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Sobre el sujeto de la vida social

El ser humano, en tanto especie, se nos presenta como un ser vivo que debe
apropiarse del medio con vistas a su reproducción. Por lo tanto, al igual que todo
ser vivo, es sujeto de su propia acción, por lo que debe conocer sus
potencialidades como forma de apropiación de la potencialidad del medio. A
diferencia de las demás especies, el ser humano, como ser genérico, realiza esta
determinación propia de la vida de una forma específica: consciente y
voluntariamente. Dicho de manera sintética, el ser humano, como ser genérico, se
diferencia de los demás animales por su capacidad de transformar –por medio de
su consciencia y voluntad “el medio en uno para sí”.

Esto, como dijimos, establece una diferencia cualitativa entre el ser humano y los
demás animales. Mientras los animales mutan su cuerpo para adaptarse al medio
para apropiárselo, el ser humano lo vuelve un medio para sí. Es decir, no se
apodera inmediatamente de los medios de vida, sino que crea medios para
producir sus medios de vida. Si bien en un principio esto no lo distingue de otras
especies que no consumen directamente los medios de vida tomando de la
naturaleza, el desarrollo cuantitativo de esta capacidad toma la forma de un
desarrollo cualitativo cuando esta conciencia que conoce se vuelve consciente de
ello. Dicho de otra manera, se vuelve consciente de su propio proceso de
conocimiento.

Esta capacidad genérica propia del ser humano para organizar su proceso de
reproducción aparece portada por el conjunto de individuos que participan del
trabajo social. Es decir, el atributo genérico aparece como la capacidad individual
de cada uno de estos, determinados como órganos del trabajo social, para regir su
propio proceso de trabajo de manera consciente y voluntaria. De la misma forma,
establecen determinadas relaciones de producción como órganos diversos del
proceso. Por un largo periodo, la organización de la vida humana se realizaba por
medio de vínculos de dependencia personal.

El capital, en cambio, como modo de producción específico, parte disolviendo


estos vínculos de dependencia, transformando a aquellos que participan del
trabajo social en independientes entre sí.

Por lo tanto, al mismo tiempo que los productores rigen libremente su proceso de
trabajo, están incapacitados de poder intervenir directamente en el trabajo de los
demás productores. Privados del control del trabajo social y de vínculos directos
entre sí, la unidad del proceso de producción y consumo se establece por medios
indirectos. Es a través de los productos del trabajo humano que toman la forma del
valor que se realizada la unidad del metabolismo social.

En otras palabras, la unidad entre producción y consumo sociales se realiza de


manera indirecta. Su relación social no está portada directamente en ellos en tanto
personas, sino que aparece portada en las cosas que producen.

El carácter social del trabajo, entonces, se afirma como el atributo de estos no


valores de uso “para el mismo productor” de ser intercambiado como valores. Es
decir, el carácter social de su trabajo se le aparece como el valor de cambio de su
producto. En su forma desarrollada, esta forma de relación social general
aparecerá portada en el representante general del conjunto de mercancías: el
dinero. A diferencia de otros modos de producción, el poder social del individuo, su
nexo con la sociedad, lo lleva consigo en el bolsillo, bajo la forma de una cosa.

Como señala Marx, el carácter social de su actividad, la forma social del producto
y la participación en la producción se presentan, entonces, como ajenos. Para
reproducir su vida, los productores libres no sólo deben producir valores de uso
sociales, sino que deben producir su relación social, es decir, deben producir
valor. Bajo su forma sustantivada, se trata de producir dinero. De esta manera, la
producción y reproducción de la vida social bajo la forma de capital queda
subordinada a la producción de valor.

El mecanismo que organiza el conjunto del trabajo social opera a espaldas de los
productores, colocando a su conciencia y voluntad libre como una forma de la
conciencia enajenada.
De esta manera, la producción social no tiene por objetivo la producción de valor
de uso para la vida humana, sino que esta se vuelve un medio para la producción
de valor.

Más específicamente, en la medida que la relación social general busca expandir


su capacidad para reproducirse como tal relación, los productores de mercancía
deberán buscar producir plusvalor. El capital, cuyo movimiento está determinado
por su pura expansión cuantitativa, queda establecido como el sujeto inmediato
del proceso de la producción social.

La conciencia y voluntad libre del productor de mercancías aparece determinada


como voluntad y conciencia enajenada en el capital. Sin embargo, si nos
detenemos aquí parece ser que la conciencia y la voluntad no juegan ningún rol en
este proceso, pero el movimiento está lejos de acabar ahí.
El desarrollo de las formas políticas y la lucha de clases

Como resulta casi evidente, las mercancías no pueden ir solas al mercado.


Sometidos al carácter social de su producto, los productores privados deben
actuar como personificaciones de estos. Como partícipes del trabajo social, su
conciencia y voluntad libre cuentan sólo en tanto personificaciones de su
mercancía, como existencia de su conciencia enajenada. Vinculados en la
circulación, los productores se reconocen como individuos libres e independientes.
Su vínculo indirecto como órganos del trabajo social.

Tomo ahora una nueva forma. En tanto compradores y vendedores,


respectivamente, establecen un vínculo antagónico de carácter jurídico, cuya
forma más simple es el contrato entre voluntades libres. En el caso del obrero y
del capitalista, uno como vendedor de fuerza de trabajo y el otro como su
comprador con dinero (que hace de capital), el vínculo antagónico como
productores privados e independientes toma la forma jurídica de contrato de
trabajo.

Este vínculo antagónico no sólo ocurre entre vendedores y compradores, entre


obreros y capitalistas, sino que también al interior de cada polo de la relación,
entre los compradores de fuerza de trabajo y entre los vendedores. En la sociedad
capitalista, todo vínculo entre poseedores de mercancías toma un carácter
antagónico. En base a la ley del intercambio mercantil, a derechos iguales, prima
la fuerza.

Negociando individualmente, el obrero aparece en desventaja al capitalista.


Empujado por la necesidad de valorizar su capital, el capitalista buscará extraer el
máximo de plusvalor del obrero, obligado a venderse; y el obrero aislado “en
competencia con sus pares” lo hará por debajo de su valor. Esto mismo, en primer
lugar, afecta la reproducción normal del portador de esa fuerza de trabajo. Pero,
en segundo lugar, si esto se generaliza, coloca en riesgo la reproducción del
capital social total, al hacer peligrar su fuente de valorización.

Desde la perspectiva de la relación social general, el vínculo antagónico debe


mudar en su opuesto: un vínculo solidario, que los constituye en tanta clase.
Frente al carácter generalizado del vínculo antagónico, este vínculo solidario de
igual manera se generaliza, sobrepasando las unidades de capital. Lo mismo corre
para los capitalistas. Constituidos como dos polos contrapuestos, el vínculo
antagónico entre compradores y vendedores toma la forma de lucha de clases.
En su inmediatez, la lucha de clases es condición para la venta normal de la
fuerza de trabajo por su valor. Es decir, es una forma necesaria del proceso de
producción de la vida social tanto como lo son la mercancía y el dinero. Es el
vínculo necesario de carácter directo “consciente y voluntario” entre poseedores
de mercancías bajo el cual se realiza la unidad del proceso de vida social.

Dicho de otra manera, la lucha de clases no es algo ajeno u opuesto al capital,


sino una forma necesaria “consciente y voluntaria” que toma la organización del
proceso de trabajo social general, como su forma social general directa. No hay
modo de producción capitalista posible si no es bajo la forma de lucha de clases.
Esto quiere decir que no hay vínculo personal directo general (político) que no esté
determinado como forma de una relación social indirecta (económica).

Este aspecto será retomado más adelante. Sin embargo, tampoco es posible
detenerse en ese punto. El mismo carácter antagónico del vínculo, que toma la
forma de huelgas y lock outs, necesita desarrollarse de tal manera que permita la
continuidad del proceso de acumulación, por lo que la relación social general, que
se ha fragmentado en dos polos contrapuestos, deba resolver su contradicción.
Determinado como un aspecto que no pueden portar exclusivamente uno de los
polos de la relación, debe estar objetivado bajo una forma independiente a ambos,
al mismo tiempo que obreros y capitalista se reconocen en ella compartiendo un
atributo común (determinado por la sangre o el suelo).

La relación social general debe dotarse de un representante político independiente


para realizarse como tal. El capital social total toma la forma de Estado y el vínculo
político entre clases aparece afirmado en su contrario, como un vínculo de
solidaridad general, como ciudadanía. El Estado aparece entonces como la forma
política que toma el desarrollo del proceso de acumulación en su unidad. Es decir,
aparece como estando por sobre los intereses particulares de los diversos
capitales y de la clase obrera. Pero en tanto forma política del capital social, no
puede ser otra cosa que el explotador general de la clase obrera en general.

En síntesis, partiendo de los aspectos más genéricos de la vida humana llegamos


a que el sujeto de la producción social es el capital: forman enajenada del ser
genérico humano en determinado momento de su desarrollo. Por tratarse de un
modo de producción donde la producción social se realiza de manera privada, su
unida toma la forma de un vínculo antagónico entre productores/portadores de
mercancía. Enfrentadas en el mercado, la clase de los obreros y los capitalistas
aparecen ahora como atributos de la relación social general y su acción libre como
las formas de ese desarrollo, y esta, a su vez, se les aparece como exterior bajo la
forma del representante político general de la misma: el Estado. Sin embargo, así
puesto, la potencia revolucionaria de la clase obrera no parece brotar de este
antagonismo. Es decir, “la conciencia sindical” no nos permite avanzar sobre el
carácter revolucionario que está portado en la acción política de la clase obrera,
sino que, en lo inmediato, aparece como una forma necesaria de su reproducción.
Su acción solidaria consciente aparece como la forma de realizar una necesidad
inconsciente. En su lucha antagónica contra los capitalistas se afirman como
órganos de la relación social general, es decir, como capital.

Hasta ahora, el desarrollo da la apariencia de que la clase obrera queda sometida


sin potencia alguna. Lenin parece tener la razón. Sin embargo, en tanto atributo
del capital, su potencia revolucionaria no puede brotar de otro lugar que no sea del
desarrollo del mismo. De ahí que se vuelva necesario seguir avanzando y
observar “en términos generales” qué le hace a la clase obrera el desarrollo del
capital y cómo éste determina su carácter revolucionario.

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