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978-950-17-5010-
2 HOMEOPATÍA. Tomás Pablo Paschero.
Editorial KIER. Buenos Aires. 2007.
Epílogo.
Discurso de asunción de la Presidencia de la Liga Médica Homeopática Internacional. Publicado como Carta Abierta a los
médicos homeópatas del Presidente de la Liga Medicorum Homeopática Internationalis. Dr. Paschero, Bs As. septiembre 1972.
A pesar de que ha transcurrido más de un siglo y medio desde la aparición del Organon
de Hahnemann, la concepción científico-filosófica de la enfermedad, que constituye el
acervo doctrinario fundamental de la ley terapéutica de la similitud, no ha sido
desarrollada siempre y por unanimidad en sus profundos alcances clínicos.
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La fuerza vital, psique o alma, como principio formativo está entera en el cuerpo
entero, constituye el acto de ese cuerpo y gobierna el crecimiento y la reparación del
organismo por las vías de un mecanismo químico-biológico que resulta subsidiario de
un proceso dinámico discrecional, dependiente del desarrollo psicobiológico del
individuo en su adaptación como persona. El dualismo psicofísico cartesiano que separa
el alma o psique del cuerpo, como quería Platón, ha sido definitivamente superado por
la firme concepción de la unidad psicofísica del ser humano. El alma es la forma del
cuerpo por la cual este cuerpo se hace cuerpo humano.
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diátesis, sin que ninguna de ellas, desde la doctrina hipocrática de los cuatro
temperamentos clásicos: linfático, sanguíneo, bilioso y nervioso, los trastornos del eje
hipófiso-córtico suprarrenal del Selye, las teorías corticosomáticas de Pavlov con los
reflejos condicionados, la escuela psicosomática con Alexander a la cabeza, los
arquetipos planetarios de Vannier en homeopatía, las constituciones Carbónica,
Fosfórica y Fluórica de Bernard también en homeopatía, y la de muchos otros autores,
hayan podido solucionar pragmáticamente el enigma de la disposición dinámica a la
patología. Todos ellos fueron atisbos geniales, aunque parciales, de este magno
problema, pero por falta de una terapéutica que tuviera acceso a esa perturbación
dinámica que minaba y comprometía al individuo entero, desde su personalidad
caracterológica hasta la última célula de su economía, es decir, por falta de un criterio
estricto de individualización que el problema exige necesariamente, hizo que estos
magníficos esfuerzos de síntesis fueran inoperantes y la medicina experimental se plegó
a la necesidad de analizar, clasificar, definir y diagnosticar lesiones anatómicas y
estructuras patológicas con un criterio científico exclusivamente ponderativo,
matemático, mensurable y materialista, obviando el carácter sintético que debe regir
indefectiblemente el estudio diferencial de la ciencia, sobre todo de la medicina
humana, que exige hallar un sentido a la enfermedad del hombre como ser
esencialmente metafísico, siempre determinado a la realización de los valores esenciales
de la vida. La falta de una visión integral y total del enfermo hizo que se desarrollara un
verdadero virtuosismo en el diagnóstico analítico y se construyera una portentosa
nosografía patológica en la que se describen entidades clínicas como enfermedades de
los riñones, del corazón, de los pulmones, del aparato digestivo, de las arterias, o se
hiciera un minucioso balance de los electrolitos y hormonas, como si los órganos o
sistemas parciales pudieran estar afectados sin que el resto de la economía participara en
su totalidad del mismo proceso mórbido, y como si estas entidades clínicas fueran la
enfermedad del individuo, desconectadas, por lo tanto, como accidentes fortuitos, no
sólo del contexto general del organismo sino de la biografía del enfermo.
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patología no fuera lo que realmente es: la intensificación del proceso vital pleno de
sentido que concierne a la biografía histórica de la persona.
Soma y psique son los términos polares del fenómeno de oposición dialéctica
entre los dos extremos de manifestación de la energía vital. El conflicto psíquico es
transferido a los órganos en los mismos términos de oposición o pugna entre dos
tendencias opuestas: querer y no querer, dependencia y autoafirmación; en el asma, por
ejemplo, querer y no querer respirar. Es una especie de sabotaje de la vida que jamás
puede curarse por el tratamiento de la somatización sino por el del conflicto en su
representación psíquica primaria.
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realidad afectiva de los demás, ser útil y ocuparse de algo que no sea exclusivamente el
propio yo limitado. A esto se llama ley de curación, que no es más que un subrogado de
la ley universal de conservación de la energía. La vis medicatrix hipocrática que
preserva el equilibrio psíquico homeostático del organismo es una corriente eferente de
energía que emerge del primigenio instinto de vida, la voluntad de amor, de integración
en el mundo, y deriva al aparato muscular, hacia la superficie, esa voluntad de
realización, como los electrones en el átomo. Toda vez que esta corriente eléctrica sea
interferida se produce un bloqueo de la energía en un órgano o sector de la economía y
se desarrolla la lesión patológica. El individuo tiene entonces una enfermedad somática,
una manifestación física, en última significación: una pérdida de la libertad, una
interferencia de la vix medicatrix que rige la actividad vital tanto en el constante
esfuerzo de adaptación al mundo como en la claudicación crítica aguda del equilibrio
interno. La restauración de la corriente eferente en su libre tránsito a la superficie de la
mente a la acción muscular, del centro del organismo a los emuntorios, es el
desideratum fundamental de la medicina, es la vigencia de la ley de curación para que el
hombre pueda reasumir la libertad interna que lo conduzca a la adultez responsable.
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Por encima del diagnóstico patológico, la anamnesis homeopàtica debe escrutar
al sujeto por medio de un conocimiento exhaustivo de su biografía afectiva, sus
vicisitudes infantiles y adolescentes, su relación con sus padres y hermanos, sus
experiencias y traumatismos emocionales, sus ambiciones, sueños y fantasías, en suma,
su radical vida interna, que permita comprender por inducción y deducción los síntomas
característicos esenciales de su personalidad, es decir su postura frente a la vida, postura
y sentimientos que estructuraron desde la infancia y que determinaron su patología
actual. Los síntomas psíquicos característicos y los síntomas generales físicos, que
generalmente son derivados del estado psíquico, darán la pauta para determinar un
cuadro que definirá el similimum. En el curso del tratamiento, la pauta de la curación del
enfermo será sola y únicamente dada por la movilización de ese núcleo psíquico y
mental en el sentido de un cambio positivo de ánimo y conducta, junto a una reedición,
en la mayoría de los casos, de síntomas somáticos latentes. Si este síndrome mental no
ha sido removido, si el enfermo continúa con sus resentimientos, angustias, temores, un
comportamiento anormal en su vida afectiva o cualquier otra anomalía de carácter y
ánimo, no obstante la mejoría que acuse de su enfermedad local por la cual acudió a la
consulta, la curación verdadera, la que producirá como implicación esencial el
abandono de sus actitudes infantiles de egoísmo y dependencia, no se producirá aunque
desaparezcan los síntomas locales y el propio enfermo diga que está mejor de su
enfermedad orgánica.
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Como última instancia de todo tratamiento, el medicamento homeopático
similimum del cuadro psórico coloca al enfermo en condiciones de cumplir con los altos
fines de su existencia, como postula Hahnemann, cuya índole es la de madurar o
realizarse y preocuparse cada vez menos de sí mismo como entidad separada. En ese re-
ligamiento con su yo profundo, trascendente, encuentra recién el hombre la verdadera
salud, que no consiste en la ausencia de enfermedades que trastocan las funciones
corporales o produce las estructuras patológicas, sino en la solución de los mecanismos
inconscientes que ha fraguado como defensa de la angustia ante su desolación y autismo
y lo estanca en el proceso de maduración con el odio, el resentimiento, los temores, la
angustia y todas las formas de ansiedad que estructuran su carácter. Y es que debemos
tomar conciencia de que esta visión antropológica del problema de la enfermedad no
nos aparta de la clínica patológica clásica ni de la medicina científica, hoy en franca
crisis, para resolver el enigma del enfermo psicosomático que impone sus condiciones
con apremio cada vez mayor a la clínica moderna, sino que contribuye decididamente a
solventar la tesis tantas veces sostenida de que hay que curar al enfermo y no a la
enfermedad, que un individuo no está enfermo porque tiene una enfermedad sino que
tiene una enfermedad porque está enfermo. Y está enfermo esencialmente porque ha
perturbado su proceso de integración.
La vida consiste en una relación o comunicación esencial con las cosas y seres
del mundo. El ser humano se constituye iatróficamente, se estructura como ser humano
por su relación con la madre y el mundo que ella representa. Es un ser abierto al mundo
al cual influye y del cual recibe su influencia en un trámite dinámico permanente de
introyección y proyección. El ser humano no es una realidad estática o una cosa, no
tiene naturaleza sino que tiene historia, no es un organismo o un ente que se mueve y
cambia, sino un alguien que se hace, que tiene un devenir, un destino, un sentido, una
misión que cumplir, y ese designio de vida, esa misión, debe realizarla realizándose o
haciéndose a sí mismo en relación con las cosas mediante el ejercicio constante de su
voluntad para desarrollar y vivir en función del sentimiento esencial de amor que lo une
a los demás y le confiere el radical sentido de eternidad que palpita latente en el fondo
de su alma. El bloqueo de ese proceso de desarrollo hacia el amor determina la ansiedad
psórica o angustia existencial que el homeópata debe, en última instancia, tratar en
todos y cada uno de sus enfermos. Es la expresión simbólicamente representada en la
enfermedad humana por el grito del nacimiento, por la separación de la madre. El
homeópata debe captar ese hondo grito de angustia en sus infinitas modalidades
personales y percibir el todo, la figura, la imagen de la persona entera, en un esfuerzo de
capacitación que le permita realizar una síntesis o configuración total del sujeto. De la
misma manera debe captar la imagen, el biotipo, el genio del medicamento por medio
de la configuración patogenética que ha podido suscitar en los experimentadores.
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medio de una inmersión en la subjetividad del enfermo, en un esfuerzo de identificación
empática que le permita comprenderlo a través de sí mismo.