Sei sulla pagina 1di 101

EL PADRE

Y SU FU N C IO N
EN P S IC O A N A LIS IS
Dor Joe!
El padre y su (unción en psicoanálisis - I ' ed., 4" 'eimp.- Buenos
A.rps. Nueva Vision, 2008
120 p.; 19x13 cm . (Freud>Lacan)
Traducción de Irene Agoff
I.S.B.N. 978-950-602-239-6
*. Psicoanálisis I. Agolf. Irene fa d . II Titulo
GDD 150.195*

Titulo del original en Francés:


Le p i n et sn fbnctian en psychanahse
París, Point Hors Ligne, 1989. Colección dirigida por Gérard Pommicr.
© Point Hors Ligne, 1989.
•5 del grabado de pág. 7: Muséc Carnavalet, phoiothéque Bulloz.

Traducción de Irene AgofT

I.S.B.N.: 978-950-602-239-6

LA FOTOCOPIA Toda reproducción total o parcial de esta obra por


MATA AL LIBRO cualquier sistema —incluyendo el fotocopiado-
Y ES UN DELITO que no haya sido expresamente autorizada por el
editor constituye una infracción a los derechos del
uutor y será reprimida con penas de hasta seis
años de prisión tari.. 62 déla ley 11.723 y art. 172
del Código Penal).

l1989 por Ediciones Nueva Visión SAIC Tucuman 3748, f(T1S9AAV i


Dueños Aires, Hcpuhlica Argentina. l¿ueda hecho el deposito que
marca la lev 11.723. impreso en la Argentina 1 Primer! in Argentina
Papú nntteinplt/iit¡n la imanen ¿Je su tintinen

7
PREFACIO

Por recurrente que sea la problemática del padre en el campo


de la experiencia psicoanalítica. excepcionalmente ocurre que
se la deba abordar desde un principio. Aunque esté todo el
tiempo subyacente, no deja de ser casi siempre huidiza, por po­
co que el acento recaiga precisamente sobre esta función.
Semejante evitamiento se explica mejor aún por cuanto la
función paterna constituye un epicentro crucial en la estructu-
fación psíquica del sujeto; y ello aunque sólo sea porque j a
identidad sexual de cada uno de nosotros no tiene más salida
que experimentar en ella su propia inscripción subjetiva; en
ocasiones, con grave riesgo de la predeterminación biológica
de los sexos.
Queda así expresado hasta qué punto esta referencia a la fun-
ción del padre se define como una ojujepación princeps a cuyo
respecto ninguna complacencia dejaría de producir efectos.
Además, importa que su incidencia sea acertadamente señalada,
más allá de los comentarios psicologizantes. las prescripciones
“pedago-lógicas" y otras ortopedias reeducativas de las más
diversas observancias y cuya manía actuai no cesa de encarnizarse
con esta cuestión del padre.
Señalar los jalones fundamentales que circunscriben y satu­
ran las diferentes valencias de la función paterna se convertía
en una tarea tanto más oportuna cuanto que se me hrindó
ocasión de pronunciarme al respecto en el terreno de una
enseñanza propuesta a clínicos interesados en desentrañar
ó
ciertos ;iz;ires de su práctica. F.l criterio que adopté delibera­
damente tue vi de exponer, desde una perspectiva sinóptica. la
inli'.iLstiuctur.i capaz Je ordenar sus aspectos esenciales de
suerte que esta fum ion apareciese sobre todo en su lógica
interna, expurgada de todas las implicaciones nietapsicológicas
y clínicas que ¡nex dablemente suscita.
Dichas implicaciones no dejaron de ser evocadas v xiguru-
sainentediscutidasa lo largo deesa enseñanza, que permanece
en mi memoria como un enriquecimiento personal particular­
mente "Irondoso" l’or esta razón, me importaba conservar su
testimonio en mi poder antes que cargar con él la exposición
inicial que lo había suscitado, a la llora de trasladar lo esencial
por escrito con tiñes de publicación.
La sobriedad del texto que va a leerse deja seguramente en
suspenso, pues, buen número de preguntas y comentarios que
conservan toda su agudeza legítima. En cambio, esa concisión
me permitió restituir el espíritu y la letra del proyecto de ori­
gen: bosquejar un practkxthlc teórico riguroso volcado a prn|xiner
una sólida orientación en el espacio de una topografía psíquica
compleja, real, imaginaria y simbólica a su turno, en Ja que se
resuelve la función del padre frente a lo inconsciente.

Desde hace un tiempo, se lia hecho una regla el acoger lodo


texto analítico de carácter didáctico como un pensum de tri­
vialidades más o menos ordenadas a cuyo respecto se ha torna­
do habitual, en el mejor de los casos, saludar el coraje meritorio
de la prestación. Bastante tiempo atrás me cercioré de que este
gesto conmiserativo solía ocultar otro, cuando menos a causa
de que varios de aquellos lugares comunes fundamentales del
psicoanálisis eran generosamente indigentes en más de uno de
tales benévolos comentadores.
Asimismo, más que pretender una contribución original a la
cuestión del padre en el campo del psicoanálisis, el texto que
sigue responde a la inquietud de esclarecer ciertas nociones
canónicas, a menudo entrojadas con excesiva premura en la
escarcela psicoanalítica de los diversos practicantes.
DaugtK l'WJ
II)
Capítulo I
IN PRODUCCION:
LA FUNCION DLL PADRE EN PSICOANALISIS

En el campo psicoanalítico. la noción de padre está cargada de


una connotación muy particular. El padre al que nos referimos
permanece sustraído en ciertos aspectos a la acepción común
que nos hacemos de él inicial y cotidianamente, coma agente de
la paternidad ordinaria. Tampoco se trata de ir a buscar su in­
cidencia en el horizonte de una evolución histórica que a su vez
resultaría ajena al contexto en el que esta noción produce sus
efectos en psicoanálisis.
Contra todo lo que se podía esperar, y hasta invalidando
cualquier idea establecida, en el campo conceptual del psico­
análisis la noción de padre interviene como un operador sim
bólico unhistórico. Entendámoslo entonces como un reterente
que presenta la particularidad esencial de no ser asignable a
una historia, por lo menos en el sentido de una ordenación
cronológica.
Sin embargo, aun estando fuera de la historia, igual se halla
paradójicamente inscrito en el punto de origen de toda historia.
La única historia que podemos suponerle lógicamente es una
historia mítica. Mito necesario si los hay. ya que esta suposición
es precisamente universal.
Por otra parte, sea cual fuere la provocación aparente que de
ella resulta respecto de los padres inscritos en la realidad y en
su historia singular, esta noción de_
Lunpucu
hecho, nada garantiza nunca de antemano que
esta encamación corresponda am seguridad a la coiiMstenvij
ilc un padre investido de su legitimo poder de invención
estructurante ilesde el punto de vivía de lo inconsciente Con
este carácter. por poco cjne sin embargo debamos considerarlo
como un ser. se trata menos de un ser encarnado que de una
entidad esencialmente.simhóüiii. ordenadora de una fiun tún.
I a relevancia de este modo de exislenciTsimbólicnle cun­
tiere entonces su carácter fundamentalmente operativo y es­
tructúrame para lodos los humanos, es decir, cualquiera que
sea el sexo de quien se ve referido a él
En otras palabras, precisamente porque estcpudre u'nihólUjj
es universal —de ahí la esencia de mi necesidad—, no podemos
dejar de quedar involucrados por la incidencia de su 1unción,
función que estructura nuestra ordenación psíquica en enhilad
de sujetas. En efecto, al hablaser no se le propone ninguna otra
salida que suscribir el vasallaje Impuesto por esta función
simbólica paterna que lo .sujeta en una sexuación. Por lo demás,
en proporción a esta especificación, se propone al sujeto un
espacio de identidad sexual que no tiene por fuerza adecuación
hiunívoca con la hiparticipación biológica de los sexos.
En tales condiciones, ¿bajo qué insignia se sitúan los padres
encarnados, es decir, los hombres puestos empíricamente en
situación de designarse como padres?
A lo sumo se presentan como diplomáticos, e incluso, por lo
regular, come» embajadores ordinarios. En el sentido habitual
del término, el embajador representa a su gobierno ante el
extranjero a fin de asumir la función de negociar allí todas las
operaciones correspondientes. Ninguna definición sería más
adecuada para los padres captados en su realidad y en su his­
toria. Así pues, dejando a salvo la metáfora, designemos al pa­
dre, en lo real de su encamación, como aquel que debe representar
al gobierno del padre simbólico, estando a su cargo asumir la
delegación de esta autoridad ante la comunidad extranjera
madre-hijo.
Hasta el pí eseme, el hecho de no haberse producido entre el
padre y eigt’iiilnr ninguna colusión dice a las claras hasta qué
punto la entidad paterna que captamos parece corresponder
tan sólo a una pura representación simbólica. Como tal. esta
12
función se encuentra así potencialmente abierta a todo “.mente
diplomático*' de la realidad, por poco que su intercesión sim­
bólica sea lógicamente significante frente a la economía del
deseo del niño en su articulación con el deseo de la madre. El
genitor, que puede postularse legítimamente al titulo de em ­
bajador privilegiado, nunca es otra cosa que un caso de figura
posible requerido por la exigencia de esta misión de repre­
sentación.
Sin embargo, en el terreno de este ministerio esencialmente
simbólico, no cualquier “agente diplomático” es pur.lueiv-i el
representante más adecuado para el ncguciamicnto de esa
misión. No todos son susceptibles de llevarla a cabo igualmente.
Imposible es desconocer que lo simbólico permanece funda­
mentalmente enfeudado a la instancia del lenguaje. En estas
condiciones, así como un diplomático disfruta de un crédito
mayor cuando habla la lengua extranjera del país en que ejerce
la embajada, el embajador paterno cumplirá mejor aún su
delegación simbólica si practica la lengua del deseo de aquellos
protagonistas ante los que debe asumir su función. Bajo este
aspecto, y exclusivamente bajo este aspecto, los padres de la
realidad demostrarán ser más o menos buenos embajadores.
Más allá de estas metáforas plenipotenciarias se desprende
una primera conclusión: n¡ngún/>rw/r/.'de!a realidad espostuuhtr
y. a furtiori. fundador de la función simbólica a la que repre­
senta. El es el vector de esta función. En ciertos aspectos esta
distinción instaura la d istancia existente entre la paternidad y
\a filiación. Por desplegarse en un nivel prioritariamente sim­
bólico, ía filiación, desde el punto de vista de sus incidencias
propias, es predominante con respecto a la paternidad real. No
obstante cualquier apreciación cualitativa, se trata de valorar
exactamente un hecho de estructura que trasciende a la di­
mensión empírica y contingente de la paternidad.
Se impone ahora una segunda consecuencia referida a la
cualidad del padre. Para el caso, importa menos interrogarse
sobre las virtudes mismas del padre que inspeccionar esta
cualidad en la acepción aristotélica del término, es decir, como
nos invita a hacerlo Uican. en el sentido de una naturaleza. En
primer lugar, conviene distinguir la soberanía de la función
paterna que hsibitunlmcnte se filtra en la denominación gené­
rica de Pudre simbólico, ile su existencia concreta e histórica en­
carnada en cuanto Pudre real. En segundo lugar, es de recibo
dar su ini|>ortane¡a al Padre imaginario, entidad lantasmática si
las hay.1sin la cual ningún Padre real podría recibir la investi­
dura de Padre simbólico. Toda la trascendencia del Padre
simbólicoresulta tan sólo de un simbolismo legalista. De hecho,
la instancia dd J^adrc simbólico es ante todo referencia a la Ley
de prohibición del incesto, que por lo tanto prevalece sobre
todas las reglas concretas que legalizan las relaciones e inter­
cambios entre los sujetos de una misma comunidad. En con­
secuencia, precisamente porque el Padre simbólico es tan sólo
depositario legal de una ley que le viene de otra parte, ningún
Padre real puede jactarse de ser su poseedor o fundador. Pero
en cambio, le corresponde tener que hacerse valer por ser su re­
presentante.
Con este fin. la prescripción simbólica de dicha ley supone la
condición previa de una negociación imaginaria que se des­
pliega enire los diversos protagonistasJamih;ires: Padre-ma-
dre-h ijo.común mente reun idosbajo la égida de la triangulación
edlpica. No hay recuento m:ís desgraciado, en el sentido de que
los tres protagonistas sólo logran discriminarse en esta trian­
gulación en la medida en que son referidos todos a un cuarto
elemento: el fqlrtd Sólo este cuarto elemento constituye el
pa rá m e t r o lund; ido r susceptible de inferir la investidura del
Padre simbólico a partir del Padre real, por el sesgo del Padre
imaginario.
Debemos a Lacan, sobre la base de su lectura de Freud. el

1 I jj cualidad del padre imaginario abarca aproximadamente la noción


Ireudiana de en el sentido en que l.aplanche. por ejemplo, la define
como “prototipo inconsciente de personaje (.. ) elaborado a partir de las
primeras relaciones mtersubjeiivas reales o fantasmal ¡cas con el medio familiar”.
Cf. J. Laplanchc. J.I1. Moni a lis, J '<Kí¡tn¡ltutv tlt' Itt París P U F -la
ed., l«ra, p. 1*15
^ 1.a accprión rigurosa del termino talo está desarrollada en el tomo I de mi
obra lntnnlueUtm á la leeturv tic / m im, Parts, Denoel, I')K \ cap 11 “La
prcvalcnce du phullus", pp. tW/%.

14
haber insistido en l.t incidencia explícita de este cuarto ele­
mento en la triangulación Je los deseos recíprocos del padte.
la madre y el hijo, ya que no podría halvr otra triangulación
edípica que la del deseo con respecto al talo. Al no haberlo
localizado esiructuralinente en este espacio de configuración,
muchos comentadores dudosos se precipitaron en la impug­
nación clásica de la universalidad del complejo de lulipa.'u
incluso en la vertiente de una revisión saludable del mito
edípico tributaria del antiíalocraiismo generosamente alimen­
tado por el imaginario lerninista.
Con justa razón, v utilizando una conocida humorada. Laean
repetía a quien quisiese oírlo que sólo se podía practicar el psi­
coanálisis si se sabia contar hasta tres Ahora bien, sea como
fuere, para manejar un practicable aritmético tan mínimo de­
bemos saber disponer de cuatro elementos, siendo el cuarto la
unidad: el Uno, que no es un número estrictamente hablando
sino el conector de la construcción de todos los otros.4
Lo mismo sucede con la triangulación edípica padre-madre-
hijo, que sólo tiene sentido estructuralmente si la aprehende­
mos en referencia a la unidad fundadora que la ordena, el fulo,
entidad más irreductible aún por cuanto es la unidad signili-
cante de lo real de la diferencia de sexos. Como tal, el talo
constituye el centro de gravedad de la función paterna que
permitirá a Un Patlre real Ileuar a asumir su representación
simbólica. Para eso bastará con que sepa dar la prueíta. en un
momento dado, de que é |e s precisamente capaz de actualizar

' La más celebre lúe la de Malinowsky, en unu época contemporánea de


Frcud. Tanto por su explicación personal de los tabúes como por su crítica del
complejo de Edipo, Malinowsky se opuso en todos los aspectos a las teorías
freudianas; sobre todo a partir de sus trabajos sohrc los pobladores de las islas
Trobriund en Melanesia, «|uc le permitieron discutir la universalidad del
complejo de Edipo. C í H. Malinowsky, Im v/e >i \ia lie des sm n’íi^cs du Nant-
Oticsi de lu Mclunéuf. Caris. Cayut. Ib.ttl l a s tesis de H Malinowsky fueron
objeto de vivas críticas por parle de (.'. I.cvi-Strauss en su célebre obra: Lev
stmctun's élvmenwiivs de lapttirnic, Caris/lal llave Mouton de Ciruytcr. 1*171.
4 Se trata de una referencia canónica a los irahajo - de ti Frege sobre la
construcción del núm crncardinalC f. J l)or, I.'u-'.iu-iwjian'dehipwliuiudy^e.
11. Cari:,. Hditions Universo aires. ll,N.N, pp 157/lt>4

13
I;i incidencia fúlica como el único asente regulador de la
economía del descoy de su circulación respecto de la madre y
del hijo.
Puestos a exorcizar las proposiciones “pedago-lógicas” y las
vulgaridades psicologizantes difundidas aún con generosidad
excesiva en los medios educativos alrededor de la carencia del
Padre,5asegurémonos de que la función paterna conserva su
virtud simbólica inauguralmente estructurante, incluso en
ausencia de cualquier Padre real En electo, bajo reserva de
ciertas condiciones particulares inevitablemente requeridas en
este caso de figura límite, y salvando la inquietud de tener que
significarlas de manera oportuna, la función del Padre simbó­
lico resulta, en efecto, lundamentalmente inductora de aquella
promoción estructurante en razón de su carácter de radical
exterioridad con respecto al Padre real.
En último extremo, el acento recae, por lo tanto, sobre el
alcance inexpugnable de esta función simbólica que constituye
la piedra angular de la problemática paterna en psicoanálisis.
El carácter estructurante de esta función proviene del mero
hecho de apoyarse ésta en un principio estructural. No se trata
de una pura y simple redundancia. Se trata de comprender que
dicha función se aplica dentro del marco de una estmetura, es
decir, del conjunto de un sistema de elementos gobernados por
leyes internas." En un sistema semejante, basta que se mueva
uno solo de los elementos para que la lógica reguladora del
conjunto de todos los otros se modifique a su vez. Dado que la
lógica de estas diferentes regulaciones constituye precisamen­
te la expresión de la función paterna, se comprende que pueda
seguir siendo operativa aun en ausencia de cualquier Padre
real.
Puesto que la dimensión del Padre simbólico trasciende a la
contingencia del hombre real, no es necesario que luna un
hombre para que haya un padre. Siendo su estatuto el de un puro

4En lo relativo a lu cuestión do lu carencia paterna, véaseiitjiv. cap IV, pp.


4.1 y sigs
"Referido a “estructura", ef. i Dnr, Stnultiiv ct /Vnsvvnm, l’nris. Dcnnél.
IW7. cap J. pp (>') y sig.s
referente, el papel simbólico del padre está sostenido ante todo
por la atribución imaginaria del onjeto tabeo hn consecuencia,
basta que un tercero, mediador del deseo de la madre y el niño,
haga de argumento a esta función, para que su incidencia lega­
lizados y estructurante se signifique. Ahora bien, en última
instancia, hacer de argumento a esta función no implica en
absoluto la existencia hic ct mine de un Padre real
La aplicación de esta función resulta esencialmente de Uu/e-
terminación de un Infurten ero en la lógica déla estría tura, la cual
confiere.comocontrapartida. una consistencia excluso amente
simbólica al elemento que lo ocupa. Tiñese sentido, el estatuto
del Padre simbólico puede ser legítimamente reducido, como
lo menciona Lucan, A estatuto de un significante, que él entonces
designa Nonibre-del-Piulrc^ Estatuto desconcertante si los hay,
ya que en nada exige la presencia de un hombre en situación de
designarse como padre en la realidad.
Precisamente por hallarse investido de una contextura pu­
ramente significante, el padre puede vectoriz.ar cierta homoge­
neidad que a su vez encuentra su basamento lógico en una ope­
ración simbólica: la metáfora del Notnhre-del Piulrc. Una operación
de esta índole en la que el niño sustituye el significante del
deseo de la madre por el significante Nombre-del-Padre. con­
tribuye así a conferir al padre un estatuto perfectamente ori­
ginal. De hecho, al cabo de esta sustitución significante, todo se
presenta como si el padre con el que tenemos que vérnoslas no
fuera otra cosa —y así lo formula Lacan— que una pura m e­
táfora.1

’ Cf J I-ucan.I m \ < M imiHuaciiic, I957-195S. ¡nciliin, semilunio


del 15 de enero de 1958.

17
Capítulo II
NATURALEZA - CULTURA:
LA PROHIBICION DLL INCESTO
\ EL PADRE DE LA “HORDA PRIMITIVA'

En el intento de circunscribir de manera más profunda la esen­


cia conceptual de la noción de padre que acabamos de introducir,
habremos de referirnos al mito simbólico del padre de la horda
primitiva.
Freud expone este mito al término de numerosos análisis
antropológicos que constituyen el cuerpo de su célebre obra
Tótem y tahiV Sin retomar el curso de estos valiosos desarrollos,
nos detendremos en la tesis del padre primitivo según la
elabora al final de su estudio. Debemos comprender este mito
como aquel del que no es posible prescindir para acercarse a la
teoría psicoanalítica del padre, ya que toda la consistencia de
esta teoría proviene precisamente de él.
Con este fin, parece empero oportuno situar rigurosamente
la cuestión en relación con el problema epistemológico que sus­
cita: el problema naturaleza-cultura, que nos vuelve a llevar en
línea recta, como veremos, al estatuto del padre primitivo.

En el campo de la reflexión filosófica, el problema naturaleza-


cultura se planteó en términos de dualidad sólo en épocas
bastante recientes. Esta articulación puede ser ubicada apro-

1S. Ercuil. Irnrni wiil lahn ( I1M 2/I‘)I3). ti. H’., IX. S h ..X llI. 1/ 1í»I IraiL
frunccsa Junkclcvjtch: “Toleni el T:ibiiun. l ’aris. I’avoi, n“ 77, 1973.
rimadamente en el siglo wiii, I:s indudable uue se trilla de un
asunto tan viejo como el hombre, y.i que precisamente la pro-
blemalización de este par naturaleza-cultura abre luda la
cuestión del origen del homhre.
Tradicionalmente. el par naturaleza-cultura se presenta como
un par «Je entidades opuestas. I o« ultural, que se referiría ante
todo a lu adquirido, a l<«social, a lo construido e instituido, se
opondría de entrada a lo perteneciente al orden «le lo innato.
En este se ni ido, cabe suponer una idea de progresión ordenada
y jerarquizada entre el estado de naturaleza y el estado de
cultura. A manera de consecuencia, la cultura se vería plan­
teada también como resultado de un progreso.
Problematizada en estos términos, semejante concepción
del paso de la naturaleza a la cultura fue poco más o menos que
insoluble. pues no existía una estrategia epistemológica con­
secuente capaz de vectorizarla. De hecho, la instauración de
este modo de relación entre la naturaleza y la cultura conduce
necesariamente a atolladeros racionales e incluso a aporías
lógicas.
Un filósofo como Jean-Jacques Rousseau, quien sin em­
bargo presintió notablemente esta dificultad, no pudo sacarle
partido. L.a prueba más tangible se encuentra en su célebre
estudio: Discurso sobre el origen y ¡os fundamentos de la desi­
gualdad entre las hombres. 3
En esta reflexión. Rousseau parte de la siguiente idea ge­
neral: la naturaleza del hombre se habría visto pervertida,
corrompida por la sociedad. Por esta razón, sólo una ficción del
hambre en estado de naturaleza permitiría restituir lo que la
cultura destruyó por completo.
Esta idea de una ficción necesaria introducida por J J . Rous­
seau merecede nuestra parte una extremada atención. Supone,
en efecto, que en el siglo vvinel estado de naturaleza ya no podía
ser pensado de otro modo que con la forma de un concepto
operutivo. Por lo demás, el propio Rousseau insistía acertada­
mente en ello, pues presentía esta relerencia a la ficción como

3J J.Rciuv>cuu. Di'u tn tn sur t ’iuiguic el /<•«fivulem ciiti tic rméfpiiité cutir lr\
hommes. I’aris, (iallimarti. I%S

20
una exigencia necesaria de la razón Y l’>era. como mínimo, por
dos motivos. Por un lado, le parecía evidente que nunca más
[X)dríamos conocer el estado de naturaleza. Por el otro —añadía—,
tal vez ese estado de naturaleza no haya existido nunca. La
ficción le parecía tanto más imperiosa cuanto que sobre ella
debía fundar él todas las tesis de su lamoso contrato soda! 1
Si, por lo tanto, el paso del estado de naturaleza al estado de
cultura no puede sei objetodeuna formulación objetiva, ¿cómo
conceptualizarlo'.’ Rousseau sugiere concebirlo “por imat’ina-
d ó n “. Sólo el hombre cercano al estado de naturaleza logrará,
debido a su pureza moral, hacer revivir un estado semejante.
Nos hallamos de este modo con una tesis cara a Rousseau, la
del hombre como “animaldepravado", tesis que él solo puede
sostener al precio de ciertas equivalencias discursivas. En pri­
mer lugar, ella supone que la moralidad es inherente al estado
de naturaleza. En segundo lugar, implica que la depravación es
propia del estado de cultura. En el estado de naturaleza, el
hombre ignora supuestamente los valores axíológicos como
el bien y el mal. Pero aun siendo un bruto amoral, es de todos
modos un bruto feliz.
Mientras que todo su infortunio proviene del hecho de que
puede perfeccionarse, debe a esta aptitud la potencialidad de
hacerse realmente hombre, es decir, “animal dotado de razón".
Además, el hombre natural ingresa en el orden propiamente
humano por la vía de este perfeccionamiento, que lo inserta
poco a poco en el orden cultural.
Pitra Rousseau, pues, el mismo movimiento por el que el
hombre aparece, de algún modo lo pierde al mismo tiempo. La
naturaleza encierra dentro desí los gérmenes de su superación
pero, contradictoriamente, estos gérmenes son origendel in­
fortunio dej hombre. De ese modo, en Rousseau se muestra
radicalmente recusada la idea de un progreso ligado a la cul­
tura. Pensar en la cultura como fuente de progreso es una

3 J.J Rousseau, Du a-'tlrut nuciti/ mi pm u ipes du dn»t ¡vdhique. I'aris.


Maraboul Universiu*. 107-1

21

i
utopía, puesto que la cultura niega al hombre toda posibilidad
de escapar a la corrupción y a la depravación. De ahí la
necesidad imperativa de un contrato social, destinado a re­
conciliar a la sociedad (a la cultura) con las existencias de la
felicidad (la moralidad).
Sin ahondar en las grandes líneas que dan vida a esta re­
flexión, podemos extraer empero algunos elementos de conclusión
en lo que atañe a la concepción clásica naturaleza-cultura.
En ciertos aspectos, todo se presenta como si en este con-
texto clásico el homhre perteneciera al estado de naturaleza
por su cuerpo, es decir lo biológico, o sea en cierto modo por el
orden de la necesidad. Pero parece que no puede superar este
estado de naturaleza más que con el advenimiento de la razón
y la libertad, que le dan acceso a la cultura. Así pues, la cultura
nace de la naturaleza del hombre. Puesto que esta concepción la
plantea siempre implícitamente como fruto de un progreso, es
lógico que se entendiera a las sociedades llamadas primitivas
como otras tantas etapas antropológicas transitorias condu­
centes a su adquisición. Comprendemos así por qué en campos
conceptuales sumamente reductores se llevaron a cabo gran
número de estudios que aparecen ampliamente sobredeter­
minados por aproximaciones ideológicas dudosas.4
Debemos reconocer a Rousseau, sin embargo, el mérito de
haber echado las bases de la antropología contemporánea, y
ello en su tiempo y a su manera. ¿Acaso no sugería recurrir
a la experiencia como medio para reencontrar lo natural del
hombre a través de lo cultural? Si ciertas observaciones ex­
perimentales dieron lugar a reducciones ideológicas inacep­
tables, otras en cambio condujeron a resultados mucho más
positivos. En particular, las investigaciones antropológicas
de Lévi-Strauss permitieron despejar el problema naturaleza-
cultura sobre bases operativas sorprendentemente nuevas.

4Mencionemos, a tílulo tic ejemplo, cieñas conclusiones antropológicas de


Lucicn Lcvy Bruhl acerca de la inauttlidtul primitiva CI. I.. Lcvy Uruhl. Les
J'om tinnsniattnh '.thm sles s/huics injvncwvs. I'aris. I'MII; lambicn l.tinu-malitc
primitiva, I’aris, 1922.

22
No fue ti esluerzo de Lévi-Strauss imaginar un estado de
naturaleza tan hipotético como inaccesible, cuyo proyecto heu­
rístico se le aparecía en completa oposición con el rigor de la
investigación científica. Por el contrario, se aplicó a tratar de
definir un criterio que permite distinguir rigurosamente entre
lo que es natural en el hombre y lo que escultural. A su juicio,
este criterio sólo podía ser establecido si se respetaban ciertas
exigencias.
De un lado, lo natural tiene uue poder obedecer a leyes uni­
versales^ hasta por definición. Del otro, no parece que lo cultural
se poJrá instituir sino en virtud de realas particulares (le
funcionamiento. Así pues, todo lo que habrá de universal en el
hombre constituirá su naturaleza, y el resto deberá ser nece­
sariamente considerado como un producto de la cultura.
En otro aspecto, como las sociedades humanas están nor­
madas y reguladas, todas ellas deben ser consideradas en
estado de cultura, incluidas las que se da en llamar sociedades
primitivas. Es completa la oposición con las sociedades ani­
males, de ningún modo coextensivas a una cultura. Así pues, se
trata de poder identificar, a través de todas estas culturas, e[
sustrato común al conj unto de los hombres, del que entonces se
podrá decir que constituirá su estado de naturaleza.
Con Léví-Strauss. el problema queda planteado de un mudo
absolutamente nuevo. Puesto que todos los hombres participan
en una cultura. Incultura no puede aparecer sino como la única
naturaleza del hombre. El sustrato común buscado será, a la
vez:

1. Lo que define a una cultura.


2. Lo que, siendo universal, participa de una naturaleza.

En las reglas que rigen los intercambios matrimoniales pone


Lévi-Strauss enevide ncia el sustrato común. Entre estas reglas
figura siempre, en efecto, una ley universal que es la de la pro­
hibición del incesto. Ella constituye, pues, el criterio riguroso
que permitirá separar la cultura de la naturaleza. Este hecho in­
discutible, que no es m puramente cultural ni puramente natu­
ral, aparece señalado por Lévi-Strauss en los términos siguientes:
23


Dondequiera se manifieste la regla, sallemos con certeza (|ue se
está en el piso de la cultura. Simétricamente, es fácil reconocer el
universal criterio de la naturaleza [...).
Postulemos, pues, que todo lo que es universal en el homlire
corresponde al orden de la naturaleza y se caracteriza por la
espontaneidad, que lodo lo que tiene que ver con una norma
pertenece a la cultura y presenta los atributos de lo relativo v lo
particular |.„|.
La prohibición del incesto presenta indisolublemente reunidos, y
sin el menor equívoco, los dos caracteres en los que reconocimos
los atributos contradictorios de dos órdenes excluyentes: esta
prohibición constituye una regla, pero una regla que^única entre
todas las reglas sociales, posee al mismo tiempo un caráclei de
universalidad.5*

Y Lévi-Strauss prosigue de esta manera:

La prohibición del incesto no es ni puramente de origen cultural


ni puramente de origen natural: y tampoco es una dosificación de
elementos heteróclitos lomados parcialmente a la naturaleza y
parcialmente a la cultura. Constituye la gestión fundamenl al gra­
cias a la cual, pero sobre todo en la cual, se cumple el paso de la
naturaleza a la cultura. En un sentido pertenece a la naturaleza
pues es una condición general de la cultura, y por consiguiente no
hay que asombrarse de verla recibir de la naturaleza su carácter
formal, es decir la universalidad. Pero también en un sentido es ya
la cultura, ejerciéndose e imponiendo su regla en el seno de
fenómenos que no dependen de ella en primer lugar.1’

Esta puntualización epistemológica de Lévi-Strauss nos ofre­


ce la confirmación más segura del carácter anhistórico del pa­
dre que señal filia mus poco antes.7¿Cómo es que el padre puede
estar, a la vez, fuera de toda historia y en el punto de origen
de lo que la constituye?
Admitamos la ley de prohibición del incesto como lo que
permite distinguir estrictamente en el hombre lo cultural yJo

5C. Lcvi-Strauss, I.es siructuivs clcinenUiiies <le lo ptnviué. op. t i l pp l)/111


" Ibíd., p . 5
7C(.supm p 13.

24
natural. Para que esta distinción pueda ser aceptada, hay que
suponer lógicamente la posibilidad de que exista un invariante
natural y universal especifico en todos los hombres. ¿Cómo
demostrar objetivamente este invariante? La cosa no es tan
sencilla y parece haber argumentos que se le oponen, espe­
cialmente ciertos hechos de observación psicológica que ten­
derían a probar que la existencia de semejante invariante no es
más que pura ficción.
El hecho de experiencia de los "niños sob ajes” nos aporta la
argumentación crítica más clásica. En electo, estos casos límite
parecen demostrar que sin cultura el hombre no es nada, ni
siquiera un animal, ya que se presenta como menos que un
animal.
El niño salvaje, que no es un hombre natural, no posee nin­
guno de los comportamientos naturales y adaptivos de los ani­
males. Queda así invalidada Ja idea de que el hombre pudiese
retornar, por regresión, a un estado cualquiera de naturaleza.
El estado de naturaleza resultaría entonces tanto más una pura
y simple ficción cuanto que el aislamiento social no constituye
en absoluto una condición favorable al desarrollo de un estado
natural sino, por el contrario, una condición de desarrollo
aberrante. Falta sólo un paso para concluir que en el hombre
todo es necesariamente producto de cultura, y que debe de­
secharse la idea de un invariante natural; y este paso se da
rápidamente.
En algunos aspectos, la teoría psicoanalítica permitirá, de­
jando a salvo ciertas condiciones, reintegrar el concepto de
naturaleza en el hombre de acuerdo con el criterio sentado por
la antropología. El sustrato que se buscaba puede ser definido
como un sustrato psicológico que manifiesta su expansión más
significativa en el orden edípica. El hombre participa en la na-
turaleza por su inscripción insoslayable en la dinámica edípica,
fundamentalmente ordenada por la dialéctica del deseo frente
a la diferencia de sexos. En otros términos, precisamente
porque la ley de prohibición del incesto es capaz de establecer
el limite entre lo natural .y lo cultural, el orden edípico puede
presentarse con toda legitimidad como el sustrato universal
que asigna en el hombre la dimensión de lo natural.
Al hacerse coextensiv;i al orden edípieo. la problemática
naturaleza-cultura desplaza su espaciojJe_oposición disoluble
hacia e l de un conflicto que habrá de culminar en un resultado.
De hecho, el orden edípieo se define cabalmente como el lugar
de este conflicto susceptible de resolución, perm itiendo aí
sujeto el acceso al registro simbólico, es decir, a ía cultura.
En resumen, la lectura surgió de la expresión de una falta.
Porque lu natural eji el hombre es isomorfo al orden edípieo. la
cultura pasa a ser legítimamente la verdadera naturaleza del
hombre.nacida déla prohibición originaria del incesto. En este
sentido la problemática naturaleza-cultura reorienta de pleno
derecho la cuestión del padreen psicoanálisis, ya que precisa­
mente de esta prohibición originaria del incesto se esfuerza poi
dar cuenta el mito freudismo del padre de la horda primitiva.

El mito freudismo del padre primitivo se asienta principal­


mente en la concepción darwiniana “de un padre violento,
celoso, que guarda para sí a todas las hembras y expulsa a sus
hijos a medida que crecen”.* Así pues, ante todo, esta horda
primitiva es una banda de hermanos sometidos a una tiranía
sexual forzada. Excluidos, acaban constituyendo-no obstante
una fuerza suficiente para oponerse al despotismo paterno.
Como señala Freud. su unión les permitía “realizar lo que cada
uno de ellos, tomado individualmente, hubiese sido incapaz de
hacer”."
Afirmados en su seguridad, deciden dar muerte al tirano; lo
matan, y luego lo consumen en una comida canibalística. Y
Freud proseguirá:

Nada tiene de asombroso el que comiesen el cadáver de su padre,


puesto que se trataba de primitivos caníbales. El antepasado vio­
lento era ciertamente el modelo envidiado y temido de cada uno

14S. Freud. / titán ct tahua up. al.. p. I(>2.


''I b íd .p . I(ó.
de los miembros de esta asociación fraterna. Ahora bien, me­
diante el acto de la absorción realizaban su identificación con él,
apropiándose cada uno de una parte de su fuerza.10

Freud se extiende largamente sobre el carácter ambivalente


de esta tiesta can ¡balística:

Basta admitir que la banda fraterna, en estado de rebelión, abri­


gaba hacia el padre sentimientos contradictorios que. por lo que
sabemos, lorman el contenido ambivalente del complejo paterno
en cada uno de nuestros niños y de nuestros neuróticos. Odiaban
al padre que se oponía con tamaña violencia a su necesidad de
potencia y a Mis CMgcñeias sexuales, pero, sin dejar de odiarlo, lo
amaban yJu admiraban Después de suprimirlo, después de haber
satisfecho su odio y realizado su identificación con él. debieron de
abandonarse a manileslaciones afectivas de exagerada ternura.
Lo hicieron en la forma del arrepentimiento; experimentaron un
sentimiento de culpabilidad que se confunde con el arrepentimiento
comúnmente experimentado. El murrio adquirió un poder mucho
mayor del que liahlu poseído en vida |...|.
Lo uue el nadre había, impedido en tiempos lejanos por el solo
hecho de su existencia, los hijos se lo prohibían ahora a sí mismos
_cn virtud de esa "(>bedicna?i7i> lñispcclha“ característica de una
situación psíquica que el psicoanálisis nos ha tornado familiar,
desautorizaban su acto prohibiendo el asesinato del tótem, sustituto
del padre, y renunciaban a recoger los frutos de estos actos
negándose a tener relaciones sexuales con las mujeres que él
había liberado."

Freud justifica de este modo uno de los componentes esen­


ciales del complejo de Edipo. En efecto, el sentimiento de
culpabilidad que engendran originariamente estas dos prohibi­
ciones reaparece ejerciéndose en la situación edípica a través
de dos deseos fundamentalmente rechazados: el asesinato del
padre y las exigencias sexuales para con la madre.
El mito freudiano se prolonga entonces del siguiente modo:

"'S. Freud, Internet liilmu, np a l p IM


" lliid., pp IW /IdS (l.l subrayada me pertenece.)

27
Lu necesidad sexual, lejos de unir a los hombres, los divide. Los
hermanos, que mantenían su alian/a mientras se trataba de supri­
mir al padre, se transformaban en rivales no bien era cuestión de
apoderarse de las mujeres. Cada cual hubiese querido, a ejemplo
del padre, tenerlas todas para él, y la lucha general en que esto
hubiese desembocado habría conducido a la ruina de la sociedad.
Ya no había hombre que, superando en potencia a lodos los
demás, pudiese asumir el papel del padre. Así, los hermanos, si
querían vivir juntos, podían lomar un solo partido: tras superar tal
ve/graves discordias, instituirla interdicción del incesto por la cual
renunciaban lodos a la posesión de las mujeres codiciadas, siendo
que la razó» principal por la que habían matado al padre fue el
asegurarse de esa posesión.12

Al término (Je esla presentación sinóptica del tema freu-


diano de la horda primitiva, un último punto reclama aún
algunas precisiones. Puesto que se llegó a reprochar a Freud
el aspecto precisamente milico de su excursus antropológi­
co, mencionemos en su descargo que este carácter mítico no
parece habérsele escapado. Más aún, a su entender, había
quedado claramente establecido que se trataba de un mito
necesario, como ya lo señala en las primeras líneas de Tótem y
Tabú:

Hemos intentado deducir en este libro el sentido primitivo del to­


temismo partiendo de sus rastros y supervivencias infantiles, de
los aspectos en que se manifiesta durante el desarrollo de nuestros
propios hijos. Las estrechas relaciones que existen entre el tótem
y el tabú parecen ofrecer nuevas bases a esta hipótesis; pero aun
en la suposición de que ésta revele ser finalmente inverosímil,
estimo de todas formas que habrá contribuido en cierta medida a
aproximarnos a una realidad desaparecida y tan difícil de re­
construir.13

12S Freud. Tótem et Tahua, up. cit., p. lió (Fl subrayado me pertenece.)
13S. Freud. Toicni a lahuu. up ai., pp (»/7 (1:1 subrayado me pertenece.)

2X
Todas las implicaciones de este mito necesario de la horda
primitiva prueban ser otros tantos argumentos susceptibles de
dilucidar la noción de padre según nos es posible apreciar su
función en el campo de investigación de lo inconsciente.
Capitulo III
d e l h o m b r e al pa d r e y d e l p a d r e a l h o m b r e *

EI descubrimiento freudismo nos ha familiarizado con el hecho


de que, desde el punto de vista de lo inconsciente, no existe ni
masculino ni femenino. Esta constatación, ampliamente corrobo­
rada por la práctica cotidiana, no deja de interrogar seriamente
a la cuestión de la identidad sexual.
No vamos a examinar aquí en detalle el problema general
planteado por la identidad sexual,1pero al menos atengámonos
a este aspecto específico que concierne directamente a la inci­
dencia paterna. Podemos introducirlo sin rodeos mediante la
siguiente pregunta:

—¿Hace falta necesariamente un hombre para que haya un


padre?

Por más antojadiza que parezca a primera vista esta propo­


sición. la respuesta que se le pueda dar tendrá que producir la
exacta especificación de la función paterna. La discriminación

• Algunos aspectos de este lema fueron objeto de una comunicación el 17


de enero de l‘W7, durante un coloquio organizado por el profesor I’hiltppe
(iutton. consagrado a “La question du pere ü radolescence”. Universidad de
París V il. U.F.R.. Ciencias Humanas Clínicas. l a comunicación se publicó en
Adolescente. I9K8, i. A. nu I, pp 1.11/141
1 Expongo esta cuestión de manera sintética en mi libro Sintcitnv et
perveisitms, up cit., cap. 16. pp. 217/213.

y\
generada por la pregunta supone, en cambio, que su campo de
aplicación sea sancionado con el mayor rigor posible. Defina­
mos este campo mediante las dos fórmulas siguientes, que
marcarán su extensión y comprensión:

L El hombre, en cuanto Padre, tiene que dar la prueba, en un


momento dado, de que posee cabalmente aquello de lo que todo
hombre está desprovisto.
2. El Padre, en cuanto hombre, nu/ua puede aportar otra
prueba que el dar aquello de lo que está desprovisto.

No se trata en ambas afirmaciones de enunciados impene­


trables, siempre que se señale con claridad cuál es el obje­
to enigmático que se puede a la vez poseer y del que se es­
tá igualmente desprovisto: el falo. A este título, solamente, la
función ixiterna será estructuralmente identificada con la función
fúlica.

La fuente de esta identificación tiene que ser situada en la lógi­


ca misma que anima el desarrollo del mito de la horda primitiva.
Freud señala en distintas ocasiones la naturaleza de los
sentimientos contradictorios expresados por la banda fraterna
respecto del tirano; ambivalencia de la que encontrará vestigios
en los niños y neuróticos y que él especificará bajo la acepción
de complejo paterno. 1:1 amor y el odio movilizados frente al
déspota (“Sin dejar de odiarlo, lo amaban y lo admiraban") re­
suenan de nuevo en el momento de la comida canibalística. en
la cual, tras la explosión de odio asesino, Freud hace la hipótesis
de un desborde de manifestaciones afectivas. Recordemos
también que justamente a propósito de este desborde introduce
la idea de unarrepentimiento asocuaioa un sentimiento de culpa­
bilidad.
Todas estas indicaciones nos pondrán en la senda de una
deuda alimentada respecto del tirano, deuda inscrita para siem­
pre y que nada podrá borrar por completo, salvo quizás, como
lo formula Freud. honrándolo desde ahora simbólicameme y
32
ello al precio de una interdicción a la que se consagrará el culto
de una “obediencia retrospectiva”. Ahora bien, precisamente
en relación con esta deuda retrospectiva el padre muerto adquiere
“un poder mucho mayor del que había poseído en vida”. M ucho
mayor poder, como lo atestigua la continuación del mito, por lo
mismo que es el jxidre muerto el que ini|x>ne retrospectivamente
la institución de lu interdicción del incesto.
Sobre la base de estos pocos señalamientos, fácil es com­
prender bajo qué condiciones precisas se iiist ¡t uve lu edificación
shnhólica del Padre a partir del padre primitivo. Edificación
simbólica que constituye la piedra angular de la función pa­
terna más allá de todos los pudres de la r ealidad.

Las condiciones precisas que gobiernan esta edificación simbólica


están implícitas, en efecto, en el mito freudiano, por poco que
se tenga el cuidado de reaprehender su articulación a la luz de
ciertos aportes lacinia nos referidos a la scxuación y a la atrilnu ión
fúlica.2Con esta reserva, podemos despejar su infraestructura
lógica en tomo de los cuatro puntos siguientes:

Primer punto

Parlamos de la hipótesis de que existía un hombre que poseía


a todas las mujeres y que protegía celosamente esta posesión
apartando a sus descendientes a medida que crecían. Se trata
entonces de ese “al menos un" hombre del que hahla Lacan,
partí quien nada venía a obrar de límite a las exigencias sexua-

-’ Hn let i|uc concierne a la .scxuación en relación con la atribución lalica, se


remitirá el lector especialmente a los siguientes trabajos tic l.acan:
a) / . / /i'ivs Jetpstc<>wHili\i\, l% 9 /|9 7 0 . seminario inédito.
b) Un tiiscursn que no sería \cnihlnnic. 107(1/1071, seminario inédito.
c) O peor. 1971/1972. seminario inédito.
d) Id suhiTilclpsiamniiláln, 1971 /1972, seminario inédito
e) “L’étourdii”, Seilievi. n-’ 4, I'aris. Seutl. 1971. pp. 5/52
I) l-Mcon-, Libro XX. 1972/197.1. I’aris. Senil. 1975.

33
les. Estecasodo Figura es expresado por Latan mediante el al­
goritmo siguiente

3x (J)x
Existe. pues, “al mera" un" x t.i! Muc la propiedad (atri­
bución fúlica) no se aplica a er decir (¡ueno está ca\tnido. I’or
esto mismo, como contrapartida, ese Uu! menos uno" imponía
a la horda de los rivales excluidos ex mono a.s sexuales necesa­
riamente limitadas.

Secundo punto

La omnipotencia inicua de este “al menos uno" no puede mentís


que suscitar cierta ambivalencia. La horda de los rivales dará
curso a inevitables sentimientos de amor y odio. En electo, por
más que alimenten odio y anhelos de muerte respecto de ese “al
menos uno”, les es imposible no envidiarlo a causa de sus
atributos, que le permitían poseerá todas las mujeres. De ahí
la continuación lógica del mito.

Tercer punto

Para |msecr ti las mujeres codiciadas hay que procurarse, pues,


los atributos del tirano. Los hijos acuerdan darle muerte a fin
de apmpjnrse de las marcas de su omnipotencia y ocupar su lu­
gar. Matan al tirano y acto seguido lo consumen en una comida
can ¡balística.

Cuarto punto

L.s fundamental la mediación de la comida canibalística evocada


por Freud. Al procurar apropiarse de los atributos omnipotentes
del tirano, la banda de excluirlos realiza una identificación, el
proceso de esta identificación va a ser descrito por Freud en
en Psicología de lux masas y análisis delyo. ’Se trata del
primer tipo de iilcnlilicación accrt.idamente llamada uientijh u-
í ión por incofjHimciñn

E l chiquillo observa que el parirs rcpi escuta un obstáculo en la


relación con la madre; su ideal ificacióu con el padre adopta ahora
una tonalidad luislil \ se vuelve idéntica al deseo de reemplazar al
padre junio a la madre !’■ u lo demás, la identificación es.-inhiialcnlc
deslíe el principios lamo puede oiieularsc Ivaei.t la expresión de
la ternura como hacia el deseo de esieeión. Se conduce como un
rcloño de la primera lase nial de la organización libidinal en la
que, al eoiitef el ob|elo unliciado s apreciado. uno -,c lo incor­
poraba. .111 iqtiliándolo asi en eUanlo lal Sabemos que allí »c queda
el e.mili.< 1. \m a a sus enemigos lia>ia el ['unto de desoí ai los s no
devora a los que de una u otra manera no puede am ar .4

Volvamos a la comida canibulíslica identil icatoria con la que


se celebraba la muerte de ese “al menos uno" poseedor de
todas las mujeres. El rito de la comida lotémica suministra muy
retrospectivamente la explicación simbólica de esta comida
canibalística. y Ereud no vacila en calificar aquel rito de “re­
producción v [...] tiesta conmemorativa de ese acto memorable
y criminal que sirvió de punto de partida a tantas cosas."'
Demorémonos un píreo más sobre este comentario treudia-
no de extraordinaria perspicacia:

En una ocasión solemne, el clan mala cruelmente a su animal


lotémico y lo consume crudo |_.|. Los miembros del clan se han
vestido como para asemejarse al tótem c imitan sus sonidos \
mm imientos i ano si quisieran ri salíar su ident idad o >nél. Saben
que están cumpliendo una acción prohibida para cada uno indi-

*S. It c iu I. wM;iSM.‘n|i\\chii1ii£it: uiul lch-A n:il\^.,w( l ' ^ l l . o i r \ l l l . 7 \ h > ! .


S E X’V lll. (i5 /|4 .' Nueva traducción liunccsu I’ t n iel. A Uiaoguistinui. .1
A llnnm an. I) llm iiuuiunun. . \ K.iu/v. uIlsvclnilojyo ites Ionios ei ú n an se d»
muí" (l’>2| ). / (/«•¡’\\\ IwnttlvH . I’aris t’lll*. m 44. lltS4. p¡> 117.21"'
J S breuil. "I'sichitlugie lies ImuIcs ci analyse tlu iii‘'l", o ' p fe*
'S ItcuiI. liJtnn tt /a/imi iu |) Iti.V
vidualmcntc. pero que se justifica i1itm.Ii el Mistante en que tojo*
participan en ella ademas. nadie lime itcrcihu a -aisuucrsclc.
Realizarla la acción, lloran \ lanicnlan al animal muerto. Las
quejas suscitadas por esta muerte están ilutada' c impuestas por
el lémur a un castigo. \ su fin principal [...] es sustraer al clan a la
responsabilidad del asesinato realizarlo.
Pero ,i este duelo le simu la tiesta mas bullau^.t v ulcere, con
desentreno ríe Indi is los instintos y ace pl.ieion de líalas las satis­
facciones |...]
I’ero. fuñé simulan el din lo i.xpei ¡ntenlado a consecuencia del
asesinato del animal totemico v que sirve de introducción a esta
liesta tan alborozada'.' Si el asesinato del tótem produce contento,
siendo un acto oidinui iamente prolubido. i'jro» qué también se lo
llora'.’
Sabemos que los miembros del clan se santifican medianil* la
absorción del tótem y retuerzan asi la identidad que existe entre
ellos y su iitcniiilad con él. I.a disposición gozosa y lodo lo que de
ella deriva podría explicarse por el hecho de que los hombres han
absorbido la vida sagrada cuya sustancia tenia en el tótem su
encarnación o. neis bien, su vehículo.

Y Freud concluirá así:

El psícnumilisis nos reveló que el animal loténiico servia en reali­


dad de sustituto riel padre, y esto no» explica la contradicción: |...J
por un lado, la pmliil lición de matar al animal: por el otro, la fiesta
que sigue a su muerte, precedida de una explosión de tristeza. La
actitud afectiva ambivalente que aún hoy caracteriza el complejo
paterno en nuestros niños y lo prolonga a veces hasta la vida adul­
ta. se extendía igualmente al caníbal lolémico que sirve de susti­
tuto al padre."l

l )e este comentario ireitdtano se desprende una consecuen­


cia capital: sólo la muerte, celebrada y Horada, a la cor, instituye
al iiifuntn devorada como Padre. De hedió, al término de la
celebración can ¡balística el hombre que tenia a todas las mu­
jeres ya no aparece como el tirano a eliminar, lil arrepentimien­
to y la i nlpabilidnd que hacen cortejo al viudo instauran al

f*S l*rcu»Í, i f t i n n v i ¡a } u * u . <yv t /r. |>p

Vi
difunto en un lugar único donde de ahora en más deberá
¡levarse a cabo un culto Este culto 'em lri por objeto edificar
simbólicamente al hombre que tenía a finias las mujeres cual un
,lias di^no de amor y a cuyo respecto cada cual alimentará una
deuda sin fin. Por esta sola razón el muerto adquiere entonces
“un poder mucho mayor del que habia poseído en villa"
l.a deuda será honrada, de aquí en mas. a través del culto
restrospeetivo oliendo .1 la institución simbólica de la prohibí
aun del un esto, por la cual Unios los hombres renunciaran a las
mujeres cuva posesión sena de un solo hombre, reconocido
entonces simbólicamente en el lugar de P ; h
En 011 os térntiii' >s. el hombre que tema a lorias las mujeres
no adviene j.mías como ¡'adre sino desde si momento en que
está muerto en cuanto hombre. Así pues, la edificación del
hombre en P.idre se realiza al precio de una promoción sim­
bólica que sólo puede mantenerse si se sostiene de una interdic­
ción con fuerza de L.ey.
De ahí este segundo algoritmo propuesto por Lacan:

Todos los hombres están som etidos a la (unción <t. es decir


que están castrados. Por lo tanto, la excepción del “al menos
uno" sustraído a la función láliea?fa la castración) es la que
funda la l ey que impone la castración a todos los otros.
Sólo a este precio podría constituirse la edificación del Padre
simbólico. En cambio, dicho precio inviste a este Padre como
referencia de una función que podrá ser asumida, como contra­
partida, por r«</«/íM/»í/>rc en l.i medida en que se presente en un
momento dado como aquel que sabrá dar la prueba de que él
sólo posee el atributo que le depara, a la vez. odio y admiración.
En este sentirlo será reconocido en función de dicho atributo
como uno que tiene derecho respecto de la mujer codiciada En

3 x (f)x
cuanto humbrc rea/, es decir, en cuanto tirano, será entonces
simháln ámente asesinada a Un de que se lo invista y al misino
tiempo se lo admita como Padre garante de la preservación de
la Ley.
En último extremo, esta investidura simbólica tunda toda la
diferencia entre el Padre real y el Padre simhólieu. El Padre real
nunca figura sino bajo las señas del hombre real que. para ser
un Padre, debe investirse y hacerse reconocer como Padre
simbólico. Es preciso, pues, que se lo suponga poseedor de ese
atributo imaginario fúlica, fuente de odio y envidia, que lo
instituye como el única que tiene derecho. A manera de conse­
cuencia:

El hombre, en cuanto Pudre, tiene qtte darla ¡micha, en un momen­


to dado, de que posee cabalmente aquello de lo que lodo hombtv
está desprovisto.

Sin embargo, al hacer que prevalezca su posición de tener


derecho sobre una mujer prohibida a su descendencia, este
Padre nunca es padre sino simbólicamente. Ante esta mujer
sigue siendo de todos modos puro y simple hombre, es decir, ex
hijo, desprovisto del falo por haber tenido que aceptar él mismo
su castración reconociendo su atribución a un Padre. De ello
resulta que:

El padre, en cuanta hombre, nunca puede aportar oirá ¡micha que


el dar aquello de que está desprovisto.

Así pues, la dimensión simbólica del Padre trasciende cla­


ramente a la contingencia del hombre real. El estatuto de Padre
es un puro referente cuya función simbólica está sostenida por
la atribución del objeto imaginario fálico. Cualquier tercero
que haga de argumento a esta función mediatizando los deseos
respectivos de la madre y del hijo, instituirá por su incidencia
el alcance legalizador de la prohibición del incesto. Ahora bien,
hacer de argumento a esta función no implica otra cosa que
convocar solamente, en posición de referente tercera, al signi­
ficante de! Padre simbólica: es decir, al significante fúlica en
manto simboliza al objeto de la falta deseado por la madre
Desde este punto de vista, tal (unción media tiza dora no re­
clama en absoluto, en última instancia, la existencia Iticet tumi
de un Padre real: dicho de otra manera, de un hombre. Pode­
mos responder, entonces, a la pregunta inaugural:

A'o hace falta necesariamente un hombre para que haya un padre.

Esta necesidad sólo debe concebirse como originaria, es


decir, como mítica, ya que se trata del hombre que poseía a
todas las mujeres. Pero como tal. puesto que no estaba cas­
trado. es tan sólo un hombre mítico F.n cambio, por lo que se
refiere a la acepción del hombre inscrito en una contingencia
histórica y por lo tanto respecto de la única realidad de hombre
que jamás nos sea dada y conocida, dicha necesidad no se
impone. A lo sumo se requiere, y alcanza con que el deseo de
cada cual sea referido y mediatizado por la única consistencia
de ese significante del Padre simbólico que es el Nombre-dd-
Padre.
No hay otra discriminación coherente pasible de ser desta­
cada entre la dimensión del Padre y la del hombre.
I
C a p ítu lo IV
E L P A D R E R E A L . E L P A D R E IM A G I N A R I O A E L P A D R E
S IM B O L IC O : L \ E l NC IO N D E L P A D R E E N L A D I A L E C T IC A
E D I P IC A

La localización de la función simbólica dei padre en relación con


la existencia continúenle del Padre reai determina una de las
bases más fundamentales de la clínica psicoanalítica. No habría
prueba máscom incente que el recordar que la edificación del
Padre simbólico a partir del Padre real constituye la dinámica
misma que regula el curso de la dialéctica edípica y, con ella,
todas las consecuencias psíquicas resultantes.
Conviene examinar asimismo los principales momentos de
esta dialéctica que contribuyen a una edificación semejante, sin
la cual la función paterna será inadecuada para promover la
estructuración psíquica del niño hacia un umbral de potencia­
lidades nuevas.
Menos que de recorrer los arcanos que ordenan el curso de
la dialéctica edípica en sí,* se trata de poner el acento sobre la
problemática paterna inlervinienie en dicha dialéctica. En
cuanto a esta “problemática paterna”, debemos entenderla co­
mo la sucesión lógica de las investiduras diferentes de que es ob­
jeto la figura paterna. Investiduras que señalan en la dinámica
edípica otras tantas incidencias decisivas para la estructuración
psíquica del niño. Tal es sobre todo el aspecto de la metamorfosis
simlxilica del padre que vamos a enfatizar.1

11 n tu concerniente al dccurrollo pormenorizad" de la dialéctica edípica.


véase mi ohnr tntnnhutum á hihxiw v tlr l.nctm t 1 >>p c i t. especialmente li>s
capítulos II. 12 y 1.1. pp S'J/122.

41
Algunas concisas fórmulas de La can lijan notoriamente el
ascendiente de esta problemática paterna en el complejo de
Edipo. Ya en 1^58. basándose en los trabajos de Freud. Lacan
articula de entrada la noción de padre 4 la del complejo de
Edipo, y ello en Forma de implicación lógica

No hay cuestión de Edipo si no hay padre; a la inversa, hablar de


Edipo es introducir eonio esencial la función Ji I padre.-

Prosiguiendo su reflexión. Lacan efectúa luego una elabora­


ción capital en cuanto a la distinción entre el Padre.wmóo/íc<; y
la presencia del padre contingente, es decir real, en estos tér­
minos:

¿Puede constituirse un Edipo de manera normal cuando no hay


padre?|...| Hemos advertido que no era tan sencillo, que muy bien
podía constituirse un Edipo a pesar de no estar el padre |...|. Los
complejos de Edipo totalmente normales, normales en los dos
sentidos, por un lado normalizantes y también normales por des­
normalizar, quiero decir, por sus efectos neurolizantcs por ejemplo,
se establecían de una manera exactamente homogénea a los otros
casos, incluso en el caso en que el padre no está.'

En este camino de determinar la incidencia del padre en el


complejo de Edipo, Lacan se aplica entonces a especificar no ya
los infortunios inherentes a su ausencia sino, más precisa­
mente, la influencia ejercida por los riesgos de su presencia: la
famosa carencia ¡Mienta:

En lo tocante a la carencia, simplemente quisiera hacerles notar


que cuando el padre es carente y en la medida en que se habla de
carencia, nunca se saín: carencia de qué |...|. Se ha entrevisto el
problema de su carencia no de una manera directa |...| sino como
era evidente desde un principio. Sólo en cuanto miembro del trío
fundamental, ternario de la familia, es decir, en cuanto ocupando

2 J Lacan. I.<is ftiniuitum cs </<7 inconsiicntc, op. dt., seminario del 15 tic
enero Ue l ‘>58.
•’ Ihíit.

42
su lugar en la familia, su podía empezar a decir cosas aleo eficaces
respecto de la carencia |...|. Hablar de su carencia en la familia no
es hablar de su carencia en el complejo. Porque para hablar de su
carencia cu el complejo hay que introducir otra dimensión,
distinta de la dimensión realista.4

Formulada esta distinción y reforzada con ella la diferencia


existente entre el padre simbólico y el padre real. Lacan esta­
blece por fin el estatuto auténtico del padre estructuralmente
implicado en el complejo de Edipo:

F.l padre no es un objeto real: entonces, ¿que es'.1j...| El padre o


una metáfora. Y. «que es una metáfora'.’ ... I-' un -.lenificante que
viene a ponerse en el lugar de otro significante (...| Ll padre es un
significante sustituido a otro significante. Vtfrprf está el resorte y el
único resorte e\ewia[ tiel padre en tanto interviene en el complejo
¿le Edipo.J
Estas diferentes elueidaeionespropuestas por Lacan pueden
ordenarse así según cuatro líneas directrices esenciales que dan
perfecta razón de la función exacta cumplida por la instancia
paterna en el proceso edípico.

L La noción de función paterna instituye y regula la di­


mensión complexual del F-dipo (dimensión conllictual).
~ 2. El desarrollo de la dialéctica edípica requiere, con toda
seguridad, la instancia simbólica de la función paterna sin exigir
por ello la presencia necesaria de un padre real.
3. La carencia del padre simbólico, es decir la inconsistencia
de su fuñe icm en eí curso cíe la dialéctica ed ípica, no es cíen ingún
modo coextensiva a la carencia de padre real en su dimensión*45
realista.
4. La instancia paterna inherente al complejo de Edipo es
exclusivamente simbólica, puesto que es metáfora.

4 J. l.ac.in. /./i.v /{intuiciones ilt’l innmsaente. <>p al.. >eniimirii> del 15 de


enero üe l‘)5S
5 lliitl. (t .l >ubravada me pertenece )

43
F’iini"lójicamente. oí umbral tío! proceso edipico >o car :cter¡/.i
precisamente por ol ool ip.so Jo una instancia paterna \o t"- |iii
ol paJro real no so manifieste como tal l'nr t I c n tra rio f d u
so presenta como si sólo interviniese en su mora contingencia
realista, la cual no produce ninguna incidencia propondoranlo
on cuanto a una mediación cualquiera do las apuestas edipicas
F.l niño está cautivo, en electo, de cierto modo do relación
con la madre respecto de la cual el padre, como patito real e s
e.uraiu> l’oi lo demás, esta relación os adecuadamente desig­
nada como relación fusiona!. por lo mismo que ninguna i n s ­
tancia exterioi es eapaz de poder mediatizar las apuestas de
deseo tjiie implica Así pues, la indistinción tusjonal del niño
con la madre resulta esencialmente del hecho de que el niño se
constituye como el único objeto que puede colmar el deseo de la
madre.
Ajeno al circuito de la relación madre-hijo, el padre real no
puede aspirar en ninguna forma a la asunción de su función
simbólica. Y ello tamo menos cuanto que el niño, como objeto
susceptible de colmar el deseo de la madre, .ve identifica en­
tonces con su falo. Ahora bien, hemos visto que esta función
simbólica sólo podía tener carácter operativo en la medida en
que el padre estuviese investido de la atribución fálica.
Al no hallarse el falo donde habría que suponerlo, el niño, en
este umbral del Edipo. mantiene con el (alo una relación
aparentemente ajena a la castración, ya que él mismo e.v el
objeto tálico. Ahora bien, en su esencia, un objeto como éste es
precisamente el objeto imaginario de la castración. De ello
resulta que la idemilicación fálica del niño es una identificación
estrictamente imaginaría. Nada tiene de asombroso el que esta
identificación fálica, que sólo imaginariamente sustrae al niño
a la castración, lo convoque a ella aún con mayor fuerza.
Por esta razón, el Padre real, anlcs extraño a la relación
madre-hijo, apenas si podría quedar asignado en tal exteriori­
dad por mucho tiempo. En cuanto Padre real será inevitable
que su presencia resulte para el niño cada vez más molesta.
^.tStíL. momento en que ella adquiera cierta consistencia
significativa trente al deseo de la madre y al modo en que el niño
está en condiciones de captar dicho deseo
44
Am"pues. t:i consistencia del P tdi rea! respecto del di seo uc
I.i madre comenzara a cuestionar la economía del deseo del
niño bajo esia Ibrnia intrusiva. Dicha interpelación lo induce a
poner en tela de juicio mi identificación imaginaria con el objeto
del deseo de la madre, t i niño ingresa ahora en una etapa de
¡neertidumbre psíquica en cuanto a su deseo y a la relación
entre éste y la secundad que le procuraba respecto del de la
madre. Sólo estaqueenidumbre permite comprender de qué
unido la instancia patenta empie/a a confrontar al niño con el
recistro de la castración.
A causa de esta confrontación subrepticia con la castración
se inicia en la dinámica (.leseante del niño una nueva apues­
ta que en lo sucesivo será explícitamente veetorizada por la
instancia paterna. El Padre real aparece cada vez más ante él
como alguien i¡ue tiene derecho con respecto al deseo de la
madre. Sin embargo, en un primer tiempo esta ligura del que
tiene derecho sólo podría actualizarse ante el niño sobre el
terreno de la rivalidad fálica en rel.ieión con la madre. Rivali­
dad fúlica donde la figura paterna será triplemente investida
por el niño bajo los atavíos de un podre privodor, interdicto!'y
frustrodor.
En nada tiene que mostrarse el padre deliberadamente
privador. interdietor y Ilustrador para apareeérsele al niño
como tal. Sólo la ¡neertidumbre de la identificación lalica va
haciendo al niño más sensible a esta presencia paterna intrusiva.
Por otra parte, amenazado en sus investiduras libidinales
arcaicas respecto de la madre, el niño comienza a presentir
insensiblemente algo que siempre había estado allí: la incidencia
del deseo de la madre con respecto al deseo del padre. Por ¡n-
conlórtable que resulte, este descubrimiento lleva al niño a
presentir lú Padre real bajo una luz cada vez más imaginaria. Así
pues, será fundamentalmente en calidad de Padre imaginario
como el niño percibirá en lo sucesivo a ese molesto poseedor de
derecho que priva, prohíbe y Irustra: o sea. las tres lormas de
investidura que contribuyen a mediatizar la relación lusional
del niño con la madre.
Puesto que se le supone oponer a la madre la posibilidad de
ser colmada por el sólo y único objeto de deseo que es su hijo.
el padre sobreviene ineviiaNemente en la investidura psíquica
del niño como un intruso prnador. Además, impidiéndole te-
nei la toda para el. el padre, descubiertocomoaltanen que tiene
derecho sobre l.i madre, ve manifiesta entonces id niño como
imerdit tor. Por último, uttida la privación a la interdicción, esto
suscitará en el niño la representación de un padre//7<.w/'</i/f »r que
el impone la confrontación con la lalla imaginaria de ese objeto
real que es la insidie y del que él tiene necesidad.
IV manera mas general, el pariré es presentirlo comía objeto
liral ante el r ie s e n ríe la madre desde el momento en que
aparece como otro f/iivomvi en relación con la rilarla tnsional
madre-hijo. Sin embaí go. aunque esta rivalidad lalica incite al
niño a vivir imaginariamente la presencia paterna bajo el as­
pecto de un tirunn totalitario, ella no deja de certificar un
desplazamiento significativo del objeto fúlica. Al mostrarse al
niño como un hipotético objeto del deseo de la madre, el padre
se presenta, a semejanza del niño, como un falo rival. Así. en
torno de la interrogación del niño, serano:\er el falo de la madre.
se ha efectuado un deslizamiento rjueesel del talo mismo. No
bien se sospecha al padre como kilo rival —aun si es sólo
hipotético—. está anunciada la atribución fúliia paterna. Pero
está anunciada según el modo del “ver", va que aún no se
supone qnr el padre pueda “tener" el falo.
Por otra parte, habiéndose desplazarlo el talo al lugar de la
instancia paterna —aunque el pariré sólo sea presentirlo toda­
vía como alguien que es él mismo ur kilo—, en lo sucesivo el
niño se ve implícitamente conducido a cruzarse con la Lev del
padre. A través ríe la rivalidad kilica orquestarla según el modo
de la privación, de la interdicción v de la frustración, el niño des­
cubre que la madre es depH'iuliente del deseo del padre. Por vía ríe
consecuencia, el deseo del niño hacia la madre ya no puede
evitar el choque con la ley del riesen riel otro (el pariré) a través
riel deseo de aquélla. Oe modo que el niño debe tomar para si
esta nueva prescripción que regulará la economía de su deseo:
el deseo de cada nial está siempre sometido a la lev del deseo del
otro. Pero ante la coacción narcisista que implica esta prescrip­
ción. se le brinda la oportunidad de avizorar un nuevo despla­
zamiento riel objeto lalico.
4U
Si el tleseo tic la madre está sometido en cierto modo a l.i
instancia paterna supuestamente privadora, interdielora y
Ilustradora, de ello resulta t|iie la madre reconoce también Ui le\
del podre como aquella que mediatiza su propio deseo. Se
impone así al niño una única conclusión el reconocimiento que
tiene ella de esta lev no es otro que el ipie recula su deseo de un
objeto que xa no es el niño, sino que el padre, en cambio, su-
puestamente tiene. El niño alcanza de este modo un estadio en
el que. como lo expresa Lacan:

A luti(|tie d esp ren d e al sii |CUh Ic su ideniilícaem n vuelve a su je ta rlo


al m ism o tiem p o a la pi m iera apai ieinn de la ley ba|ii la to rtita lLI
hecho de que. en euaiili >a esto, la m adre es dependiente: d c|viidiente
d e un o b je to que ya no es sim plem ente el o b je to de su d eseo , sino
un o b je to q u e el o tro tiene o no tiene."

Con este nuevo desplazamiento del objeto tálicose inaugura


el tiempo decisivo del complejo de Edipo. donde la instancia
paterna va a deshacerse de sus oropeles imaginarios para
advenir al lugar de Padre simbólico, es decir a un lugar donde
será investido como aquel que tiene el jalo.
Para comprender este momento crucial del advenimiento
del Padre simbólico refirámonos concisamente a la mención
iiL-iidiana de jon-iiu,’ testimonio indiscutible de la institu­
ción ile este proceso de simbolización. La inversión simbólica
que se opera a través del juego del fo n d a certifica, en electo,
la puesta en acto de cierto proceso de dominio en el niño: el
dominio de la ausencia materna. Al expulsarla y hacerla volver
simbólicamente a través del juego del carretel, el niño se revela
en dos actitudes enteramente nuevas. Por una parte, en una
actitud psíquica activa del.sujeto y no ya en la dimensión pasiva

“ J Lavan. I j o fim m ichvici ilvl iiivmiwiviiie. >¡p vil., seminario del - - de


enero <le l‘J>N
S l reml. “.Icii'ciis des I usiprinzips" ( I'l2ll).í/'.ll. Xlll..t/(i*J.S.I-., XVIII.
i/(i4 Trad Irancesa de J 1.aplanche y J.11 l’oiualis. (2ila. ciL). “Au-ilela du
principe »le plaisir”. b v i á <ivpwvhmuitoe, <>p. v i l . pp. 52 y sigs
Véase laminen mi ohra Inln^luniim ii In Ivvnin tlv l.m un. I \.np vil.. pp
114. y sigs

-17
de objeto dei deseo del otro que lo había caracterizado hasta
ahora. Por otra partir, el niño da la prueba de un atitcmno
renunciamiento psUjith o .1 su identificación primordial con el
objeto que colma el deseo del otro.
Sin embargo, el signo más espectacular de este dominio
reside, hablando con propiedad, en el proceso de atceso u ln
simhólho misino y mediante el cual I acan nos muestra de que
modo el niño va a constituirse en lo sucesivo como s¿¡jeto a tra­
vés de esta operación inaugural que el llama metáfora paterna
y mi mecanismo correlativo, la np-i-sion originaria.
lin el orden del discurso, la consti noción metafórica se rea­
liza por la sustitución de un símbolo de lenguaje por otro
símbolo de lenguaje Dado que la operación consiste en de­
signar una cosa con el nombre de otra, la meta lora se despliega
sobre la base ríe una sustitución signitu ante en la que un signiíi-
eante (el significante de origen) es prov isiona Imente reprim ido
en hendicio del advenimiento de otro (el significante sustitutivo)/
Nos resulta fácil comprender ía instalación del proceso de la
metáfora paterna basándonos en el principio de esta sustitu­
ción significante, en la que un significante nuevo ocupará el lu­
gar del significante originario del deseo de la madre, liste últi­
mo, reprimido en Ivendido del nuevo, se tornará ahora inconscien­
te. Sólo esta represión originaria es capa/ de probar que el niño
ha renunciado al objeto inaugural de su deseo. Dicho de otra
manera, el nino sólo puede renunciar a el en la mediela en que*
aquello que lo significaba se le ha vuelto inconsciente.
Lacan nos propone en la Iorina siguiente el algoritmo ile esta
sustitución:
g
s: X1 I
-------- S2 —-
Xi

K!'■ principia ilc esta sustitución significante en la nieláfnra pucilc-verse


cxpucsio en Inmnlmito» ./ tu Icilun' tic l.imtii. I I. np cil .cap (>, pp S jysigv
-,Cf. J .l a ta n .“IVuncijueMion préliininaireattm i irniiemem p . ismIiIc Pe la
psychosc’./ . m e París. Seuil, l'JM,. p xs? | lormul.i evplicit., ile I ..ean e.s la
Müuicntc
S

X*
4S
Por convención. postulemos el algoritmo -jy como la
expresión signifícame del deseo original ¡o del niño.

SI Significante del deseo de l.i madre

si Idea del deseo de la madre: lato

A partir de esta expresión significante del deseo originario,


el niño introducirá un significante nuevo que lo designará me­
tafóricamente.
En la dialéctica edípica. hemos visto que el niño se veta
llevado a ahandonar la posición de serlo (ser el falo) para
alcanzar la de tenerlo. Sin embargo, este "pasaje'’ sólo podrá
efectuarse a partir del momento en queel niño haya establecido
una asociación significativa entre la ausencia de la madre y la
presencia del padre. Pero el hecho de evocar una asociación
significativa indica que se supone necesariamente realizada
una designación simbólica, ya que una cosa nunca formará
sentido sino a través de dicha designación. Ahora bien, aquella
de que aquí se trata resulta, como vamos a ver, de un proceso
metafórico
Al designar al padre como causa de lasausenciasdcla madre,
el niño \o nombra como aquello que significa la ¡dea que él tiene
de lo que moviliza el deseo de la madre. De este modo, el niño
asocia un significante nuevo, el Nombre-del-Padre (S2) al
significadofalo (s I ). La introducción de este nuevo significante
S2. que sustituye a SI, hace pasar a éste a lo inconsciente. Al
término de la sustitución metafórica, el niño refiere de ahora en
más el padre al falo, en cuanto objeto del deseo de la madre.
Sólo por tales razones el Padre real ha sido investido como
Padre simbólico por mediación del Padre imaginario. Sin em­
bargo. esta referencia al Padre, asociado en lo sucesivo a la idea
del deseo de la madre, no es sino un puro significante, el
Nombre-del-Padre. y en ello insiste acertadamente Lacan:

La función tic! padre en el complejo de Ldipo es ser un signifi-

-4‘J
cante sustituido .il sii'iiitu'.mlc, es decir, al primer significante
introducido en la simboli/.uinn. o sea el siguilicaiU;: materno.1'1

El resultat.lt' de este proceso tle simbolización está preñado


de potencialidades estructurales para el niño.
De hecho, al .significar al padre como causa deseante de las
ausencias de la madre, el niño continúa designando el objeto
tundarnental de su deseo. Pero lo hace sin saberlo, puesto que
el significante originario del deseo de la madre tjuedó repri­
mido. hn consecuencia, al producir el significante Nombre-del-
Padre, el niño nombra metafóricamente el objeto fundamental
de su deseo. Resulta de ello el hecho de tjue el símbolo del
lenguaje tiene la función principal de perpetuar el objeto
originario del deseo en una designación, sin que el sujeto sepa
alguna cosa de él en lo sucesivo. Asípites, la división del sujeto
por el arden significante (Spaltung) es una consecuencia directa
de su acceso al orden sinihoUco.'1
El renunciamiento del niño al objeto fundamental de su
deseo, aun siendo ante todo un renunciamiento simbólico, no
es por ello de poca monta. Al abrirle estrictamente hablando el
acceso a lo simbólico, este renunciamiento le asegura la posi­
bilidad de poder manifestarse él mismo como sujeto desde el
momento en que es él quien designa. Puesto que la primera
designación inaugural que da fe de su esta tuto de sujeto es la del
Nombre-del-Padre, de ello se sigue que el sujeto se produce en
esta designación como sujeto deseimte. ya que nunca hace tura
cosa que continuar significando, en el lenguaje, el objeto
primordial de su deseo.
Por otra parietal hacerlo advenir como sujeto deseante, este
renunciamiento traduce explícitamente la expresión de su
propia anttrieióiL En electo, el advenimiento del l'tulresimbólico
como Nombre-del-Padre certifica el reconocimiento tle un

,UJ. I lícin.l-tivfivTiHtcitmey ilcl tiHniisitcnic. »>/>, t//„ semina rinde IS ,te ene­
ro ile l')5s
11Sobre la tlivisiiin tlcl mijciu, véase ¡nlmtlucltiui ti tu Intuir tic l.ui tiii. I I.
"/’ i//., caps 15 y 16. pp. I2.S/144

5(1
Padre ca'tratlnr por el niño, no soUimonte en razón de la
atribución fúlica que se le concede, sino también por el propio
hecho de que la madre encuentra supuestamente junto a él el
objeto desearlo que ella no tiene. Así pues, el Pudre simbólico
no se le aparece al niño como Padre castrador sino en la estricta
medida en que el niño lo inviste igualmente como Pudre
donador respecto de la madre. De este modo, la metáfora del
!\tunhrc-dcl-Pudre. que actualiza la cusma ión es necesariamente
¡somorfu a la ámholizuciún de la Ley. Por consiguiente, la
castración sólo podría intervenir en el complejo de firlipo bajo
el aspecto de una t astrut ión simbólica, sin lo cual se nos muestra
radicalmente ininteligible. De hecho, teniendo por objeto el
falo, no puede traducir otra cosa que la ¡urdida simhóla a ríe un
objeto imaginario.

Por desconcertante que sea. el relieve del Padre en cuanto pura


y simple metáfora subsiste como su única investidura estructu­
rante para el niño. Pero, asimismo, se muestra rico en ava tares
irreversiblemente determinantes para su devenir.

,J lista definición es una referencia directa a la problemática de la Jaita tle!


objeto que. según m>s muestra latean, se maníliesta bajo el mudo de tres
ocurrencias específicas: la frustración, que es la falta imaginaria de un objeto
real, la /wm/nó/c que es la falla real de un objeto simbólico; la easttmnm. que
es la Taita simbólica de un objeto imaginario.
CT. l.tt ir Ilición de objeto v tus e.suwtariis fivudittnas. I95fi/ 1957. inédito,
seminarios del 5 y 12 de diciembre de 1957.

51
f'apéuln V
L \ PUNCION l’ VTI k \ \ ^ SI s w v r v iu .s

La función princeps cumplida por la metáfora del Ntnnhre-del-


Padre en la estructuración psíquica del niño permite cqin-
prender retrospectivamente el carácter .secundario del estatuto
del Padre real, en la medida en que el niño no logra investirlo
en un momento dado como Padre simhóüco. Dicho de otra
manera. la presencia o a usencia del Padre real ceden el paso
ante la incidencia mediadora del Padre simbólico.
Puesto que el Padre simbólico tiene por todo estatuto una
existencia significante, este significante Nombre-del-Padre siem­
pre puede resultar potencialmente piesentilicado como ins­
tancia mediadora en ausencia del Padre reai. Basta que lo sea
en el discurso de la madre en forma tafqueel niño pueda oír que
el propio deseo de la madre está referido a él: o. en última
instancia, que lo estuvo al menos durante cierto tiempo.
La institución de la función paterna es directamente tribu­
taria de la circulación del falo en la dialéctica edípica. Sin
embargo, esta circulación supone a su vez que diferentes
protagonistassean llevados a ocupar lugares específicos en este
espacio de configuración edípico. Aunque se trate de lugares,
ello no implica que los protagonistas sean elementos indife­
rentemente sustituibles entre sí. Así como un padre no puede
ser una madre, tampoco una madre puede sustituir a un padre.
Esto no se contradice con el hecho de que una madre pueda
siempre identificarse con un padre y recíprocamente. Hn el
primer caso, tenemos la costumbre de decir que la madre se
53
halla en una posición paterna con su hijo. Por lo «lemas, es la
única situación en i|ue se podría hablar de madre fúlica. Un el
segundo, se dice que el pad re se halla en un:i posición materna.
A hora bien, en uno y otro se trata tan sólo de problemáticas
identipcatorias, es decir, de dispositivos im aginarios. Hilo hace
que estas posiciones identificatorias no tengan el alcance sim ­
bólico que se les adjudica respectivam ente: a lo sumo, consti­
tuyen parám etros peí tu rbadores e invalidantes en cuanto ti la
localización del Talo poi el niño en su trayectoria edipica.
Siempre podemos preguntarnos porqué ta les casos de t ¡gura
no inducen electos simbólicos por los mismos títulos que la
vcciorización habitual de la lunción paterna.
I.imitándonos a un caso de liguia deliberadamente ejem­
plar. evoquemos con ese fin la dimensión de los tormentos
imaginarios que deben afrontar las parejas de mujeres homo­
sexuales con hijos. En una pareja semejante, ¿por qué una de
las partenaires iemeninas no podrá asumir nunca la función
paterna ante el hijo si todo su esfuerzo se vuelca a ello?
Por desdicha, la solución de este problema presenta una
simplicidad mucho mayor que el sufrimiento experimentado
por las homosexuales al intentar resolverlo, ya que está fun­
damentalmente ligadoa lo real de la diferencia de sexos. Ahora
bien, se lo quiera saber o no. esta diferencia es irreductible. El
papel materno es inexpugnable, en el sentido de que aquello
que lo instituye)' sostiene es la cuestión de la diferencia de sexos
con respecto al niño. Por su parte, la función paterna no es
simbólicamente operativa sino por proceder directamente de
esa diferencia. En otros términos, lo determinante es la lev del
falo.
Es verdad que basta con que el s ign if¡can te Nombre-del Padre
sea convocado_en el discurso materno para que la función
mediadora del Padre simbólico resulte estructurante. Pero
además es preciso que este significante Nombre-del-Padre sea
relerido explícitamente y sin ambigüedades a la existencia de
un tercero señalado en su diterencia sexual con respecto al
protagonista que se presenta como madre. Sólo con este
carácter.en ausencia de Padre real, el significante Nombre-del-
Padre puede exhibir todo su alcance simbólico. Por esta razón.
está d;iro que no podría existir fuñe ión materna en el sentulu de
una equivalencia simétricamente sustituihle a tu función paterna
El fantasma de una función semejante remi te evidentemente
al mito de la horda primitiva y a sus consecuencias. Al instituir
la castración simbólica, este mito inscribe sjmjiólicamente la
problemática de la diterencia de sexos en relación con el talo
De forma tal que el falo o. para ser más exactos, el .vú,vii/i< tinte
Jálico, tiene una única lunción. la de simbolizar la diferencia de
sexos. Y precisamente esta lunción de lelerenci.i impone a
todos los sujetos la labor de negociar su propia identidad sexual
frentea eslesignificantelálico. Por esto, no es casual que l.acan
insista en designar esa incidencia tlel significante tálico como
significante de la falta en el Otro S CA).
De la misma manera. Lacan inscribe la primacía de este
significante en sus célebres tórmulas de la sexuación. propo­
niendo algoritmos lógicos radicalmente diferentes para simbo­
lizar la sexuación de las mujeres.* Esta diferencia de inscripción
no tiene más significado que el de indicar que. para las mujeres.
no existe otro referente a la castración que no sea el que opera
para los hombres: el Nombre-dei-Padre; es decir, este “al menos
un” Padre simbólico, no castrado y poseedor del falo.

En ciertos aspectos, todos los avalares de la lunción paterna


permanecen dependientes del destino que se reserve al signi­
ficante de la falta en el Otro S (A)
El significante de la falta en el otro especifica ante todo la
prevalencia de la castración. Es en este lugar donde el deseo del
niño se cruzará con la ley del deseo del otro, la del padre. En la
circunstancia, la madre se revelará como una ocurrencia ba­
rrada en cuanto objeto de goce.
Hemos visto que ello no podía producirse como proceso de
simbolización estructurante para el niño sino en la medula en1

1Cl. J U iir. á h t l e a t i n tic l.iu ¡tu. I \ . o p t i l cap 24 p 24*


' 3* Q>x v V* 0 x
(. I. .1. I¿iir. S m i t t i i ic t i l'e iv e r s u im , t>p. c u . cap l<>, pp. 217/227.
que el p;idre se le apareciera teniendo supuestamente el falo.
Otra manera de deeir que la lunción paterna sólo es operativa
a condición de que se la invista con el estatuto de instancia
simbólica mediadora.
La suerte de esta atribución fúlica escande así la dialéctica
edípica, abriendo el camino a potencialidades de “cristaliza­
ciones” significativas de las que dependerá directamente la
organización de las principales estructuras psíquicas, la estrac
fura penersa. la estructura obsesiva, la estructura histérica v
hasta, por delecto, htacsinicturus ¡nicóticas, como veremos más
adelante.

F u n c ió n paterna y e stru ctu ra perversa *

La intrusión de la figura del padre imaginario, fantasmal izado


por el niño como competidor lálico cerca de la madre, anuncia
el paso de la dialéctica del ser a la del tener. Sin embargo, una
condición lógica para que se efectúe este pasaje es que en
determinado momento el padre se le aparezca al niño como
aquel que supuestamente posee el objeto que la madre desea.
Resulta de esto que la madre debe saber significarse al niño
como mudre fallante a quien este hijo no colmaría en nada,
identificado como está él a su vez con su falo. Ln este sentirlo,
si bien el niño de lie confrontarse con un inevitahle estancamiento
del deseo frente a la función fúlica —«".ser o no ser el falo del
O tro?—, de todos modos es solicitado hacia un reconocimiento
de lo real de la diferencia de sexos, sostenida desde ahora por
la falta del deseo que prefigura, para él, la asunción de la castra­
ción.
Asimismo, el discurso de la madre, al dejar en suspenso el
cuestionamiento del hijo sobre el objeto del deseo materno, lo
incita a conducir su interrogación más allá del lugar donde su

' l.a problemática de la estructuración perversa será menea muda ntjuí


sucintamente. Fue expuesta en Turma sistemática en mi ohra Sinicturv ci
/Vmvs/Vvrv np ni., a la cual remito
itl-Titilic-ic-íiifi tálica conoce un punto de- detención. es elc-cir.
hacia l.t instancia paterna de la que la madre se señala aluna
dependiente, r.sia licitación abierta al beneficio de una inves-
lidura simbólica del padie puede no obstante dar lugar a un
a\atar de la apuesta i.ilicu por el que ésta se enquista en lo que
I acan designa como "punto Je anclaje tle lá% perversiones".
De Iv.elto. poi poco t)ue esta promoción psíquica en la
investidura de la figura del padre encuende algún sustrato
insoladle para alimentar el equivoco a través de los signifi­
cantes maternos) paternos, no hará taita más para que sem e­
jante punto tle anclaje encuentre el basamento que le conviene
en una uU'nttüi >h /<■/] ¡i, n enw que perpetúe, según el modo de
una fijación particular, ta identificación táiica primordial del
niño.
Así "capturado1*en la frontera de la dialéctica del ser y el
tener, el niño se encierra en la representación de una falta no
sltnhoUzahlc que traduce la retractación permanente q ue man­
tendrá en lo sucesivo respecto de ja castración de la madre.
Como el padre no puede ser desapoderado de su investidura de
rival tal ico, ajeno a la intercesión del significante de la falta en
el Otro, el paso del registro del ser al del tener no se efectuará
en estas circunstancias sino en un espacio psíquico marginal.
De este modo, la atribución fúlica del padre, que íe confiere la
autoridad de Patín' simbólico (representante de la Ley), jamás
será reconocida para otra cosa que para impugnarla mejor e
incansablemente. De ahí el ejercicio indomeñable de dos cs-
tereotipos .estructurales regularmente presentes en las per-
versiones: el tlc.\a¡ío y ia iranswvsión.
No hace falta decir que la am bigüedad inductora de las
estructuraciones perversas sólo es susceptible de vector ¡zar la
función paterna sobre esta vertiente marginal, si acuden e n su
apoyo varios tactores propicios. Con este carácter, para limi­
tarnos a un escueto repaso, mencionemos la llamada sedmtura
\ la t om/ilít Liad lihidinal de ¡a nnidn'. asociadas a la nunpla-
ct'ncia \ili-nt iu.sa di-l ¡Hitlnrd

J Cl .1 Uiir. Sinu/wv t'i »>/>. cu., cap. 11. pf» I ' 1'/ 1>S.

57
Función interna y estructura obsesiva

La experiencia dinica tiende a corrolxvrar la habitual tibservación


según la cual el sujeto obsesivo se habría sentido excesivamente
amado por su madre. I lay incluso quienes no vacilan en explo­
tar esta particularidad fcnomenológica cual elemento de diagnós­
tico diferencial con respecto a la histeria, donde es de uso
ratificar una queja circunstancialmente invertida. Pero en la
medida en que el histérico se complace casi siempre en lina rei­
vindicación reparadora en relación ron el amor materno presun­
tamente desfalleciente, aquella oposición tiene no obstante un
carácter problemático. Lo cual no impide que esta comproba­
ción tenomenológica constituya un elemento invalorable en el
alxirdaje de las incidencias que determinan la estructura olwesiva.

Un avatar de la función paterna se presiente ineluctable­


mente tras las lamentaciones pasivas que el obsesivo despliega
una y otra vez respecto de la invasión del amor de la madre.
Gimiendo sobre su estatuto de objeto privilegiado del deseo
materno, el obsesivo da testimonio, sin saberlo, de la investi­
dura fúlica preponderante que se opera sobre él. Así como
conviene caracterizar a los sujetos histéricos como militantes
del tener, del mismo modo el obsesivo se señala como un
nostálgico del ser, que conmemora incansablemente los vesti­
gios del particular modo de relación que su madre ha mante­
nido con él. No existe novela familiar obsesiva en la que el
interesado no se agobie con este privilegio de haber sido
presentido como el hijo preferido de su madre, hin las apuestas
del deseo movilizadas por la lógica fúlica, este “privilegio” no
deja de despertar en el niño una investidura libidinal precoz. Se
encierra así de buen grado en una creencia psíquica que lo
consigna en un lugar de objeto ante el cual la madre sería
susceptible de hallar aquello que se supone espera del padre.
Identificamos aquí, puesta en tela de juicio, la articulación
decisiva del paso del ser al tener donde la madre debe signifi­
carse dependiente del padre como aquel que le “hace la ley”
(Lacan) desde el punto de vista de su deseo. Sólo la significá­
is
ción de esta “dependencia" moviliza al niño en la dimensión
del tener. A modo de consecuencia, toda ambigüedad del dis­
curso materno puede favorecer la instalación imaginaria del
niño en un dispositivodeju/í/emki a la satisfacción del deseo de
la madre.
La lógica de la organización obsesiva toma apoyo en este
dispositivo de suplencia. Pero se impone una precisión. IIn este
caso no se trata de una suplait iu al objeto deldaca de la madre,
situación que nos pondría en presencia de determinaciones
propicias para la organización de estructuras perversas y hasta
psicóticas. Un el caso presente, el nino sólo es llamado imagi­
nariamente a suplir la satisjaceion del deseo materno en la
medida en que esta satisfacción le es significada como desjalle-
deuie por la madre, quien sin saberlo liquida de este modo su
adhesión equívoca a la función paterna. Aunque el niño perciba
la dependencia deseante de la madre respecto del padre, de
todos modos retiene el mensaje de una insatisfacción materna
en cuanto a lo que.se supone que ella espera de él. Se trata, pues,
de una vacancia parcial de la satisfacción del deseo materno,
que reclama en el niño la necesidad de suplirla.
Así como el deseo de la madre hace referencia a la investidura
del padre simbólico al convocar al niño a la asunción de la
castración de ella resultante, así también la satisfacción desfa­
lleciente de este deseo materno constituye una licitación re­
gresiva al sostenimiento de la identificación fúlica del niño. De
ahíla “nostalgia" de un retorno al.ver, vivumentecodiciadopero
jamás plenamente cumplido.
Mediante esta inscripción singular respecto de la lunción
paterna negocia el niño su transacción psíquica entre el ser y el
tener. Resulta de e lla una problemática específica del obsesivo
frente a su acceso al universo del deset) y de la Ley. cuyos
vestjgios más notables no cesan de ejercerse según el modo del
goce pasivo y en la rebeldía auupeniiva respecto de cualquier
figura de autoridad que reactive la ¡mago paterna.
LIn el mismo punto lógico en que el niño debería confron­
tarse con la insatisfacción, el luiuro obsesivo es cautivo, en
cambio, de la satisfacción en su relación de suplencia frente a
la investidura deseante materna Mientras que. comúnmente.
el deseo se sepai a de la necesidad para e n tra r en el proceso de
la dem anda, en el caso presente, en s e / de c h iv a r con la talla
y deslizarse hacia la espera de la dem anda, el deseo queda
coi lociicuitado por l.t m adre ¡usat¡Mecha, quien encuentra
aquí un objeto de suplencia.
Tal asunción prematura permite comprender el carácter
particular riel deseo del obsesivo, siempre portador di la
estampilla exigente e impaulivu de tu nvn'\idad. Resulta de e s to
una dcfuienciu por c/ ludo ¡le lu tlcnuuida. deficiencia que lo
inscribe en esa pasó idad inasoquisia qtu le impone tener que
hacer adivinar y articular por el otro lo que el mismo no logi.i
demandar. De manera másgonoi al.. >1,1 d> i ¡ciencia estriieltir.il
se traduce en la m ni.lw nbn’ >oluc >ru del obsesivo, que lo
obliga a tener que asumir todas las consecuencias de su actitud
pasiva. Se complace así. ademas, en ivupar de buen grado el
lugar de objeto del goce del otro, que lo reenvía al estatuto
la lien infantil donde se encontró precozmente encerrado como
hijo privilegiado de la madre. De la misma manera, la queja
repetitiva con la que se beneficia sobre este fondo de sadización
le permite, como contrapartida, asumir plenamente su propio
goce.
La culpabilidad pasa a ser entonces la expresión más directa
de este privilegio casi incestuoso del niño respecto de la
castración. Fijado eróticamente a la madre, el obsesivo per­
manece continuamente presa del temor a la castración, que él
negociará sintomáticamente en el terreno de la pérdida.
Así como el obsesivo presenta una inclinación favorable a
constituirse como todo para el otro, del mismo modo debe
despóticamente controlar y dominar todo para que el otro no se
le escape en ninguna forma. Una ambivalencia similar ali­
mentada respecto del estatuto laIico y de la pérdida inherente
a la castración induce en el obsesivo tina problemática específica
con relación <d padre y. más allá, ante cualquier figura que
remita meionímicamer.ie a la autoridad paterna.
Por el hecho de estar omnipresente, la ¡mago paterna ali­
menta. tanto como sustenta, la dimensión de la rivalidad y de la
competencia en estos sujetos, lil obsesivo no cesa de desplegar
una actividad continua dirigida a sustituii al padre —y a sus
representantes— y .1 ocupa 1 mi Iuu¿«r junio u Ut toadlo. Los
.inhelos de muerte inconscientes m.is .ne.iieos 1 ¿surten de
modo constante contin cuak|iiier figura paterna euyo Ini’ur
conviene tomar. liste alan de “tener el lugai” del ntio al>re el
camino a todas las luchas de prestigio, a torios los combates
grandiosos y dolorosos en los cuales, paradójicamente, el olxesivo
no pierde ocasión ríe conlrontarse con la castración.
Al revés que el histérico, asi como el Amo es insoportable
para el obsesivo porque posee supuestamente lo que él codicia,
asi también el Amo debe apaiecérselc como tal y según
siéndolo. Si el obscsir o tiene necesidad ríe un Amo. no hay que
pertlei ríe visl.i que toilas Lis estialegias de 1 i\ <1 1irlo el v com­
petencia destinarlas a desaliado no arlr tt nen nunca sino para
asegurarse mejor de que el lugar es inalcanzable L)c hecho,
precisamente porque el padre está en su lugar, su puesta a
prueba reiterada responde al objetivo de reasegurase ríe la
existencia salvadora de la castración, atemperando así la ero-
t¡/ación incestuosa con la madre y en la que el obsesivo se
encierra inconscientemente.
A la manera de un héroe, el obsesivo sufre de este zamarreo
épico entre la Ley'del padrea la que es preciso sacrificarlo todo,
y esa misma Ley que él mismo tendrá que desbaratar y domi­
nar. Esta lucha imperturbable se desplaza hacia múltiples obje­
tos de investidura, contribuyendo a definir aquel perlil especílico
de la personalidad obsesiva que Freud bautizara con la denomi­
nación de “carácter analV

Fu n ció n p a te rn a y e stru ctu ra h isté rica

Una vez más. es alrededor del modo de asunción psíquica del


paso riel ver al tener comí* localizaremos los puntos de cristal¡-

'S l-rcuii "O iarakier uml anulen mk” ( 1‘XIN) f í l l Vil. 3 0 :<i'> S I l \ .
Hi"1 I ? ' T rad Iramosa t) Ucrucr. I* Itrum., <1 * iuonneau K i ipi’c/a i,
“Carácter;.’ el erotismo .mui*. <i / ‘• n . iN/. u l'.iris l‘ t I ..
1‘>7A. pp M.t/14')
zación determinantes de la organización histérica respecto de
la función paterna. En el caso presente, conviene insistir ante
todo en la inversión dialéctica del ser al tener, a cuyo respecto
Lacan ofrece la explicación siguiente:

Para tenerlo (el falo), primero tiene que haberse planteado que
no se lo puede tener, que esta posibilidad de estar castrado es
esencial en la asunción del hecho de tener el falo. Este es el paso
que se delre dar: aquí es donde debe intervenir en algún momento,
cfica/mentc. realmente, efectivamente el padre."

La apuesta histérica representa, por antonomasia, la cues­


tión deeste “paso a dar” Si l.i asunción de la conquista del falo
es lundamental.dlo.se debe a que por su intermedio el niño se
sustraen la rivalidad fúlica en la que se había instalado,y tan
imaginariamente cuanto que convocó a ella al padre. En ciertos
aspectos, esta asunción fúlica certifica ese momento decisivo
que Freud llamó “declinación del complejo de EdipoV
La lógica del deseo histérico se inicia así en la investidura
psíquica de la atribución fúlica del padre. Si el padre debe “dar
la prueba" (Lacan) de esta atribución, veremos que toda la
economía deseante histérica no cejará en extenuarse en la
puesta a prueba de este “dar la prueba”.

En la medida en que ¿1 (el padre) interviene como aquel que tiene


el falo y no tomo el que lo es, puede producirse esc algo que
reinstaura la instancia del lalo como objeto deseado por la madre
y no solamente como objeto del que el padre puede privarla.'1

Así pues, el histérico va a interrogar)'a impugnar sin tregua


la atribución fúlica, en una oscilación psíquica constante en

" J. latean, /.«* juman ¡unes del ineoiiveieitte. op eil., seminario del 22 ile
enero de I'Jstt.
‘S. I r ai d. “l)cr Uniergang des Otlipuskomplexes" ( l‘)2.>), (7. II' XIII, ,V)5/
405,S.H. XIX. l 7 l / |7 l).Tra<l Iranecsa D. Uorger.J I.aplanche.“tai disparan>n
du Compicxc ü'Oedipe*, / n vic wxuetlv. I’aris, l'.U.F.. I% ‘>. pp. I 16/122
s .l latean. Las jornálenmes ilel memiMiaiie, op til., seminario del 22 ile
enero de I

f)2
torno ile ese “algo” subrayado por Lacan. Podemos traducir
esta posición psíquica como una indeterminación que se juca­
ria entre lasdosopcionessiguiontos: por un lado, el pudre tiene
el falo de derecho, lo que explica que la madre pueda desearlo
junto a él: por el otro, el padre no tiene el falo más que en la
medida en que ha privado de él a la madre A todas luces, el
histérico \a .1 s o s ti ner sobre todo en la segunda vertiente de
esta oscilación la puesta a prueba de la atribución fúlica.
A ceptar que el padre aparezca com o el único ,tv¡>curario le-
xal del talo es orientar el propio deseo a su respecto según el
m odo del no tenerlo l n cambio, im pugnar el falo p atern o en
cuanto que jam as lo tiene sino por haber desposeído de él a la
m ailre .e s prom over una reivindicación p erm anente acerca del
hecho de que la m adre podría tenerlo tam bién de derecho.
Ln este sentido, toda ambivalencia sostenida por la madre y
el padre en cuanto a la inscripción exacta de la atribución fúlica,
puede concurrir favorablemente en este momento a la orga­
nización de una estructura histérica.
En efecto, los más notables rasgos estructurales de la histeria
echan ra ices en este terreno de la reivindicación del tener. Según
que el histérico sea mujer u hombre, esta reivindicación tomará
contornos fenomenológicos diferentes. Sin embargo el reque­
rimiento se desplegará conforme una dinámica idéntica: con­
quistar el atributo del que el sujeto se considera injustamente
desprovisto. Se trate para la mujer histérica de “hacer de hom­
bre" (latean) o. por el contrario, para el hombre, de atormentarse
en dar la prueba de su virilidad, la cosa no cambia en nada. Tan­
to de un lado como del otro subsiste una idéntica adhesión fan-
tasmútica al objeto laIico y a su posesión supuesta, adhesión
que traduce, por ello mismo, el reconocimieni o de que el sujeto
no puede tenerlo. De ahí la existencia de un rasgo inaugural que
satura toda la economía psíquica de la estructura histérica: la
alienación subjetiva en el deseo del Otro.
Precisamente porque el histérico se siente injustamente
privado del objeto del deseo edípico —el falo—, la dinámica del
deseo repercutirá esencialmente en el plano del tener. En
electo, el histérieo no tiene más salida que delegar la cuestión
ile su propio deseo junto al Otro que se supone lo tiene, al cual.
í»3
por consiguiente, siempre se lo imagina como poseedor de la
respuesta al enigma dsl deseo.
Una estrategia parecida sirve de suporte privilegiado a la
identificación histérica que observamos de manera omnipre­
sente tanto en las mujeres como en los hombres.
Por ejemplo, una mujer histérica se identificará gustosa con
otra mujer por poco que esta última sepa presentarse como
alguien que no tiene el la lo, pero que sin embargo [Hiede
deseado ¡unto ;¡ otro. Ln cuvo caso, una mujer semejante
aparece como si hubiese sabido resolver el enigma del deseo:
«.como desear cuando uno está privado de aquello a lo que
supuestamente tendría derecho.’ De ahí la identiticacion con­
siguiente de la histérica con esa mujer deseante.
La iüenlificación histérica puede constituirse también de
entrada según el modelo de aquella que. no teniéndolo, lo
reivindica como alguien que. pese a todo, puede tenerlo. Se
trata de un proceso identjlicatorioque de buen grado llamaré:
identificación militante o incluso identificación de solidaridad:
proceso que atestigua una vez más la ceguera sintomática que
consiste en ocultar que uno no puede desear el falo sino con la
única condición de haber aceptado previamente no tenerlo. F.n
todos los casos, estos procesos ¡dentificaiorios dan fe de la
alienación subjetiva del histérico en su relación con el deseo del
otro.
No hace falla más paia comprender esta disposición casi
fatal del histérico a someter su propio deseo a lo que él imagina
o presiente que es el deseo del Otro, y a proponerse responder
a él por anticiparlo Ademáis de que este exceso de delegación
imaginaria se presta tavorablemenie a todas las tentativas de
sugestiún. en tal dinámica de sometimiento observamos más
generalmente la elección privilegiada del lugar del Amo. del
que el histérico no podría desistir para alimentar su aptitud al
desconocimiento de la cuestión de su deseo v a la insatisfac­
ción que de ello resulta. Ln este caso, no es poi tuerza indispen­
sable que el elegido presente disposiciones probarlas para el
ejercicio riel dominio. Ln que importa ante todo es que el his­
térico lo entronice, a su pesar, en un lugar.semejante de su eco­
nomía psíquica. l’oi otra parte, el Ínteres de esta investidura
Íi4
fantasmática no excede nunca a la ..*s'!‘ategia inconsciente que
la socava: poner a prueba de modo inexorable la atribución
laIlea supuesta así al Amo. para destituirlo mejor de ella.
El fervor de los histéricos en practicar la mascarada de lo
puesto a la vista, el resaltamiento del otro identificado con un
objeto al quehacer relucir y hasta las cruzadas masoquislas que
santifican la abnegación sacrificial consentida al deseo del
Otro, perpetúan su punto de anclaje estructuralmente sinto­
mático en relación con la función paterna

Puesto que estas diversas presentaciones decisivas en la organi­


zación psíqu ica de los sujetos perma neceo todas ellas, en mayor
o menor medida, dependientes de la suerte dada a la atribución
fúlica del Padre simbólico, eso nunca implicó que éste re/igrt
realmente el falo y que en consecuencia un padre deba esforzarse
por demostrar al hijo que de veras lo posee. Por el contrario, to­
da maniobra paterna ejercida en este sentido será motivo de
alarma, ya que conducirá al hijo a no acertar en el punto de re­
ferencia esencial alrededor del cual interviene el falo para él.
De hecho, este punto de referencia le permite ante todo
centrar de otra manera el lugar exacto del deseo de la madre.
Hace falta, pues, que el propio niño le suponga este falo al pa­
dre, a partir de lo que él presiente del deseo del Otro (la madre).
Toda demostración del padre tendiente a suministrar al niño la
prueba de que efectivamente lo tiene en la realidad, está nece­
sariamente condenada al fracaso. Por un lado, porque semejante
prueba será siempre imaginaria; por el otro, porque ella invalidará
las virtudes estructurantes de la localización del deseo de la
madre para el niño.
Por añadidura, el intento de dar la prueba de que se tiene el
falo en la realidad es. por el contrario, demostrar que no se lo
tiene, al menos que no se está seguro de tenerlo. No podría ser
de otro modo, atento al carácter intrínsecamente imaginario
del objeto fálico. Por otra parte, tal demostración contribuye
inevitablemente a mantener al niño en la idea de que «o hay
falla. Sin saberlo, el padre asigna entonces al niño a un lugar en
el que, ulteriormente, él no podrá sino ser sometido ;i lo
imaginario tic la omnipotencia fúlica.
Por último, un pudre que se precipita en semejante proble­
mática de prueba con respecto a su hijo, le confirma sin salva lo
que. por la misma razón, él es víctima de ella. Al imaginar qu^
hay que tenerlo de veras y recusar la castración, con ello le
significa que él mismo impugna la dimensión de la falta.

Ilustremos uno de estos avalares mediante una viñeta clínica


que nosmnstrará deque modociertasambiguedades inducidas
en cuanto a la localización del falo, son capaces de cristalizar la
ordenación de la economía psíquica en la vía de una organización
histérica.
En el curso de una sesión, un joven paciente me contó esta
pequeña historia de su infancia.*'
Cuando tenía cinco o seis años, su padre lo invitaba habitual­
mente a compartir un ritual en apariencia la mar de inocente.
Cada vez que se bañaba, pedía a su hijo que lo asistiera en esta
operación, la cual adoptaba invariablemente un cariz de ablución
pedagógica. Desde el fondo de su bañera, el padre enseñaba
doctamente a su hijo las cosas de la vida, con suma erudición.
A pesar de los magistrales esfuerzos educativos de su padre,
el niño, completamente subyugado ante la vista del pene de
éste, permanecía bien sordo a losembates de elocuencia con los
que se le dispensaba el precioso saber. Mientras transcurrían
estas sesiones de despertar a la sapiencia paterna, el niño se
angustiaba fuertemente, una y otra vez, ante el tamaño de un
sexo que no sólo parecía impresionante a sus ojos de niño, sino
que además lo transportaba ipsofado a unas mudas o inquietas
rumias en cuanto al luturo de su propio pene.
Al cabo de cierto tiempo, invariablemente irritado por la
desatención de su joven oyente, el padre ponía fin a sus ablu-

'1.a historia que aqui reconstruyo con el consentimiento del interesado, tue
voluntariamente amputada de referencias anatnnésicas más precisas

(tú
ciones pedagógicas contando sempiternamente a su hijo el
mismo cuento ele* hadas.
lái liada se le aparece a un chiquillo mientras está ei. la
escuela. Le pide secretamente que lormule un deseo y le pro­
mete que. no bien reere.se a su casa.se realizará. Luego. el luda
desaparece. Al final del cuento, el padre se dirige a su hijo —trac
alia de sus largos parloteos eruditos, este momento era
probablemente el único en que le hablaba auténticamente— y
le pregunta:
—“Si lucras iu el cinco ríe la historia, qué deseo habrías
formulado'.’’*
Por lo general, en su tuero interno, puesto que se hallaba
completamente fascinado por el l,imano del pene paterno, el
niño anhelaba, es evidente, llegara ser él mismo propietario de
un objeto tan ávidamente codiciado. Pero como no podía
explayarse en talsentido. lasmásde las veces permanecía mudo
unos momentos y luego, expulsando con violencia de su pen­
samiento su anhelo más devoto, acababa diciendo que le
gustaría poseer una gran bolsa de golosinas o un montón bien
grueso de dinero. Consternado por la falta de genio de su hijo,
el padre emergía entonces de su baño y envolvía su ofuscada
dignidad en su albornoz, dejando plantarlo al niño frente a la
bañera.
Cierta vez. excedido por la vacuidad intelectual de su hijo, el
padre, cual Arquímedes poseído por un relumbrón de perspi­
cacia ingeniosa en el fondo de su bañera se aventura en una
variación libre del cuento de hadas.
El hada visita como siempre al chico en la escuela, pero esta
mañana la elección del deseo le resulta a éste sumamente en­
gorrosa. El hada insiste. Fallo de argumentos, el chico fomenta
secretamente este singular anhelo: “Llegar muy pronto a casa
para tener lo que deseé apenas lo elegf. Entonces, en el acto,
el chico aparece en su casa, habiendo satisfecho el hada su
deseo de estar allí inmediatamente, bien pesa roso se lo ve al no
descubrir nada, puesto que no había sabido elegir
Ante la estupefacción de su hijo, el padre, inagotable, no
puede menos que hacerle oír, para rematar su buena educa­
ción. la moraleja de la historia:
—“I lij1' mui. le dice, cu.indo se ilesean eiei na simias cosas a la
vez, nose tiene ninguna.”
1—¿i indigencia de esta conclusión tuc s.iIiki.iIj ¡> para el niño.
De ahíen mássu padre se abstuvo det.isliiliarliicoii lasvirtlides
de su enseñanza acuática. Sin embargo, esta salud tic- tan sólo
momentánea. 1.a historieta ¡nocente se- había inscrito en el> cío.
sobre el terreno de una vivencia edipica va ampliamente mina­
do por otras hazañas “pedago-logicas" paternas de la misma
vería, las cuales con ti ihuveron sin duda alguna a inducir y ali­
mentar ulteriormente en el hijo una solida hisleiia masculina.
[•ste muchacho vino a consulta!me poi un problema de
eyaeulación precoz sumamente grave e invalidante 1.a evoca­
ción mlantil surgió en el transcurso de una asociación relerid.»
al análisis de este síntoma.
A causa de la coyuntura edipica en la i|ue se desplegaba el
acontecimiento inlanlil. el cuento no podía tomar, por despla­
zamiento, más que cierto modo de significación metafórica.
Identificado por entero con el chico visitado por el hada, este
niño se hallaba preso en un atolladero psíquico inevitable.
Por más tentado que estuviese de lorjar el anhelo de tener un
pene como el de su padre, le era imposible refrendarlo a causa
de la Ley. Tener el pene paterno se tornaba equivalente a
supr imir a este padre para ocupar su lugar junto a la madre.
Comprendemos por qué razón expulsaba el niño con máxima
energía este mal pensamiento culpabilizador. en beneficio de
una bolsa de golosinas o de un montón de dinero tranquiliza­
dores. Pero ninguna lorluna o golosina podía presentar el
mismo atractivo que un pene como el de su padre. De ahí sus
subterfugios múticos para suspender la elección de sus anhelos.
En este sentido el padre era orfebre en la materia, ya que el
prolongado mutismo de su hijo lúe lo que le sugirió incons­
cientemente modificar el curso de la historia. De suerte que
sólo podía ocurrir al niño, silencioso como el chiquillo del
cuento, lo mismo que le sucediera al joven personaje visitado
por el hada: al desear demasiado el oh|cto de su codieia. no lo
tuvo. De hecho, no tuvo lo que él creía que su padre poseía v pol­
lo cual éste era susceptible de concederse las tamili.irielades de
la madre: el talo l’ero no lo tuvo, en la estricta medida en que
OS
su padre se dedicaba a demostrarle que lo poseía de veras.
•■n l.i 1 1 -:11¡■lad. cxhibiendi su z'.m pene per.vi sámente velado
por la mascar.tila del cuento de liadas.
Como toda moralei-t enuei ra un fondo des erdad. prueba de
ello tu. la exhibición del gran pene: por haberlo deseado
demasiado el chiquillo rio lo obtendría nunca. \ de hecho, una
\<v adulto, esti homt'ie se comportaba con las mujeres como
aquel que no t enia. De cae modo quedaba prisionero riel
lanla-una en que su pariré !•- había encellado: hay que tenerlo
para a secuta! v. la pov" ¡on de una mujer, l.o cual dejaba
suponer iriiauinai ¡ámenle que una mujer no podía gozar sino
sucumbir ndi>a la <'innipotencia tálica de un hombre. Arlenlas,
capí ui a do en el ta 11 la snia Je no tenerlo, este hombre respondía
con convicción al deseo de una mujer, de este modo: “no tengo
el pene", e incluso “no lo tengo más que parcialmente . como
lo atestiguaba su cynculación precoz.
Este análisis impone que nos interroguemos también por la
actitud paterna respecto del hijo. /.Cuál era el goce del padre en
el transcurso de sus abluciones pedagógicas? Lo mínimo que
podemos colegir es que gozaba de la pregunta inconsciente de
su hijo en relación con el talo, al intentar probarle con regula­
ridad que él tenia cabalmente, e/r la n'aiuUul. aquello de lo que
él mismo no estaba seeum de hallarse investido. F.ste padre,
claramente caul¡\o a su \x¿ de una oscilación entre el ser y el
tener, proseguía inconscientemente mi búsqueda personal de
localización del talo en un recorrido de e\ ¡(amiento imaginario
tic la castración. Pretendiendo reasegurarse en cuanto a la
posesión del objeto que colma la taita, sólo lo lograba enga­
ñándose en cuanto al sienilicante tálico. es decir, exhibiendo el
órgano.
Es visible de qué modo la Índole de esta o infusión órgano/
falo expresa casi a la perlceción la posición subjetiva de un
padre conlrontado con una falla de la que nada quiere saber,
desde el momento en que es interpelado por el deseo de una
mujer A causa de esta umena/a. le resultó imposible permitir
que su hijo cumpliera el pcriploque podía inducirle' progresi­
vamente a suponerle la existencia tic este talo y que poi ende
renunci.ita a la convicción imaginaria que lo llevaba a permu-
neccr idenliticadu con el la lo de la m;uh c. I*ti miU«..m■•. U’-m.iM..
do identificado él mismo con «•! I do del Ciño c-to p.idic orn
daba prisionero de una lógica psíquica ijue nbtui aba mi aplumt
para dejarse suponer poseedor de un talo por J niño Apu.Ma
pues, por adelantarlo, la andad'aa necesaria hacia eMa a ai.
Al situar el órgano en el frente de la escena, previ- r\a ^ i
inconscientemente la posibilidad do mantencr-e n i posin ai ^ .
sei el falo del Olí o. evitando tener i|ue asumir la •"i a i at , m i u
cambio, subyugaba a mi hijo en el leí reno de la apm a,i l.ih-.t
que. como sabemos, se 01 «lena m laslein ur-..esu.ilv‘. it ho t!.-- -
alrededor de h problemática del pene.
Fn deliniliva. una vez que el niño se m/o adulto. Memo
.siendo víctima del imaginario etlipieo que el padre api. -ib:,
a perpetuar para sí mismo a través de la encarnación del
órgano.

Cuidémonos empero de adherir a los puntos de referencia de


esta lógica fúlica como si fuesen índices semiologicos esta bles,
capaces de dar un sostén seguro a cualquier evaluación Uiag-

"TaTnscripción década cual en la función fálica constituye mi


acontecimiento lo ba.st.mlc singular en la estructuración psí­
quica como para que esta referencia a la función paterna no.sea
objeto de interferencias múltiples, a menudo inmediatamente
imposibles de circunscribir dentro del mateo de una anticipa­
ción clínica unívoca. , ,
La prueba estaría en la intct acción, a veces espectacutai. i c
manifestaciones sintomáticas ambiguas en la dinámica psíqui­
ca de ciertos sujetos, tic las que sin embargo es posible dclinn
una causalidad estructural que las sitúa en i elación con la
función del padre. .
Daré como ejemplo la puesta en acto de mamie-á ictoi.c.
perversas en mi caso de histeria masculina.

O Osla fu>; |nil»líc:nla ya ui / V o/vtnvs r : .v/.La„,r¡l v n


lá/l.l'P ''V -1

7Q
I .i Lcuinma'a dL'-L-.iiiu a. 1.u.tet km sev-, aquel.ul.i peí .uiaam-
bivalenciu limiLit.u ..i i.a -u — .. m : ni» .miagum a •«.. a mi«<
prccisai medíanle la ,.|t* l ilativa siguiente i xi‘»l II J>*' i ■;¡».»•■*---
ccr bajo la mirada di I olio Del mismo ni.idopud¡lam . Jecii
descaí |>aia m niistu.'a iliM-ar a pcvii de si mismo. di . 1 1 i.
relación con lo que el otro espci a supuestamente m» su l- •
A sí pues. iiaila lien-, de asum biuso el qUe vcsl igi» •- d. c-Ua
am bivalencia apai v/c.m en el p io p io C cn lio de la pt .i'iiein alu a
sexual del Ilum ine n.-i.-iicu Sin e m b a la . tire- a la de esta
am bivalencia, la ue -t;■*n de la relación con el o tiu r a u niiin
está alienada pin aiiii. p:ulo en ciei lo lip o d c re p u -.i litación
de la mujei c o m o »,:>/• ’ ..A / < ; i / ? < á i . \thii loque ir du|.i ile
icc o rd arl.i ¡no -lu íala .leí ideal lem c n in u ta lc o m o v.- .^crecen
los perversos. No se traía, de lodos m odos, de la m ujer erigida
en virgen intocable v pura de todo deseo cuyo laniaMiia el
p erv erso cullíva.1-
De hecho, en el hombre histérico, la mayoría de las veces la
mujersólo es inaccesible en la medida en que mantiene cierto
tipo de conducta de evita miento respecto de una confrontación
directa y personal sobre el terreno sexual con ella, b.n et tundo,
esta forma de evitamiento esta predeterminada en el histérico
por su relación ambivalente Von la luncion lálica. ‘Si bienja
mujer es. por excelencia. loque le permite uiviear.se respecto de
la posesión del objeto I¿ilico. el histeria»no esta por ello menos
cautivo de un modo de atribución lálica negativi/ado por el
fantasma crucificante de "no tenerlo''
l ista desinveslidui a imaginaria del ati ibulo t.ilicopermiie no
sólo comprender la confusión sintomalológiea pene/talo que
habita su relación deseante con la mujer según el modo ca-1

11 Cl I l-rael. 1/ivMi n,)ur. Ic el le 'iiaieilii. I'jtus Mav».|t.


■ I I J 1Jur. Vwii. atii . ' !‘(nn\imi\. , i/i m _ pp | \i v >|m>
’CÍ S 1 ri'iul.“lh-icrinh. pfcauta-icliuiulihrel?i/ie)uuiu/ui lliM-xa.iliiui*
Vil |**1 i'M, s | l \ . t « lu. Tra.J Irame-a I I aplatalu-, “I es
l:iiii:i-mes nistéitijuc- el leul rclatinn la hi-i-xuatili" a
/.«■nriVMi». ■y» tu pi. l4‘» I ''
•' I n U» i.'ülu.i a la “iuni-iifl laiu.i" - ease .1 I >»«i. Inútil,it !.-«< ,i i., la Iwi
tlt I iKtin. l i.iy ai iip» I h 12. pp v -te-

71
racterístico ele la unpoteudu x/u tic ¡a eyaculación precoz, sino
además ia institución accesoria de maniiestai ¡mu « peneruts
que en un primer momento pueden mover ;i engaño desde e!
piintu de vista diagnóstico, v hacet ld>contundir con .lutentiens
casos de perversión
En el hombre Imiéiicn. la relación deseante con la mujer está
minarla por una elaboración inconscientectna consecuencia es
mantener una completa contusión entre el .leseo v la xirUtihul.
l-sta conlusiim tiene su onceo en una interpr-. taca m pat ticular
epieel histérico mm ili/a respecto de ia>iemaiuta de toda tmijet.
1*si.t demanda tuinea es percibida, en electo, comí' un rcqnc-
rimiento descante dirigido legítimamente hacia otro deseo. Id
histérico siempre la entiende, en cambio, como una 01 den n i^-
mina n te de tener q u e d a rja prueba de su virilidad Así pues,
sólo podría ser deseado por una mujer por la exclusiva razón de
suponer que ésta espera de él la demostración de que es \jril.
En otros términos, todo se presenta como si. en el histérico, la
relación deseante se fundara en la necesidad de tener que
justificar que posee cabalmente lo que la mujer le demanda, es
decir, el talo. Al alimentar la convicción imaginaria de no ser
depositario de éste, el histérico sólo puede responder en la
siguiente forma: “no temió el pene".
Sin entrar en detalles sobre la dialéctica pene/lalo en el
hombre histérico.1' bajo el signo de tal contusión en cuanto a la
naturaleza del objeto vendrá a alojarse, pues, la impotencia, es
decir, el último recurso que queda para diferir cualquier en­
cuentro sexual con una mujer.
El síntoma de la cyaettlación precoz, que responde a un
proceso un tanto diferente del de la impotencia, se inscribe en
la histeria masculina sobre el fondo de una misma confusión.
En el caso que nos ocupa, aunque el acto sexual con una mujer
resulte ser posible, de todos modos supone un riesgo: no lograr
demostrarle que se tiene cabalmente el ¡Falo asumiendo este

' C I ii I.. Kmcl. I he\ieni/iie te «ereel le médeeiit. np ni., pp M v 11•>/128,


l>) h K -rrier. “ Sirucltire hv.ten (|i¡c el ilm luguc :in:ilylu|uc'‘. I ti C h iuinéc
ti Iiiii/i. l II. I’iiris. IIOIN. IN7N. pp. 74/78
1~>
acto hasta el lina! Miora bien. desde es!;: perspectiva el
terminóse inscribe también aquí como otilen lantasmática que
estipula que una mujer sólo puede ge'.ui si el hombre sabe dar
la prueba de su dnniinn fúüio. Se compicrulc que semejante
rendimiento imaginario tesulte particularmente ansiógeno. de
lorma tal que la propia angustia precipitara v abreviara todo el
proceso sexual.
En estas condiciones, el objetivo esperado, vale decir, el goce
lememno. tiene que resultar lina amena/a Solo quien dispone
del dominio absoluto del talo escapa/ de asumirlo o. lo que es
equivalente, solo él es susceptible de dominal este goce. (. on lo
cual también se dice que el goce de la mujer se percibe siem­
pre como una derrota ante el poder tálico victorioso. Id histérico,
como no dispone del atributo que le permitiría llevarse esta
victoria, no tiene más solución que sujetarse él mismo al poder
del que lo tiene. Por ello se encierra de buen grado en la situa­
ción de aquel que va a capitular ante semejante poder. Para
hacerlo, el histérico masculino se iilcntifun ¡nconsácntciuentc
ton la com¡HUH’ru femenina, de suerte que su eyacuíación
precoz pasa a ser el testimonio más inmediato de su capitula­
ción. El histérico goza entonces tal como imagina que goza una
mujer al sucumbir ella misma al poder tálico.
La conjunción de estos dos tipos de deslallecimiento sinto-
matológico inducirlo por la confusión entre el deseo y la virili­
dad constituye frecuentemente en el histérico una auténtica
incitación a ía actualización perversa de los componentes se­
xuales. Esta senda ofrecida a ciertas figuras de la perversión se
explica tanto más cuanto que permite dilerir la posibilidad de
un encuentro sexual directo con las mujeres inaccesibles, al
tiempo que se adopta la estrategia, cara a los hi.stéricos.consis­
tente en mantener un umbral consúm enle insalislacción. Por
s¡ tuera poco, la ambigüedad fundamentalmente alimentada
por el histérico frente a su propia identidad se\ual"'oh|¡ga fácil -
mente a su deseo a adoptar formas de expresión que acusaran
de buen giado este pctlil perverso.

<t S “ I » l.nU.isiiu-shy-UcriqtlCNCl Icur retalian j I:i h istA iia liIc"


r» "./i./si lí/vnvK/mi. u¡< ni
E n e s lr v u lu lo . I.t-s m . ii u t i’St ic u U le s |u i \ ís . i s m j ire s t/n la u
i. 'i l u 1 >>li i :¡ u li.i !• ti- . t . i . ¡ i :iO |i s .i i-s.i d is t.U ic ia c o n
l . i . im ije i v • i.i . il -u : u j u i t í o -.i l u n a in s o p o i l.<ble p o i
Ii.iII .iiM - it iiiu k - i’ . i ii n d t c r itr .iu a ai l i a c .i'-o se xu a l M e n c io n e m o s
ya c \ ¡ l a u i í c i i í i., h i* » nt . c o m e p r o c e d im ie n to i .td ic a l d e
'• v ita m ie n t • . i d > i r« | n I i h is te ria m a s c u lin a .
•>in e m b a rg o m - ti am ad. m as J. u r i o ;w u ¡ m t / u w w u u í I
q u e d e un a lie n ; <m v . il d .* .J ',rr !..d< tu ..uta en lin a e le c c ió n
J o o b je to a iu 'i < v . .. .i:in I V hecho, es­
tas p a l odias ItollU - | \ •» : I] i.is p .ll.: lliiU t II i i Hllj UlV a ciones
s e c u n d a ria s tr a e n, ■ id , ; ; is p u i si . • t p ¡ . d - lio se n ,; u n t e u
u n o m is to . n i _ Ir la <.!■*: -t e n c ía i <-n lo U m e n in o
I rtvuenUiiK-nii i>i.i mediación so .i¡nn.i en una compul
sitin a la masturbación sostenida por esccnil ¡cationes lanlasmá-
licas perversas, sobre lodo libi eios eróticos de mujeres homo­
sexuales
De la misma manera, cifxhihiaonismo y su forma electiva de
inversión en su contrario, el \o\curism o.1"pueden hallar en la
histeria masculina puntos de anclaje lavot ahles. Al igual que en
la homosexualidad, se trata más de dar libre curso a la dimen­
sión del tullir, que de concederse las familiaridades del goce de
una verdadera perversión. De hecho, el fingir, dado que siem­
pre se sostiene de la m irad a del otro, pasa a ser el instrumento
apropiarlo mediante el cual el histérico puede gozar lanlas-
málieainenle ríe mi juicio supuestamente desaprobador u hos­
til. Para lograrlo el histérico desempeña a ias mil maravillas su
papel, ilusionándose él mismo con una ¡Dilación de desbordes
perversos Je carácter compulsivo que exigen inev ilalilemenle
una intervención del otro. Este otro, al engancharse en la

1 Cl’ S. Fnniit. “l !hcr nltrinllie ScxuallInrnricrT ( l'>()K),(; IL VII. 171 ,'tSS.


M - l \ . 2lis'22n Trail lr.iiui"..i I) Ucreer, J I .aplanche. “I.e» Ih en rio
scwii'llrs nilani ilos”. I a ríe vt-vuclU*. «y t il. pp 14 . 2~
(.1 S ircritl. “Ulier cuten ttCMimicrcii fvpuv der Ohjcklwahl henil
Mjime’ il'i|ii|. i i.li \lll.u. _rr. s L \I. KO |7ñ Trad Ir.mceviJ I aplanche.
“IVuti ivpe paniajiicr rio ihni\ it'nlijci clic/ l'liiiinmi' ibíd., pp 47 s5
« I Y l -euit “T ric lu .ni r - , ji. c h ir k s a k " l f , ll \ . 210-242. S I
\ I V lll’ l l ia lia d lr:mrv<ia.l 1 ípl.utciic I tt I*.-iit tt>>. “ l'ulM-insel ilVsUluIe»
pulsn-llC W ó .i/u ; V / . - t ’ir l’.iri». 11 «iiri't;>rtl. 1‘tii.s. pp 2 ' v m ¿>

74
pamdi'i. asegura plenamente el goce del histérico, quien loma
esta intervención como la prueba de que su propia escenificación
engañosa ha funcionado. En este sentido, bienvenidos serán
cualquier denuncia, cualquier escándalo, arresto u otra incul­
pación. más aún cuando aportarán al suplemento de goce con­
vocado por la inextinguible búsqueda de límitesqueel histérico
pone a prueba en su relación problemát ¡cu con la castración. De
lodos modos, por más que el desafio y la transgresión encuentren
una materia privilegiada al ejercerse en este terreno, carecerán
de lo que configura su moloi y su consistencia en los perversos
auténticos.-" Lo probaría en este caso, como en otros capítulos
de la histeria, el hecho de que las mejores intrigas —así fuesen
perversas— no podiían resistir a ¡a indiferencia del otro, por
poco que éste se dedique a desistir del papel de cómplice
imaginario que el histérico se esfuerza en adjudicarle.
El fragmento clínico que sigue'1me parece ejemplarmente
ilustrativo de los diferentes aspectos de esta dialéctica sinto­
mática que puede conducir al histérico masculino a actualiza­
ciones perversas en su relación con las mujeres.
Examinemos previamente las premisas eliopaloiógicas que
parecen haber contribuido al anclaje decisivo de una organi­
zación histérica en un muchacho magrebino; organización que
se verá amplia y permanentemente propiciada por el contexto
del medio familiar.
Entre estas premisas mencionaré un primer acontecimiento
que tuvo lugar en Africa del Norte cuando el paciente tenía
unos ocho años.
Como acostumbra hacerlo desde hace años, se dirige con su
madre al baño de mujeres. Ese día le hacen notar a la madre,
en su presencia, que él ya está demasiado grande para acom­
pañarla. Sin una paiahra, su madre lo despide bruscamente y le
ordena volver a casa. El paciente recuerda este suceso en

»C.r J I)or, Vínu m /r ci Wnv/viuíiA, i/p t il. c:i¡> 11. pp 17.1 y mcn
-' l -J.i observación se publica con el Consen!imienio ilel inleresaito Numerosos
elemento.', anamnesicos se mantuvieron en reserva, sin t|ue ello pcr]udii|ue ni
la presentación clínica propiamente dicha ni su lógica interna

7s
proporción ¡i lo que había significado para élr un despido tan
injustificado como incomprensible, sancionado a la manera de
castigo
Ein lo sucesivo, se sentirá continuamente culpable ante la
presencia de mujeres; culpabilidad que por otra parte nocesará
de redoblarse bajo el imperio de los acontecimientos que ven­
drán después.
A los pocos días de esta ‘‘exclusión”, su pudre lo conduce, xin
unn palabra, al baño de los hombres. Cuál no será su asombro
al descubrir a su padre desnudo entre los demás. Este espec­
táculo tan nos edoso como inesperado lo deja estupef acto. Pero
su petrificación le atrae de inmediato una áspera observación
de su padre, quien le enuncia la tajante prohibición de mirar
con semejante insistencia a los hombres desnudos.
Es probable que la conjunción de estas dos prohibiciones,
acerbas pero silenciosas, haya lijado en este hombre toda una
economía deseante láhil en la pendiente de la histeria. Por lo
demás, numerosos recuerdos de la adolescencia no hicieron
más que confirmarla. Sólo a los dieciocho años, sin embargo,
con ocasión de sus primeras experiencias sexuales, este hombre
va a medir la exacta dimensión de las perturbaciones sinto­
máticas de que era objeto, especialmente en oportunidad de
una pequeña escena familiar que parece haber catalizado brus­
camente una serie de elementos complexuales latentes.
Teniendo diecisiete años, en el transcurso de un animado
juego con su hermana (dos años mayor que él), se agarra de su
bala, ésta se rompey la muestra desnuda. Después del episodio
infantil en el baño de mujeres no se le había presentado ninguna
otra ocasión de ver a una mujer desvestida. Sorprendido por el
incidente, lo gana el desconcierto, mientras su hermana lo
despide en cambio con inocentes burlas, de lo más divertida
ante su malestar.
A partir de este día, durante varios años seguidos no podrá
volver a desvestirse delante de una mujer. Este síntoma se
organizó según el modo típico de inversión en su contrario.” La


“ O . S. Freud. “I'ulsnins ci destín des pulsions",Mctupsyr/ui/opic t>p. i ¡i

76
i desnudez de la hermana lo remitió, m m n es lógico, a la des-
j nudez de su madre en el baño, es decir, a ese universo de goce
¡ infantil que sólo se le apareció como “goce” el día en que se le
! significó que estaba prohibido. Sólo a posteriori. pues, su
1 frecuentación de los cuerpos femeninos desnudos, por estar
1 también prohibida, se le tornó traumática y culpable.
J Confrontado por desplazamiento con la revelación del cuer-
i po materno prohibido a la mirada, el proceso se invierte en su
¡ contrario, para neutralizar la culpabilidad asociada al goce de
la percepción del cuerpo femenino. En consecuencia, de aquí
• en adelante se castigará por anticipado de este goce y del deseo
que lo sostiene, no descubriendo nunca más su cuerpo ante las
mujeres.
Este síntoma adquirirá rápidamente unas proporciones espec­
taculares. Más allá de la cuestión de las mujeres propiamente
‘ dichas, se sentirá obligado a quedarse totalmente “cubierto”
apenas su cuerpo aparezca ofrecido a la mirada del otro, es
decir, en todas partes, salvo cuando se encuentra solo en su
casa. De este modo, una serie de incidentes normales de la vida
cotidiana van a transformarse insensiblemente en un prolon­
gado y doloroso calvario, condenado él como estaba a permanecer
j arropado en cualquier circunstancia y en cualquier época del
año.
AI mismo tiempo va a desarrollar una creciente ambivalen­
cia respecto de las mujeres, cuyo significado sin embargo no se
le escapa. Mientras dice que las detesta, reconoce detestarse a
sí mismo por no poder mantener relaciones con ellas. Pero
igualmente, no puede tolerar la menor mirada de mujer posada
sobre él, perseguido por el atenazante fantasma de que lo
examinan a propósito pues han descubierto la índole del
síntoma que lo invalida.
Sobre un fondo de existencia tan infernal, dos acontecimien­
tos sexuales precipitarán su problemática histérica hacia un
terreno de expresión perversa.
Al emprender el regreso de unas vacaciones, viaja en un
compartimiento de tren ocupado sólo por él y por una compa­
triota oriunda de su misma provincia. Se inicia una amistosa
charla en cuyo transcurso le sorprende el participar sin angust ia
77

1
en la sociable conversación con su interlocutor!!. Pero de golpe
lo asalta un fantasma inquietante, al final de este diálogo, la
mujer podría contar con que él le proponga hacer el amor con
ella, lo que se le antoja tan impensable como imposible.
Avanzada la noche, dicha compatriota se muestra más bien
atrevida. Le comunica sin rodeos el objeto de su expectativa,
cuyo contenido revela ser hastante perverso. Asaltado por la
angustia, él obedece, aunque la experiencia se para rápida­
mente en seco. Mortificado por el fracaso, queda no obstante
sintomáticamente sosegad*.» ante la idea de que una mujer no
haya logrado gozar de él. No esperaba, en cambio, que su
compañera de viaje, nada resentida por el suceso, le impusiera
ser testigo visual y pasivo de una experiencia de placer que ella
juzgó indispensable administrarse con insistencia y voluptuo­
sidad.
Después de un prolongado insomnio, a la madrugada, el
muchacho deja el compartimiento antes de que su compañera
se despierte.
Esta escena sexual violentamente traumatizante va a impo­
nerse a él, a continuación, en forma de un fantasma obsesivo
perfectamente atormentador. Sólo mucho después compren­
derá que la tortura residía principalmente en el hecho de que
había sido testigode un descubrimiento: una mujer podía gozar
sin hombre. Cabe suponer que con toda probabilidad este
descubrimiento reprimido sufrió una elaboración secundaria
cuyo resultado fue que el fantasma obsesivo se organizó según
el modo de un fantasma perverso, o sea el acoplamiento
homosexual entre la compañera del tren y otra mujer que él
identificará ulteriormente bajo los rasgos de su hermana mayor.
Un segundo acontecimiento sexual casi contemporáneo del
precedente va a dinamizar solidariamente su organización
histérica por la vía de beneficios secundarios perversos.
Un amigo de la niñez a quien no ve desde hace unos años, le
informa que estará en París por unos díasy le pide, a este efecto,
hospitalidad. Aunque sus medios de acogida resultan ser harto
reducidos, pues vive en la Ciudad Universitaria y sólo dispone
de una habitación, se compromete sin embargo a albergarlo.
¡Cuál no será su sorpresa al ver llegar a su amigo en compañía
78
de una muchacha1 Preso de angustiosa perplejidad ante el
dilema de despedirlos de inmediato a los dos o de aceptar su
presencia sin decir palahra, no lograba decidirse por ninguna
de las dos soluciones Por un lado, se sentía culpable de tener
que negarle hospitalidad a su amigo, probablemente a causa de
la puesta en juego de toda una problemática homosexual
inconsciente. Por el otro, la perspectiva de que una mujer
pudiese invadir el único sitio en el que se sentía protegido de la
mirada de los otros, se le hacía rápidamente intolerable. Decidid,
no obstante, alojar a la pareja, a despecho de estas condiciones
de precariedad material.
Llegada la noche, se sume en una crisis de angustia imagi­
nando que sus huéspedes quizás aprovechen para hacer el
amor. El fantasma de este acoplamiento furtivo lo deja des­
pierto hasta la mañana. Lo que no sucede la primera noche sí
ocurre la segunda.
Con el terror de haber sido testigo tan cercano de la escena
de amor transcurrida en la oscuridad, se acordará mucho
tiempo de la rabia que se apoderó de él ante su incapacidad
para decidir qué cosa en semejante circunstancia le hubiera
sido menos insoportable: ¿era preferible oír sin ver nada! ¿No
habría sido mejor, por el contrario, poder ver sin oír? Tiempo
después, los vestigios de esta alternativa se actualizarán en una
serie de fantasmas y realizaciones perversas.
Sin embargo, entre las dificultades suscitadas por la ambi­
güedad de esta cohabitación, la más importante aún no había
intervenido. Al día siguiente su amigo le comunica que debe
trasladarse por unas cuarenta y ocho horas. Y le pide que siga
albergando a su compañera durante su ausencia. Esta propo­
sición lo deja completamente mudo. Una vez más, acepta, pese
a la aprehensión que lo invade ante la perspectiva de quedarse
solo con una mujer en su propio cuarto.
A punto de marcharse, su amigo juzga útil transmitirle la
consigna siguiente: “¡No te ocupes de ella! ¡Que aprenda a
arreglárselas sola!"’ Curiosamente, de entrada recibe estas pa­
labras en una acepción sexual que no deja de inquietarlo; un
poco a la manera de una invitación a dejarse seducir pasivamente
por esta mujer. Capturado así en la trampa de su propio sín-
79
toma, él mismo promoverá inconscientemente su despliegue. A
la defensiva, y acechando el menor signo de seducción que
pudiese llegarle de ella, él mismo va a seducirla, sin saberlo,
redoblando una atención y benevolencia constantes que él
creía destinadas precisamente a neutral izar cualquier veleidad
de erotización. De hecho, se muestra tan solícito que. llegada
la noche, la mujer se desliza sin vueltas en su cama. La iniciativa
toma muy rápido, por ambos lados, un cariz suficientemente
cataclísmico como para no ser renovada por segunda vez. Su
amigo regresa, saluda y vuelve a marcharse con su compañera.
Al parecer, todo vuelve al orden.
Pocos días después este hombre desarrolla una descomunal
compulsión a la perversión. Comienza a pasarse noches enteras
tratando de sorprender, a través de los tabiques o por el agujero
de las cerraduras, los retozos eróticos de los residentes de la
Ciudad Universitaria. Ante el muy variable éxito de sus ini­
ciativas, decide acometerlas en lo sucesivo conforme un mé­
todo más científico.
Valiéndose de los conocimientos técnicos adquiridos du­
rante su formación,23imagina las estrategias más sofisticadas
para oír a las parejas hacer el amor. Complicados dispositivos
electrónicos de emisión-recepción son instalados rápida y dis­
cretamente en las habitaciones de los casos amorosos más
favorables, que él visita gracias a una “llave maestra” robada a
una camarera. De este modo, replegado en su cuarto, al co­
mando de una auténtica mesa de escucha, pasa la mayor parte
de sus noches recogiendo los productos sonoros de las diferentes
fuentes de captación indiscreta que ha colocado al azar de sus
investigaciones nocturnas. Dispersado y atosigado a la vez por
la multitud de ecos acústicos que se le proponen, le enfurece no
poder registrarlos todos simultáneamente. Sin embargo,
cualquiera que sea la cacofonía amorosa confiada a los buenos
oficios de su grabador, ya no pasa un solo día sin que escuche
inexorablemente las secuencias seleccionadas, acompasando
su audición con sesiones de masturbación frenética.

23 Era entonces ingeniero en telecomunicaciones.

80
Rápidamente extenuado por sucesivas noches de vigilancia
auditiva, decide abandonar su puesto de observación acústica
para sorprender de visu lo que hasta entonces se había con­
tentado con oír. Surge la oportunidad de observar en una
pequeña construcción a una pareja de mujeres homosexuales
que suelen encontrarse al caer la noche. En el momento
oportuno, acude a su nuevo puesto de observación estratégica
y. aun con terror de que le descubran, escruta por el agujero de
la cerradura algunas pizcas de intercambios amorosos sustraí­
dos en parte a su campo visual. Irritado por no ver más pretende
tomarse una revancha decisiva.
Horas después se introduce en la habitación donde duermen
las dos mujeres y se lleva toda su ropa interior.
Al mismo tiempo de desarrollarse esta compulsión a las
efracciones visuales, fantasmas homosexuales masculinos lo
visitan con frecuencia cada vez mayor. Esta invasión adquiere
una dimensión tal que el joven alimenta imaginariamente la
esperanza de ponerle término pasando al acto. Cumple esto
poco tiempo después, yendo a deambular nocturnamente por
ciertos lugares públicos parisienses apropiados.
Cuanto más se multiplican sus experiencias homosexuales,
más lo repugnan, pero mayor ímpetu adquiere en cambio su
compulsión al voyeurismo. Agobiado por la angustia, forja el
proyecto de hacerse sorprender deliberadamente a fin de que
una denuncia salvadora lo haga comparecer ante un tribunal y
ponga fin de ese modo a su insaciable necesidad de ver.
De hecho, no retrocederá ante nada pata que esto suceda.
Desmultiplicando los riesgos en los lugares públicos, perforará
múltiples agujeros en los baños de café para observar a través
de ellos; fotografiará por la noche los retozos diversos de las
prostitutas del Bois de Boulogne: sobornará a un travestí para
que lo deje mirar discretamente el ejercicio corriente de su
comercio con partenaires improvisados encarados de prisa y
corriendo en los asientos traseros de un coche; acabará inclu­
sive por escalar las fachadas de diversos cabarets parisienses
pata sorprender a través de las ventanas exteriores a las
profesionales del streap-tease desvistiéndose en sus camerinos.
Su compulsión de ver pierde lodo limite y pone en riesgo su
81
salud y su salvaguarda personal: entonces le hago notar con
prudencia en una sesión de análisis, que todas estas “hazañas”,
por arriesgadas que fuesen, no parecían interesarlo realmente.
La prueba estaba en que no parecía sacarle todo el provecho
que deseaba Enfaticé así el hecho de que todo este frenesí se
hallaba claramente destinado a interpelar a alguien distinto de
él misma fin particular, era como si lo que más le interesara
Líese ir cada vez más lejos en los desbordes perversos a fin de
goz«ir mejor de ellos restituyéndoselos a un interlocutor, con la
esperanza secreta de excitar su curiosidad sexual.
Quedó sumamente desconcertado ante esta intervención
pues ni por un momento había pensado en el beneficio secun­
dario de estos comportamientos perversos que acababa yo de
señalarle. Manifiestamente desanimado ante la imprevista
revelación, sus movilizaciones perversas se liquidaron en poco
tiempo y dieron paso a una fase depresiva sostenida por largas
quejas. Nunca podría conocer mujeres. Llegado el caso, nunca
sabría hacerlas gozary demás quejas de igual tenor... Hasta que
se resigna a tener que sufrir el martirio que su funesta invalidez
le causa.
La reiteración de este monólogo dolorido y quejoso me
incitó a recordarle que una mujer podía gozar seguramente con
un hombre, pero que ello no debía hacerle olvidar que también
podía gozar.sin él. Además, me aventuré a señalarle que tal vez
no sería posible una relación sexual satisfactoria con una mujer
debido a que sin duda prefería asemejarse a esas mujeres que
gozan sin hombre.
Esta nueva intervención, muy mal recibida en un principio,
hizo su camino. El paciente acabó por percatarse de cuánto se
había identificado inconscientemente con una mujer en su
fantasmutización de las relaciones amorosas. Además, su pa­
sividad, su cuasi impotencia y sus eyaculaciones precoces pron­
to le parecieron tributarias de esta elaboración inconsciente.
Poco tiempo después, un suceso completamente inesperado
le iba a permitir metaforizar, sin saberlo, su relación con la
castración, por la vía de un rotundo acting-out.
A los pocos minutos de haber puesto fin a una de sus
sesiones, oí sonar el timbre de nii consultorio. Al abrir la puerta.
X2
me sorprendió verlo sólidamente flanqueado por dos agentes
de policía. Su expresión de extraordinario júbilo me hizo
entender al instante lo que se hallaba en juego para él cuando
se mostraba así ante mi mirada. Su exaltación se motivaba en
el hecho de que me hacía testigo del carácter insoslayable de la
Ley, que impone que el deseo de uno está siempre sometido a
la lev del deseo del otro
No bien confirmé a los policías que el muchacho salía de mi
consultorio, volvía cerrar la puerta significándole que era lo su­
ficientemente grande como para explicarles por sí mismo lo
que venia a hacer en él.
La sesión siguiente aportó todas las aclaraciones esperadas
Pocas horas antes había habido un robo en el edificio. Al dejar
mi consultorio, advirtiendo la presencia de dos policías que
platicaban con la portera, lo acometió el irresistible impulso de
pasar delante de ellos corriendo. Como es lógico, siguió a esto
una breve persecución. Hallándose tranquila su conciencia, lo
que importaba ante todo era despertar suficientemente la
atención de la policía para ser interpelado en buena y debida
forma. Una cosa importaba: que la ley interviniese. Otra cosa
era que yo supiese, por otra parte, algo de ello. De este modo,
su acting-out me significaba implícitamente que la ley existía v
que en lo sucesivo él iba a someterse a ella. De ahí su júbilo y
la liberación catártica consiguiente.
Pocas semanas después, una laboriosa preelaboración le
permitió entender hasta qué punto, en la transferencia, me
había instituido inconscientemente en el lugar de su madre y,
desde ese lugar, hecho testigo imaginariamente cómplice de su
epopeya perversa. Con la ayuda del levantamiento de la re­
presión, conoció poco tiempo después a una mujer con la que,
por fin. tuvo acceso a serenas familiaridades en los intercam-
hios amorosos.
Capítulo VI
LA “GENESIS” KREUDIANA
DE LA NOC ION DE FORCLUSION

Es un tanto comprometido hablar de “génesis” en relación con


un concepto cuya denominación resulta más directamente de
un efecto de traducción. El concepto de marras, la Verwerfung,
figura en el léxico freudiano bajo el término de rechazo [rejet].
Forclusión [forclusion] es tan sólo una denominación genérica
introducida por Lacan con posterioridad. Aunque no podamos
decir que la Verwerfung freudiana sea estrictamente coexten­
siva a la forclusión lacaniana, esta acepción última se inscribe
de todos modos en e! prolongamiento lógico de \a_Verwer-
futtg de Freud. Parece legítimo, en consecuencia, abordar esta
“génesis” de la noción de forclusión en el propio terreno de las
elaboraciones freudianas.
Las primeras huellas de esta idea de rechazo aparecen en
1894. en el estudio intitulado: Laspsiconeurosis de defensa.1El
principio es retomado por Freud dos años después, en Nuevas
observaciones sobre las psiconeurosis de defensa.2La ¡dea clave
que se desprende de estos dos trabajos en lo referido al rechazo
es, esquemáticamente, la siguiente. Freud distingue tres for-1

1 S. Freud, “Die Abwehr-Ncuropsychosen" (1894), G.W. 1, 59/74, S.E. 111,


41 /ó l.T ra d francesa J. Laplanchc. “Lespsychoncvroscsde defense".Névmse.
psychose el perversión, op. cit., pp. 1/14.
1 S. Freud. “Wciierc Bcmcrkungcn Ubcr dic Abwchr-ncuropsychoscn”
(1896), G .W. I. 379/403. S.E. III. 157/185. Trud. francesa J. Laplanche.
“Nouvclles remarques sur les psychonévroscs de defense". ¡bíd., pp. 61/81

85
mas posibles ile defensa del yo frente a las presentaciones
inaceptables.
En la primera de ellas, el yo sustituye la representación ina­
ceptable por otra representación que puede ser tolerada, pero
cuya característica es la de ser insignificante. Este proceso de
defensa es el que observamos de manera ejemplar en la neuro­
sis obsesiva.
En la segunda, la representación inaceptable sera objeto de
una conversión de tipo histérico.
En la tercera, por último la representación es pura y
simplemente rechazada, junto con su afecto, por el vo

Existe una lorniu ilc tldciisa mucho más enérgica y dicaz consistente
en que el yo rechaza la representación insoportable al mismo
tiempo que su afecto, y se conduce como si la representación no
hubiese llegado nunca al yo.3

En relación con este proceso de rechazo, Freud achira no


obstante que si bien el yo se separa de la representación, no hay
que perder de vista que ésta se encuentra asociada siempre a un
fragmento de la realidad. De modo tal que, al rechazar la repre-
sentación, el yo se separa también desuna parte de la realidad.
Esta dinámica es coherente, adenitis, en el sentido de que si la
representación es inaceptable es porque la realidad que se le
asigna también es inadmisible.
Se trata de un punto singularmente importante cuya línea de
fuerza va a prolongar implícitamente en la obra de Freud,
acompañando sobre todo a sus investigaciones sobre la pro­
blemática psicopatológica de las psicosis.
Por otra parte, la inserción lacaniana de la Verwerfung en la
problemática psicótica encuentra precisamente su punto de
anclaje en este terreno. ¿Cómo explicar la evolución de un con­
cepto que toma su origen, en Freud, en el registro de un simple
rechazo psíquico localizable en las psiconeurosis de defensa, y

3 S. Freud, “Les psychoncvrnsesdc dérense”. Névmse.psychtíseeipervcnum,


np. di., p 12.

86
que encuentra su punto de caída en Lacan como mecanismo
inductor de las organizaciones psicóticas'.'
Esta evolución de la noción de l'erwerfnng se encuentra
ampliamente prefigurada en la propia ohra de Freud. El inicio
de tal reorientación de la Verwerfung hacia la problemática
psicótica alcanza uno de sus primeros jalones significativos con
el caso del llumbre de los lobos. En este estudio, Freud menciona
repetidas veces la incidencia de este rechazo, sin que se observe
no obstante que la concepción de dicho mecanismo se separe
del paradigma general de un proceso de defensa del yo.
Por una parte, la l 'erwerfung está asociada directamente con
la temática de la castración:

La tercera corriente, la más antigua y profunda, que había recha­


zado pura y .simplemente la castración...4

Por otra parte, todo se presenta como si la Verwerfung, en


este contexto, estuviese prefigurando algo bastante cercano a la
renegación, que Freud introducirá ulteriormente.
En este sentido, el análisis de El hombre de los lobos parece
señalar un viraje significativo, tanto más definitorio cuanto que
en esta época Freud comienza a desarrollar investigaciones
cada vez más sistemáticas en el campo de las psicosis, y sobre
todo en una dirección que no cesará de explorar hasta su
muerte. Podríamos formular esquemáticamente esta dirección
en la siguiente forma: tratar de hallar un mecanismo pertinen­
te en el plano teórico y operativo en el plano clínico, que per­
mita discriminar los procesos neuróticos de los procesos
psicóticos. Bastaría como prueba este señalamiento inaugural
expresado en 1915 en su texto sobre Lo inconsciente:

Cabe dudar de que el proceso llamado represión en las psicosis

4S Freud,“Ausilcríieschichtccincrinfaniilen Neuroso" ( XII,


29/157, S.E. X V II, 1/122. Traü. francesa M Il('ñaparlo. R. I.newcnsicin.
“Exlrait de l'histuire d'uno ncvrosc infuniilc (I 'huíante aux loups)". Cinq
psyrlwitalyses, París, P.U.F.. 1954. p. 389

S7
t'-nga Ituiavíu algo en común con la represión en las neurosis de
transferencia.3

El problema planteado por la identificación de un mecanis­


mo de defensa que intervendría específicamente en las psico­
sis, no es en verdad novedoso en el momento en que Freud lo
encara. Este tema recorre de manera bastante continua toda la
reflexión psicopatológica desde los últimos años del siglo \i\.
Sin embargo. Freud lo inspecciona desde el comienzo v de una
manera enteramente original: primero, situándolo de entrada
en un registro esencialmente psicogenético; después, buscando
circunscribirlo a la sola luz de losargumentos desarrollados por
la teoría psicoanaJílica.
La especificidad del enfoque freudiano es, por lo tanto,
doble. En primer lugar, se trata de abordar la singularidad de
los procesos psicóticos a través de un aparato conceptual
inicialmente destinado a dar cuenta de la etiología de las
neurosis. En segundo lugar, este enfoque se funda de entrada
en consideraciones estructurales, y no sólo cuantitativas y
diferenciales. En el contexto de esta problemática viene a
imponerse, pues, subrepticiamente, la función de la Verwerfimg.
Sin embargo, por más innovadora que haya sido su concep­
ción psicoanalítica de las psicosis, es manifiesto que Freud no
llegó a promover una especificación pertinente de su etiología,
al menosen comparación con lo que había sido su proyecto. De
hecho, no pudo sacar a la luz un criterio metapsicológico sufi­
cientemente operativo como para diferenciar estructuralmente
las neurosis de las psicosis.
La investigación freudiana de las psicosis se mantuvo sobre­
determinada. en ciertos aspectos, por las concepciones psiquiá­
tricas de su época. El aspecto más evocador de esta reminiscencia
parece desprenderse según la línea de fuerza siguiente. Se trata
de un eje mayor que concierne a la relación de comprensión

s S. Krcud. “Das Unbcwussic" (1915), G il' X, 264/303, S.E. X IX , 159/215


Trud. francesa J [.aplanche J D. Pnnialís, “L'inconscient". MUtnpsyvliologic,
París, Guilimard. 1968, p. 159

88
I
lóeica que Freud establece entre el sujeto y la realidad en el
campo de las psicosis. En primer lugar, como lo demuestran
sobre todo los est udios de 1924: Neurosis y Psicosis y Pérdida de
la realklad en la neurosis y la psicosis,“se ve tentado a circunscribir
la naturaleza de los procesos psicóticos en el terreno de la
pérdida de la realidad
Por una parte, Freud señala que en cierto modo los procesos
psicóticos traducen siempre una “pérdida de la realidad” en el
sujeto. Por la otra, menciona que esta pérdida induce en el su­
jeto la necesidad de una reconstrucción delirante de la realidad
de la que se ve entonces separado.
Este tema de la pérdida de la realidad nos vuelve a llevar
implícitamente a la problemática de la Verwerfung, por lo
menos en el aspecto inicialmente presentido por Freud, o sea
el de un proceso de defensa del yo. Sin embargo, aunque con­
sidere estos dos hechos psicopatológicos —pérdida de la realidad
y reconstrucción delirante—dentro de un cuerpo de explicaciones
fundamentalmente metapsicológicas, Freud permanece cautivo
de un estereotipo semiológico muy ligado a la psiquiatría de su
época. De hecho, tiende a asociar la pérdida de la realidad y la
reconstrucción delirante según el modo de una relación de
causa a efecto. Todo parece presentarse como si existiera cierto
carácter de implicación lógica entre estos dos signos del cuadro
psicótico; de suerte que casi se haría posible plantear la recons­
trucción delirante como el índice diagnóstico más manifiesto
del estado psicótico.
El carácter eminentemente problemático de esta hipótesis
semiológica conduce a Freud a matizar sin tardanza esta
concepción. Su esfuerzo se vuelca a poner a prueba una nueva
distinción metapsicológica entre las neurosis y las psicosis6

6S. Freud,(a)"Ncuroseund Psychosc"( 1924), GW. X III. 387/391, S.E. X V .


147/153. Trad. francesa D. Guérineau. “Névrose el psychose", Névrvsc,
psychose el perversión, op. cii.. pp. 283/286; (b) “Dcr RcalitStsvcrlusi bei
Neuroso und Psychosc" (1924), G. W. X II, 363/368, S.E. X IX , 181/187. Trad.
francesa D Guérineau, “La pene de la réaliié dans la névrose el la psychose",
ibid.. pp. 299/303.

89
fundada sobre la base empírica de ciertas observaciones clíni­
cas. Señala así que del mismo modo en que el neurótico
p r ocu ra ría huir de la realidad, el psicót ico se ría 11eva do a renegar
de ella.
Una vez más, esta hipótesis clínica vuelve a llevar a la
Verwerfung, principalmente en la acepción del “rechazo” y
según la evocara Freud en su análisis de El hombre de los lobos
de 1918, sea que se la evoque en el registro del rechazo de la
castración o en el comentario más preciso expuesto a propósito
de la alucinación del “dedo cortado”. Por lo demás, esta apro­
ximación implícita entre la Venverfung y la renegación vira casi
a la colusión cuando se trata del problema del fetichismo 7que
Freud aborda en 1927. Pero paradójicamente, también este
análisis del fetichismo lo incita a abandonar su hipótesis de la
renegación de la realidad como mecanismo inductor de las
psicosis.
El fetichismo, y de manera más general las perversiones,
ponen a Freud en el camino de la escisión del yo. Desde este
momento la escisión del yo vendrá a precisar, en último ex­
tremo, la función de la renegación y sus límites inductores. En
1938, una reflexión profunda sobre la noción de Idtspaltung
acaba por imponer a Freud esta revisión cuyo rastro encon­
tramos en dos textos fundamentales: La escisión del yo en los
procesos de defensa *y el Compendio de psicoanálisis* sobre to­
do en el capítulo vin. De estos dos estudios se desprende clara­
mente que la pérdida de la realidadya no se aparece ante Freud
sino como un corte parcial en el .sujeto: en las psicosis, sólo una
parte del yo se separaría de la realidad.

7s. Freud. “Fctischismus" (1927), G.W. X IV , 311 /317, S.E. X X I, 147/157.


Trad. francesa D. Bcrgcr, “Le fótichisme”, I.a \ñe socuelle, op. cit., pp. 133/138.
*S. Freud, “Dic Ichspaliung¡m Abwehrvorgang" (1938),G IK X V II, 59/62,
S.E. X X III. 271/278. Trad francesa R. Lcwintcr. J.B. Pnmalis, “Le clivage du
moi dans les proccssus de Jétense",Nouvclle llevue ele l ’xvchanalvsc, n °2 ,1970
pp. 25/28.
* S Freud, “Abriss der P.sychoanalysc" (1938), G W X V III, 67/138, S.E.
X X III. 139/207. Trad. francesa A. Bcrman, Ahrveé Je psvchanalvte, París
P .U .F , 1967.

90
Por lo demás, la escisión delyo en la que Freud hahía fundado
ciertas esperanzas prueba no estar exclusivamente presente en
los sujetos psicóticos. Además de los perversos, acaba por
encontrar su incidencia en todos los neuróticos, como lo men­
ciona en el Compendio depsicoanálisis. M ás aún. al final de esta
obra última Freud sustituye de manera casi indiferente el
término Verwerfung por el término renegación:

Similares mitigaciones se producen con frecuencia y no únicamente


en los fetichistas. Allí donde estemos en condiciones de estudiarlas,
aparecen como medidas de alcance parcial, tentativas imperfec­
tas de separar al yo de la realidad. El nvhtco siempre va acompañado
de una aceptación [...] lo que conduce a la escisión del yo.1

Así pues, se le hace imposible a Freud concluir en favor de un


mecanismo operativo consecuente para discriminar las psico­
sis de las neurosis. Ni la pérdida o la renegación de la realidad ni
la escisión del yo resultan satisfactorios desde este punto de
vista.
Al término de las investigaciones freudianas, podemos sacar
por lo menos las dos conclusiones siguientes. Por una parte, la
noción de Venverfung, al inscribirse progresivamente en un
campo de exploraciones referidas cada vez más a la proble­
mática psicótica, es puesta en directa correlación con la escisión
psíquica.
Por la otra, la invalidación sucesiva de las hipótesis freu­
dianas en cuanto a los mecanismos inductores del hecho psi­
cótico contribuye a modificar al estatuto de la construcción
delirante compensatoria. Se inicia un movimiento oscilatorio
en la sucesión lógica de los términos en presencia, es decir, a
nivel de la relación causal, presentida inicialmente por Freud,
entre pérdida de la realidad y reconstrucción delirante. La
elaboración delirante se presenta cada vez menos como un

10S. Freud, Ahivgé Je l'syciiauatyse, op. cu. p. 82.

91
proceso compensatorio y, por el contrario, cada vez más como
el parámetro inductor de la pérdida de la realidad. Esta in­
versión anuncia todo un recentrado sobre la prevalencia de las
estructuras simbólicas, que de este modo serán puestas al
frente de la escena en la organización de los procesos psicóti­
cos. Este recentrado, acreditable a Lacan, contribuirá a pro­
mover la transferencia de denominación del término rechaza
bajo la connotación genérica de forclusión.

92
C a p ítu lo VTI
L A F U N C IO N P A T E R N A Y S U F R A C A S O

Para que el proceso de la metáfora del Nombre-deUPadre


asegure su función estructurante con respecto al desarrollo psí-
quico del niño, es preciso que pueda.desplegarse sobre la base
déla represión originaria del significante del deseo deja madre.
Si esta represión originaria no tiene lugar, todo el proceso de
la metáfora del Nombre-del-Padre queda comprometido y has­
ta condenado al fracaso.

Con la división del sujeto' y la forclusión, Lacan pone deli­


beradamente el acento en la función capital que cumplen las
estructuras simbólicas en la comprensión de los procesos psi-
copatológicos. La división del sujeto expresa una relación de
dependencia explícita del sujeto respecto del orden simbólico,
en el sentido de que lo que resulta dividido por ejorden signi­
ficante es toda la estructura subjetiva. Fsta preeminencia de la
estructura simbólica sobre el curso de todo acontecimiento
psíquico (patológico o no) aparece significada específica mente
por tina categoría lacaniana original: el gran Otro; y éste en
múltiples aspectos, circunscribe el campo del orden simbo-
jógico como tal. Por otra parte, no debemos perder de vista que 1

1 Cf. lnlirxluclion á la lecturc de Lacan, 1.1, op. cil., cap. 15, pp.128/135.

93
la división del sujeta aparece como la consecuencia más inme­
diata del proceso de ¡a metáfora del Nomhre-dcl-Padre. Así pues,
será esencialmente con relación a estas tres referencias laca-
manas fundamentales, la preeminencia de lo simbólico, la
metáfora del Nombre-del-Padre y la^ivisión del sujeto, como
podremos apreciar el papel de la forclusión en el campo de las
psicosis.
Señalemos en este punto que si la Verwerfung freudi.ma es
favorecida ahora por esta “denominación de origen”, ello no
responde en absoluto a un puro afán de originalidad de tra­
ducción Muy por el contrario, responde a la necesidad de
insistir sobre la preeminencia del orden simbólico como lugar
de ejercicio legitimo de la Verwerfung.
Etimológicamente, el término forclusión proviene del cuer­
po de la terminología jurídica y significa abolición simbólica de
un derecho que no fue ejercido en los plazos prescritos. Así, al
utilizar el concepto de forclusión, Lacan suscribe principal­
mente la idea de una abrogación simbólica. Lo que él pretende
enfatizar esja abolición de un significante. Sin embargo, sólo en
la medida en que esta abolición recae sobre un significante
especial —elsignificante Nombre-del-Padre—, puede especificar
la inducción de los procesos psicóticos; o sea, el significante
llamado a sustituir al significante originario del deseo de la
madre.
Ál comentar el análisis del caso Schreber en su Seminario
Las psicosis,1 Lacan se ve conducido progresivamente a es­
ta conclusión. Además retoma este análisis, pero en forma más
condensada, en un estudio de 1957, De una cuestión preliminar
,J
a todo tratamiento posible de la psicosis donde formula de
manera radical la razón por la que lajtbolición del significante
Nombre-del-Padre constituye “él defecto que da a la psicosis su
condición esencial que la separa de las neurosis”.-1En este pun-

2J LacanLes l’sychoxes, libro III, 1955/1956, París, Scuil, 1981.


5J .Lacan, “D'unc qucstion prcliminairc á tout traiicmcni possiblc de la
psychosc”, Ecriis, op cu., pp 531/583.
4Idcm .p. 575
lo preciso reside, comparado con Freud. el apone explícito de
Lacan, consistente en destacar el carácter erncial del orden
simbólico y de su función en la etiopatogenia de las psicosis.
Decir que cuando el Nombre-del-Padre es forcluido la metáfora
paterna queda condenada al fracaso, implica colegir igual­
mente que la etiopatogenia de las psicosis está enfeudada u U¡
dimensión del acceso a lo simbólico. En otros términos, al
neutralizar el advenimiento de la represión originaria, la for­
clusión del Nomhre-dcl-Padre compromete gravemente la
asunción de la castración simbólica. En última instancia esta
abolición hace fallar toda la función paterna. Por lo tanto, la
problemática de la forclusión depende directamente del des­
tino que aguarde al significante fálico en el curso de la dialéctica
edípica. Pero aunque el destino psicótico parezca jugarse
alrededor de esta operación simbólica inaugural que es la
metáfora del Nombre-del-Padre, conviene mostrarse particu­
larmente vigilantes en cuanto al sentido y alcance de dicha
apuesta.
Así como podemos reconocer legítimamente a Lacan la
avanzada que se le debe en cuanto a la comprensión de la in­
ducción de los procesos psicóticos, también la honestidad más
elemental nos exige no atribuir al concepto de forclusión del
Nombre-del-Padre un valor de performance y de competencia
universales que Lacan jamás le reconoció. A lo sumo, la
forclusión del Nombre-del-Padre es presentada por Lacan
como una hipótesis metapsicológica estrucluralmente opera­
tiva. Aparte de que sugiere una avanzada explicativa sobre la
inducción de los procesos psicóticos. permite comprender
igualmente que ciertos mecanismos actuantes en los procesos
neuróticos —!a represión en particular— no permiten dar
cuenta de la etiología de las psicosis.
Por lo demás, esta hipótesis metapsicológica permite proponer
una orientación coherente a las estrategias terapéuticas, en el
sentido de una restauración de la inserción desfalleciente del
sujeto en el registro simbólico. Desde este punto de vista, y sólo
desde él, el concepto de forclusión del Nombre-Jel-Padre
constituye un epicentro metapsicológico heurístico y fecundo.
Al menos esta razón nos autoriza, pues, a considerarlo como un
95
procreso consecuente: pero de ningún modo habremos de
concluir que con la forclusión del Nombre-del-Padre dis)junemos
de una panacea etiológica a toda prueba. El propio Lacan se
mostró siempre sumamente prudente en cuanto a este punto.
Si la forclusión del Nombre-del-Padre se presentó como una
explicación radical —para no decir totalitaria—de los proceso-*
psicóticos, ello se debió sobre lodo a la existencia del imperialismo
de cierta fidelidad de Escuela, esencialmente alimentada al­
rededor de algunos puntos ciegos. Para citar sólo uno que
parece haber obrado con la mayor de las violencias, mencio­
nemos el culto de una forma de ontologismo mantenido tanto
alrededor de la forclusión como del Nombre-del-Padre en sí.
Para algunos, estas categorías se elevaron verdaderamente a la
dignidad de seres sobre la base de un malentendido cualitativo
y cuantitativo.
El Nombre-del-Padre no es un significante particular. No es
nunca significante primordial sino en la medida en que, en un
momento dado, viene a ocupar un lugar capital. Con este
carácter, nunca está predeterm ¡nado de antemano. Puesto que
lo único predeterminado es un lugar abierto a la sustitución
metafórica, el significante Nombre-del-Padre es un significante
cualquiera que vendrá a ocupar este lugar decisivo. En este
sentido —Lacan lo señaló en repetidas ocasiones—los signifi­
cantes del Nomhre-del-Patlreson múltiples. Como lo recuerda J.
D^Nasio,5hay al menos tantos como significantes susceptibles
de sucederse en ese lugar al queson llamados en determinado
momento. La forclusión se produce, hablando con propiedad,
cuando ningún significante viene a presentarse a la llamada.
Por lo tan to, la forclusión no tiene lugar de una vez para siempre.
Por el contrario, no cesa de reproducirse sucesivamente. Más
aún cuando será en términos de estructura como se procurará
aprehender el mecanismo de esta forclusión del Nombre-del-
Padre; es decir, en términos de movimiento y regulación.
Para que la estructura se sostenga todo el tiempo es preciso
que un significante venga a ocupar este lugar de sustitución del

5J.D Nasio, Lesycux ite Lauiv, París, Aubicr. 1987, pp. 123-124.

96
sienificíinte del deseo de la madre. Como contrapartida. si
ningún significante de sustitución adecuado viene a ocupar este
lugar, la lógica simbólica se organizará de otra manera y otro
tanto sucederá con la realidad psíquica del sujeto Podemos
designar esto, como lo hace Ginette M¡chaud/’como agenesia
de lo simbólico y lo imaginario en ¡os psicóticos. En otras
palabras, así como el paranoico se esfuerza por simbolizar lo
imaginario, así el esquizofrénico, por el contrario, intenta ima-
ginarizar lo simbólico.
La forclusión del Nombre-del-Padre parece afectar más a la
dinámica que preside la sustitución metafórica y no concernir
tanto al propio elemento de esta sustitución. En consecuencia,
la idea de abolición que el concepto de forclusión lleva implícita
señala una evolución radical en la acepción del término Verwer­
fung. Mientras queja concepción freudiana inicial de la Verwerfwig
estaba sometida principalmente a la idea de un rechazo del re­
gistro simbólico, la Verwerfung remite más bien, con Lacan, a la
idea de una no llegaba al orden de este registro simbólico.

Procuremos concebir ahora una circunstancia de la posición


subjetiva en laque a la llamada del Nombre dcI-Padre responde,
no la ausencia del padre real, pues esta ausencia es más que
compatible con la presencia del significante, sino la carencia del
significante mismo.'

Nada mejor que esta formulación de Lacan para aprehender


la propia esencia de la forclusión en su dinámica inductora de
los procesos psicóticos.
De hecho, por lo mismo que la forclusión es competencia de
esa eficacia, necesariamente recaerá sobre el significante
Nomhre-del-Padre. La represión originaria se condena al fra­
caso sólo cuando es forcluido el significante Nombre-del-Padre*

*G. Michaud, Seminario de clínica psicoanalitica sobre “Las personalidades


psicopáticas", 1974/1975 (inédito) Enscñanyji en la U.F.R. Ciencias Humanas
Clínicas, Universidad de París V II
7J. Lacan, “D'unc question préliminaire á lout traiicmcm possiblc de la
psychosc", Eciils, op. dt., p. 577.
y este fracaso neutraliza el advenimiento de la metáfora paterna.
Cuando este proceso metafórico no se realiza, el acceso del
niño a lo simbólico queda gravemente compromel ido. En tales
condiciones, todo un registro nuevo de la economía del deseo
queda imposibilitado para él. AÍ quedar sujeto a una relación
arcaica con la madre, sigue constituyéndose como su solo y
único objeto de deseo, es decir, como su falo.
La mención de la forclusión del Nombre-del-Padre como
proceso inductor de las psicosis implica acentuar el hecho de la
imposibilidad en que se encuentra el niño de poder referirse al
Padre simbólico. En consecuencia, sostener que el Nombre-del-
Padre está forcluido es equivalente a afirmar que el Padre real
no ha advenido en calidad y lugar de Padre simbólico. ¿Qué
condiciones han hecho imposible este advenimiento del padre,
cerrando al niño la vía de la simbolización de la Ley paterna que
instaura la castración simbólica?
Formalmente, estas circunstancias invalidantes pueden re­
sumirse en la siguiente presentación decisiva: el Nombre-del-
Padre es forcluido cuando este significante aparece renegado en el
discurso de la madre, como nos lo recuerda Lacan de manera
explícita:

Sobre lo «¡lie queremos insistir es sobre el hecho de que no sólo


convendría ocuparse de la manera en que se adviene la madre a
la persona del padre, sino del caso que hace de su palabra; dicho
con claridad, de su autoridad; en otros términos, del lugar que ella
reserva al Nombre-del-Padre en la promoción de la Ley.*

La problemática de la renegación del Nombre-del-Padre en


el discurso materno suscita fatalmente una cuestión clínica im­
portante: ¿en qué condiciones puede presentarse una madre
como una madre psicotizante? A modo de consecuencia sur­
ge de inmediato una segunda dificultad: ¿son psicóticas las
madres de psicóticos?
Aparte de que se trata de interrogantes cruciales, a menudo

"J. Lacan, “D’une qucMion preliminaire ü tout imiicmenl possiblc de l.i


psychnsc".Kaits. op. ai., p 579. (Kl subrayado me pertenece.)

hx
reciben respuestas clínicas bastante desconcertantes. Sin embar­
go, su carácter radical no permite delimitar con gran circuns­
pección el problema de los procesos inductores de las psicosis.
Bastaría como prueba un caso paradigmático harto frecuente:
¿cómo comprender, en una fratría nacida de una misma madre
y de un mismo padre, que uno solo de los hijos sea psicótico?
A lo sumo esto supone que circunstancias imprevisibles revelen
ser patológicamente decisivas en ciertos momentos de la historia
lamiliar.
Uno de los signos precoces que nos está dado aprehender en
estos espacios de potencialidades psicólicas concierne princi­
palmente a la investidura materna del hijo alrededor del pro­
blema de.su nacimiejito. Es clínicamente manifiesto que la ma­
yoría de las veces el sujeto psicótico fue investido por la madre,
antes de su nacimiejito. en una forma específicamente destacabíe.
Así pues,Len la investidura materna fantasmática del hijo^s
posible localizar ya ciertos índices significativos de la potencialidad
délas incidencias psicóticas.
De acuerdo con una acertada observación de Piera Aulagnier,9
un niño, antes de nacer, es fantasmáticamente investido por su
madre como un ser separable de ella, es decir, como un ser
imaginariamente representado como independiente de la existen­
cia de la propia madre.
En ciertas futuras madres sucede, pop el contrario, que el
niño es investido como una dependencia de su propio cuerpo.
Én estas condiciones la separación del hijo y la madre es de
antemano intolerable.
Toda madre tiene que hacer un trabajo de duelo después de
nacer el hijo. Hallamos la expresión más significativa de ello en
los estados depresivos que aquejan a la mayoría de las madres
después del parto. (Depresión postparto.) Sin embargo, este
trabajo de duelo sólo es posihle cuando el niño fue investido,
antes de nacer, como un ser independiente de la madre. En las
madres que no alcanzan esta investidura el trabajo de duelo

v P Aulagnier, “Remarques sur la slrueture psichotiquc”. I.a Pxwhanalv.w.


n°8, París, P.U.F.. 1%4. pp 47/67.
queda gravemente comprometido, e incluso es casi imposible
de realizar. Entonces, para neutralizar dicha pérdida, estas
madres van a instituir un modo particular de relación con su
hijo, relación estrictamente fusional que no dejará espacio para
ninguna intercesión mediadora.
Maud Mannoni refiere claramente esta particularidad en su
obra El niño retrasado y su madre:

Ya desde la concepción, el sujeto desempeña para la madre un


papel muy preciso en el plano fantasmático; su destino está
trazado; será ese objeto carente de deseos y cuya única misión
estará en colmar el vacío materno |...|. Recordemos primera­
mente de que está hecha esa relación fantasmática. Existe para la
madre real o adoptiva un primer estado cercano al sueño en que
anhela “un hijo”. Este hijo es primero una especie de evocación
alucinatoria de algo de su propia infancia y que se perdió. El niño
de mañana está primero en la huella del recuerdo donde se
encuentran incluidas todas las heridas que se sufrieron, expresa­
das en el lenguaje del corazón o del cuerpo. De este modo, en las
madres de los psicóticos las diferentes etapas del embrión serán
vividas, en el plano imaginario, como el desarrollo de un cuerpo
parcial en el interior de ellas mismas.
Este hijo deseado con tanto ardor, cuando llega, es decir, cuando
la demanda se cumple, crea para la madre su primera decepción:
he aquí, pues, a este ser de cante, pero separado de ella; ahora
bien, en un nivel inconsciente la madre soñaba con una especie de
fusión. Y a parí ir de este momento, con este hijo separado de ella,
intentará reconstruir su sueño. A este niño de carne va a super­
ponerse una imagen fantasmática cuyo papel será reducir la
decepción fundamental de la madre.10

Desde un principio, pues, el niño se encuentra encerrado por


su madre en una relación de engaño, puesto que para ella
siempre es, como lo formula Maud Mannoni. “significación de
otra cosa”. El malentendido trágico y capturante que se insti-
tuye entonces entre la madre y el hijo reside precisamente en
esta “otra cosa";

10M. Mannoni, L'enfam tiniciv ct sa m én\ París. Scuil, l%4, pp. 66/67.

100
El niñocstá destinado a llenar la falta en ser de la madre, no tiene
otra significación que la de existir para ella y no para él ...
A toda pretensión del hijo a la autonomía le va a corresponder,
inmediatamente, el desvanecimiento para la madre del soporte
fantasmático que ella necesita.11

Sobre el fondo de una captura tan decisiva, la función pater­


na se ve destituida de antemano por lo mismo que la relación
fusional madre/hijo le neutraliza cualquier posibilidad de in­
serción. De hecho, casi siempre estas madres mantienen una
relación muy específica con la Ley del p'- .'re gún el modo de
una rvnegaciiin sistemática de la representación del Padre simbólico.
En la prevalencia de esta renegación todo deja suponer, además,
que estas madres han perdido el sentido del alcance significativo
de la Ley, alcance que en ciertos casos jamás pudieron simbolizar
para sí mismas.
La ambigüedad en que subsiste la cuestión de la renegación
de la función paterna se explica por el mero hecho de que estas
madres pretenden actualizar ellas mismas la Ley para el niño.
La equivocación patológica se debe a que esa Ley que quieren
representar no es de ningún modo la Ley del padre, es decir, ¡a
que se funda en la diferencia de sexos. Toda la distinción que es
preciso establecer con las madres fúlicas de los perversos se
sitúa precisamente en la apreciación de es.a confusión. Pero
además, ese desplazamiento de lugar en que la Ley es signifi­
cada da cuenta de la proximidad estructural entre las psicosis
y las perversiones.112
Para estas madres “psicot izantes”, la Ley de que se trata es
una ley perfectamente personal de pura conveniencia individual,
como señala Piera Áulagnier.11 Está condenada a una movilidad

11M. Mannoni. I.’enfant arriéré ctsa mére, op. cu., p. 67.


12 La proximidad estructural de las psicosis y las perversiones se explica
seguramente a partir del lugar materno en que la Ley es significada tanto de un
lado como del otro. Su diferencia se mide por la distancia que puede existir entre
una “madre psicotixantc” y una “madre fálica”. Cf. Stnicturv ct Pcrvetsions, op.
cit., cap. 15, pp. 207/214.
” P. Aulagnier, “Remarques sur la structurc psycholiquc”. Lo Psydtanalysc,
op. cit.
101
imaginaria imprevisible, lo cual contradice precisamente la
esencia de toda ley simbólica. Para retomar la fórmula de
Lacan. tales madres están, estrictamente hablando, “fuera ttc-
la-ley", ya que jamás se deja lugar vacante alguno a la interce­
sión de una Ley tercera capaz de mediatizar la fusión entre la
madre y el niño.
Existe así una complementariedad lógica entre la reconstruc­
ción fusional y la institución de una ley personal. No investido
nunca como sujeto diferente del cuerpo de la madre, el niño
queda íntegramente sometido a la omnipotencia materna. puesto
que no le parece necesarioque el padre aparezca como alguien
“que hace la ley a la madre” (Lacan). En otras palabras, debido
a que reina la omnipotencia materna, la función paterna no
tiene ninguna posibilidad de existir. Como el deseo de la madre
no se refiere jamás al padre, el del niño queda circunscrito a la
madre según el modo imaginario y arcaico que bien conocemos:
ser el solo y único objeto del deseo del otro, es decir, ser su falo
imaginario.
En último extremo, el niño cautivo de esta relación fusional
patológica sufre de un defecto de filiación. Apresado en la rene­
gación materna de la función paterna, nunca puede ser reconocido
y designado como hija o hijo de un padre. Quizá no exista
definición más evocadora de lo que Lacan entiende porforclusión
del Nombre-del-Padre.

Subsiste, a todas luces, el problema de saber por qué y cómo se


deja un padre destituir de la función simbólica que le corresponde
representar. Este “eclipse” no deja de estar acompañado, sin
duda, por cierto goce complaciente en dimitir de ella. La
cuestión sigue abierta.

102
BIBLIOGRAFIA

P. Aulagníer, “Remarques sur la structure psychotíque", La


psychanalyse, ny 8, París, P.U.F., 1964, pp. 47/67.
J. Dor, Introducción á la lecture de Lacan, París, Denoel. 1985,
tomo I: L'uiconscietu siructuré comme un langage.
— Structure et Perversions, París. Denoél, 1987.
—L ‘a-scientificité de la psychaiuifyse, París, Editons Uníversítaries,
1988.
. Tomo I: L 'uliénation de la psydutnalyse.
. Tomo 11: La paradoxalité instauratrice.
S. Freud. “Díe Abwehr-Neuropsychosen” (1894), G. IF. I, 59/
74. S.E. lll,41/61.Trad.J. Laplanehe, “Les psycho-névroses
de defense”, Ñévrose, Psvchose et Perversión, París. P.U.F.,
1973, pp. 1/14.
—“Weilere Bemerkunuen über díe Abwehr/Neuropsycliosen”
(1896), G.W: I. 379/403, S.E. III. 175/185, Trad. J. La­
planehe, “Nouvelles remarques sur Ies psyehoses de defense”,
Névrose, Psychose et Perversión, París, P.U.F., 1973, pp. 61/
81.
— “Hvsterísche Phantasiem, und ihre Beziehune zur Bise-
xuálitaríigilBÍ.G .H 7. Vil, 191/199.S.E. IX, 155/166.Trad.
J. Laplanehe, “Les fantasmes hystériques et leur relation a
la bisexualíté”, Néirose, Psvchose et Perversión, París, P.U.F..
1973, pp. 149/155.
—“Über infantíle Sexualtheoríen” (1908), G. W. Vil. 171/188.
S.E. IX, 205/226. trad. D. Berger. J. Laplanehe. “Les théo-
ríes sexuelles infantiles". La viesexuelle. París. P U I'.. 1969,
pp. 14/27.
—“Charakler und analerotík” (1908), G.IK VII, 2037209, S.E.
IX, 11*7/175. Trad. D. Berger, P. Bruno, G. Gueimcau. F.
Oppenot, “Caractére et érotisme anal”, Névrose, Psychn \e et
Perversión, París. P U F.. 1973, pp 143/149.
— “Über eínen besonderen Typus der Objektwahl beím M.m-
ne” ( 1910), GIF. VIH, 66/77. S.E. XI. 163/175.Trad. J. La-
planche. “D’un tvpe particulier de choix d’olijet chez 1‘homme”.
La viesexuclle, París, P.U.F.. pp. 47/55.
- Tótem und Tabú (1912/1913). G.W. IX. S.E. XIII. 1/161.
Trad. Jankélévítch. Tótem et Tabón, París. Payot, 1973.
- “Tríehe und Tríebschicksale” (1915), G. IV. X. 210/232. S.E.
XIV, 109/ MO.Trad. J. Laplanche/J.B. Pontalis, “Pulsions et
destín des pulsions”, Métapsydiologie, París, Gallimard,
1968, pp. 1 1 /4 4 .
- “Das Unbewusste” (1915), G.W. X, 264/303, S.E. XIX, 159/
215. Trad. J. Laplanche/J.B. Pontalis, “L’inconscient”,
Métapsychologie, París, Gallimard, 1968. pp. 91/161.
—“Aus der Geschichte einer ¡nfantiien Neurose” (1918), G. W.
XII, 29/157, S.E. XVII, 1/122. Trad. M. Bonaparte/R.
Loewensteín. “Extraít de l'histoíre d’une névrose infantile
(L’homme aux loups)”, Cinq Psvchanalyses, París, P.U.F.,
1954, pp. 325/420.
— “Jenseíts des Lustprinzíps” (1920), G.W. XIII, 3/69, S.E.
XVIII, 1/64. Trad. J. Laplanche/J.B. Pontalis (2da. edi­
ción), “Au-dela du principe de plaisír”, Essais de Psyc/ianalyse,
París, Payot, nü 44, 1981.
— “Massenpsychologie und Ich-Analyse” (1921), G.W. XIII,
73/161, S.E. XVIII. 65/143. Trad. Jankélévítch/Hesnard,
“Psycologíe des foules et analyses du moi", Essais de
Psychanalyse, París, Payot, ny 44, 1970.
- “Der Untergani» des Odipuskomplexes” (1923), G.W A'III,
395/402, S.E. XIX, 171/179. Trad. D. Berger, J. Laplanehe.
“La disparition du complexe d’Oedípe", La vie sexue/le,
París, P.U.F., 1969. pp. 117/122.
- “Neurose und Psychose” ( 1924), G.W. XIII, 387/391, S.E.
XV, 147/153. Trad. D. Guéríneau, “Névrose et psychose”.
104
Névrose, Psychose et Perversión, Paris, P.U.F., 1973, pp. 283/
286.
— “Der Realitatsverlust hei Neurose und Psyeho.se” (1924),
G.W. XII1,363/J<»8,S.E.XIX, 181/187/1 rad.D.Guérineau,
“La perte de la réalité dans la névrose et la psychose",
Névrose, Psychose et Perversión, Paris, P.U.F., 1973, pp. 299/
303.
—“Fetischismus” (1927), G. 1K XIV, 3! 1/317, S.E. XXI, 147/
157. Trad. D. Beruer. “Le íétiehisme". Lo viesexuelle. Paris,
P.U.F., 1969, pp. 1.33/138.
—“Die Ichspaltung im Abwehrvorgarg" (1938), G.W. XVII,
59/62, S.E. XXI11,217/278. Trad. R. Levinter/J. B. Pontalis.
“Le clivage du mui dans les processus de defense", Nouvelle
revue de la Psychanalyse, n° 2, 1970, pp. 27/28.
—“Abriss der Psychoanalyse" (1938), G. W. XVII, 67/138, S.E.
XXIII, 139/207, Trad. A. Berman, Abrégé de Psychanafyse,
Paris, P.U.F., 1967.
L. Israel. L'hystérique, le sexe et le médecin, Paris, Masson, 1976.
J. Lacan,Lespsychoses, Libro III, 1955/1956, Paris, Seuil, 1981.
—“D'une question préliminaire h tout traitement possible de la
psychose" (1957), Ecríts, Paris, Seuil. 1966, pp. 531/583.
—La relación de objeto y las estructuras freudianas, 1956/1957,
seminario inédito.
—Las fonnacinnes delbicomciente, 1957/1958, seminario inédito.
—El revés del psicoanálisis, 1969/1970, seminario inédito.
— Un discurso que no sería semblante, 1970/1971, seminario
inédito.
— O peor, 1971/1972, seminario inédito.
—El saber del psicoanalista, 1971/1972, seminario inédito.
-E ncoré, Libro XX, 1972/1973, Paris. Seuil, 1975.
—“L'étourdit”, Scilicet, nu 4, Paris, Seuil, 1973, pp. 5/52.
J. Laplanche/J.B. Pontalis, Vocabulaire de la psychanalyse,
Paris, P.U.F., 4a. ed., 1973.
C. Lévi-Strauss, Les structures élémentaires de la parenté, La
Haye/Paris, Mouton de Gruyter, 1971.
L. Lévy-Bruhl, Les fonctions mentales dcuis les sociétés inférieures,
Paris, 1910.
— La mentalité primitive, Paris, 1922.
105
B. Mnlinowsky, La vie sexuelle des salivales du noní nuest de la
Mélanéste, París. Payot, 1930.
M Mannoni, L ’enfant arriéré et su mere, Paris. Seuil, 1964.
G. Michaud. Seminaría de clínica psicoanalítica soba las per­
sonalidades psicopáticas, 1974/1975. (Seminario inédito).
Enseñanza en la U.F.R. Ciencias Humanas Clínicas, Uni­
versidad de París VII.
J. D. Nasio, Lesyeuxde luiure. Paris, Auhier. 1987.
F. Perrier, “Structure hystérique et dialogue analytique", L¡
Chaussée d'Antin, tomo II. Paris. 1(1/ líf. 1978.
J. J . Rosseau, Dlscourssur l'origineel les fondements d e l’inégalitc
parmi les honunes, Paris. Gallimard. 19(>5.
— Du Contrat Social ates príncipes du druit politUfue, Paris.
Marabout Université, 1974.

106
IN D IC E

Prefacio.... - ......... ................................................................... 9

IIntroducción:
la función del padre en psicoanálisis........................ 11
t II Naturaleza - Cultura: la prohibición del incesto
i y el padre de la “Horda primitiva”............................ 19
III Del hombre al padre y del padre al hombre ........... 31
IV El padre real, el padre imaginario
y el padre simbólico: la función del padre
en la dialéctica edípica........... .... .............................. 41
V La función paterna y sus uva ta re s ........................... 53
VI La “génesis” freudiana de la noción de forclusión .. 85
VII La función paterna y su fracaso................................ 93

Bibliografía..........................................._............................ 103

* i i!*®-"!
1
*0 r*
*'
r.
r*
flu j-B

*Ñ "
v t : -■
i.r - w
*
i u>
La función paterna constituye (/)
un epicentro crucial en la orga­ cn
nización psíquica deL sujeto,
aunque tan sólo fuese porque <
z
nadie dispone de más salida <
que experim entar con ella su O
propia identidad sexual, a ve­ o
p)
ces en grave detrimento de la o.
determinación biológica de los z
sexos. De ahí la necesidad de tu
fijar sus jalones más funda­ z
mentales para poder estable­ O
cer toda la infraestructura O
m etapsicológica que ordena 70
su lógica interna. U_
La concisión de este estudio, z>
(f)
orientado ante todo a la elabo­ >
ración de un practicable teó­ LU
rico riguroso, p .jp o n e ade­ CC
más una trayectoria perfecta­ Q
<
mente clara en el espacio de Q.
una topografía psíquica com­ _1
LU
pleja, real, imaginaria y simbó­
lica a su turno: la de la función
del padre en relación con lo
inconsciente.
O
JoéIDor: psicoanalista, miembro O
del Centro de Formación y de :<U
O
Investigaciones Psicoanalíticas, “3
doctor en Psicoanálisis, es docen-
te-investigadoren la Universidad
de París Vil, donde dirige semina­
rios de clínica psicoanalítica.

ISBN 23Í-5

Colección
78 í Snh ?< r,í Freud 0 Lacan M

Potrebbero piacerti anche