egipto, los judíos asumieron
la nueva cultura helenizadora de una manera inconsciente y de buena
gana; fue en este ambiente y ánimo de aceptación de la cultura y
lengua griega que se tradujo a esta lengua la Biblia hebrea de los
judíos, naciendo así la Septuaginta o versión de los LXX. Sin embargo,
distintos grupos o personas judías se movían entre la certeza de que
combinar la mentalidad griega con la judía no era ser infiel a la
religión de los padres y quienes pensaban que el helenismo
contaminaba la fe judía y debía ser rechazado. Las dudas entre
aceptar un helenismo matizado o un rechazo a este llegó al extremo
cuando Antíoco IV Epífanes subió al trono, pronto permitió que un laico
sin relación con familias sacerdotales se hiciera con el sumo
sacerdocio, posteriormente saqueó el templo de Jerusalén y se hizo
con sus tesoros y ofrendas; más tarde impidió que los judíos se
sometieran a sus propias leyes: prohibió el sábado, la circuncisión, la
lectura de la Toráh, se impuso el culto a dioses paganos y el templo de
Jerusalén fue profanado al erigirse en su interior, en el Santo de los
Santos, una imagen de Zeus Olímpico. ¿Qué cabía hacer, esperar una
intervención especial por parte de Dios o, había que asumir una
actitud y poner manos a la obra? Es en este ambiente en el que se
suscita la rebelión macabea que pronto acarreará el triunfo al pueblo
de Dios y la purificación del templo un año después de su profanación.
Es así como llegamos al libro de Daniel, nuestro primer libro de
apocalíptica del AT.

Ahora los hombres fieles a la Toráh esperaban que el sumo sacerdocio


volviera a manos de sus antiguos y legítimos propietarios: los
sacerdotes descendientes de Sadoc y que el reino volviera a manos de
su poseedor legítimo: la estirpe de David. De hecho, los esenios
esperaban dos mesías, un sumo sacerdote descendiente de Aarón y un
mesías de la familia de David. La separación moral de los esenios,
unida a la separación física del resto de los judíos, pronto produjo una
postura dualista: la batalla final sería entre Dios, sus ángeles y su
pueblo fiel conformado por los esenios luchando contra Satanás, los
demonios y todos los que no pertenecían a la comunidad esenia.
Varios textos bíblicos, desde Isaías y Jeremías, los profetas menores,
la literatura sapiencial así como algunos textos intertestamentarios,
muestran la esperanza y expectativa del pueblo judío de que Dios
restauraría a su pueblo y lo volvería a congregar como una sola
nación, ya sin contratiempos, penas o sufrimientos. Algunos grupos
tenían la convicción de que Dios realizaría dicha restauración
mediante algún tipo de mediador, fuera este humano, como un
descendiente de David o de Aarón, o angélico, tal como lo esperaban
los esenios antes de la era cristiana. Esta esperanza es una que
encontrará Jesús y que él mismo abrigará, cuando inicie su
predicación del Reino de Dios. Que las expectativas variaban de un
grupo a otro o de una época a otra, lo descubrimos con cierta claridad
en el cuarto evangelio, cuando se menciona que los fariseos
(mencionados hasta el verso 24), enviaron desde Jerusalén sacerdotes
y levitas para preguntar a Juan Bautista: “‘¿Quién eres tú?’ Él confesó,
sin negarlo: ‘Yo no soy el Cristo.’ Entonces le preguntaron: ‘¿Quién,
pues?, ¿eres Elías?’ Él contestó: ‘No lo soy.’ ‘¿Eres tú el profeta?’
Respondió: ’No’. Ellos insistieron: ‘¿Quién eres, entonces?’ Tenemos
que dar una respuesta a los que nos han enviado’”. (Jn 1,20-22). Esto
nos orienta de que, en tiempos de Jesús, no había una definición clara
o única del tipo de personaje que se esperaba para la etapa final de la
historia y que conduciría a Israel hacia la restauración definitiva.

Cuatro eran los elementos que fomentaban estas esperanzas:


1. El recuerdo idealizado de la era davídica.
2. La tradición acerca de la alianza que Dios pactó con David y que le
anunció el profeta Natán.
3. Las promesas proféticas referentes a la casa de David y la era de
paz escatológicas.
4. Las penalidades y la dureza de la vida cotidiana bajo el dominio
romano.

La situación política y social fue el suelo propicio donde germinaron


diversas visiones escatológicas y mesiánicas, por eso, cuando un
profeta escatológico e itinerante como Jesús recorre aldeas, poblados
y caseríos anunciando la cercanía del reino de Dios, lo que pronto
provocó que surgieran seguidores y críticos de su ministerio. Sin
embargo, Jesús supo delimitar su grupo con aquellos que eran
partidarios de los grupos mesiánicos militantes. Pudo ser frecuente
que la espera mesiánica se asociara, como hemos visto antes, con la
casa de David y con ciertos conceptos y figuras militares, y por eso
descubrimos en tiempos de Jesús agrupaciones que con cierta
facilidad se vuelven a las armas, la guerrilla y la violencia. Sin
embargo, el Deutero Isaías cambió la perspectiva de tal enviado y lo
presentó como un Siervo que escucha, es fiel, obediente y se somete
en todo a la voluntad de Dios; ya no se trata de armas, guerras,
violencia, ataques y destrucción. Por el contrario, sus armas son la
paciencia, el dolor, el sufrimiento, la esperanza en Dios, su capacidad
de ser discípulo de Dios y su disposición para hacer suyas las
aflicciones, dolores y sufrimientos del pueblo de Dios.

Esta visión es recogida por la fuente Q que nos presenta a Juan


Bautista, ya encarcelado en Maqueronte, enviando una comitiva de
discípulos para saber si Jesús era el enviado que Dios había prometido
o si todavía había alguien mayor y más grande que él detrás suyo. La
figura que desarrolla Jesús es la del profeta ungido por Dios para dar
la vista a los ciegos, restaurar el andar del cojo, dar limpieza a los
leprosos, dar oído a los sordos, la vida a los muertos y llevar la buena
noticia a los pobres (cfr. Mt 11,2-5; Lc 7,22-23), tema anticipado en la
visión de Lucas, cuando Jesús visita la sinagoga de Nazaret y lee el
volumen del profeta Isaías que contenía la profecía y promesa de 61,1-
2. Si Jesús no se involucra en ideologías políticas es para no dejar a
nadie fuera de su visión y del reino predicado por él y preparado por el
Padre, por eso, él es capaz de acercarse por igual a todo tipo y clase
de personas; en el reino del Padre cabe todo aquel que acepte la
llamada que le hace Jesús. Su misión se dirige, más bien, a los
marginados, a los que sufren, a los tristes, a los enfermos, a los
pobres; él traía liberación a los posesos, salud a los enfermos, vista a
los ciegos, libertad a los cautivos, perdón a los pecadores. Las
palabras y las acciones de Jesús van más allá de cualquier proyecto
político específico o de cualquier programa social.

Jesús, el Siervo compasivo y misericordioso, reunió entorno suyo no a


guerreros, sino a otros siervos que, al igual que él, salían para reparar
y curar; siempre allí donde Jesús y sus discípulos llegaban, el mal que
desgarraba la creación se retiraba y la armonía quedaba restablecida,
bien por medio de su palabra, de sus acciones, del tacto, de las
señales que realizaba. Jesús sabe que es insuficiente combatir el mal
con recursos humanos; tan solo el poder de Dios puede expulsar a los
demonios, desterrar la enfermedad y perdonar los pecados. Pues bien,
Jesús reconoce que ese poder que viene de Dios, él se lo ha confiado
a Jesús, y Jesús lo ha trasmitido a sus discípulos como a agentes de
sanación y portavoces de la salvación que Dios aporta. El anuncio del
Reinado de Dios que Jesús proclamaba, no es compatible con las
visiones políticas que buscan la paz mediante las armas, la imposición
violenta, la guerra y la sumisión; Jesús quiere hacer presente el reino
del Padre que no es otra cosa que justicia, paz, solidaridad, amor,
servicio, compasión, misericordia, respeto, ayuda, acompañamiento,
cercanía, bendición, dicha, consuelo, vida. La transformación de
circunstancias provistas de dolor, sufrimiento y angustia comienzan a
ser transformadas por la presencia inminente de Dios que viene a
reinar; ese cambio radical que vemos en las breves bienaventuranzas
de Lucas: “Felices ustedes los pobres, porque el reino de Dios es de
ustedes. Felices ustedes los que ahora tienen hambre, porque Dios los
saciará. Felices ustedes los que ahora lloran, porque después reirán.”
(Lc 6,20-22), también se descubre en el cántico de Ana de 1 Sm 2,1-8,
mediante el cual, ella canta los cambios asombrosos que Dios realiza
en favor de quienes lloran, sufren, desesperan y confían en él; canto en
el que Lucas basa la composición del Magníficat y que el evangelista
pone en labios de María (cfr. Lc 1,46-55).

Jesús comprende que asumir una postura política o tomar partido por
un grupo limitaría su actuar que buscaba la sanación, la misericordia,
la compasión, el perdón, el consuelo, la liberación, la salvación, una
vida plena y lograda. Mientras algunas corrientes de pensamiento y
grupos judíos esperaban un mesías de orden militar o con tendencia
belicosa, Jesús asume, más bien, la postura del Siervo de Dios que es
capaz de enfrentar el dolor, el sufrimiento, el rechazo y la marginación
para que cualquiera que así lo desee, pueda acercarse y recibir la
promesa del reino de Dios que Jesús pregona.

El hecho de que Jesús predicara sobre el “reino o reinado” de Dios


podía provocar que los recelosos romanos se cuestionaran sobre el
sentido de esa “basileia”, porque “basileia” solo había uno, el de
Tiberio, cualquier otro reino pretendido, anunciado o predicado por
cualquier “rebelde” era motivo de persecución, escarnio, condena y,
posiblemente, la muerte destinada a los sediciosos o enemigos del
imperio, tal como a Jesús le sucedió, la crucifixión y que, según las
versiones evangélicas, fue el motivo de su condena, puesto que los
cuatro evangelistas, de un modo u otro, afirman que Jesús fue
crucificado debido a su pretensión, intención, promoción o anuncio de
ser, denominarse, auto-proclamarse o declararse “rey de los judíos”
(Mc 15,26; Mt 27,37; Lc 23,37-38 y Jn 19,19). Ciertamente Jesús nunca
se declaró rey de los judíos, pero sí anunció el reino que Dios
destinaba a los judíos dispersos por el mundo y a quienes Jesús quería
reunir antes de que el reino de Dios llegara poderoso y visible. Una vez
más, la figura del Siervo que sufre del Deutero Isaías nos puede ayudar
a entender la posible concepción que Jesús tenía de sí mismo, aunque
no sabemos con certeza si la afirmación de que Jesús daba su sangre
y su vida por el rescate por una multitud o muchedumbre es una
convicción suya o una interpretación posterior de la Iglesia,
ciertamente él era consciente de que era entregado para rescatar a
multitudes, para salvar a los perdidos y para salvarlos de la condena.
Jesús puede ser consciente de que su muerte es una muerte para el
perdón de los pecados.

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