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En un intento por comprender la intimidad marital, lo invito a que vayamos al huerto del
Edén. El relato bíblico en el libro de Génesis es breve, pero revelador en extremo. Antes
de la llegada de Eva, Adán tenía un lugar donde vivir (2:8-9), una tarea (2:15,19-20),
leyes claras (2:16-17) y plena comunión con Dios. En la azarosa sociedad moderna,
muchos hombres consideraron que esto es el cielo. No obstante, para Dios faltaba algo.
La carencia de Adán
Puede que Adán se hubiera dado cuenta o no, pero aún le faltaba experimentar una
dimensión de la vida. Tal vez Dios le estaba creando una necesidad cuando le dio la
tarea de ponerle nombre a “toda ave del cielo y todo animal del campo" (2:19).
Cuando Adán notó que de todos los animales había un macho y una hembra, quizás
tomó conciencia de que él no tenía compañera. En el mundo animal todo era de dos
en dos, pero él estaba solo.
La respuesta de Dios a la soledad de Adán fue la creación de Eva y la institución del
matrimonio. Cuando Adán vio a Eva exclamó: “Esta sí es hueso de mis huesos y
carne de mi carne. Se llamará ‘mujer’ porque del hombre fue sacada" (2.23). Fue la
respuesta inmediata al contemplarla cuando despertó del sueño profundo. Reconoció
la obra de Dios y supo que era para él. El análisis de Adán es revelador: la vio como
su compañera, tomada de él, pero un ser independiente. Este cuadro de la creación,
sencillo pero gráfico, es la esencia de la intimidad matrimonial.
Intimidad no es uniformidad. Estar cerca o unidos no significa ser idénticos ni que Con formato: Color de fuente: Rojo
perdamos nuestra individualidad, que nuestras vidas se fundan en un nuevo ser ni que
perdamos nuestra personalidad, sino todo lo contrario. Lo que hace posible la intimidad
es nuestra singularidad, nuestra cualidad de ser seres separados. Si fuésemos idénticos
no habría nada por descubrir, ni nada nuevo por experimentar, ni existiría el gozo del
reconocimiento. Por ser diferentes existe la posibilidad de explorar y descubrir. El
entusiasmo que produce este proceso le añade una nueva dimensión al matrimonio. La
intimidad es eso: dos personas que penetran en la vida del otro, se descubren y se dan
a conocer.
Había algo profundo en Adán que reaccionó ante algo profundo de Eva. No se trató de
un encuentro superficial. Era un corazón humano respondía ante otro de su misma
especie, que estaba más cercano que cualquier otra cosa creada en el universo. Ella
había sido formada de manera diferente a él, no provenía del polvo sino de su costilla.
Adán no la llamó hombre, sino mujer. Si la hubiera llamado hombre se trataría de un
duplicado; pero la llamó mujer "porque del hombre fue sacada" ¿Tenía relación con él?
¡Claro que sí! Sin embargo, era a la vez diferente, única, complementaria, homóloga del
hombre, alguien con quien el hombre se podría relacionar, a quien comprender y ser
comprendido, con quien comunicarse a un mismo nivel, alguien que también tendría
comunión con Dios, que era inteligente creada a imagen de Dios, y la única de las
criaturas divinas que podría relacionarse tan íntimamente con el hombre.
Uno de los principales ingredientes de la intimidad es permitir que cada uno mantenga
su identidad. No se debe interpretar la intimidad como el esfuerzo en hacer que el
cónyuge se adapte a nuestros ideales o a nuestros pensamientos. El propósito de la
intimidad no es someter al otro para que sea un duplicado de uno mismo, sino tratar de
acercarnos sin destruir el ser del otro.
Los hombres y las mujeres son diferentes, y la idea es disfrutar de esa diferencia. De
ningún modo tenemos que tratar de destruir esas diferencias, ni siquiera con buenas
intenciones.
Cuando Adán dijo: "Es hueso de mis huesos y carne de mi carne”, estaba expresando
su parentesco con esta mujer. Ella era diferente por completo de todos los animales a
los que les había puesto nombre. Ella estaba relacionada con él, y no era un viejo amigo
al que hacía tiempo que no veía.
Era la respuesta a sus deseos íntimos de compañía, de alguien con quien poder
relacionarse de igual a igual.
Algunos argumentan que el relato bíblico de que Eva fuera creada de una costilla de
Adán indica que esta es inferior al hombre. Sin embargo, la idea de inferioridad no
aparece en ninguna parte del texto bíblico. Más aún, la forma en que fue creada es una
declaración de la capacidad de intimidad. El que Dios haya elegido crear a Eva de una
costilla del hombre es otra manifestación de la sabiduría divina y de su intención de que
hubiera una profunda intimidad en el matrimonio.
Si Dios hubiera creado a la mujer del "polvo de la tierra" como hizo al hombre, quizás
ella hubiera sido igual que Eva físicamente, pero no existirían los lazos físicos,
emocionales y espirituales que la ligaban a Adán.
El plan creador de Dios introdujo en el hombre y en la mujer un deseo natural del uno
por el otro, una relación potencial de extraordinaria proximidad. No hay nada en el
relato bíblico que sugiera inferioridad; lo que se enfatiza es la intimidad.
Debido a estas dos realidades (similitudes y diferencias) el hombre se ve motivado a
dejar "a su padre y a su madre" y a unirse "a su mujer (2:24). La mujer está relacionada
con el hombre porque de él fue tomada. Existe algo profundo que hace que el hombre
desee a la mujer, y algo en ella que anhela la compañía del hombre. Hemos sido
creados el uno para el otro. Negar las similitudes es negar nuestra humanidad. Hemos
sido formados por el mismo Dios, con los mismos materiales y con el propósito de
relacionarnos entre nosotros. Por otro lado, reconocer nuestras similitudes y negar
nuestras diferencias es un esfuerzo inútil por refutar la realidad.
No se trata de competición sino de cooperación. No hemos sido creados para competir,
sino para complementarnos. Adán halló en Eva un remanso, un hogar, un pariente,
alguien relacionado con él de forma profunda y única. Eva halló lo mismo en Adán.
En la sociedad de hoy en día, que asocia el enamorarse con sexo, lujuria y explotación,
en ocasiones perdemos la perspectiva del verdadero amor, porque en este último
subyace un germen de sacrificio y entrega.
Esa es la clase de amor a la que me refiero. Las Escrituras lo expresan con claridad:
"En el amor no hay temor, sino que el amor perfecto echa fuera el temor" (1 Jn. 4:17-
18). No tememos mostrarnos como somos porque tenemos la seguridad interior de que
seremos aceptados. Aunque al principio del noviazgo ocultemos muchas cosas, una
vez que nos hemos enamorado en verdad, necesitamos abrirnos por completo. El amor
es lo que nos da el valor de hacer un compromiso profundo y pleno ante el altar.
¿Podría alguien hacer semejantes votos globales sin estar enamorado? ¿Recuerda
esos días en que usted se enamoró de su cónyuge? ¿Puede evocar alguna de las
promesas que le hizo en esa época? "Iría contigo hasta el fin del mundo." "No hay nada
que digas que pudiera hacer que yo deje de amarte." "Toda mi vida voy a procurar tu
felicidad." Quizás deba leer alguna de las cartas de amor que escribió en aquella época
para darse una idea de la clase de cosas a las que se comprometió en un acto de
desprendimiento total. Seguramente expresaba una sensación profunda de pertenencia
del uno al otro y sentía que el estar juntos era algo destinado por Dios. "Contigo puedo
ser sincero y abierto." Nada inferior a esto podría hacer que un hombre y una mujer se
comprometieran con seriedad en matrimonio.
Si bien no podemos restablecer la transparencia del Edén, en una relación amorosa
vemos un reflejo de la imagen original. Así como en el resto de la vida, la imagen de
Dios se ve opacada ante la caída del hombre, pero no se destruye. De muchas formas
diferentes seguimos siendo el reflejo de la mano de nuestro Creador
Es lamentable que esta sensación de transparencia sea muy tenue en muchas parejas.
Según lo expresó un hombre en cierta ocasión: "No entiendo qué pasó cuando nos
casamos. Antes del matrimonio ella era amorosa, amable y efusiva, pero después de
casados se puso criticona y exigente". Y la esposa decía: "Antes de casarnos, él estaba
pendiente de mí; pero después, dejé de importarle. Cualquier cosa es más importante
que yo. ¿Cómo pudo haber cambiado tanto?"
A muchas parejas les sucede lo mismo. Incluso les pudo haber sucedido a Adán y
Eva.
Hay veces que es bueno evocar los días de noviazgo, cuando ambos estaban
perdidademente enamorados. Sería interesante que ustedes escribieran un par de
frases acerca de las emociones y actitudes de esa época. ¿Cómo veía a su cónyuge
entonces? ¿Cómo se puede comparar con su forma de verlo ahora? ¿Qué sueños
futuros tenía por este entonces? Si sus sueños no se hicieron realidad, ¿qué pasó?
Esto nos conduce al capítulo 18 donde nos concentraremos en el paraíso perdido.
La imagen de transparencia del huerto del Edén se desvaneció. Eva siguió siendo
hueso de los huesos de Adán y carne de su carne, pero ya no estaba desnuda, así
como él tampoco. Se habían cubierto el cuerpo con delantales de hojas de higuera.
Este acto de ocultamiento afectó también su relación emocional, intelectual y espiritual.
Dejó de existir la transparencia en la comunicación de pensamientos y emociones. Lo
mismo sucedió con la relación que tenían con Dios. Cuando Él fue a visitarlos se
escondieron entre los árboles porque ahora tenían algo que no querían que Dios
supiera.
Sentían vergüenza de encarar a Dios, porque se sentían culpables de haber traicionado
su confianza. Esta clase de traición siempre hace que nos ocultemos de Dios y del otro.
Cuando procuramos hacer lo correcto y cumplimos lo que enseña la Palabra de Dios,
deseamos una comunión plena con El. Cuando violamos conscientemente las
enseñanzas de las Escrituras, y no tenemos en cuenta los mandamientos divinos,
preferimos mantenernos alejados de la iglesia y de cualquier cosa que nos recuerde a
nuestro Padre celestial.
¿Por qué tantas parejas que llevan diez o quince años casados tienen tan escasa
intimidad hoy en día? En la época de recién casados pasaban horas conversando
juntos. Era muy raro que pasaran una semana sin que hubieran experimentado juntos
algo emocionante: salir de paseo, ir de picnic o simplemente gozar de la vida.
¿Qué sucedió con el sentido de búsqueda, de descubrir cosas nuevas, con el sentido
de apertura y el deseo de estar cerca uno del otro? Ha pasado algo muy similar a lo que
aconteció en el huerto del Edén. El pecado ha generado en ellos un espíritu de temor,
de desconfianza o de culpa. Ahora tienen algo de que avergonzarse, algo que ocultar.
No pueden manifestarse abiertamente porque eso los llevaría a ser juzgados. Entonces
se protegen, se hacen a un lado y se distancian el uno del otro. Ya no ven similitudes,
sino diferencias. Ya no sienten que son “hueso de mis huesos” y “carne de mi carne”
sino seres diferentes y separados. Incluso les cuesta creer que alguna vez hayan
estado juntos y cercanos en lo emocional. Permitieron que el egoísmo reemplazara al
amor.
Nos ha sucedido lo mismo que pasó en el Edén. Eva reemplazó el amor que sentía por
Adán por sus deseos egoístas ante lo que había visto. Adán reemplazó el amor a Dios
por sus propios deseos egoístas. El amor siempre procura velar por los intereses del
otro; el egoísmo nos coloca en el centro del universo, y nuestros deseos son lo único
que importa. Cuando el egoísmo reemplaza al amor, nuestras palabras y conducta nos
hacen sentir culpables, avergonzados y temerosos de ser abiertos y sinceros con
nuestro cónyuge. Sabemos que ser transparentes implica estar al descubierto, y eso
conduce a que seamos juzgados y condenados.
Por lo general se empieza con algo pequeño. Él quiere ir al gimnasio y ella que él la
acompañe a comprar unas toallas. Él va al gimnasio de todos modos, con lo que se
pone un ladrillo en el muro que los separa. Él desea tener relaciones sexuales, y ella
quiere ver la película de última hora de la noche. Otro ladrillo que se añade al muro.
Muchas parejas han permitido que este proceso de egoísmo haya crecido en su interior
a través de los años, hasta llegar al punto de ocultar y disimular todos los pensamientos
y las emociones.
La parte que cada uno le revela al otro sobre sí mismo es solo la punta del iceberg, y
casi todos sus pensamientos y sus sentimientos permanecen bajo la superficie.
Un hombre casado comentaba: "Si le llego a decir lo que siento me abandonaría”. O,
como lo expresó una mujer: "Temo decirle a mi marido lo que pienso porque se
enojaría". Es evidente que estas parejas experimentan escasa intimidad en su
matrimonio.
Nuestras inseguridades o cosas que nos avergüenzan son las que nos llevan a
vestirnos para no darnos a conocer y ser rechazados. Deseamos evitar que nos hieran,
queremos mantener las cosas lo más tranquilas posible. De ahí que no comentemos
con nuestro cónyuge nada sobre lo cual pudiera surgir alguna objeción. Algunos nos
hemos cubierto de ropas emocionales, y nuestro cónyuge no sabe quiénes somos en
realidad. Nuestros pensamientos, deseos, frustraciones y sentimientos se hallan
enterrados bajo varias capas protectoras. Hemos sido lastimados y entonces
lastimamos; hemos sido abusados y abusamos. Muchas parejas han sido incapaces de
tolerar estos abusos, entonces agregaron otra capa de distanciamiento que los separa
y los esconde de su cónyuge.
Regresemos al huerto del Edén y veamos cuánto tiempo estuvieron desnudos Adán y
Eva. Según las Escrituras, fue hasta que pecaron: "Tomaron conciencia de su
desnudez. Por eso, para cubrirse entretejieron hojas de higuera" (3:7). Se escondieron
de Dios, y cuando Dios le preguntó a Adán por qué se escondía, este respondió:
"Escuché que andabas por el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo. Por eso me
escondí” (3:10). Ahora tenían un motivo para sentir vergüenza. Al haber experimentado
esta sensación de miedo, los seres humanos ya no pudieron andar desnudos. Era tal
la culpa y tan intolerable la vergüenza que se apartaron el uno del otro y de Dios. La
intimidad se había esfumado.
Lo primero que hizo Adán fue acusar a Eva (3:12), y esta a su vez acusó a la serpiente
(v. 13). Antes del fin del día, Dios anunció las consecuencias del pecado, les
confeccionó abrigos de piel para cubrirse, y los echó del huerto. Siempre me he
preguntado qué habrían comentado entre ellos cuando Dios los abandonó ese día. El
paraíso era solo un recuerdo, y el dolor, una realidad. Para Eva el dolor vendría en
forma de sufrimiento al traer a los hijos al mundo; para Adán, en dificultades para cultivar
la tierra. Para ambos la intimidad exigía ahora un esfuerzo. Si querían experimentar
cercanía y la emoción de ser uno, debían pasar por la penosa experiencia de la
confesión y el perdón, sin los cuales el temor y la vergüenza los mantendría separados.
Las Escrituras nos dicen muy poco acerca de la relación de Adán y Eva después de
pecar. Sabemos que tuvieron relaciones sexuales porque les nacieron hijos e hijas (5:4),
pero no conocemos el nivel de apertura que manifestaron ni la profundidad de su
unidad. No sabemos si Adán le mencionaba a Eva su pecado, si la habrá perdonado y
ella a él. ¿Cuánto tiempo les habrá llevado restaurar la confianza? ¿Se habrá
restablecido por completo la relación con Dios? De ser así, tal vez el matrimonio también
haya sido restaurado por completo. Solo podemos hacer conjeturas al respecto.
Lo que podemos aprender de esta situación es que ningún matrimonio experimentará
un nivel alto de intimidad a menos que esté unido a Dios. Si se interrumpe la relación
con Dios, tenemos motivo para temer y sentir vergüenza cuando estamos frente a
frente. Si podemos mirar el rostro de Dios, sabiendo que hemos confesado nuestros
pecados y hemos sido perdonados, entonces podemos mirar a los ojos a nuestro
cónyuge con la misma franqueza. Mantenernos íntegros ante Dios es esencial para
experimentar una intimidad genuina en la relación matrimonial.
Una vez que hemos restablecido el ambiente adecuado para la intimidad a través de la
confesión y del perdón, seguimos tratando de recuperar el paraíso por medio de la
comunicación franca y amorosa. Los errores del pasado nos recuerdan nuestra
capacidad de herirnos, pero no debemos permitir que eso nos aleje de procurar el ideal
divino de la intimidad marital. Tenemos que orar cada día para que Dios llene nuestro
corazón de amor por nuestro cónyuge. Nos abrimos para ser el canal de Dios a fin de
expresar amor. Procuramos ser sinceros acerca de nuestros temores. Al confesárselos
a nuestro cónyuge esperamos hallar seguridad, aliento y apoyo. Como criaturas caídas
reconocemos que podemos fallar, apartarnos del amor y volver a llevar una vida
egoísta. La meta de la intimidad no se obtiene negando nuestras fallas, sino
reconociéndolas de inmediato y pidiendo perdón. Nuestra disposición a asumir nuestros
errores mantiene vivo el potencial de nuestra intimidad. Cuando no confesamos
nuestros pecados, destruimos toda posibilidad de intimidad.
El camino a la intimidad es el camino del amor. Comienza con la disposición a confesar
nuestro estilo de vida egoísta y a pedir misericordia y perdón; primero de Dios y luego
de nuestro cónyuge. Sigue con la decisión de pedirle a Dios que derrame su amor en
nuestro corazón (ver Rom. 5:5) y nos permita ser agentes de amor para con nuestro
cónyuge.
Se trata de regresar a lo que originalmente nos unió: amor genuino. Para quienes
reconocen que su matrimonio se basó en el egoísmo más que en el amor verdadero,
se tratará del descubrimiento del verdadero amor que los conducirá a la verdadera
intimidad.
Solo Dios puede ofrecer esta clase de amor, y la ha prometido a todo aquel que la pida.
Él nos ha dicho que debemos amarnos los unos a los otros (Ef. 5:25; Tito 2:3-4). Dios
jamás nos encomienda algo para lo cual no nos capacite. Amar es una decisión, una
actitud, una manera de pensar y un modo de tratar a nuestro cónyuge. Cuando
escogemos transitar el camino del amor, Dios nos da poder para experimentarlo. Si
amamos sobre la base de la confesión y del perdón, experimentaremos nuevamente un
clima donde la intimidad puede florecer, donde podemos ser francos sin ser juzgados,
donde podemos ser perdonados y aceptados, donde podemos sentir que nos
pertenecemos el uno al otro.
No es mi intención sugerir que debido al perdón de Dios somos transportados de
regreso al huerto del Edén. Eso no sucedió con Adán y Eva ni tampoco con nosotros.
Lo que quiero decir es que por medio de Cristo gozamos de una relación restaurada
con Dios, y podemos relacionarnos con Él como Padre. La transparencia, la libertad y
el gozo de su presencia pueden ser nuestros. Seguimos siendo criaturas caídas,
propensas a pecar; pero Dios se acerca a nosotros por medio de su amor, nos ofrece
perdón y fuerza para vivir como personas renovadas. Esta comunión restaurada con
Dios, y la visión de la futura completa redención en Cristo es lo que hace que la vida
sea no solo pasable, sino digna de ser disfrutada.
Nuestros matrimonios jamás volverán a tener la transparente franqueza que existió
entre Adán y Eva antes de la caída. No obstante, gracias a Cristo y a la realidad del
perdón, podemos experimentar un nivel de intimidad desconocido para los que no son
cristianos. Nos concentramos en el ideal bíblico porque creemos que Dios nos guía en
esa dirección. El apóstol Pablo nos enseña que "Dios dispone todas las cosas para el
bien de quienes lo aman"; esto es, hacernos semejantes a Cristo (Rom. 8:28-29).
Nuestra meta debería ser este ideal de llegar a ser como Cristo.
De una forma parecida, es el ideal del modelo original de matrimonio que tenemos
delante, y a lo que aspiramos. Nos anima y nos da la visión de lo que nuestro matrimonio
puede llegar a ser. Algunos pueden cuestionarse lo que se cuestionó Marcela: "¿Podré
volver a confiar en él?
Confié en él por completo, pero me falló. No estoy segura de poder volver a hacerlo”.
La respuesta a la pregunta de Marcela es afirmativa. La confianza se basa en creer
que soy amado y que mi cónyuge desea lo mejor para mí. La confianza se pierde
cuando la conducta de mi cónyuge indica que no es cierto lo que creo. Incluso veo que
mi cónyuge ha elegido su propio camino en vez de amarme; entonces su conducta ha
destruido mi confianza.
La pérdida de la confianza es un resultado inevitable cuando uno de los cónyuges deja
de vivir de acuerdo al pacto; es decir, cuando uno de nosotros actúa con egoísmo en
vez de hacerlo de manera amorosa. Cuando por medio de mi conducta resulta evidente
que estoy colocando mis propios intereses por encima de los de mi cónyuge, eso quiere
decir que he abandonado mi promesa de amor. Será inevitable entonces que en el
futuro mi cónyuge ya no confíe en mis palabras o mis promesas. Esa confianza no podrá
ser restaurada con simples promesas de hacerlo mejor. Hasta que mi conducta no
indique que me he arrepentido y que amo a mi pareja, no se restablecerá la confianza.
Uno puede volver a ganar la confianza al invertir el proceso, confesar la falta y estar
dispuesto a perdonar. Después de eso hay que tomar el camino de la conducta
amorosa. Tanto en palabras como en hechos manifestamos en forma evidente que
procuramos lo mejor para nuestro cónyuge. Continuar durante cierto tiempo en ese
camino de acciones amorosas llevará al renacer de la confianza.
La confianza es como una planta frágil. Cuando se traiciona es como si la planta fuera
quebrada en la tierra. Con el tiempo y con cuidados, la confianza puede crecer y volver
a florecer. Una confianza que crece contribuye a crear un clima donde se puede
experimentar intimidad.
Cuando una pareja reconoce en su relación más distanciamiento que intimidad, más
separación que unidad, más egoísmo que amor y más soledad que compañía, se halla
en una encrucijada. Tienen que tomar una decisión: continuar en la senda de la
separación y la soledad, o recuperar terreno y conquistar nuevas tierras que jamás
habían poseído.
Esta decisión se llama compromiso. Se trata de un acto de la voluntad por el cual dos
personas deciden caminar juntas y, con la ayuda de Dios dar los pasos necesarios para
crecer en la intimidad. Esto lleva tiempo. Son pasos de confesión, perdón, amor y
confianza que no se dan de un momento a otro, pero avanzando paso a paso, toda
pareja puede reconstruir la intimidad en su relación matrimonial.
Las Escrituras enseñan la realidad del perdón y del cambio real cuando una persona
confiesa el pecado y pide la ayuda de Dios para el futuro. De esa manera el cristiano
tiene una esperanza que no tiene el no cristiano. Si Dios, que es santo, puede
perdonarnos nuestras ofensas, nosotros también podemos perdonarnos entre nosotros.
Si Dios, que nos creó con libertad de elección, sigue confirmando nuestra libertad,
seguro que también nos dará poder para hacer lo correcto cuando escojamos hacerlo.
Nuestros errores del pasado han sido cubiertos, pero no por vestiduras que nosotros
hayamos confeccionado, sino por las que hizo Dios. Las Escrituras las llaman "manto
de la justicia" de Cristo. Así como Dios confeccionó abrigos de pieles para Adán y Eva,
y sacrificó animales, Cristo, que fue sacrificado por nuestros pecados, es ahora quien
nos provee de la cobertura adecuada. Gracias a ella podemos acudir sin vergüenza a
la presencia divina. Esa misma clase de perdón que se da entre cónyuges es lo que les
permite ser francos entre sí y experimentar el gozo de conocer y ser conocido.
La relación que tenemos con Dios es fundamental para la edificación de un matrimonio
con intimidad. Adán y Eva se separaron después de haberse separado de Dios, y lo
mismo ocurre con nosotros. El restablecimiento de la relación con Dios por medio de la
confesión de pecados y la aceptación del perdón nos da la ayuda divina necesaria para
recuperar o restablecer la intimidad en el matrimonio. En los capítulos que siguen, nos
abocaremos a la intimidad emocional, intelectual, sexual y espiritual.
INTIMIDAD EMOCIONAL
Era una tarde fría de invierno, y Emilia era la última persona que tenía cita conmigo ese
día. Había llamado temprano e insistido en que la recibiera. Entró en la oficina y,
dejando de lado todas las formalidades, comenzó a hablar. “No sé cómo expresarlo",
dijo, "pero me da la impresión de que ya no tengo relación alguna con Gustavo. La
verdad es que no sé lo que siente él, porque jamás me habla, y no me gusta lo que
estoy sintiendo yo. Hubo una época en que pensé que nuestro matrimonio era bueno,
pero el trabajo de Gustavo por un lado, y la llegada de los hijos por el otro, nos fueron
separando cada vez más. Somos extraños que viven en la misma casa. Ni siquiera
estoy segura de que Gustavo me ame. Nunca me lo dice y, por cierto, no lo demuestra.
Yo tampoco estoy segura de amarlo, y eso me aterra".
El ruego de Emilia, pidiendo ayuda, manifiesta la importancia de la intimidad emocional
en el matrimonio. Sin ella los esposos pasan a ser socios o compañeros de cuarto. El
núcleo del matrimonio está afectado.
¿Qué es la intimidad emocional? Es una profunda sensación de conectarse con el otro.
Es esa sensación de sentirse amado, respetado y apreciado, y de demostrar lo mismo
a su vez. La intimidad emocional es ese sentimiento de seguridad y entusiasmo por
nuestra vida en común. Es considerarnos el uno al otro de manera positiva, porque
sentimos que nuestros corazones laten al unísono.
¿Qué hace una pareja para conseguir o mantener esa clase de intimidad? Creo que se
comienza tratando de salir al encuentro de las necesidades emocionales del otro.
¿Cuáles son las necesidades emocionales que parecen tan vitales para lograr un buen
matrimonio? Quizás las tres básicas sean la de sentirse amado, respetado y apreciado.
Sentirse amado es tener la sensación de que el otro se ocupa de mi bienestar. El
respeto tiene que ver con que mi cónyuge desarrolle una actitud positiva hacia mi
intelecto, mis habilidades y mi personalidad. El aprecio es una sensación interior de que
mi cónyuge valora lo que hago por la pareja. Cuando en un matrimonio ambos se
sienten amados, respetados y apreciados experimentan intimidad emocional.
¿Qué podemos hacer para expresar estas emociones negativas de una forma positiva?
Una posibilidad sería decir algo como lo siguiente: "Estoy teniendo un sentimiento
negativo, ¿te parece que este es un buen momento para conversar al respecto?" Esta
frase le informa al otro que sucede algo, y le da la posibilidad de predisponerse a
escuchar lo que le preocupa a su cónyuge. Si ese no fuera el momento adecuado,
pueden acordar otra ocasión para conversar acerca de las emociones negativas.
Mi esposa y yo sabemos que de vez en cuando tenemos emociones negativas el uno
contra el otro, por eso nos hemos comprometido a expresar nuestros sentimientos
mutuos cuando eso ocurra, pero con el objetivo de solucionar el tema que propició esas
emociones. Las parejas que conversan y buscan soluciones al respecto estarán
edificando intimidad emocional. En cambio, los matrimonios que se guardan esas
emociones se verán distanciados, discutirán o serán críticos con su cónyuge;
circunstancias todas que en nada contribuyen a la intimidad emocional.
Por otro lado, el aprecio no se manifiesta solo por lo que el otro hace, sino también por
sus dones. "Me encanta escucharte cantar. Tienes una voz prodigiosa". "Dios te ha
dado el don de la enseñanza. Me maravilla tu habilidad para hacer que todos participen
en la clase bíblica". "Me admira tu disposición para llevar el registro de nuestros gastos.
Sabes que no soy hábil para eso. De manera que aprecio sobremanera tu dedicación y
la forma tan consciente de hacer esta tarea". “No creas que paso por alto todos los
arreglos que haces en la casa. Sé que ahorramos mucho dinero con eso. ¡Qué suerte
haberme casado contigo!" Te agradezco tu habilidad de proveer para nosotros. Sé que
cuando algo se rompe, puedo llamar a un servicio técnico sin problemas, porque en la
cuenta habrá dinero para pagarlo. No creas que lo doy por sentado. Aprecio muchísimo
tu habilidad y tu trabajo al proveer económicamente para nosotros.
También podemos manifestar aprecio por la personalidad del cónyuge. "Me encanta tu
forma de ser, tan optimista. Algunos de mis amigos comentan que sus esposos o
esposas siempre están deprimidos y sólo ven el lado negativo de las cosas. En mi caso
no es así, porque eres sumamente optimista. No importa lo que pase, siempre ves el
lado positivo. Eso es algo que me gusta mucho de tu forma de ser". “Cuando salimos
de vacaciones me alivia tanto saber que planeas las cosas tan bien. Si fuera por mí, ya
sabes que la mitad de las veces no hallaríamos alojamiento. En cambio, salir de
vacaciones contigo es algo placentero y divertido, porque siempre te ocupas de todos
los detalles. Quiero que sepas que admiro eso en ti y lo disfruto." "Si no fuera por ti, mi
vida sería terriblemente aburrida. Me encanta tu espontaneidad, porque me has llevado
a hacer y conocer cosas que jamás habría experimentado por mi cuenta. Vivir contigo
es sumamente divertido."
Todos quieren sentirse apreciados, y aun en la peor persona siempre habrá algo digno
de aprecio. Recuerdo a una señora que comentó acerca de su esposo alcohólico que
no conservaba un empleo más allá de seis meses: "Sabe silbar a las mil maravillas".
Cuando uno demuestra aprecio por los aspectos positivos del cónyuge, lo motiva a
procurar aquellas cosas dignas que provoquen manifestaciones de aprecio. No espere
a que su cónyuge "mejore"; comience ahora mismo. Exprese su aprecio y vea cómo su
pareja comienza a prosperar.
En este capítulo le hemos echado un vistazo a los ingredientes que permiten construir
la intimidad emocional: amor, respeto y aprecio.
También hemos discurrido acerca de la necesidad de comentar y procesar las
emociones negativas antes de que se conviertan en obstáculos en la intimidad
emocional. En el capítulo 20 nos referiremos a la intimidad intelectual.
INTIMIDAD INTELECTUAL
En nuestra vida los pensamientos y las emociones se hallan estrechamente
entrelazados. No obstante, decidí tratar ambos temas por separado para entender mejor
cada uno y para que podamos llegar a comprender el desarrollo de estas dos líneas
paralelas de la intimidad. Cuando hablo de intimidad intelectual me refiero a ese
sentimiento de cercanía que se da en una pareja que ha aprendido a intercambiar
pensamientos entre sí con libertad. Cuando se consigue tal entendimiento entre ambos
se ingresa en el universo de pensamientos del otro. La intimidad intelectual es la
sensación de inclusión en el mundo del otro.
Los pensamientos que le expresamos al otro pueden ser profundos y con un significado
global, o tratarse de algo personal, como comentar el deseo de tomar un helado. Los
pensamientos pueden ir acompañados de decisiones, o ser simples comentarios
informativos. Obviamente, la naturaleza y la importancia de nuestros pensamientos
tendrá mucho que ver con la respuesta emocional de nuestro cónyuge. Por ejemplo,
compartir la idea de comprar una lancha con motor fuera borda puede requerir una
respuesta bastante distinta que la idea de comprar una hamburguesa. De todas
maneras, la intimidad intelectual es la libertad de expresar lo que pensamos, confiar en
que vamos a ser escuchados y a recibir una respuesta sincera y atenta por parte de
nuestro cónyuge.
La mayoría seguramente conocemos el caso de alguna mujer que trabajó arduamente
para que su marido pudiera obtener un título universitario. Ella dedicó todas sus
energías a trabajar y a cuidar de los niños mientras él cultivaba el intelecto. Poco
después de haberse graduado el esposo, se divorciaron. Estos casos suceden con
demasiada frecuencia como para ser pura casualidad. Parte del motivo es que la pareja
no comparte el plano intelectual de la vida. Como el marido vive en un entorno
totalmente diferente al de su esposa, se termina distanciando. Por esa razón muchos
universitarios se ocupan de que su cónyuge, aunque no esté matriculado, asista a
conferencias y a seminarios. Si se mantienen a la par en determinadas áreas, aseguran
la comunicación intelectual con el cónyuge.
También se da el caso de la esposa que se embarca en una carrera profesional nueva
que la apasiona y le ofrece un desafío intelectual. El marido demuestra escaso interés
por lo que hace ella, de modo que la mujer deja de hablar de aquello que la entusiasma
en su trabajo. Se abre una brecha entre ambos, y el marido le echa la culpa al nuevo
empleo de la mujer. El verdadero culpable es la falta de intimidad intelectual.
Pasar el día en universos distintos no necesariamente tiene que separarnos. El
problema es la falta de comunicación intelectual: compartir el uno con el otro nuestros
pensamientos, nuestros intereses y nuestras experiencias, además de escucharnos
mutuamente también con atención. Un hombre que tenía un empleo de alta
especialización técnica me comentó en cierta ocasión: "Llevamos 16 años de casados.
A estas alturas de nuestro matrimonio no puedo mantener una conversación inteligente
con mi esposa porque nuestros mundos son diferentes por completo. Ella no entiende
nada de las cosas con las que convivo la mayor parte de mi día, y ni siquiera manifiesta
interés". Este comentario ejemplifica los resultados de una falta de intimidad intelectual.
Esto no significa que ambos cónyuges deban estar familiarizados al detalle en todos los
aspectos técnicos del trabajo o los intereses del otro. No obstante, deberían aprender
lo necesario como para poder conversar al respecto y obtener un sentido de cierta
unidad en ese aspecto. Visitar el ámbito laboral del otro es con frecuencia un paso
importante hacia el enriquecimiento de la comunicación y de la intimidad intelectual.
Por otro lado, dicha intimidad no necesita concentrarse sólo en la actividad laboral, sino
que resulta de compartir de manera sincera con el otro los pensamientos, las
experiencias y los deseos. Las parejas que aprenden a hacerlo dentro de un contexto
positivo y receptivo descubrirán que la conversación es extremadamente interesante.
Sin embargo, intentar expresar tal información en una atmósfera cargada de emociones
negativas puede llegar a ser imposible. De ahí la importancia de promover la intimidad
emocional de que hablamos en el capítulo 19.
El arte de escuchar
La falta de comunicación en un matrimonio tiene mucho que ver con la incertidumbre
por saber cómo reaccionará el otro ante lo que uno dice. Por lo tanto, saber escuchar
crea un clima excelente para la conversación. Un hombre que procuró expresar "tres
cosas que me sucedieron hoy y cómo me hicieron sentir" comentó después de haberlo
intentado durante varias semanas: "Me da la impresión de que mi esposa no está
interesada en saber lo que me pasó durante el día". La percepción de este hombre
puede basarse tanto en su propia inseguridad como también la forma de escucharlo de
su esposa.
La mayoría estamos más dispuestos a expresar nuestras ideas que a escuchar las de
otros. Para conseguir intimidad en el matrimonio hace falta dos buenos oyentes. Las
investigaciones demuestran que en las parejas con problemas subyace una enorme
dificultad para comunicarse. Eso genera malos entendidos que surgen cuando uno no
sabe escuchar.
Si uno se siente incomprendido, también se siente rechazado. Si se siente rechazado,
cada vez hablará menos. Casi todos nos beneficiaríamos de la seria reflexión de
Proverbios 18:2: "Al necio no le complace el discernimiento; tan sólo hace alarde de su
propia opinión".
La intimidad intelectual requiere que expresemos nuestras ideas, pero también es de
suma importancia que escuchemos las ideas de nuestro cónyuge. Escuchar,
comprender y aceptar las ideas del otro, aunque no estemos de acuerdo, es
fundamental para crear intimidad intelectual. Nadie expone sus ideas con libertad si
halla oposición o critica a todo lo expresado.
Hay mucha gente que jamás ha aprendido a aceptar una idea con la que no está de
acuerdo. Creen que si la aceptan es como si la aprobaran. No obstante, la aceptación
y la aprobación son dos cosas diferentes.
Aceptación es darle a la persona la libertad de pensar como lo hace. Aprobación
significa estar de acuerdo con sus conclusiones. Podemos aceptar las ideas del
cónyuge aunque haya ocasiones en que no estemos de acuerdo con ellas.
La aprobación se expresa con frases del tipo "estoy de acuerdo", "hagámoslo", "es una
idea excelente", “me encanta lo que pensaste", "tu conclusión es brillante". La
aceptación se expresa con frases como "Es una idea interesante. No sé si la comparto,
pero vale la pena probar”. ¿Esa es tu opinión acerca de eso? Me sorprende... “No tenía
idea de que pensaras así”. “No creo que vaya a estar de acuerdo con esa idea, pero si
es lo que piensas tendremos que hallar una manera de conciliar nuestras diferencias
porque respeto tu forma de pensar distinta a la mía". Frases como estas no encubren
el desacuerdo, pero tampoco critican las ideas del otro. El propósito de escuchar no es
obviar el juicio, sino oír lo que piensa el otro, conocer sus ideas, meterse en su mente.
Si se nos pide una opinión, podremos evaluar esos pensamientos, pero lo que requiere
la intimidad intelectual es que escuchemos con atención con el propósito de comprender
las ideas del otro.
Otra estrategia en el arte del buen escuchar es prestarle atención a nuestro cónyuge
cuando habla. Hace un tiempo tuve un par de entrevistas el mismo día. En la primera,
mientras yo hablaba con la persona a la que fui a ver, esta continuó abriendo la
correspondencia, tomando nota de compromisos en su agenda y colocando libros en
los estantes. Prácticamente ni me miró. De inmediato pensé que no estaba interesada
en lo que conversábamos. Al entrar en la oficina de la otra persona vi que apagó la
computadora, apoyó un libro encima de su manuscrito, se sentó frente a mí y no apartó
la vista de mí en toda la conversación. Me dio la impresión de que no había nada que
fuera más importante que nuestra charla. La comunicación intelectual y la intimidad se
enriquecen cuando ambos nos prodigamos plena atención al conversar.
Algunos se enorgullecen de poder mirar la televisión, escuchar la radio, leer un libro y
conversar con el cónyuge al mismo tiempo.
Aunque hay quien es capaz de hacerlo (no cuestiono su habilidad), pienso que esa
atención multifacética no es buena si uno quiere lograr intimidad intelectual. Si mi
cónyuge piensa que no me interesa lo que dice porque concentrado en otras cosas, con
el tiempo puede dejar de expresar lo que piensa. Si nos concentramos para escuchar,
estamos mostrando amor y preocupación por el otro. Para crear el mejor ambiente
posible para la intimidad intelectual, nuestras acciones necesitan comunicarle a nuestro
cónyuge que no hay nada más importante que prestar atención a lo que está diciendo.
Hay momentos en que es imposible prestarle atención total al otro. La manera más
constructiva de solucionar esas situaciones es diciendo la verdad, como el hombre que
le dice a su esposa: "Querida, dejé el grifo abierto en el baño. Espera que lo cierre y
vuelva para escuchar lo que quieres decirme". Un fanático del baloncesto podría decirle
a su esposa: "Los siguientes dos minutos son cruciales. Déjame ver cómo termina este
partido y luego te presto atención. Quiero escuchar lo que tienes que decirme, pero para
estar seguro de entenderte, tengo que concentrarme". La mayoría de las personas
respondería positivamente a cualquiera de estas explicaciones tan sinceras. Por otra
parte si la persona del ejemplo anterior siguiera mirando el partido de baloncesto sin
responder ni explicarle nada a su cónyuge, provocará emociones negativas y una
respuesta también negativa en la mente de aquel que intenta comentar algo. Si el
marido que había abierto el grifo se dirige al baño sin decir nada, le estará mostrando a
la mujer que lo que ella dice no le importa.
"Pare, mire y escuche" es un lema excelente para tener en cuenta cuando nuestro
cónyuge nos habla. Uno puede incluso enriquecer la comunicación por medio del uso
de mensajes no verbales que indican que estamos prestando atención. Actitudes como
asentir, acercar la silla, apagar el televisor, acercarse y tomarle la mano, así como otros
gestos similares pueden mostrar el interés que uno tiene en lo que está diciendo el otro.
Llegar a ser un buen receptor requiere de enorme concentración. Uno necesita
enfocarse en tratar de comprender el mensaje que intenta comunicar el otro. Con
frecuencia, las palabras tienen significados diferentes para cada persona. De ahí que
uno tenga que hacer preguntas para aclarar el concepto.
Muchos de nuestros malos entendidos surgen porque creemos haber entendido lo que
el otro quiso decir, cuando en realidad no entendimos ni lo más mínimo.
Hace poco mi esposa y yo dirigimos un retiro de enriquecimiento matrimonial. Cuando
el sábado por la mañana me dispuse a tomar una ducha, ella me pidió: "Querido, por
favor, cuelga mi falda en la parte de atrás de la puerta". Cuando vi una falda colgada
del soporte de la cortina de la ducha supuse que era esa. Creí que ella no quería que
se le mojara cuando yo me duchara, así que la saqué del baño y la colgué con el resto
de su ropa. A la media hora ella entró en el baño y me dijo:
-No me entendiste
- ¿Qué cosa? -pregunté confundido.
- Te pedí que colgaras la falda en la puerta del baño -respondió.
-Sí... y eso fue lo que hice.
-No, la colgaste en el armario, y yo quería que la colgaras en la puerta del baño para
que el vapor eliminara las arrugas.
ーUy… lo siento... No entendí lo que me quisiste decir -me disculpé.
Fue un incidente sin importancia que no causó un daño irreparable a nuestro
matrimonio, pero si yo hubiera puesto en práctica el principio de escuchar con atención,
habría comprobado lo que me dijo ella, en vez de creer que lo había entendido.
Las preguntas aclaratorias no son para acorralar intelectualmente al cónyuge al
cuestionar la validez de sus declaraciones, sino para tratar de asegurarse de haber
entendido lo que quiso decir. Un hombre comenta:
-No estoy seguro de poder terminar este informe para el viernes.
-¿No crees que te vaya a alcanzar el tiempo?-pregunta la esposa.
-No, no es cuestión de tiempo. Lo que pasa es que no tengo la información que necesito
y no sé de dónde sacarla.
-Entonces... ¿el problema es la falta de información?
-Bueno, eso y en realidad lo que sucede es que no estoy seguro de querer hacer el
proyecto. Estoy un poco cansado de presentar informes que nadie lee.
- ¿Piensas que muchas de las cosas que te piden en el trabajo son una pérdida de
tiempo?
INTIMIDAD SEXUAL
Dios es el autor de la sexualidad, de manera que esta es algo bueno. A veces resulta
difícil recordarlo en medio de una sociedad que se ha dedicado a explotar el tema del
sexo. Este se usa para vender de todo: desde un auto hasta pasta dental. Las películas
de suspenso lo presentan como un arma para obtener lo que uno desea. Los filmes y
las series diurnas muestran la infidelidad sexual como norma y, por supuesto, como
algo extraordinariamente placentero. La mayor explotación de todas probablemente sea
el negocio multimillonario de la pornografía, donde la sexualidad humana se prostituye
a cambio de dinero. Cabe preguntarse: "¿Se interesa Dios por la sexualidad?" Pareciera
que Satanás es el autor del sexo, y que lo usa como una de sus armas más efectivas.
Sin embargo, la verdad es justamente lo opuesto: Dios es el creador del sexo y Satanás
es quien lo distorsiona.
La Biblia declara: "Sea el matrimonio honroso en todos, y el lecho matrimonial sin
mancilla, porque a los inmorales y a los adúlteros los juzgará Dios" (Heb. 13:4; LBLA).
La palabra que se traduce por lecho es el término griego koite, de donde proviene la
palabra coito o acto sexual. El mensaje es sumamente claro: el matrimonio es una
relación honrosa, y las relaciones sexuales dentro del matrimonio son una experiencia
maravillosa. La Biblia condena las relaciones sexuales extramatrimoniales: fornicación
(palabra bíblica que se refiere a las relaciones prematrimoniales) y adulterio (término
bíblico para expresar las relaciones sexuales con alguien que no sea el cónyuge).
¿Qué hay tras el acto sexual para que las Escrituras lo describan como una experiencia
maravillosa dentro del matrimonio, pero sea tan duramente condenada fuera de él? Si
comprendemos el propósito de la relación sexual, tal vez entendamos la prohibición en
cuanto a las relaciones sexuales extramatrimoniales. Las Escrituras declaran: "Y Dios
creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó"
(Gén. 1:27). Ser hombre o mujer no es una innovación de la modernidad ni es obra de
Satanás. La sexualidad lleva indudablemente el sello de "hecho por Dios". Una vez que
Dios nos creó como criaturas sexuales "miró todo lo que había hecho, y consideró que
era muy bueno" (Gén. 1:31). El creador de la sexualidad, que opinó que ésta era buena,
nos ha revelado el propósito de las relaciones sexuales y los motivos por los cuales las
reserva para el matrimonio.
Necesidad sexual
En primer lugar, existe una diferencia en la naturaleza de la necesidad sexual. Para el
hombre, la necesidad sexual es algo físico. Si recordamos la biología de la anatomía
del varón, vemos que las gónadas producen continuamente células de esperma que se
alojan en las vesículas seminales junto con el fluido seminal. Cuando las vesículas
seminales se llenan, se experimenta una necesidad física de eyacular, por lo que se
producirá una eyaculación ya sea en una emisión nocturna, por medio de la
masturbación o de la relación sexual. Así es como Dios creó al hombre.
En el caso de las mujeres, la necesidad sexual tiende a basarse en la naturaleza
emocional y en el deseo de sentirse amada. Si ama, desea esa relación íntima con el
marido que la ama. De no existir intimidad emocional, poco será el interés sexual que
manifieste ella. Si comprendemos y cooperamos con esta diferencia natural de nuestras
necesidades de placer físico, estaremos colaborando para mejorar nuestra intimidad
sexual.
A veces nos olvidamos de que el sexo opuesto es opuesto. Si los maridos olvidan esto,
corren el riesgo de enfadarse con sus esposas por no ser como los hombres, y
viceversa. Los hombres y las mujeres no son iguales. Cuanto antes entendamos y
aceptemos nuestras diferencias, antes lograremos la plena satisfacción sexual.
Esto explica por qué muchas veces el marido desea tener relaciones sexuales con
mayor frecuencia que la esposa. Como su necesidad tiende a basarse en lo orgánico,
tiene un deseo bastante regular de hallar alivio sexual, estén o no estén bien las cosas
en el aspecto emocional de la relación. Si bien el deseo femenino de mantener
relaciones se halla regulado por el ciclo hormonal, se ve influido en mayor grado por la
relación emocional e intelectual que mantenga con el marido. Las consecuencias para
el marido son que tiene que poner más énfasis en el amor no sexual. Vale decir que
debe comunicar amor y atenciones a su esposa y hacerlo en formas que para ella sean
significativas. Tiene que aprender el lenguaje primario de amor de ella y usarlo a
menudo, además de incursionar en los otros cuatro idiomas del amor. Sin esa intimidad
emocional, él no puede esperar que ella responda sexualmente como él.
Elvio se peleó con Vero y perdió los estribos. Le dijo cosas hirientes. Permanecieron
media hora sin hablarse, él mirando la televisión, y ella llorando. Luego se fueron a la
cama. El trató de ser amable y retractarse de lo que había dicho, por lo que comenzó a
acariciarla. Ella se alejó de inmediato, y él se enojó aún más. Elvio pensó: "Sólo quería
disculparme” mientras Vero mascullaba: "Solo quiere sexo. No me ama ni siquiera un
poco. ¿Cómo puede ser tan cruel?" Si Elvio comprendiera las diferencias naturales de
la conducta sexual de hombres y mujeres, habría pedido disculpas verbalmente y le
habría asegurado a Vero que la amaba. También habría esperado a que ella se
recuperara emocionalmente antes de incursionar con el sexo.
Otro aspecto en el que somos distintos es en aquello que nos excita. A pesar de los
esfuerzos de la cultura unisex, seguimos siendo hombres y mujeres. El hombre tiende
a ser sexualmente estimulado por la vista en mucho mayor grado que la mujer. Esta
diferencia explica que el marido pueda mirar a su esposa mientras ésta se desviste, y
sentir deseos de tener relaciones sexuales en cuanto ella se acuesta. Por otro lado, ella
puede ver a su marido quitándose la ropa, y ni se le cruza la idea de tener relaciones
íntimas. Si una esposa no desea contacto sexual, le sugiero que se desvista en el baño,
mientras que si desea estimular a su marido, desnudarse en su presencia es una forma
de iniciar el proceso.
La esposa suele sentirse estimulada por caricias suaves, palabras amorosas, acciones
positivas o tiempo de calidad. Eso dependerá de su lenguaje del amor. La consecuencia
de esta diferencia para el marido es que cuando él ha sido estimulado por la vista no
debe esperar que la esposa esté tan interesada como él en tener relaciones sexuales.
Debe tomarse tiempo y usar palabras amorosas, caricias y otras formas de manifestarle
afecto para que ella se sienta amada y llegue al mismo nivel de estímulo que él ha
alcanzado solo por la vista.
En cuanto a esto, es necesario hacer una advertencia. El hombre no discrimina el objeto
femenino que lo estimula; por lo tanto puede sentirse estimulado por una mujer que ve
en la televisión o que pasa frente a él. Ese estímulo no es pecado, pero puede
convertirse de inmediato en lujuria. En la actualidad, cuando la pornografía está a la
orden del día, el marido cristiano debe estar atento a mantener su corazón y su mente
centrados en su esposa. La lujuria es desear lo que no está permitido.
Se le atribuyen a Martín Lutero las siguientes palabras: "No podemos evitar que los
pájaros vuelen sobre nuestra cabeza, pero sí que aniden".
De la misma manera, el esposo cristiano no puede evitar que todo tipo de pensamiento
sexual le pase por la cabeza, pero no debe alimentarlo. El desafío bíblico es llevar todo
pensamiento y emoción en obediencia a Cristo (2 Cor. 10:5). El marido es responsable
de tener ojos solo para su esposa, y la esposa que comprende la naturaleza del estímulo
sexual de su esposo se dará cuenta de la importancia de mantenerse físicamente
atractiva. El marido que es consciente de esta diferencia demostrará amor y
compromiso hacia su esposa de manera que se satisfaga la necesidad emocional de
ella de sentirse segura, y ella no tendrá que preocuparse de que él ande mirando a
otras.
Respuesta sexual
Otra diferencia que podemos mencionar se halla en la respuesta sexual dentro del
contexto del acto sexual mismo. La respuesta física y emocional del hombre tiende a
ser rápida y explosiva, mientras que la de la mujer tiende a ser lenta y perdurable. Uno
de los problemas más comunes asociados a esta diferencia es la eyaculación precoz,
cuando el hombre alcanza el clímax demasiado rápido, eyacula, pierde la excitación y
regresa a la normalidad. La esposa, que quizá esté apenas en la etapa inicial de la
estimulación sexual, se queda insatisfecha y cuestionándose si eso será todo.
Comprender esta diferencia en los patrones de respuesta sexual nos ayuda a intentar
cooperar con la manera en que Dios nos ha creado y a hallar formas de darle respuesta
a la necesidad de cada uno.
Son muchas las parejas que llegan al matrimonio con el mito de que la meta es tener
orgasmos simultáneos cada vez que tienen relaciones sexuales. Debido a las
diferencias que mencionamos, esto no es así en la mayoría de las parejas y ni siquiera
es importante para que logren satisfacción sexual.
Lo importante es que cada uno alcance el clímax u orgasmo si lo desea. Quien alcance
el clímax primero, o cuánto tiempo transcurra entre el orgasmo de uno y el del otro es
algo irrelevante. El objetivo es que ambos se satisfagan sexualmente. Muchas mujeres
no ven la necesidad de alcanzar el orgasmo todas las veces. Puede que se sientan
cansadas o que por algún otro motivo, no desean realizar el esfuerzo o el gasto de
energía necesario para alcanzar el clímax. Se sienten felices de amar y sentirse
amadas, pueden ayudar al esposo a que alcance el orgasmo y disfrutar del profundo
amor de él por ella.
Todos necesitamos ser conscientes de que nuestro cónyuge está comprometido con
nuestro bienestar y dispuesto a hacernos felices. Si el placer lo siente uno solo, o si
uno de los dos lo tiene que estar reclamando, jamás experimentarán la mutua
satisfacción. Es una cuestión recíproca, y algo que debe ofrecerse como un regalo.
Podemos solicitar placer uno del otro, pero jamás exigirlo.
A veces la gente se pregunta: "Por qué nos habrá hecho Dios tan diferentes?" ¿Por qué
nos cuesta tanto hallar mutua satisfacción en el aspecto sexual del matrimonio? Algunos
señalan que los animales no aparentan tener los mismos problemas que los humanos
en cuanto al sexo. Los animales hacen lo que les surge de forma natural. Yo creo que
Dios nos ha hecho diferentes en este aspecto porque desea que el acto sexual sea algo
más que un mero acto de reproducción. Él quiso que fuera una profunda expresión de
amor entre esposo y esposa. Si no hacemos que sea una experiencia amorosa en la
que cada uno procura agradar al otro, jamás disfrutaremos de la plena satisfacción
mutua. Si hacemos de nuestros encuentros un acto de amor sobre la base de la
intimidad emocional, espiritual e intelectual, el acto físico pasa a ser una celebración y
una mayor vinculación afectiva entre ambos.
Siempre usamos la expresión justa. ¿Acaso no decimos: "Vamos a hacer el amor"? Sin
embargo, en ocasiones no hacemos el amor, sino que tenemos relaciones sexuales.
Cuando el marido tiene una actitud de intentar agradar a la esposa, y ella a él, hallarán
satisfacción mutua en el aspecto sexual del matrimonio. A esto lo llamamos unidas
sexual.
La unidad sexual significa que tanto el marido como la esposa encuentran mutuamente
satisfactoria la parte sexual del matrimonio. ¿Cómo se puede lograr? Analizaremos
cuatro aspectos concernientes a este objetivo.
Compromiso
La base de la unidad sexual comienza con el compromiso. Las parejas que para
conseguir algo normalmente amenazan con separarse, lo único que logran es destruir
el matrimonio. Frases como: "Bien, entonces me marcho", o "¿Por qué no te divorcias?"
pueden manifestar frustración en la pareja, pero son como un veneno para la intimidad
sexual. El matrimonio se basa en el pacto, no en la coacción. Y el pacto, como ya vimos,
es un compromiso voluntario. En la ceremonia de boda ponemos en palabras nuestro
compromiso: “En lo bueno y en lo malo, hasta que la muerte nos separe". Este
compromiso debe confirmarse con regularidad en el matrimonio, tanto de manera sutil
como explícita. Si ambos estamos seguros de que nuestro cónyuge ha hecho un
compromiso de por vida, de que no tenemos que temer que nos abandone, entonces
se crea un clima de crecimiento sexual. El compromiso crea un ambiente de seguridad.
El compromiso no se limita a permanecer casados, sino a entregarnos sexualmente al
otro. El pasaje bíblico que mejor expresa esto es 1 Corintios 7:3-5: "El hombre debe
cumplir su deber conyugal con su esposa, e igualmente la mujer con su esposo. La
mujer ya no tiene derecho sobre su propio cuerpo, sino su esposo. Tampoco el hombre
tiene derecho sobre su propio cuerpo, sino su esposa. No se nieguen el uno al otro, a
no ser de común acuerdo, y sólo por un tiempo, para dedicarse a la oración. No tarden
en volver a unirse nuevamente; de lo contrario, pueden caer en tentación de Satanás,
por falta de dominio propio".
El deseo sexual natural que Dios nos dio debe satisfacerse dentro de la relación
matrimonial. Cuando esto es así, contribuimos a evitar las tentaciones que pueden
provenir desde afuera. El desafío de 1 Corintios 7:5 es que no nos engañemos. Una
vez que contraemos matrimonio nos comprometemos a satisfacer las necesidades
sexuales del otro. Si enfrentamos problemas en este aspecto debemos hallar
soluciones. Si nuestra actitud emocional hacia el sexo presenta heridas del pasado,
debemos hallar la sanidad que nos permita crecer en el gozo de la intimidad sexual.
Esta clase de compromiso crea un clima de seguridad y de esperanza.
El compromiso declara: "Creceremos juntos hasta que ambos hallemos la plena
satisfacción sexual mutua". Ese compromiso provee de esperanza y crea el ambiente
adecuado para mejorar. Por otro lado, cuando uno o ambos cónyuges manifiestan
escaso interés por las necesidades sexuales del otro, y hacen poco o ningún esfuerzo
por aprender o crecer en este aspecto del matrimonio, entonces se crea un ambiente
de desencuentro, de dolor y, finalmente, de hostilidad. En el matrimonio cristiano esas
actitudes egoístas deben considerarse pecado. Tenemos que pedir perdón a Dios y a
nuestro cónyuge, y luego entregarnos por completo el uno al otro en un compromiso
renovado.
Comunicación
Otro principio que contribuye a la plenitud sexual es que la comunicación reemplaza a
la actuación. Hoy en día se habla demasiado de las técnicas amatorias y del rendimiento
como panaceas de la intimidad sexual. Se trata de un énfasis erróneo. Las Escrituras
no condenan la exploración de nuevas posturas y técnicas, pero no ponen énfasis en
el rendimiento para lograr intimidad. La intimidad sexual es el resultado de la relación,
y la relación se cimienta por medio de la comunicación. El acto sexual no es un acto
que establece la intimidad, sino que la presupone. Los problemas sexuales no se
solucionan con técnicas amatorias. El estímulo erótico no se inicia cuando ya estamos
en la cama, sino entre 12 y 16 horas antes de acostarnos.
Amor
El tercer principio que lleva a la unidad sexual podría ser formulado de la forma
siguiente: El amor es el jardín donde crece la intimidad sexual. Si uno busca
experimentar la mutua satisfacción sexual debe saber que el amor y la intimidad sexual
son inseparables. Como el acto sexual involucra no solamente los órganos sexuales
masculinos y femeninos, sino también la mente, las emociones y el espíritu, esta
experiencia física se ve enriquecida por el amor emocional, intelectual y espiritual. Por
amor me refiero al esfuerzo consciente de velar por los intereses del otro.
El amor es tanto una actitud como una emoción. Elegimos la actitud, y eso determina
nuestras emociones. Si decidimos pensar lo mejor del otro y velamos por los intereses
del otro, buscaremos formas de expresar esa actitud.
Privacidad
Un cuarto principio sería: La privacidad permite relajarse. El acto sexual es un acto
privado. Como hemos visto en las Escrituras, se trata de la expresión exclusiva de amor
y compromiso entre los esposos. Es un acto de celebración que los une de manera
especial. Compartir esto con el mundo es perder ese propósito. El impulso de comentar
con los amigos lo que se goza y lo que se padece en este aspecto de la relación,
apagará el goce e incrementará el padecimiento. El mejor lugar para hablar de los
problemas sexuales del matrimonio es con un consejero matrimonial, no con los amigos.
Obviamente podemos hablar de sexo en una conferencia, explicar la anatomía
masculina y femenina, y la función de los distintos órganos en la relación sexual.
Podemos hablar abiertamente de estos temas, y de hecho hay que hacerlo. Sin
embargo, hay que trazar una línea y no revelar detalles específicos de lo que hace uno
con su cónyuge. La descripción gráfica de esta experiencia íntima a nuestros amigos,
parientes o conocidos no conduce a nada bueno.
Esta clase de comentarios de las cosas privadas lleva con frecuencia a pensamientos
de lujuria que en ocasiones desencadenan aventuras amorosas.
Aunque las parejas estén de acuerdo en que su experiencia sexual es de índole privada,
pueden encontrarse con dificultades. Para algunos, disponer de esa privacidad es un
desafío, en especial si la casa es pequeña y se tienen niños curiosos. Esta falta de
privacidad ha llevado a muchas parejas a tener relaciones sexuales pobres. Aunque los
niños se quejen de que los padres no les permitan compartir el lecho matrimonial, el
matrimonio tiene la responsabilidad de hallar la manera de tener privacidad para
expresar libremente su sexualidad.
En resumidas cuentas, la satisfacción sexual mutua es resultado de que ambos
integrantes de la pareja procuren el placer del otro. Cuando los dos se entregan uno al
otro, tal y como lo ordenó el apóstol Pablo en 1 Corintios 7:4, ambos hallarán
satisfacción sexual. La pareja que se compromete a complacerse mutuamente
experimentará la verdad de las palabras de Cristo: "Den, y se les dará: se les echará
en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida
que midan a otros, se les medirá a ustedes" (Luc. 6:38)
En ocasiones la dificultad para procurar el placer del cónyuge radica en que hemos sido
heridos o abusados por el otro. De ser ese el caso hay que seguir el consejo bíblico de
confrontar al cónyuge en amor y buscar la reconciliación. Luego, cuando hayamos
perdonado de verdad, podremos manifestar amor y procurar agradar nuevamente a
nuestro cónyuge.
Si dos personas se comprometen a proporcionarse placer mutuo, la intimidad sexual
será algo real.
Vayamos ahora al capítulo 22, donde nos referiremos a la cuarta área vital de la
intimidad en las parejas cristianas: la intimidad espiritual.
INTIMIDAD ESPIRITUAL
En los capítulos anteriores desarrollamos el tema de la intimidad marital, esa sensación
de cercanía que se desarrolla en-
Con m
Hace poco tomé un taxi desde el aeropuerto O'Hare, Chicago, hasta
Comprender y entender a Dios comienza con la salvación, pero es un
El crecimiento espiritual se parece al crecimiento marital en que lleva
No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la t
El crecimiento espiritual es un proceso por medio del cual nuestra anrn
que
La lectura, el estudio, la memorización y la meditación de la Biblia
Intimidad espiritual
La intimidad espiritual no exige que los esposos tengan el mismo nivel
Un hombre me comentó hace poco: "Sé que tengo que hablar con mi esposa acerca de
temas espirituales, p-
Hay ocasiones en que uno de los dos puede sentirse inferior espiritual-
vergüenza. De ahí que su mecanismo de defensa emocional lo lleve a evi
Debemos recordar que ante la cruz de Cristo el piso está nivelado. T
terminar siem
Por debajo de estos obstáculos para la intimidad espiritual está la reali
Lo bueno es que el Espíritu Santo que está en nosotros es mayor que
resistir al diablo. Si confiamos en la presencia y en el poder
Métodos para incrementar la intimidad espiritual
Soñar juntos