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Jesucristo. Como el Hijo de Dios tiene una relación más íntima con su Padre que cualquier otra de
sus criaturas y está capacitado para emularle y darle a conocer a otros, pudo decir: ?El que me ha
visto a mí ha visto al Padre también?. (Jn 14:9; Mt 11:27; Jn 1:18.) Por consiguiente, su celo por la
justicia y por el nombre de su Padre excedió al de todos los demás. (Heb 1:9; Sl 45:7.) Rindió
devoción exclusiva a Jehová en todo momento. (Mt 4:10; Jn 8:29.) Cuando estaba en la Tierra, su
corazón se encendió con un celo ardiente a causa de la difamación del nombre de Jehová en la
que incurrían los mercaderes amantes del dinero en el propio templo. (Jn 2:13-17.) Tal como Jesús
cumplió en aquella ocasión la profecía del Salmo 69:9 ??el puro celo por tu casa me ha
consumido??, así sus seguidores pueden confiar en su celo por imponer por completo y para
siempre la rectitud, la justicia y el respeto por el nombre y la soberanía de Jehová en cumplimiento
de la profecía del Salmo 45:3-6.
Adoradores de Dios con devoción exclusiva. Todos los adoradores verdaderos de Dios han tenido
celo por su servicio y han sido celosos por su nombre. El profeta Elías ejecutó obras poderosas al
hacer volver a muchos israelitas de la adoración falsa a la adoración de Jehová, y dijo: ?He estado
absolutamente celoso por Jehová el Dios de los ejércitos?. (1Re 19:10, 14.) Finehás demostró una
devoción que agradaba a Dios y salvó a Israel del exterminio por su celo cuando mató a un
principal de Israel que había contaminado el campamento introduciendo la adoración fálica de Baal.
Como israelita y sacerdote, Finehás ?no [toleraba] ninguna rivalidad? para con Jehová. (Nú 25:11;
compárese con 2Re 10:16.)
La congregación cristiana ha de ejercer la misma vigilancia celosa a fin de que nada inmundo brote
como ?raíz venenosa? para causar perturbación y contaminar a muchos. (Heb 12:15.) Si cualquier
persona corrupta se introduce e intenta contaminar a otros, la congregación debe ?demostrar
solicitud, librándose de culpa ante Jehová con indignación y celo?. Deben ?remover al hombre
inicuo de entre ellos mismos?. (1Co 5:4, 5, 13; 2Co 7:11, 12.)
Por lo tanto, es un buen proceder el que los cristianos ejerzan ?celo piadoso? a favor de sus
compañeros en la fe. Es decir, deberían arder con el deseo de hacer todo lo posible para ayudarse
unos a otros a mantener devoción exclusiva a Dios y obediencia a Cristo. El apóstol Pablo asemejó
a aquellos que eran sus hermanos espirituales a una virgen comprometida con Cristo para llegar a
ser su esposa. Él los protegía con celo a fin de que se mantuvieran sin mancha para Cristo. (2Co
11:2; compárese con Rev 19:7, 8.) Su celo por ellos se demuestra en muchas expresiones de sus
cartas a la congregación corintia y otras. Y el celo que Cristo mismo tiene por su ?novia? (Rev 21:9)
se percibe en sus fuertes declaraciones a las congregaciones registradas en los capítulos 1 al 3 de
Revelación.
Manera apropiada de incitar a celos. Jehová mostró misericordia a la nación de Israel aun después
que todos, excepto un resto, habían rechazado al Mesías. El resto de los judíos creyentes fue el
germen de la congregación cristiana, que entonces tenía el favor de Jehová en lugar de la nación
judía rechazada. Jehová dio prueba de este cambio por medio de señales, portentos y obras
poderosas. (Heb 2:3, 4.) Aunque abrió el camino para que los gentiles consiguieran su favor, no le
?cerró la puerta? a Israel completamente. Las Escrituras señalan: ?¿Tropezaron ellos [todos los
israelitas] de modo que cayeran por completo? ¡Jamás suceda eso! Pero por su paso en falso hay
salvación para gente de las naciones, para incitarlos a celos a ellos?. (Ro 11:11.) Esto era lo que
con siglos de anterioridad Jehová había dicho que haría, lo que resultó en la salvación de algunos.
(Dt 32:21; Ro 10:19.) El apóstol Pablo, un hombre que buscó con sinceridad el bien de sus
compañeros israelitas, siguió este principio, pues dijo: ?Por cuanto soy, en realidad, apóstol a las
naciones, glorifico mi ministerio, por si de algún modo incite a celos a los que son mi propia carne, y
salve a algunos de entre ellos?. (Ro 11:13, 14; 10:1.)
Celo mal dirigido. Es posible ser celoso por cierta causa con sinceridad y aun así estar equivocado
y desagradar a Dios. Tal fue el caso de muchos judíos del primer siglo. Esperaban alcanzar la
justificación sobre la base de sus obras en armonía con la ley mosaica. Pero Pablo mostró que su
celo estaba mal dirigido debido a que les faltaba conocimiento exacto. Por lo tanto, no recibieron la
verdadera justificación que proviene de Dios. Tenían que ver su error y volverse a Dios por medio
de Cristo para recibir la justicia y la libertad de la condenación de la Ley. (Ro 10:1-10.) Saulo de
Tarso fue uno de ellos, tan extremadamente celoso por el judaísmo, que llegó a ?perseguir a la
congregación de Dios y devastarla?. Observaba escrupulosamente la Ley, sí, ?se probó exento de
culpa?. (Gál 1:13, 14; Flp 3:6.) Sin embargo, su celo por el judaísmo estaba mal dirigido. De todas
formas, como era sincero de corazón, Jehová le manifestó bondad inmerecida por medio de Cristo
y le dirigió al camino de la adoración verdadera. (1Ti 1:12, 13.)
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Los celos y la envidia. La persona que tiene celos sospecha de otros sin causa justificada o se
resiente de que se dé a otro lo que sin justificación afirma que es suyo. La persona envidiosa desea
o codicia la buena fortuna y los logros de otros. El contexto determina el sentido de las palabras
hebreas que suelen traducirse en la Biblia ?celoso?, ?celo? o ?celos?, y en ocasiones ?envidia?.
Lo mismo sucede con la palabra griega para ?celos?, ?celo?, aunque en griego existe una palabra
distinta para ?envidia?: fthó·nos.
En la congregación corintia del primer siglo habían entrado hombres ambiciosos, que atraían la
atención a sí mismos, se jactaban en hombres y causaban contiendas en la congregación. La
congregación estaba dividida en facciones que atendían, exaltaban y seguían celosamente a
hombres. Pablo denunció la naturaleza carnal, no espiritual, de estos celos. (1Co 3:3; 2Co 12:20.)
Explicó que el amor piadoso no es celoso de una manera indebida, más bien, confía y espera,
actuando siempre a favor de los intereses de los demás. (1Co 13:4, 5, 7.)
Los celos que existían en la congregación corintia, contra los que habló Pablo, no se correspondían
con la justicia. No estaban a favor de la devoción exclusiva a Jehová. Eran, más bien, una forma de
idolatría, de origen demoniaco y engendraban envidia y contienda. La Biblia los condena repetidas
veces, y muestra que afectan el mismo corazón de la persona. Santiago, el medio hermano de
Jesús, escribió: ?Si ustedes tienen en el corazón amargos celos y espíritu de contradicción, no
anden haciendo alardes y mintiendo contra la verdad. Esta no es la sabiduría que desciende de
arriba, sino que es la terrenal, animal, demoníaca. Porque donde hay celos y espíritu de
contradicción, allí hay desorden y toda cosa vil?. (Snt 3:14-16; Ro 13:13; Gál 5:19-21.)
Estos celos tienen un efecto perjudicial en la salud física de la persona, pues ?un corazón calmado
es la vida del organismo de carne, pero los celos son podredumbre a los huesos?. (Pr 14:30.) Los
celos resultan de albergar sospecha o resentimiento dentro de la misma persona. Pueden ser más
destructivos que la furia o la cólera, porque pueden estar arraigados más profundamente, ser más
duraderos y persistentes y apaciguarse con menos facilidad. No suelen hacer caso a la razón. (Pr
27:4.) Por otra parte, los celos de un hombre enfurecido con razón contra otro que comete adulterio
con su esposa no se apaciguan con ninguna clase de excusa o rescate. (Pr 6:32-35.)
Los celos pueden llevar a una persona hasta el punto de pecar contra Dios, como hicieron los diez
medio hermanos de José. (Gé 37:11; Hch 7:9.) Pueden hacer que una persona y otros implicados
pierdan la vida, como sucedió en el caso de Datán, Abiram y sus respectivas casas. (Sl 106:16, 17.)
Todavía peor, los celos incitaron a los judíos incrédulos a cometer serios delitos contra los
apóstoles y, además, a incurrir en blasfemia e intento de asesinato. (Hch 13:45, 50; 14:19.)
Celos maritales. El celo por el cónyuge está justificado si el motivo es procurar su bienestar, pero
los celos y la desconfianza sin fundamento son incorrectos y carecen de amor; además, pueden
resultar en la ruina del matrimonio. (1Co 13:4, 7.)
La ley mosaica indicaba cómo proceder en casos de celos, cuando el marido sospechaba que su
esposa era adúltera en secreto. Si no había los dos testigos necesarios para probar la acusación de
manera que los jueces pudiesen actuar y aplicar la sentencia de muerte, el procedimiento que
prescribía la ley era que la pareja se presentara ante el sacerdote, el representante de Jehová. Esta
acción constituía un llamamiento a Jehová, que estaba al corriente de todos los hechos, para que
Él juzgara. Si la mujer era adúltera, recibía como castigo directo de Jehová la pérdida de sus
facultades procreativas. Si los celos del esposo eran infundados, entonces tenía que reconocer la
inocencia de su esposa teniendo relaciones sexuales con ella para que diese a luz un hijo. (Nú
5:11-31.)
Se advierte a los siervos de Dios contra la rivalidad. La rivalidad o competencia, tan común en el
sistema de cosas actual, es un proceder impropio. El escritor del libro de Eclesiastés dice: ?Yo
mismo he visto todo el duro trabajo y toda la pericia sobresaliente en el trabajo, que significa la
rivalidad [heb. qin·´áth] de uno para con otro; esto también es vanidad y un esforzarse tras el
viento?. (Ec 4:4; compárese con Gál 5:26.)
Si el siervo de Dios tuviera celos de los éxitos, las posesiones o los logros de otros, podría llegar a
manifestar envidia y codicia, incluso hasta el extremo de envidiar a aquellos practicantes de la
maldad que gozan de prosperidad. Las Escrituras advierten que no se debería dar lugar a que esto
sucediera; aunque parezca que su prosperidad se prolonga, al debido tiempo de Dios recibirán un
juicio rápido, como está escrito: ?No te muestres acalorado a causa de los malhechores. No
envidies a los que hacen injusticia. Porque, como hierba, rápidamente se marchitarán?. (Sl 37:1, 2.)
Envidiar a esas personas puede hacer que se siga tras sus caminos violentos, detestables a
Jehová. (Pr 3:31, 32; 23:17; 24:1, 19; compárese con Sl 73:2, 3, 17-19, 21-23.)
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