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Cuentos sin mordaza

ESCRITORAS
PARAGUAYAS
ASOCIADAS

E D I T O R I A L
© de cada autora
Ellas hablan. Cuentos sin mordaza

© Editorial Arandurã
Tte. Fariña 1028
Asunción-Paraguay
Telefax: (595 21) 214 295
e-mail: arandura@hotmail.com
www.arandura.com.py

Marzo 2017
ISBN:
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

Índice

Prólogo................................................................................................7

Delfina Acosta
Mi primo y yo ............................................................................11

Princesa Aquino Augsten


Ojos ..............................................................................................17

Estela Asilvera
Urgencias IPS .............................................................................23

M. M. Ballasch
Ella en el espejo ..........................................................................31

Olga Bertinat de Portillo


El hombre....................................................................................37

María Irma Betzel


El juego de las letras ..................................................................47

Patricia Camp
La curva perfecta de una derrota ............................................53

Stella Maris Coscia de Martino


El Strogonoff...............................................................................59

Ella Duarte Aranda


Donde vive el Póra ....................................................................67

Lourdes Espínola
Cuando terminan las palabras.................................................75

Cintia de Estay
Soliloquio ....................................................................................81

Norma Flores Allende


Si Blancanieves tuviera wifi .............................................. 85

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ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

Milia Gayoso Manzur


Siberia ..........................................................................................91

Maybell Lebron
Orgullo de familia .....................................................................97

Dirma Pardo de Carugati


El abanico de Ña Gregoria .....................................................103

Lita Pérez Cáceres


Rara............................................................................................109

Irina Ráfols
El chino .....................................................................................117

Luz Saldívar
La estatua de sal.......................................................................125

Lourdes Talavera
La bailarina ...............................................................................133

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ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

Prólogo

Paraguay fue siempre un país de árboles floridos y tie-


rra fértil. Un país que las mujeres levantaron luego de que
fuera devastado por una guerra. Un país donde las muje-
res tienen una voz, que no siempre fue escuchada. Y desde
el principio ha sido objetivo de EPA no dejar que esa voz
muera. Darle resonancia.
En Ellas hablan, cuentos sin mordaza, esta colección de
diecinueve relatos, tenemos diecinueve relatos tenemos
un conjunto de voces heterogéneo, pero armónico. Sus-
penso, humor, reflexión. Algunas un grito, otras un susu-
rro. Y otras un llanto. Un armado de talento que no tiene
miedo de mostrarse, ni de expresar lo que cada una lleva
dentro del alma. Y de allí sale nuestro título, porque es
tiempo de hablar y sin mordazas. Es tiempo de poner los
ojos en la verdad y hacer ruido con ella.
Desde sus mismos fundamentos EPA se ha inspirado
en la idea de dar a las mujeres el apoyo y el espacio de
los que muchas veces carecen, de posicionar a la figura
femenina como parte integral de nuestra literatura, y esta
antología que les traemos hace a esa función. A que las
voces de estas talentosas mujeres sean oídas. Entre ellas,
grandes escritoras que han sido fundadoras y liderado la
entidad, y que hoy siguen presentes. Dejando huellas.
No es la primera vez que el trabajo de un grupo de
socias de EPA se ve entretejido en una obra colectiva, y
así como esas otras publicaciones, que fueron todo un lo-

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ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

gro, tuvieron gran aceptación y difusión, esperamos que


también esta vez nuestras palabras tengan alcance. Y que
sigan viniendo, porque mientras caminemos juntas el ca-
mino será más fácil, mientras caminemos juntas nada es
imposible.
Nadie mira el mundo sino a través de sus propios len-
tes, es por eso que dos personas pueden mirar lo mismo
—sea una situación o un objeto— y ver dos cosas comple-
tamente diferentes. Eso es el arte, porque el arte no te dice
qué sentir, sencillamente te lleva a lo largo del camino. Es
la aventura de descubrir, hacia adentro y hacia afuera. Y
las mujeres de cuya mano te ofrecemos pasear en esta obra
son todas diferentes, en tamaño, color y estilo, sin embar-
go están todas de pie en círculo alrededor del mismo cen-
tro: una historia con corazón. Hay relatos punzantes, tris-
teza, la alegría de crear, sorpresa y hasta un poco de sátira
ingeniosa. Las historias existen para expandir nuestra ex-
periencia humana a donde no podemos llegar, y podemos
ser humanos de mil formas distintas. Eso es lo que nos
hace verdaderamente humanos.
Estas historias son el resultado de la lluvia de nuestra
inspiración y esperamos que al menos algunas gotas cai-
gan en el corazón del lector y lo refresquen.

Melissa Ballasch
Presidenta
Escritoras Paraguayas Asociadas

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Delfina
Acosta
A
(Asunción, 1956). Es poeta, narradora, periodista,
crí ca literaria. Aunque química-farmacéu ca de
profesión, se ha dedicado a la creación literaria des-
de muy joven.
Su primer poemario Todas las voces, mujer… obtuvo
el Primer Premio Amigos del Arte. En relación con
este libro cabe mencionar que el mismo figura entre
las obras más consultadas de la Biblioteca Virtual de
Cervantes. Publicó el poemario La cruz del colibrí. Re-
unió sus cuentos que obtuvieron premios y mencio-
nes en concursos literarios en el libro El viaje. Su obra
Romancero de mi pueblo ganó el segundo premio Fe-
derico García Lorca, lleva prólogo del crí co y poeta
Hugo Rodríguez-Alcalá. Su libro Querido mío ha reci-
bido el premio Roque Gaona 2004. El poemario Ver-
sos esenciales obtuvo el Premio del PEN Club, desta-
cándose su elevado vuelo lírico y lenguaje universal.
En el año 2007 publicó Versos de amor y de locura,
un poemario de amplia difusión. En el año 2009 dio a
conocer su libro de cuentos Guía de cementerio. Sus
obras (cuentos y poesías) están incluidas dentro de
numerosas antologías nacionales y extranjeras.
Mi primo y yo
0

T
enía la edad del limonero de la casa (siete años)
y me relamía los dedos con pensamientos que
acababan descomponiéndome, pues me queda-
ba con los ojos muy abiertos, hasta altas horas de la
noche, sin oír siquiera el violín del grillo que vagaba
por la habitación. O el chistido del búho. Entonces,
mi abuela me acercaba un vaso de leche, diciéndo-
me: “Ya otra vez estás en trance. Mañanita terminarás
loca. Estás de cabra. Tal cual. De cabra. No se debe
pensar en eso a tu edad”.
Me hallaba enamorada.
Mi corazón era un árbol dentro de una casona, un
árbol cuyas ramas crecían rompiendo tejas y aleros
para terminar por crucificar sus nervios en el para-
rrayos. Sus frutas eran el mismo incendio, pues las

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ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

cortinas desaparecían, bajo el fuego, hasta que solo


quedaba una ventana desde la que observaba, melan-
cólica, un horizonte, una línea crepuscular de pájaros
negros en huida.
Me gustaba hablar conmigo misma en un lenguaje
que era la mismísima niebla. O el nubarrón del que
salían las tijeretas bulliciosas.
Pensaba en mi primo como se piensa en la lloviz-
na, en las hojas llevadas por los pasos apresurados de
la gente, en el viento de la lluvia arrastrando una car-
ta desconocida, en la oscuridad de la habitación presa
de su clausura donde parpadeaba la luz fosfórica de
una repentina presencia.
Ya no recuerdo casi las facciones de M. A. Sé que
era inteligente. Sabía trigonometría, botánica, física y
hasta masonería; era el mejor alumno del colegio, so-
lía entrar en crisis nerviosas y me adoraba.
Jugábamos a los indios. Venía a liberarme de la
indiada, que era rebelde (los primos, entonces, ame-
nazaban con dejarme devorar por las hormigas rojas
que iban y venían en un tránsito alocado por el jaca-
randá).
Abrazarme fuertemente, llamarme reina cautiva,
volverme a atar con la piola, formaban parte del en-
tretenimiento.
El juego tenía un guión de muerte, traición y des-
pedidas.
Éramos niños, la sangre nos quemaba las venas;
amaba sus ojos negros animados por la chispa genui-

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ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

na de la genialidad. Solía fijarse en los limones de mi


pecho, pero no se atrevía a morderme, a bajar su cara
sobre mi cara. No era que no queríamos besarnos por
miedo a que nos viera la abuela. Sentíamos el temor
real a nuestra carne, pues nos atreveríamos a todo,
después, si empezábamos por las bocas.
Nos alegraba tomarnos de las manos. Y abrazar-
nos hasta que la inocencia estallara. Mi primo des-
arreglaba mis cabellos; sentía bronca contra mi pelo
lacio. Se suponía que debía enojarme, por lo menos
falsamente. Pero me quedaba fea, quieta ante sus ojos,
con los cabellos desarreglados y el corazón pisando el
vestido y la enagua de mi entendimiento.
Como en las películas del Lejano Oeste, yo era una
india sublevada y herida por el amor de un hombre
blanco, que en breve tiempo retornaría a la civiliza-
ción.
A la noche, tumbada sobre el lecho, pensaba una,
dos, siete veces, en él. Diera cuanto diera porque me
besara.
Imaginaba que iba a la colina y que lo llamaba, al
caer la tarde, y que él aparecía saliendo de mí misma,
de mis alucinaciones, plantándose ante mi figura.
Haríamos el amor bajo la luna escarlata, enorme y
cruzada por una gritona ave nocturna, sobre el pasto
apenas mojado. No iríamos en sangre.
Pienso en mi amor infantil y el alma se me llena de
hojas amarillas y quebradizas. Entonces era pequeña
y me juraba a mí misma que me casaría con M. A.

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ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

Me miro en el espejo: muchos espíritus tristes y


alientos que exhalan el frío de los huesos sepultados
se arriman a la luna del ropero. Hay un llanto, un
murmullo de muertos en la habitación. Y un olor a
jazmines viejos y pasados por agua servida.
Afuera, un perro ladra a otro.
El macho corteja a la hembra. Las moscas vuelan
en torno al cadáver de un gorrión sobre la vereda mu-
grienta. Un niño observa la escena y arroja una pie-
dra contra las bestias.
El espejo me devuelve la imagen de una mujer que
todavía sueña que es niña y que aguarda la llegada,
de un momento a otro, de su primo.
Podría jurar que el amor de la infancia es el más
fuerte de todos los amores.

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Princesa
Aquino
Augsten
Escritora, abogada y escribana. Diplomada en Cultu-
ra del Arte por la Universidad Americana y especia-
lizada en Protocolo y Ceremonial por la Universidad
Católica Argen na. Tomó clases de guión de cine en
Buenos Aires y Asunción. Comenzó a escribir cuen-
tos con el escritor Eduardo Gudiño Kieffer en Buenos
Aires. Es coautora con su hijo Rodrigo Hamuy Aquino
de Pescando estrellas y aprendiendo a volar, tradu-
cido al guaraní por Don Félix de Guarania, y autora
de Cuentos Perversos de Suicidas y Sexo y Suma de
Ecos, traducido al alemán por Elizabeth Bart. Tiene
cuentos publicados en las obras colec vas del ta-
ller de cuentos de Renée Ferrer, Primera Cosecha y
Siembra y Cosecha y en las del taller de cuentos de
Augusto Casola, en libros de la SEP digital y en re-
vistas literarias y colabora desde el 2006 en las dos
publicaciones anuales de la Revista del PEN Club del
Paraguay. Es miembro de Escritoras Paraguayas Aso-
ciadas, de la Sociedad de Escritores del Paraguay y
del PEN Club del Paraguay, de cuya Comisión Direc-
va forma parte.
Ojos
0

E
sa obsesiva manía de Beth de coleccionar ojos en
frascos me causaba, no repulsión propiamente,
sino una molestia extraña en la espalda, en el
cuerpo todo. Algo así como si un bisturí cortara mis
músculos trapezoidales e hiciera un tajo recto sobre
la columna vertebral. Así de fuerte era la sensación
que me provocaba.
Su pequeña colección comenzó con los ojos de la
gallina que mató Berta para Navidad. Lo recuerdo
bien, porque me pidió que la acompañara a la far-
macia para comprar el formol y, de camino, se hizo
con unos ojos de vaca del frigorífico vecino. Colocó
los frascos en el estante del pasillo, pero al verlos la
tía, horrorizada, le pidió que los tirara. Ella mintió di-
ciendo que eran parte de la tarea escolar y acordaron

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ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

que los mantendría en la repisa de su dormitorio, que


era vecino al mío.
Ese año para el pesebre que acostumbraba a armar
en un rincón del patio, porque cada una tenía el suyo,
pintó las viejas pelotas de tenis con ojos y las colgó
como globos. La idea hubiera sido festejada si no fue-
ra por el hecho de que estos ojos estaban destrozados,
heridos, sangrantes. Cada uno más espantoso que el
otro. Todos intentamos convencerla, para que las qui-
tara, pero ella alegó que el pesebre era suyo. Además
quería que Dios pudiera ver claramente lo que pasaba
aquí. Como se quemaban los árboles, dijo señalando
la pelota con los ojos quemados, o los animales muer-
tos que flotaban en el río, representados por la que
tenía los ojos destruidos, los asesinatos y robos vio-
lentos eran los ojos heridos, sangrantes y atravesados
por alfileres y clavos. Fue la primera vez que la tía
propuso llevarla a un psicólogo, pero nadie la escu-
chó. Al no tener hijos nos cuidaba y nos quería como
si fuéramos sus hijas. Ese año claro está que ninguno
de la casa invitó a que vinieran a ver nuestros Naci-
mientos o pesebres. Las fiestas se hicieron tan largas
que el único pedido que recuerdo haberle hecho a los
Reyes Magos fue que se llevaran el pesebre de Beth.
Y por fin ella lo desarmó.
Pero continuó su colección, esta vez fueron un
sapo y el pecado que trajo el tío los que donaron sus
ojos. Hasta llegó a quitarle a Tom sus ojos cuando
murió. Pobre perro, sé que no le servirían de nada,

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ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

pero de igual modo me atormentaba verlos en ese


frasco vecino a los otros de mermelada y mayonesa
Hellmans que usaba para su afición. Puso incluso un
par de ojos de muñecas, lo que asustó mucho a mi
tía, porque el rostro de una muñeca sin ojos es lo más
espeluznante que se pueda ver. Eso dio por resulta-
do que la tía, francamente preocupada, insistiera en
llevarla al psicólogo. Pero el tío, como todas las veces
anteriores, no quería.
Creció su colección de ojos y mi curiosidad. Que-
ría saber el porqué. Fueron varias las veces que le
pregunté, pero no era la única; la tía y muchas otras
personas lo hicieron, pero ella nunca respondió.
Un día llegó del campo la tía Ida –era la que la ha-
bía traído a Beth a vivir con los tíos– y con ella los re-
cuerdos de infancia, incluida la de Beth. Y ya no podía
callar el secreto. No a mí, tía, nadie notó mi presencia.
El campo que está cerca pero parece lejos, porque sus
caminos son de tierra y con las lluvias se vuelven in-
transitables. Y ella jugando en el patio con la tierra, en
el rancho aquel en el que vivía, en el que su madre pa-
rió sin descanso a sus diez hijos. Y ella… parió aquel
engendro de inmensa cabeza que no pudieron evitar
que viera, porque en esos parajes no había médicos y
el veterinario que le salvó la vida asistiendo al parto
de la niña violada sólo pudo aplicar una pequeña do-
sis de anestesia que no fue suficiente para evitar que
despertara en la cesárea, en el momento justo para
ver los desmesurados ojos del niño que salía de su

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ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

vientre. El hidrocefálico que nunca vivió, pero pasó


por su cuerpito y su mente destrozando su infancia. Y
la tía Ida repetía que la nenita sólo pudo decir: ¡Esos
ojos! Con la expresión de pánico en el rostro antes del
desmayo.

20
Estela
Asilvera
A
Nació en Asunción, Paraguay. Es Licenciada en Le-
tras por la Facultad de Filoso a de la Universidad
Nacional de Asunción y Profesora de Educación Es-
colar Básica por el Ins tuto Superior de Educación.
Se desempeña como técnica docente en la Dirección
General de Currículum, Evaluación y Orientación del
Ministerio de Educación y Cultura.
Pertenece a la Sociedad de Escritores del Paraguay
(SEP), al Club del Libro, a Escritoras Paraguayas Aso-
ciadas (EPA) y a la Fundación “Augusto Roa Bastos”.
Escribió Una puesta de sol desde tus ojos, 2013,
poemario bilingüe (castellano-guaraní), Editorial
Servilibro. Bajo la sombra del muä, 2015, poemario
bilingüe (castellano-guaraní), Editorial Servilibro. Es
coautora de Sobre lucha hasta el alba de Augusto
Roa Bastos. Aproximaciones al estructuralismo, la se-
mióƟca y el análisis de texto, 2016, libro de estudio,
Editorial Servilibro.
Recibió en el año 2014 el Primer Puesto en el Concur-
so de Cuentos Cortos organizado por el Centro Cul-
tural de la República El Cabildo, categoría en lengua
guaraní, con su obra Tesay Paha.
Urgencias IPS
0

–P
ase por acá, señora... ¿qué le duele?
Moõitepa hasy ndéve abuela.
Aaayy, ay-na mamá, duele nio.

Entre el vaivén de la corredera, no tanto de los


doctores o enfermeros que por lo urgente del caso
deberían correr sino de los desvencijados pacientes,
niños desnutridos, abuelas noventeras, jóvenes em-
barazadas, mujeres con hernia, gente común con su
¡ay! de dolor al cielo y los del otro lado del mostrador
pidiendo siempre lo de siempre.
–Tu cédula no sirve, está vencida.
Eñatendékatuna hese, okapútama pe hye.
–...mmm, eru la nde cédula. Bueno, ahora tenés que
irte a Archivo, allí te van a dar tu ficha.

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ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

–Elena..., podés caminar hasta allá. Sí, vamos, por-


que sin esa ficha no pasa nada.

–Hola, me podés dar mi ficha por favor...


–¿Tu cédula?
–Aquí está.
–Mm, y no figura tu nombre en el sistema.
–¿Vos sos titular o familiar?
–Y titular soy.
–Nde... tu segundo apellido...
–Y uno nomás tengo.
–Sabés qué... te vas a ir a ver allá en Identificacio-
nes, que te den una declaración jurada y después vení
otra vez aquí.

Mientras, qué importa cada paso que se dé para


conseguir la tan ansiada atención médica; qué im-
porta la hernia estrangulada en el bajo vientre de la
mujer. Elena Aponte solo quería que la atiendan y la
burocracia era interminable.

–Bueno, ahora tenemos que esperar a que te lla-


men para que te atiendan.
–Me picha este tema de esperar, Oscar. Hay como
veinte personas antes que nosotros.
–Tranquila nomás, ya te llamarán.

24
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

Y no la llamaron... la hernia parecía una bolsa de


hielo a punto de congelación, se sentía el intestino
suave como una capa asfáltica.
Oscar trataba de hacerse uno más entre los enfer-
mos de urgencias para ingresar a la sala donde los
jóvenes residentes de medicina organizaban su vida
entre tereré, galletitas de leche y pacientes ensan-
grentados como los últimos accidentados por no te-
ner casco...
–Hola, ¿qué tal?
–¿Quién sos?
–Soy una paciente que quiere ser atendida.
–Ah... pero no tenés cara de urgente...
–Te parece nomás, te cuento que tengo una hernia
aquí abajo... que duele mucho.
–Y pasá aquí al lado, te vamos a revisar.
–Eh..., sos tan joven para ser doctor... sin ofender...
¿cuántos años tenés?
–24, el año pasado me recibí, pero tranquila no-
más, sé muy bien lo que hago.

Entre la niñez del doctor y la estrangulada hernia


de Elena, el mundo allá afuera seguía su marcha coti-
diana y sin demasiados sobresaltos.
El presidente saliente que se aferraba al sillón que
nunca le perteneció y el entrante que es la rama verde
olivo de la esperanza del tan ansiado cambio... edu-
cación, salud, trabajo. La trilogía perfecta para ésta y
para cualquier patria soñada.

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ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

–Ahí está tu camilla, te quedás ya. Seguro mañana


te operan.
–Y... bueno, me quedo entonces.
Domingo 6 de julio, 4 am, sigue siendo un ir y ve-
nir de gente quejumbrosa, de sangre chorreada, de
corazón a medio latir. El cielo cubierto por su piel gris
parece sangrar enormes gotas transparentes sobre la
gran mole de Trinidad llamada IPS Central.
Oscar ya no está... Elena pasó la noche más sola de
su vida, la prueba de que la soledad puede ser mons-
truosamente cruel y eso le pesaba más que la hernia
estrangulada, Dios tiene maneras algo no convencio-
nales de bajarnos de nuestra nube personal y hacer-
nos tocar tierra, la madre tierra.
–Doctor, puedo tomar agua.
–Sí, pero solo un poco.
–Podés traerme, por favor.
–Acá tengo en mi termo. ¿Vaso tenés?
–Sí, aquí está. Doctor, ¿de qué colegio egresaste?
–Del Comercio 1, Administración.
–Y... ¿cómo lo de medicina?
–Y me gustó a partir del cuarto curso.
Elena necesitaba ver agonizar el tiempo, que mue-
ra de una vez. La sala de urgencias se hizo su habi-
tación personal, entre los ocho pacientes que estaban
allí, cada uno con sus dolencias propias, su miseria a
cuestas.

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ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

El reloj invisible jugueteaba con cada uno. Elena


supo de Josefina, quien hacía doce días tuvo su bebé
y estaba ahí peleando para que su apendicitis no la
lleve y deje huérfanos a tres niños pequeños.
También Diego, con politraumatismo de cráneo,
tantas veces se dijo, pero ¡no! Es difícil usar casco. Y
allí estaba él con su mujer menudita, mirándolo, aus-
cultándolo, pidiendo al cielo que se haga su voluntad.
Elena durmió el sueño profundo de los que no
quieren morir...
Y amaneció con la garganta seca, se acordó de su
abuela que no podía simplemente cruzar la calle y es-
tar cerca de ella, la mirada perdida en el techo le decía
que hoy podría ser el último día, debía prepararse. En
silencio decirles a todos hasta pronto...
Un tapabocas y luego, nada. Era caer a un vacío
sin piso y sin techo, poblado por nada.
La sensación de incertidumbre se instaló no solo
en su cuerpo, fue invadiendo su espíritu, la bloqueó
por momentos. Viajó lejos, siempre quiso hacerlo, la
nieve del sur había llamado su atención, sabía de la
existencia de seres que pueden sentir lo que piensas
con solo verte, el centro de los ojos era su medio de
comunicación y aquellos han levantado grandiosas
pirámides subterráneas, donde nadie llega, sí aque-
llos que pueden leer los símbolos que han dejado en
la superficie.

27
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

La dejaron en el quirófano, una aguja en el centro


de la espalda le anunció que se iniciaba el fin, ella lo
sabía y muy en el fondo deseaba no despertar.
La cirugía había comenzado, no duró ni una hora.
Despertó muy lentamente y se incorporó un poco de
la anestesia, un amigo la saludó con un beso en la
frente y ella le dijo: mis piernas... ¿dónde están? El jo-
ven le dijo están aquí, pasará la anestesia y luego será
cuestión de recuperación. Se extrañó un poco, creía
recordar que Paco no estaba en el país y vendría en
seis meses.
Se quedó dormida nuevamente y despertó en un
tiempo que le pareció infinito. Un hombre, en una
lengua extraña, le dijo acariciándole el rostro: ya estás
en casa.

28
M. M.
Ballasch
Nacida en Asunción, Paraguay, Melissa Ballasch es
abogada y escribana por la Universidad Católica
“Nuestra Señora de la Asunción”, con un post-grado
en didác ca universitaria y una especialización en
derecho procesal en la misma casa de estudios. Por
varios años se desempeñó como Responsable del
Área de Jurisprudencia y editora de la Revista Jurídi-
ca La Ley Paraguaya de Thomson Reuters.
Fue Presidenta de la Academia Literaria “San Enrique
de Ossó” del Colegio Teresiano e integrante del Ta-
ller Cuento Breve y forma parte del Salón de Lectura
desde el 2003. Ha recibido premios y dis nciones en
numerosos concursos de cuentos y de ensayos.
Es autora de la novela Águilas sobre el viento (2013)
y coautora de Cuentos con galleƟtas (2012), ambos
libros publicados a través de la Editorial Arandurã,
además de la novela Contemplar el abismo (2016),
editada por la Editorial Servilibro, con la que ganó el
Premio General de Seguros de Novela en su quinta
edición (2015). Sus obras han aparecido en anto-
logías como Y siguen los cuentos (2012) del Taller
Cuento Breve, Cuentogotas IV (2004) del Movimien-
to aBrace, Nueva narraƟva paraguaya (2014) de la
Editorial Arandurã, y en revistas como Acción Coo-
pera va (Paraguay) y Sable (España). Ha publicado
también en el blog Los Forajidos del Yermo.
Actualmente se desempeña como Presidenta de Es-
critoras Paraguayas Asociadas, por el periodo 2016-
2018.
Es socia de la Sociedad de Escritores del Paraguay y
del PEN Club del Paraguay.
Su pasión son los viajes, dentro y fuera de la página,
a los que dedica su empo libre.
Ella en el espejo
0

Y
o amo mi vida, desde las primeras luces del alba
con las que mi alma vuelve desde el reino de los
sueños hasta las altas horas de la noche en que
puedo volver a apagarme; un sueño escaso, pero que
de todas formas consigue cargar la batería a medias.
Lo suficiente.
Yo amo mi vida, cada segundo de cada día, excep-
to ese segundo cada día en que debo enfrentarla a ella
en el espejo, porque nunca es más. Tan breve como el
golpe que te deja sin aliento. Siempre consigo desviar
la mirada primero. Sé que ella, al igual que yo, toda-
vía se acuerda del día en que dos hombres tan dis-
tintos nos propusieron cosas tan diferentes. Detalle a
detalle. Su destino y el mío. Cada vez más lejos el uno
del otro, tanto que tal vez algún día deje de verla en el

31
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

espejo. Yo soy la soñadora, eso espero; ella es la cal-


culadora, probablemente ya ha contado los días que
faltan para que eso suceda. Puede que lleguemos a
separarnos tanto que nos encontremos del otro lado,
el día en que ella se vaya. Y yo también.
Yo soy Les, ella es la Directora Ejecutiva Alessan-
dra Salvatore. Ya ni tenemos el mismo nombre.
Ella se siente sola y no encuentra un alma que
comprenda la suya, y aunque sabe que la oportuni-
dad que dejó atrás era la única: busca; mientras que
mi vida rebosa y yo no encuentro paz en esa soledad
poblada.
Su cabello teñido de caoba está cortado en el más
moderno carré, el mío me llega hasta la mitad de la
espalda, lleno de bucles que llevan días sin batallar la
guerra perdida con el cepillo y de canas que no tengo
tiempo de cubrir.
Yo asisto a las obras escolares de mis hijos que
cantan como si se les fuera la vida, y ella a una ópera
italiana.
En enero yo llevo un alegre vestido floreado apto
para el calor del verano sudamericano, y ella un des-
pampanante abrigo de falsa piel que la protege del
invierno europeo, así como las luces del viejo conti-
nente a veces parecen protegerla de mí.
Yo duermo cuando ella está despierta.
Mientras yo preparo sándwiches para un día de
campo, ella ordena ostras en una habitación del Hil-
ton.

32
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

Ella escancia su Cabernet Sauvignon mientras yo


bebo zumo de naranja.
Como cada mañana, me enjuago el rostro y evito
mirarla. No necesito el veneno de sus ojos negros. Yo.
Amo. Mi. Vida. Tal vez ella cree eso más de lo que lo
creo yo.
Su vida es distinta a la mía, y a pesar de lo mucho
que puede parecer que somos idénticas por fuera, no
nos parecemos para nada por dentro. Excepto en un
pequeño detalle, ese detalle que no puedo perdonar-
me. Yo respeto su elección, ella respeta la mía. No soy
su juez, ni ella el mío, somos simplemente la reina
blanca y la reina negra en el tablero de ajedrez, que
al final de la partida terminan de nuevo, una frente
a otra, en el mismo cofre que guarda todas las pie-
zas. Con los peones, ambas esclavas del mismo día en
nuestra historia. Quizás es ella la que siempre consi-
gue desviar la mirada primero para que yo no vea en
sus ojos lo único que nos sigue uniendo, ese veneno
que ella tampoco quiere, la misma pregunta que hay
en los míos…
Mi puño dio contra el espejo y finalmente grité,
pero aullé por el dolor que tenía adentro y no afuera;
su imagen se vino abajo entre trozos de luz y gotas de
sangre. Me quedé con la esperanza de que, esta vez,
dejemos por siempre de ser la misma mujer.
¿Y qué tal si…?

33
Olga
Bertinat de
Portillo
Reside en Minga Guazú, Alto Paraná, desde 1971. Es
Ingeniera Agrónoma por la Universidad Nacional de
Asunción (1984) y Licenciada en Letras por la Univer-
sidad Nacional del Este (2008).
Desde 2006 co-edita con Damián Cabrera la revista/
espacio de expresión cultural El Tereré.
Por dos años consecu vos obtuvo Mención de Ho-
nor en el Concurso de Cuento Breve “Dr. Jorge Rit-
ter” (Asunción, Paraguay), ediciones XII (2009) y XIII
(2010) con los relatos tulados: “El mensajero” y “El
Teodorito”.
En el año 2012 par cipó en el Taller Literario Bilingüe
Jaheka Ñe’e Porã dictado por Susy Delgado en la Uni-
versidad Nacional del Este; ese mismo año par cipó
de un taller literario impar do por Damián Cabrera.
En el 2012 recibió el 2do. Premio en el 18° Concurso
de Cuentos del Club Centenario (Asunción, Paraguay)
con su obra El peso de una maldición y par cipó
como invitada especial de la Antología 2012 con su
cuento Desde la vereda organizado por la Subsecre-
taría de Cultura de la Provincia de Misiones (Argen-
na).
En el año 2014 recibió una Mención Especial en la
8ª edición del Premio Elena Ammatuna de Cuento
Corto (Asunción, Paraguay) con el tulo Memorias
del Obraje.
En el año 2016 recibió la Tercera Mención en la 10ª
edición del Premio Elena Ammatuna de Cuento Cor-
to con la obra La criadita.
Actualmente cursa una Maestría en “Nutrición de
Plantas y Producción Agrícola” en la Facultad de In-
geniería Agronómica de la Universidad Nacional del
Este y ejerce la docencia en la misma Ins tución.
Man ene desde 2011 el blog “La Bo cA del REcreO”
(h p://olgalauraber nat.blogspot.com).
El hombre
0

E
l hombre miró de reojo la calle polvorienta, un
desgano lo embargó por completo y no se de-
cidió a atravesarla. El calor era sofocante, el sol
reverberaba en el horizonte y del suelo ascendía un
garabato de vapor que quedaba suspendido en el aire
y parecía danzar al compás del silencio de la siesta.
Se refugió del calor bajo el único árbol al costado
de la calle y esperó paciente hasta que la luz fue reve-
lando sus flecos amarillos y el horizonte se volvió un
abanico de varillas desparramadas.
La casa de Florencia quedaba al otro lado del río;
esperar era lo mejor que podía hacer, no tenía inten-
ciones de asustarla, pero estaba seguro de que cuan-
do ella lo viera iba a palpitar. No era de todos los días

37
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

enfrentarse a un fantasma y él estaba muerto; para


todos lo estaba.
Cuando estalló la revolución lo habían baleado
y reportado como difunto, hasta que una enfermera
que atendía a los heridos lo vio en la enfermería y
sintió que respiraba. Enseguida lo trasladaron a un
poblado cercano y luego a la capital para que tuviera
la atención merecida, pero su nombre no fue borrado
de la lista de fallecidos, nadie sabía que él había so-
brevivido y de eso hacía más de dos años; el tiempo
que tardó en recuperarse.
Ahora debía enfrentarse a Florencia, que había
quedado sola con las criaturas, sus dos hijos peque-
ños.
De la calle al río eran escasos metros, pero el des-
gano del hombre no era a causa del calor, más bien
la angustia del reencuentro hacía que él se sintiese
paralizado.
Cuando las primeras sombras de la noche comen-
zaron a irradiarse, el hombre se animó y sintió que no
había llegado aún el momento de reencontrarse con
Florencia y resolvió ocultarse en una estancia a unos
kilómetros de allí, para serenarse.
–Mejor llegar de a poco –pensó y se dirigió a “La
Explanada”, un lugar que él conocía muy bien; allí
pediría trabajo y podría permanecer en el anonimato
hasta que le pareciera conveniente presentarse.
Fue en ese instante que se le cruzaron mil pregun-
tas ¿Y si Florencia ya no estaba allí? ¿Seguiría sola o

38
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

ya habría encontrado un nuevo padre para los niños?


¿Acaso debía esperarlo si para todos él estaba muer-
to? Y fue así, con esa maraña de ideas, que caminó
frenéticamente; la cabeza le retumbaba como un tam-
bor roto cuando llegó a la estancia. La noche avanza-
ba de prisa. La tranquera estaba cerrada, pero el hom-
bre cruzó la alambrada con cuidado y caminó hacia
una luz mortecina que brillaba a lo lejos. Al avanzar
unos metros sintió el ladrido de los perros y apreció
sus zancadas en la oscuridad. No tuvo miedo y siguió
avanzando en la negrura hasta que sintió que los ani-
males lo rodeaban y no pasó nada. Él sabía que era
inmune a cualquier fiera.
–Por algo la muerte me devolvió –pensó.
Al sentir el alboroto de los perros, el encargado de
la estancia salió a la puerta con el farol en la mano y
preguntó vacilante:
–¿Quién está ahí?
De la oscuridad surgió el hombre rodeado por los
perros.
–Atanasio Encina, para servirle. Disculpe llegar
así y tan tarde, pero me hablaron de que aquí ocu-
pan peones y yo soy bueno con la tropa –respondió el
hombre, que había inventado un nombre cualquiera,
el primero que se le cruzó por la mente; él era Anto-
nio Portillo, pero mejor que nadie supiera que esta-
ba allí, si bien para todos él estaba muerto y además
irreconocible a causa de la barba y del pelo largo. La
revolución había terminado, pero el país entero vivía

39
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

aún en zozobra y con cierto temor. Habían ocurrido


demasiadas muertes. Ahora el gobierno conjunto ha-
bía pedido una tregua a los dos bandos. La revuelta
había traído las mismas desgracias nunca olvidadas
de las guerras antiguas; el mismo sufrimiento repeti-
do de familias destrozadas y de un país que tardaba
en levantarse y recuperarse.
El encargado dijo que sí, que necesitaban gente y
que pasara la noche en el galpón.
–Mañana hablaremos –dijo y lo guió hasta un ca-
tre cubierto con una frazada vieja.
Esa noche el hombre dio mil vueltas sobre el catre,
pensaba en su vida antes de la revolución, en sus hi-
jos pequeños, en Florencia y en las vivencias felices a
pesar de las carencias.
–¡Estábamos juntos! ¡Ésa la felicidad! –se dijo y
dormitó con el sueño liviano, interrumpido a cada
rato por los recuerdos que le herían a borbotones.
La mañana lo sorprendió cansado y ojeroso. Se le-
vantó, salió del galpón y el sol lo encandiló con sus
hilos dorados; buscó agua para beber y para asearse.
Cuando estaba sacando agua del pozo llegaron otros
peones que lo miraron con desconfianza.
–¡Buenas! –saludaron cortantes.
–¡Buenas! –respondió el hombre, y sin decir más
caminó despacio y fue a conversar con el encargado
para saber de sus labores.
Luego de llegar a un acuerdo sobre las condicio-
nes del trabajo y la paga, el encargado lo llevó al co-

40
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

medor a servirse el desayuno; el hombre estaba ham-


briento y rápidamente se dirigió a donde estaban los
jarros de cocido negro y las galletas duras, que las
sintió como un manjar.
Pasó un mes y el hombre se miraba diferente, ha-
bía engordado un poco y se sentía más animado; pen-
só que era el momento de rondar la casa de Florencia,
saber algo de ella y de los niños.
El sábado después de terminar la faena decidió ir
al pueblo y cruzar el río. Al llegar a la orilla encontró
al remero sentado en un tronco caído recostado a un
sauce. Sobre el agua, la canoa se meneaba al compás
de las olas mansas que llegaban sumisas al borde ba-
rroso.
–¿Cuánto es? –preguntó el hombre.
–Son 200 pesos la pasada –contestó el remero.
El hombre subió a la canoa, se sentó en la tabla
angosta que cruzaba la embarcación y colocó los pies
en el piso entre maderos y cuerdas viejas; éstos se le
empaparon con el agua que le cubrió el calzado y que
olía a pescado rancio.
Al llegar al otro lado del río, el hombre se apeó y
le dijo al remero:
–Espéreme, le pagaré lo que sea necesario.
El remero asintió con la cabeza y buscó un árbol en
la orilla para guarecerse del sol inclemente. Se puso
de cuclillas y esperó.
Mientras tanto el hombre, con pasos apresurados
se ocultó entre unos matorrales cercanos a la casa de

41
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

Florencia. Se acurrucó como pudo entre las ramas de


los arbustos que cubrieron su cuerpo tembloroso de
la agitación.
Esperó largo rato escondido; llegó a pensar que
Florencia ya no vivía allí, hasta que vio salir al patio
unas criaturas: ¡Eran sus hijos! ¡Cómo habían crecido!
Correteaban de un lado a otro en el patio de tierra de-
trás de un carrito de madera. El hombre no cabía en sí
de tanto regocijo hasta que la vio a ella y el corazón se
le disparó. ¡Qué linda estaba! Tenía el pelo recogido
con una peineta y estaba con un vestido floreado anti-
guo, que él le había comprado una tarde en el merca-
do. Pensó que hubiera sido feliz de verla de negro, de
luto riguroso, pues se sentiría recordado y amado. El
éxtasis del momento desapareció cuando de repente
apareció un muchachón de unos diecisiete años que
traía un bebé en los brazos. Florencia se acercó a él,
tomó al niño y lo besó en la frente.
El hombre afligido miraba la escena y sintió que
todo en ella era felicidad y que él ya no formaba parte
de la dicha de su esposa ni de la de sus hijos.
Como si miles de alfileres le clavaran el cuerpo,
salió apresurado de entre los matorrales tratando de
no ser visto y corrió hasta el río con el corazón brin-
cando descompasado; con la voz entrecortada le pi-
dió al remero que lo cruzara de vuelta.
–¡Vamos, pronto! ¡Ya no pertenezco a este lugar!
–dijo en un tono resentido.

42
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

Cuando llegó a la estancia pidió la liquidación y


se marchó ese mismo día sin rumbo conocido, con la
mente llena de suposiciones, mascullando supuestos
y sufriendo con ellos. Nadie en el pueblo supo que
Antonio Portillo seguía vivo.
Mientras tanto en la casa de Florencia, ella cuida
de los niños, trata de que no les falte nada para co-
mer, por eso el muchachón la ayuda con las labores
pesadas de la chacra y como paga recibe comida y
alguna ropa vieja que pertenecía al marido; es hijo de
su comadre Valentina que a diario le agradece la ayu-
da.
Y Florencia cuida y ama al bebé cuya madre mu-
rió en el parto. Lo hace con amor y desvelo, con la
única condición de que lleve por nombre Antonio,
como su amado esposo muerto hace más de dos años
en la revolución de la patria.

43
María
Irma
Betzel
Bio: Goya (1957), Prov. de Corrientes, Rep. Argen-
na. Está radicada en Paraguay desde el año 1986,
donde formó su familia. Hija del escritor Rodolfo
Pablo Betzel (Premio Nacional Arturo Mejía, Bs. Ai-
res, 1985). Bióloga (UNNE, Rep. Argen na), Inves -
gadora, Lic. en Ciencias de la Educación, Diplomada
en Metodología de la Inves gación Cien fica (UNIBE,
Paraguay).
Posee publicaciones colec vas en Paraguay y en la
Argen na. Entre las individuales se encuentran: Sa-
via Bruta (1998), Cuentos en Fuga - Servilibro (2005),
Virusón (novela infan l, 2006), Los mil y un caminos
- FONDEC (2011), Memorias de un viejo baúl - Fausto
(2011), El ayudante de los genios - Servilibro (2011),
Los 15 de Ana Paula (2015).
Algunos de los premios y menciones obtenidos son:
Primer Premio Concurso de Cuentos Breves Coome-
cipar (1997), Mención de Honor en el Concurso de
Novela Club Centenario (1997), Mención de Honor
en el Concurso de Cuentos auspiciado por la Cáma-
ra de Senadores, la Fundación en Alianza y el Diario
Úl ma Hora (1998), Primer Premio en el Concurso
de Cuentos Breves Coomecipar (1998), Mención de
Honor en el Concurso de Ensayos Rafael Barre orga-
nizado por la Secretaría de Cultura - Paraguay (2014)
con la obra “El ombligo desterrado”, entre otros.
El juego de las letras
0

R
eclinada en su vieja mecedora, la poeta, desier-
ta de inspiración, se había dormido profunda-
mente.
En aquel momento, algunas letras dijeron:
–¡Llamemos a las palabras onomatopoyéticas para
jugar con ellas!
La mayoría apoyó con la cantinela:
¡O-no-ma-to-po-yé-ti-cas! ¡O-no-ma-to-po-yé-ti-
cas!
–¡Un concurso! –propuso alfa (la extranjera sabía
convocar antiguos juegos)–. Las letras que formen la
palabra onomatopoyética más significativa de la his-
toria del mundo se llevará (para enmendar la mala
caligrafía de algunos escribientes) un generoso saco
de tildes.

47
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

Risas. Aplausos. Aceptación total. Entusiasmo.


Algarabía.
Hábilmente, la P y la O propusieron:
–¡Pororó!
–¡Muy bien! –exclamó el Jurado (compuesto por
Alfa, Omega y la sánscrita Pha)–. Pororó es palabra
del nativo idioma guaraní. El maíz, Zea mays, siempre
ha sido fundamental para la alimentación humana.
Marcamos puntaje. ¿Otra?
–¡Tereré!
–¡Ah! Seguimos con el mismo idioma: tereré, infu-
sión estimulante de yerba mate… ¿Otra?
La obesa B, soñaba ganar prestigio alguna vez,
pero por sus dos ventanicos se filtraba el frío viento
suramericano de julio, arrastrando lejos sus ideas.
Al fin, después de varias intervenciones más (hipo,
benteveo, carcajada) hubo una palabra que decidió el
final del juego.
La T y la A, que aparentemente se llevarían el pre-
mio, habían propuesto la cacofónica: ¡TATÁ!
–¡Ah! ¡Otra vez el guaraní! Significa fuego, se for-
mó cuando los primeros hombres americanos golpea-
ban (TA, TA) dos rocas o dos palos secos para crear
chispas.
–¡Oh, sí! El fuego ha sido muy importante para el
desarrollo de la humanidad, permitió sobrevivir con
su calor…
–Brindó resguardo de las bestias…

48
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

–Y con la cocción, los alimentos fueron más tier-


nos y sabrosos –apuntaron las griegas.
Pero el viento, viendo temblar de frío a la B y ade-
más tan triste, tuvo compasión de ella y, al besarla, le
dejó una estela nostálgica de lugares lejanos, de allá
donde se electriza el exótico viento solar…
Y la B, inspirada, se animó:
–Un momento, una más, por favor, solo una más…
–Está bien –asintió el jurado, por cortesía.
Y la B dijo…
–Big…
–¿Big? Es palabra anglosajona, significa grande y
no es cacofónica –cuestionaron.
Y la B aseguró:
–La que sigue sí –y gritó con todas sus fuerzas–:
¡¡¡BANG!!!
–¡Oh! El dedo de Dios en el inicio de todo… –dijo
estremecida, Alfa.
–El fluir hacia el fin de los tiempos… –declamó
Omega.
–¡El misterioso estallido del Creador! –Se maravi-
lló la añosa sánscrita.
Se santiguaron ante la palabra como si ella sola
pudiera arrastrarlos hacia la fisura de un abismo in-
conmensurable.
Ese instante quiso ser eterno. Pero el juego termi-
naba y, otra vez, las letras debían visitar a hombres y
mujeres de buena voluntad que las reclamaran.

49
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

La poeta despertó y signos radiantes de gracia,


emocionaron su mente adormilada.
Entonces, la lámpara de un nuevo poema encen-
dió su luz de alborada.

50
Patricia
Camp
Nació el 26 de agosto de 1983 en Asunción, Para-
guay. Es abogada y notaria, graduada de la Universi-
dad Católica “Nuestra Señora de la Asunción”. Desde
el año 2009 ocupa el cargo de Coordinadora Editorial
en la editorial jurídica “La Ley Paraguaya”, parte de
Thomson Reuters.
Integra el “Salón de Lectura”, coordinado por la escri-
tora Maybell Lebron, desde el año 2003.
A par r del año 2004 obtuvo numerosos premios y
menciones en concursos de cuentos y poesía a nivel
nacional. Sus obras aparecieron en publicaciones de
concursos literarios y en la antología “Nueva Narra-
va Paraguaya” (2014) de la Editorial Arandurã. Su
cuento El paraguas muerto fue incluido en el número
85 (invierno 2016) de Luvina, revista literaria de la
Universidad de Guadalajara, México, en su edición
especial dedicada a autores la noamericanos de en-
tre 30 y 39 años.
Con su pareja, el ilustrador Nabetse Zitro, lleva ade-
lante el blog “Los Forajidos del Yermo” (h p://los-
forajidosdelyermo.blogspot.com), orientado a com-
par r las experiencias de ambos con otros escritores
y dibujantes.
También se desempeña como editora freelance.
Es coautora de Cuentos con galleƟtas, obra publicada
originalmente en el año 2012 por la Editorial Aran-
durã y en versión digital en 2016 por Japeusa Edicio-
nes. Para principios del 2017 prepara el lanzamiento
de su próximo libro de cuentos.
La curva perfecta
de una derrota
0

A
penas había llegado a la oficina cuando tuvo la
certeza de que ese día terminaría resignándose,
otra vez, a una estrepitosa derrota. Los globos
–adornando el escritorio de cualquier compañero de
trabajo– eran siempre un pájaro de muy mal agüero
para su infinita dieta. Todavía no eran ni las ocho y
media y su fuerza de voluntad empezaba a flaquear
de solo imaginar las posibilidades.
Cuando terminó de revisar y responder correos
electrónicos, a eso de las nueve, la pregunta rondaba
su mente como el predador a su presa. ¿Cuál sería la
elección del departamento de la cumpleañera? Repasó
los últimos acontecimientos: torta, helado, pastafro-
la… Mientras esperaba que el programa de conferen-
cias remotas la conectara a otra reunión virtual donde

53
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

pasarían más de cuarenta minutos discutiendo sobre


cualquier otra unidad de negocios de la región me-
nos la suya, su mente navegó el hondo río de los re-
cuerdos hasta llegar a ese día cuando –casi diez años
atrás– festejaban su primer sueldo con un sólido com-
bo de pizzas. ¡Cómo pasaba el tiempo! Siempre le sa-
caba una sonrisa comparar cuánto habían costado las
pizzas en aquel entonces y cuánto costaban ahora. Lo
único que no cambiaba, por suerte, era su sabor. En
un mundo en constante cambio, lo único permanen-
te, lo único fiable, era la sensación de satisfacción que
dejaba un buen plato de comida.
Mientras, en sus auriculares, los distintos acentos
que marcaban las diferencias de ubicación –así como
las de pensamiento y enfoque– se mezclaban en una
desordenada sucesión de quejas, requerimientos, in-
sistencias y capitulaciones, una presencia captó por
completo su atención y la de sus colegas.
–A las once vamos a comer bocaditos en la coci-
na –dijo el jefe de la cumpleañera, apoyándose en el
marco de la puerta de la oficina de ellos.
Bocaditos. El lejano murmullo de la reunión se
fue perdiendo como las ondas en la superficie de un
lago, tras el impacto del concepto perfecto. Bocaditos.
Nunca se lo había confesado a nadie pero esa era su
palabra favorita de todas las que daban forma a ese
mundo suyo, demarcado por el idioma venido de la
lejana Castilla. Todos hicieron gestos afirmativos y
siguieron con sus tareas. O fingieron hacerlo, como

54
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

ella, que ya había perdido por completo el interés en


aquel ámbito del cual se había ausentado definitiva-
mente al escuchar esas cuatro sílabas capaces de ha-
cer vibrar las fibras de su corazón. De su estómago,
mejor dicho, que –como todo el mundo sabe– es la
puerta de entrada al corazón. Contó los minutos fal-
tantes para las once y empezó a fijarse en cómo se
desgranaban, cual presidiario que marca en su celda
los días de encerramiento que va dejando atrás.
Terminó la reunión. Pero siempre habría más co-
rreos para responder, más notas por revisar, plani-
llas por llenar, llamadas que atender. El sinsentido de
una vida en la cual las obligaciones se repetían hasta
el infinito, en una lista de pendientes que no hacía
sino crecer, por mucho que uno se esforzara en tachar
elementos.
Pero cuanto permitía seguir era el hecho de que,
así como se repetían las obligaciones, también se re-
petían a diario esas maravillosas simplicidades de la
vida.
Porque llegaron las once, la hora establecida para
saltar del escritorio y dejar atrás la rigidez de cuan-
to uno debe hacer, para abandonarse en el placer de
aquello que uno quiere hacer.
Y ahí estaban todos los bocaditos. Ordenados en
la bandeja, hermosos en su pequeñez amasada por
manos expertas, cariñosas, capaces de moldear pe-
queñas dosis de felicidad selladas al calor del aceite.
Y ahí estaban también ellos, inquietos, expectantes de

55
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

la señal que dejara vislumbrar las puertas del Edén


perdido.
La señal que finalmente llegó cuando sonaron las
últimas y desafinadas notas del “Que los cumplas fe-
liz...”.
Y mientras, enamorada como la primera vez, aca-
riciaba –sin que nadie lo notara– la cálida curva per-
fecta de una croquetita, se dijo a sí misma que la vida
era demasiado corta y se entregó al pleno disfrute de
su derrota.

56
Stella Maris
Coscia de
Martino
M
Nació en Asunción en febrero de 1942. Forma parte
de Escritoras Paraguayas Asociadas (EPA) desde su
fundación, es socia de la Asociación de Amigos de
la Academia de la Lengua Española y miembro de la
Fundación de Amigos de Arte de Asunción.
Es profesora elemental de piano y en los empos del
Colegio Internacional, donde cursó sus estudios pri-
marios y secundarios, par cipó de la Academia Lite-
raria del Colegio. Gracias al impulso de sus profeso-
res Manuel Argüello, Carlos Villagra Marsal y Rubén
Bareiro Saguier comenzó a escribir cuentos.
Es Licenciada en Servicio Social recibida de la UNA y
en 1991 se graduó en le Escuela de Bellas Artes de
la Universidad Nacional de Asunción como ar sta
plás ca. Desde entonces expone periódicamente sus
obras en galerías de nuestro medio.
Desde 1994 es parte del Taller Literario Cuento Bre-
ve, dirigido entonces por el profesor Hugo Rodríguez
Alcalá, luego por Dirma Pardo de Caruga y hoy por
Stella Blanco de Saguier, del que es socia hasta la fe-
cha.
Como ar sta plás ca ha realizado el diseño de tapa
de obras literarias como: Mi pariente el cocotero de
José María Rivarola Ma o y la novela Savia bruta de
María Irma Betzel.
En 1995 obtuvo un premio por un cuento en el Club
Centenario que fue publicado en la revista mensual
del Club.
En el 2007 lanzó su primer libro de cuentos indivi-
dualmente. Se encuentra preparando la publicación
de uno próximo.
El Strogonoff
0

H
acía ya tiempo que los Fernández pedían a su
madre que les preparara un strogonoff, pero
Elena, siempre inquieta y ocupada en cosas tan
diversas como dispersas, nunca se decidía a compla-
cer este pedido.
Así un buen día, y precisamente en el día de la
Candelaria, su cumpleaños, ella se dispuso a cocinar.
La familia era numerosa, necesitaba que el menú fue-
ra abundante; para sus hijos y su marido y demás co-
mensales.
Y aún más porque de este festejo iban a partici-
par su hermana menor, su marido, sus seis hijos y la
madre de Elena, viuda; lo que constituía sin duda un
número considerable de invitados.

59
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

A Elena eso no le preocupaba, acostumbrada es-


taba a recibir en su casa asiduamente a las amistades
de sus hijos. A propósito uno de ellos, un norteame-
ricano, que había llegado al país, fue a hospedarse en
casa de los Fernández, y también participaría de la
cena.
Ella era una buena cocinera, desde temprano se
esmeró en el solicitado strogonoff: lo hizo de carne
vacuna, de pollo y de cerdo, preparó además otras
guarniciones que acompañaban al infaltable arroz.
Para las nueve de la noche, hora en que sus hijos
volvían del trabajo, la facultad o el colegio, del inglés,
la computación, la danza o el piano, todo ya había
sido dispuesto.
El hogar rebosaba de alegría con la larga mesa
tendida, los puestos ubicados y los preparativos a la
espera de los invitados, que iban llegando.
Fue entonces cuando llegó el marido de Elena y
le comentó por lo bajo que en su consultorio se ha-
bía enterado de que esa noche habría en el país cierta
inestabilidad política.
Elena ni le escuchó, atareada con la casa, no le dio
importancia, bien sabía ella que el gobierno de en-
tonces era muy fuerte, prueba de eso era que, pese a
todo, se mantenía en el poder hacía ya 35 años. Y fue
por eso que siguió con los preparativos de la cena.
Al rato, cuando la viuda llegó, el teléfono había es-
tado sonando insistentemente, pero entre el alboroto
de la bienvenida nadie alcanzó a atenderlo.

60
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

A solas y un poco asustada, la madre de Elena ha-


bía contado a su hija que varios camiones cargados
de “verdeolivos”, transitando uno tras otro, como en
los desfiles (pero a las 9:30 de la noche), había visto
por las calles oscuras desoladas, cerca de su casa.
Elena no le prestó atención. Entusiasmada, siguió
sirviendo las picaditas.
El teléfono sonó de nuevo y sin parar, por lo que al
atender Elena oyó que su hermana se disculpaba, no
iría al festejo porque “cosas raras estaban ocurriendo
en mi barrio” (camino al aeropuerto), le dijo.
Elena pensó que su hermana fue siempre muy
aprensiva; le hizo caso omiso y enseguida se dispuso
a servir la cena.
Y se trajeron las fuentes a la mesa y entre el ruido
de los platos y copas en pleno festejo, nadie se dio
cuenta de que en la ciudad desierta se escuchaban al-
gunos disparos, aislados al comienzo, pero cada vez
más y más; y sus ecos llenaban el vacío y la negrura
de la noche.
La madre de Elena, ansiosa, terminó la cena y al
cabo quiso volver a su casa. El nieto que la llevó, para
tranquilizarla esa noche, se quedaría a dormir con
ella.
En casa de su abuela, cerró rápido y trancó puer-
tas y ventanas, había visto por ahí unos tanques de
guerra con grandes cañones que se desplazaban ve-
lozmente hacia el centro de la ciudad.
Perpleja, la viuda llamó a su hija y se lo contó.

61
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

Y fue en ese mismo instante en que Elena terminó


de hablar y todavía con el auricular en la mano, la
comunicación se cortó y sobrevino un apagón.
En total oscuridad, desde ese momento, todo lo
habido a su alrededor comenzó a temblar: su casa,
sus ocupantes, su barrio, la ciudad. Y porque la casa
de Elena se hallaba ubicada entre la residencia del
presidente (Mburuvicha Róga) y la guardia presiden-
cial (Batallón Escolta) los estruendos y estampidos
de las armas, los impactos de las ametralladoras y de
los potentes cañones, los amenazantes disparos y los
estrépitos de las metralletas en aquel negro cielo con-
vertían a la casa, esa noche, en la casa del terror.
Mientras sus ocupantes, tirados por el suelo con la
radio encendida, escuchaban las noticias; el huésped
norteamericano, espantado en su primera noche en
el Paraguay, pensaba con angustia que había llegado
a un país revoltoso, con amotinamientos frecuentes.
Mucho tiempo pasó para que cambiara de opinión.
Ya cerca del amanecer, el terror de la familia llegó
al colmo cuando escucharon que unos aviones sobre-
volaban con la intención de bombardear.
En ese mismo instante, una proclamación del Jefe
triunfador hizo que los disparos amainaran.
La familia, aliviada y expectante, escuchó enton-
ces el comunicado a la población de que se formaría
un nuevo gobierno.
Apenas cesó el fuego, bien temprano, los Fernán-
dez se volcaron a las calles de su barrio, tal como los
habitantes de la ciudad lo hicieron con flameantes
62
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

banderas, se reunieron en el centro a festejar el cam-


bio.
Pero aquella vez, éstos no vieron, como los Fer-
nández, que grandes camiones levantaban a esas ho-
ras a paladas los cuerpos destrozados de los muchos
soldados muertos en combate (nunca se supo el nú-
mero). Se encontraban dispersos cuan ancha y larga
era la Avenida Mariscal López.
Horrorizados, volvieron a la casa hacia el medio-
día, hambrientos.
Fue cuando, oronda, Elena les sirvió el sobrante
strogonoff.
Y lo siguió sirviendo después hasta el hartazgo y
por muchos días más, aquello de los comensales au-
sentes: la gran cantidad del sobrante de strogonoff.

63
Ella
Duarte
Aranda
A
Es escritora, periodista, docente y consultora. Nació
en Asunción, Paraguay, en el año 1953. Trabajó en
polí cas públicas para el desarrollo desde 1988 en
Bolivia, República Dominicana, Hai , Argen na, Bra-
sil, Uruguay, El Salvador, Guatemala, Costa Rica, Hon-
duras, Perú y Paraguay.
Según su propia declaración le fue posible conciliar
sus trabajos técnicos con la literatura porque “soy
una gran lectora. Muy crí ca. Mi trabajo como con-
sultora internacional me llevó a vivir en doce países
diferentes. En cada país tenía que conocerlo y enten-
derlo. Entonces no solo leía los informes técnicos,
también leía a sus historiadores, a sus poetas, a sus
novelistas y la prensa. Fue un aprendizaje muy gran-
de que enriqueció mi acervo”.
Su formación académica inicia con un Bachillerato en
Ciencias y Letras en el Colegio Nacional de Niñas y
prosigue a nivel de grado y postgrado en las áreas
de finanzas, polí cas públicas y ges ón de proyec-
tos para el desarrollo en la Universidad Nacional de
Asunción, en la Universidad de San ago de Chile y
en ins tutos de capacitación de organismos mul la-
terales.
Es conductora del programa radial “Cómo y por qué”
por la 920 AM Radio Nacional del Paraguay. Colaboró
y colabora como columnista de opinión en varios pe-
riódicos y revistas del país.
En 1999 la Editorial El País del Diario Úl ma Hora pu-
blicó su libro Paraguay, el futuro es posible, una pro-
puesta de diálogo para construir la prosperidad, un
ensayo de prospec va polí ca, económica y social.
Tiene un blog de poesía tulado “Te doy mi palabra”.
Su primera novela La mujer que escribe ganó el Pre-
mio Lidia Guanes 2016 y fue publicada por Editorial
Servilibro.
Donde vive el Póra
0

A
noche llegué muy tarde a la casa de abuela. Ella
me abrió la puerta, adormilada. Habría esta-
do durmiendo y posiblemente la desperté. Me
condujo directamente a su dormitorio.
–Descansa aquí –me indicó.
Me acosté en la cama amplia y con dosel de made-
ra torneada del que pendía un mosquitero cuadrado
de tul, bastante amarillento. Esa cama me hizo evo-
car épocas pasadas, cuando jugábamos con mis her-
manas a la casa de muñecas bajo ese dosel, y donde,
cuando abuela no nos miraba, saltábamos sobre el
colchón para ser rebotadas por el elástico. Hacía tanto
tiempo de todo eso…
Quise darme un baño, pero me venció la pereza.
Me acosté vestida y me quedé dormida de inmediato.

67
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

Cuando desperté, había perdido la noción del tiem-


po. Tenía el cuerpo adolorido, tal vez por el viaje tan
largo. Había salido de Encarnación al mediodía y lle-
gué a Asunción al anochecer.
No me explico por qué me quedé a dormir en casa
de abuela en vez de ir directamente a casa. Como sea,
había dormido aquí y no podía sino compartir con
ella el desayuno antes de marcharme, aunque solo
fuera por cortesía.
La casa de abuela es en realidad un caserón muy
amplio, construido a mediados del ochocientos, con
techos altos y aberturas también muy altas que ya
no se estilan. Está en la loma Sansón, al lado de la
escalinata en cuya cima han puesto el monumento
a los Comuneros. Existían otras casas similares en
la loma, con vista hacia el centro de la ciudad, pero
fueron vendidas y derribadas para construir en sus
sitios casas de dos o tres pisos que apenas alcanzan
la altura de las viejas casonas. Las nuevas casas han
transformado el barrio. Todas parecen seguir un mis-
mo mediocre patrón de diseño: garajes y salones co-
merciales que se alquilan en la planta baja, un zaguán
que conduce a la sala que se abre al patio y conecta
con una escalera a la planta alta. Las habitaciones de
estas nuevas casas son muy calientes, tal vez por eso
se han puesto de moda los acondicionadores de aire
con sus cajas cuadradas de metal que las nuevas fa-
chadas exhiben casi con ostentación.

68
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

La casa de abuela tiene un recibidor amplio que


da a la sala y al corredor que conduce a los dormito-
rios, uno detrás del otro, y finalmente a la cocina y al
servicio sanitario. Todavía no entiendo por qué me
cedió el dormitorio principal, que es el suyo, y ella se
acomodó en una habitación del fondo.
Me dirijo hasta la cocina donde hay una peque-
ña mesa con cuatro sillas. Abuela me ofrece un mate.
Afuera sigue obscuro, pero seguro que pronto ama-
necerá. Hace bastante tiempo que no visito a mi abue-
la. Para ser sincera, extraño tomar el mate con ella en
las madrugadas. En la cocina hay otra mujer. Parece
ser menor que yo, pero bastante chapada a la antigua,
por su vestimenta y su peinado.
–Ella es tu tía Luisa. Se llama igual que vos –nos
presenta abuela.
Recuerdo haber visto a la tía Luisa, pero solo en
fotografías. Yo me había hecho la idea que ella había
muerto antes de que yo naciera. Pero es evidente que
no fue así. Tal vez tuvo algún desliz y se fue a vivir al
extranjero y la familia la ignoró al punto que la con-
siderábamos muerta. Suele ocurrir. Abuela no me da
mayor explicación y yo prefiero no preguntar nada
frente a la tía, que también permanece callada.
–Tengo que ir a casa, abuela. Mi marido y mis hi-
jas me están esperando desde anoche.
Abuela me mira.
–Terminemos el mate –dice finalmente.

69
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

Observo a través de los vidrios de la ventana. La


noche es extrañamente obscura, tal vez porque está
muy próxima la aurora. No se ve nada afuera. Nin-
gún vecino tiene las luces prendidas. Tampoco está
encendido ningún faro del alumbrado público. Afue-
ra, la ciudad duerme a obscuras. Continuamos dos
ruedas del mate. Luego yo me levanto.
–Me voy aunque todavía no amanezca –digo–.
Quiero ver a mis hijas.
Abuela agacha la cabeza. Se queda en silencio un
buen rato. Luego me mira y habla.
–¿No te has dado cuenta?
–¿Darme cuenta de qué, abuela?
–Esta casa se vendió después de mi partida. En su
lugar hay ahora un edificio de varios pisos.
Recuerdo todo, de golpe. Abuela había muerto
diez años atrás… Ella ni siquiera había conocido a
mis hijas. La casona quedó mucho tiempo abando-
nada, mientras duró la sucesión. Las habitaciones se
llenaron de telarañas. Las puertas y las ventanas se
fueron desvencijando y en las noches de viento fuerte
las hojas se golpeaban unas con otras. La gente del
barrio decía que allí vivía el Póra. Finalmente, la casa
se vendió hace un par de años, fue demolida y en su
lugar hoy se levanta un edificio.
–Abuela, ¿dónde estamos?
–En una dimensión donde la mente no encuentra
límites para desarrollar todo su poder porque no exis-
te nada más... Lucía fue la primera en enterarse de

70
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

tu accidente. Cuando tuvimos certeza que vendrías,


decidimos imaginar esta casa para recibirte. Sé que
te gustaba jugar acá. Pensé que así te sería más fácil
acostumbrarte a esta nueva dimensión. Y lo estás ha-
ciendo bien, porque, si puedes ver la casa, es porque
eres capaz de imaginarla.
Vuelvo a mirar a través de la ventana. Nos rodea
la nada. Pienso en mis hijas. No puedo recordar sus
caras. Tampoco quiero imaginarlas.

71
Lourdes
Espínola
Bio: (Asunción-Paraguay). Es poe sa, diplomá ca y
crí ca literaria. Doctora en Odontología, Master en
Salud Pública y Administración con Diploma de Exce-
lencia Académica de la South West Texas State Uni-
versity, Licenciada en Literatura Hispana e Hispanoa-
mericana –Cum Laude– de la North Texas University,
Texas, Estados Unidos. Concluyó sus estudios docto-
rales en Filología y Letras Hispánicas e Hispanoame-
ricanas en la Universidad Complutense de Madrid,
España. Posgrado en Relaciones Internacionales y en
Protocolo en la Universidad de Alcalá, España.
Como poe sa escribió las siguientes obras: Visión del
arcángel en once puertas (1973); Monocorde ama-
rillo (1976); Almenas del silencio; Ser mujer y otras
desventuras (1985) (inglés-español), La tudes Press,
Texas - EEUU; Tímpano y silencio (1986); La estrate-
gia del caracol, Manrique Zago Ediciones, Buenos Ai-
res, Argen na; ParƟdas y regresos; Encre de femme/
Tinta de mujer (español-francés) Indigo Edi ons, Pa-
ris - Francia; Le mots du corps/Las palabras del cuer-
po, Indigo Edi ons, París. Francia (español-francés).
As Nupcias silenciosas, Edicioes Quasi - Portugal;
Desnuda en la Palabra, Ediciones Torremozas, Ma-
drid, España; la novela Viaje al Paraíso, entre otras
publicaciones.
Se desempeñó como Consejera en la Embajada de
Paraguay en España y luego en Portugal. El gobierno
de los EEUU la nombró ciudadana honoraria del es-
tado de Texas por sus méritos literarios. Elegida la es-
critora extranjera del año 2005 en Francia. Fue con-
decorada por el gobierno francés con la Orden de las
Artes y las Letras en Grado de Caballero. Su poesía
ha sido premiada con el Primer Premio Internacio-
nal San ago Villas - Estados Unidos. Primer Premio
Sigma Delta Phi - Estados Unidos. Primer Premio de
Poesía La Porte des Poetes, París - Francia. Fue gana-
dora del Premio Nacional de Poesía “Hérib Campos
Cervera” en el 2012 y Mención de Honor del Premio
Nacional de Literatura.
Sus obras fueron traducidas al inglés, al francés, al
italiano, al portugués y al alemán. Ha sido Secretaria
General de la UNESCO-Paraguay y en la actualidad se
desempeña como Directora de Relaciones Culturales
y Turismo de la Cancillería Nacional.
Cuando terminan las palabras
0
A mi madre

“M
e enredo”, esa frase la repite como un lema,
pero nunca es lo mismo...
Es como el llanto de un bebé que a ve-
ces es cansancio, otras hambre, sueño, aburrimiento
o pañal mojado.
A veces significa “estoy desorientada”, “me mareo al
ponerme de pie”, otras “no recuerdo” y otras “no encuen-
tro la palabra precisa para decir algo”, es como si su vida
se hubiese convertido en un laberinto.
“Cada día trae su propio afán”, dice la escritura y
cada día es una sorpresa inesperada; porque hay días
espléndidos donde conversamos de poesía, los ami-
gos en común o reflexionamos sobre la vida en fami-
lia, días en que nos recuperamos la una a la otra, nos
reconocemos y sonreímos largamente.

75
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

Están los otros días, cuando su tristeza es tan pro-


funda que lo demuestra con un desinterés por todo,
hasta por sí misma; días sin futuro.
Me toca justo ahora cuando mi futuro es hoy, yo
tampoco planeo futuros, construyo hoy, me apeno
hoy, escribo un libro ahora, no duermo preocupada
o canto, río.
Cuando los años quedan atrás, la perspectiva de
proyectarse es otra, somos inmediatistas, sin impa-
ciencia todo envuelto en un paño filosófico.
Entonces nuestras vidas se tocan como ovillos de
una misma madeja que cambió de color, pero no de
trama, y juntas sumamos un tejido.
Cuando era pequeña, recuerdo los suéteres que
ella me tejía para el invierno, o juego con las medias o
con los chalecos; juntas escogíamos los botones para
los ojales y todo era un proceso que podía tardar un
año entero.
En el silencio aprendo tanto de su vida, su afán
por el arte, su sueño de mejorar la patria y también la
certeza de la ingratitud que recibió de quienes pien-
san que es un logro ignorar la virtud del otro.
La verdad cae con su peso, porque el mundo no
acaba en la pequeña aldea y porque la narración hu-
mana es una historia larga donde se terminan desve-
lando las ocultaciones.
Hay una bandada de loros de visita en casa a la
hora del atardecer, se esconden en los pinares frente
al predio vecino, entran y salen ruidosos; me recuer-

76
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

dan otros que pasaban de mañana en casa de mis pa-


dres.
La imagen está fijada en mi mente: mi padre to-
mando un mate conversando con mi madre y los
loros en su bullicio con el despliegue de colores ilu-
minando la arboleda del patio con una sinfonía de
verdes y amarillos.
Esa hora de la mañana era la del optimismo, la
vida se desplegaba ante el amanecer y se abría la ilu-
sión de una buena jornada.
Los ritos cotidianos se convierten en reloj, mar-
can el tiempo del baño, la comida o la siesta, por eso
cuando repite la pregunta ¿qué hora es? es más fácil
responder: la hora de la merienda o la hora de acos-
tarse.
Ahora, la columna que sostiene la vida son esas
repeticiones, buscando una brújula de normalidad en
la memoria.
Los recuerdos se convierten en raíces y afincan el
tiempo en ese pasado donde la soledad era impen-
sable y cada día era distinto; todo lo opuesto a hoy,
que es como una larga espera frente a una puerta si-
lenciosa.

77
Cintia
de Estay
Nacida en Córdoba, Argen na, en 1979, de padres
paraguayos y residente en Asunción desde el año
1986. Es arquitecta egresada de la Universidad Cató-
lica de Asunción, ins tución en la cual se ha desem-
peñado como docente de la cátedra Introducción a la
Historia de la Arquitectura.
Cuen sta y narradora, ene obras premiadas en con-
cursos literarios. En sus escritos desdibuja las líneas
temporales y espaciales, transformando lo fantás co
en co diano y desafiando al lector a deshacerse de
las estructuras mentales preestablecidas.
Su cuento Detrás de los párpados ha sido incluido en
el Módulo de Lengua y Literatura Castellana, dentro
de la Campaña de Apoyo a la Ges ón Pedagógica a
Docentes en Servicio 2011 del Ministerio de Educa-
ción y Cultura.
Fue seleccionada para la edición Nº 85, tulada
“Treinta y Tantos”, de Luvina, revista literaria de la
Universidad de Guadalajara, como una de las voces
destacadas entre los escritores la noamericanos
menores de 40 años.
También, El Catafalco fue adaptado como guión tea-
tral y seleccionado para presentarse en la Primera
Edición del proyecto Teatro Mbyky, en el mes de ju-
nio de 2016, con los primeros actores Silvio Rodas y
Omar Mareco y la dirección de la autora.
Es colaboradora de pres giosas editoriales paragua-
yas en el área de corrección de texto, desempeñan-
do ese rol también en la publicación de la Revista de
la Sociedad de Escritores del Paraguay, de la que es
miembro desde el año 2013.
Su antología de cuentos Ingrávidos, cuentos para
flotar fue editada en julio del 2016 bajo el sello Ser-
vilibro, con el patrocinio de la Sociedad de Escritores
del Paraguay, y presentada por la Premio Nacional de
Literatura 2015, la Sra. Maybell Lebron.
Soliloquio
0

D
eslizando las manos sobre el algodón, liberé
uno a uno los botones de mi disfraz. Lo tiré so-
bre una silla y me dirigí descalza al jardín.
Me vestí de luna, adorné mis cabellos con jazmines
recién cortados y me coloqué pendientes de estrella.
Fragante de veranos ardientes, aturdida de infini-
to, me puse a caminar. Cada tac tac de mis dedos era
un viaje de ida y vuelta al universo.
Aquella, la que yo era cuando no era, ¿quién era?
Prisionera de un tirano de acero que palpitaba en
sus muñecas con los latidos eternos del tiempo. Bajo
su blusa palpitaba otra.
Nos mirábamos cada mañana mientras yo des-
prendía los jazmines de mis cabellos y ella se ataba
una cola. Yo me desnudaba de mi vestido de plata y

81
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

ella abrochaba su blusa y sujetaba su falda a su cintu-


ra. Terminaba por sacarme los pendientes estelares y
ella se sumía a la dominación de acero y cristal.
Nos mirábamos largamente y sonreíamos. El café
humeaba en la mesa del desayuno y el tic tac la apre-
miaba. Le guiñé un ojo y se marchó.
Y yo quedé aquí, en el suspenso de la frase incom-
pleta que ella dejó en esta hoja mientras se iba a vivir
mi vida.

82
Norma
Flores
Allende
A
Nació el 10 de julio de 1989 en San Salvador, El Sal-
vador (Centroamérica), de padre argen no y madre
paraguaya. Vive en Asunción, Paraguay, desde hace
más de una década y posee la nacionalidad de tal
país. Su primer libro, Memorias del Planeta Extraño,
conjunto de poemas y cuentos en torno al cosmos y
a la humanidad, obtuvo una mención de honor en el
Premio Municipal de Literatura 2016, otorgado por la
Municipalidad de Asunción.
Escribe poesía, cuentos, microcuentos y guiones de
cómic con par cipación en publicaciones de histo-
rieta paraguaya como Epopeya y Caos Quest, pero
también aspira a concluir sus novelas inéditas y a
expandir sus horizontes literarios. Es fundadora y
forma parte de la organización AkãBOOM, dedicada
a la difusión de las artes y de la cultura en Paraguay
por medio de eventos, ferias y talleres. Es actual vice-
presidenta de Escritoras Paraguayas Asociadas (EPA)
en el periodo 2016-2018 y miembro de la Sociedad
de Escritores del Paraguay (SEP).
Si Blancanieves tuviera wifi
0

–N
o tiene saldo suficiente para realizar esta
llamada –profirió la voz mecánica.
Los pasos resonaban impetuosamente
en el castillo. –No puede ser, no puede ser –refun-
fuñaba la bella Reina, inmejorablemente hermosa y
de mirada de jade–. No puede ser que haya otra más
bella en este reino que yo.
–No puedo realizar llamadas –escribió la adoles-
cente, de ojos de selva y rasgos de escultura clásica–,
pero tengo conexión a internet, ¿qué te parece? –ter-
minó de tipear la jovencita a algún destinatario que
no conocemos todavía.
–Hoy le preguntaré a ese necio espejo quién es
esa. De seguro el espejo es obsoleto y ya no entiende
más nada, no sabe de belleza. Si belleza solo puedo

85
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

ser yo, la Reina. Una ya no puede fiarse de los espejos


mágicos hoy en día.
Será una videollamada. La muchacha por lo me-
nos verá el rostro de espejomágico por primera vez,
con quien llevaba chateando desde hace meses. Al fin
la oportunidad de ver al mejor amigo que pudo ha-
ber tenido ella, mejor que cualquier amiga envidiosa
posible. Él sí entendía su belleza y no tenía dobles in-
tenciones, porque bien le hizo saber varias veces que
era gay. ¡Qué lástima que era gay! De no haberlo sido,
hubiese sido su príncipe ideal.
–Espejo mágico, dime hoy, quién es la más bella
–gritó enloquecida la Reina del castillo.
–Estoy ocupado, Reina. Hoy no puedo atenderte.
–¡Espejo atrevido! ¡Cómo vas a hablar así a la Rei-
na!
En el chat apareció un usuario extraño debajo de
espejomágico, Reina. La joven se preguntó, ¿quién será?
Encendió la cámara pero solo se veía a ella misma.
–Te he dicho respetuosamente, Reina. Hoy no
puedo atenderte. Eres hermosa, pero pude encontrar
a alguien más bella que tú. Mucho más, porque no es
vanidosa.
–Muéstrame de una vez quién es ella.
Finalmente, el monitor mostró a la adolescente a
una mujer muy hermosa, de unos 35 años. ¿Qué era
esto? ¿Dónde está espejomágico? ¿Qué juego es éste?
¿Qué intenciones tiene esta mujer?, fueron algunas
de las interrogantes en la mente de la colegiala.

86
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

El espejo finalmente habló: –Blancanieves, no ten-


go rostro, solamente tengo voz, porque de verdad
soy el espejo mágico de una tierra mágica. Y aquí tie-
nes a la Reina de este mundo, ella me pidió verte. Y
tú, Blancanieves, eres la mujer más bella que habré de
conocer aquí y en todos los mundos.
Blancanieves, estudiante de 16 años, no pudo creer
cómo vestía aquella mujer. Tampoco daba crédito al
escenario en torno de ella. Asumió que algún progra-
ma de la tele le estaba jugando una broma pesada por
un buen tiempo. Enojada, apagó la computadora.
La Reina, pasmada, se quedó mirando al espejo.
No tuvo más remedio que ir a la tienda de espejos
mágicos a comprarse otro.

87
Milia
Gayoso
Manzur
M
Nació en Villa Hayes (Paraguay) el 30 de mayo de 1962. Su
primera infancia transcurrió en su pueblo natal, rodeada
de una naturaleza exuberante que incidió notablemente
en sus textos y la inspiró a elaborar sus primeros relatos
orales. Vivió en Buenos Aires (Argen na) desde los 9 hasta
los 15 años.
Estudió Periodismo en la Facultad de Filoso a de la Univer-
sidad Nacional de Asunción y se dedica a esta profesión,
alternándola con la narra va. También realizó un curso de
periodismo en el Ins tuto José Mar de La Habana, Cuba.
Desde hace varios años trabaja en el diario La Nación,
donde se ha desempeñado en diversas secciones y man-
ene una columna de opinión.
Publicó sus primeros ar culos en la revista universitaria
“Turú” y sus primeros relatos y cuentos en el diario Hoy,
en una columna denominada “Historias diminutas”. Sus
trabajos figuran en varias antologías nacionales e interna-
cionales. Algunos de sus relatos fueron traducidos al fran-
cés, inglés e italiano.
Ha publicado las siguientes obras: Ronda en las olas
(1990), Intercon nental Editora - Ñandu Vive - Editorial
Don Bosco; Un sueño en la ventana (1991), Intercon nen-
tal Editora y Editorial Don Bosco; El peldaño gris (1994)
- Editorial Don Bosco; Cuentos para tres mariposas (1996),
El Augur; Microcuentos para soñar en colores (1999)
(cuentos infan les), Editorial Arandurã en su primera
edición, reeditado por Servilibro (2005); Para cuando
despiertes (2002) (cuentos infan les), Editorial Arandurã;
Antología de abril (2003) (Selección de cuentos), Editorial
Servilibro; Las alas son para volar (2004) (13 relatos para
adolescentes), Editorial Servilibro; Dicen que tengo que
amarte (2007) (Relatos con aroma adolescente), Editorial
Servilibro; Fuego que no se apaga - Relatos de amor y des-
amor (2009), Servilibro; Microrelatos para JulieƩa y tres
historias de amor (2010), Servilibro; Cuentosaurios (2012),
Editorial Lina; Donde el río me lleve (2012) (novela), Servi-
libro; Horchata para el mal de amor (2014) (Relatos juve-
niles), Servilibro; En el parque de Gaudì (2015) (novela),
Editorial Servilibro y Cuentos para leer en el recreo (2016)
(cuentos y relatos infan les), Servilibro.
Siberia
0

T
rató de alcanzar el vaso que pensó estaba deba-
jo del travesaño de la cama. No pudo. Se agitó
tanto que sus compañeras de cuarto llamaron a
la enfermera para que le diera un tranquilizante. Pero
lo escupió apenas sintió cerrarse la puerta.
–Ellos vendrán a verme el domingo –le dijo a Gri-
selda, que se estaba destrenzando los cabellos–. Ellos
vendrán con milanesas y pollo al horno para almor-
zar conmigo en el corredor, donde sopla el viento
fresco –dijo. Griselda pareció no escucharla y siguió
entretenida con sus cabellos endurecidos y resecos.
–Ellos me quieren, viven pendientes de mí –le dijo
a doña Margarita, que lloraba despacito en un rincón
de la sala fría y llena de humedad–. Ellos no hacen

91
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

nada sin consultarme, me aman. Tengo una familia


hermosa –repitió para que todas la escucharan.
–¿Familia? –preguntó Pabla, con los ojos brillosos
y la boca desdentada–. ¿Qué es familia?
Juanita se mecía en cuclillas en un rincón de la
habitación y Polola le pinchaba la espalda a Josefina.
Aunque se quejaba y le pegaba la mano, Polola no
dejaba de molestar.
–Yo soy muy importante –dijo y trató de incorpo-
rarse de la cama, pero su enorme peso no le permitía
moverse con facilidad.
–Te voy a ayudar –le dijo Griselda, dejando de to-
carse los cabellos.
–¡No! –gritó enfurecida–. ¡No! –repitió Siberia–.
No me toques con tus manos sucias, acabás de sacar-
te los piojos.
–Engreída –le dijeron a coro–. Engreída –repitió
Polola y pinchaba con mayor ahínco a Josefina, que le
estampó un golpe en la cabeza.
Siberia hizo un nuevo intento por incorporarse,
pero no pudo. Para eso necesita la ayuda de dos en-
fermeras, porque no quiere que sus compañeras de
cuarto la toquen. Siberia, fría como su nombre, piensa
que las otras mujeres no son dignas de tocarla.
Se dio vuelta hacia la ventana y miró el atardecer
que se colaba entre las ramas de los árboles de man-
go. –Cuando salga de aquí ni me voy a acordar de
ustedes –les gritó a sus ocasionales compañeras. Ellas

92
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

continuaron ocupadas en no hacer nada o entreteni-


das en divagues y risas sin sentido.
Se durmió llorando porque no pudo levantarse ni
para ir al baño y, como estaba obsesionada en que las
otras no la toquen, esperó en vano que la enfermera
volviera a entrar. Se arrepintió de haber escupido su
medicina, se arrepintió de haber maltratado a sus hi-
jos, se arrepintió de haber lastimado a los seres que la
querían.
A medianoche vio que las otras mujeres dormían,
unas en sus camas, dos en el suelo, una sentada en el
mismo rincón donde pasó la tarde.
–Ellos van a venir a visitarme el domingo –repitió,
cuando la claridad del sol entró entre los barrotes de
hierro color gris.
Ellos buscan ayuda sicológica para tratar de lle-
var una vida normal luego de los maltratos continuos
que los marcaron para siempre.

93
Maybell
Lebron
Poeta y narradora. Lectora infa gable de niña, escri-
bió sus primeros cuentos y poemas en el año 1982.
Desde entonces su carrera literaria ha estado jalona-
da con sucesivos éxitos. Es cofundadora de Escritoras
Paraguayas Asociadas (EPA), miembro de su primer
Consejo Direc vo y Presidenta por el periodo 2002-
2004. Es miembro y exsecretaria de la Sociedad de
Escritores del Paraguay (SEP) y de diversas en dades
literarias y culturales.
Libros Editados: Memoria sin empo (Cuento-1992),
Puente a la luz (Poemas-1994) - Premio “Voces Nue-
vas”, Pancha (Novela-2000) - Premio “Roque Gaona”,
Ayer tal vez mañana (Poemas-2003), El eco del si-
lencio (Cuentos-2005), Cenizas de un rencor (Nove-
la-2010) y Poemas (Poemas-2015).
Cuentos Premiados: Orden superior - Premio Veuve
Clicquot Ponsardin, Gato de ojos de azufre - Premio
Néstor Romero Valdovinos, Desvarío - Mención en el
10° Concurso de Cuentos del Club Centenario.
Nuevas ediciones de Pancha y Memoria sin empo
llevan un agregado didác co para facilitar su análi-
sis, pues han sido seleccionados por el Ministerio de
Educación y Cultura (MEC) para la enseñanza de la
literatura en el Paraguay. La obra de la autora (cuen-
tos, poemas, novelas, ensayos) fue publicada en li-
bros y revistas culturales del país y del exterior, ha
sido traducida a varios idiomas y figura en diversas
antologías nacionales y extranjeras.
Fue nominada Benefactor de la Universidad Nacional
de Itapúa (UNI) por el Decano de la misma, el Licen-
ciado Hermenegildo Cohene e Invitada por la Socie-
dad Argen na de Escritores (SADE) y por el Ins tu-
to Literario y Cultural Hispánico (ILCH) a presentar
Pancha en Buenos Aires y en Córdoba, con excelente
acogida.
Recibió el diploma Honor al Mérito por su destacado
aporte a la cultura nacional de la Universidad Ibe-
roamericana, ingresando así al Mural de Honor con
una placa de bronce.
Orgullo de familia
0

N
oche a noche, sola en la cama enorme, con los
ojos abiertos fijos en el techo de sombra, me
acecha tu presencia. ¡Vete! Ya todo acabó. Dé-
jame en paz.
Y te veo en mis brazos como un fardo palpitante,
deshecho. Ellos se habían ido, solo encontré tu mira-
da implorante y las manos aferradas al marco de la
puerta. En el pecho, dos agujeros, y la sangre espesa
resbalando, resbalando. Abrazado a mí, te arrastré al
dormitorio. La voz me salió ronca de miedo y deses-
peración: Voy a llamar al médico y a la patrulla. No te
mueras, por favor. Y tú: No lo hagas, acabo de matar
a un policía.
El sonido del reloj salpicaba el aire quieto mien-
tras la mancha roja iba devorando la blancura de la

97
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

camisa. Te vi encoger al oír mi grito ahogado. Acari-


cié tu frente: Tranquilo, te escucho. Susurraste: Nos
descubrieron, tráfico de drogas.
Reculé. Miré tu cara contraída, grasienta de sudor.
Las pupilas espiándome desde la rajadura de los pár-
pados. El rechazo y la lástima me aguaron los ojos.
Algo estalló muy adentro; dejé de funcionar. De pron-
to, ese desconocido. Nuestros hijos, hijos de un rostro
de primera plana. Intenté olvidar, estrecharte entre
mis brazos como antes. Ya no. Dolor, vergüenza, do-
mingos al otro lado de la reja y tú dentro, pudriéndo-
te. Desgraciado, todo fue un engaño. El rompecabe-
zas iba tomando forma, se volvía insoluble: entregar-
te o perdonar. Me faltaba coraje. ¡Dios mío! Droga,
brazos acribillados, rostros enloquecidos. Eran hijos
de otros padres, los dejabas morir de sobredosis o de
sida y amanecían tirados en algún callejón. Te habían
herido por lo que eras: un asesino, y yo, la estúpida
amante, dormía a tu lado sin saberlo.
La saliva pegoteada en la garganta me impedía
respirar. Vi mi rostro descompuesto en el espejo, con
la boca incrédula y los brazos colgantes. Tu olor me
subía a las narices con un cosquilleo dulzón: olor a
parto o a muerte. Contemplé mis manos pringadas
de sangre, de tu sangre; el cuerpo perforado de pro-
lijos redondeles desbordando tu savia. Debía cegar
esos ojos diabólicos para que los tuyos continuaran
abiertos. Presioné los algodones sobre tu pecho para
así contener la hemorragia. No quise huir del pasado

98
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

como de un monstruo deforme y repelente. Ese amor


era auténtico, no pudo ser chatarra. Nuestra casa,
nuestros hijos, nuestro orgullo de familia.
No me mires pidiendo piedad. Tú me hundiste en
la infamia de ese entorno repugnante. ¡Tengo dere-
cho a vivir!
El galope desbocado en las sienes me llenaba el
cerebro de destellos lacerantes; todo mi cuerpo latía
en un temblor que se fue aquietando. Mi mente co-
menzó a funcionar: un minucioso horror como única
salida. Y se lo dije.
No hay nada que esconder, ni la chaqueta llevabas
puesta cuando te tiraron en la puerta; tampoco tenías
armas. Haré pedazos la corbata manchada de sangre,
así correrá en el inodoro. Es lo único que puede dela-
tarte. Diré que estábamos viendo televisión. Yo sí es-
taba allí. ¡Qué ironía! Pasaban “El Padrino”. Las balas
quedaron dentro de tu cuerpo, no podrán encontrar
marcas en la pared. Esos sicarios se llevaron hasta la
manta en la que te trajeron envuelto. La vereda está
sin manchas, cuidaron de no dejar huellas.
Perdías mucha sangre. Arranqué las compresas
y el dulce fluir creció de nuevo. No dolía, ¿verdad?
Comprendiste. Tu convulso “Gracias” lo atestigua.
Quiero creer que estás arrepentido. Pediré perdón
por los dos: me has hecho pecar con tu pecado. Pa-
lideciste… sentí tus labios temblar bajo los míos, el
tenue soplo de tu aliento se fue apagando... apagan-
do. Perdóname. Oí mis sollozos desgajando el silen-

99
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

cio. Con la yema de los dedos presioné tus párpados


aún dóciles, hasta borrar el fulgor opaco. Busqué a
tientas el celular, llamé: Por favor, estoy desesperada.
Unos desconocidos balearon a mi marido al atender
la puerta. Está perdiendo mucha sangre. Apúrese,
doctor.
Será nuestro secreto: tuyo y mío. Lloraré disfra-
zando mi espanto, sin mostrarles la hondura de mi
pena ni mi asco por quererte. Seguirás siendo el dig-
no señor Monte. Una foto en el living, siempre con
flores. En la mesa: pobre papá, ¡tan bueno! Y yo, con
los ojos en el plato, asintiendo. ¿Lo hago por ti, por
ellos o por mí? Llevaré la máscara hasta que la muer-
te me empuje a no sé dónde, con un único confidente,
sin conocer SU respuesta. Y cuando ella llegue, seré
apenas una ráfaga errante camino al cielo... o al in-
fierno. Todo por tu culpa. Tu bajeza me salpica con
su podredumbre. Por salvar a mis hijos de la deshon-
ra quedaré manchada. Yo haré que puedan llevar la
frente alta; firmarán tu apellido injustamente, el de la
madre quedará relegado a los archivos.
No importa. Yo lo sé. La dignidad es mía.

100
Dirma
Pardo de
Carugati
Ciudad de Buenos Aires/Argen na, 1934. Vive en
Paraguay desde niña. Maestra, periodista y narra-
dora. Catedrá ca, editora y columnista del diario La
Tribuna.
Es socia fundadora y presidenta del Club del Libro N°
1 y coordinadora del Taller Cuento Breve. Fue miem-
bro de la direc va de Escritoras Paraguayas Asocia-
das, en dad de la que es cofundadora, y vicepresi-
denta de la Sociedad de Escritores del Paraguay.
Desde 1996 es Académica de Número de la Acade-
mia Paraguaya de Lengua Española.
Fue una de las cinco escritoras paraguayas seleccio-
nadas para integrar la “Antología Cuen stas Hispano-
americanas”, de Literal Books, de Washington, USA.
Sus cuentos fueron seleccionados y traducidos para
el libro First Light de Susan Smith Nash de la Univer-
sidad de Oklahoma.
Ha obtenido numerosos premios nacionales e inter-
nacionales.
Algunas obras publicadas son: Simplemente mujeres,
Editorial Servilibro, 2008; La víspera y el día, Editorial
Don Bosco, 1992 - Editorial Arandurã, 2007; Ana Iris
Chaves, la escritora, la amiga, Ediciones y Arte, 1997;
Cuentos, mitos y leyendas, Litocolor, 1999; Cuentos
de Ɵerra caliente, Intercon nental e Historia de la
literatura paraguaya, en colaboración con Hugo Ro-
dríguez Alcalá, El Lector, 2000.
El relato Baldosas negras y blancas fue adaptado al
cine y sirvió de guión a la primera película paraguaya
de largometraje El secreto de la señora (1989).
El abanico de Ña Gregoria

T
e cuento cómo pasó la desgracia. En la inaugu-
ración de uno de esos programas que no sabés
luego para qué son, vino muchas autoridade.
Yo no me quería ir, masiado aburrido son los discur-
so y ni silla no hay. Nambré. Andáte siqué, mi marido
me dijo, vamo a comer bien y si hay alguno de mis
amigo voy a sacar foto con mi nueva chelfi, y güeno,
tanto me pidió, me fui.
Después de muchos aplauso y hurra la gente em-
pezó a caminar hacia la comida. Pasó por mi lado la
esposa del ministro (ahora se dice ministra), pasó por
mi lado con su amiga. Tenía en su mano una cosa
hermosa que abría cerraba plish, plish, plish y también
soplaba por su cara. Yo no podía mirar otro lado, ena-
morada de ese objeto. Me animé, le dije: ¿Qué eso es,

103
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

señora Ministra? Ella miró bien por mi cara y le atajó


a los guardia que se acercó para impedirme. Yo tenía
lagrima por los ojo. La ministra me dijo: si te gusta
tanto te regalo. Cuidálo bien porque es único. No sa-
bía cómo agradecer, quería besarle su mano o qué,
ella se agachó un poquito porque soy petisa y me dijo
“votá por mi marido”.
Seguro que mis vecinas kuéra me tenían envidia.
Mi abanico tenía de un lado una foto de gente antigua
con peluca blanca y al otro lado varilla más fina que
la de helado palito. Yo estaba loca con mi abanico, el
domingo llevé en la misa, no dejé ni en la comunión,
lune llevé en la feria de verdura y fruta; me pareció
lindo lugar para purear con mi abanico. Pero entre
repollo y acelga, se perdió de mí, o sea me robaron.
Pregunté por todo lados. Di parte en la comisaría. Y
el comisario fue muy maleducado. Sacó su tereré de
su boca y me dijo que ello están para cosas importan-
te. ¿Y mi abanico que me regaló la ministra piko no é
importante? Y tu tereré si, ¿eh? Nde contratado que
anda. Tan mal estuve, no podía comer ni dormir, me
tomó el tress, cuando el tress te agarra ya no podés
hacer nada. Al cabo se preocupó mi marido por mí,
me llevó en el chopin centro que tiene una butí que se
llama la Española. Me quería dar una sorpresa.
Me iba a comprar un abanico para que deje de hin-
char. La vendedora que estaba muy aburrida, se puso
muy contenta porque iba a vender y empezó a mos-
trar en sección nacionale y los madein. Había de seda,

104
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

de encaje, de ñandutí, de tul, de papel, de pluma, de


plata, de marfil, ercétera. Y nos dijo: son Único, una
marca muy conocida. Yo me di media vuelta y salí a
la calle.
La vendedora tenía entretenimiento acomodan-
do. Mi marido, se puso colorado de vergüenza, decía
gracias y a mí, medio me iba a retar hína, pero no se
animó. ¿Qué te pasa, mi reina? Nada. Esta noche bús-
came mi pantalla vieja de karanday, y podés sacarte
nomás esa remera. No pienso votar por tu partido.

105
Lita
Pérez
Cáceres
María Amelia Sabina Pérez de Cabral usa el nombre
de pluma Lita Pérez Cáceres. Nació en Asunción, Pa-
raguay, el 27 de octubre de 1940. Hizo sus estudios
primarios y secundarios en Buenos Aires. Se convir-
ó en escritora y luego en periodista.
Actualmente trabaja en Intercon nental Editora y en
Uninorte TV, ene un programa cultural los viernes
a la noche en radio Ñandu y enseña Teoría y Crí ca
Literaria en la Universidad del Norte.
Ha publicado novelas y más de 100 cuentos, un ensa-
yo literario y cuatro biogra as. Un cuento suyo ganó
el Premio Veuve Clicquot Ponsardin en 1990 y su li-
bro de cuentos Cartas de amor y otros cuentos ganó
el premio otorgado por la SEP: Roque Gaona.
Rara
0

E
lla se casó y vino a vivir al lado de mi casa. Hans,
mi vecino, el alemán grandote, la levantó en sus
brazos y así atravesaron el pequeño jardín de en-
trada. Yo vi todo porque estaba regando mis hibiscos
rojos. Vi cómo frenó el taxi, cómo el Hans bajó las
valijas y, luego, la entrada triunfal. Me puse contenta,
al fin tendría una novedad para contarle a Raúl, mi
marido, más conocido como el lacónico.
En este valle desértico donde habíamos posado
los dos hace tantos años, solo había arena y viento,
viento y arena que, incansables, tapaban toda espe-
ranza de florecer. Sin embargo, con mucha paciencia,
mucho tesón, yo había logrado que un minúsculo pa-
raíso creciera en mi jardín, pero no daba sombra aún.

109
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

Rara vino a vivir en nuestra calle en primavera, es


seguro que a Hans le habían entrado ganas de repro-
ducirse, por eso había ido al pueblo para encontrar
una mujer, que siempre hacen falta.
Hans y Rara permanecieron encerrados una se-
mana, luego lo vi partir a él, como siempre a las 5:45,
para abordar el micro de esa hora, que llegaba pun-
tualmente, cruzando como una saeta la ruta que par-
te en dos el desierto. A esa hora el paisaje es hermo-
so, con todos los colores del universo en las serranías
que lo circundan. Ese mismo día, cuando yo daba mi
caminata al atardecer, vi el rostro de Rara pegado al
vidrio de la ventana frontera. Me pareció que seguía
vistiendo el mismo traje de novia.
No sé por qué esa noche le serví milanesas relle-
nas a Raúl, quería contarle algo de Rara y enseguida
el menú hizo efecto, porque me dirigió unas cuatro
palabras, que salieron en tono bajo: ¿Cómo estuvo
todo hoy?
Para mí fue como la largada de una carrera: que vi
a Rara en la ventana, que no salía nunca a su jardín
del frente, que no la escuchaba durante el día, que
me había trepado a una silla –en el fondo, donde la
divisoria era más baja– para verla barriendo o qué sé
yo… algo.
En tanto yo hablaba, pronunciando las palabras
muy rápido para que cupieran todas en su mezquina
atención, él masticaba y, de vez en cuando, me mira-
ba fijo.

110
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

–¿Y?
–Cada día estás más loca.
–Pero todo lo que te digo es cierto.
Esa noche Raúl se portó diferente, lo sorprendí
mirándome con algo de pena y no entiendo por qué.
No sé qué más quiere, estoy sola y me consagro a dar-
le los gustos. Él me monta cada noche, es cierto, pero
cada vez que se sube sobre mí me parece que es un
animal extraño, grande, grave, oscuro.
Desde ayer salgo a cada rato y ya sin ponerme ex-
cusas, quiero ver a Rara. Esta mañana llevé el bolso
de la feria de los martes, pensaba ofrecerme para ha-
cerle alguna compra. Ella todavía no sabe nada, no
conoce las pocas ocasiones que tenemos los habitan-
tes de este lugar de compartir con extraños, como los
feriantes.
Pasé por la vereda muy lentamente, mirando sus
dos ventanas; se la veía triste, bajó la mirada cuando
yo la miré fijo. Su vestido está sucio de tanto uso, o
eso me parece a mí, que, según Raúl, soy obsesiva con
la limpieza. Tuve vergüenza y me apuré para llegar
a la esquina donde se acaba el mundo, porque no era
martes y no había nadie.
Esta mañana, a las 9, me puse a pensar qué iba a
cocinar. Raúl no viene a almorzar, por eso me esmero
en las cenas. Pero la tristeza de Rara me perturbaba,
no podía concentrarme… hasta que encontré la solu-
ción. Podría llevarle un plato de comida al mediodía:
algo rico, ella parece muy joven. ¿Qué le gustará? A

111
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

las 12 en punto, cambiada mi ropa de entrecasa, con


la mejor de mis fuentes, fui hasta la casa de Rara. Tie-
ne una murallita muy baja, pintada de blanco, y un
jardín que quiere serlo pero no lo consigue, solo ar-
bustos marrones sobreviven allí.
¡Sorpresa!
Rara no estaba en la ventana. Entré por el sende-
rito que lleva a la puerta y golpeé, al principio con
educación y luego con desesperación. Nadie respon-
dió y me di cuenta de que algo grave había pasado.
Un detalle me dejó confundida. Esa puerta pintada
de rojo tenía un candado no muy grande y estaba cu-
bierto de telarañas.
Me atreví a espiar por la ventana y vi una habita-
ción vacía, salvo por una silla muy cerca de la venta-
na. Por eso no me respondían, no había nadie… allí.
Fui al costado de la casa, donde hay un pasillito an-
gosto, y llegué a la ventana trasera, al lado de la pileta
para lavar las ropas. Otro candado en la puerta con
las consabidas telarañas y en la habitación que sirve
como cocina, la de la ventana, no habían dejado nada.
El piso de madera estaba opaco por el polvo y solo
una tela blanca tirada daba algo de luz al cuarto. Me
acerqué más y comprobé que era el vestido de novia,
notaba todavía una rosita rococó del ruedo.
Bajé del escalón y fui a mi casa, que me pareció más
desierta que de costumbre. Creo que perdí el sentido
porque no recuerdo qué hice hasta el momento en
que llegó Raúl. Él se habrá dado cuenta de mi estado,

112
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

porque se sentó a mi lado y no preguntó por la cena,


me abrazó y me anunció:
–Tenés que preparar todo, mañana nos mudamos
al pueblo.
–¿Por qué? Rara se quedaría muy sola.
–Porque el micro cambió su recorrido y no llegará
más hasta acá. Yo soy el único pasajero que alza.
–¿El único? ¿Y Hans?
–Hace meses que soy el único y no insistas.
Creo que eso pasó anoche, hoy estoy lista para
irme. Tengo una valijita de cartón con mis cosas,
muchas agujas y todos los hilos de colores que pude
encontrar, también un bastidor chiquito. No quiero
irme de aquí, pero cuando Raúl ordena algo le hago
caso. Estoy sentada, pensando. Todavía no amaneció,
es el último día que pasa el micro.
Ahora entra Raúl.
–¿Qué hacés ahí?
–Estoy lista ya.
–Pero es muy temprano.
–No importa.
–¿De dónde sacaste esa ropa?
–Es mía.
Raúl trae el espejo grande del dormitorio. –Mirate.
Soy yo, con mi vestido de novia, bordado con
rositas rococó. Está un poco sucio… no importa ya.

113
Irina
Ráfols
R
Nació en Montevideo, Uruguay, en 1967 y reside en
Asunción, Paraguay, desde hace 26 años. Es escri-
tora, licenciada en Letras y profesora de Literatura.
Dirige la Escuela de Escritores del Centro Cultural El
Lector y el Taller Literario del Club Centenario y coor-
dina la Academia Literaria de la Facultad de Filoso a
de la Universidad Nacional de Asunción. Es miembro
de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP) y de
Escritoras Paraguayas Asociadas (EPA). Fue jurado
del Premio Nacional de Literatura en el año 2007,
designada por el Congreso de la Nación.
Ha publicado ensayos y libros de cuentos y novelas
con los que obtuvo varios premios y dis nciones,
entre ellos el Primer Premio del Concurso “Roque
Gaona” organizado por la SEP, en el año 2013, con
la novela El Hombre Víbora. Ha publicado cuentos,
análisis y crí cas literarias en el Suplemento Cultural
del diario ABC, en el Correo Semanal del diario Úl -
ma Hora, en el diario La Nación, en la revista Arte y
Cultura y en la revista Tiempo del Paraguay.
Obras publicadas: Esperando en un Café (cuentos),
2004; Desde el insomnio (poemas), 2005; Abulio,
el inúƟl (novela), 2005; Alcaesto (novela), 2009; El
Hombre Víbora (novela), 2013 y Cuadros parlantes
(cuentos), 2015.
El chino
0

H
abían puesto un bazar chino al lado de la casa.
No solo era bazar, también era cafetería, lence-
ría, restaurante y karaoke. Se podía desayunar,
almorzar, merendar y cenar, cantar y coser las medias
para un general, pero que fuera chino. El bazar ven-
día todo tipo de cosas chinas: velas de colores, mar-
cos para fotos, sábanas, colchas, juguetes. Cada cierto
tiempo la señora iba y venía comprando cosas. No
era de extrañarse que un día comprara un chino y lo
llevara a su casa. Por supuesto que al marido le resul-
tó raro, sin embargo, los hijos, que eran vivarachos,
se divirtieron mucho tirándole miguitas de pan en la
cara, algo totalmente gracioso e inofensivo. Lo pusie-
ron en el salón de estar para que cuando las visitas
llegaran lo vieran bien. Llamaba mucho la atención

117
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

tener a un chino sentado allí en el sofá en medio de


todo. Era muy vistoso.
–No sé para qué quiere un chino acá –comentó
molesto el marido a una visita que miraba al chino
muy asombrada–, si hubiera sido un alemán o un
estadounidense, pero chino…
–A mí me parece muy bonito –dijo la esposa.
–Sí, queda muy bien en el contexto del salón –dijo
la invitada.
–A mí me parece que tendrías que sentarlo sobre
aquella mesita, al lado del cuadro ese con el bosque
–observó otra invitada.
–¿Al lado del cuadro con el bosque…? Me parece
que no –objeta la primera invitada–, deberían acer-
carlo más a este otro cuadro que tiene una montaña
nevada y hay una pareja tomando el té en la cumbre.
Va más con la geografía.
–¿El té? –pregunta la esposa.
–El chino. El chino combina mejor con el té. Eso
cualquiera lo sabe.
–Sí, es verdad –reconoce la esposa–, pero ¿quién
lo corre? Es muy pesado para andar alzándolo.
–A mí no me pidan que lo alce. El chino es cosa
tuya, mujer, yo al chino no lo toco –advierte el esposo.
Y se quedaron todos mirando al chino, que ahora
comía pororó y miraba un programa de lotería en la
televisión.
–¿Y por qué no le piden que él solito se corra?
–pregunta la otra invitada.

118
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

–No podemos. Nadie sabe chino en esta casa –res-


ponde la esposa.
–Ah, este es el problema de comprar cosas extran-
jeras. ¡Nadie entiende los manuales en otro idioma!
–se quejó con razón la invitada.
–Éste vino sin manual, vino así nomás sin nada.
Ah, no, cierto que vino con este sombrerito –y la es-
posa les muestra un bonito sombrerito chino tradi-
cional.
–¿Y por qué no se lo colocan? Lo hará ver más ori-
ginal –observa la otra invitada.
–No, no, trae mala suerte estar en la casa con som-
brero –advierte la hija.
–¡Es verdad! –reconoce la misma invitada.
–Para mí que a lo mejor quedaría más bonito en el
dormitorio –agrega la esposa.
–¿En el dormitorio? ¡Estás loca! ¿Un chino en nues-
tro dormitorio? ¡Dónde se vio semejante cosa! ¡No!,
¡nos va a traer problemas de intimidad! –se alarmó el
marido.
Otro día vinieron de un barrio vecino a ver al chi-
no, pero tuvieron que esperar porque justo el chino
estaba en el baño.
Cuando por fin salió el chino, todos lo miraron con
los ojos enormes y curiosos. Se hizo un gran suspen-
so… Todos los ojos estaban puestos en el chino, que
se sentó y volvió a comer pororó mientras miraba el
programa de loterías en la televisión. Lo miraron por
algunos momentos, miraron los gestos que hacía de

119
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

vez en cuando. Excepto echarse pororó en la boca y


sacarse algún pedazo de pororó de entre los dientes,
no hacía más nada. Bueno, sí, en un momento se ras-
có un poco entre las piernas. En realidad era un poco
inexpresivo. Luego de algunos minutos la visita se
aburrió y poco después retomaron la conversación.
–¿Y qué nombre le pusieron? –pregunta una ve-
cina.
–“Hombre chino” –responde la esposa.
–Me gusta, combina bien, muy bien elegido el
nombre.
–¿Y qué le dan de comer? –pregunta otra vecina.
–Ese es el problema. Come de todo. Parecía muy
barato cuando lo compró mi señora, pero gasta
mucho en comida –se queja el marido.
Y así pasaron los días. Nunca la familia había sido
tan visitada, como que había sido muy prestigioso el
ostentar un chino en un rincón de la sala. Les daba
mucho estilo. Todas las familias de alrededor habla-
ban de la familia que tenía un chino en la salita. Esa
misma Navidad, cuando algunos niños escribieron
su cartita a Papá Noel, pidieron un chino. Las amas
de casa dudaron entre comprar un electrodoméstico
chino o un chino. El deseo de un chino cundió como
una suave envidia musical: el chino… el chino, y muy
pronto tener un chino en la casa fue registrado social-
mente como un signo de buen pasar económico.
Pero sucedió que un día el chino se levantó y se
fue por sus propios modos. La familia calcula que fue

120
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

un momento en que uno de los hijos dejó la puerta


abierta sin querer cuando se fue al colegio.
La esposa entró en depresión. Estaba desconso-
lada, lloraba diariamente. Los vecinos visitaron otra
vez a la familia, pero esta vez para consolar a la pobre
señora.
El marido al comienzo sintió una especie de alivio,
pero después, cuando la señora se enfermó, él tam-
bién empezó a sentir la falta del chino en la casa y
también se deprimió. Hasta los hijos lo extrañaron.
Se acordaron con mucho cariño de cuando le echaban
bolitas de miga de pan en la cara. Era muy triste ver
la tristeza de la familia. Salieron a buscarlo, pero fue
en vano. Pegaron carteles buscando al chino desapa-
recido con promesas de recompensa, pero nada. No
había chino por ninguna parte.
Un vecino muy amable cayó en la casa ofreciendo
a una suegra suya que era yugoslava, pero no les pa-
reció igual. Estaba vieja y no tenía dientes. No. El chi-
no no tenía sustituto. Era tan especial. Era tan chino.
–No llores, mamita –le decía la hija, tratando de
consolar a la madre.
–¡La culpa la tienen los de la maldita tienda! –cayó
en cuenta la señora–, me lo vendieron así nomás, sin
advertirme que se me podía ir, y encima no tenía ni
garantía ni reembolso, ni siquiera factura me dieron.
¡Para que vean cómo es la gente! ¡Son capaces de ven-
der cualquier cosa con tal de vender! ¡Lo que soy yo,
no les pienso comprar más nada, así sea la última

121
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

tienda en el desierto! ¡Perdieron una clienta fiel para


siempre!
La familia fue ampliamente apoyada por la comi-
sión vecinal, a tal punto que nadie volvió a pisar la
tienda en señal de reclamo. Tal es así que muy pronto
se fundió. Remataron todo y se tuvieron que ir. Unos
meses después vino una empresa norteamericana a
vender agrotóxicos para las plantas y puso un bonito
shopping en el mismo lugar de la tienda.
Ahora la hija de la señora le acaba de echar el ojo
a un muchachito yanqui vestidito de soldado, muy
encantador, que siempre está de pie en la entrada.

122
Luz
Saldívar
Actriz y escritora. Nació en Asunción. Licenciada en
Filoso a y en Letras por la Facultad de Filoso a de
la Universidad Nacional de Asunción. Realizó cursos
y talleres de teatro en Venezuela. Fue integrante
del Elenco Teatral de la Universidad de Oriente de
Venezuela (UDO). En la actualidad es directora del
grupo teatral Rara Avis, Escena. Es docente del Ins -
tuto Superior de Estudios Humanís cos y Filosóficos
(ISEHF). Trabaja en la Secretaría Nacional de Cultura,
donde por mucho empo realizó promoción del li-
bro y de la lectura. Colaboró en revistas especializa-
das en literatura, como el Correo Semanal del diario
Úl ma Hora. Publicó el poemario Camalotes rojos
en el 2012. Editará su primer libro de cuentos Odio
Straberry Field Forever y otros cuentos y el poemario
Pangea en el 2017.
La estatua de sal
0
A Prabhat

La muerte más viva que yo ocupa mi forma capital del olvido.


ANISE KOLTZ

D
ormir. Dormir y soñar. Soñar con telas de colo-
res, con cascadas de agua, con espantapájaros,
con sopa de letras, con gatos, soñar con él. Dor-
mir, dormir, dormir y no querer despertar nunca. Ser
un ovillo primero, después estirarse, nunca abrir los
ojos porque abrirlos es recordar y eso acerca al dolor.
Son las once de la noche, Rata tiene hambre y va
en busca de una hamburguesa en Charly Burguer.
Mientras come llega su socio, Diegoloco.
–¿Qué tal?
–Todo mal, arma.

125
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

–¡Nde!
Hay días en que pasea por la casa, grande y vieja
como la antigua, esa misma donde ahora colocaron
una antena de telefonía celular. Algunos vecinos del
barrio cuentan que cuando derribaron todos los árbo-
les del patio, la Municipalidad multó a los empresa-
rios por haber cortado especies centenarias. Ella fue
dos o tres veces por ahí, a bichear, pero no se quedó
mucho tiempo, no soportó ver aquel triste espectácu-
lo de su hogar arrasado. En una de las habitaciones,
ella lo había encontrado a él… colgado de una viga.
–Yo tengo un poco de dinero; como es fin de mes
mi patrón me pagó, pero tengo que darle a mi vieja...
–¡Maricón!
–Nona Diegoloco, sabés nio que en cualquier mo-
mento ella va a tener su hijo…
–¡Y que su chongo le dé la plata entonces!
–Esta vez no puedo, loco, disculpámena, tengo nio
que cumplirle...
–Entonces me vas ayudar…
–¿Ayudar? Cómo.
Después de lo sucedido, ya no quise salir de mi
piecita, lloré, lloré tanto, pero el dolor permanecía
instalado en mi pecho. Una siesta, cuando ya no po-
día con tanta tristeza y lágrimas, me quedé dormida
y el sufrimiento huyó. Soñé. Soñé con él, que éramos
niños, que él jugaba conmigo, que corríamos por las
calles después de tocar el timbre de Tía Negra, quien
siempre usaba ruleros, y luego nos escondíamos y

126
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

reíamos porque ella salía hasta el portón de su casa,


miraba a todos los lados y no veía a nadie, usaba
un camisón largo y él decía que tía era igualita a un
chimpancé, que a la siesta tomábamos tereré bajo el
mango y cuando todos dormían nos dábamos largos
besos. Dormir era la mejor cosa que me había sucedi-
do en mucho tiempo. Dormí días enteros. No volví a
ver la luz del sol, solo me despertaba en las noches. Si
mal no recuerdo, fue en esa época que los perros co-
menzaron a ladrarme al verme caminar por la oscura
y larga calle Lagerenza. Los chicos me tenían miedo,
los tipos del barcito que tomaban cerveza a esa hora
creían que yo estaba loca, y las viejas al verme pasar
comentaban con un dejo de compasión:
Ojoguaitépa lasánimape. Sí, oficialmente me había
convertido en un alma en pena.
Dieron vueltas y vueltas alrededor de la serie de
departamentos, específicamente los bloques “A” y
“D”. En un pasillo del “D” Diegoloco se percató de la
existencia de la moto.
–Es una Kawasaki –dijo–. Pya’e porã amopu’ãta.
–¡No boludo!, ya te dije que esta vez no, que…
Antes de terminar la frase, Rata sintió que su cabeza
se estrellaba contra la pared. Apenas se recuperó del
golpe, Diegoloco comenzó a estrangularlo.
–¡No te estoy invitando a bailar, pelotudo! ¡Jaháke!
Tambaleando y escupiendo sangre, lo siguió. Su
trabajo era vigilar. Sigilosamente, se acercaron a la

127
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

máquina. Todo estaba tan oscuro, debían ser como


las tres de la madrugada.
Fue fácil. Vi la casona abandonada con un enorme
cartel que decía “Se alquila”. Me gustó, era muy pa-
recida a mi desaparecido hogar. Entré, tenía amplias
piezas, un jardín lleno de yuyos, cierto, pero jardín al
fin y al cabo. Sí, me quedo. Elegí el último cuarto para
instalarme y hasta sentí apetito. Hacía tanto que no
probaba un bocado... es que los fantasmas no comen,
pero algunas veces tienen hambre.
Algo salió mal porque sonó una alarma. Rata y
Diegoloco corrieron velozmente por Testanova, tres
cuadras después apareció la patrullera. Mientras co-
rría, Rata pensó que si alcanzaba la esquina donde
se hallaba la casa embrujada se salvaría, porque ahí
podría esconderse de la yuta; hasta sótano tenía.
Un disparo en la noche es como una tijera que
rasga el silencio, ensucia el aire. No son como las
campanadas de la Catedral que también resuenan
en lo oscuro, pero que solo recuerda lo fugaz de
las horas. Un disparo en la noche sangra la noche y
asusta inclusive a los espectros.
Hacía tanto calor que me era imposible dormir,
escuchaba el canto de los grillos. Oí el alboroto en la
calle y luego el disparo. Curiosa, crucé el largo patio
y un corredorcito, evité salir por el frente porque la
puerta principal tenía un gran candado y yo obvia-
mente no poseía la llave. Me dirigí hacia el lado de-
recho de la casa y me subí sobre un montoncito de

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ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

escombros que estaba cerca de la muralla y lo vi. No


tendría más de dieciséis años, estaba tendido en la
vereda, boca abajo; el otro, el policía, el que terminó
de rematarlo con un tiro en la cabeza, miró a los cos-
tados, vaciló un segundo antes de gatillar de nuevo
su revólver, para ese entonces yo ya me había ido a
acostar. Desde que él se quitó la vida, todo asunto
humano carecía de interés para mí.
Los primeros en llegar para la reconstrucción de
los hechos fueron los medios de prensa; varios re-
porteros de radio y de algunos periódicos. Minutos
después apareció el fiscal con sus ayudantes; segui-
damente, los jueces descendieron de un vehículo. El
agente de policía acusado por el homicidio del joven
Junior González bajó de una patrullera, a su lado se
encontraba su abogado y lo escoltaban dos policías.
Por último apareció ella –la madre de Rata– y
sus cuatro hermanitos, uno en brazos aún. Los veci-
nos curioseaban desde sus ventanas. Se escenificaba
lo sucedido. Un ayudante del fiscal dibujó con tiza
la forma de un cuerpo sobre la vereda de la casona
abandonada. El policía daba sus explicaciones sobre
el incidente. La prensa atenta tomaba fotos, grababa
las conversaciones.
Entonces ella, la madre, comenzó a llorar. Era un
llanto sordo, sin aspavientos. De repente desperté so-
bresaltada, con ese intenso dolor que ya casi no re-
cordaba, pero que era agobiante. Corrí hasta la mu-
ralla porque sabía perfectamente de dónde provenía

129
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

el origen de mi sufrimiento. Los seres que comparten


destinos aciagos se atraen. Los matorrales ya sobre-
pasaban con creces el muro. Aparté algunos yuyos,
ella lloraba. Un llanto como ese tendría la virtud de
cambiar el curso de los astros. El policía acusado no
atinaba a mirarla. El llanto era bajo y penetrante, la
herida abierta, el sufrimiento feroz. El fiscal hablaba,
el abogado defensor también. Ella lloraba. Yo defini-
tivamente ya no podía hacerlo. Ella lloraba. De pron-
to un fantasma apartó las altas hierbas de la mohosa
muralla, apuntó un dedo acusador hacia el policía
que había disparado al chico: “Él lo mató, yo vi todo”.
Voltearon sus cabezas para mirarme, estupefactos,
nadie se atrevió a emitir un solo sonido. Mi rostro res-
plandecía como mil soles. Se escuchó cantar a un coro
de ángeles. En ese instante Yahvé hizo llover azufre y
fuego de los cielos. La madre había dejado de llorar.
El agente era ya una estatua de sal.

130
Lourdes
Talavera
Nacida en Asunción, es narradora y ensayista. Miem-
bro de la SEP, de EPA y del PEN Club Paraguay. Ha
publicado los siguientes cuentos y relatos: Junto a la
ventana; Zoológico Urbano; Afinidades FurƟvas; Arco
iris; Sabor a algarrobo (Edición cartonera) y Senderos
a ninguna parte (2015). Su obra cuenta con las si-
guientes novelas: Sombras sin sosiego (2da. edición),
Ajedrez perpetuo (Mención Especial en el Premio Ro-
que Gaona 2011) y La dama y el Ɵgre (2013). Su pieza
El desalojo fue seleccionada y publicada en la Revue
Li eraire Bilingüe Française-Espagnol Nº 27. Es cola-
boradora del suplemento cultural “Correo Semanal”
del diario Úl ma Hora.
La bailarina
0

“Y el público sabe agradecer siempre tales esfuerzos.


Paga por ver una pulga vestida; y no tanto por la belleza del traje,
sino por el trabajo que ha costado ponérselo”.
J.J. ARREOLA

C
ontemplaba los movimientos de la mujer en el
escenario, que se movía casi etérea entre am-
plias cintas de seda. Pensé que se trataba de un
espectáculo corriente en esos vodeviles decadentes
de la calle Moulin. Luego apareció un clown que trata-
ba de arrebatarle las cintas. Se movían con una gracia
sutil que me recordó al teatro Kabuki, representado
solamente por varones. En un momento dado, el rui-
do de un tambor entró por un lado trayendo alga-

133
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

rabía. Creí que el tambor tenía vida propia. No, no,


no… el enano tapado en toda su talla realizaba enér-
gicos movimientos que se irradiaban hasta nuestros
asientos. Con cada golpe que resonaba en la sala, el
público se sobresaltaba en su sitio. Indudablemente,
a decir de Arreola, ese pequeño monstruo de edad inde-
finida completaba el elenco. Golpeando su tamboril daba
fondo musical a los actos de la mujer”. La bailarina no
tenía una gran belleza, pero desplegaba una armonía
en sus movimientos que la mostraban grácil y serena.
El hombre era francamente enclenque y no coordina-
ba sus pasos con los de la bailarina. El público parecía
hipnotizado por la puesta teatral casi grotesca. En un
momento dado, la mujer extrajo una cadena de raso
y se la puso al cuello del hombre. La sostenía con la
mano derecha y la mecía cada tanto haciendo que el
hombre trastabillara; en esos instantes el tambor so-
naba como queriendo horadar el piso y abatir el techo
del lugar.
La función se desarrollaba como una performance y
en ella el hombre sujeto a la cadena cantaba a la dama
la canción de Edith Piaf “La vie en rose”. Su voz con-
trastaba con su aspecto. Cantaba en francés y en es-
pañol, con una cadencia y un rostro enamorado que
los espectadores perplejos tomaban y observaban el
escenario. La cadena, que iba de las manos derecha
e izquierda al cuello del hombre, no pasaba de ser
un símbolo, ya que el menor esfuerzo habría bastado
para romperla. Sin embargo, los golpes del enano re-

134
ELLAS HABLAN. CUENTOS SIN MORDAZA

sonaban casi con violencia en la sala, retumbando por


todas las esquinas.
El hombre miraba con una dulzura desgarradora
a la mujer. Era como una unión invisible, pero perci-
bida por todos nosotros. La cadena de raso rojo los
unía y les permitía moverse con libertad. Ella dis-
frutaba de darle más de la cadena y él casi volaba a
sus anchas. Saltaba y se revolcaba en el suelo y luego
se erguía de nuevo arrancando los más entusiastas
aplausos de la concurrencia. Orgulloso, pero sin so-
berbia, sonreía a su dama.
El hombre pequeño del tambor daba fondo mu-
sical a los actos de la mujer y de ese hombre, que se
reducían a piruetas, miradas y movimientos casi in-
visibles, pero perceptibles para la concurrencia. Al-
guien tiró una moneda al suelo. De improviso la mu-
jer tiró de la cadena y ambos estuvieron cara a cara.
Él la besó largamente y el público aplaudió. Me sentí
decepcionado, me hubiera gustado que uno hubiera
golpeado al otro. La música había bajado de tono y,
mientras ellos se abrazaban, el hombre del tambor re-
crudeció sus golpes. Batía con tanta fuerza el tambor
que separó a la pareja. El hombre se alejó malhumo-
rado y la mujer se encogió de hombros.
La mujer tenía una paciencia muy grande ante el
desempeño burdo del hombre. Ella se portaba muy
protectora con él. El público parecía entender la si-
tuación. El hombre disfrutaba de la representación.
La mujer le importaba, se veía a todas luces. Entre

135
ESCRITORAS PARAGUAYAS ASOCIADAS

ambos existía una relación, entrañable y de entresijos.


De aquellas que me sorprenden a menudo. Sumergi-
do en la maraña del público, no perdí de vista esos
detalles que mi intuición captaba. Aquí me permito
señalar con certeza que el hombre pequeño del tam-
bor se sentía receloso y también su actitud demos-
traba orgullo por esa mujer que bailaba a su propio
ritmo. El público aplaudía.
El hombre ordenó al enano del tambor que toca-
ra un ritmo marcial. La mujer, en lugar de marchar,
se movía con una cadencia romántica y soñadora. El
hombre la zarandeó, se sentía burlado en la máxima
expresión. Enojado, recriminaba a la bailarina su len-
titud. El público no comprendía lo que ocurría sobre
el escenario. Sin embargo, empezaron a aplaudir de
manera frenética. La mujer se paralizó y el enano dejó
de tocar el tambor. Para colmo, el hombre zarandeó
a la mujer y luego se largó a llorar. El enano con voz
poderosa cantó un bolero, a viva voz, y todos nos sor-
prendimos.
A mitad de la canción arremetió el tambor a
golpes. La mujer maravillada se repuso y bailó con
ganas. El hombre se enjugó las lágrimas, la acompañó
y terminaron como en un vuelo rasante. Fue un
exitoso final. Luego los tres abrazados miraban al
público que, de pie, no dejaba de aplaudir.

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Se terminó de imprimir en marzo de 2017.
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