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UNIVERSIDAD PRIVADA DR.

RAFAEL BELLOSO CHACIN


VICERRECTORADO DE INVESTIGACIÓN Y POSTGRADO
DECANATO DE INVESTIGACIÓN Y POSTGRADO
PROGRAMA: DOCTORADO EN CIENCIAS POLÍTICAS
CATEDRA: CIUDADANÍA DEMOCRACIA Y PLURALISMO.

Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, profesores en el área de


Gobierno en la Universidad de Harvard, publican un libro
titulado Cómo mueren las democracias

DOCENTE: DR. JORGE MORAN

DOCTORANTE: Mgs. LEVI A. REYES

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Indice:

1. Resumen. ………………………………. 3
2. Abstrat. ………………………………. 4
3. Introduccion……………………………. 5
4. Desarrollo……………………………….. 6
5. Concluciones……………………………12
6. Biografia…………………………………16

RESUMEN:

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La aparición de distintos ejemplos de populismo en diferentes partes del mundo ha hecho
salir a la luz una pregunta que nadie se planteaba unos años atrás: ¿están nuestras
democracias en peligro? Los profesores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, de la
Universidad de Harvard, han invertido dos décadas en el estudio de la caída de varias
democracias en Europa y Latinoamérica, y creen que la respuesta a esa pregunta es que
sí. Desde la dictadura de Pinochet en Chile hasta el discreto y paulatino desgaste del
sistema constitucional turco por parte de Erdogan, Levitsky y Ziblatt muestran cómo han
desaparecido diversas democracias y qué podemos hacer para salvar la nuestra. Porque
la democracia ya no termina con un bang (un golpe militar o una revolución), sino con un
leve quejido: el lento y progresivo debilitamiento de las instituciones esenciales, como son
el sistema jurídico o la prensa, y la erosión global de las normas políticas tradicionales. La
buena noticia es que hay opciones de salida en el camino hacia el autoritarismo y los
populismos de diversa índole. Basándose en años de investigación, los autores revelan
un profundo conocimiento de cómo y por qué mueren las instituciones democráticas. Un
análisis alarmante que es también una guía para reparar una democracia amenazada por
el populismo.

Palabras claves: Democracias, populismo, Autoritarismo.

Abstract;
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The emergence of different examples of populism in different parts of the world has
brought to light a question that nobody posed a few years ago: are our
democracies in danger? Professors Steven Levitsky and Daniel Ziblatt, from
Harvard University, have invested two decades in studying the fall of several
democracies in Europe and Latin America, and believe that the answer to that
question is yes. From the Pinochet dictatorship in Chile to the discreet and gradual
erosion of the Turkish constitutional system by Erdogan, Levitsky and Ziblatt show
how various democracies have disappeared and what we can do to save ours.
Because democracy no longer ends with a bang (a military coup or a revolution),
but with a slight groan: the slow and progressive weakening of essential
institutions, such as the legal system or the press, and the global erosion of norms
traditional policies. The good news is that there are exit options on the road to
authoritarianism and populisms of various kinds. Based on years of research, the
authors reveal a deep understanding of how and why democratic institutions die.
An alarming analysis that is also a guide to repair a democracy threatened by
populism.

Keywords: Democracies, populism, Authoritarianism.

INTRODUCCION:
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Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, profesores en el área de Gobierno en la
Universidad de Harvard, publican un libro titulado Cómo mueren las democracias
Un libro que ofrece elementos comparativos muy novedosos sobre la evolución de
los sistemas democráticos ante el avance del populismo. La aparición de distintos
ejemplos de populismo en diferentes partes del mundo ha hecho salir a la luz una
pregunta que nadie se planteaba unos años atrás: ¿están nuestras democracias
en peligro? Los profesores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, de la Universidad de
Harvard, han invertido dos décadas en el estudio de la caída de varias
democracias en Europa y Latinoamérica, y creen que la respuesta a esta pregunta
es que sí. Con un recorrido que abarca desde la dictadura de Pinochet en Chile
hasta el discreto y paulatino desgaste del sistema constitucional turco por parte de
Erdogan, los autores de este libro muestran cómo han desaparecido diversas
democracias y qué podemos hacer para salvar la nuestra. Porque la democracia
ya no termina con un bang (un golpe militar o una revolución), sino con un leve
quejido: el lento y progresivo debilitamiento de las instituciones esenciales, como
son el sistema jurídico o la prensa, y la erosión global de las normas políticas
tradicionales. La buena noticia es que hay opciones de salida en el camino hacia
el autoritarismo y los populismos de diversa índole. Basándose en años de
investigación, Levitsky y Ziblatt revelan un profundo conocimiento de cómo y por
qué mueren las instituciones democráticas. Un análisis alarmante que es también
una guía para reparar una democracia amenazada por el populismo.

Desarrollo:

Revisan en él el destino de democracias que dejaron de serlo, tratando de


entender lo que hoy ocurre en Estados Unidos. Sus referencias son tres: los
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países europeos que en los años treinta se convirtieron al fascismo, los
latinoamericanos que acabaron en dictaduras militares en los setenta, y el
ascenso de líderes autoritarios recientes, tanto en América Latina como en Europa
del Este. La conclusión no es difícil de describir: las democracias mueren a través
de las elecciones, cuando los nuevos gobiernos atacan a los árbitros, compran a
los actores neutrales, y alteran las reglas electorales.

Con base en el trabajo de Juan Linz (La ruptura de los regímenes democráticos,
1978), los autores construyen un 'examen' de cuatro preguntas para saber si la
persona que se está eligiendo es un potencial autócrata: 1) rechaza las reglas
democráticas del juego; 2) niega la legitimidad de sus oponentes; 3) tolera o
promueve la violencia; 4) indica el deseo de limitar las libertades civiles de sus
oponentes, incluyendo a los medios. Un actor político que evalúe positivo en una
sola de las preguntas, es un autócrata en ciernes. De acuerdo con los autores,
Trump aprueba las cuatro El libro es un excelente recuento de la historia política
de Estados Unidos, y sus constantes referencias a Argentina, Ecuador, Perú,
Venezuela, Rusia, Turquía, enriquecen la interpretación. Sólo una vez se refiere a
México, mencionando que el rechazo de López Obrador a aceptar los resultados
de la elección de 2006 destruyó en buena medida la confianza en la democracia .
Es la pregunta 1 del examen Levitsky y Ziblatt consideran que Trump es resultado
de un proceso de más de veinte años, cuyo inicio ellos atribuyen a Newt Gingrich,
que fue el primer republicano en responder positivamente la segunda pregunta:
para él, los demócratas no eran adversarios, sino enemigos de la nación misma.
Los ataques iniciados por él, continuados después con el impeachment a Clinton,
la creación del Tea Party, el movimiento birther, son la línea que explica el triunfo
de Donald Trump. Pero la presidencia de esta persona es, en sí misma, una
transformación grave

Tras obtener una nominación republicana aparentemente imposible para un


advenedizo –famoso por transformar la exhibición del mal gusto y la matonería en
“televisión real” en una marca comercial que vende bienes raíces y casinos, a

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títulos universitarios y ropa maquilada en Donald Trump supero la alianza en su
contra de medios de comunicación, intelectualidad de izquierda, figuras del
entretenimiento y la academia. No es poco para un outsider calificado de racista,
xenófobo y proteccionista, lo que sí reflejan sus discursos, un posible miembro del
Ku Klux Klan, aunque ahí muestren una incómoda simpatía por su nominacion.

Se pensó que Trump no lograría la nominación republicana. La logró


representando la anti política populista en un país con un liderazgo político
divorciado de las preocupaciones, valores e incluso prejuicios del ciudadano
común. Sumemos que la recesión se solapa con cambios en la estructura
industrial y comenzamos a entender el populismo de Trump. hilary es la
quintaesencia de la política divorciada del ciudadano común, una candidata que ya
perdió pese al apoyo de la Casa Blanca en la primaria contra un
cuasi outsider como el Obama de entonces, con demasiados esqueletos en su
armario.

Un demagogo populista en una crisis económica y de legitimidad política no es


novedad: son personajes comunes que adoptan un discurso de derecha, como
Trump, o de izquierda como Pablo Iglesias, según el público objetivo, pero la
técnica de confrontación, lenguaje popular y oferta demagógica irresponsable son
equivalentes. Trump es raro pues en Estados Unidos tal populismo, aunque tiene
antecedentes, es menos común que en otros países.

Si levinski tiene razón no hay un “fenómeno Trump” sino un fenómeno típico de


populismo y un político nuevo capitalizándolo, nada está garantizado en una
elección así, excepto que el candidato más serio –aunque cometa errores en
cámara no ganara.

Una coincidencia es acerca del apoyo que tiene Trump. Los autores describen
cómo, desde fines de los sesenta, los integrantes de los partidos políticos
estadounidenses cambiaron. El Partido Demócrata se fue haciendo más plural,
con más presencia de latinos y afroamericanos, mientras que el Republicano se
hacía más homogéneo, conformado por población blanca, y específicamente

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Evangélicos. Los partidos dejaron de representar dos ofertas políticas para
convertirse en dos diferentes, y antitéticas, visiones del mundo. La polarización
creciente desde entonces responde a ese cambio demográfico.
Estados Unidos, desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, es considerada la
primera potencia mundial (a pesar de que es de público conocimiento que China
está por sacarle el puesto).

Una de las principales razones de la primacía de Estados Unidos a nivel global, es


que posee la democracia más antigua y estable del mundo. Pero Levistky y Ziblatt
demuestran que desde el último cuarto de siglo la democracia de ese país
comenzó lenta y gradualmente a erosionarse. Haciendo foco en la administración
Trump, explican que el Partido Republicano es (en comparación con su eterno
rival, los Demócratas) el que presenta una mayor amenaza para la democracia
estadounidense actual.

Y a pesar de que de afuera para adentro las barreras de la democracia simulan


ser sólidas, de adentro para afuera no sería tan así. Analizando diferentes
dictaduras que ocurrieron en otras regiones- como con Erdogan en Turquía, el
fascismo de Italia, Alemania y Argentina, las de la década del 70 en Latinoamérica
y el eterno mandato de Putín en Rusia- intentan desarrollar que no es tan difícil
pasar de tener un régimen constitucional a uno totalitario. Y que un autócrata
puede, en principio, no parecerlo: asumiendo el poder a través de elecciones
presidenciales.

Levitsky y Ziblatt lo dicen con toda claridad: el regreso del tema de la raza en los
años sesenta rompió la “civilidad política” construida sobre el Compromiso de
1877: la entrega de los estados del sur a las minorías blancas que limitaron el voto
y participación de los negros por los siguientes noventa años. El retorno del tema,
aderezado con la creciente llegada de latinos (apunto yo), es lo que fue generando
ese miedo de la minoría blanca evangélica que hoy está detrás del grito
Trumpista: hacer grande a América otra vez. No grande: blanca y evangélica.

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Un muy buen libro que cierra con ideas para enfrentar la situación: organizarse,
participar, y no responder en el mismo nivel del fascismo Trumpiano. Veremos

Los autores, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, realizan en este libro un


pormenorizado repaso histórico a fin de poner en evidencia no sólo las
transformaciones y diversas variantes de las democracias en Occidente sino de
manera particular plantean –y documentan- que ya no resultan las únicas formas o
ni las más determinantes para el derrumbe de una democracia la interrupción
violenta del orden constitucional, los golpes o la intervención militar, sino que en
los últimos tiempos lo que se evidencia es un lento y gradual deslizamiento hacia
el autoritarismo de formas mucho más sutiles.

En su investigación histórica, realizada a lo largo de las dos últimas décadas,


los autores analizan la caída de varias democracias en Europa y Latinoamerica,
en un arco que va desde el examen de las características del advenimiento de la
dictadura de Pinochet en Chile al deterioro del sistema constitucional turco bajo
Erdogan para identificar los procesos que se activan cuando un sistema
democrático se está debilitando y a punto de ceder.

La tesis de Levitsky y Ziblatt comporta una profunda paradoja ya que –


producto de sus observaciones- concluyen que en la actualidad el camino electoral
es el más directo para acabar con las democracias. Sostienen los autores que en
las últimas décadas (especialmente después del final de la Guerra Fría) buena
parte de los colapsos democráticos no fueron el resultado de acciones llevadas a
cabo por “…los generales y los soldados, sino por los propios gobiernos electos”
que subvierten las instituciones democráticas.

Esta modalidad de deterioro –al decir de los autores- comporta un peligro


mayor por cuanto “la gente no se da cuenta de inmediato de lo que está pasando”
por lo que muchos “continúan creyendo que viven bajo una democracia.” La
erosión de la democracia es entonces para muchos casi imperceptible, porque el

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progresivo debilitamiento de las instituciones tanto como su manipulación
aparecen veladas o enmascaradas.

Señalan que una de las grandes ironías de por qué mueren las democracias es
que la defensa de la democracia suele esgrimirse como pretexto para su
subversión.” Se proponen e implementan en ese marco modificaciones al sistema
electoral, redefinición de los distritos electorales, simplificación de procesos,
reformas del aparato de justicia para hacerlo más ágil y/o eficiente, que en
realidad terminan instituyendo formas de manipulación que afectan la calidad
institucional. Así si bien hoy sigue siendo posible la imposición de una dictadura
por un golpe de Estado ya sea dirigido por militares o civiles resulta evidente que
los peligros que acechan en el presente a las democracias occidentales son otros
y se derivan –lamentable y paradójicamente- del propio funcionamiento de las
instituciones democráticas. Fuerzas políticas antidemocráticas capturan y
resignifican, de forma gradual y más o ménos abiertamente, pero dentro de la
legalidad y sin marcadas alteraciones constitucionales, las instituciones y ocurre
que sin dejar de ser formalmente una democracia el régimen político es vaciado
de contenido democrático.

Existen señales de alerta que los autores destacan a fin de prevenir o corregir
los deslizamientos hacia una autocracia. Mencionan especialmente el surgimiento
de líderes autoritarios elegidos democráticamente que se presentan a sí mismos
como antisistema y antipolítica.

Ponen énfasis en que las señales de alarma deben activarse tempranamente


cuando se evidencia un rechazo o hay débil aceptación de las reglas democráticas
de juego, cuando se niega o cuestiona la legitimidad de los adversarios políticos,
cuando hay tolerancia o fomento de la violencia, cuando hay predisposición a
restringir las libertades civiles de la oposición y/o de los medios de comunicación.
Cómo mueren las democracias sistematiza esas señales en un conjunto de
indicadores muy útiles para examinar nuestra democracia y particularmente para
construir las imprescindibles respuestas desde los partidos políticos y la
ciudadanía toda para defenderla de manera efectiva.
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Conclusiones:

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Finalmente los autores destacan que “…Las instituciones por sí solas no son
suficientes para controlar a los autócratas elegidos” por lo que el orden
democrático y las constituciones deben ser defendidos por los partidos políticos y
los ciudadanos organizados. De lo contrario “…las instituciones pueden
convertirse en armas políticas manejadas con fuerza por aquellos que las
controlan contra quienes no las tienen.”

Hasta los años 80, las democracias morían de golpe. Literalmente. Hoy no: hoy
mueren de a poco, lentamente. Se desangran entre la indignación del electorado y
la acción corrosiva de los demagogos. Pero mirando más atrás en la historia,
Levitsky y Ziblatt notan que lo de nuestros días no es la primera vez: antes de
morir de golpe, las democracias también morían desde dentro, despacito. Los
espectros de Mussolini y Hitler recorren el libro como ejemplo de que la
democracia está siempre en construcción, y las elecciones que la edifican también
pueden demolerla. Esta obra es un alerta, un llamado a la vigilancia para
mantener la libertad. Los autores nos dejan tres lecciones, a cada una de las
cuales la persigue un desafío. La primera lección es que no son las instituciones
sino las prácticas políticas las que aseguran la democracia. La distinción entre
presidencialismo y parlamentarismo, o entre sistemas electorales mayoritarios y
minoritarios, hace las delicias de los politólogos pero no determina la estabilidad ni
la calidad del gobierno. El éxito de la democracia depende de otras dos cosas: de
la tolerancia hacia el otro y de la autocontención, es decir, de la decisión de hacer
menos de lo que la ley me permite. La segunda lección es que las prácticas de la
tolerancia y la autocontención fructifican mejor en sociedades homogéneas… o
excluyentes. El éxito de la democracia estadounidense se debió tanto a su
Constitución y a sus partidos como a la esclavitud primero y la segregación
después. El desafío del presente consiste en practicar la tolerancia y la
autocontención en una sociedad plural, multirracial e incluso multicultural, donde el
otro es a la vez muy distinto de nosotros y parte del nosotros. Este reto interpela a
todas las democracias. La tercera lección es que el problema de la polarización,

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que en Argentina llamaríamos grieta, está en la dosis. Un poco de polarización es
bueno, porque la existencia de alternativas diferenciadas mejora la representación;
pero un exceso es perjudicial, porque dificulta los acuerdos y, en consecuencia,
empeora las políticas. El desafío de los demócratas no consiste en eliminar la
grieta sino en dosificarla.

Dos (la selección)

A pesar de las inmensas diferencias entre ellos. Hitler, Mussolini y Chávez


siguieron rutas hasta el poder que comparten similitudes asombrosas. Además de
ser en los tres casos desconocidos capaces de captar la atención pública, todos
ellos ascendieron al poder porque políticos de la clase dirigente pasaron por alto
las señales de advertencia y o bien les entregaron el poder directamente (Hitler y
Mussolini) o bien les abrieron las puertas para alcanzarlo (Chávez).

La abdicación de la responsabilidad política por parte de líderes establecidos suele


señalar el primer paso hacia la autocracia de un país. Años después de la victoria
presidencial de Chávez, Rafael Caldera habló sin tapujos de sus errores: «Nadie
imaginaba que el señor Chávez tuviera ni la posibilidad más remota de convertirse
en presidente.» Y tan sólo un día después de que Hitler fuera proclamado
canciller, un destacado conservador que lo había empujado a tal puesto admitió:
«Acabo de cometer la mayor estupidez de mi vida: me he aliado con el mayor
demagogo de la historia mundial.»

Tres

Ahora bien, existe otro motivo por el que dan este paso: la democracia es un
trabajo extenuante. Mientras que los negocios familiares y los escuadrones
militares se rigen «por real decreto», las democracias exigen negociación,
compromiso y concesiones. Los reveses son inevitables y las victorias siempre
parciales. Las iniciativas presidenciales pueden perecer en el Parlamento o quedar
bloqueadas en los tribunales. Y si bien estas limitaciones frustran a todos los
políticos, los demócratas saben que no les queda más remedio que aceptarlas y

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son especialmente duchos capeando el aluvión incesante de críticas. En cambio,
para los recién llegados, sobre todo para aquéllos con tendencia a la demagogia,
la política democrática resulta con frecuencia intolerablemente frustrante. El
sistema de mecanismos de control y equilibrio les resulta como una camisa de
fuerza. Como en el caso del presidente Fujimori, que era incapaz de almorzar con
los líderes del Senado cada vez que perseguía la aprobación de una ley, los
dictadores en potencia tienen poca paciencia para la política de la democracia en
el día a día. Y como Fujimori, quieren desembarazarse de ella.

Cuatro

Capturando a los árbitros, comprando o debilitando a los opositores y


reescribiendo las reglas del juego, los dirigentes electos pueden establecer una
ventaja decisiva (y permanente) frente a sus adversarios. Y dado que estas
medidas se llevan al cabo de manera paulatina y bajo una aparente legalidad, la
deriva hacia el autoritarismo no siempre hace saltar las alarmas. La ciudadanía
suele tardar en darse cuenta de que la democracia está siendo desmantelada,
aunque sea alevoso.

Cinco

La polarización puede despedazar las normas democráticas. Cuando las


diferencias socioeconómicas, raciales o religiosas dan lugar a un partidismo
extremo, en el que las sociedades se clasifican por bandos políticos cuyas
concepciones del mundo no sólo son diferentes, sino, además, mutuamente
excluyentes, la tolerancia resulta más difícil de sostener. Que exista cierta
polarización es sano, incluso necesario, para la democracia. Y de hecho, la
experiencia histórica de las democracias en la Europa occidental nos demuestra
que las normas pueden mantenerse incluso aunque existan diferencias
ideológicas considerables entre partidos. Sin embargo, cuando la división social es
tan honda que los partidos se asimilan a concepciones del mundo incompatibles, y
sobre todo cuando sus componentes están tan segregados socialmente que rara
vez interactúan, las rivalidades partidistas estables acaban por ceder paso a

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percepciones de amenaza mutua. Y conforme la tolerancia mutua desaparece, los
políticos se sienten más tentados de abandonar la contención e intentar ganar a
toda costa. Eso puede alentar el auge de grupos antisistema que rechazan las
reglas democráticas de plano. Y cuando esto sucede, la democracia está en
juego.

Seis

Este escenario sombrío recalca una lección central de este libro: siempre que la
democracia de Estados Unidos ha funcionado se ha apoyado en dos normas que
a menudo damos por supuestas: la tolerancia mutua y la contención institucional.
La Constitución estadounidense no recoge que haya que tratar a los rivales como
contrincantes legítimos por el poder y hacer un uso moderado de las prerrogativas
institucionales que garantice un juego limpio. Sin embargo, sin estas normas, el
sistema constitucional de controles y equilibrios no funcionará como esperamos.
Cuando el barón de Montesquieu expuso por primera vez la idea de la separación
de poderes en un libro de 1748 Del espíritu de las leyes, el pensador francés no
contempló lo que en la actualidad denominadas «normas». Montesquieu creía que
el sólido andamiaje de las instituciones políticas bastaría para limitar los excesos
de poder, es decir: que el diseño constitucional no difería demasiado de un
problema de ingeniería y que el desafío radicaba en concebir instituciones que
permitieran contener la ambición, incluso en el caso de los dirigentes políticos
imperfectos. Muchos de los padres fundadores de Estados Unidos compartían
este planteamiento.

Siete

La realidad no tardó en revelar que los padres fundadores se equivocaban. Sin


innovaciones como los partidos políticos y las normas consustanciales, la
Constitución que con tanto esmero habían redactado en Filadelfia no habría
sobrevivido. Las instituciones eran más que meros reglamentos formales: estaban
envueltas por una capa superior de entendimiento compartido de lo que se
considera un comportamiento aceptable. La genialidad de la primera generación

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de dirigentes políticos estadounidenses no radicó en crear instituciones infalibles,
sino en que, además de diseñar instituciones bien pensadas, poco a poco y con
dificultad implantaron un conjunto de creencias y prácticas compartidas que
contribuyeron al buen funcionamiento de dichas instituciones.

Biografía:

Cómo mueren las democracias


Steven Levitsky | Daniel Ziblatt

Editorial: Editorial Ariel (2018)

Temática: Actualidad | Política

Ciencias humanas y sociales | Ciencias políticas

Colección: Ariel

Traductor: Gemma Deza Guil

País de publicación: España

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