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Y SU FU N C IO N
EN P S IC O A N A LIS IS
Dor Joe!
El padre y su (unción en psicoanálisis - I ' ed., 4" 'eimp.- Buenos
A.rps. Nueva Vision, 2008
120 p.; 19x13 cm . (Freud>Lacan)
Traducción de Irene Agoff
I.S.B.N. 978-950-602-239-6
*. Psicoanálisis I. Agolf. Irene fa d . II Titulo
GDD 150.195*
I.S.B.N.: 978-950-602-239-6
7
PREFACIO
14
haber insistido en l.t incidencia explícita de este cuarto ele
mento en la triangulación Je los deseos recíprocos del padte.
la madre y el hijo, ya que no podría halvr otra triangulación
edípica que la del deseo con respecto al talo. Al no haberlo
localizado esiructuralinente en este espacio de configuración,
muchos comentadores dudosos se precipitaron en la impug
nación clásica de la universalidad del complejo de lulipa.'u
incluso en la vertiente de una revisión saludable del mito
edípico tributaria del antiíalocraiismo generosamente alimen
tado por el imaginario lerninista.
Con justa razón, v utilizando una conocida humorada. Laean
repetía a quien quisiese oírlo que sólo se podía practicar el psi
coanálisis si se sabia contar hasta tres Ahora bien, sea como
fuere, para manejar un practicable aritmético tan mínimo de
bemos saber disponer de cuatro elementos, siendo el cuarto la
unidad: el Uno, que no es un número estrictamente hablando
sino el conector de la construcción de todos los otros.4
Lo mismo sucede con la triangulación edípica padre-madre-
hijo, que sólo tiene sentido estructuralmente si la aprehende
mos en referencia a la unidad fundadora que la ordena, el fulo,
entidad más irreductible aún por cuanto es la unidad signili-
cante de lo real de la diferencia de sexos. Como tal, el talo
constituye el centro de gravedad de la función paterna que
permitirá a Un Patlre real Ileuar a asumir su representación
simbólica. Para eso bastará con que sepa dar la prueíta. en un
momento dado, de que é |e s precisamente capaz de actualizar
13
I;i incidencia fúlica como el único asente regulador de la
economía del descoy de su circulación respecto de la madre y
del hijo.
Puestos a exorcizar las proposiciones “pedago-lógicas” y las
vulgaridades psicologizantes difundidas aún con generosidad
excesiva en los medios educativos alrededor de la carencia del
Padre,5asegurémonos de que la función paterna conserva su
virtud simbólica inauguralmente estructurante, incluso en
ausencia de cualquier Padre real En electo, bajo reserva de
ciertas condiciones particulares inevitablemente requeridas en
este caso de figura límite, y salvando la inquietud de tener que
significarlas de manera oportuna, la función del Padre simbó
lico resulta, en efecto, lundamentalmente inductora de aquella
promoción estructurante en razón de su carácter de radical
exterioridad con respecto al Padre real.
En último extremo, el acento recae, por lo tanto, sobre el
alcance inexpugnable de esta función simbólica que constituye
la piedra angular de la problemática paterna en psicoanálisis.
El carácter estructurante de esta función proviene del mero
hecho de apoyarse ésta en un principio estructural. No se trata
de una pura y simple redundancia. Se trata de comprender que
dicha función se aplica dentro del marco de una estmetura, es
decir, del conjunto de un sistema de elementos gobernados por
leyes internas." En un sistema semejante, basta que se mueva
uno solo de los elementos para que la lógica reguladora del
conjunto de todos los otros se modifique a su vez. Dado que la
lógica de estas diferentes regulaciones constituye precisamen
te la expresión de la función paterna, se comprende que pueda
seguir siendo operativa aun en ausencia de cualquier Padre
real.
Puesto que la dimensión del Padre simbólico trasciende a la
contingencia del hombre real, no es necesario que luna un
hombre para que haya un padre. Siendo su estatuto el de un puro
17
Capítulo II
NATURALEZA - CULTURA:
LA PROHIBICION DLL INCESTO
\ EL PADRE DE LA “HORDA PRIMITIVA'
1S. Ercuil. Irnrni wiil lahn ( I1M 2/I‘)I3). ti. H’., IX. S h ..X llI. 1/ 1í»I IraiL
frunccsa Junkclcvjtch: “Toleni el T:ibiiun. l ’aris. I’avoi, n“ 77, 1973.
rimadamente en el siglo wiii, I:s indudable uue se trilla de un
asunto tan viejo como el hombre, y.i que precisamente la pro-
blemalización de este par naturaleza-cultura abre luda la
cuestión del origen del homhre.
Tradicionalmente. el par naturaleza-cultura se presenta como
un par «Je entidades opuestas. I o« ultural, que se referiría ante
todo a lu adquirido, a l<«social, a lo construido e instituido, se
opondría de entrada a lo perteneciente al orden «le lo innato.
En este se ni ido, cabe suponer una idea de progresión ordenada
y jerarquizada entre el estado de naturaleza y el estado de
cultura. A manera de consecuencia, la cultura se vería plan
teada también como resultado de un progreso.
Problematizada en estos términos, semejante concepción
del paso de la naturaleza a la cultura fue poco más o menos que
insoluble. pues no existía una estrategia epistemológica con
secuente capaz de vectorizarla. De hecho, la instauración de
este modo de relación entre la naturaleza y la cultura conduce
necesariamente a atolladeros racionales e incluso a aporías
lógicas.
Un filósofo como Jean-Jacques Rousseau, quien sin em
bargo presintió notablemente esta dificultad, no pudo sacarle
partido. L.a prueba más tangible se encuentra en su célebre
estudio: Discurso sobre el origen y ¡os fundamentos de la desi
gualdad entre las hombres. 3
En esta reflexión. Rousseau parte de la siguiente idea ge
neral: la naturaleza del hombre se habría visto pervertida,
corrompida por la sociedad. Por esta razón, sólo una ficción del
hambre en estado de naturaleza permitiría restituir lo que la
cultura destruyó por completo.
Esta idea de una ficción necesaria introducida por J J . Rous
seau merecede nuestra parte una extremada atención. Supone,
en efecto, que en el siglo vvinel estado de naturaleza ya no podía
ser pensado de otro modo que con la forma de un concepto
operutivo. Por lo demás, el propio Rousseau insistía acertada
mente en ello, pues presentía esta relerencia a la ficción como
3J J.Rciuv>cuu. Di'u tn tn sur t ’iuiguic el /<•«fivulem ciiti tic rméfpiiité cutir lr\
hommes. I’aris, (iallimarti. I%S
20
una exigencia necesaria de la razón Y l’>era. como mínimo, por
dos motivos. Por un lado, le parecía evidente que nunca más
[X)dríamos conocer el estado de naturaleza. Por el otro —añadía—,
tal vez ese estado de naturaleza no haya existido nunca. La
ficción le parecía tanto más imperiosa cuanto que sobre ella
debía fundar él todas las tesis de su lamoso contrato soda! 1
Si, por lo tanto, el paso del estado de naturaleza al estado de
cultura no puede sei objetodeuna formulación objetiva, ¿cómo
conceptualizarlo'.’ Rousseau sugiere concebirlo “por imat’ina-
d ó n “. Sólo el hombre cercano al estado de naturaleza logrará,
debido a su pureza moral, hacer revivir un estado semejante.
Nos hallamos de este modo con una tesis cara a Rousseau, la
del hombre como “animaldepravado", tesis que él solo puede
sostener al precio de ciertas equivalencias discursivas. En pri
mer lugar, ella supone que la moralidad es inherente al estado
de naturaleza. En segundo lugar, implica que la depravación es
propia del estado de cultura. En el estado de naturaleza, el
hombre ignora supuestamente los valores axíológicos como
el bien y el mal. Pero aun siendo un bruto amoral, es de todos
modos un bruto feliz.
Mientras que todo su infortunio proviene del hecho de que
puede perfeccionarse, debe a esta aptitud la potencialidad de
hacerse realmente hombre, es decir, “animal dotado de razón".
Además, el hombre natural ingresa en el orden propiamente
humano por la vía de este perfeccionamiento, que lo inserta
poco a poco en el orden cultural.
Pitra Rousseau, pues, el mismo movimiento por el que el
hombre aparece, de algún modo lo pierde al mismo tiempo. La
naturaleza encierra dentro desí los gérmenes de su superación
pero, contradictoriamente, estos gérmenes son origendel in
fortunio dej hombre. De ese modo, en Rousseau se muestra
radicalmente recusada la idea de un progreso ligado a la cul
tura. Pensar en la cultura como fuente de progreso es una
21
i
utopía, puesto que la cultura niega al hombre toda posibilidad
de escapar a la corrupción y a la depravación. De ahí la
necesidad imperativa de un contrato social, destinado a re
conciliar a la sociedad (a la cultura) con las existencias de la
felicidad (la moralidad).
Sin ahondar en las grandes líneas que dan vida a esta re
flexión, podemos extraer empero algunos elementos de conclusión
en lo que atañe a la concepción clásica naturaleza-cultura.
En ciertos aspectos, todo se presenta como si en este con-
texto clásico el homhre perteneciera al estado de naturaleza
por su cuerpo, es decir lo biológico, o sea en cierto modo por el
orden de la necesidad. Pero parece que no puede superar este
estado de naturaleza más que con el advenimiento de la razón
y la libertad, que le dan acceso a la cultura. Así pues, la cultura
nace de la naturaleza del hombre. Puesto que esta concepción la
plantea siempre implícitamente como fruto de un progreso, es
lógico que se entendiera a las sociedades llamadas primitivas
como otras tantas etapas antropológicas transitorias condu
centes a su adquisición. Comprendemos así por qué en campos
conceptuales sumamente reductores se llevaron a cabo gran
número de estudios que aparecen ampliamente sobredeter
minados por aproximaciones ideológicas dudosas.4
Debemos reconocer a Rousseau, sin embargo, el mérito de
haber echado las bases de la antropología contemporánea, y
ello en su tiempo y a su manera. ¿Acaso no sugería recurrir
a la experiencia como medio para reencontrar lo natural del
hombre a través de lo cultural? Si ciertas observaciones ex
perimentales dieron lugar a reducciones ideológicas inacep
tables, otras en cambio condujeron a resultados mucho más
positivos. En particular, las investigaciones antropológicas
de Lévi-Strauss permitieron despejar el problema naturaleza-
cultura sobre bases operativas sorprendentemente nuevas.
22
No fue ti esluerzo de Lévi-Strauss imaginar un estado de
naturaleza tan hipotético como inaccesible, cuyo proyecto heu
rístico se le aparecía en completa oposición con el rigor de la
investigación científica. Por el contrario, se aplicó a tratar de
definir un criterio que permite distinguir rigurosamente entre
lo que es natural en el hombre y lo que escultural. A su juicio,
este criterio sólo podía ser establecido si se respetaban ciertas
exigencias.
De un lado, lo natural tiene uue poder obedecer a leyes uni
versales^ hasta por definición. Del otro, no parece que lo cultural
se poJrá instituir sino en virtud de realas particulares (le
funcionamiento. Así pues, todo lo que habrá de universal en el
hombre constituirá su naturaleza, y el resto deberá ser nece
sariamente considerado como un producto de la cultura.
En otro aspecto, como las sociedades humanas están nor
madas y reguladas, todas ellas deben ser consideradas en
estado de cultura, incluidas las que se da en llamar sociedades
primitivas. Es completa la oposición con las sociedades ani
males, de ningún modo coextensivas a una cultura. Así pues, se
trata de poder identificar, a través de todas estas culturas, e[
sustrato común al conj unto de los hombres, del que entonces se
podrá decir que constituirá su estado de naturaleza.
Con Léví-Strauss. el problema queda planteado de un mudo
absolutamente nuevo. Puesto que todos los hombres participan
en una cultura. Incultura no puede aparecer sino como la única
naturaleza del hombre. El sustrato común buscado será, a la
vez:
*í
Dondequiera se manifieste la regla, sallemos con certeza (|ue se
está en el piso de la cultura. Simétricamente, es fácil reconocer el
universal criterio de la naturaleza [...).
Postulemos, pues, que todo lo que es universal en el homlire
corresponde al orden de la naturaleza y se caracteriza por la
espontaneidad, que lodo lo que tiene que ver con una norma
pertenece a la cultura y presenta los atributos de lo relativo v lo
particular |.„|.
La prohibición del incesto presenta indisolublemente reunidos, y
sin el menor equívoco, los dos caracteres en los que reconocimos
los atributos contradictorios de dos órdenes excluyentes: esta
prohibición constituye una regla, pero una regla que^única entre
todas las reglas sociales, posee al mismo tiempo un caráclei de
universalidad.5*
24
natural. Para que esta distinción pueda ser aceptada, hay que
suponer lógicamente la posibilidad de que exista un invariante
natural y universal especifico en todos los hombres. ¿Cómo
demostrar objetivamente este invariante? La cosa no es tan
sencilla y parece haber argumentos que se le oponen, espe
cialmente ciertos hechos de observación psicológica que ten
derían a probar que la existencia de semejante invariante no es
más que pura ficción.
El hecho de experiencia de los "niños sob ajes” nos aporta la
argumentación crítica más clásica. En electo, estos casos límite
parecen demostrar que sin cultura el hombre no es nada, ni
siquiera un animal, ya que se presenta como menos que un
animal.
El niño salvaje, que no es un hombre natural, no posee nin
guno de los comportamientos naturales y adaptivos de los ani
males. Queda así invalidada Ja idea de que el hombre pudiese
retornar, por regresión, a un estado cualquiera de naturaleza.
El estado de naturaleza resultaría entonces tanto más una pura
y simple ficción cuanto que el aislamiento social no constituye
en absoluto una condición favorable al desarrollo de un estado
natural sino, por el contrario, una condición de desarrollo
aberrante. Falta sólo un paso para concluir que en el hombre
todo es necesariamente producto de cultura, y que debe de
secharse la idea de un invariante natural; y este paso se da
rápidamente.
En algunos aspectos, la teoría psicoanalítica permitirá, de
jando a salvo ciertas condiciones, reintegrar el concepto de
naturaleza en el hombre de acuerdo con el criterio sentado por
la antropología. El sustrato que se buscaba puede ser definido
como un sustrato psicológico que manifiesta su expansión más
significativa en el orden edípica. El hombre participa en la na-
turaleza por su inscripción insoslayable en la dinámica edípica,
fundamentalmente ordenada por la dialéctica del deseo frente
a la diferencia de sexos. En otros términos, precisamente
porque la ley de prohibición del incesto es capaz de establecer
el limite entre lo natural .y lo cultural, el orden edípico puede
presentarse con toda legitimidad como el sustrato universal
que asigna en el hombre la dimensión de lo natural.
Al hacerse coextensiv;i al orden edípieo. la problemática
naturaleza-cultura desplaza su espaciojJe_oposición disoluble
hacia e l de un conflicto que habrá de culminar en un resultado.
De hecho, el orden edípieo se define cabalmente como el lugar
de este conflicto susceptible de resolución, perm itiendo aí
sujeto el acceso al registro simbólico, es decir, a ía cultura.
En resumen, la lectura surgió de la expresión de una falta.
Porque lu natural eji el hombre es isomorfo al orden edípieo. la
cultura pasa a ser legítimamente la verdadera naturaleza del
hombre.nacida déla prohibición originaria del incesto. En este
sentido la problemática naturaleza-cultura reorienta de pleno
derecho la cuestión del padreen psicoanálisis, ya que precisa
mente de esta prohibición originaria del incesto se esfuerza poi
dar cuenta el mito freudismo del padre de la horda primitiva.
27
Lu necesidad sexual, lejos de unir a los hombres, los divide. Los
hermanos, que mantenían su alian/a mientras se trataba de supri
mir al padre, se transformaban en rivales no bien era cuestión de
apoderarse de las mujeres. Cada cual hubiese querido, a ejemplo
del padre, tenerlas todas para él, y la lucha general en que esto
hubiese desembocado habría conducido a la ruina de la sociedad.
Ya no había hombre que, superando en potencia a lodos los
demás, pudiese asumir el papel del padre. Así, los hermanos, si
querían vivir juntos, podían lomar un solo partido: tras superar tal
ve/graves discordias, instituirla interdicción del incesto por la cual
renunciaban lodos a la posesión de las mujeres codiciadas, siendo
que la razó» principal por la que habían matado al padre fue el
asegurarse de esa posesión.12
12S Freud. Tótem et Tahua, up. cit., p. lió (Fl subrayado me pertenece.)
13S. Freud. Toicni a lahuu. up ai., pp (»/7 (1:1 subrayado me pertenece.)
2X
Todas las implicaciones de este mito necesario de la horda
primitiva prueban ser otros tantos argumentos susceptibles de
dilucidar la noción de padre según nos es posible apreciar su
función en el campo de investigación de lo inconsciente.
Capitulo III
d e l h o m b r e al pa d r e y d e l p a d r e a l h o m b r e *
y\
generada por la pregunta supone, en cambio, que su campo de
aplicación sea sancionado con el mayor rigor posible. Defina
mos este campo mediante las dos fórmulas siguientes, que
marcarán su extensión y comprensión:
Primer punto
33
les. Estecasodo Figura es expresado por Latan mediante el al
goritmo siguiente
3x (J)x
Existe. pues, “al mera" un" x t.i! Muc la propiedad (atri
bución fúlica) no se aplica a er decir (¡ueno está ca\tnido. I’or
esto mismo, como contrapartida, ese Uu! menos uno" imponía
a la horda de los rivales excluidos ex mono a.s sexuales necesa
riamente limitadas.
Secundo punto
Tercer punto
Cuarto punto
Vi
difunto en un lugar único donde de ahora en más deberá
¡levarse a cabo un culto Este culto 'em lri por objeto edificar
simbólicamente al hombre que tenía a finias las mujeres cual un
,lias di^no de amor y a cuyo respecto cada cual alimentará una
deuda sin fin. Por esta sola razón el muerto adquiere entonces
“un poder mucho mayor del que habia poseído en villa"
l.a deuda será honrada, de aquí en mas. a través del culto
restrospeetivo oliendo .1 la institución simbólica de la prohibí
aun del un esto, por la cual Unios los hombres renunciaran a las
mujeres cuva posesión sena de un solo hombre, reconocido
entonces simbólicamente en el lugar de P ; h
En 011 os térntiii' >s. el hombre que tema a lorias las mujeres
no adviene j.mías como ¡'adre sino desde si momento en que
está muerto en cuanto hombre. Así pues, la edificación del
hombre en P.idre se realiza al precio de una promoción sim
bólica que sólo puede mantenerse si se sostiene de una interdic
ción con fuerza de L.ey.
De ahí este segundo algoritmo propuesto por Lacan:
3 x (f)x
cuanto humbrc rea/, es decir, en cuanto tirano, será entonces
simháln ámente asesinada a Un de que se lo invista y al misino
tiempo se lo admita como Padre garante de la preservación de
la Ley.
En último extremo, esta investidura simbólica tunda toda la
diferencia entre el Padre real y el Padre simhólieu. El Padre real
nunca figura sino bajo las señas del hombre real que. para ser
un Padre, debe investirse y hacerse reconocer como Padre
simbólico. Es preciso, pues, que se lo suponga poseedor de ese
atributo imaginario fúlica, fuente de odio y envidia, que lo
instituye como el única que tiene derecho. A manera de conse
cuencia:
41
Algunas concisas fórmulas de La can lijan notoriamente el
ascendiente de esta problemática paterna en el complejo de
Edipo. Ya en 1^58. basándose en los trabajos de Freud. Lacan
articula de entrada la noción de padre 4 la del complejo de
Edipo, y ello en Forma de implicación lógica
2 J Lacan. I.<is ftiniuitum cs </<7 inconsiicntc, op. dt., seminario del 15 tic
enero Ue l ‘>58.
•’ Ihíit.
42
su lugar en la familia, su podía empezar a decir cosas aleo eficaces
respecto de la carencia |...|. Hablar de su carencia en la familia no
es hablar de su carencia en el complejo. Porque para hablar de su
carencia cu el complejo hay que introducir otra dimensión,
distinta de la dimensión realista.4
43
F’iini"lójicamente. oí umbral tío! proceso edipico >o car :cter¡/.i
precisamente por ol ool ip.so Jo una instancia paterna \o t"- |iii
ol paJro real no so manifieste como tal l'nr t I c n tra rio f d u
so presenta como si sólo interviniese en su mora contingencia
realista, la cual no produce ninguna incidencia propondoranlo
on cuanto a una mediación cualquiera do las apuestas edipicas
F.l niño está cautivo, en electo, de cierto modo do relación
con la madre respecto de la cual el padre, como patito real e s
e.uraiu> l’oi lo demás, esta relación os adecuadamente desig
nada como relación fusiona!. por lo mismo que ninguna i n s
tancia exterioi es eapaz de poder mediatizar las apuestas de
deseo tjiie implica Así pues, la indistinción tusjonal del niño
con la madre resulta esencialmente del hecho de que el niño se
constituye como el único objeto que puede colmar el deseo de la
madre.
Ajeno al circuito de la relación madre-hijo, el padre real no
puede aspirar en ninguna forma a la asunción de su función
simbólica. Y ello tamo menos cuanto que el niño, como objeto
susceptible de colmar el deseo de la madre, .ve identifica en
tonces con su falo. Ahora bien, hemos visto que esta función
simbólica sólo podía tener carácter operativo en la medida en
que el padre estuviese investido de la atribución fálica.
Al no hallarse el falo donde habría que suponerlo, el niño, en
este umbral del Edipo. mantiene con el (alo una relación
aparentemente ajena a la castración, ya que él mismo e.v el
objeto tálico. Ahora bien, en su esencia, un objeto como éste es
precisamente el objeto imaginario de la castración. De ello
resulta que la idemilicación fálica del niño es una identificación
estrictamente imaginaría. Nada tiene de asombroso el que esta
identificación fálica, que sólo imaginariamente sustrae al niño
a la castración, lo convoque a ella aún con mayor fuerza.
Por esta razón, el Padre real, anlcs extraño a la relación
madre-hijo, apenas si podría quedar asignado en tal exteriori
dad por mucho tiempo. En cuanto Padre real será inevitable
que su presencia resulte para el niño cada vez más molesta.
^.tStíL. momento en que ella adquiera cierta consistencia
significativa trente al deseo de la madre y al modo en que el niño
está en condiciones de captar dicho deseo
44
Am"pues. t:i consistencia del P tdi rea! respecto del di seo uc
I.i madre comenzara a cuestionar la economía del deseo del
niño bajo esia Ibrnia intrusiva. Dicha interpelación lo induce a
poner en tela de juicio mi identificación imaginaria con el objeto
del deseo de la madre, t i niño ingresa ahora en una etapa de
¡neertidumbre psíquica en cuanto a su deseo y a la relación
entre éste y la secundad que le procuraba respecto del de la
madre. Sólo estaqueenidumbre permite comprender de qué
unido la instancia patenta empie/a a confrontar al niño con el
recistro de la castración.
A causa de esta confrontación subrepticia con la castración
se inicia en la dinámica (.leseante del niño una nueva apues
ta que en lo sucesivo será explícitamente veetorizada por la
instancia paterna. El Padre real aparece cada vez más ante él
como alguien i¡ue tiene derecho con respecto al deseo de la
madre. Sin embargo, en un primer tiempo esta ligura del que
tiene derecho sólo podría actualizarse ante el niño sobre el
terreno de la rivalidad fálica en rel.ieión con la madre. Rivali
dad fúlica donde la figura paterna será triplemente investida
por el niño bajo los atavíos de un podre privodor, interdicto!'y
frustrodor.
En nada tiene que mostrarse el padre deliberadamente
privador. interdietor y Ilustrador para apareeérsele al niño
como tal. Sólo la ¡neertidumbre de la identificación lalica va
haciendo al niño más sensible a esta presencia paterna intrusiva.
Por otra parte, amenazado en sus investiduras libidinales
arcaicas respecto de la madre, el niño comienza a presentir
insensiblemente algo que siempre había estado allí: la incidencia
del deseo de la madre con respecto al deseo del padre. Por ¡n-
conlórtable que resulte, este descubrimiento lleva al niño a
presentir lú Padre real bajo una luz cada vez más imaginaria. Así
pues, será fundamentalmente en calidad de Padre imaginario
como el niño percibirá en lo sucesivo a ese molesto poseedor de
derecho que priva, prohíbe y Irustra: o sea. las tres lormas de
investidura que contribuyen a mediatizar la relación lusional
del niño con la madre.
Puesto que se le supone oponer a la madre la posibilidad de
ser colmada por el sólo y único objeto de deseo que es su hijo.
el padre sobreviene ineviiaNemente en la investidura psíquica
del niño como un intruso prnador. Además, impidiéndole te-
nei la toda para el. el padre, descubiertocomoaltanen que tiene
derecho sobre l.i madre, ve manifiesta entonces id niño como
imerdit tor. Por último, uttida la privación a la interdicción, esto
suscitará en el niño la representación de un padre//7<.w/'</i/f »r que
el impone la confrontación con la lalla imaginaria de ese objeto
real que es la insidie y del que él tiene necesidad.
IV manera mas general, el pariré es presentirlo comía objeto
liral ante el r ie s e n ríe la madre desde el momento en que
aparece como otro f/iivomvi en relación con la rilarla tnsional
madre-hijo. Sin embaí go. aunque esta rivalidad lalica incite al
niño a vivir imaginariamente la presencia paterna bajo el as
pecto de un tirunn totalitario, ella no deja de certificar un
desplazamiento significativo del objeto fúlica. Al mostrarse al
niño como un hipotético objeto del deseo de la madre, el padre
se presenta, a semejanza del niño, como un falo rival. Así. en
torno de la interrogación del niño, serano:\er el falo de la madre.
se ha efectuado un deslizamiento rjueesel del talo mismo. No
bien se sospecha al padre como kilo rival —aun si es sólo
hipotético—. está anunciada la atribución fúliia paterna. Pero
está anunciada según el modo del “ver", va que aún no se
supone qnr el padre pueda “tener" el falo.
Por otra parte, habiéndose desplazarlo el talo al lugar de la
instancia paterna —aunque el pariré sólo sea presentirlo toda
vía como alguien que es él mismo ur kilo—, en lo sucesivo el
niño se ve implícitamente conducido a cruzarse con la Lev del
padre. A través ríe la rivalidad kilica orquestarla según el modo
de la privación, de la interdicción v de la frustración, el niño des
cubre que la madre es depH'iuliente del deseo del padre. Por vía ríe
consecuencia, el deseo del niño hacia la madre ya no puede
evitar el choque con la ley del riesen riel otro (el pariré) a través
riel deseo de aquélla. Oe modo que el niño debe tomar para si
esta nueva prescripción que regulará la economía de su deseo:
el deseo de cada nial está siempre sometido a la lev del deseo del
otro. Pero ante la coacción narcisista que implica esta prescrip
ción. se le brinda la oportunidad de avizorar un nuevo despla
zamiento riel objeto lalico.
4U
Si el tleseo tic la madre está sometido en cierto modo a l.i
instancia paterna supuestamente privadora, interdielora y
Ilustradora, de ello resulta t|iie la madre reconoce también Ui le\
del podre como aquella que mediatiza su propio deseo. Se
impone así al niño una única conclusión el reconocimiento que
tiene ella de esta lev no es otro que el ipie recula su deseo de un
objeto que xa no es el niño, sino que el padre, en cambio, su-
puestamente tiene. El niño alcanza de este modo un estadio en
el que. como lo expresa Lacan:
-17
de objeto dei deseo del otro que lo había caracterizado hasta
ahora. Por otra partir, el niño da la prueba de un atitcmno
renunciamiento psUjith o .1 su identificación primordial con el
objeto que colma el deseo del otro.
Sin embargo, el signo más espectacular de este dominio
reside, hablando con propiedad, en el proceso de atceso u ln
simhólho misino y mediante el cual I acan nos muestra de que
modo el niño va a constituirse en lo sucesivo como s¿¡jeto a tra
vés de esta operación inaugural que el llama metáfora paterna
y mi mecanismo correlativo, la np-i-sion originaria.
lin el orden del discurso, la consti noción metafórica se rea
liza por la sustitución de un símbolo de lenguaje por otro
símbolo de lenguaje Dado que la operación consiste en de
signar una cosa con el nombre de otra, la meta lora se despliega
sobre la base ríe una sustitución signitu ante en la que un signiíi-
eante (el significante de origen) es prov isiona Imente reprim ido
en hendicio del advenimiento de otro (el significante sustitutivo)/
Nos resulta fácil comprender ía instalación del proceso de la
metáfora paterna basándonos en el principio de esta sustitu
ción significante, en la que un significante nuevo ocupará el lu
gar del significante originario del deseo de la madre, liste últi
mo, reprimido en Ivendido del nuevo, se tornará ahora inconscien
te. Sólo esta represión originaria es capa/ de probar que el niño
ha renunciado al objeto inaugural de su deseo. Dicho de otra
manera, el nino sólo puede renunciar a el en la mediela en que*
aquello que lo significaba se le ha vuelto inconsciente.
Lacan nos propone en la Iorina siguiente el algoritmo ile esta
sustitución:
g
s: X1 I
-------- S2 —-
Xi
X*
4S
Por convención. postulemos el algoritmo -jy como la
expresión signifícame del deseo original ¡o del niño.
-4‘J
cante sustituido .il sii'iiitu'.mlc, es decir, al primer significante
introducido en la simboli/.uinn. o sea el siguilicaiU;: materno.1'1
,UJ. I lícin.l-tivfivTiHtcitmey ilcl tiHniisitcnic. »>/>, t//„ semina rinde IS ,te ene
ro ile l')5s
11Sobre la tlivisiiin tlcl mijciu, véase ¡nlmtlucltiui ti tu Intuir tic l.ui tiii. I I.
"/’ i//., caps 15 y 16. pp. I2.S/144
5(1
Padre ca'tratlnr por el niño, no soUimonte en razón de la
atribución fúlica que se le concede, sino también por el propio
hecho de que la madre encuentra supuestamente junto a él el
objeto desearlo que ella no tiene. Así pues, el Pudre simbólico
no se le aparece al niño como Padre castrador sino en la estricta
medida en que el niño lo inviste igualmente como Pudre
donador respecto de la madre. De este modo, la metáfora del
!\tunhrc-dcl-Pudre. que actualiza la cusma ión es necesariamente
¡somorfu a la ámholizuciún de la Ley. Por consiguiente, la
castración sólo podría intervenir en el complejo de firlipo bajo
el aspecto de una t astrut ión simbólica, sin lo cual se nos muestra
radicalmente ininteligible. De hecho, teniendo por objeto el
falo, no puede traducir otra cosa que la ¡urdida simhóla a ríe un
objeto imaginario.
51
f'apéuln V
L \ PUNCION l’ VTI k \ \ ^ SI s w v r v iu .s
J Cl .1 Uiir. Sinu/wv t'i »>/>. cu., cap. 11. pf» I ' 1'/ 1>S.
57
Función interna y estructura obsesiva
'S l-rcuii "O iarakier uml anulen mk” ( 1‘XIN) f í l l Vil. 3 0 :<i'> S I l \ .
Hi"1 I ? ' T rad Iramosa t) Ucrucr. I* Itrum., <1 * iuonneau K i ipi’c/a i,
“Carácter;.’ el erotismo .mui*. <i / ‘• n . iN/. u l'.iris l‘ t I ..
1‘>7A. pp M.t/14')
zación determinantes de la organización histérica respecto de
la función paterna. En el caso presente, conviene insistir ante
todo en la inversión dialéctica del ser al tener, a cuyo respecto
Lacan ofrece la explicación siguiente:
Para tenerlo (el falo), primero tiene que haberse planteado que
no se lo puede tener, que esta posibilidad de estar castrado es
esencial en la asunción del hecho de tener el falo. Este es el paso
que se delre dar: aquí es donde debe intervenir en algún momento,
cfica/mentc. realmente, efectivamente el padre."
" J. latean, /.«* juman ¡unes del ineoiiveieitte. op eil., seminario del 22 ile
enero de I'Jstt.
‘S. I r ai d. “l)cr Uniergang des Otlipuskomplexes" ( l‘)2.>), (7. II' XIII, ,V)5/
405,S.H. XIX. l 7 l / |7 l).Tra<l Iranecsa D. Uorger.J I.aplanche.“tai disparan>n
du Compicxc ü'Oedipe*, / n vic wxuetlv. I’aris, l'.U.F.. I% ‘>. pp. I 16/122
s .l latean. Las jornálenmes ilel memiMiaiie, op til., seminario del 22 ile
enero de I
f)2
torno ile ese “algo” subrayado por Lacan. Podemos traducir
esta posición psíquica como una indeterminación que se juca
ria entre lasdosopcionessiguiontos: por un lado, el pudre tiene
el falo de derecho, lo que explica que la madre pueda desearlo
junto a él: por el otro, el padre no tiene el falo más que en la
medida en que ha privado de él a la madre A todas luces, el
histérico \a .1 s o s ti ner sobre todo en la segunda vertiente de
esta oscilación la puesta a prueba de la atribución fúlica.
A ceptar que el padre aparezca com o el único ,tv¡>curario le-
xal del talo es orientar el propio deseo a su respecto según el
m odo del no tenerlo l n cambio, im pugnar el falo p atern o en
cuanto que jam as lo tiene sino por haber desposeído de él a la
m ailre .e s prom over una reivindicación p erm anente acerca del
hecho de que la m adre podría tenerlo tam bién de derecho.
Ln este sentido, toda ambivalencia sostenida por la madre y
el padre en cuanto a la inscripción exacta de la atribución fúlica,
puede concurrir favorablemente en este momento a la orga
nización de una estructura histérica.
En efecto, los más notables rasgos estructurales de la histeria
echan ra ices en este terreno de la reivindicación del tener. Según
que el histérico sea mujer u hombre, esta reivindicación tomará
contornos fenomenológicos diferentes. Sin embargo el reque
rimiento se desplegará conforme una dinámica idéntica: con
quistar el atributo del que el sujeto se considera injustamente
desprovisto. Se trate para la mujer histérica de “hacer de hom
bre" (latean) o. por el contrario, para el hombre, de atormentarse
en dar la prueba de su virilidad, la cosa no cambia en nada. Tan
to de un lado como del otro subsiste una idéntica adhesión fan-
tasmútica al objeto laIico y a su posesión supuesta, adhesión
que traduce, por ello mismo, el reconocimieni o de que el sujeto
no puede tenerlo. De ahí la existencia de un rasgo inaugural que
satura toda la economía psíquica de la estructura histérica: la
alienación subjetiva en el deseo del Otro.
Precisamente porque el histérico se siente injustamente
privado del objeto del deseo edípico —el falo—, la dinámica del
deseo repercutirá esencialmente en el plano del tener. En
electo, el histérieo no tiene más salida que delegar la cuestión
ile su propio deseo junto al Otro que se supone lo tiene, al cual.
í»3
por consiguiente, siempre se lo imagina como poseedor de la
respuesta al enigma dsl deseo.
Una estrategia parecida sirve de suporte privilegiado a la
identificación histérica que observamos de manera omnipre
sente tanto en las mujeres como en los hombres.
Por ejemplo, una mujer histérica se identificará gustosa con
otra mujer por poco que esta última sepa presentarse como
alguien que no tiene el la lo, pero que sin embargo [Hiede
deseado ¡unto ;¡ otro. Ln cuvo caso, una mujer semejante
aparece como si hubiese sabido resolver el enigma del deseo:
«.como desear cuando uno está privado de aquello a lo que
supuestamente tendría derecho.’ De ahí la identiticacion con
siguiente de la histérica con esa mujer deseante.
La iüenlificación histérica puede constituirse también de
entrada según el modelo de aquella que. no teniéndolo, lo
reivindica como alguien que. pese a todo, puede tenerlo. Se
trata de un proceso identjlicatorioque de buen grado llamaré:
identificación militante o incluso identificación de solidaridad:
proceso que atestigua una vez más la ceguera sintomática que
consiste en ocultar que uno no puede desear el falo sino con la
única condición de haber aceptado previamente no tenerlo. F.n
todos los casos, estos procesos ¡dentificaiorios dan fe de la
alienación subjetiva del histérico en su relación con el deseo del
otro.
No hace falla más paia comprender esta disposición casi
fatal del histérico a someter su propio deseo a lo que él imagina
o presiente que es el deseo del Otro, y a proponerse responder
a él por anticiparlo Ademáis de que este exceso de delegación
imaginaria se presta tavorablemenie a todas las tentativas de
sugestiún. en tal dinámica de sometimiento observamos más
generalmente la elección privilegiada del lugar del Amo. del
que el histérico no podría desistir para alimentar su aptitud al
desconocimiento de la cuestión de su deseo v a la insatisfac
ción que de ello resulta. Ln este caso, no es poi tuerza indispen
sable que el elegido presente disposiciones probarlas para el
ejercicio riel dominio. Ln que importa ante todo es que el his
térico lo entronice, a su pesar, en un lugar.semejante de su eco
nomía psíquica. l’oi otra parte, el Ínteres de esta investidura
Íi4
fantasmática no excede nunca a la ..*s'!‘ategia inconsciente que
la socava: poner a prueba de modo inexorable la atribución
laIlea supuesta así al Amo. para destituirlo mejor de ella.
El fervor de los histéricos en practicar la mascarada de lo
puesto a la vista, el resaltamiento del otro identificado con un
objeto al quehacer relucir y hasta las cruzadas masoquislas que
santifican la abnegación sacrificial consentida al deseo del
Otro, perpetúan su punto de anclaje estructuralmente sinto
mático en relación con la función paterna
'1.a historia que aqui reconstruyo con el consentimiento del interesado, tue
voluntariamente amputada de referencias anatnnésicas más precisas
(tú
ciones pedagógicas contando sempiternamente a su hijo el
mismo cuento ele* hadas.
lái liada se le aparece a un chiquillo mientras está ei. la
escuela. Le pide secretamente que lormule un deseo y le pro
mete que. no bien reere.se a su casa.se realizará. Luego. el luda
desaparece. Al final del cuento, el padre se dirige a su hijo —trac
alia de sus largos parloteos eruditos, este momento era
probablemente el único en que le hablaba auténticamente— y
le pregunta:
—“Si lucras iu el cinco ríe la historia, qué deseo habrías
formulado'.’’*
Por lo general, en su tuero interno, puesto que se hallaba
completamente fascinado por el l,imano del pene paterno, el
niño anhelaba, es evidente, llegara ser él mismo propietario de
un objeto tan ávidamente codiciado. Pero como no podía
explayarse en talsentido. lasmásde las veces permanecía mudo
unos momentos y luego, expulsando con violencia de su pen
samiento su anhelo más devoto, acababa diciendo que le
gustaría poseer una gran bolsa de golosinas o un montón bien
grueso de dinero. Consternado por la falta de genio de su hijo,
el padre emergía entonces de su baño y envolvía su ofuscada
dignidad en su albornoz, dejando plantarlo al niño frente a la
bañera.
Cierta vez. excedido por la vacuidad intelectual de su hijo, el
padre, cual Arquímedes poseído por un relumbrón de perspi
cacia ingeniosa en el fondo de su bañera se aventura en una
variación libre del cuento de hadas.
El hada visita como siempre al chico en la escuela, pero esta
mañana la elección del deseo le resulta a éste sumamente en
gorrosa. El hada insiste. Fallo de argumentos, el chico fomenta
secretamente este singular anhelo: “Llegar muy pronto a casa
para tener lo que deseé apenas lo elegf. Entonces, en el acto,
el chico aparece en su casa, habiendo satisfecho el hada su
deseo de estar allí inmediatamente, bien pesa roso se lo ve al no
descubrir nada, puesto que no había sabido elegir
Ante la estupefacción de su hijo, el padre, inagotable, no
puede menos que hacerle oír, para rematar su buena educa
ción. la moraleja de la historia:
—“I lij1' mui. le dice, cu.indo se ilesean eiei na simias cosas a la
vez, nose tiene ninguna.”
1—¿i indigencia de esta conclusión tuc s.iIiki.iIj ¡> para el niño.
De ahíen mássu padre se abstuvo det.isliiliarliicoii lasvirtlides
de su enseñanza acuática. Sin embargo, esta salud tic- tan sólo
momentánea. 1.a historieta ¡nocente se- había inscrito en el> cío.
sobre el terreno de una vivencia edipica va ampliamente mina
do por otras hazañas “pedago-logicas" paternas de la misma
vería, las cuales con ti ihuveron sin duda alguna a inducir y ali
mentar ulteriormente en el hijo una solida hisleiia masculina.
[•ste muchacho vino a consulta!me poi un problema de
eyaeulación precoz sumamente grave e invalidante 1.a evoca
ción mlantil surgió en el transcurso de una asociación relerid.»
al análisis de este síntoma.
A causa de la coyuntura edipica en la i|ue se desplegaba el
acontecimiento inlanlil. el cuento no podía tomar, por despla
zamiento, más que cierto modo de significación metafórica.
Identificado por entero con el chico visitado por el hada, este
niño se hallaba preso en un atolladero psíquico inevitable.
Por más tentado que estuviese de lorjar el anhelo de tener un
pene como el de su padre, le era imposible refrendarlo a causa
de la Ley. Tener el pene paterno se tornaba equivalente a
supr imir a este padre para ocupar su lugar junto a la madre.
Comprendemos por qué razón expulsaba el niño con máxima
energía este mal pensamiento culpabilizador. en beneficio de
una bolsa de golosinas o de un montón de dinero tranquiliza
dores. Pero ninguna lorluna o golosina podía presentar el
mismo atractivo que un pene como el de su padre. De ahí sus
subterfugios múticos para suspender la elección de sus anhelos.
En este sentido el padre era orfebre en la materia, ya que el
prolongado mutismo de su hijo lúe lo que le sugirió incons
cientemente modificar el curso de la historia. De suerte que
sólo podía ocurrir al niño, silencioso como el chiquillo del
cuento, lo mismo que le sucediera al joven personaje visitado
por el hada: al desear demasiado el oh|cto de su codieia. no lo
tuvo. De hecho, no tuvo lo que él creía que su padre poseía v pol
lo cual éste era susceptible de concederse las tamili.irielades de
la madre: el talo l’ero no lo tuvo, en la estricta medida en que
OS
su padre se dedicaba a demostrarle que lo poseía de veras.
•■n l.i 1 1 -:11¡■lad. cxhibiendi su z'.m pene per.vi sámente velado
por la mascar.tila del cuento de liadas.
Como toda moralei-t enuei ra un fondo des erdad. prueba de
ello tu. la exhibición del gran pene: por haberlo deseado
demasiado el chiquillo rio lo obtendría nunca. \ de hecho, una
\<v adulto, esti homt'ie se comportaba con las mujeres como
aquel que no t enia. De cae modo quedaba prisionero riel
lanla-una en que su pariré !•- había encellado: hay que tenerlo
para a secuta! v. la pov" ¡on de una mujer, l.o cual dejaba
suponer iriiauinai ¡ámenle que una mujer no podía gozar sino
sucumbir ndi>a la <'innipotencia tálica de un hombre. Arlenlas,
capí ui a do en el ta 11 la snia Je no tenerlo, este hombre respondía
con convicción al deseo de una mujer, de este modo: “no tengo
el pene", e incluso “no lo tengo más que parcialmente . como
lo atestiguaba su cynculación precoz.
Este análisis impone que nos interroguemos también por la
actitud paterna respecto del hijo. /.Cuál era el goce del padre en
el transcurso de sus abluciones pedagógicas? Lo mínimo que
podemos colegir es que gozaba de la pregunta inconsciente de
su hijo en relación con el talo, al intentar probarle con regula
ridad que él tenia cabalmente, e/r la n'aiuUul. aquello de lo que
él mismo no estaba seeum de hallarse investido. F.ste padre,
claramente caul¡\o a su \x¿ de una oscilación entre el ser y el
tener, proseguía inconscientemente mi búsqueda personal de
localización del talo en un recorrido de e\ ¡(amiento imaginario
tic la castración. Pretendiendo reasegurarse en cuanto a la
posesión del objeto que colma la taita, sólo lo lograba enga
ñándose en cuanto al sienilicante tálico. es decir, exhibiendo el
órgano.
Es visible de qué modo la Índole de esta o infusión órgano/
falo expresa casi a la perlceción la posición subjetiva de un
padre conlrontado con una falla de la que nada quiere saber,
desde el momento en que es interpelado por el deseo de una
mujer A causa de esta umena/a. le resultó imposible permitir
que su hijo cumpliera el pcriploque podía inducirle' progresi
vamente a suponerle la existencia tic este talo y que poi ende
renunci.ita a la convicción imaginaria que lo llevaba a permu-
neccr idenliticadu con el la lo de la m;uh c. I*ti miU«..m■•. U’-m.iM..
do identificado él mismo con «•! I do del Ciño c-to p.idic orn
daba prisionero de una lógica psíquica ijue nbtui aba mi aplumt
para dejarse suponer poseedor de un talo por J niño Apu.Ma
pues, por adelantarlo, la andad'aa necesaria hacia eMa a ai.
Al situar el órgano en el frente de la escena, previ- r\a ^ i
inconscientemente la posibilidad do mantencr-e n i posin ai ^ .
sei el falo del Olí o. evitando tener i|ue asumir la •"i a i at , m i u
cambio, subyugaba a mi hijo en el leí reno de la apm a,i l.ih-.t
que. como sabemos, se 01 «lena m laslein ur-..esu.ilv‘. it ho t!.-- -
alrededor de h problemática del pene.
Fn deliniliva. una vez que el niño se m/o adulto. Memo
.siendo víctima del imaginario etlipieo que el padre api. -ib:,
a perpetuar para sí mismo a través de la encarnación del
órgano.
7Q
I .i Lcuinma'a dL'-L-.iiiu a. 1.u.tet km sev-, aquel.ul.i peí .uiaam-
bivalenciu limiLit.u ..i i.a -u — .. m : ni» .miagum a •«.. a mi«<
prccisai medíanle la ,.|t* l ilativa siguiente i xi‘»l II J>*' i ■;¡».»•■*---
ccr bajo la mirada di I olio Del mismo ni.idopud¡lam . Jecii
descaí |>aia m niistu.'a iliM-ar a pcvii de si mismo. di . 1 1 i.
relación con lo que el otro espci a supuestamente m» su l- •
A sí pues. iiaila lien-, de asum biuso el qUe vcsl igi» •- d. c-Ua
am bivalencia apai v/c.m en el p io p io C cn lio de la pt .i'iiein alu a
sexual del Ilum ine n.-i.-iicu Sin e m b a la . tire- a la de esta
am bivalencia, la ue -t;■*n de la relación con el o tiu r a u niiin
está alienada pin aiiii. p:ulo en ciei lo lip o d c re p u -.i litación
de la mujei c o m o »,:>/• ’ ..A / < ; i / ? < á i . \thii loque ir du|.i ile
icc o rd arl.i ¡no -lu íala .leí ideal lem c n in u ta lc o m o v.- .^crecen
los perversos. No se traía, de lodos m odos, de la m ujer erigida
en virgen intocable v pura de todo deseo cuyo laniaMiia el
p erv erso cullíva.1-
De hecho, en el hombre histérico, la mayoría de las veces la
mujersólo es inaccesible en la medida en que mantiene cierto
tipo de conducta de evita miento respecto de una confrontación
directa y personal sobre el terreno sexual con ella, b.n et tundo,
esta forma de evitamiento esta predeterminada en el histérico
por su relación ambivalente Von la luncion lálica. ‘Si bienja
mujer es. por excelencia. loque le permite uiviear.se respecto de
la posesión del objeto I¿ilico. el histeria»no esta por ello menos
cautivo de un modo de atribución lálica negativi/ado por el
fantasma crucificante de "no tenerlo''
l ista desinveslidui a imaginaria del ati ibulo t.ilicopermiie no
sólo comprender la confusión sintomalológiea pene/talo que
habita su relación deseante con la mujer según el modo ca-1
71
racterístico ele la unpoteudu x/u tic ¡a eyaculación precoz, sino
además ia institución accesoria de maniiestai ¡mu « peneruts
que en un primer momento pueden mover ;i engaño desde e!
piintu de vista diagnóstico, v hacet ld>contundir con .lutentiens
casos de perversión
En el hombre Imiéiicn. la relación deseante con la mujer está
minarla por una elaboración inconscientectna consecuencia es
mantener una completa contusión entre el .leseo v la xirUtihul.
l-sta conlusiim tiene su onceo en una interpr-. taca m pat ticular
epieel histérico mm ili/a respecto de ia>iemaiuta de toda tmijet.
1*si.t demanda tuinea es percibida, en electo, comí' un rcqnc-
rimiento descante dirigido legítimamente hacia otro deseo. Id
histérico siempre la entiende, en cambio, como una 01 den n i^-
mina n te de tener q u e d a rja prueba de su virilidad Así pues,
sólo podría ser deseado por una mujer por la exclusiva razón de
suponer que ésta espera de él la demostración de que es \jril.
En otros términos, todo se presenta como si. en el histérico, la
relación deseante se fundara en la necesidad de tener que
justificar que posee cabalmente lo que la mujer le demanda, es
decir, el talo. Al alimentar la convicción imaginaria de no ser
depositario de éste, el histérico sólo puede responder en la
siguiente forma: “no temió el pene".
Sin entrar en detalles sobre la dialéctica pene/lalo en el
hombre histérico.1' bajo el signo de tal contusión en cuanto a la
naturaleza del objeto vendrá a alojarse, pues, la impotencia, es
decir, el último recurso que queda para diferir cualquier en
cuentro sexual con una mujer.
El síntoma de la cyaettlación precoz, que responde a un
proceso un tanto diferente del de la impotencia, se inscribe en
la histeria masculina sobre el fondo de una misma confusión.
En el caso que nos ocupa, aunque el acto sexual con una mujer
resulte ser posible, de todos modos supone un riesgo: no lograr
demostrarle que se tiene cabalmente el ¡Falo asumiendo este
74
pamdi'i. asegura plenamente el goce del histérico, quien loma
esta intervención como la prueba de que su propia escenificación
engañosa ha funcionado. En este sentido, bienvenidos serán
cualquier denuncia, cualquier escándalo, arresto u otra incul
pación. más aún cuando aportarán al suplemento de goce con
vocado por la inextinguible búsqueda de límitesqueel histérico
pone a prueba en su relación problemát ¡cu con la castración. De
lodos modos, por más que el desafio y la transgresión encuentren
una materia privilegiada al ejercerse en este terreno, carecerán
de lo que configura su moloi y su consistencia en los perversos
auténticos.-" Lo probaría en este caso, como en otros capítulos
de la histeria, el hecho de que las mejores intrigas —así fuesen
perversas— no podiían resistir a ¡a indiferencia del otro, por
poco que éste se dedique a desistir del papel de cómplice
imaginario que el histérico se esfuerza en adjudicarle.
El fragmento clínico que sigue'1me parece ejemplarmente
ilustrativo de los diferentes aspectos de esta dialéctica sinto
mática que puede conducir al histérico masculino a actualiza
ciones perversas en su relación con las mujeres.
Examinemos previamente las premisas eliopaloiógicas que
parecen haber contribuido al anclaje decisivo de una organi
zación histérica en un muchacho magrebino; organización que
se verá amplia y permanentemente propiciada por el contexto
del medio familiar.
Entre estas premisas mencionaré un primer acontecimiento
que tuvo lugar en Africa del Norte cuando el paciente tenía
unos ocho años.
Como acostumbra hacerlo desde hace años, se dirige con su
madre al baño de mujeres. Ese día le hacen notar a la madre,
en su presencia, que él ya está demasiado grande para acom
pañarla. Sin una paiahra, su madre lo despide bruscamente y le
ordena volver a casa. El paciente recuerda este suceso en
»C.r J I)or, Vínu m /r ci Wnv/viuíiA, i/p t il. c:i¡> 11. pp 17.1 y mcn
-' l -J.i observación se publica con el Consen!imienio ilel inleresaito Numerosos
elemento.', anamnesicos se mantuvieron en reserva, sin t|ue ello pcr]udii|ue ni
la presentación clínica propiamente dicha ni su lógica interna
7s
proporción ¡i lo que había significado para élr un despido tan
injustificado como incomprensible, sancionado a la manera de
castigo
Ein lo sucesivo, se sentirá continuamente culpable ante la
presencia de mujeres; culpabilidad que por otra parte nocesará
de redoblarse bajo el imperio de los acontecimientos que ven
drán después.
A los pocos días de esta ‘‘exclusión”, su pudre lo conduce, xin
unn palabra, al baño de los hombres. Cuál no será su asombro
al descubrir a su padre desnudo entre los demás. Este espec
táculo tan nos edoso como inesperado lo deja estupef acto. Pero
su petrificación le atrae de inmediato una áspera observación
de su padre, quien le enuncia la tajante prohibición de mirar
con semejante insistencia a los hombres desnudos.
Es probable que la conjunción de estas dos prohibiciones,
acerbas pero silenciosas, haya lijado en este hombre toda una
economía deseante láhil en la pendiente de la histeria. Por lo
demás, numerosos recuerdos de la adolescencia no hicieron
más que confirmarla. Sólo a los dieciocho años, sin embargo,
con ocasión de sus primeras experiencias sexuales, este hombre
va a medir la exacta dimensión de las perturbaciones sinto
máticas de que era objeto, especialmente en oportunidad de
una pequeña escena familiar que parece haber catalizado brus
camente una serie de elementos complexuales latentes.
Teniendo diecisiete años, en el transcurso de un animado
juego con su hermana (dos años mayor que él), se agarra de su
bala, ésta se rompey la muestra desnuda. Después del episodio
infantil en el baño de mujeres no se le había presentado ninguna
otra ocasión de ver a una mujer desvestida. Sorprendido por el
incidente, lo gana el desconcierto, mientras su hermana lo
despide en cambio con inocentes burlas, de lo más divertida
ante su malestar.
A partir de este día, durante varios años seguidos no podrá
volver a desvestirse delante de una mujer. Este síntoma se
organizó según el modo típico de inversión en su contrario.” La
■
“ O . S. Freud. “I'ulsnins ci destín des pulsions",Mctupsyr/ui/opic t>p. i ¡i
76
i desnudez de la hermana lo remitió, m m n es lógico, a la des-
j nudez de su madre en el baño, es decir, a ese universo de goce
¡ infantil que sólo se le apareció como “goce” el día en que se le
! significó que estaba prohibido. Sólo a posteriori. pues, su
1 frecuentación de los cuerpos femeninos desnudos, por estar
1 también prohibida, se le tornó traumática y culpable.
J Confrontado por desplazamiento con la revelación del cuer-
i po materno prohibido a la mirada, el proceso se invierte en su
¡ contrario, para neutralizar la culpabilidad asociada al goce de
la percepción del cuerpo femenino. En consecuencia, de aquí
• en adelante se castigará por anticipado de este goce y del deseo
que lo sostiene, no descubriendo nunca más su cuerpo ante las
mujeres.
Este síntoma adquirirá rápidamente unas proporciones espec
taculares. Más allá de la cuestión de las mujeres propiamente
‘ dichas, se sentirá obligado a quedarse totalmente “cubierto”
apenas su cuerpo aparezca ofrecido a la mirada del otro, es
decir, en todas partes, salvo cuando se encuentra solo en su
casa. De este modo, una serie de incidentes normales de la vida
cotidiana van a transformarse insensiblemente en un prolon
gado y doloroso calvario, condenado él como estaba a permanecer
j arropado en cualquier circunstancia y en cualquier época del
año.
AI mismo tiempo va a desarrollar una creciente ambivalen
cia respecto de las mujeres, cuyo significado sin embargo no se
le escapa. Mientras dice que las detesta, reconoce detestarse a
sí mismo por no poder mantener relaciones con ellas. Pero
igualmente, no puede tolerar la menor mirada de mujer posada
sobre él, perseguido por el atenazante fantasma de que lo
examinan a propósito pues han descubierto la índole del
síntoma que lo invalida.
Sobre un fondo de existencia tan infernal, dos acontecimien
tos sexuales precipitarán su problemática histérica hacia un
terreno de expresión perversa.
Al emprender el regreso de unas vacaciones, viaja en un
compartimiento de tren ocupado sólo por él y por una compa
triota oriunda de su misma provincia. Se inicia una amistosa
charla en cuyo transcurso le sorprende el participar sin angust ia
77
1
en la sociable conversación con su interlocutor!!. Pero de golpe
lo asalta un fantasma inquietante, al final de este diálogo, la
mujer podría contar con que él le proponga hacer el amor con
ella, lo que se le antoja tan impensable como imposible.
Avanzada la noche, dicha compatriota se muestra más bien
atrevida. Le comunica sin rodeos el objeto de su expectativa,
cuyo contenido revela ser hastante perverso. Asaltado por la
angustia, él obedece, aunque la experiencia se para rápida
mente en seco. Mortificado por el fracaso, queda no obstante
sintomáticamente sosegad*.» ante la idea de que una mujer no
haya logrado gozar de él. No esperaba, en cambio, que su
compañera de viaje, nada resentida por el suceso, le impusiera
ser testigo visual y pasivo de una experiencia de placer que ella
juzgó indispensable administrarse con insistencia y voluptuo
sidad.
Después de un prolongado insomnio, a la madrugada, el
muchacho deja el compartimiento antes de que su compañera
se despierte.
Esta escena sexual violentamente traumatizante va a impo
nerse a él, a continuación, en forma de un fantasma obsesivo
perfectamente atormentador. Sólo mucho después compren
derá que la tortura residía principalmente en el hecho de que
había sido testigode un descubrimiento: una mujer podía gozar
sin hombre. Cabe suponer que con toda probabilidad este
descubrimiento reprimido sufrió una elaboración secundaria
cuyo resultado fue que el fantasma obsesivo se organizó según
el modo de un fantasma perverso, o sea el acoplamiento
homosexual entre la compañera del tren y otra mujer que él
identificará ulteriormente bajo los rasgos de su hermana mayor.
Un segundo acontecimiento sexual casi contemporáneo del
precedente va a dinamizar solidariamente su organización
histérica por la vía de beneficios secundarios perversos.
Un amigo de la niñez a quien no ve desde hace unos años, le
informa que estará en París por unos díasy le pide, a este efecto,
hospitalidad. Aunque sus medios de acogida resultan ser harto
reducidos, pues vive en la Ciudad Universitaria y sólo dispone
de una habitación, se compromete sin embargo a albergarlo.
¡Cuál no será su sorpresa al ver llegar a su amigo en compañía
78
de una muchacha1 Preso de angustiosa perplejidad ante el
dilema de despedirlos de inmediato a los dos o de aceptar su
presencia sin decir palahra, no lograba decidirse por ninguna
de las dos soluciones Por un lado, se sentía culpable de tener
que negarle hospitalidad a su amigo, probablemente a causa de
la puesta en juego de toda una problemática homosexual
inconsciente. Por el otro, la perspectiva de que una mujer
pudiese invadir el único sitio en el que se sentía protegido de la
mirada de los otros, se le hacía rápidamente intolerable. Decidid,
no obstante, alojar a la pareja, a despecho de estas condiciones
de precariedad material.
Llegada la noche, se sume en una crisis de angustia imagi
nando que sus huéspedes quizás aprovechen para hacer el
amor. El fantasma de este acoplamiento furtivo lo deja des
pierto hasta la mañana. Lo que no sucede la primera noche sí
ocurre la segunda.
Con el terror de haber sido testigo tan cercano de la escena
de amor transcurrida en la oscuridad, se acordará mucho
tiempo de la rabia que se apoderó de él ante su incapacidad
para decidir qué cosa en semejante circunstancia le hubiera
sido menos insoportable: ¿era preferible oír sin ver nada! ¿No
habría sido mejor, por el contrario, poder ver sin oír? Tiempo
después, los vestigios de esta alternativa se actualizarán en una
serie de fantasmas y realizaciones perversas.
Sin embargo, entre las dificultades suscitadas por la ambi
güedad de esta cohabitación, la más importante aún no había
intervenido. Al día siguiente su amigo le comunica que debe
trasladarse por unas cuarenta y ocho horas. Y le pide que siga
albergando a su compañera durante su ausencia. Esta propo
sición lo deja completamente mudo. Una vez más, acepta, pese
a la aprehensión que lo invade ante la perspectiva de quedarse
solo con una mujer en su propio cuarto.
A punto de marcharse, su amigo juzga útil transmitirle la
consigna siguiente: “¡No te ocupes de ella! ¡Que aprenda a
arreglárselas sola!"’ Curiosamente, de entrada recibe estas pa
labras en una acepción sexual que no deja de inquietarlo; un
poco a la manera de una invitación a dejarse seducir pasivamente
por esta mujer. Capturado así en la trampa de su propio sín-
79
toma, él mismo promoverá inconscientemente su despliegue. A
la defensiva, y acechando el menor signo de seducción que
pudiese llegarle de ella, él mismo va a seducirla, sin saberlo,
redoblando una atención y benevolencia constantes que él
creía destinadas precisamente a neutral izar cualquier veleidad
de erotización. De hecho, se muestra tan solícito que. llegada
la noche, la mujer se desliza sin vueltas en su cama. La iniciativa
toma muy rápido, por ambos lados, un cariz suficientemente
cataclísmico como para no ser renovada por segunda vez. Su
amigo regresa, saluda y vuelve a marcharse con su compañera.
Al parecer, todo vuelve al orden.
Pocos días después este hombre desarrolla una descomunal
compulsión a la perversión. Comienza a pasarse noches enteras
tratando de sorprender, a través de los tabiques o por el agujero
de las cerraduras, los retozos eróticos de los residentes de la
Ciudad Universitaria. Ante el muy variable éxito de sus ini
ciativas, decide acometerlas en lo sucesivo conforme un mé
todo más científico.
Valiéndose de los conocimientos técnicos adquiridos du
rante su formación,23imagina las estrategias más sofisticadas
para oír a las parejas hacer el amor. Complicados dispositivos
electrónicos de emisión-recepción son instalados rápida y dis
cretamente en las habitaciones de los casos amorosos más
favorables, que él visita gracias a una “llave maestra” robada a
una camarera. De este modo, replegado en su cuarto, al co
mando de una auténtica mesa de escucha, pasa la mayor parte
de sus noches recogiendo los productos sonoros de las diferentes
fuentes de captación indiscreta que ha colocado al azar de sus
investigaciones nocturnas. Dispersado y atosigado a la vez por
la multitud de ecos acústicos que se le proponen, le enfurece no
poder registrarlos todos simultáneamente. Sin embargo,
cualquiera que sea la cacofonía amorosa confiada a los buenos
oficios de su grabador, ya no pasa un solo día sin que escuche
inexorablemente las secuencias seleccionadas, acompasando
su audición con sesiones de masturbación frenética.
80
Rápidamente extenuado por sucesivas noches de vigilancia
auditiva, decide abandonar su puesto de observación acústica
para sorprender de visu lo que hasta entonces se había con
tentado con oír. Surge la oportunidad de observar en una
pequeña construcción a una pareja de mujeres homosexuales
que suelen encontrarse al caer la noche. En el momento
oportuno, acude a su nuevo puesto de observación estratégica
y. aun con terror de que le descubran, escruta por el agujero de
la cerradura algunas pizcas de intercambios amorosos sustraí
dos en parte a su campo visual. Irritado por no ver más pretende
tomarse una revancha decisiva.
Horas después se introduce en la habitación donde duermen
las dos mujeres y se lleva toda su ropa interior.
Al mismo tiempo de desarrollarse esta compulsión a las
efracciones visuales, fantasmas homosexuales masculinos lo
visitan con frecuencia cada vez mayor. Esta invasión adquiere
una dimensión tal que el joven alimenta imaginariamente la
esperanza de ponerle término pasando al acto. Cumple esto
poco tiempo después, yendo a deambular nocturnamente por
ciertos lugares públicos parisienses apropiados.
Cuanto más se multiplican sus experiencias homosexuales,
más lo repugnan, pero mayor ímpetu adquiere en cambio su
compulsión al voyeurismo. Agobiado por la angustia, forja el
proyecto de hacerse sorprender deliberadamente a fin de que
una denuncia salvadora lo haga comparecer ante un tribunal y
ponga fin de ese modo a su insaciable necesidad de ver.
De hecho, no retrocederá ante nada pata que esto suceda.
Desmultiplicando los riesgos en los lugares públicos, perforará
múltiples agujeros en los baños de café para observar a través
de ellos; fotografiará por la noche los retozos diversos de las
prostitutas del Bois de Boulogne: sobornará a un travestí para
que lo deje mirar discretamente el ejercicio corriente de su
comercio con partenaires improvisados encarados de prisa y
corriendo en los asientos traseros de un coche; acabará inclu
sive por escalar las fachadas de diversos cabarets parisienses
pata sorprender a través de las ventanas exteriores a las
profesionales del streap-tease desvistiéndose en sus camerinos.
Su compulsión de ver pierde lodo limite y pone en riesgo su
81
salud y su salvaguarda personal: entonces le hago notar con
prudencia en una sesión de análisis, que todas estas “hazañas”,
por arriesgadas que fuesen, no parecían interesarlo realmente.
La prueba estaba en que no parecía sacarle todo el provecho
que deseaba Enfaticé así el hecho de que todo este frenesí se
hallaba claramente destinado a interpelar a alguien distinto de
él misma fin particular, era como si lo que más le interesara
Líese ir cada vez más lejos en los desbordes perversos a fin de
goz«ir mejor de ellos restituyéndoselos a un interlocutor, con la
esperanza secreta de excitar su curiosidad sexual.
Quedó sumamente desconcertado ante esta intervención
pues ni por un momento había pensado en el beneficio secun
dario de estos comportamientos perversos que acababa yo de
señalarle. Manifiestamente desanimado ante la imprevista
revelación, sus movilizaciones perversas se liquidaron en poco
tiempo y dieron paso a una fase depresiva sostenida por largas
quejas. Nunca podría conocer mujeres. Llegado el caso, nunca
sabría hacerlas gozary demás quejas de igual tenor... Hasta que
se resigna a tener que sufrir el martirio que su funesta invalidez
le causa.
La reiteración de este monólogo dolorido y quejoso me
incitó a recordarle que una mujer podía gozar seguramente con
un hombre, pero que ello no debía hacerle olvidar que también
podía gozar.sin él. Además, me aventuré a señalarle que tal vez
no sería posible una relación sexual satisfactoria con una mujer
debido a que sin duda prefería asemejarse a esas mujeres que
gozan sin hombre.
Esta nueva intervención, muy mal recibida en un principio,
hizo su camino. El paciente acabó por percatarse de cuánto se
había identificado inconscientemente con una mujer en su
fantasmutización de las relaciones amorosas. Además, su pa
sividad, su cuasi impotencia y sus eyaculaciones precoces pron
to le parecieron tributarias de esta elaboración inconsciente.
Poco tiempo después, un suceso completamente inesperado
le iba a permitir metaforizar, sin saberlo, su relación con la
castración, por la vía de un rotundo acting-out.
A los pocos minutos de haber puesto fin a una de sus
sesiones, oí sonar el timbre de nii consultorio. Al abrir la puerta.
X2
me sorprendió verlo sólidamente flanqueado por dos agentes
de policía. Su expresión de extraordinario júbilo me hizo
entender al instante lo que se hallaba en juego para él cuando
se mostraba así ante mi mirada. Su exaltación se motivaba en
el hecho de que me hacía testigo del carácter insoslayable de la
Ley, que impone que el deseo de uno está siempre sometido a
la lev del deseo del otro
No bien confirmé a los policías que el muchacho salía de mi
consultorio, volvía cerrar la puerta significándole que era lo su
ficientemente grande como para explicarles por sí mismo lo
que venia a hacer en él.
La sesión siguiente aportó todas las aclaraciones esperadas
Pocas horas antes había habido un robo en el edificio. Al dejar
mi consultorio, advirtiendo la presencia de dos policías que
platicaban con la portera, lo acometió el irresistible impulso de
pasar delante de ellos corriendo. Como es lógico, siguió a esto
una breve persecución. Hallándose tranquila su conciencia, lo
que importaba ante todo era despertar suficientemente la
atención de la policía para ser interpelado en buena y debida
forma. Una cosa importaba: que la ley interviniese. Otra cosa
era que yo supiese, por otra parte, algo de ello. De este modo,
su acting-out me significaba implícitamente que la ley existía v
que en lo sucesivo él iba a someterse a ella. De ahí su júbilo y
la liberación catártica consiguiente.
Pocas semanas después, una laboriosa preelaboración le
permitió entender hasta qué punto, en la transferencia, me
había instituido inconscientemente en el lugar de su madre y,
desde ese lugar, hecho testigo imaginariamente cómplice de su
epopeya perversa. Con la ayuda del levantamiento de la re
presión, conoció poco tiempo después a una mujer con la que,
por fin. tuvo acceso a serenas familiaridades en los intercam-
hios amorosos.
Capítulo VI
LA “GENESIS” KREUDIANA
DE LA NOC ION DE FORCLUSION
85
mas posibles ile defensa del yo frente a las presentaciones
inaceptables.
En la primera de ellas, el yo sustituye la representación ina
ceptable por otra representación que puede ser tolerada, pero
cuya característica es la de ser insignificante. Este proceso de
defensa es el que observamos de manera ejemplar en la neuro
sis obsesiva.
En la segunda, la representación inaceptable sera objeto de
una conversión de tipo histérico.
En la tercera, por último la representación es pura y
simplemente rechazada, junto con su afecto, por el vo
Existe una lorniu ilc tldciisa mucho más enérgica y dicaz consistente
en que el yo rechaza la representación insoportable al mismo
tiempo que su afecto, y se conduce como si la representación no
hubiese llegado nunca al yo.3
86
que encuentra su punto de caída en Lacan como mecanismo
inductor de las organizaciones psicóticas'.'
Esta evolución de la noción de l'erwerfnng se encuentra
ampliamente prefigurada en la propia ohra de Freud. El inicio
de tal reorientación de la Verwerfung hacia la problemática
psicótica alcanza uno de sus primeros jalones significativos con
el caso del llumbre de los lobos. En este estudio, Freud menciona
repetidas veces la incidencia de este rechazo, sin que se observe
no obstante que la concepción de dicho mecanismo se separe
del paradigma general de un proceso de defensa del yo.
Por una parte, la l 'erwerfung está asociada directamente con
la temática de la castración:
S7
t'-nga Ituiavíu algo en común con la represión en las neurosis de
transferencia.3
88
I
lóeica que Freud establece entre el sujeto y la realidad en el
campo de las psicosis. En primer lugar, como lo demuestran
sobre todo los est udios de 1924: Neurosis y Psicosis y Pérdida de
la realklad en la neurosis y la psicosis,“se ve tentado a circunscribir
la naturaleza de los procesos psicóticos en el terreno de la
pérdida de la realidad
Por una parte, Freud señala que en cierto modo los procesos
psicóticos traducen siempre una “pérdida de la realidad” en el
sujeto. Por la otra, menciona que esta pérdida induce en el su
jeto la necesidad de una reconstrucción delirante de la realidad
de la que se ve entonces separado.
Este tema de la pérdida de la realidad nos vuelve a llevar
implícitamente a la problemática de la Verwerfung, por lo
menos en el aspecto inicialmente presentido por Freud, o sea
el de un proceso de defensa del yo. Sin embargo, aunque con
sidere estos dos hechos psicopatológicos —pérdida de la realidad
y reconstrucción delirante—dentro de un cuerpo de explicaciones
fundamentalmente metapsicológicas, Freud permanece cautivo
de un estereotipo semiológico muy ligado a la psiquiatría de su
época. De hecho, tiende a asociar la pérdida de la realidad y la
reconstrucción delirante según el modo de una relación de
causa a efecto. Todo parece presentarse como si existiera cierto
carácter de implicación lógica entre estos dos signos del cuadro
psicótico; de suerte que casi se haría posible plantear la recons
trucción delirante como el índice diagnóstico más manifiesto
del estado psicótico.
El carácter eminentemente problemático de esta hipótesis
semiológica conduce a Freud a matizar sin tardanza esta
concepción. Su esfuerzo se vuelca a poner a prueba una nueva
distinción metapsicológica entre las neurosis y las psicosis6
89
fundada sobre la base empírica de ciertas observaciones clíni
cas. Señala así que del mismo modo en que el neurótico
p r ocu ra ría huir de la realidad, el psicót ico se ría 11eva do a renegar
de ella.
Una vez más, esta hipótesis clínica vuelve a llevar a la
Verwerfung, principalmente en la acepción del “rechazo” y
según la evocara Freud en su análisis de El hombre de los lobos
de 1918, sea que se la evoque en el registro del rechazo de la
castración o en el comentario más preciso expuesto a propósito
de la alucinación del “dedo cortado”. Por lo demás, esta apro
ximación implícita entre la Venverfung y la renegación vira casi
a la colusión cuando se trata del problema del fetichismo 7que
Freud aborda en 1927. Pero paradójicamente, también este
análisis del fetichismo lo incita a abandonar su hipótesis de la
renegación de la realidad como mecanismo inductor de las
psicosis.
El fetichismo, y de manera más general las perversiones,
ponen a Freud en el camino de la escisión del yo. Desde este
momento la escisión del yo vendrá a precisar, en último ex
tremo, la función de la renegación y sus límites inductores. En
1938, una reflexión profunda sobre la noción de Idtspaltung
acaba por imponer a Freud esta revisión cuyo rastro encon
tramos en dos textos fundamentales: La escisión del yo en los
procesos de defensa *y el Compendio de psicoanálisis* sobre to
do en el capítulo vin. De estos dos estudios se desprende clara
mente que la pérdida de la realidadya no se aparece ante Freud
sino como un corte parcial en el .sujeto: en las psicosis, sólo una
parte del yo se separaría de la realidad.
90
Por lo demás, la escisión delyo en la que Freud hahía fundado
ciertas esperanzas prueba no estar exclusivamente presente en
los sujetos psicóticos. Además de los perversos, acaba por
encontrar su incidencia en todos los neuróticos, como lo men
ciona en el Compendio depsicoanálisis. M ás aún. al final de esta
obra última Freud sustituye de manera casi indiferente el
término Verwerfung por el término renegación:
91
proceso compensatorio y, por el contrario, cada vez más como
el parámetro inductor de la pérdida de la realidad. Esta in
versión anuncia todo un recentrado sobre la prevalencia de las
estructuras simbólicas, que de este modo serán puestas al
frente de la escena en la organización de los procesos psicóti
cos. Este recentrado, acreditable a Lacan, contribuirá a pro
mover la transferencia de denominación del término rechaza
bajo la connotación genérica de forclusión.
92
C a p ítu lo VTI
L A F U N C IO N P A T E R N A Y S U F R A C A S O
1 Cf. lnlirxluclion á la lecturc de Lacan, 1.1, op. cil., cap. 15, pp.128/135.
93
la división del sujeta aparece como la consecuencia más inme
diata del proceso de ¡a metáfora del Nomhre-dcl-Padre. Así pues,
será esencialmente con relación a estas tres referencias laca-
manas fundamentales, la preeminencia de lo simbólico, la
metáfora del Nombre-del-Padre y la^ivisión del sujeto, como
podremos apreciar el papel de la forclusión en el campo de las
psicosis.
Señalemos en este punto que si la Verwerfung freudi.ma es
favorecida ahora por esta “denominación de origen”, ello no
responde en absoluto a un puro afán de originalidad de tra
ducción Muy por el contrario, responde a la necesidad de
insistir sobre la preeminencia del orden simbólico como lugar
de ejercicio legitimo de la Verwerfung.
Etimológicamente, el término forclusión proviene del cuer
po de la terminología jurídica y significa abolición simbólica de
un derecho que no fue ejercido en los plazos prescritos. Así, al
utilizar el concepto de forclusión, Lacan suscribe principal
mente la idea de una abrogación simbólica. Lo que él pretende
enfatizar esja abolición de un significante. Sin embargo, sólo en
la medida en que esta abolición recae sobre un significante
especial —elsignificante Nombre-del-Padre—, puede especificar
la inducción de los procesos psicóticos; o sea, el significante
llamado a sustituir al significante originario del deseo de la
madre.
Ál comentar el análisis del caso Schreber en su Seminario
Las psicosis,1 Lacan se ve conducido progresivamente a es
ta conclusión. Además retoma este análisis, pero en forma más
condensada, en un estudio de 1957, De una cuestión preliminar
,J
a todo tratamiento posible de la psicosis donde formula de
manera radical la razón por la que lajtbolición del significante
Nombre-del-Padre constituye “él defecto que da a la psicosis su
condición esencial que la separa de las neurosis”.-1En este pun-
5J.D Nasio, Lesycux ite Lauiv, París, Aubicr. 1987, pp. 123-124.
96
sienificíinte del deseo de la madre. Como contrapartida. si
ningún significante de sustitución adecuado viene a ocupar este
lugar, la lógica simbólica se organizará de otra manera y otro
tanto sucederá con la realidad psíquica del sujeto Podemos
designar esto, como lo hace Ginette M¡chaud/’como agenesia
de lo simbólico y lo imaginario en ¡os psicóticos. En otras
palabras, así como el paranoico se esfuerza por simbolizar lo
imaginario, así el esquizofrénico, por el contrario, intenta ima-
ginarizar lo simbólico.
La forclusión del Nombre-del-Padre parece afectar más a la
dinámica que preside la sustitución metafórica y no concernir
tanto al propio elemento de esta sustitución. En consecuencia,
la idea de abolición que el concepto de forclusión lleva implícita
señala una evolución radical en la acepción del término Verwer
fung. Mientras queja concepción freudiana inicial de la Verwerfwig
estaba sometida principalmente a la idea de un rechazo del re
gistro simbólico, la Verwerfung remite más bien, con Lacan, a la
idea de una no llegaba al orden de este registro simbólico.
hx
reciben respuestas clínicas bastante desconcertantes. Sin embar
go, su carácter radical no permite delimitar con gran circuns
pección el problema de los procesos inductores de las psicosis.
Bastaría como prueba un caso paradigmático harto frecuente:
¿cómo comprender, en una fratría nacida de una misma madre
y de un mismo padre, que uno solo de los hijos sea psicótico?
A lo sumo esto supone que circunstancias imprevisibles revelen
ser patológicamente decisivas en ciertos momentos de la historia
lamiliar.
Uno de los signos precoces que nos está dado aprehender en
estos espacios de potencialidades psicólicas concierne princi
palmente a la investidura materna del hijo alrededor del pro
blema de.su nacimiejito. Es clínicamente manifiesto que la ma
yoría de las veces el sujeto psicótico fue investido por la madre,
antes de su nacimiejito. en una forma específicamente destacabíe.
Así pues,Len la investidura materna fantasmática del hijo^s
posible localizar ya ciertos índices significativos de la potencialidad
délas incidencias psicóticas.
De acuerdo con una acertada observación de Piera Aulagnier,9
un niño, antes de nacer, es fantasmáticamente investido por su
madre como un ser separable de ella, es decir, como un ser
imaginariamente representado como independiente de la existen
cia de la propia madre.
En ciertas futuras madres sucede, pop el contrario, que el
niño es investido como una dependencia de su propio cuerpo.
Én estas condiciones la separación del hijo y la madre es de
antemano intolerable.
Toda madre tiene que hacer un trabajo de duelo después de
nacer el hijo. Hallamos la expresión más significativa de ello en
los estados depresivos que aquejan a la mayoría de las madres
después del parto. (Depresión postparto.) Sin embargo, este
trabajo de duelo sólo es posihle cuando el niño fue investido,
antes de nacer, como un ser independiente de la madre. En las
madres que no alcanzan esta investidura el trabajo de duelo
10M. Mannoni, L'enfam tiniciv ct sa m én\ París. Scuil, l%4, pp. 66/67.
100
El niñocstá destinado a llenar la falta en ser de la madre, no tiene
otra significación que la de existir para ella y no para él ...
A toda pretensión del hijo a la autonomía le va a corresponder,
inmediatamente, el desvanecimiento para la madre del soporte
fantasmático que ella necesita.11
102
BIBLIOGRAFIA
106
IN D IC E
IIntroducción:
la función del padre en psicoanálisis........................ 11
t II Naturaleza - Cultura: la prohibición del incesto
i y el padre de la “Horda primitiva”............................ 19
III Del hombre al padre y del padre al hombre ........... 31
IV El padre real, el padre imaginario
y el padre simbólico: la función del padre
en la dialéctica edípica........... .... .............................. 41
V La función paterna y sus uva ta re s ........................... 53
VI La “génesis” freudiana de la noción de forclusión .. 85
VII La función paterna y su fracaso................................ 93
Bibliografía..........................................._............................ 103
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La función paterna constituye (/)
un epicentro crucial en la orga cn
nización psíquica deL sujeto,
aunque tan sólo fuese porque <
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nadie dispone de más salida <
que experim entar con ella su O
propia identidad sexual, a ve o
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ces en grave detrimento de la o.
determinación biológica de los z
sexos. De ahí la necesidad de tu
fijar sus jalones más funda z
mentales para poder estable O
cer toda la infraestructura O
m etapsicológica que ordena 70
su lógica interna. U_
La concisión de este estudio, z>
(f)
orientado ante todo a la elabo >
ración de un practicable teó LU
rico riguroso, p .jp o n e ade CC
más una trayectoria perfecta Q
<
mente clara en el espacio de Q.
una topografía psíquica com _1
LU
pleja, real, imaginaria y simbó
lica a su turno: la de la función
del padre en relación con lo
inconsciente.
O
JoéIDor: psicoanalista, miembro O
del Centro de Formación y de :<U
O
Investigaciones Psicoanalíticas, “3
doctor en Psicoanálisis, es docen-
te-investigadoren la Universidad
de París Vil, donde dirige semina
rios de clínica psicoanalítica.
ISBN 23Í-5
Colección
78 í Snh ?< r,í Freud 0 Lacan M